Aullido en las dunas

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.



***


Aullido en las dunas.

"El hombre justo no es aquel que no comete ninguna injusticia, si no el que pudiendo ser injusto no quiere serlo."
Menandro.



Bruce acarició al más pequeño de sus petirrojos, bajando su mirada al pequeño trino que vino en respuesta mientras los otros dos revoloteaban en su habitación de paredes de piedra con telares colgando del techo que la hacían más cálida, como el fuego en aquel pebetero en el centro. No había podido llorar por sus padres, ni tampoco tener venganza. Podría ser joven y quizá inexperto, pero le había quedado claro desde el momento en que despertó en aquella fortaleza en lo alto de un valle rocoso que Ra's Al Ghul quería usar esa rabia, el rencor para hacerlo uno de sus sicarios. O algo más. El tipo de habitación que tenía se parecía más al de un príncipe que un prisionero. El Emir le había permitido quedarse con esas tres avecillas como un regalo de buena voluntad o una disculpa que jamás escuchó sobre lo sucedido en aquel callejón en Ciudad Oscura.

Todos ellos eran así, los Meta Humanos, y si el Guardián de los Bosques había hablado con sinceridad, eran sus enemigos jurados. Había muchas cosas que averiguar sin manera de hacerlo. La única privacidad que poseía era en esa recámara amplia semicircular donde mantenía a sus petirrojos, aparentemente acostumbrados a estar en un lugar así. El mayor siempre estaba cantando y saltando de aquí para allá, con su pecho de plumas azules que limpiaba con esmero. Aquel segundo era más... rebelde, si tal palabra cabía para un ave así, con su pecho rojo y esa manía de esponjarse, picando todas las cosas que no le gustaban que eran casi todas. Solo el tercero era el más tranquilo, con su pecho naranja rojizo, siempre quedándose donde Bruce lo colocaba.

Sin ellos, seguramente hubiera explotado.

A veces hablaba con ellos, no todo el tiempo, porque no siempre estaba de humor para hacerlo. Ra's lo había comenzado a entrenar, probando primero lo que sabía hacer y luego simplemente dándole un arma con guerreros a quienes atacar. Sus primeras peleas habían sido un total fracaso, golpeando su orgullo de por sí herido porque estaba en las manos del causante de la muerte de sus padres. No iba a ser menos que él, ni que sus sicarios. Bruce se había prometido huir, pero antes debía hacerle creer al Emir que lo tenía domesticado, que bajara la guardia para que le mostrara la forma de escapar junto con sus petirrojos. Los había encontrado en el momento y lugar menos apropiado, era cierto, más no los abandonaría nunca. Sentía que debía cuidarlos, que él era el único que podía hacerlo.

—Hora de la lección —le llamó uno de los guerreros, marchándose enseguida, como siempre lo hacían.

Los tres petirrojos quisieron ir con él, teniendo que atraparlos y dejarlos en su jaula que colgaba de un fino gancho de oro. Hasta el momento Ra's Al Ghul se había mostrado muy amable, podría usarlos a ellos en un giro de situación para chantajearlos. Tenerlos ahí era ya una muestra de que eso un día sucedería si no mostraba avances o no hacía lo que el Emir dictara. Por eso también pensaba en cómo solucionar su dilema de prisionero, debiendo recordar las lecciones de su padre con todo y el dolor que eso significaba. Bruce no perdía la calma, y se mantenía casi indiferente a los diferentes trucos por los que lo hacían pasar. En poco tiempo que llevaba así, había alcanzado cierto nivel. Se había asombrado de sí mismo por ello, porque no era algo tan natural, aunque llevara sangre élfica. Y se había dado cuenta que el mago lo provocaba en los combates porque deseaba ver ese don suyo, esa manera de controlar su miedo.

—Pareciera que la oscuridad te adopta, joven aprendiz. Es un regalo que hay que perfeccionar.

Algunos de esos asesinos lo detestaban porque casi no hablaba o mostraba alguna expresión. Ellos no lo merecían ni tampoco Bruce tenía ganas de ser así. Solo bastaba recordar ese callejón para que cualquier gesto se borrara de su rostro.

—Quiero intentar algo nuevo —Ra's estaba en lo alto de una roca, mirando hacia abajo esa arena de duelo donde estaban— Adelante.

Todos se retiraron y Bruce se dio cuenta que era más por miedo que por la orden misma. De un lado de la cueva donde estaban se abrieron unas rejas que por el rechinido del metal le dijo al joven que eran barrotes que no se abrían tanto como los otros donde el Emir guardaba monstruos creados en Ciudad Oscura. Se aferró a sus dagas, apretándolas con fuerza y afianzando sus pies en el suelo, esperando por el nuevo rival a que apareciera a la luz de los pebeteros. Un aroma a pelo húmedo, sangre y peligro se fue acercando con los pasos pesados de una bestia cuyos ojos brillantes se clavaron en Bruce. Al salir a la luz, con un gruñido amenazador, reveló la clase de criatura que era.

Un licántropo.

La primera reacción de Bruce fue protegerse, huir de aquel monstruo. Unas filosas garras alcanzaron su hombro por la espalda, rasgando sus ropas y armadura de cuero, cayendo al suelo. El muchacho jadeó, rodando para alejarse del siguiente ataque, poniéndose de pie de un salto. No podía hacer eso, no iban a dejarlo salir... pero además no debía huir de esa pelea. Recordó las palabras de su padre, sobre buscar la razón detrás de aquella agresión porque ahí se escondía la clave de su derrota. Prestó atención a la forma en que el licántropo atacaba, notando entonces que tenía unas bandas de plata en las muñecas y patas, con símbolos mágicos que no se veían del todo por el pelaje. Era lo que estaban lastimándole, obligándolo a ser así. Vagamente evadió una feroz mordida, quedándose sin una manga por ello.

Bruce miró a los ojos al monstruo, respirando lento para disminuir los latidos de su corazón. El licántropo se lanzó contra él, como si su calma lo alterara. Las exclamaciones de asombro vinieron cuando murciélagos vinieron apareciendo de la nada para rodear a la criatura, golpeándola con sus alas que pasaron demasiado rápido para ser atrapados por las garras que manotearon sin dar en el blanco. Fue la oportunidad que el joven necesitó, corriendo hacia la bestia, deslizándose por la arena hacia sus patas que atacó, cortando esas bandas y un poco de su pelo con piel, desafortunadamente. Bruce fue atrapado por el cuello de su camisa, siendo lanzado a la pared con fuerza.

Pero el licántropo no atacó, se quedó ahí en el medio de la cueva, mirando a todos lados como si de pronto no reconociera donde estaba o porque estaban peleando. Bruce tosió arena y un poco de sangre, levantándose en actitud de defensa que no hizo falta. La criatura se miró entre gemidos que parecieron más de un cachorro perdido que de un feroz lobo, levantando su vista hacia el muchacho delante de él. Sus ojos ya no brillaban, ahora eran normales si eso podía aplicarse a una bestia así. Unos temerosos ojos color verde esmeralda que pedían a Bruce una explicación que no pudo darle. Se acercó al monstruo con pasos medidos, esperando de vuelta un ataque de furia. Casi estaba a punto de tocarlo cuando la voz de Ra's Al Ghul sonó con fuerza en la cueva.

—Suficiente.

El lobo aulló al ser atrapado por cuerdas de plata, cayendo pesadamente al suelo y siendo arrastrado de vuelta por aquellas rejas de las que había salido. Bruce no supo cómo o por qué, pero tuvo la clara sensación de que ese licántropo era apenas un chiquillo apenas si años menor que él. Tenía que ser uno de los experimentos del Príncipe de la Eterna Sonrisa, quien gustaba de probar cuantos tipos de criatura era capaz de crear con su magia oscura. Bruce le tuvo lástima, sin poder ir tras el licántropo porque fue llamado por el Emir cuando bajó de la alta roca donde estaba, observándole de esa manera que le decía al muchacho que sabía algo que no le quería decir, o quizá ya lo sabía, pero ambos pretendían lo contrario.

—Muy bien, analizaste a tu enemigo. Pocos pueden hacer eso en medio de la batalla. Pronto estarás listo para el siguiente nivel. Sería muy gentil de tu parte si esos murciélagos pudieran estarse en otro lado y no aparecer así, pero sé que eso no puedes hacerlo. Que te lleven al pozo para sanar esa herida o se infectará. Te veré en la cena, Bruce.

Ra's no esperó ninguna respuesta, dando media vuelta para marcharse con sus asesinos quienes miraron de reojo al joven con expresión temerosa, a escondidas de su señor, quedándose con un grupo más pequeño que lo escoltó hacia otra cueva más estrecha que poseía un pozo con aguas de un color verde amarillento donde solía hundirse después de cada entrenamiento. Ese pozo era mágico, pues sanaba su piel al instante y le devolvía las energías perdidas. Aquel feo rasguño hecho por el licántropo no fue la excepción, salvo por el ardor que le provocó el contacto con el agua que además era tibia.

Bruce se retiró a su habitación, para estar otro poco con sus petirrojos, mirándolos volar alrededor o picotearse entre sí como niños malcriados que no deseaban compartir las semillas entre sí. ¿Cómo había obtenido el Emir ese licántropo que, a pesar de lo joven que era, emanaba una fuerza mágica tremenda? Los tratos entre los Meta Humanos aun escapaban a la comprensión de Bruce, quien se preparó para ir a la sala del comedor, encontrándose con una sorpresa no anunciada. Había un mago de otra ciudad sentado en la mesa, mismo que se levantó al verlo haciendo una reverencia y luego quedándose consternado al no percibir magia en él.

—Soy Har-eld de Jordan, he venido de Ciudad Oa a visitar al Emir en asuntos urgentes.

Bruce le miró serio como siempre, sin hacer ningún movimiento, solamente acercándose a la mesa en espera de Ra's. Aquel mago parecía no dar crédito a lo que veía, lo que hizo su expresión algo divertida.

—Lo siento, creí que el Emir solo tenía una...

—¡Ah, Har-eld de Jordan! —Ra's Al Ghul entró en esos momentos, saludando al otro mago con un abrazo y un par de besos en sus mejillas— El favorito de Abin Sur crece en poderes. Perdona que no viniera antes a atenderte, hay cosas importantes que hacer como ya debes saberlo.

—Su ejército brinda apoyo al Jerife Luthor. Aunque es un favor generoso, se requiere su presencia.

—Lo sé, solo que como ya has visto tengo mi propio pupilo en entrenamiento. Bruce, Bruce Al Ghul.

Este se cuidó de no mostrar su rabia a la presentación, apenas si inclinando su cabeza al otro Meta Humano cuya incredulidad no podía ocultarse.

—Que la Ley le bendiga —dijo Har-eld diplomático, antes de volverse al Emir— Los mensajes han sido despachados, mi maestro pide que usted marche con otro contingente. Pero antes, si fuese tan amable de proporcionar sus bendiciones mágicas a los tesoros que he traído conmigo, son para mi prometida.

—El amor, siempre alivia al espíritu saber que hay cosas buenas entre peleas y problemas. Por supuesto, es una tradición entre nosotros los magos. Respecto al otro... tendremos que hablarlo un poco más. Ahora disfrutemos de la cena, que no siempre se puede contar en la mesa con la presencia de un Linterna Verde.

Lo que platicaran después y en privado, ya no lo escucharía Bruce. Aquel Meta Humano sin duda trajo consigo la oportunidad que Bruce necesitó, porque Ra's Al Ghul movilizó a sus sicarios, preparándose para una marcha hacia Ciudad Madre. Había llegado el momento, dejaron de vigilarle por hacer los nuevos deberes que fueron más importantes. Tomando a sus petirrojos, se vistió con los mantos negros para escabullirse entre los corredores de las cuevas. Años haciéndolo en Ciudad Oscura le permitió deslizarse en las sombras sin necesidad de una antorcha ni tropezando con alguna piedra que le delatara. La luz de la Luna brilló sobre las dunas ahora frías, la libertad a la que corrió Bruce cuidándose de no dejar rastros de sus pies tras de sí, usando el viejo truco de una rama seca.

Corrió hasta que la fortaleza se convirtió en un montículo diminuto en el horizonte, jadeando pesado por la carrera cuya velocidad no menguó, siempre pensando en la libertad que tendría una vez que pudiera sacar a sus avecillas para que lo guiaran a un oasis. Cuando ese cañón desapareció, Bruce sacó de su bolso a sus petirrojos para liberarlos. Un puño gigante en color verde como un fantasma los atrapó igual que a él. La famosa magia de los anillos de los Linternas Verdes de Ciudad Oa que maldijo en esos momentos mientras veía a Har-eld acercarse empuñando su anillo hacia él.

—Eres un pupilo muy malagradecido —exclamó el mago observándole— Huyes de quien está mostrándote una de las mejores magias de este continente. Qué deslealtad la tuya.

—Tú también eres desleal.

—¿Qué cosas dices?

—Viniste por algo más, y además... —Bruce entrecerró sus ojos— Ni siquiera sientes algo por tu prometida.

—¿Cómo te atreves, tú traidor? ¡Te castigaré!

Har-eld le miró furioso, luego jadeando con su mano libre llevándosela a la cabeza.

—¡No hagas eso!

—¿Hacer qué?

—No importa, te llevaré ante el Emir para tu debido castigo. Sospeché de ti desde que te vi, no fallé en mi corazonada.

—Ojalá escucharas más a tu corazón. Te avisaría de cosas importantes.

—Ja.

—No digas que no te lo advertí.

El mago iba a preguntar, más sus palabras se convirtieron en un jadeo cortado al ser jalado hacia la arena por un par de garras que tomaron sus pies, azotándolo contra el suelo y luego arrojándolo lo más lejos posible. Bruce y sus petirrojos cayeron libres, mirando al licántropo que jadeó, volviéndose a ellos con esos ojos pidiendo que se marcharan. No le desobedecieron, dando media vuelta para irse. La criatura alcanzó un codo de Bruce del que tiró para mirarle. Un contacto que a través de su mirada pudo decirle una sola palabra.



Fenrir.



Bruce asintió, corriendo tras sus petirrojos que le llamaron, desapareciendo entre las dunas y dejando atrás al licántropo que lucharía contra el Meta Humano hasta que los asesinos de Ra's Al Ghul los encontraran enfrascados en una pelea en el suelo. Uno con varios rasguños y mordidas y el otro con quemaduras en su lomo, hocico y una pierna. Bruce llegó al oasis que las avecillas pudieron encontrar en medio de la noche, tomando un poco de agua, reservando otro poco para la nueva carrera que emprendieron, repitiendo hasta que el amanecer llegó. Estaban en el Gran Desierto, pero Thomes ya había entrenado a su hijo para guiarse incluso en un lugar así. Su petirrojo de pecho azul chilló, sacudiendo sus alas, luego los otros dos. Algo se acercaba. Tan rápido que ni pudieron moverse, siendo llevados por un brazo a través de un viento que pareció más un arcoíris.

—¡¿Qué...?!

—¡Listo! —Bartholomew se detuvo, silbando y mirando atrás— Creo que los estaban siguiendo y si los estaban siguiendo esa gente entonces yo tenía que ayudarles. Tú debes ser Bruce de Wayne, ¿cierto?

—¿Cómo lo sabes?

—¡Uf! He estado corriendo por este continente lo que no pude correr en el otro. Tendré las mejores piernas de todos los Meta Humanos para cuando termine.

—Eres un mago que...

—¡Un momento! Iba a explicarte. Yo fui a Ciudad Oscura, pero estaba muy peligroso acercarse ahí y además sentí que no iba a encontrar lo que buscaba, no sabía a dónde ir, menos cuando encontré ese camino de hielo en medio del desierto. ¿Puedes creerlo? Hielo real como el de la Garra ahí en las dunas. Oh, no, soy tonto pero mi cabeza sigue pegada a mi cuello por una buena razón. Me alejé de semejantes augurios y luego me topé con la gente adecuada que me dijo que lo que buscaba ya no estaba, pero necesitaban que buscara otra cosa.

—¿A mí?

—¡Oye! —Bartholomew rió— ¿Cómo le haces para saber las cosas antes de tiempo? En fin, tenemos que seguir, no están muy lejos.

—Espera...

Bruce no pudo ni pestañear, de nuevo estaban viajando a una velocidad inhumana con sus petirrojos chillando asustados contra su pecho. Cuando llegaron a un páramo, el joven los dejó ir por la sorpresa que le embargó.

—¡AL-FRETH! —el joven corrió a abrazarle— ¡AL-FRETH! ¡AL-FRETH!

El guardián le recibió entre sus brazos, meciéndole cuando esos gritos de alegría de pronto de convirtieron en llanto. Bruce ya no pudo contenerse más cuando se sintió entre brazos que supieron extrañamente a hogar, paz y seguridad. Las manos de Al-Freth acariciaron su cabeza, palmeando su espalda como si fuese un niño pequeño, arrullándole hasta calmarlo.

—Lo sé, Amo Bruce. Lo sé. Todo está bien. Estoy con usted y nada me alejará.

Por el momento, Bruce no reparó en la compañía que tenía aquel guardián, sino hasta que se calmó y sus lágrimas fueron limpiadas con cariño por Al-Freth.

—Ha sido un tiempo de agobio, mi joven amo, lo comprendo. Y sé que posiblemente le cueste confiar ahora, pero le pido que lo haga una vez más, porque las manos que tenemos son manos amigas.

Bruce al fin miró a las otras dos figuras metros atrás. Eran nada menos que la reina Hipólita y Jor-El, el líder de los Kryptonianos. Ambos le sonrieron pese a que las armaduras de ambos lucían manchadas de sangre, con rasguños y heridas no graves. Bruce miró a Al-freth quien le sonrió, acomodando su turbante antes de reparar en los petirrojos que se posaron en los hombros del guardián.

—¿Qué tenemos aquí?

—Ya sé, casi se me olvidan —comentó Bartholomew torciendo una sonrisa—Jamás había visto a alguien aferrarse a sus mascotas de esa manera.

—Hay una razón —Al-Freth arqueó ambas cejas— Estos petirrojos no son normales, son niños hechizados.

—¿Qué? —Bruce se acercó, consternado— ¿Hechizados? ¿Puedes...?

—No, amo, lo siento. La criatura que los hechizó lo hizo por bondad, por amor. Esa clase de protecciones solo pueden romperse si ha muerto quien los invocó, y está vivo.

—Ya decía yo que se comportaban muy raro —volvió a insistir Batholomew.

El guardián posó una mano de forma gentil en el hombro de su protegido al momento de susurrarle.

—Amo Bruce, la reina como Jor-El están de nuestro lado, le protegerán. Pero aún más importante, es que debe saber que ya no debe apartarse de Jor-El.

—¿Por qué? —el joven miró al Kryptoniano que se acercó a pedido de Al-Freth.

—Su padre, joven amo, hizo un Primus Mirum con Jor-El. Usted es el Primus Mirum, amo Bruce.

—¡¿Qué?! ¡Por eso me dijeron que...?! —Bartholomew jadeó, abriendo sus ojos de par en par— ¡¿Qué?!

La expresión de Bruce fue del asombro, pasando por la ofensa combinada con ira hasta el temor. Conocía de sobra por historias de su madre sobre el Primus Mirum, las consecuencias desastrosas si no se obedecía. Maldiciones que podían pasar a generaciones por la eternidad de ser necesario. ¿Por qué su padre nunca le dijo sobre algo tan importante que iba a cambiar para siempre su vida? El joven tragó saliva con una mirada recelosa hacia el Kryptoniano, confiando en que Al-Freth tuviera razón y que no fuera a lastimarle.

—Hubo demasiadas complicaciones, tragedias y separaciones que impidieron que conocieras del todo esta promesa —explicó Jor-El con calma— Pero el destino no puede ser eludido ni tampoco desafiado. Ahora estarás conmigo, como parte de la promesa.

—Yo no... Al-Freth.

—Jor-El pidió el Primus Mirum para su hijo, así que usted y Kal-El estarán juntos.

—¿Kal-El? —Bruce tuvo muchas ganas de echar a correr.

—Sean más gentiles con el cachorro —sonrió Hipólita desde su lugar— Acaba de llegar y lo agobian con tales anuncios. Latveria aún está tras nosotros, y pronto todas las ciudades.

—Debo llevar a Bruce a mi tierra, los Thanagarianos nos ayudarán —dijo Jor-El.

—Al-Freth...

—Yo iré con usted, amo —el guardián le tranquilizó— Igual que sus petirrojos. Tenemos que hacer algo importante ahí.

—¿Qué cosa es?

—Hay que encontrar las escamas de Gama.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top