Amor perdido

OUDE MAGIE (Magia Ancestral)

Autora: Clumsykitty

Fandom: DC/Marvel AU

Parejas: Stony, Superbat, Cherik, Winterlord, Halbarry, entre otras.

Derechos: pues a escribir sobre cosas que no me pertenecen.

Advertencias: esta historia es extraña como su creadora, angustiosa, cruel y salvajosa. La receta de siempre en un mundo inspirado por The Witcher. Avisados están.

Gracias por leerme.


***


Amor perdido.

"No mires hacia atrás, porque puedes recordar que hubo un corazón que no te supo amar."

Anónimo.



Charles estaba consciente de que las cosas no iban a ser tan diplomáticas o corteses en Latveria. Diana ya le había advertido que las provocaciones y reclamos sutiles los rodearían. Su mayor preocupación estaba en volver a ver después de tanto tiempo a Erik Magnus. No tenía idea de cómo iba a reaccionar, si podría controlarse o echaría a llorar de solo mirarlo. Después de años separados, seguía alterando su mente y su corazón cuando lo único que debía sentir era rencor o desprecio. Había algo de ello, pero no en la medida que el Maestre Xavier lo deseaba. En buena parte porque también debía ocuparse de Anthony. Charles estaba agradecido de volver a tenerlo a su lado, angustiado porque su tiempo de revelación se acercaba, trayendo consigo verdades para las que no estaba listo.

El primer encuentro con Erik, fue mejor de lo que esperaba y lo que esperaba no era gran cosa. Ahí estaba esa mirada conocida llena de reclamos, airada, ofendida. Como la suya. Para el Señor del Edén fue increíble que después de haberse jurado tantas cosas con tanto amor, ahora fueran como dos extraños a punto de volver a provocar una guerra. Erik lucía magnífico, muy seguro de su poder como Gran Maestre del Templo, llevando del brazo a su esposa, la siempre astuta como hermosa Lena Luthor. Cuando arribaron el resto de los Reinos Santos, se les unieron sus tres hijos. Los dos gemelos Wanda y Pietro, con la joven maga Lorna. Una familia poderosa que todos alababan por miedo o conveniencia. Negar que estaba celoso hubiera sido mentir, si bien Charles tenía su propia familia, comenzando por sus dos hijos que parecían tan cómodos en el palacio de Doom como si fuese la isla misma.

Lilandra llegó antes de que arribaran Bruce y luego la caravana de Iskandar. Ella le abrazó, obsequiándole un beso en su frente para tranquilizarlo, la reina de las Dríadas siempre había sabido leerle pese a no tener el poder de ver dentro de su mente. Dawid estaba feliz de que Lilandra estuviera con ellos, igual que Tony quien tenía tanto que contarle, presentándole a Bruce en su momento. Verlos a todos charlar en la sala común, frente a la chimenea con el menor de sus hijos acaparando la conversación entre bromas, gestos por demás dramáticos y esas ideas que habían florecido en la isla de los Devastadores que angustiaban todavía más a Charles. Simplemente no podía imaginar a sus dos hijos peleando a muerte porque no iba a ser capaz de tomar partido por ninguno.

—¿Sigues con nosotros, querido? —preguntó Lilandra, alcanzando su mano.

—He vuelto.

—No permitas que esa neblina te confunda, Charles.

—Lilandra... no he sido buen esposo, ni padre.

La reina negó, acariciando su mejilla. —Has sido el mejor, deja de torturarte.

Parte de los protocolos de Latveria con su imposible Cornucopia estaban las visitas entre los más altos líderes. Charles no permitió que nadie le acompañara cuando fue a ver a Iskandar al pabellón correspondiente. No iba a permitir que ese villano viera o detectara en su familia lo que todavía era un secreto. O escuchar esas palabras dulces que escondían burlas y amenazas. El Edén no era rival para el gran Jerife de Tierra de Arenas Infinitas, más daría pelea de ser necesario por salvarlo de sus Injustos.

—Te recordaba más amigable, Charles.

—Hay heridas que nos transforman, Iskandar.

—Me hubiera gustado saludar a tus hijos.

—Ya sabes cómo es con los hijos, tienen sus propias agendas. Ah, perdona, olvidaba que no tienes hijos.

Iskandar entrecerró sus ojos sin perder su sonrisa. —No hace falta, mi hermana le ha dado a Erik tres hermosos como poderosos magos.

Fue una visita corta que le dejó un dolor de cabeza. El Maestre se preguntó cómo iba a sobrevivir dos días más en Latveria con esos dos en el mismo palacio. Dio gracias al rey Doom que transformó el palacio, hechizándolo en una suerte de laberinto de pasillos y habitaciones infinitas, eso les daba el espacio suficiente para no chocar a menos que fuese estrictamente necesario, como lo sería el gran baile del día siguiente. Mientras pensaba en lo aparatoso que sería eso, Charles se topó de frente con Erik quien iba camino a saludar a Iskandar. Ambos se quedaron quietos, una vez más solamente observándose sin hacer algún movimiento. Charles pensó seriamente en dar vuelta y tomar otro pasillo, pero Erik caminó en zancadas hasta alcanzarle, esos duros ojos azules clavándose en él.

—¿Iskandar está libre para atenderme?

—El esposo de su hermana no necesita esperar —replicó, sin bajar la mirada. Estaba haciendo una pataleta tan infantil pero no le importó.

Erik apenas sonrió. —¿Me permites?

Charles se hizo a un lado, quedándose ahí hasta perder de vista al Gran Maestre. Gruñó, enfadado consigo mismo por todo ese torbellino de sentimientos que estaba provocándole estar ahí. Quería huir, volver al Edén para no salir nunca más de la isla. Casi al llegar a su propia recámara, fue interceptado ahora por el Naga que Bruce había traído consigo. Loki. El Maestre Xavier se detuvo, en realidad no sabía qué podía querer esa criatura con él, pocos debían recordarle y aquellos que lo hicieran estarían muy conscientes de que estaban lidiando con un ser de gran poder con el más grande rencor acumulado.

—Loki.

—Solo quiero decirle algo, Maestre Xavier.

—¿Gustas pasar?

Loki negó, caminando lento hacia él. —Tú y yo nos hemos hecho daño mutuamente, de manera accidental, pero lo hemos hecho.

—¿Qué clase de daño pudiste haberme provocado?

—Yo le ayudé a Galactus a crear a los Centinelas.

—Ah... —Charles se quedó muy serio— No es que lo hubieras hecho solamente por diversión.

—Quería matarte, casi lo logré —Loki entrecerró sus ojos, susurrando— Hubiera sido mejor para ti. No tendrías que decidir qué hijo salvar.

—¿De qué hablas?

—Lo que ahora sufres es apenas una parte de lo que yo sufrí. Has visto a mi Fenrir, es lo que tu especie hizo con nosotros. Igual con mi hija Hela. Por eso ahora la naturaleza te castiga. Quizá yo tengo que vivir sabiendo que mis acciones las pagaron mis hijos, pero no debo matarlos. No como tú. Vas a tener que decidir, Maestre Xavier, solo quiero que sepas que todo el mundo antiguo ya ha tomado una decisión. No necesito decirte a quien eligieron.

—Aprecio tu sinceridad, Loki.

El Naga se retiró, dejando a Charles solo, temblando luego al entrar a su habitación. Los rumores que había escuchado eran ciertos. Entre Erik e Iskandar habían atrapado a los hijos de Loki, los tres sufrieron a manos de esos dos. Pedirle que los perdonara era imposible, menos si estaba ya enterado de los emisarios de la Fuente quienes devolverían el equilibrio al mundo. Con una mano en su cabeza, el Maestre decidió descansar un poco. Logan había logrado bloquear el poder de Dawid con una de las bebidas de olvido de las Dríadas, justo a tiempo antes de que el Templo lo pudiera percibir. Pero no iba a ser un remedio definitivo ni de largo plazo. El poder de su hijo estaba incrementándose y llegaría el momento en que ya no sería capaz de retener su mente. Aquellas dudas tan crueles volvieron, viejos fantasmas que no le abandonarían sino hasta que los enfrentara.

Su tercer encuentro con Erik fue de lo más inesperado, Charles sospechó que el Gran Maestre había estado esperando la oportunidad de volver a encontrárselo a solas. Había ido a buscar a Víctor, deseaba pedirle su apoyo para que el Inquisidor Dzor no fuese llamado al Templo. Iban a matarlo por traidor cuando la Cornucopia terminara, si no era que ese incidente provocaría una insurrección entre esos justicieros del Templo. Ya se había percatado de la extraña esencia en otro de ellos, el famoso Inquisidor Águila llamado Steven, mismo que además parecía estar siguiendo a Anthony. Todas esas cosas lo mantenían distraído y por ello jamás pensó en chocar tan torpemente contra Erik al dar vuelta en un estrecho pasillo que conducía a uno principal.

—Lo siento, Gran Maestre —se disculpó muy diplomático, rodeando a Magnus.

—¿Podemos hablar?

—Ya lo hacemos —bromeó, dando un par de pasos antes de que una mano de Erik sujetara su brazo— ¿Qué haces? ¡Erik!

Pelear estaba prohibido, solo que Charles no estaba tan seguro si el Gran Maestre iba a probar el límite de esa regla para conseguir lo que deseaba. Fue arrastrado a una sala de descanso, pequeña y vacía que Erik cerró usando su magia para sellar esos candados de hierro.

—¿Qué significa esto, Erik?

—No quiero que nadie nos moleste.

—Este es el palacio del Rey Doom, es una falta de...

—¿Por qué, Charles?

Se quedó callado, apretando sus puños con aquella ira guardada desde hacía tanto queriendo explotar.

—¿Tú me haces esa pregunta?

—¿Qué hice para que me cambiaras por ella?

Charles bufó. —No tienes el derecho de hacerme esa pregunta. ¡No tienes derecho!

—¿Simplemente dejaste de amarme?

El Maestre jadeó, mirándole con ojos húmedos y comenzando a negar antes de pasear de un lado a otro de la salita.

—Erik... ¿cómo te atreves?

—No has respondido a mi pregunta.

—¡Tú fuiste el que fue a revolcarse con esa mujer mientras yo estaba muriendo!

—¡Te habías fugado con Lilandra!

—¿Qué? —Charles frunció su ceño, tragando duro— ¿De qué rayos hablas? ¡Tú fuiste el que nos traicionó! ¡Desde mucho antes, Erik! ¡Tú y tus malditas ganas de vengarte de todos!

—¿Y por eso decidiste simplemente abandonarme? ¿Cuándo más te necesitaba?

Charles no se pudo contener, dando una dura bofetada a Erik. Sus lágrimas comenzaron a caer, ya le fue imposible seguir reteniéndolas más.

—Solo fui tu ramera para que todos vieran que podías controlar a una familia poderosa. Nunca me viste como una pareja. No como a Lena. Por eso te casaste con ella, ¿cierto? Tienes tres hijos y eres el amo del mundo, Erik. ¡Felicidades! Tienes lo que tanto anhelabas, así que...

Aún seguía con esa promesa idiota de no leer los pensamientos de Erik, lo que le hubiera prevenido del siguiente movimiento de este. Charles se encontró estampado contra el pecho del Gran Maestre quien le besó con fuerza, invadiendo su boca con una lengua que buscó la suya apenas si encontrando una pausa para respirar. Quiso empujarle, o patearle, intentándolo un poco y perdiendo fuerza conforme su mente y su cuerpo cedieron a un deseo que creía ya sepultado en el pasado. Un brazo de Erik le sujetó con más fuerza, casi dolorosamente por la cintura, su otra mano tirando de sus cabellos para inclinar su rostro y dejarle profundizar el beso que dejó a ambos jalando aire pesadamente, mirándose en un silencio mezcla de confusión y ese rencor que no se disipaba.

—Charles...

—Erik... no, esto no... ¡Erik!

De pronto fue como si no hubieran pasado los años, como si no estuvieran al borde de una guerra con funestas profecías encima. Era como estar de nuevo en esos jardines del Cónclave, sin mayores preocupaciones que poder lograr un tonto hechizo para mover piedras, con Erik riendo al pronunciar su nombre y Charles acariciando esos cabellos oscuros que a su toque parecieron volverse platinados. Quiso decirle que estaba bebiendo algo que no debía y por eso encanecía sus cabellos, pero lo olvidó al sentir un par de dedos explorarle. Xavier se encontró abriendo esa larga chaqueta de bordados de oro y plata, arañando un pecho que se dejó entrever por debajo de una camisa de algodón, sus piernas aferrándose a las caderas de Erik cuando le estampó contra una pared, sintiendo la base de un pebetero rozar sus cabellos por encima de su cabeza.

Sabía que no debían hacerlo, pero no quiso detenerlo.

Charles quiso volver a sentir que era importante para Erik, que todavía le volvía loco, que le amaba. Un deseo sumamente egoísta, dejando a un lado a todas las personas que podrían ser lastimadas por ello. Sus manos se enredaron en esos cabellos platinados, besando con desesperación los labios del Gran Maestre cuando este le embistió, ambos gimiendo ahogado mirándose mutuamente. Había tanto dolor, reclamos, heridas que sus ansiosas caricias no alcanzaron a cubrir. Erik gruñó en su oído, pegándose por completo a él con sus caderas moviéndose a un ritmo frenético. Charles solamente se aferró a sus hombros, abrazándole con fuerza mordiéndose un labio para no gritar, lágrimas rodaron por sus mejillas, aunque no las sintió, atacando el hombro de Magnus con sus dientes cuando alcanzó el orgasmo. Un quejido de dolor escapó de sus labios al sentir a Erik martilleándole hasta que terminó.

Luego vino el silencio, mientras se recuperaban. Erik le siguió sujetando, apoyándose de la pared para no dejarle caer con su rostro escondido en la curva del cuello de Charles, quien sintió unas enormes ganas de echarse a llorar, acariciando apenas los cabellos del Gran Maestre. Estaba hecho, no había vuelta atrás con eso, ni con lo que los rodeaba. No podían estar juntos, nunca más. Demasiadas cosas los separaban y muy pocas los unían. Charles sintió unas enormes ganas de susurrarle al oído que había tenido un hijo suyo, que era Dawid y que necesitaba su ayuda porque ya no podía más. Lo único que hizo fue sollozar, empujando a Magnus con todas sus fuerzas para que le soltara, jadeando al sentirle salir. Sus mejillas enrojecieron entre la vergüenza y ese deseo frustrado, buscando arreglar sus ropas sin verle.

—Charles.

—No. Erik, no.

Con un movimiento de su mano, abrió esos torcidos candados sin que el Gran Maestre le impidiera salir, huyendo de aquella salita con sus manos arreglándose nervioso sus cabellos, tratando de borrar de sus labios el sabor de los de Erik. El destino quiso que se topara en esos momentos con Logan, estaba buscándole y a petición de los demás había ido a buscarlo al notar que había tardado en volver. Charles casi respingó al notar que Logan le miró fijamente, olfateando algo. No necesitó explicación a la mirada resentida del otro mago, pasando de largo para salir del palacio, casi tropezando con objetos o la servidumbre en una carrera apurada hasta que el aroma de rosas golpeó su nariz porque sus ojos estaban demasiado nublados como para darse cuenta que había terminado en un hermoso jardín que pertenecía nada menos que a la reina madre de Latveria.

Lloró todo lo que no había podido llorar desde que llegaron, de desesperación, de miedo, rabia, tristeza, angustia, desesperanza... tantas cosas que llevaba guardadas dentro. Charles se quedó sentado, con hombros caídos y cubriendo su rostro con sus manos temblorosas que se llenaron de sus lágrimas, realmente ya sin importarle si alguien le veía o no. En aquel momento lo único que deseó fue que alguien le rescatara y enmendara sus errores del pasado. No escuchó unos pasos acercarse hasta que respingó a la voz de la reina Hipólita, quien le miró tranquila al sentarse a su lado, ofreciéndole un pañuelo.

—Llevas demasiada carga sobre tus hombros, Maestre Xavier.

—Su Majestad, yo... lo lamento.

—¿Qué lamentas, Maestre?

—Esto... sé que no es apropiado...

Hipólita negó, palmeando su rodilla. —No tienes por qué disculparte conmigo, que en nada me has ofendido. Más bien deberías disculparte contigo mismo. Eres tu propio carcelero, Maestre Xavier.

—Temo tenga razón, mi señora.

—Cuando ocultamos cosas, nos volvemos esclavos de las mentiras que decimos por ello, y entonces cualquiera que posea la verdad se convierte en nuestro amo. No hay peor cosa que darle nuestra libertad a quienes solamente nos traerán dolor.

—Si fuera tan sencillo...

—Se dice que nosotras, las Amazonas, nacimos cuando la cola de Gama azotó con el sur del continente, despegando un trozo de este como lo hizo con aquella larga tierra llena de dunas. En la punta de su cola había un veneno que se esparció por la nueva isla creada, pero lejos de matar toda vida, lo que hizo fue crear una nueva. Las Amazonas. Hemos crecido comiendo los frutos de la tierra envenenada por la cola de Gama, más nada ha de hacernos daño si nos mantenemos limpias de espíritu. Eso nos hizo rectas, siempre fieles a los más altos principios. Como no mentir o derramar sangre inocente.

—Todos debimos haber nacido de la cola de Gama —bromeó Charles, dejando que la reina terminara de limpiar su rostro con una gentileza que era raro de ver en ella.

—Aún estás a tiempo, Maestre Xavier. Es cierto que el daño puede ser grande, pero no estás solo, nunca lo has estado. Incluso ahora cuando tiempos oscuros se aproximan, tienes contigo a una espléndida familia que te es incondicional. No es porque seas perfecto, es porque te aman.

—Su Majestad lo ha dicho, no quiero derramar más sangre. Ya bastante hice antes, o no hice que ha sido lo mismo.

—Por eso estás así, Maestre, cargas con peso muerto. No se puede olvidar el pasado, no debemos, tampoco es algo para llevar al presente. ¿Con qué abrazarás lo que ahora tienes si tus manos se aferran a los fantasmas del ayer?

—La reina Hipólita es muy sabia, ahora entiendo por qué se han negado a mediar con asuntos de ambos continentes.

—No ha sido porque nos sean indiferentes, es porque no siempre ayudar es bueno. Tienen que aprender a ser responsables de sus acciones. Como hoy las Amazonas se hacen responsables de salvaguardar lo que queda del mundo antiguo. Respondemos al llamado porque es lo correcto. Siempre ayudaremos a la Casa de Xavier.

—Mis ancestros morirían de nuevo al saber lo que he hecho.

Hipólita rio un poco, negando. —Lo dudo, los Xavier siempre se han caracterizado por ver más allá, donde los demás ojos no alcanzan a ver, uno de los dones que les fue heredado de su ancestro.

—¿Ancestro? —Charles estaba más tranquilo. Arqueó una ceja al hacer memoria— No recuerdo ningún nombre prominente.

—Buena broma, Maestre.

—Lo digo en serio. ¿De qué ancestro habla Su Majestad?

La Amazona le miró seria, dándole a entender que no estaba jugando. Como tampoco lo estaba Charles quien parpadeó confundido. Hipólita se le acercó para hablarle en susurros.

—¿Jamás lo escuchaste?

—No miento cuando digo que no sé de qué me está hablando.

—Maestre Xavier, por tu sangre corre la sangre del Inmortal.

—¿Quién?

—Por Gama, esto es imposible. Estaba segura que tu casa siempre ha guardado celosamente los registros de su noble origen.

—Quizá fui mal descendiente.

—No, no... esto es lo mismo que sucede en otras partes. Hay un robo del pasado que es vital en el ahora. Maestre Xavier, debes saber que cuando Gama murió, se crearon dos seres poderosos porque fueron tocados por las dos fuerzas primigenias de la vida: el corazón de un dragón y el corazón de una estrella. Tal choque de fuerzas trajo a la Luz como a la Oscuridad. Tu ancestro perteneció a la Luz, le llamaron Inmortal porque la muerte ya nunca pudo tocarle, haciéndose uno con la Luz. Le llamaron la Fuente. Antes de partir, tuvo dos hijos, X'av y R'og. X'av es tu ancestro. Por eso todas las criaturas mágicas siempre buscaron la Casa de Xavier, era la casa de la Fuente.

Charles se quedó pálido de escucharlo, su corazón latiendo aprisa y sus manos temblando ligeramente. Varias cosas en su vida como en lo que sabía tuvieron otro sentido. Hipólita no estaba mintiendo.

—Mi familia siempre tuvo muertes accidentadas.

—No fue casualidad —la reina Amazona tomó aire— El ser de la Oscuridad no va a permitir que más Xavier sigan existiendo.

—Oh, no...

—Maestre Xavier, ¿ahora ves por qué no debes mantener los secretos? Es así como juega aquel ser malvado. Es tan eterno como el Inmortal, salvo que este duerme en la Luz, no anda en estas tierras jugando a ser invisible a través del tiempo.

—No sé si podré hacerlo, no sé qué tan fuerte soy para enfrentar mis consecuencias.

—Deja que tu familia sepa primero, no hables de lo que no conoces. Presumir acciones de corazones ajenos es una trampa segura.

—Gracias, Su Majestad, por consolarme y... esta revelación.

—Nuestros enemigos se sientan frente a nosotros, beben el mismo vino que nosotros, bailarán la misma música que nosotros. Debemos ser mejores para no mancharnos con sus trucos así estén sentados a nuestro lado.

El Maestre asintió, recibiendo un abrazo cálido de Hipólita. La reina le dejó para recobrar la compostura antes de hablar con los suyos. Un gran desafío sería decirle la verdad a Erik, pero era mejor. Dawid estaba en peligro, como lo estaban Anthony y Bruce. No iba a permitir que uno de los tres muriera solamente porque no había tomado buenas decisiones. Se levantó para volver al palacio, siendo interceptado en el arco de entrada por el rey de Latveria.

—Maestre Xavier, ¿puedo hablar con usted a solas?

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