La mejor amiga
Telma prometió que siempre estaríamos juntas y ella, a pesar de ser una niña, siempre cumplía su palabra. Fue en aquel verano, en el que nuestras familias viajaron juntas, y pasamos las vacaciones en San Bernardo. Días de sol, playa y cuentos de fantasmas que a mí me ponían los pelos de punta y hacían reír a carcajadas a mi amiga.
—¡No tengas miedo, tonta!, ¿no ves que son historias de la imaginación?—aseguraba tomando un aire de autoridad como conocedora del campo de la fantasía.
—Vos sabés que me asusto, no tendrías que contarme.
Llegó mi cumpleaños y Telma vino a pasarlo conmigo como todos los años, pero este, en particular, la noté triste. Algo parecía preocuparla y quise que me lo contara sin rodeos. Teníamos confianza, éramos como hermanas. Ella hizo sus muecas de costumbre y luego me sonrió con dulzura.
—Lola, querida... sos la persona que más he amado y por eso nunca me aparto de tu lado. Pero yo sé algo que vos todavía no sospechás y te lo tengo que decir.
—¡No me asustes!, me estás preocupando ¿te vas a ir y me dejarás sola?—mis ojos se llenaban de lágrimas adivinando lo que pasaría.
—Hay alguien destinado a vos y está llegando. Es hora de que te despidas de tu amiga de la infancia. Tendrás un esposo y varios hijos. Tendrás una vida y me recordarás con cariño. Ya es tiempo de decir adiós. Nunca dejaré de amarte. Somos hermanas y dentro de unos 65 años nos volveremos a ver.
Yo no dejaba de llorar. La angustia de la pérdida me invadía.
—Dejame ir, Lola. Ya te acompañé por una parte del camino, ahora le toca a él.
—Claro, amiga ¡Muchas gracias!—¡es tan difícil despedirse de la otra parte de uno mismo!
Me recompuse para que ella se sintiera mejor y la abracé con fuerza. Luego, la niña de las trenzas coloradas se fue saltando en un pie, como cuando jugábamos en la playa, y desapareció entre las flores del jardín. Mi madre me llamaba desde la casa para cortar la torta. Habían llegado mis abuelos y querían presentarme a alguien. Por primera vez en mis 25 años, mi amiga Telma no estaría a mi lado para apagar las velas. Pasó más de una década, desde que ella se ahogara en el mar, pero ni siquiera la tragedia la alejó de mí.
—Dolores: él es Daniel, nieto de un amigo—aclaró el abuelo—. Va a empezar a trabajar en el centro y mientras se acomode se queda en casa.
Telma se salió con la suya. Buscó un relevo para que cuidara mi corazón. Siempre fue mi mejor amiga.
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