El silencio
El niño nació en medio de un profundo silencio. Su madre, colocada sobre la piedra helada y húmeda, se retorcía de dolor sin emitir un grito. Las doulas, recibían impávidas las indicaciones de la matrona, que con un movimiento de cabeza ordenaba las distintas actividades. La nodriza esperaba el alumbramiento, para envolver en mantas al pequeño y poder entregarlo al padre, que aguardaba fuera de la cueva, impaciente y emocionado por la llegada de su primer hijo.
El pequeño nació hermoso y perfecto, se comprobó que tuviera todos sus dedos, se lo mostró a la agotada madre y cuando se lo iba a hacer con el resto de la tribu: el niño lloró, con fuerza, emitiendo un sonido desconocido y profundo. Las mujeres lo miraron horrorizadas, temiendo por ese ser que llegaba a la vida distinto, en una sociedad en la que el sonido estaba ausente.
Las miradas se cruzaban interrogativas, atravesadas por una duda que no les permitía despegar los pies del suelo; sin poder decidir si moverse o no. Solamente los animales aullaban, gritaban y rugían (las criaturas inferiores, de las que se alimentaban los hombres). Los humanos habían nacido mudos por algún desvío en su historia genética.
La madre miró suplicante a las auxiliares, tendiendo los brazos para abrigar al niño y lo prendió a su pecho. Todas temblaban mientras, afuera, el gentío esperaba al nuevo miembro.
Una vez que el niño estuvo alimentado y satisfecho se durmió y fue la misma parturienta, quien haciendo uso de todas sus fuerzas lo presentó a su pueblo, con el temor ahogado de que despertara, pero a sabiendas de no había otra forma. Cuando vieron al niño todos se retiraron complacidos. El padre, feliz, volvería a ocupar la cueva junto a los suyos.
Cuando la familia entró a su casa, las cuatro mujeres se retiraron sin alzar la cabeza. Internamente, la joven madre sabía bien que alguna de aquellas la traicionaría con el cacique, quien a su vez consultaba todo con el chamán. Tendrían que huir antes de que lo supieran, antes de que el brujo decidiera que el pequeño era un espíritu maligno o, peor aún, un extraño animal y terminara en alimento. Con gestos desesperados se comunicó con su pareja y pronto fue él también testigo de los sonidos que el niño emitía.
Con unas pocas mudas de ropa, algo de pan, leche, agua... y escapar; no podían permitir que el fruto de su amor fuera destruido como un fenómeno inexplicable. Caminaron durante horas en la oscuridad. Salieron del valle fértil sobre el que descansaba su pueblo y sintieron, en el cuerpo, cómo la fisonomía del lugar cambiaba y se transformaba instantáneamente en un frío y salobre desierto. Estaban llegando a la ladera de una colina, pensando que aquel difícil trayecto podría mejorar su geografía, cuando fueron rodeados por el ejército de guerreros que munidos de flechas y lanzas, al mando del cacique y el chamán, venían por su hijo. El hombre puso el cuerpo para defenderlos y fue atravesado por incontables flechas. El niño sería arrancado de los brazos de su madre, que se aferró a él y, con un desesperado y desgarrador grito, destrozó la negrura de la noche:
—¡Nooo!
Todos se quedaron estáticos. ¿Cómo podía ser posible que ella también pudiera gritar? Nadie podría saberlo o serían maldecidos. Había que terminar con el problema y volver a la aldea. Nunca llegaron tan lejos, fuera de los límites de su hogar y el miedo se veía en los ojos de los hombres, otrora cazadores que esperaban la orden fatal.
Ahora, la madre y el niño lloraban, cuando por encima de la colina aparecieron una docena de hombres montados en bestias desconocidas, que se acercaron alertados por el llanto justo cuando aquellos se aprontaban para matar a los indefensos.
El recién llegado dio la orden:
—¡Alto, dejen a esa mujer!—y dirígiendose a sus hombres—¡Soldados, prepárense para atacar, bajen de los caballos!
Los guerreros salieron huyendo espantados ¡todos emitían sonidos!, seguro que del otro lado de la colina se escondía el infierno y los demonios venían por esa familia maldita. Tenían que volver rápido y alertar a todos para que jamás cruzaran los terrenos dónde les aguardaba algo espantoso. Los soldados, un poco desilusionados por la ausencia de rivales, se apearon para ayudar a los visitantes. El herido estaba con vida, aunque débil, y les dieron un cordial recibimiento:
—Bienvenidos a Nueva Tierra. Estábamos patrullando, sabemos que hay tribus salvajes, pero no creíamos que fuesen capaces de matar a sus miembros.
La mujer abrazó al hijo y miró a su hombre con esperanza, el niño lloraba, pero ya no importaba... habían escapado del silencio.
Doulas: personas encargadas de apoyar a la mujer durante su embarazo, tanto física como psíquicamente. Intermediaria entre la madre y quien la ayuda en la labores del parto.
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