Parte 3: Los nuevos habitantes

Corre el año 3030. El universo (tal y como se lo concebía hasta no hace unos cuantos siglos atrás) ha cambiado de una manera radical. Se expandió, tal y como lo auguraron los científicos desde el siglo XXI… pero he aquí la gran sorpresa: jamás se enfrió ni se perdió, solo fue como abrir una gran puerta hacia algo totalmente nuevo. La Era del Multi Universo. No sé qué pasó después, solo se sabe que comenzó una guerra sin tregua. En el planeta Tierra, por donde se mirase, era todo destrucción: ya no había viviendas, solo escombros; no había vegetación, solo vastas extensiones negras, resultado de los múltiples incendios provocados o solo causados por el ardiente impacto de los rayos del sol que, por la expansión del espacio, quedó más cerca del planeta de lo que se esperaba. Esto también causó que la capa de ozono se esfumara completamente, quedando sin atmósfera apta para poder vivir. Solo se podía sobrevivir.

Sorprendentemente los animales tuvieron más suerte que los seres humanos en este cataclismo: mutaron en especies aún más adaptadas y más inteligentes. La ironía de la historia: el hombre pasó a ser el ser menos desarrollado e inútil en la pirámide de la evolución.

Los animales fueron quienes se enfrentaron a los miles de individuos que provenían de otras galaxias paralelas a tratar de conquistar esta, que de láctea ya no tenía nada; había perdido su color blanco brillante por el sinnúmero de estrellas que murieron y se convirtieron en fatales agujeros negros devorándose toda esperanza de vida y luz. Siendo un universo tan peligroso, aún así querían tenerlo… la ambición no es solo cosa de humanos… es cosa de mentes egoístas.

Nada quedaba en pie o con existencia. El mundo (como así se lo llamaba hasta hace poco) era solo un cúmulo de rocas inhabitable. Tanta radiación cósmica, tantas armas biológicas y nucleares, tantos cuerpos en descomposición contribuyeron a la contaminación de todos los  ambientes acuáticos… ninguno quedó exento. Todo se acumulaba, todo era basura… destrucción… desolación… muerte… devastación… desesperanza… Ni siquiera se podía decir que era un espectáculo dantesco: distaba mucho que los círculos del infierno del Dante fuesen tan atroces como ese paisaje desgarrador. Las únicas elevaciones que se encontraban eran las de cadáveres que ya no tenían un lugar donde ser sepultados… no había lugar para nada: ni para vivir, ni para morir, ni para llorar, ni gritar, ni reír frenéticamente… no quedaba nada. Los pocos habitantes de este planeta decidían emigrar o eran obligados a partir hacia otros destinos; debían “ir” aunque no quisiesen ¡Hasta eso! No se podía decidir ni dónde morar ni dónde perecer. Sin embargo, hay que ser honestos: ¿quién querría quedarse en la nada misma?

Se estaba preparando todo para el exterminio permanente de lo que, alguna vez, fuese el planeta más bello que había existido galácticamente; al que, ciertamente, lo llamaron el “planeta azul” por su envoltura gaseosa y acuosa, sus contrastes en verdes, marrones y demás colores… ahora solo quedaba rocas, radiación y aridez. Desde el comando de la nave central estaban a punto de presionar el botón de destrucción masiva cuando se escuchó por el intercomunicador: “¡detengan todo! ¡No detonen nada!” – espetó el capitán en un tono desesperado – “¡algo se mueve bajo esos escombros!”. El capitán había divisado a través de una imagen satelital una silueta que luchaba por salir de entre la miseria. Tenía el aspecto de una mano, más su color era verde como la esmeralda. Cuando la figura logró aparecer, todos en la nave asistieron al milagro de la vida y la evolución en sí: un ser con rasgos vegetales se alzaba al sol asesino de ese valle de lamentos, mostrando una gama de verdes inimaginables, una cabellera en forma de pétalos rojo fuego y rostro diáfano cual inocente niño. Miraron con mayor atención y vieron que no solo este ejemplar había aparecido, sino que de todas partes surgían estas maravillas de la naturaleza, sabia como siempre. En un momento dado, se reunieron, alzaron sus miradas hacia arriba y en un trance atípico lograron que el cielo se cerrara en nube turbiamente grises y comenzase a deshacerse en una violenta tormenta que arrasó con todo lo triste del paisaje. Menos con los nuevos seres que, desde ese momento, fueron la esperanza de salvación del mundo. He aquí que todo comenzó a repetirse y reiniciarse como en los primeros tiempos de esta gran masa rocosa: una nueva y prometedora Creación. Ellos serían la prueba fehaciente de que del horror puede nacer la belleza que cambiaría el destino de todos los universos.

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