LEE COME FROM THE MOON GANIMEDES
"Creo fervientemente que el anhelo de todas las almas inmortales es acabar con la soledad que las consume y entregarse sin miedos de por medio al amor libremente... Así lo creo y así lo deseo" (Ana)
Lee… ¿Quién es Lee?...
Lee… piel de aceituna… ojos de avellana… cabello blanco como la nieve… porte de samurái… espalda de muelle en donde pudo encallar mi soledad y mi tristeza.
Lee también venía de pérdidas insufribles e irreparables. Él también se reconstruyó y remendó con los girones que quedaban de su anterior vida; así como yo. Quizás no reencarnamos en sucesivas existencias, pero si nacimos para encontrarnos. Nuestros hilos rojos del destino finito estuvieron tensados durante tantos años, haciéndonos perder la paciencia y la esperanza de encontrar quién nos salvara, quién nos tendiera una mano, quién fuera nuestro muro para aferrarnos a las inclementes tormentas emocionales que castigaron nuestro ser.
Lee nació en China, en una familia tradicional pero con un gran amor hacia su hijo. Creció bajo la atenta y amorosa mirada de su madre y el protector cuidado de su padre. Vivió feliz, quizás demasiado, pues ese aspecto lo hizo salir del oscuro fondo que había engullido a los supervivientes del caos interuniversal que se había desatado inesperadamente hace dos décadas atrás.
Yo no tuve la misma suerte: mis padres hicieron de pequeños instantes de mi vida un cúmulo de infinita felicidad… pero el resto se vió empañado de constantes pérdidas y un creciente miedo por seguir en este mundo… o en otro. El dolor de la pésima decisión de volverme inmortal era insoportable, pues asistí a las muertes de aquellos a quien amé y juré amar sin límite de tiempo… ellos si lo tenían… yo ya no. Me costó mucho rearmarme, juntar aquellos escombros que quedaban de mí y mis recuerdos para poder comenzar de nuevo, desde una línea de salida distinta.
Lee había emigrado permanentemente a la luna Ganimedes, satélite natural de Saturno, ahora hecho trizas por las guerras que se pensaban inacabables, por lo que se volvió un lugar inhabitable y sus lunas los únicos espacios para comenzar a emprender un nuevo existir. Ganimedes tenía todo para una vida apta, pero Lee no contaba con lo más importante para su subsistencia: amor, comprensión, cariño… compañía. Él también había sido asignado a un espacio similar a una caja blanca, que irónicamente lo llamaron “hogar”.
A mí me pasó lo mismo, solo que – digamos que fue fortuna – me tocó en suerte emigrar a un planeta como Marte. También carecía de cosas tan importantes como las que le faltaban a él: habíamos perdido tanto en tan poco tiempo que sentíamos que estábamos vacíos estando llenos y rodeados de objetos que no nos significaban nada.
Nexus 13 fue el fin de nuestra constante búsqueda por abandonar al soledad que nos acompañaba desde hace tanto. Había sido una buena amiga en nuestro tiempo inmortal, pero ya se estaba volviendo posesiva y asfixiante… pero Nexus… ¡ay Nexus!... ¡Amo repetir el nombre del planeta que nos presentó y que aplacó la tensión de nuestros hilos del destino! Esta bendita tierra que vino a curar nuestras heridas y a darle un cortés y cálido adiós a nuestras soledades y la gran bienvenida a nuestra compañía milenaria. Ver a Lee de pie en la playa y con las aguas de Caronte rozando sus pies fue el bálsamo para mi alma atormentada por tantos fantasmas.
Fue tan reconfortante saber que en esta vida y en estos tantos universos pude encontrar la pieza que faltaba en nuestros rompecabezas.
Después de encontrarnos, conocernos, reconocernos y reclamarnos; de ser cada uno en uno mismo, de prometernos el amor más bonito por milenios de milenios, llegó el momento de separarnos. Mi pecho experimentaba el dolor de la abertura de una brecha que tomé como interminable, pues mis viejos enemigos, los miedos, amenazaban con ingresar por ese agujero que atentaba con abrirse sin piedad.
La partida y la separación nos dejaron la promesa de encontrarnos, de buscarnos en nuestros nuevos hogares. Pero todo eso parecía algo tan imposible: Marte quedaba a miles de millones de años luz de Ganimedes… y el anhelo por ser uno parecía congelarse en el corazón de cada uno.
Pasó un año de este maravilloso milagro convertido en un bonito y melancólico recuerdo. Decidí volver a Nexus 13, como aniversario de nuestra reencarnación al amor y a la vida nueva que se nos había presentado. Solo así consideré que podía continuar respirando sin costarme el desequilibrio de mi alma y mi mente. Volví a caminar por las arenas rosadas que Caronte acariciaba suavemente. El atardecer se mostraba imponente con sus siete estrellas diurnas desapareciendo en el horizonte, dándole paso al asteroide Aquiles (ahora convertido en satélite lunar) para presidir a una magnífica noche, vestida bajo un manto de un azul misterio y bordado de brillantes diamantes estelares. “Es un espectáculo digno de ver con mi amado Lee”, solté al aire ese deseo sin reparar que a mi lado una figura se detenía a contemplar lo mismo que mis ojos. Solo atiné a bajar la cabeza muerta de vergüenza y le pedí disculpas, dándome vuelta para continuar con mi camino. Solo sentí el calor de una mano apresar mi brazo y con decidida y tierna fuerza hizo volverme y enfrentar al sueño más bello que supe tener durante estos 500 días que duró ese año marciano torturante: mi Lee estaba frente a mi... mi Lee venido de la luna Ganimedes. Una vez más el destino quiso que volvamos a nacer de ese amor que jamás nos abandonó y que nos mantuvo en constante búsqueda. Sin mediar palabras, me abalancé a sus brazos y él recibiendo mi cuerpo, sellamos nuestra promesa con un beso dulce y cálido.
Hoy me encuentro sentada en el porche de mi nuevo hogar que construí junto a mi samurái de piel aceitunada y ojos de avellana en, nada más y nada menos que en Nexus 13. Hace un par de meses desde el consejo interuniversal se liberó la autorización para que Nexus dejase de ser un planeta crucero y fuese oficialmente un planeta habitable. El lugar que nos vió nacer a nuestro nuevo destino era el que merecía ser nuestro mundo, nuestro lugar en común, justo al medio de nuestros planetas emigrantes.
Ingreso al interior de nuestra casa: ya no es una caja blanca, es un espacio envuelto en colores vivos y alegres, donde conviven los recuerdos de mí ahora esposo y los míos, ahora su esposa. Con una sonrisa de felicidad dibujada en mis labios, me encamino al estudio donde se encuentra él. Lo encuentro ensimismado escribiendo algo. Lo abrazo por detrás, alcanzando a leer las primeras frases de su escrito:
“Ana… ¿quién es Ana?
Ana… piel nívea… ojos marrones con destellos verdosos… cabello ensortijado como los sarmientos de la vid… presencia de reina… pecho de sutil redención…” el destino hasta en nuestros relatos coincide.
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