Capítulo I: La carta.

Feliciano era un chico joven, tenía unos 11 años recién cumplidos.

Era de pelo castaño claro y ojos miel, dos orbes hermosos que no solían mostrarse, ya que él tenía los ojos entrecerrados casi todo el tiempo.

Su pelo era adornado por un rizo antigravedad, que era legado de su familia.

Vivía con su abuelo, ya que su madre había muerto en el parto, cuando él nació y su padre de había suicidado, al no poder calmar su tristeza tras la muerte de su ser más querido, su esposa. Esto ocurrió cuando Lovino tenía 9 años y Feliciano 6. Ambos estuvieron presentes en el momento en que su padre se cortó las venas, gritando y llorando, pidiendo a voces que se detuviera.

Lovino trató de arrebatarle el cuchillo de las manos, pero no lo consiguió y lo único que pudo hacer, fue abrazar a si hermano, quien lloraba desconsoladamente, repitiendo una y otra vez el nombre de su padre.

Feliciano tenía un hermano, éste era Lovino. Hace tres años, recibió una carta extraña y se fue a otra escuela, donde se quedó a vivir.

El abuelo de Feliciano, Rómulus, fue un gran mago al servicio del ministerio de magia. Él atrapó a la mayor parte de mortífagos que escaparon hace 70 años, en la caída de Voldemort, vencido por el gran y célebre Harry Potter.

Alrededor del pequeño niño de 11 años, siempre ocurrían cosas extrañas y lo mismo pasaba con Lovino. Feliciano no entendía nada, se decía a sí mismo: ve~ y entonces seguía con su vida como si nada.

Ese verano, el niño recibió una carta escrita con tinta esmeralda y una muy buena caligrafía.

Estimado señorito Vargas:

Ha sido usted aceptado en la escuela de magia y hechicería Howarts.

.......

En la carta había una lista de objetos muy extraños que decía que debía comprar en un lugar llamado Callejón Diagón.

Feliciano, sin saber qué hacer, le entregó la carta a su abuelo.

-Nonno, ¿Qué es esto?- Le extendió el sobre de pergamino, con un escudo grabado con tinta esmeralda.

-Oh dios Feli... ¡Vas a poder ver a tu hermano!

-VE!? VOY A PODER VER A LOVI, SIIIII~

El abuelo y su nieto dieron saltitos de alegría por todo el salón.

De repente, Rómulus se paró en seco.

-Nonno?

Empezó a hiperventilar

-Abuelo!

Le costaba cada vez más respirar.

-ABUELO! ABUELO!

Se desplomó en el suelo con brusquedad.

-NONNO!!! ABUELO!!!

De su boca empezó a salir un hilo de sangre.

-ABUELO, VOY A LLAMAR A UNA AMBULANCIA.

Corrió y recogió el teléfono de su abuelo. Marcó el teléfono de emergencias.

Unos cinco minutos después, sirenas se escucharon a la puerta del hogar.

Unos policías llegaron y observaron la siguiente escena:

Feliciano abrazo y gritando a su abuelo, quien estaba sobre un charco de su propia sangre, apenas respirando y los ojos ligeramente abiertos.

Segundos después médicos entraron en la sala para acostar al anciano en una camilla. Les costó separar al niño de su abuelo, pero a duras penas lo consiguieron.

Pusieron sobre los hombros de Feliciano una manta anti-traumas y le regalaron un peluche de un perrito para que lo abrazara, pero él no quería un estúpido perrito, quería a su abuelo saltando de nuevo con él en el salón, quería a su hermano a su lado, quería a su padre y a su madre vivos, con él.

Estuvo esperando en una sala de espera durante cuatro horas.

-Feliciano Vargas?

El niño asintió.

-Pase, por favor.

Él hizo lo que se le ordenó.

-Bien, primero voy a decirle que su abuelo está bien. Despertará, no se preocupe. Ahora, vayamos a lo importante. Soy una enviada del ministerio de magia, recibió hoy usted una carta, cierto?

Feliciano asintió.

-Le voy a acompañar a comprar todo lo que debe para este curso y el 1 de septiembre, el día que deberá acudir a las clases, también lo acompañaré.
Vivirá conmigo mientras tanto.

La mujer que estaba frente a él era pelirroja, con ojos castaños y debía tener unos 20 años. Era muy elegante.

-Mi nombre es Rosa Weasley, un placer conocerle.

Extendió la mano y Feliciano correspondió al apretón de manos.

-¿Eres Rosa Weasley, nieta de Ron Weasley?- Habló por primera vez tras 4 horas Feliciano, con un tono entre serio y temeroso.

-Parece que me conoces.

Silencio.

Rosa se levantó de su asiento y le dio un abrazo.

-No te preocupes, todo va a estar bien y además, tu hermano Lovino está en Howarts, ¡os vais a reencontrar!

-... ¿Cómo podré decirle que nonno casi muere? He sido todo... culpa mía...- Feliciano comenzó a sollozar levemente.- Mamá murió por mi culpa... y papá murió porque yo maté a mamá y ahora nonno casi muere solo por dar estúpidos saltitos por que recibí una estúpida carta... es todo culpa mía, es mi culpa, mi culpa, mi culpa, ES MI CULPA.- Le pitaban los oídos, algo no paraba de susurrarle que era todo su culpa... no podía más. Se tapó los oídos y el sollozo se convirtió en un llanto desesperado.

-NO NO NO NO, NO LLORES FELI, ESTÁ BIEN, NO ES TU CULPA, TÚ NO HAS MATADO A TU MADRE, MURIÓ POR ACCIDENTE, TU PADRE SE CORTO LAS VENAS PORQUE ÉL QUERÍA Y RÓMULUS TENÍA QUE HABERNOS DEJADO HACE YA MUCHO, ES UNA SUERTE QUE SIGUA VIVO. No es tu culpa, Feli. Tú no has buscado nada de esto.

El nombrado levantó la cabeza, que estaba escondida entre la chaqueta que llevaba Rosa. La miró a los ojos aún con lágrimas y la abrazó con más fuerza.

-Gracias... Lo siento...

Ella se limitó a sonreír con ternura y susurrar un pequeño "de nada".

Aunque habían aceptado a Feliciano en la academia, no estaba segura sobre si lo iban a aceptar bien o si le gustaría lo que enseñaban.

Tras haber hablado aquella tarde, Rosa llevó al niño como huésped a su casa. Le dedicó una habitación pequeña y acogedora, limpia y ordenada. Feliciano estaba muy a gusto con su habitación, aunque no había hablado en todo el viaje y como agradecimiento había agachado un poco la cabeza como reverencia.

Le preocupaba la salud mental de aquel chico.

Al día siguiente, él bajó a desayunar aún con una cara fúnebre y triste.

La casita de Rosa tenía dos pisos, en la parte de abajo se encontraba la sala de estar, el comedor y la cocina, además de un baño. En la segunda planta había tres habitaciones, una con una cama matrimonial, otra en la que dormía Feliciano y la tercera estaba llena de polvo y trastos viejos, había sido usada a modo de trastero. Y falta mencionar que este último piso tiene un baño con retrete y una gran bañera que parecía no tener fondo.

Feliciano fue a la cocina donde se preparó él mismo su desayuno, ya que Rosa aún no estaba despierta y también le preparó uno a ella.

Así pues, él desayunó y luego volvió a subir a su habitación donde jugó con el perrito de peluche silenciosamente para no despertar a su cuidadora, quien más tarde despertó y bajó a la cocina.

Allí encontró un capuccino y unas magdalenas que no recordaba haber comprado. Había una nota.

Querida Rosa:

He despertado y tú todavía estabas dormida, así que hice unas magdalenas de chocolate y naranja para tí, además de haber desayunado yo, claro. Espero que sean de tu agrado y siento haber utilizado tus ingredientes sin tu permiso.

Feliciano~           

Ella sonrió divertida y probó las magdalenas.

Eran las mejores que había probado en su vida. La textura, el sabor y el olor inundaron su mente y abordaron sus cinco sentidos. Quedó medio aturdida. Estaban buenísimas.

Desayunó alegremente y subió al segundo piso para felicitar a Feliciano por el gran trabajo de pastelero que había hecho.

Abrió la puerta de su habitación y allí estaba él, sentado en el escritorio dibujando algo.

Ella se acercó y miró por encima de su hombro que era lo que trazaba delicadamente con su lápiz.

Era un perro. El mismo perro de peluche que le habían regalado los oficiales de policía ahora estaba siendo retractado en un papel por aquel niño y había que admitir que le estaba quedando muy bien, era muy realista, parecía una foto del peluche en blanco y negro.

-Feliciano... ¡Dibujas muy bien!

El chico giró la cabeza y susurró:

-Mi abuelo me enseñó...

Rosa se quedó mirándolo con tristeza y entonces le dio un abrazo.

-Gracias por hacerme el desayuno, fueron las mejores magdalenas que he probado en mi vida.

-De nada.

El resto de días transcurrieron con exagerada tranquilidad, Feliciano cada vez confiaba más en Rosa, que a su vez descubrió como era aquel niño.

Era muy extrovertido, le encantaba pintar, dibujar, cocinar y cantar, aunque esto último no se le daba muy bien. A pesar de su edad era bastante infantil e inocente, lo que hizo que la chica le tuviera más cariño. Y lo más importante era que tenía un corazón puro y siempre estaba dispuesto a ayudar.

Ella sabía que aunque él era así, Feliciano era una persona muy inteligente y madura, pero no siempre ese lado salía a la luz. Rosa creía que tenía algún tipo de trastorno.

Sin embargo, eso no era ningún problema para que acudiera a Howarts, allí tanto profesores como alumnos lo tratarían con respeto y amabilidad, más por deber que por otra cosa, pero sabía que se encariñarían con él fácilmente.

...

15 días antes del 1 de septiembre, Feliciano y Rosa fueron al Callejón Diagón. A través del caldero chorreante, ambos cruzaron un muro de ladrillos y ante sus ojos hallaron un callejón lleno de tiendas coloridas, extrañas, exóticas... en el aire habían varios objetos flotando como si nada, escobas, libros y otros objetos raros.

Caminando a través del lugar, el chico se fijó en dos tiendas:
Una de ellas era la tienda de mascotas, llena de animalitos preciosos, hermosos, lindos, adorables...
La otra era el local de objetos de broma que los Weasley habían llevado tanto tiempo.

-Ese local lo lleva mi hermano Matthias.- Comentó Rosa.

Bajaron por la calle hasta un edificio blanco, de mármol.

-Este es el banco de Gringotts, uno de los lugares más seguros de Inglaterra, junto con Howarts. Vamos a entrar a recoger el dinero de tu abuelo, lleva sin usarlo 60 años y no creo que lo vaya a utilizar más.

Feliciano asintió y entró al banco con Rosa de la mano.

El interior era hermoso. Las paredes eran de mármol, al igual que el suelo, que tenía un patrón similar al del ajedrez, había varias mesas de madera oscura donde unas criaturas extrañas a ojos de Feliciano, que había vivido ajeno al mundo mágico, contaban monedas, hacían papeleos varios y atendían a otros magos.

Rosa se paró frente a una de las miles de mesas que había.

-Disculpe, me gustaría retirar dinero de la caja de Rómulus Vargas.- Pidió ella. La criatura asintió y los llevó a una sala distinta. Se paró frente a una caja blindada.

-Contraseña.- Pidió él.

Rosa se acercó a la caja y susurró: Octavius Augustus.

Esta se abrió dejando ver una montañita de monedas de unos 4 metros de altura y 10 de ancho. Todas las monedas eran doradas.

-Woah- Dijo Feliciano, profiriendo un gritito de excitación.

-Ahora esto es tuyo, Feliciano.- Susurró ella.

Con un brillo en los ojos, el chico recogió varias monedas doradas y se llenó el monedero que había comprado en una feria en Roma, Italia con su abuelo y hermano, hace 4 años.
El monedero era una bolsita de tela naranja con cremallera y un simple dibujo de un pollito amarillo estampado en él.

Tras llenar su monedero, se lo metió al bolsillo y él y Rosa salieron del banco.

Compraron varias cosas, libros, plumas y tinta, cuadernos y un caldero.

Solo faltaba la varita y según la Weasley una lechuza también.

Algo que a Feliciano le pareció extraño fue el sistema monetario completamente diferente al que conocía.

Consistía en tres monedas:

Los galeones, monedas de oro y las que tenían el mayor valor monetario.

Los sickles, monedas de plata.

Los knuts monedas de bronce que tenían el menor valor monetario.

Según el sistema monetario, 17 sickles eran 1 galeón, y 29 knuts un sickle, lo que significa que hay 493 knuts en un galeón.

Entraron en un local donde vendían varitas llamado Ollivanders.

Un chico joven, rubio y de ojos azules con cejas bastantes pobladas, pero a pesar de ello bastante atractivo los recibió.

-Hola~ ¿Desean algo?- Preguntó alegre.

-Si, queremos una varita para este chico.- Habló Rosa, revolviéndole los cabellos a Feliciano.

-Soy Feliciano.- Informó él.

-Yo soy Oliver Ollivander, sobrino-nieto de el famoso Garrik Ollivander. He preparado unas magdalenas, ¿alguno de vosotros quiere una?- Preguntó.- Tranquilos, no están envenenadas.- Bromeó.

-No, gracias. Solo venimos a buscar una varita.- Sonrió Rosa.

-Bien, marchando.- Oliver fue a por una varita, que apresuradamente entregó al niño.- Agítala con suavidad.- Dijo al notar que que Feliciano lo miraba con incertidumbre.

Él hizo lo que se le pidió y la agitó.
Nada pasó.

-Parece que esa no, veamos...- Habló Oliver. Sacó otra varita.- Prueba esta.

Feliciano la agitó.
Nada.

-Tampoco, agh.- Dijo molesto el rubio.

-L-lo siento...- Se disculpó el niño.

-Por favor no te disculpes, no es culpa tuya, es la varita.

Estuvieron probando varitas durante tres cuartos de hora, sin éxito.

-Por favor... que esto se acabe ya... se me van a quemar las magdalenas que tengo en el horno...- Jadeó Oliver mientras sacaba otra varita más.

Feliciano, nuevamente la agitó, pensando que probablemente al día siguiente tendría agujetas de tanto mover el brazo.

Y entonces, algo salió de la varita, una inscripción.

El verla, Oliver quedó de piedra.

-Oh dios mío...

-¿Que pasa, Oliver?

-Tú... no eres alguien normal. No, no lo eres.

-¿Qué..? ¿Por qué?

-Nada, llévate esa varita. Es tuya, úsala bien. Oye, chica.

-¿Si?- Preguntó Rosa.

-Necesito que te quedes un segundo conmigo, para hablarte de algo.

Ella asintió.

-Feliciano, ve yendo a la tienda de mascotas y cómprate una lechuza.- Ordenó Rosa, a lo que el niño asintió alegremente y salió del local.

Fue directo a la tienda de animales y habló con la dependienta, pidiéndole una lechuza.

Rosa salió de Ollivanders, pálida y con con la mirada perdida. Se dirigió a la tienda de mascotas y en la puerta estaba Feliciano, esperándola.

-¡Rosa, Aquí!

-Oh... Feliciano, ¿has comprado ya la lechuza?

-Si.

-¿Dónde está?

El niño señaló su hombro izquierdo, donde había una bolita amarilla. Era un diminuto pollito.

-¿Tú crees que eso te va a servir para el correo?

-Sí, claro que sí, mira.- Le dio una de las bolsas al pollito, que la recogió sin problema aunque fuera mucho más grande y pesada que él y revoloteó un poco por la zona, luego volvió al hombro de Feliciano.

Rosa estaba anonadada.

...

Terminaron de comprar todo lo que debían para dentro de dos semanas, 1 de septiembre. Rómulus seguía sin despertar.

Los días transcurrieron rápido y finalmente llegó el día.

Rosa acompañó a Feliciano a través de Kings Cross, hasta el andén 9. Allí se paró frente a un muro, miró alrededor para asegurarse de que ninguna persona normal o muggle los miraban, sujetó de los hombros al niño y le susurró:

-Sique adelante, hacia pared, con decisión. No te chocarás.

Feliciano entonces respiró hondo, esperando que ella tuviera razón y corrió con los ojos cerrados, empujando un carrito con todo lo que debía llevar a la academia. Atravesó la barrera y lo primero que vió fue un cartel en el que ponía:

Andén 9 y 3/4

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Espero que os haya gustado este capítulo :D en el siguiente Feliciano hará muchos amigos :DDDDDDD

Me despido.

Ci vediamo dopo~







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