Unos villancicos por la paz

Peter se veía absolutamente perdido. Tony había conseguido, gracias a un esfuerzo que no le enorgullece, traerlo a casa sin volver a ponerle las manos encima. Eso seguro que contribuía en gran medida a su estado de flagrante desconcierto. Sabía que cada cosa que hacía esos días lo volvía un hombre peor que el de ayer y mejor que mañana, pero con suerte, mucha suerte, esa noche conseguiría al menos situarlos a los dos en la misma página y parar con toda aquella caótica locura.

No es que eso hiciera una mejoría en su estatus de: jodida mierda, pero no alimentar las inseguridades de Peter sonaba a algo propio de un buen tipo. Si fuera excelso, ni siquiera hubiera volteado su mirada, pero estaba claro que mientras en los inicios de su relación Peter despertaba la humanidad en él, en la actualidad, solo hacía aflorar su inmundicia. Bien, lo mismo. Steve debió dejarlo morir. En el instante en que el estúpido se metió y lo impidió provocó aquello.

—¿Quieres tomar algo? —pregunta Tony, dejando caer la chaqueta en el sillón.

La casa estaba sola. Así lo planeó y por eso se aseguró de que Rhodes se llevara a Vision a hacer quién sabe qué. Mejor no averiguar ciertas cosas. El silencio tensa el ambiente o es la culpa carcomiendo, no sabe, pero lo percibe pegarse como una segunda piel a su cuerpo.

Planeó aquello, pero no planeó lo que pasó en el jodido patio antes de arrastrar a Peter con él. No tenía forma de explicar qué maldita mierda se le atravesó por la mente para hacer algo tan idiota e irresponsable, pero Dios, Peter estaba allí en el suelo, rodeado de hermosa y blanca nieve, con las mejillas ardiendo, respirando aceleradamente y con una erección. Era un maldito humano. Esa era la única excusa para su pobre accionar.

Apura el paso hacia la sagrada barra que tenía en una de las esquinas de la sala principal. Ya puede visualizar el trago que sí necesita tomar si piensa sentarse a hablar seriamente sobre ese asunto.

Peter iba muy en serio. Muy. Fue estúpido besarlo la primera vez y en el hospital no fue más inteligente, pero era claro que Peter estaba a por ello y Tony podía ver el inevitable final más cerca que lejos: juntos de aquella retorcida manera o separados. Nadie besaba y se ofrecía así para luego solo apagar ese fuego. Eventualmente el deseo que sentía iba a volver a irrumpir entre ellos y esa segunda vez no habría nada que pudiera hacer para impedir su huida. No importaba si de verdad lo amaba, hasta el más grande de los amores terminaba por morir si no era correspondido. Pero el deseo, eso siempre estaría allí, así Tony se volviera un jodido monje tibetano, y Peter, como cualquier mortal, no podría tolerar, ni soportar, por siempre el rechazo.

—¿Peter? —reitera intentando no sonar impaciente, pese a sus propios nervios.

Asustarlo sonaba a una forma muy poco prometedora de iniciar aquello. Y Tony necesitaba que las cosas salieran según lo que fríamente planeó. Peter tenía que aceptar aquello, tenía que hacerlo, sin saber, en sus propios medios y así lograría dar el primer paso en la dirección indicada.

Peter juguetea con los bordes de su suéter y lo mira con esos ojos inmensos perdidos entre sus pensamientos. Eso era peligroso, porque el maldito era demasiado fluctuante como para que Tony pudiera prever con qué le saldría.

—¿Agua? ¿Refresco? ¿Jugo? —enumera, sintiendo el filo de su paciencia arañar su determinación.

—Oh, ah. Ponme lo mismo que tomes tú.

Tony reprime una risita socarrona y asiente con la mayor seriedad que es capaz. Sabe que no debería hacerlo, pero ¿cómo va a resistirse cuando se la dejaba tan fácil?

—Bourbon seco, doble, entonces.

—Hum, bueno...

—¿Agua, refresco o jugo? —reitera divertido.

Peter estrecha ofendido los ojos y lo mira apuñalándolo a través del pequeño espacio entre sus pestañas. La mirada recelosa se limpia de toda duda y esos ojos suyos refulgen molestos en su dirección. Esa cosa que se retuerce feliz cada que pelean y se molestan acaricia la punta de sus dientes, lista para darle un mordisco. No tiene un solo instinto en su interior que sea capaz de frenar su respuesta biológica a Peter listo para ensartarle un golpe en la cara. Es algo demasiado primitivo como para poder medirlo siquiera, ya que hablar de refrenarlo.

—¿Sabes? Bourbon suena bien para mí.

La violenta imagen de Peter ebrio lo vuelve humilde. El peligro que encarna a su ecosistema personal la idea de un Peter Parker desinhibido y sin ataduras era el equivalente a soltar una cerilla encendida en el seco suelo de California. Un incendio forestal furioso y devastador.

—Te las verás conmigo si te atreves a devolver una sola gota —las mejillas se le colorean furiosamente unos segundos después y pese a que se muere por arrancarle qué guarrada es la que vino a invadir su mente, se abstiene de hablar.

Tony se abandona sobre la botella a pocos pasos y sirve un vaso con tres medidas, que baja de un solo golpe. El alcohol quema deliciosamente cuando baja por su garganta y le aclara la mente. La voz de Rhodes, cansada, hastiada y harta de oírlo buscar peros, quejas y fallos en su plan, lo sacude: El chico tiene hormonas Stark, quiere follar ¿Desde cuándo te haces el que no comes dónde trabajas?. Deja que experimente, se aburra y luego sigues. El chico te deja por sus propios medios y listo.

Sí, Tony también había tenido esa idea, pero estaba resultando ser algo mucho más fácil de decir que hacer. Y no porque le costara imaginarse follar hasta caer con los huesos derretidos sobre Peter, eso era la mar de fácil de ver. El jodido problema era que Tony temía que Peter no se canse en lo absoluto de él y que, de hecho, lo que él consideraba solo podía ser un calentón, fuera algo mucho más real.

Y no había nada más peligroso que esa opción, porque Tony empezaba a darse cuenta de que si tener a Peter como pupilo era magnífico, tenerlo como amante podía ser la gloria. En especial si recuerda cómo de bien se sintió su cuerpo bajo el suyo, si recuerda cuán glorioso era el sonido de su voz gimiendo su nombre una y otra vez, en medio de un delirio de lujuria y necesidad. Sí, no, la idea de Tony aburriéndose de eso era bastante insólita.

Con estoicismo y juicio sirve otro poco de bourbon en su vaso y coge otro para Peter. Finge que sus malditas manos no tiemblan y cuadra los hombros, preparándose mentalmente para lo que viene, intentando no dejar que su mente se adelante a los acontecimientos planeados para esa noche.

No solo está seguro de que no le gustará, sino que da por sentado que el alcohol no le hará nada. Jamás perdió el tiempo en preguntarle eso y él no tenía motivos para lanzarse a hacer una prueba a espaldas de Peter. Suponía que debía ser como Steve y ese poco de alcohol no le haría nada más que toser descontroladamente.

—Ten —dice girando para darle la bebida.

Los ojos cafés viajan a su vaso y Tony contiene una mueca que tironea en la comisura de sus labios. Peter no parece estar muy satisfecho con la nueva medida triple en su vaso. Bueno, Tony no se sentía mejor con las jodidas y perversas fantasías, que no paraban de asaltarlo una y otra vez, y tenían su jodida mente en un estado de cachondez máxima; donde, desde hacía puñeteros 23 días, Parker se las arregló para meterlas con un beso.

Peter mira otra vez el vaso y su mano, mira el líquido ámbar y parece dudarlo unos segundos, antes de tomarlo con la punta de los dedos.

No llega a abrir la boca. Estaba pensando una pulla cuando Peter apuró el vaso y el whisky en él. Cuando termina de pasar el líquido, le regala una mueca poco convencida y le tiende el vaso encogiéndose de hombros.

No tose.

No se ahoga.

No parece acalorado.

Y, definitivamente, no parece ser la primera vez que toma.

—Prefiero el irlandés —declara, impertérrito al desastre mental que lo envuelve, estirándose para acomodar el vaso que Tony es incapaz de coger en la mesa ratona que está a unos pasos.

Tony, lo que sí puede percibir, es que el suelo tiembla y se resquebraja a sus pies al oír la voz suave y cálida de Peter. La mirada de suficiencia que el maldito le lanza es un poema y un detonante remoto a su propio deseo.

—Demasiado espaciado y suave —murmura atontado, quizá más embelesado con el hecho de que Peter se viera jodidamente caliente ahí parado, cuál maldito catador de whiskys.

—Dije irlandés, no escocés —aclara, guiñándole un ojo divertido.

La polla de Tony se pone dura por instinto. La mirada café tensa y arrogante es una versión nueva y exótica de la que está acostumbrado. El interés sexual que hubiera podido sentir por su pupilo se siente repentinamente infantil. Ahora sí siente el maldito fuego subir por su garganta y viajar como ondas eléctricas por toda su columna avivando cada músculo y célula de ese estado de hibernación en el que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba. La sed por tomarlo es tan abrumadora que puede sentir en las yemas de sus dedos el calor del cuello de Peter, que fantasea con coger y empujar al sillón, para poder subirse sobre él y devorarlo.

—¿Desde cuándo sabes de whiskys? —musita viendo como la imagen de Peter se distorsiona y expone a sus ojos un hombre travieso y sensual, listo para jugar de igual a igual con él.

—Fui a la universidad, señor Stark —aclara como si fuera estúpido preguntar.

Conteniéndose para no ronronear, Tony se adelanta un paso. Peter no retrocede y no espera que lo haga. Su mirada lo controla, estudia sus movimientos y no diría que es la mirada de otro depredador. No, esa mirada que le lanza es la de un cazador que intenta empujar a su presa a la trampa. Un lindo domador de gatos grandes y fuertes o un cazador furtivo, especializado en las presas más peligrosas y exclusivas. Su pecho se hincha y pasea la punta de la lengua por los labios. El seco y duro gusto del whisky le limpió del paladar el sabor de la boca de Peter.

Una parte de su mente se desdobla y se pone a imaginar cómo es que debía saber la boca de su pupilo, ahora que tomó de su reserva personal. El imaginario del resultante hace que se le tense la parte baja de sus pantalones.

—No recuerdo que en el MIT tuvieran una clase especializada en eso... —comenta acercándose otro paso, casi pegando sus torsos.

—Me apena su experiencia universitaria si el único lugar donde aprendió algo fue en las aulas, señor.

Tony aprieta el agarre de su vaso y hace un esfuerzo por no cogerle el pescuezo y mandar al jodido demonio su idea de hablar y establecer límites adecuados para aquella estupidez.

—Tenía nada más que 14 cuando me anoté, no solían invitarme a fiestas —se excusa con un mohín triste.

—Puedo enseñarle si lo desea.

Oh, la imagen de Peter recostado en su cama, gimiendo mientras Tony bebe un escocés de la base de su cuello es tan erótica que la sonrisa de depredador que jala de sus labios tiene vida propia.

Maldito y astuto chico.

—Y eso nos trae al punto que tenemos que discutir —canturrea apretando con firmeza la correa de su cerebro, impidiéndole caer sin más en la jodida treta que le intenta tender un crío.

—¿Quiere que le explique algo en particular?

Intenta ponerlo entre la espada y la pared. La mirada muerta de deseo que tiene rato fija en él es lo único que necesita para saber que Peter está al cien por la opción de tener sexo. Allí, sobre el pobre tapete, en el sillón o en su cama. Lo pide con tal descaro que Tony muere por hacer realidad sus sueños. Pero su reputación quedaría seriamente manchada si se dejara engatusar por un mocoso.

Dando un paso atrás, corta la tensión que imantada buscaba aplastarlos uno contra el otro. Sin notarlo, el chico da medio paso buscando no acrecentar la distancia, pero Tony pasa de él y se dirige a paso firme y despreocupado al gran piano que tiene en la otra punta de la sala.

Por suerte la nueva posición que elige para sostener esa plática hace que le dé la espalda, de lo contrario, el chico notaría que la tiene dura y que la jugada dio en el blanco.

Maldiciendo su propia debilidad, Tony vuelve a sujetar el control de la noche. Cuando estuviera solo, analizaría en qué punto Peter se lo robó y cómo demonios tenía que blindarse para jamás permitir que pudiera volver a hacerlo. Si no se andaba con cuidado, un maldito mocoso iba a marcar el compás de sus movimientos.

Se deja caer en el asiento y desliza los dedos por las teclas frías, buscando la forma correcta de hacer aquello. Acomoda el vaso de Whisky sin terminar en la tapa del majestuoso instrumento y evoca la calma en su interior. Le cuesta horrores, porque en ese mismo momento en lo único que puede pensar es en desnudarlo sobre el jodido piano y devorarlo entero.

—Si me diera una guitarra podría ayudarle, pero no sé tocar el piano.

Tony alza la vista de golpe y la clava en Peter, que vuelve a mostrarse incómodo. Sus mejillas estaban sonrojadas, pero no se veía otro signo de que hubiera tomado un trago bastante fuerte.

—¿Tocas la guitarra? —pregunta sintiéndose estúpido.

—Sí señor. Y también algo de la batería.

Desconcertado, menea la cabeza. Una cosa que había creído, y dado por seguro, era que sabía todo de Peter. Sería sumamente gracioso que a estas horas se fuera a enterar de que eso no era verdad. ¿Cultura alcohólica? ¿Músico? ¿Bueno para el coqueteo? ¿Patinador?. Una ligera punzada en la cabeza le hace contener un gruñido. Sabía que era un chico con un caso serio de TDA, pero no imaginó jamás que fuera así de grave. El día tenía 24 horas, ¿cómo se las arreglaba para poder meter todo eso?.

—Te la pasas metido aquí todo el día, ¿cómo puedes saber tocar?

—May intentó que toque el piano, pero no tenía el mismo enganche que la batería. Empecé cuando quedó en claro que me iba a rehusar a pasar un segundo más frente al piano de la sala. Pero se imaginará que ella no pudo soportarlo en un apartamento tan pequeño. La guitarra vino después de eso.

—¿Y sigues haciéndolo?

—Lo hago. Podría ser su guitarrista principal si quiere formar una banda —ofrece con una sonrisa encantadora.

Tony, vaya que lo hace, imagina por un segundo a Peter como rockstar. Cuando se le seca la garganta, tiene una vez más que acomodarse para que su dolorida polla no pulse contra la costura de sus pantalones. Siempre le decía que era un compendio de sorpresas, pero era más algo que decía sin pensar que algo de lo que dejar constancia. Ahora, sin embargo, se daba cuenta anonadado de que Peter, en efecto, era muchísimo más que el chico que se sentaba en su taller y lo atormentaba a punta de un parloteo incesante.

Lejos de los pensamientos incoherentes producidos por la lujuria, Tony se da cuenta de una verdad que jamás siquiera contempló: había todo un mundo de cosas que no sabía de Peter. La idea enfría su cuerpo. La sensación confortable de comodidad y seguridad se estremece y un sentimiento poco agradable de paranoia lo envuelve.

¿Peter era algo que no conocía?. La idea lo asusta y le desagrada a partes iguales. No se siente correcto que ese fuera el caso. Tony disfrutaba las sorpresas, como todos, en su justa y sana medida; pero no le gustaba esa en particular. En otro momento hubiera sido interesante, pero allí, allí solos en la penumbra, un terror extraño se apodera de sus pensamientos.

¿Cómo podría asegurarse de que lo tendría siempre bajo su ala, si no lo conocía? No podía hacerlo sin tener toda la información, cualquiera podría venir y robárselo si se descuidaba. Una persona que lo conociera más podría satisfacer todas aquellas pequeñas cosas que hacían feliz a Peter y Tony ni siquiera podría empezar a entender cuándo se volvió esta presencia aburrida y monótona, absolutamente reemplazable.

—¿Qué esperas de esto, Peter? —masculla más seco y duro de lo que originalmente pretendía.

La sonrisa algo bobalicona que le había regalado vuelve a transformarse en una mueca rígida, y Tony, se maravilla una vez más de lo rápido que es capaz de entrar y salir de diversos temas.

—No entiendo de qué habla —dice con calma y esa cosa que empezaba a sentirse nerviosa y recelosa en su interior se tranquiliza, porque se da cuenta de que si no fuera porque lo conoce, hubiera creído su actuación.

Agradeciendo la ligera penumbra que las luces bajas le daban a la estancia, Tony recarga el codo sobre el bordillo del piano y mira a Peter con menos pudor del que sentiría si ambos se vieran más nítidamente. No quiere reconocer que está maravillado, intrigado y nervioso; pero debe. Debe, porque Peter estaba demostrando ser más listo. Quizá solo estaba más lúcido, pero esa posibilidad no le ayuda en nada.

—No puedes ser tan idiota como para esperar algo serio. —continúa—. No conmigo. Sabes, sin que Rhodes te lo tenga que aclarar, que no soy de esos. Así que me muero por entender qué es lo que esperas.

Daba por sentado que no respondería enseguida, pero no que de plano no lo hiciera. Peter no era capaz de mantener el silencio. Esa era una verdad universal y no conocía a nadie que pudiera dar testimonio de lo opuesto. Pero entonces Peter pasó los siguientes diez minutos en silencio estoico y calmado. Los nervios de Tony, en cambio, se tensaron y revolvieron a la espera.

—Dime que no algo serio —pide y la boca del maldito mocoso se tuerce tirante.

—No es que creyera que es algo que pasaría ya mismo...

—Peter, no pasará. ¿Sexo? Dios sabe que estoy en ese barco —gruñe con nada de elegancia o tacto, mandando al carajo irse con vueltas—. ¿Pero algo serio? ¿Serio, Peter?

—Me enseñó a apuntar alto. A no conformarme con la mediocridad, ni siquiera en mis sueños.

Hilarante. Todo aquello era hilarante.

—Me refería a que aceptaras trabajar para mí cuando te graduaras —gruñe entre dientes—. No a esta idiotez.

Su pupilo, ese maldito chico que obviamente Tony no conoce, solo lo mira y se encoge de hombros.

—Pensé que era claro —añade resucitando la fe de Tony en la humanidad, como ahora consiguiera mantenerse en silencio, iba a morir de una embolia—. No creía que fuera a pensar que haría... esto por algo de una noche.

Tony tiene que morder sus labios, pues está por responder que jamás sería algo de literalmente una noche. No con ese cuerpo, no con esa inteligente boca que, aparentemente, era más que capaz de mantenerlo interesado por mucho más tiempo del imaginable.

—No me queda claro por qué es que esto empezó.

—No se preocupe, somos dos los que no lo entienden.

Lanzándole una mirada mordaz, Tony suspira apretándose la frente. La mano que no usa para aflojar la maldita migraña que empieza a pincharle tras los ojos, la usa para acariciar las frías teclas del piano. El movimiento lo desestresa, lo lleva a un buen lugar.

—¿No lo va a intentar, no es cierto?

Retirando la mano de su vista, Tony lo mira y menea la cabeza.

—No puedo, Peter. No puedo darte eso. Ni siquiera entiendes lo que quieres. Supongo que sé lo que imaginas, pero eso está muy lejos de la realidad. ¿Un poco de diversión? ¿Algo casual? Dios, mocoso, no sabes lo bien que podría hacerlo funcionar, pero ¿serio? No, Peter. Esa no es una promesa que pueda cumplir.

El chico lo mira y Tony no ve nada de sorpresa en sus ojos. Es claro que se imaginaba su respuesta. Definitivamente perdido con la estrategia que sea que tenga planeada, se mantiene en silencio, empujándolo a hablar.

—Lo siento, yo... lo mejor será que me vaya.

—Peter...

—No, está bien —jura y ambos saben que es en vano—. Volveré cuando terminen las vacaciones.

Ya. Pagaba por ver, pero la verdad es que la charla decantó a un punto que en parte y en buena medida, le servía. Era algo con lo que podía trabajar, así no le gustara hacerlo. Esperaba, de verdad esperaba, que la cosa fuera menos complicada, pero igual no era sobre algo que no pudiera trabajar. El riesgo sería mayor, pero la recompensa caería sola si las cosas iban según su idea.

—Ven a cantar villancicos conmigo, Peter —ofrece cuando lo ve empezar a girar para alejarse.

—No canto bien —musita con todo ese tono derrotado, volviéndose a verlo una vez más.

—Yo sí, puedes venir y arruinar mi estilo —ofrece galante.

Peter se ríe, pero el sonido está a años luz del que tantas veces calentó su pecho.

—Aún estoy enojado —le recuerda y Tony no sabe si reírse o llorar por su torpe intento de relajar el ambiente—. Dije que iba a perdonarte, no que era un hecho consumado.

Tony le sonríe compasivo y golpea con una mano el pedazo de banco desocupado junto a él.

—Bien, un recital privado hará que te sientas más indulgente.

Arrastrando los pies con pesadez, se acerca y se sienta lo más lejos que puede de él.

—¿Qué intentas hacer? —le pregunta al fin viéndolo detenidamente a los ojos.

—Cantar villancicos contigo.

Peter, con un resoplido burlón, le rueda los ojos. Su mueca se vuelve seria cuando vuelve a verlo. No tiene ni una pizca del chico tonto que en su taller jugaba con Dum y eso, de alguna forma, así le gustara, lo entristecía.

—No quieres lo que yo, y ¿pretendes que me conforme con menos?, ¿tú pretendes que me conforme con menos que todo?

—No creas que me vas a enredar en mis propios consejos —lo reprende dándole un codazo suave en las costillas.

Peter se sonríe y se le arruga la nariz ni bien lo hace. Y ahí, escondida, casi imperceptible, está esa sonrisa por la que Tony arriesgó el mundo tal cual lo conocían.

—Pudo funcionar.

—No, no pudo. Yo inventé la manipulación —se jacta arrogante.

Peter le hace un mohín, pero no intenta forzar las cosas. Agradece su silencio. No solo porque de verdad quería tocar, sino porque alargar esa parte de la discusión no solo no tenía sentido, podría perjudicar el plan general.

Tronándose los dedos, Tony hace un poco de show al prepararse. Le arranca otra sonrisa a Peter cuando se endereza ligeramente y se acomoda la imaginaria cola de un saco de pingüino. Esta vez, la caricia sobre las teclas es más lenta y suave. Acomoda instintivamente las manos y la música empieza a fluir entre ellos.

La melodía es demasiado familiar como para olvidarla. Cuando su madre se la hizo aprender, Tony la odió, la odió con todo su corazón; pero ella la amaba, y la amaba tanto que se la pedía una y otra vez. Y Tony, que ni siquiera en su corta infancia, era capaz de hacer muchas cosas que hicieran que ella lo mirara orgullosa, se aferró a eso, sin querer, con vergüenza y esperanza. Esperó por años a que su forma de tocar el piano hiciera que dejara de irse en Navidad a esas cenas costosas y lejanas. No pasó y eventualmente empezó a tocar por costumbre, más que por placer. Y pese a que lo odiaba, en el fondo amaba verla mecerse con esa sonrisa complacida en el rostro.

—Tocas muy bien. May te aprobaría —musita el chico, mirando con respeto sus manos.

Tony le sonríe arrogante, pero no deja de tocar. La melodía rompe a sonar más fuerte, más rápida y más Navideña, un segundo antes de que empiece a cantar. El whisky le ayuda a entonar sin necesidad de calentamiento previo y, pese a que lo invitó, Peter no canta. Duda sobre si verlo o no temeroso que el momento fuera demasiado íntimo, pero la música y los recuerdos que evoca dentro de él son demasiado fuertes como para pensar en nada más.

La letra se desliza por su garganta y sale fuerte y vibrante por sus labios. Sube y baja con ella, llenándose de tantos y tantos recuerdos que hasta no terminar, no se da cuenta de que había cerrado los ojos y se había inclinado sobre el piano. Un poco intimidado por la forma fija en la que Peter lo mira, Tony se remueve ligeramente en el asiento.

—¿Es que quieres enamorarme aún más, o solo buscas ver si puedes provocarme un infarto?

—Esperaba un poco de aplausos... —masculla tensamente, intentando omitir mentalmente la parte de "aún más".

—No sé si los mereces —suspira haciendo un puchero—. Primero rompes mi corazón y ahora quieres que te aplauda.

Tony siente que la tirantez entre ellos se evapora. La idea de Peter riendo de aquella mierda es más que un cálido sueño, es la meta que persigue.

—Deja de ser tan dramático —lo reta juguetón.

—En verdad no crees que... ¿Ni un poco? —termina rápido, sin decir exactamente lo que viene a su mente.

Ninguno necesitaba oír esa oración entera y ambos agradecen el no tener que hacerlo.

—Podría hacerte feliz por un tiempo, ¿no suena a algo que puedas tomar? —pregunta, mucho más esperanzado que actuando, pese a que lo segundo es lo que debía ser verdad.

—¿No confías en ti o no crees en mí?

—Empiezo a extrañar esos días cuando no jugabas a ser tan críptico —suspira sonoramente.

—No confías en que puedas amarme, o no crees que yo... que yo pueda hacer que lo hagas.

La culpa. La maldita culpa. Y es que se ve tan pequeño a su lado, ligeramente encogido con los hombros tirados hacia adelante, retorciendo las manos con tristeza, que una de sus propias manos suelta el piano y se acomoda en la curva de su mentón, alzándolo ligeramente. No le gusta verlo así de rendido, de apesadumbrado. Le gustaba verlo reírse, ser confiado así no tuviera con qué. Era parte de su encanto y Tony sabía que no valía la pena que perdiera eso por él.

—No soy un buen partido, créeme, no pierdes nada dejando pasar este tren.

Peter empuja el rostro contra su mano, se acaricia ligeramente en ella y suspira cerrando suavemente los ojos. Y oh, cómo quiere besarlo. Cómo quiere tomarlo y guardarlo en algún lugar donde nadie pudiera mirarlo, tocarlo o dañarlo. Pero Tony no puede darse esos lujos. Contra lo que más desea, baja la mano y la vuelve a poner sobre las teclas del piano.

—Siento mucho todo esto, señor Stark —dice con un susurro, luego de unos segundos, abriendo con cuidado sus preciosos ojos—. Creo que será mejor que me vaya. May estará preocupada.

Con un resoplido, le da la razón. Sin dudas su tía estaría preocupada, pero no por lo que Peter pudiera imaginar. Si Tony fuera ella, ya habría tirado abajo la puerta y lo hubiera matado.

Peter suspira bajo y está por enderezarse, cuando Tony lo coge del codo y lo detiene. La piel de todo el cuerpo le pica. ahí empezaba el verdadero desafío. Toda aquella charla previa solo fue un cebo, ahora que tenía a la presa sobre la trampa, tocaba jalar y rezar porque no se pudiera escurrir antes de atraparla.

—No terminamos de hablar —lo reprende.

—¿Para qué forzarlo, Tony?

Bueno, a "Tony" y su libido se le ocurrían unas quince poses y unos diez lugares como para empezar a responder por qué forzarlo podría ser una cosa estupenda, pero se contiene para no decir nada tan desagradable. Peter estaba hablando de sentimientos, no de follar. Lamentablemente.

Qué fácil hubiera sido aquello si fuera como Harley. Entonces la idea de Harley queriendo subirse a su regazo le hace arrugar la nariz y Tony casi empalícese ante lo fácil que resultaba imaginar a Peter en esas. ¿No era un mal augurio que pudiera ver a uno y no al otro, jadeando mientras lo folla? Y ¿no era muchísimo más preocupante, que imaginara sin problemas al más tímido y virginal de ellos? Porque Harley, si Tony decidiera querer tirarse a un pupilo, era la única opción. Harley disfrutaba follando por follar, no tenía problemas en mantener las cosas por separado. Peter era la carta al desastre. Pero con Peter si podía verlo, soportarlo y evaluarlo; mientras que la idea de Harley haciéndolo lo llenaba de repulsión, preocupación y deseos de patearlo hasta encerrarlo en un cuarto con un terapeuta que le resetee el cerebro.

—No eres un gran negociador —murmura, luchando una vez más contra su mente y los caminos intrincados que esta crea para perderlo.

—Me pareció entender que no estábamos negociando.

—Yo no dije que no debíamos intentarlo —argumenta remilgadamente.

Justamente receloso, Peter lo mira lentamente.

—¿Dices que crees que podrías amarme?

—Digo que si estás dispuesto a ver qué sale, podría estar dispuesto a ver qué sale.

A eso, su buen alumno, cruza los brazos sobre el pecho y lo mira suspicaz. La piel tras su cuello se eriza encantada con el juego. Peter no iba a caer sin más y quizá esa fuera la única cosa que tenían en común. Le gustaba, no estaba seguro de que pudiera quererlo como lo quería de lo contrario.

—No estás diciendo nada con esa afirmación. La posibilidad de una posibilidad no es una posibilidad, apenas es la idea de una.

—Bien, muy bien —lo felicita condescendiente y el chico le lanza una mirada envenenada en respuesta—. No creo que logres entender, a menos que lo pruebes por ti mismo, que no soy nada de lo que deseas.

La mirada café deja huella en cada parte de su cuerpo cuando lo recorre lenta y firmemente. Sin poder controlarlo el aire se atasca en su garganta. El deseo vuelve a golpearlo, enviando descargas y órdenes problemáticas a su cerebro. Le queman las ganas de tocarlo y hacerlo suyo, así como le quema la necesidad de escucharlo gemir su nombre y verlo colapsar roto bajo su cuerpo.

—Lo eres.

—Sigue así y dejaré de hablar, para empezar a demostrarte lo que te ganas cuando agitas carne frente a un animal hambriento —le espeta con la polla dura y palpitante bajo sus boxers.

—Pe-perdón —balbucea realmente arrepentido y abochornado.

—Decía —gruñe roncamente, acomodándose un poco mejor en el asiento, temiendo que la maldita polla le explote de un segundo al otro—. No creo que pueda funcionar, estoy seguro de que no lo hará, pero podría intentarlo.

—¿Si estoy dispuesto a dejarlo estar, por qué haces esto? —pregunta volviendo al tema, dejando relegada su timidez—. No necesitas... oh. Oh —reitera estudiando su rostro—. Quieres follar conmigo.

Joder, Tony no iba a salir bien parado de allí. Antes de escupirle en la cara que no era eso, se lo piensa mejor y cierra la boca. No podía decirle la verdad, así que mejor aferrarse a lo que Peter creyera más real. No le hacía feliz que su primera suposición fuera que Tony era un patético que por follar tocaría fondo, pero si eso era con lo que tenía que trabajar, que así fuera.

—¿Puedes culparme? Te advertí que soy tan egoísta como para querer disfrutar de ti así eso me lleve a poner mis deseos por sobre tus necesidades.

Entonces, hace algo completamente inesperado: estalla a carcajadas. Tony, con muy poca paciencia para su irreverencia, lo mira fríamente.

—Perdón. Lo siento —se disculpa cogiendo aire a bocanadas, intentando calmarse—. Es que, por dios... qué idiota soy. No es eso, ¿verdad? —pregunta, aun con la risa en su voz—. ¿Qué intentas? ¿Vas a lastimarme? —pregunta sin humor alguno, abriendo asustado los ojos—. No, harías muchas cosas, pero no eso...

—¿De qué hablas? —gruñe frustrado con su maldita manía de joderlo siempre todo.

—No quieres hacerlo porque no puedes quitarme las manos de encima. Perdón, es un poco culpa tuya, creo que el egocentrismo sí se pega. ¿Qué quieres demostrar haciendo esto? Hay una trampa aquí, lo sé. Te conozco lo suficiente para ver tus hilos.

—Que voy a joderte el culo como jamás en tu maldita vida nadie lo hará —le espeta mordazmente y Peter se echa ligeramente hacia atrás, asombrado por su exabrupto.

—Nadie jamás dudó eso —murmura cauto—. Solo no quiero que juegues conmigo. Al menos dime la verdad.

—Puedes seguir viéndome como el héroe que tienes en un pedestal o aceptar que solo soy un hombre de carne y hueso que desea llevarte a la cama y las excusas le valen todas.

—Podría, pero no harías eso conmigo —insiste serio—. No te arriesgarías a humillarme y herirme diciéndome que hay una posibilidad si solo quieres sexo.

Era de agradecer que le tuviera tal estima, pero resultaba un maldito incordio. Tony contaba con su fama de libertino irresponsable para que Peter creyera que eso era lo que buscaba.

—Tienes demasiada fe en mí y eso será lo que haga que te rompas la frente contra una pared.

Peter menea la cabeza, como diciéndole que sí y que no.

—Podría ser. Pero ya te dije, no recuerdo cómo era cuando no sentía... todo esto. Y quizá sea un tonto, pero, de verdad no creo que te arriesgaras a lastimarme —su mirada lo busca cuidadosa, sin mucha intensidad, pero sin rehuirle, revolviendo violentamente todas y cada una de sus malditas y discordantes emociones—. Sé que te importa lo que siento y te enoja todo esto porque, erradamente, crees que no seríamos compati- Oh, ¡no me jodas! ¿Es eso? —gruñe abruptamente, mirándolo con un nivel tan grande de exasperación que sus ojos brillan furiosos.

Tony podría matarlo. Puñetero crío que no paraba de joderlo. No era posible que siempre se las arreglara para descubrir sus planes; pero Peter se mueve como una pantera y termina sobre su jodido regazo, antes de que pueda alcanzar a parpadear.

El chico entierra con firmeza las manos en la parte posterior de su cabello y lo empuja contra su boca, besándolo bruscamente.

Bueno, él lo intentó. Lo intentó muchísimo.

Se abalanza sobre la boca que contra la suya pelea por hacerse un lugar entre sus labios. Le da lo que quiere. Empuja las manos en su estrecha cintura y lo aprieta contra su pecho, mordiendo y besando todo a su paso. Enreda sus lenguas, gime cuando su delicioso sabor acompañado del whisky se estrella contra sus papilas gustativas. El amargor y el alcohol calientan su piel y acarician sus sentidos.

El cuerpo de Peter se contorsiona contra el de él, embistiendo suavemente con las caderas, rozando sus muslos con el trasero y frotando descaradamente contra su abdomen la polla. Tony, incapaz de no pensar en que en algún jodido lado su pupilo tuvo que aprender a hacer aquello con tal nivel de habilidad, empuja con más fuerza sus caderas, lo siente rebotar ligeramente y escucha el jadeo complacido que suelta cuando le coge con ambas manos el trasero. Muerde su cuello, lo chupa y succiona, complacido con oír los murmullos necesitados por más que Peter le suelta cada que sus dientes le raspan la piel. Pero quiere más, quiere oírlo gritar por él, escuchar cómo su voz se rompe cuando el placer es insoportable.

Sin ver, sintiendo con cada fibra de su cuerpo el deseo de Peter empujarlos por el abismo, baja a tientas la tapa del piano. Las piernas largas y duras le rodean las caderas cuando los alza y lo lanza sobre su glorioso instrumento.

Los ojos cafés alumbran lujuriosos. Jadean uno contra la boca del otro, ninguno tiene en claro qué es estúpido y qué es correcto. O al menos Tony tiene claro que no lo sabe. Estaba delirando si creía que darle rienda suelta a aquello era un buen plan. Lame los labios de Peter, desliza las manos por sus piernas, acaricia profundamente sus muslos duros. El chico gime alzando las caderas, buscando que la caricia llegue a su entrepierna. Tony se relame notando la erección bajo el pantalón, pero la esquiva con una sonrisa.

—¿Qué haces, Peter? —susurra hundiendo la mano bajo su ropa, acariciando con la punta de los dedos su abdomen.

—Ju-juego tú mismo juego —responde desafiante, con una sonrisa que hace a Tony pensar en mil cosas pecaminosas.

—¿Planeas hacer de esto una comp...? Joder, niño. —gruñe viendo en toda su gloria como la piel le brilla tersa y acaramelada bajo la pobre luz.

Dejando caer al suelo junto a ellos la remera y el suéter, Peter se recarga con los codos sobre el cuerpo del piano. La mente de Tony se diluye entre las posibilidades. Solo un jalón lo separa de soltar el pantalón y poder darse un festín. La cruda y sucia imagen de Peter con las piernas abiertas mientras Tony hunde en él la cabeza le hace desear tener un maldito espejo. Ve en su mente la espalda encorvada, la cabeza hacia atrás con los ojos apretados y la boca abierta, incapaz de contener los gemidos que le arrancaría.

—Sería una competencia si no supiera que voy a ganar —se jacta el chico, pero está aterrado y sus ojos no pueden ocultarlo. Eso lo vuelve a la realidad, que no era nada mala comparada a su imaginación.

No responde, no puede, las manos de Peter se enganchan en la cinturilla de sus pantalones y Tony tiene que cogerlas y frenarlas antes de que allí sucediera un desastre. No quería que así fuera la primera vez. Peter no era de los que te follabas sobre un piano. Su mente se queja, porque la imagen del cuerpo a medio desnudar sobre su piano aún es nítida tras sus párpados y era prueba de lo contrario. Bien, no es de los que por primera vez te follabas sobre un piano. Quizá la tercera o la cuarta, pero no la primera.

—¿Te da miedo? —lo pica el maldito y Tony muestra los dientes.

—Cuidado, no quieras provocar algo que no puedas controlar —le advierte apretando con firmeza las muñecas.

—No sé, te veo muy controlado...

—Porque no soy un animal —se queja exasperado, empezando a sentir dolor en sus malditos huevos

—Una pena haber llegado a tu vida cuando dejaste de ser un semental...

Injuriado, Tony lo ve medio enderezarse, como si se predispusiera a irse.

¿Qué demonios...?

—No te preocupes. Podemos vernos mañana —ofrece escurriéndose entre su cuerpo, el asiento y el piano.

Parado a menos de tres pasos de él, Peter coge del suelo su ropa. No entiende muy bien qué es lo que pasó, pero de alguna forma, bizarra, le queda en claro que él se... ¿Negó?. ¿Lo hizo? Estaba seguro de que no, pero Peter se estaba vistiendo y lo miraba con pena. ¿Pena?

La polla le duele enterrada en sus interiores. No se negó, está seguro.

—¿Qué haces? —gruñe sintiendo un fuerte dolor punzar en la parte posterior de su cabeza.

—Me voy a casa, no haré que hagas algo que no...

Bueno aquello era un jodido colmo. Él no era un maldito cobarde. No era un condenado crío tímido o un viejo con reparos. Jodida mierda, Tony estaba en su puñetera plenitud sexual.

Con el fastidio por la osadía del maldito le coge del cuello y lo empuja por la sala entre besos y mordiscos bruscos. Y no frena hasta que la parte trasera de las piernas del mocoso chocan contra el sillón. Peter se deja caer y separa las piernas para que Tony se acomode entre ellas, luego de lanzarle solo una mirada de advertencia.

Sus bocas se enzarzan en una batalla épica por el control. Peter gime destrozado cuando empuja la boca por sus pezones y los muerde. Le aferra los hombros, lo araña y se estremece con cada lametón profundo que da entre sus abdominales. Bajando sin miramientos hasta morder la piel sensible justo sobre la cintura de sus pantalones, Tony clava en él su mirada.

—¿Seguirás haciéndote el inteligente conmigo, niño?

Negando furiosamente, Peter estira una de sus manos e intenta cogerle del cuello, pero Tony es más hábil y diestro, lo esquiva y baja hasta sus piernas, donde muerde sus muslos y la cara interna de los mismos. Jala del jean que trae, raspa la tela contra su rostro y la piel tersa que estos protegen. El niñito arrogante se retuerce poseso, pero Tony en verdad va a hacer las cosas con decencia, así que vuelve a subir y se recuesta sobre él, besando largo y tendido su boca.

Las caderas de Peter se aplastan a las suyas, restriega sus miembros con fuerza, desesperado por venirse y pese a su buena intención, no es ni un santo ni idiota. Las piernas de su pupilo lo anclan y le impiden alejarse, sus ojos brillan rogando porque no huya, no lo abandone a las garras de la necesidad y pese a que una parte de él susurra atormentada que no puede hacerlo, que no puede hacerlo con un chico al que le saca más de veinte años y es su maldito pupilo, lo desea tanto que ni reencarnando cien vidas podría evitar lo que viene.

Con mano rápida sujeta su propio pantalón y lo suelta lo justo antes de encargarse del de Peter. Evidentemente el pobre lo malentiende y Tony tiene que volver a besarle y morderle el cuello para evitar que entre movimientos desesperados se arranque el puñetero pantalón. La idea lo atormenta otro poco, porque el deseo lo atraviesa y lo rompe. Abre su carne con sus filosos dientes cuando apenas alcanza a imaginar el orden correcto de cosas que podría hacerle si lo tuviera completamente desnudo bajo él, ansioso y dispuesto a tomar todo lo que venga.

—Sh... —susurra contra su oído, deslizando la mano por el interior de su ropa.

El miembro de Peter pulsa húmedo y rígido contra su mano cuando lo libera y necesita fuerza de voluntad para no inclinarse y llevárselo a la boca. Podría, la boca se le llena de agua ante la violenta imagen de Peter embistiendo errático y desenfrenado contra él, pero jodida mierda si lo hará, lo hará como se debe y como se debe no es en su sillón, no es esa noche donde ambos tienen la mente saturada. Es arrogante y quiere que Peter pierda la cordura deseándolo, solo pensando en lo que Tony le hará, cómo y por cuánto tiempo. No quiere tenerlo a medias, pensando y sintiendo por un futuro incierto.

Tony se encarga de su erección. La arranca fuera de sus pantalones, gruñendo un improperio cuando la mano de Peter intenta cogerlo. Se aleja un poco, o lo intenta, pues las piernas de Peter no le dejan mucho espacio. Lame su cuello hasta terminar paseando la lengua por su oído.

—Déjame a mí, encanto —musita roncamente, cogiendo con los dientes la carne suave y esponjosa.

Peter gime bruscamente cuando toma en una mano ambas erecciones. Le clava las uñas en los hombros y separa tanto las piernas que una cae por el costado del sillón y la otra por el respaldo. Con mejor libertad de movimientos, mejora el agarre sobre sus miembros y empieza a subir y bajar rítmicamente, disfrutando del tortuoso placer.

—Oh, joder... Tony más rápido —suplica aferrando su rostro para besarlo entrecortadamente.

No está mejor. La mente se le embota, se marea con su olor y su calor. Hierve por dentro y sus caderas se mueven por sí solas, sumisas a su pedido, empujando una y otra vez contra su miembro, experimentando una descarga de placer tras otra.

El sonido de sus cuerpos atropellados por la pasión es ensordecedor. Sus jadeos bruscos y rebeldes huelen a whisky matizado con sexo. Cierra con firmeza la mano sobre las puntas y empuja más salvajemente sus caderas. Cabalga el placer y el horror, entregándose a los brazos del chico que bajo suyo lo aprietan como dos bridas de acero.

—To-Tony —gime Peter una y otra vez, aplastándole los hombros contra su pecho, su rostro contra su boca, sus pollas una contra la otra.

No puede abrir la boca para nada que no sea gemir o besar al chico. Todo aquello está tan bien estando tan mal. Se siente tan glorioso y tan morboso verlo... la forma en la que sus dientes aprietan el labio inferior, la forma en la que cierra los ojos y estira hacia atrás la cabeza, como su pecho duro choca contra el suyo buscando apurar el momento.

Deja caer la frente contra la de Peter. Es incapaz de quitarle los ojos de encima a la piel perlada de sudor. Tan erótico, tan primitivo y prohibido. Su mente desquiciada termina por hacerse con el control. Cae sobre su boca, apurando la mano y las caderas. Peter embiste en su dirección y el placer llega a su punto más álgido cuando siente los dientes de Peter sujetarse a su cuello, chupar y morder con fuerza al venirse.

—¡Ah, eso encanto! —gruñe estremeciéndose al sentir cómo el semen espeso y caliente se derrama sobre su polla—. Muerde, muerte —lo invita, sabiendo cómo el animal posesivo que es, que ya dejó su huella en el cuerpo de su pupilo y quiere las de él sobre el suyo.

Peter casi solloza mordiendo con más fuerza, sensible al sentir que su mano no deja de masturbarlo, de arrancarle hasta la última gota de dentro. Su propia corrida cae sobre la pelvis descubierta y se escurre hasta su abdomen.

Se desploma sin fuerzas, incapaz de sostenerse. El chico no se queja por su peso, se queda quieto, acariciando con la punta de la nariz su cuello. Su mente se desenreda de la locura y la lucidez no deja la espina de la culpa que previó. Lo único que siente es el deseo de cargarlo entre sus brazos y llevarlo a la cama.

—Dios eso... eso... ¿Wow? ¿Eso es lo que quiero decir? —pregunta roncamente Peter, y contra todo lo que Tony hubiera creído que podía pasar a continuación, se ríe.

—¿Qué tal ahora esos aplausos? —le pregunta maravillado con la falta de incomodidad que muestra Peter y la falta de jodido buen criterio que él tiene, dado que nada más terminar ya quiere volver a hacerlo.

—Bueno, si no fuera que me volví el hombre gelatina lo haría —murmura con esa hermosa media sonrisa tirando de sus labios hinchados.

No puede evitarlo, se inclina sobre él y lo besa una vez más. La única gota de racionalidad que queda dando vueltas por su cuerpo le deja en claro que aquello será un problema. Uno gordo, porque Peter le devuelve el beso de manera perezosa y le sonríe cuando se endereza y se alza sobre sus rodillas.

La imagen golpea sus sentidos en todos los ángulos y formas posibles. Mierda, si se quedara ciego, bien valdría la pena porque Peter Benjamín Parker, con el torso desnudo, todo despeinado, manchado de su semen, con cara de satisfacción, con el cuello y las clavículas llenas de las marcas de sus dientes y la jodida polla semi erecta bajo él, es todo lo que uno puede pedirle a la vida. Y un poco más, porque Tony ni en sus más surrealistas sueños imaginó que, encima, el hijo de puta lo miraría lleno de determinación y firmeza.

Aferrándose a sus años de práctica, Tony se para y limpia la mano perdida en los pantalones. Acomoda su imagen y sabe que proyecta algo que Peter desea probar, porque inconscientemente relame sus labios al ver cómo acomoda una vez más su polla detrás de sus vaqueros.

Guiñándole un ojo, se baja del sillón y vuelve sobre sus pasos, hasta el piano, donde recoge del suelo el suéter y la remera que traía antes del asalto. Por desgracia, cuando se vuelve, Peter ya está de pie y con los pantalones cerrados.

—Bueno, ahora sí puedes irte a casa —dice tendiéndole la ropa.

—Hum, creo que es lo mejor, sí.

No presiona cuando Peter adrede tarda en vestirse, limpiando torpemente la mancha de semen, con el borde de la remera. Se deleita viéndolo, y riendo cuando se sonroja.

—Igual se te fue la arrogancia —dice de manera casual, cuando lo ve tropezar con sus propios pies.

El chico le lanza una mirada dura, pero se endereza y cuadra los hombros, todo digno, todo altivo.

—Hasta mañana —comenta con el mentón bien erguido.

Tony se le ríe, porque es simplemente encantador y todo se le antoja demasiado demencial para ser serio.

Lo acompaña a la puerta y no finge que no va a besarlo cuando Peter vacila. Cogiéndolo por la chaqueta que se cuelga sobre los hombros, lo empuja contra su pecho y se apodera de sus labios. Saborea triunfal el gemido lánguido que le suelta cuando empuja la lengua dentro de su boca y juguetea un poco con la de él, antes de dejarlo ir.

—Hasta mañana, Peter.

—Hum, sí... eso, mañana —masculla pestañeando, claramente desorientado.

Era una medida más de locura qué luego de todo lo que había pasado esa noche, que se viera igual que cuando entró por esa misma puerta. Una retórica que no se le escapa, pese a que sin dudas eran dos tipos muy diferentes a los dos que entraron hacia.... ¿Una hora? ¿Dos? ¿Media? Quien sabe. Parecía cosa de otra vida.

—Oh, ¿Peter? —pregunta recargándose sobre la jamba de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho.

El chico se gira tan rápido que Tony juraría que si le faltaran reflejos, se hubiera ido de boca al piso.

—¿S-Sí?

Pasa por alto la esperanza que colma su voz. No, Tony no iba a hacer eso esa noche y desgraciadamente ya no era solo por la honra de Peter. Tony necesitaba reajustar su estrategia, si Peter pensaba jugar en su terreno y convencerlo con sexo que ellos eran compatibles, él debía hallar la armadura adecuada para esa contienda. La pequeña e ínfima pizca de lo que podría ser había sido más que reveladora. En ese momento sentía que podía romperle los huesos a cualquier idiota que se acercara al chico. Mujer u hombre, Tony lo mataría despiadadamente si intentaran robárselo. Cosa que debía cambiar antes de enredarse en su propia treta.

—Faltan dos días para Navidad, ¿cuándo piensas decirme que planeaste una gran fiesta en mi casa?

La boca le cae abierta y la cara pierde todo color. Tony sonríe más profundamente, sin reparar en que esa calidez que siempre lo envuelve cuando Peter empieza a balbucear una explicación, es muy parecida a la que lo cobijaba cuando su madre le decía sonriendo que para odiar cantar villancicos con ella, lo hacía cada año mejor.

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