Un ángel cae desde el cielo. ¿O es un demonio?

Peter no está seguro del suelo que pisa. Y no es un eufemismo, pese a que se encuentra literalmente sobre el techo de la casa orfanato que apadrina May, era que tenía dos días desde que habían dejado que vuelva a casa y seguía sin un buen plan para acercarse a Tony.

—¿Seguro que no es mejor que dejes que otro haga eso? —pregunta preocupado el encargado del lugar, mirando indeciso el suelo a unos cuantos metros. Peter, cargando el Santa inflable de formidable tamaño por sobre su cabeza, niega.

—Lo tengo bajo control —promete confiado—. ¿Tienes encima el cable?

José vacila. Sabe bien que el pobre desearía estar en cualquier otro lado, haciendo cualquier otra cosa, que estar allí con él, pero dado que el hombre no podría hacer aquello solo, no le queda más remedio que aceptar su ayuda. Peter estira la mano y le lanza una sonrisa confiada e insistente. El pobre José suspira y mira los chicos en el patio, que les hacen porras y los vitorean. La rigidez y la incomodidad en su mirada se aplacan. Peter sabía que eso pasaría, por eso es que llevó afuera a los niños, y se aseguró de que estuvieran abajo, viéndolos acomodar todas las decoraciones del techo.

Con la punta de los dedos coge el cable que le tiende reticente el encargado, jalando en su dirección. Deja el Santa donde corresponde y se agacha para enchufar el tomacorriente. Por unos segundos el ruido alegre de los gritos divertidos se silencia y una ola de vítores se alza unos instantes después, cuando el inflable luminoso empieza a brillar y moverse alegremente. Complacido, Peter se endereza y alza las manos con los pulgares arriba. Su público lo aplaude y lo felicita, solo José lo mira como si le faltara un tornillo y estuviera envejeciendo mil años de solo estar allí en el techo con él.

—La señora Parker va a matarme si se entera de que lo dejé subirse al tejado.

Peter se ríe y menea la mano restándole importancia. May lo mandó allí porque sabía que ayudar a terminar las decoraciones lo distraería lo suficiente. El nivel de ansiedad que tenía por esos días era tal que ya había intentado (por activa y pasiva) cambiar todos los muebles de lugar, reorganizar el librero, los discos y hasta los DVD. Ella era paciente, pero cuando Peter decidió bajar al pequeño almacén/depósito que tenían arrendado en el subsuelo del edificio, le recordó que nunca llevó al orfanato las cajas con decoraciones que trajo de la Sede.

El resto se entendía solo. Peter cogió el auto de May y se aseguró de llenarlo de adornos y luces que uno a uno los niños le ayudaron a desparramar por todo el hogar. Todo había sido tranquilo y relajado, seguramente como ella esperaba, hasta que vio como el pobre de José se preparaba para salir e instalar solo las luces del techo. Bueno, hasta ahí se pudo quedar mirando. Qué clase de héroe sería si permitiera que el hombre excombatiente con pierna ortopédica de cincuenta y ocho años se colgara solo del techo.

—No te preocupes, José —dice sonriendo confiado, mientras vuelve a deslizar cuidadosamente un pie frente al otro—. Yo creo que con eso term-

—¡Parker!

La atronadora voz llena de incredulidad lo hace sobresaltarse de tal manera, que de no ser por los reflejos y la fuerza con la que José le coge el brazo, Peter hubiera volado por el tejado. La mirada furibunda de su mentor nada le envidia al frío asolador de la tarde, ni la desesperada que le da el exmilitar.

—¡Señor Parker! —grita José cogiéndolo más firmemente, rodeando con firmeza su muñeca.

—Mierda, ya. Tranquilo José, no me caeré —murmura al hombre que con ojos desorbitados lo ve y suelta un juramento que incluye a un santo y la difunta madre de Peter.

Con una mueca, Peter desliza los pies por el hielo que se halla entre la junta de las tejas y vuelve lentamente sobre sus pasos. La mano del militar no lo deja ir nunca. El agarre pasa de ser doloroso a razonable ahora que Peter vuelve a tener el control y lo escucha suspirar entrecortadamente.

—¡Se-señor Stark! —grita dejando que el pobre hombre a su lado recupere el aliento.

Una a una las caras de todos los niños del orfanato se giran buscando al hombre que se había quedado quieto con la mano en la reja de madera, mirando al techo.

Les toma un poco, pues bajo la gorra y con esas gafas opacas, era difícil reconocerlo, pero los niños saltan y empiezan a correr en su dirección cuando su mentor se arranca las gafas para que Peter no pueda ni dudar de cuánto es que lo está odiando en ese mismo momento. Al verse rodeado, Tony compone una sonrisa tirante y empieza a saludarlos chocando con ellos las manos. No entiende bien qué le dicen, pero todos se escuchan ultra emocionados. No es para menos, pues aquel era en carne y hueso el mayor superhéroe de todos los tiempos.

¡Dios santo señor Parker! —murmura José en su idioma natal y Peter medio sonríe volviendo a enderezarse con cuidado, alejándose otro pequeño y lento paso en dirección a la ventana por la que salió y no al borde del tejado.

La pierna le da un tirón, pero no le hace caso. El dolor pese al poco tiempo que había pasado, ya no era más que una ligera molestia. Le dieron un buen cóctel de pastillas y su ADN modificado hizo maravillas con el tiempo de recuperación. Ahora la marca rosa y la piel sensible empezaban a verse mucho más curtidas y menos de película de terror. Incluso esa mañana no necesitó ponerse las mallas que le dieron en el hospital que debía usar bajo la ropa, para evitar todo tipo de rozaduras.

—Tranquilo, tranquilo —repite, a saber si a José o a él, apenas pudiendo contenerse de saltar desde el techo al suelo para correr tras su mentor.

El corazón le bombea desesperado. No tiene idea de qué hace allí o por qué fue, pero Peter tiene días deseando poder volver a verlo, pese a saber que necesitaba controlarse. Había asustado a Tony, lo cual era en sí mismo una cosa increíble. La única disculpa que tenía para sí mismo es que, ese día en el hospital, había pasado tan rápido de un sentimiento al otro que cuando al fin Tony lo besó, el dique en el que contenía los años y años de deseo se vino abajo.

Estaba cerca de decir que era culpa de su mentor, pero como Peter no era como él, no le echaba la culpa.

—¿Está bien, señor Parker? —pregunta José, dejándolo pasar primero por la gran ventana del ático que daba al tejado.

—Perfecto, José. Gracias por sostenerme —se ríe esquivando el lío de cables que se apilaban uno sobre otros enredados sobre el suelo—. ¿Eso es seguro? —pregunta señalando el tomacorriente en la pared, donde los siete enchufes desafiaban las normas básicas de seguridad.

—Sé que no se ve bien, pero modifiqué el cableado para que no falle.

Lógicamente sabe que tiene que frenar, coger la caja de herramientas y ponerse a asegurar el cableado eléctrico. José se esforzaba por sostener en pie el lugar y podía ser que se diera maña con la fontanería o todos esos pequeños arreglos manuales que mantenían andando una casa donde vivían 15 niños, pero el pobre no era muy dado a lo electrónico. Peter era el que hacía las reparaciones más serias. Pero esa parte racional de su mente se ve absolutamente subyugada por la urgencia de tener cerca a Tony, de tocarlo, de saber que es real y que todo lo que había pasado en la habitación de aquel hospital, no era uno más de sus muchos sueños.

Peter estaba convencido de no tener la capacidad para soñar algo tan perfecto, sí dramático, pero no así de perfecto.

Sus pies vuelan mientras baja los escalones. Tener a José tras él le impide hacerlo de un salto. Eso es bueno, el doctor podría matarlo si supiera que con la pierna aún herida hacía eso. Pero las ganas casi le hacen ver todo borroso. Luego de estar besándose por dos segundos tras su críptica charla, May apareció y las cosas se enfriaron sin más, hasta que ella le dijo que necesitaba darse una ducha y Tony se ofreció a acompañarlo al baño. Su tía no había terminado de salir a buscar ropa que Peter se lanzó por la boca de su mentor, girándolos hasta estampar la figura de Tony contra la puerta del baño.

Si bien eso no salió como esperaba, Peter se dio cuenta de algo muy importante: Tony no estaba convencido de aquello. Es decir, Peter se lanzó descaradamente a sus brazos y lejos de hacer lo que todos suponían era el 1-2-3 de Tony Stark, le plantó un casto beso en los labios y le dijo que iba a asegurarse de que le den el alta antes de Navidad.

Desde ese día ya pasaban 4 y por más que los dos días siguientes Tony jamás abandonó el hospital y se turnó con May para vigilarlo, no volvió a besarlo, no volvió a tocarlo. Peter estaba por volver a atacar cuando su mentor leyó su desesperación y con una caricia en la mejilla y un beso rápido en la coronilla se escabulló. Desde esa vez, hacían 48 horas que Peter intentaba planear algo.

El terreno de juego era distinto y por más que quería decir que estaba a un paso de la victoria, la distancia extraña de Tony lo irritaba. Le mandaba mensajes cada día, lo llamó cuando le dieron de alta y hasta hacía cinco horas (cuando May lo echó de casa) habían compartido un par de mensajes. No era que lo tratara con frialdad, pero tampoco era muy cálido. Peter no sabía que existía esa forma de tratar a alguien, pero esa mezcla entre normal, tensión, deseo, miedo... era raro y odiaba lo raro.

No hablaron ni una sola vez del elefante en la habitación que era su beso y las ganas que tenía Peter de tener más de esos y lo poco que parecía que Tony los quisiera.

Mientras empuja la puerta que da al patio trasero, Peter siente un pequeño punto de dolor en la parte posterior de su cráneo. Bueno, evidentemente no iba a ser fácil, Happy se lo había advertido y Peter ya había jurado que no iba a permitir que fracasara estrepitosamente, pero deseaba entender mejor a qué juego estaban jugando.

Controlando la fuerza de su agarre, empuja del picaporte y sale con cuidado al patio, donde el grupo de quince chicos están todos rodeando a Tony en búsqueda de autógrafos, fotos y otros pocos, más listos, queriendo ver qué hay en las cajas que se balanceaban en una de las manos de su mentor.

—Permítame ayudarle, señor —dice José saliendo tras él y eso parece ser lo que todos los adultos del lugar necesitan para despertar del entumecimiento.

Peter se adelanta para ayudar a José con una de las dos cajas y se encarga de hacer las presentaciones. Las tres cuidadoras de turno se sonrojan y tartamudean viendo a Tony y cogiéndole la mano. Tienen que despegarle a los chicos de los pies, pero no les toma mucho cuando Happy aparece tras su mentor con más cajas y golosinas. May, histriónica como siempre, cierra la comitiva y lo mira unos segundos antes de tomar la batuta y poner a los niños en fila para que entren en la casa.

Algunos pocos se rezagan aun peleando por ver a Tony, pero más pronto que tarde se quedan solos. Peter percibe el momento exacto en que Tony deja de fingir no querer ahorcarlo, porque el aire crepita cuando forma una nube blanca espesa al salir de sus labios en forma de un quejido.

—¿Dime por qué? —gruñe apretando los dientes—. Muero por oír por qué demonios estabas sobre el techo, cargando peso, cuando hace apenas cuatro días estabas tirado en la camilla de un hospital.

—No estaba cargando pe-

—¿Quieres sacarme de quicio o solo en verdad deseas morir? —lo corta mordazmente.

Peter, que de verdad no cree que le convenga la primera y sin dudas no desea la segunda, busca con la mirada el techo que hasta recién se veía aburrido y sin vida y estudia las decoraciones con ojo crítico. La mirada airada de su mentor se clava de lado de su cara, obstinada como siempre.

—¿Qué haces aquí? —pregunta él de vuelta, sabiendo que dejarle pensar en cómo lo atrapó era malo para la causa—. Pensé que estabas evitándome.

Tony lo taladra con la vista, dejándole en claro que sabe lo que intenta al esquivar el tema. Peter no se apena ni corre la vista. Solo alza una de sus cejas, imponiendo sobre el enojo, su estado de "ofendido".

El comentario y su mirada logra el cometido en poco menos de cinco minutos. Tony encoge los hombros y guarda las manos en los bolsillos de su chaqueta. Elude su mirada y la posa inusualmente interesado en la estructura de juegos que ocupaba la parte posterior del patio.

—No soy yo el que no volvió a ir a la Sede.

Sacudiéndose la embobada que le deja escuchar su tono forzadamente inocente, Peter intenta entender sus palabras. Difícil, Tony parece un niño pillado en medio de una falta y si alguna vez le pareció "lindo", ahora le parece tierno y encantador y su mente licuada funciona lento.

—Mi pase...

—Está activo —termina por él, aun sosteniendo esa estudiada pose de niño inocente y que quiere comprarte con su linda carita.

Peter está por babear. Por ofrecerle un dulce y babear. ¿No estaba frente a un adulto? ¿No debería, por amor a todos los duendes del polo norte, lucir menos atractivo comportándose como un niño? Peter tenía rato de sentirse algo retorcido, pero lo mucho que esa cara hacía en su sistema le deja en claro que apenas había rascado la superficie de su declive mental.

—No lo sabía...

—Bueno, no lo preguntaste. Y tampoco es como si lo hubieras intentado. Pensé que iba a tener que forzarte a hacer reposo cuando te dieron el alta, y supuse que estarías haciendo caso; ahora solo creo que no estabas en labor de bajar hasta la Sede.

Peter se rasca el cuello mirando al suelo sin saber bien qué decir. La verdad es que estaba poniendo distancia con la esperanza de que esa cosa demente que no paraba de gritar que lo bese, que lo toque se calme. No creía que pasársela atacando a un hombre que dejaba claro no querer tenerlo entre sus brazos fuera la forma correcta de obrar.

—Lo siento.

Tony menea la cabeza y asiente sin añadir nada. Otra vez la rara incomodidad los asalta y debe ajustar la firmeza con la que controla sus emociones para no saltar a besarlo. Maldita sea, es que se veía tan bien como la última vez que lo vio y no le cuesta nada a su mente abrirse paso al recuerdo de tener sus brazos rodeándolo. Tony debe notar por donde van sus pensamientos, porque en el acto carraspea y se desliza un paso lejos.

Peter lo mira impotente. Se nota en su forma de mirarlo, o más en el esfuerzo que hace por no deslizar los ojos por su cuerpo, que lo desea, pero algo más intenso lo detiene. La frustración le agrieta el humor. No era justo que primero lo besara de aquella forma y ahora no dejara de alejarse. ¿Estaba arrepentido? ¿Había sucumbido al calor del momento y ahora con la mente despejada se daba cuenta de que no, no deseaba a Peter?

El horripilante pensamiento de que en verdad Peter era malo besando lo asalta, pero lo descarta al acto. Confía lo suficiente en sí mismo para saber, que, en el peor de todos los escenarios, Tony era el del problema, no él.

—Tu tía lo sabe, ¿no es cierto? —pregunta Tony cruzando firmemente los brazos sobre el pecho.

Atragantándose un poco, Peter siente como se le colorean las mejillas. Hablando de cosas que no le convenía hablar...

—Bueno, es cosa de las tías, ya sabe...

—No, no sé. Me muero por entender cómo es que ella sabe algo que ni yo tengo claro.

Conteniendo en su interior el dolor que le produce esa afirmación, Peter se esfuerza por no dejar que todo se termine de desmoronar.

—Bueno, pero llegó vivo hasta aquí, eso es lo importante.

La mirada que le lanza su mentor hace que la saliva se acumule en su boca, y no de una forma divertida o sensual. Se lo ve realmente molesto con la idea de May teniendo conocimiento de todo aquello, pero Peter está decidido a no abandonar el barco y no hace más que componer una sonrisa amistosa.

—¿Por ella es que tienes dos días sin venir a la Sede? —le pregunta de golpe.

Como no se esperaba eso, Peter abre y cierra la boca desconcertado. Es decir, May jamás le impediría algo así deseara que Peter no lo hiciera. May entendía lo suficiente de psicología inversa como para caer en la trampa más grande de la paternidad. Por no mencionar que ella de verdad creía y confiaba en el instinto de Peter y en el hecho de que él no haría algo estúpido sin primero pensar las consecuencias.

Por suerte ella no tenía idea de todo lo que hizo en sus inicios como Spider-Man, de lo contrario, quizá su confianza hubiera mermado mucho antes de existir.

—No. Para nada —afirma categórico. No está seguro si a Tony lo desmotiva o no pensar en tener que sostener una charla con May, pero lo mejor era dejárselo claro—. Ella lo descubrió por sus propios medios, pero está...

—¿Qué descubrió?

—Si me interrumpe no puedo decirle —le gruñe empezando a sentir que su paciencia se estira y estira más allá del límite seguro.

Tony le rueda los ojos y Peter siente la tirantez ceder ligeramente. Con un manotazo mental se reprende. Ya cedió suficiente terreno. Lo había perdonado incluso antes de terminar de enojarse y si lo hizo fue pura y exclusivamente porque en el fondo, siempre tuvo en claro que aquello era algo difícil de digerir para Tony y siempre supo que iba a ponérsela muy difícil. Happy tenía razón, Peter necesitaba más que mucha paciencia para sortear las trabas que le pondría, pero más le perdonó aquello porque creyó que solo lo hizo asustado por el avance descarado de Peter.

Ahora, él en el hospital estuvo dispuesto a bajar los brazos y aceptar la derrota. Ver el dolor en la mirada de Tony le recordó su promesa, pero sobre todo, le recordó que para él jamás el deseo que pudiera sentir, iba a superar el amor y las ganas de estar a su lado. Tony jamás lo había lastimado tanto, pero Peter jamás había tratado de seducirlo. No era tonto, entendía la correlatividad. Por eso se retrajo. Y Tony lo besó. Lo cogió del rostro, de la cintura y lo besó. Y lo besó tanto que Peter se mareó en el sabor a café y canela de su boca. Pero entonces se alejó, y Peter ya no sabía si era malestar, enojo o miedo. Lo único que tenía en claro era que no iba a volver a disculparse por algo que ya era pura y exclusivamente cosa de Tony con él mismo.

—Sigues balbuceando cosas sin sentido, estoy esperando una respuesta. El viaje hasta aqui fue de lo más emocionante escuchando sus dobles sentidos.

Maldiciendo a su tía, Peter aprieta los labios. No es como que él le dijera algo. Ella sola, cuando Tony dejó de aparecer por el Hospital, le preguntó si se habían peleado. Peter lógicamente le dijo que no, que solo era un hombre muy ocupado. Ella lo miró largamente antes de suspirar y dejarse caer en su silla, mirando aburrida el celular. "No sé si será una buena pareja si no puede pausar su agenda para acompañarte cuando te lastimas en una misión que te dio" Peter apenas pudo negarlo. Ella solo lo miró detenidamente, dejándole en claro que no iba a lograr engañarla.

—Yo no le dije nada —empieza lentamente—. May es muy perceptiva y... digamos que ella dio por sentado que estaba pasando algo.

—Y no se te ocurrió negarlo —Peter abre la boca, pero Tony alza la mano y lo calla de inmediato—. Eres un pésimo mentiroso. Así lo supo. Bien qué más es lo que le dijiste.

—De nuevo, yo no le dije nad-

—Parker...

—No lo hice, Tony —suspira hastiado—. De verdad no le dije nada. Ella piensa lo que piensa y pese a que lo negué, me dijo que no iba a entrometerse a menos que creyera que no era bueno para mí.

La mirada perspicaz de su mentor lo evalúa sin terminar de creerlo, pero lo cierto es que Peter tenía veinte años y May no era tan optimista como para creer que podía impedirle algo como aquello.

—Creo que espera que...

—Sea lo que sea, se te pase.

—O tú me dejes —lo corrige, sabiendo que esa opción era la más acertada y posible.

May sabía bien que Peter no era de los que soltaban. No era esa su forma de vivir y estaba convencido de que ella contaba con que Tony fuera de los que terminaban las cosas una vez empezarlas.

Soltando una pequeña maldición, Tony menea la cabeza y estudia el patio de juegos sin volver a decir nada. No sabe qué piensa. Le desconcierta no tener ni la menor idea. Estaba demasiado acostumbrado a saber cómo reaccionaría o qué conclusiones llegaría. Pero todo aquello era demasiado nuevo e increíble como para poder hacerse una idea.

La incomodidad del silencio le hace agachar la cabeza. No iba a rendirse, mucho menos ahora que tenía la ligera idea que Tony deseaba aquello. No podía asegurar a qué nivel o con qué intensidad, pero lo deseaba. Si antes retroceder no era opción ahora menos, pero tampoco se le ocurría como avanzar a partir de ese punto. Si fuera cualquier ligue normal, Peter al menos podría intentar tener unas cuantas citas y hacer que las cosas fluyan, pero le daba demasiado pánico joderla o apurarse y conseguir que Tony se cierre. Por no decir que el miedo latente a que lo que sea que pasó en el Hospital no fuera más que el resultado de mucho estrés y mucho deseo contenido.

Fueron quince largas horas, Peter despertó pensando que no habían pasado más que un par de minutos, pero Tony acumuló tres días de miedos y terrores.

La voz maliciosa en su mente le dice que en esos tres días que estuvo inconsciente puede estar la respuesta que busca. Luego de que lo regresaran de la muerte, en medio del campo de batalla Tony lo atrapó en un abrazo muy poco oportuno. Lo tenía tan firmemente agarrado que la respiración se le quedó atascada en el pecho, pero las manos de Tony le recorrían la espalda, los hombros y la base del cuello; apretándolo una y otra vez a su pecho, constatando entre temblores que era él y que estaba vivo. Cuando se separó para verle el rostro, Peter por un segundo se quedó de piedra al sentir la boca del hombre pegarse a su mejilla.

De ahí copió el concepto de plantar una idea en la mente de su mentor. Peter repasó por horas el beso en su mejilla, la fuerza de su agarre y no fue hasta ese momento que empezó a pensar de manera diferente sobre su mentor. Repasó hacia delante y atrás el abrazo y el beso y cada que lo repasaba, el beso se acercaba más a su boca hasta que entre sus sueños el Tony del campo de batalla lo cogía en alzas y lo besaba de lleno en la boca. Fue la primera vez que se levantó teniendo una erección por culpa de su mentor.

Pero todo eso pasó gracias al tiempo que Tony pasó despierto mientras Peter era un regadero de cenizas. Que volviera a estar al resquicio de la muerte, en su catastrófica forma de verlo, porque Peter no estuvo nunca en peligro, podía explicar por qué cuando pelearon, respondió de la única manera que entendía: hacer algo para que Peter se calle y no se marche. Tony no era el mejor entendiendo por donde venían los tiros, pero había sido muy claro.

—Si quieres puedo hablar con ella y decirle que ya no tiene de qué preocuparse —ofrece, empezando a sentir que lo más inteligente que podía hacer era volver sobre sus pasos y posicionarse en el casillero de salida.

Había muchas estrategias que usar a partir del punto en el que estaban. Y ni siquiera es que el punto en el que estaban fuera parte de su guion original. Su guion era uno donde la misión no existía. En su mente la época navideña era el principal motor de sus fases. Ver películas juntos, pasear bajo la nieve, tomar mucho chocolate... Pero nada salió según lo planeado y terminaron... así.

Le daba pereza pensar en retroceder, en volver al momento donde ambos fingían que no había pasado nada y Peter trazaba otro plan. Pero, a veces, sobre la marcha, era que las cosas funcionaban mejor. Podía volver a acercarse, jugar un poco el papel de chico superado y ver qué hacía con eso Tony. Quizá si aceptaba salir a tomar algo con su ahijado consiguiera...

La mano de Tony se cierra en su brazo y Peter se sobresalta al sentir como jala de él con fuerza. La boca se cierne sobre la suya, todo dientes, todo besos y caricias. Peter gime sin poder controlarse, hundiendo la mano en la parte posterior de su cuello. La gorra se le corre y cae entre sus rostros, pero Tony la coge con la mano libre y la saca del camino, remetiendo contra su boca.

Su cuerpo se vuelve algo etéreo. Se aferra a los hombros frente a él para no terminar cayendo sobre su trasero. Sin soltar su boca, Tony acaricia tiernamente la parte baja de su espalda, aplastándolo cuidadosamente a su cuerpo.

—Tiene demasiado de lo que preocuparse —susurra Tony contra sus labios y Peter se estremece de solo pensarlo—. ¿Es mucho pedirte que no andes haciendo un espamento de esto?

—¿Te avergüenza?

Maldice su voz frágil, pero las palabras salen por sus propios medios y no importa qué, nada las borrará.

—Me gustaría entender qué es antes —aclara sin quitarle los ojos de encima.

Un carraspeo fuerte los hace separarse, o al menos hace eso en Tony, que más o menos lo empuja medio metro. May los mira con una ceja alzada y los labios luchando por no torcerse en una sonrisa.

—Los chicos están listos para empezar a hacer los adornos, señor Stark. Creía que quería pasar un rato con ellos.

—Claro. Voy.

Peter ve como Tony vuelve a huir y achica la vista mirando mal a su tía.

—¿Adornos?

May se ríe recargada contra el marco de la puerta y se encoge de hombros.

—No irías a pensar que no iba a hacer que trabaje para ganarse mi aceptación —pregunta ladina.

—Ya te dije que no es...

May menea la mano, pasando completamente de él. La angustia se enrosca en su interior. Tony iba a huir a las colinas por culpa de ese tipo de cosas. Un hombre que era alérgico a las relaciones no llevaría bien tener una, a todos los efectos prácticos suegra, forzándolo a demostrar que era digno.

—¿Peter?

—No creo que sea lo que sea dure, así que no seas dura con él.

Su tía lo mira y arruga la nariz al oír su tono derrotado. May se le acerca y le coge la mano, apretándola con una mueca compasiva.

—Si te merece, va a esforzarse. ¿Quieres estar con alguien que te dé por sentado?

Puesto así, no. Pero May no entendía que aún no estaba convencido de que Tony estuviera al cien en la idea de "estar con él". Sabía que todos decían siempre que para Tony tener parejas era imposible, pero era el playboy de América: ligar y follar no eran un problema para él. Claro que implicarse... Esa parte Peter pensó que la tenía resuelta. Tony ya estaba implicado con él, el sentimiento estaba. Lo único que no imaginó es que fuera tan difícil hacer que él mismo se dé cuenta de eso.

Peter no se lanzó a eso como un idiota suicida. Así Tony creyera eso, había evaluado muy bien su relación, las bases de esta y los límites que con el tiempo habían ido corriéndose hasta un punto indeterminado. Peter creía que podía asegurar más allá de toda duda razonable que Tony o lo amaba o no estaba a más que a milímetros de la línea que separaba el cariño y aprecio del amor. Estaba convencido de que una vez que pusiera sobre el tapete una idea más adulta de ese mismo sentimiento, la cosa sería coser y cantar.

Ahora no estaba convencido de nada. Es decir, Peter no estaba seguro de poder amar de manera no platónica o de amistad a Ned, pero no era tan tonto como para jurar que jamás nunca en la vida eso podría pasar.

Pensar en Ned le arranca un suspiro. Si su mejor amigo estuviera allí, estaba seguro de que las cosas serían diferentes. Ahora la única persona en su barco era May, y ella parecía más que dispuesta a lanzar el ancla y frenar el viaje que ayudarlo a echarle nafta al motor.

—Peter...

—¿Cómo es que terminaron ustedes aquí?

May deja de mirarlo llena de pesar y sonríe traviesamente. Casi sintió pena por Tony. El sentimiento no termina de cuajar porque el maldito de verdad había herido su orgullo y lastimado su corazón con todo el cuento de Antiara, se merecía un poco de May siendo May.

—Vino a buscarte al departamento —explica sin poder contener la sonrisa de suficiencia—. Como estabas aquí, se me ocurrió que podía venir y ayudar a decorar. Le dije que te encantaría ver que se implicase y Happy ya había prometido ayudar.

Peter suspira y le regala una sonrisa vacía. Le alegraba que Tony hubiera ido a buscarlo, el beso le dejaba entender medianamente qué impulso lo llevó a hacerlo, pero no había ningún sentimiento involucrado.

—Bueno, supongo que deberíamos entrar y asegurarnos de que terminen antes de que sea la media noche.

May le da un apretón de manos, ligeramente preocupada. Su calor le sacude un poco, pero intenta que la irritación no se refleje en su rostro.

—Así me odies, soy tu tía y tengo mis derechos. En especial si me traes a las puertas a alguien de esa edad.

—May, yo...

Sus palabras son interrumpidas por el vitoreo extasiado de los niños. Tony está sentado con ellos en medio del salón, abriendo y revisando regalos. Las cuidadoras de turno están sentadas en la mesa, ligeramente apartadas, viendo como Happy y Tony abren uno a uno los regalos. Ellas podrían hacerse cargo, pero viendo que ese par lo tenía todo controlado, lo mejor era dejar que los chicos se las arreglaran solos.

—¿Cuándo compró todo eso? —musita impresionada.

—No sé. Pero créeme que cuando eres asquerosamente rico, las cosas se materializan en tu auto.

May no parece muy convencida con esa explicación y Peter solo menea la cabeza, viendo como uno de los niños salta incapaz de contener la ilusión, al ver la consola portátil que Tony le tiende.

Allí sentado no parecía incómodo o molesto. Ver tan de lleno la comodidad y la ligereza en su semblante le hace pensar que quizá, solo quizá, debería reconsiderar su idea. Antes que nada, Peter quería hacerlo feliz. ¿Valía la pena arruinarlo todo? ¿Podía Tony tener razón cuando le decía que Peter estaba pidiéndole sacrificar algo más que una linda relación de mentor alumno?

La línea de sus pensamientos se corta de golpe, pues la casa entre un parpadeo y el siguiente se queda completamente a oscuras y el grito aterrado de los niños activa todos los instintos sobre protectores de Peter. Las maestras intentan conservar la calma y transmitirla a los chicos cuando estos empiezan a correr despavoridos, buscando a todos los adultos conocidos para aferrarse a sus faldas.

Peter siente el impacto de tres cuerpos pequeños contra sus piernas y May suelta una exclamación de sorpresa cuando otros la atrapan. Liberando el control de sus sentidos, Peter busca en el silencio y la penumbra algún peligro. En el fondo sabe que lo que falló fue la instalación de arriba y eso había hecho saltar la térmica, pero nunca estaba de más revisar.

—Está despejado —musita tan bajo que está seguro solo May puede oírlo—. ¿José?

—Aquí —dice el conserje alzando su celular, iluminando con la linterna en su dirección.

—¿Puedes traerme la caja de herramientas? La instalación en el ático debió hacer corto.

Cogiendo a dos de los tres niños que estaban amontonados a sus pies, José se dirige al cuarto que tras la cocina servía de despensa.

—May, ¿puedes...?

—¡Claro! Niños, vengan conmigo. ¿Por qué no vamos al parque que está a pocas cuadras mientras dejamos que los chicos arreglen todo?

El pavor en los pequeños rostros lentamente se diluye. Las tres maestras reagrupan a los chicos y los juntan en la sala, donde el revoloteo y la luz de los celulares le dejan ver que están poniéndoles los abrigos y las bufandas.

—¿Desea que le ayude, señor Parker?

—No, yo iré con él. ¿Pero podría acompañar a Happy y a las señoras? —interviene Tony, plantándose a su lado.

José ni se plantea dudar, con un asentimiento marcial se despide y Happy, que se acerca lentamente desde el fondo de la sala donde había estado con Tony, pasea la mirada de uno al otro.

—¿Pueden con esto?

Tony le rueda los ojos, pero Peter se siente menos confiado. No por la reparación en sí. Solo necesitaba cortar la corriente y reemplazar el cableado que seguro se quemó. También podría hacer una o dos tomas adicionales, estaba seguro de que José tenía de todo en el pequeño cuarto de mantenimiento que estaba afuera. Lo que le preocupaba era quedarse solo con ese hombre. Ahora, sus temores o dudas no iban a hacer que hiciera algo tan estúpido como impedirle a Tony quedarse. Jamás.

—Seguro —responde encogiéndose de hombros, cuando Happy clava los ojos específicamente en él.

—Bien, llamaré cuando estemos para volver —ofrece con una inclinación de cabeza a Tony.

Su mentor asiente, pero Peter, que está en su elemento y no piensa tolerar que ninguno lo olvide, extiende la mano y frena ligeramente a Happy.

—Te avisaré en cuanto esté todo listo así pueden volver. Hace demasiado frío para que vuelvan cuando los renacuajos se cansen. Nunca lo harán.

La mirada socarrona que le lanza, luego de que en un principio lo viera con sorpresa sin entender su aclaración, lo hace estremecerse. Tony gruñe por lo bajo y lo empuja, jalándolo de la mano para que vuelva por el pasillo hasta la escalera cuando el novio de su tía apenas está abriendo la boca para responderle.

—¿Qué quiere decir? —pregunta trastabillando cuando llegan a la escalera y Tony apura el paso.

—Si tengo que responderte, es claro que deberías ir tras tu tía y tener de una vez "esa charla" que hace años debieron tener.

Peter mira la espalda de Tony, estrujando su mente para que entienda qué es lo que quería decir y qué charla debía sostener cuando lo pilla. Ni toda la calefacción que corría por la casa era comparable al calor que empieza a irradiar de sus mejillas.

—¡Piensa que haremos...! ¡Hum! —Tony gira de repente y le tapa la boca con la mano.

El barandal fino de hierro se clava en la parte baja de su espalda. La oscuridad los envuelve y Tony aprovecha eso para aplastarse contra su torso y mirarlo molesto.

—Aún no se fueron y no necesito otro sermón.

—¡No lo haríamos aquí! —se queja, perdiendo ligeramente de perspectiva lo importante, como que tenía la mano de Tony sobre su boca y su aliento cerca del cuello—. Es un orfanato, no me falla el sentido de la ubicación —se queja escandalizado con la insinuación.

—Sí bueno, no tienes que hacerle caso si quieres que se calle. Si le dejas ver que te importa su maldita opinión, jamás parará.

Peter frunce el ceño, pero se deja arrastrar nuevamente hacia arriba cuando Tony se aleja y vuelve a retomar la marcha.

—Te lo advirtió a ti. No a mí. ¿Verdad?

Ni siquiera se molesta en mirarlo sobre el hombro. Le suelta la mano cuando alcanza la parte superior del segundo piso y mira en ambas direcciones, esperando a que Peter le muestre la salida correcta.

—Tony.

Su mentor da un respingo y gira la cabeza para verlo. Su mirada en la penumbra apenas se distingue, pero en la pequeña antesala que había en el segundo piso había un par de ventanales, que pese a estar con las cortinas bajas, aún filtraban buena parte de la luminosidad de lo poco que quedaba de la tarde.

—¿Podemos ponernos en materia? —pregunta sin hacer el intento de fingir que no sabe de lo que le habla.

—Sigue derecho por el pasillo de la izquierda. Antes de llegar al fondo está la portezuela para el ático. Ahí está el problema. Yo iré al patio y cortaré la corriente para que no mueras electrocutado cuando empieces a cortar los cables.

Peter le golpea el abdomen con la pesada caja de herramientas y pese a que Tony lo llama tres veces a los gritos, no se molesta en girar.

Era increíble lo poco que ese hombre necesitaba hacer para que Peter se sintiera humillado. Claro que Happy creía que Tony era capaz de enrollarse en una jodida situación así. Pero no lo haría con Peter. Peter no hacía que ese tipo de instintos se despierten. Peter no era de los que levantaban pasiones, o ganas desenfrenadas.

Sus pies azotan con firmeza el suelo del patio y ve sus huellas hundirse en la nieve. Apura el paso molesto. Mientras más rápido termine, más rápido puede hacer volver a los niños y más rápido podría irse de allí, salvaguardando lo que sea que quede de su maltrecho orgullo.

La caja de electricidad está cubierta de nieve, así que le toca darle un par de toquecitos antes de poder abrirla. Tony lo estudia desde la ventana que antes había atravesado desesperado por verlo, pero Peter no lo determina y solo alza la mano con un pulgar al aire.

El viento trae consigo el murmullo de un insulto, pero Peter no pierde tiempo y se pone manos a la obra. Saca del pantalón otra pinza y la cinta. Revisa los cables y estudia las conexiones que había hecho él mismo a principios de año. El trabajo meticuloso lo empuja a desarmar ambas llaves de luz y a reemplazar las térmicas que cogió molesto del cuartito de José, dado que seguramente volaron por los aires. No se anima a bajarlas, porque no está seguro si Tony terminó. Pone en pausa su revisión y se gira para ver qué tal su mentor y si necesita ayuda.

Claro que no lo hace. Lo que a él le tomó hacer aquello, había bastado para que Tony pudiera hacer su parte y poder sentarse en el borde del tejado, mirándolo con la ceja alzada.

—Ten cuidado, hoy ya retaron a un idiota por estar arriba del techo —le grita Peter, cruzando los brazos.

—Dudo que el mismo patán aburrido venga a por mí.

—Lo dudo —masculla Peter, bajando la vista—. ¿Puedo prenderla?

—Ese papá Noel está haciendo un cortocircuito. ¿Le reemplazo el cableado o solo lo saco?

Peter maldice y mira impotente el cielo. Está más oscuro que cuando salió y no podía haber pasado más de media hora.

—Tíralo hacía acá, es tarde. Los chicos no pueden estar hasta cualquier hora en la calle.

—No me tomará ni diez minutos cambiarlo —se jacta.

—Solo tíralo Tony, quiero irme a casa —musita desanimado y con dolor de cabeza.

Estaba claro que necesitaba prepararse mentalmente para hacer aquello, y no haber contado con el tiempo necesario de alistamiento militar para soportar sus idas y vueltas le estaba pasando factura.

Ese día lo besó y le dijo que May tenía mucho de lo que preocuparse. Eso era mucho más de lo que tenía en el pasado y lo mejor era aferrarse a lo bueno. Era otro paso en la dirección indicada. Eventualmente solucionaría eso de que Tony no tuviera pensamientos pecaminosos sobre su persona. Era peligroso, pero luego del encuentro con Harley su mentor se había desequilibrado lo suficiente para soltarle aquellas preguntas demasiado directas y personales. Con todo el nuevo panorama que tenía sobre la mesa, está seguro de que va a sacar más que un par de preguntas si fuerza otra vez su paciencia.

Tony no le responde nada, solo lo mira unos segundos antes de asentir y volver a enderezarse en el techo. Peter ve cómo se tambalea ligeramente, pero este no parece percatarse. Se limita a caminar sobre el techo, pisando con firmeza las tejas y esquivando las tiras de luces. El inflable tendido sobre las tejas se arrastra lentamente por el techo y Peter lo coge en el aire cuando Tony lo deja caer.

Claro que, la vida es tan graciosa cuando quiere...

Como era un adulto, ya no perdía el tiempo haciendo cartas para Santa, pero los Parker tenían una costumbre que jamás, ni siquiera en las primeras Navidades sin Ben perdieron: los deseos Navideños. May y Ben le inculcaron esa pequeña inocencia y Peter, con deseos cada vez menos inocente, había escrito solo uno en la lista de ese año: Tener a Tony.

Hacía su parte. Trabajaba para poder conseguir su milagro navideño. Pero el destino parecía querer meter su cuchara.

Peter jala con fuerza del Santa, empezando a envolverlo bruscamente cuando un grito desde el techo le frena el corazón. Tony, con el pie enredado en el cable, se precipita contra el borde y por más que él deja de tirar y su mentor se esfuerza por sostenerse, el hielo resbaladizo cierra el trato a favor de la gravedad. Peter corre al borde del techo y salta con firmeza sobre el suelo blando. El dolor en la pierna se activa y un grito se le escapa en el mismo momento que el cuerpo del millonario aterriza contra sus brazos. Tony lo mira un segundo antes de enroscarse contra él. Peter gira sobre sí mismo, cubriendo con su cuerpo el de Tony, para impedir que la caída lo lastime.

El cuerpo se le estrella contra el suelo un par de segundos después y por más que la distancia no es gran cosa, el codo de Tony se clava en su abdomen y le arranca de un tirón el aire. El silencio posterior a su caída se traga el ruido del grito asustado de Tony y el quejido que él mismo soltó. Sus respiraciones entrecortadas y agitadas se entremezclan mientras ambos intentan entender qué y cómo pudo pasar aquello. Cómo es que un segundo estaban uno en el techo y otro en el suelo y al segundo siguiente, Tony caía desde el cielo a sus brazos.

—Maldición, Parker. Vas a matarme. Sé que estás enojado, pero no era necesario que me tires del puñetero tejado para dejarlo en claro —gruñe enderezándose apenas sobre su cuerpo, usando los hombros de Peter como punto de apoyo—. ¿Estás bien? ¿Te lastimaste?

No, no lo estaba. Pero de la misma forma en que su lista de deseos se había vuelto mucho menos inocente y más carnal, tener el cuerpo de Tony sobre el suyo despierta el hambre primitiva que tiene meses encerrando con riguroso esfuerzo.

—Ne-necesito ai-re —pide empujándolo suavemente lejos de su pecho, temeroso de que el bombeo lunático de su corazón sea perceptible a sus oídos.

Tony lo estudia preocupado, mirando su pierna. Mala cosa.

—¿Quieres que vayamos al médico? —pregunta removiéndose otro poco para poder tocarle la pierna.

—Tony, no me toques —gruñe aferrando la muñeca que empezaba a deslizarse hacia abajo por su muslo—. Ni te muevas así —exhala apretando los ojos al sentir como el movimiento de su cuerpo hace que se frote más contra su entrepierna.

—Maldición Parker, acabas de salir del hospital, cómo es que no usas el cerebro y me dejas cae-

Su voz se pierde amortiguada contra su pecho cuando lo siente. Peter era joven, era sexualmente activo y tenía un buen tiempo reprimiendo sus instintos naturales en pos de enfocar todas y cada una de sus energías en el único hombre que quería y deseaba. Había un límite de cosas que podrías aguantar cuando tenías un año sirviéndote de ti mismo para controlar tus necesidades y tener al objeto de tus fantasías más sucias encima era la primera en la lista.

—Peter...

Abochornado, maldiciendo la dura erección que había conseguido con un poco de estúpido e infantil franeleo lo intenta empujar lejos de su cuerpo, pero Tony es una cobra entre sus piernas y antes de que pueda lanzarlo lejos, clava las rodillas a ambos lados de sus caderas y se suspende contra su rostro, aplastando las manos a ambos lados del mismo.

—¿Y tú de verdad crees que tu tía no tiene de qué preocuparse? —masculla apretando los dientes, mirando fijamente su boca—. Dime que no eres tan idiota.

No le da tiempo a responder, lo besa mucho antes de que pueda pensar con claridad. Gime contra sus labios. Estira ambas manos y las enrosca contra su cuello, apretando y trayéndolo más cerca. Su lengua se encuentra a medio camino con la de Tony; cuando la pelvis de su mentor choca contra la de él gruñe y empuja las caderas hacia arriba. Una de las manos abandona el costado de su rostro y se aplasta contra su cuello empujándolo para traerlo con él cuando Tony se sienta sobre sus caderas. Peter sigue el movimiento y le aprieta la cintura cuando este se yergue. Sus miradas se detienen una sobre la otra, los vahos de sus respiraciones erráticas forman nubes blancas y espesas. Peter puede saborear el deseo que los une, lo extraño y real que es. Lo inexplicable y mágico que se siente. No sabe si así lo describiría Tony, pero el aire se carga de esa energía cinética que empuja sus pechos a pegarse más, a sus manos a aferrarse más duras contra la carne del otro, deseando marcar o quizá solo corroborando que todo es real.

El beso se dilata junto con el tiempo. La exigente boca de Tony reclama la suya, reclama su cuello y uno de sus oídos. Sus manos no son menos ambiciosas. Se deslizan por su espalda, por su cintura y se meten debajo del borde de su suéter, arañando la superficie de su piel. Otro gemido más lánguido y húmedo brota de su boca cuando dientes raspan la piel bajo su oído. La erección de Tony se siente dura contra su abdomen, mientras que el trasero le raspa los muslos. Peter, abrumado, no sabe qué hacer o al menos dónde poner las manos. Le molesta la ropa y lo sofoca el calor que sube desde su abdomen por su pecho hasta su boca, donde cada gemido y jadeo bajo que suelta quema su garganta.

—To-Tony —gime apretando con ambas manos su cintura, incapaz de pensar en dónde están y el espectáculo que darían si alguien los viera.

Su mentor, o perdió completamente el norte como él, o no le importa, porque lejos de frenar, de recuperar la consciencia o el criterio, vuelve a morder todo el sendero de piel roja que le separa el oído de la mandíbula. Peter se deja caer sin fuerzas contra la nieve, Tony lo premia gimiendo y lamiendo su cuello, empujando con una de sus rodillas para hacerse lugar entre sus piernas. Peter obedece en el acto, y va más allá, enredando una de las piernas sobre la cadera de su mentor. Se estremece cuando este gruñe y el empuje de sus caderas hace que sus pollas se froten una contra la otra.

—Dios... —jadea Peter apenas creyendo el desastre de labios hinchados y ojos lujuriosos que es ese hombre sobre su cuerpo.

Tony sonríe y le aferra con una mano la pierna que Peter había subido a su cuerpo. Acaricia la cara interna de su muslo, empujando sin disimulo o sutileza la pelvis contra su entrepierna. Peter maldice el invierno y las capas de ropa que se interponen entre ellos. Quiere sentir su húmeda y resbaladiza piel chocar contra la cara interna de sus muslos. Quiere sentir su piel quemar sobre la suya y la tersa caricia los vellos de su pecho contra el propio. Su miembro palpita, cada célula de su cuerpo muere del gusto de solo pensar en estar desnudo con él, sentirlo acariciarlo, tomarlo dentro de su cuerpo hasta sentir que el mundo se rompe en mil pedazos y el placer lo deje desarmado sobre el colchón.

—Encanto, basta con que me digas Tony —sonríe sensualmente, besándole los labios entreabiertos.

Su mente entra en cortocircuito. Por suerte, o por desgracia, antes de que se le tenga que ocurrir algo ocurrente el pantalón le empieza a vibrar. Tony se sobresalta y parpadea confundido, mirando el punto donde el sonido estridente de una llamada entrando sale desde su propio celular.

—Maldición, deben estar viniendo. —gruñe con un tono claramente frustrado—. Ve a activar la electricidad, yo los entretendré. ¿Puedes dejarle el auto a tu tía?

Peter parpadea desde el suelo, aún perdido.

—¿Parker?

—¿No se irá con Happy? —musita viendo como Tony se endereza sin vacilar, acomodándose la ropa en el proceso.

Sus ojos caen contra la bragueta que se acomoda y la sonrisa ladina que le lanza su mentor al ver dónde se entretuvo su mirada le hace enderezarse y sacudirse el aturdimiento.

—¿No crees que tenemos un par de cosas de qué hablar?

—¿Sí?

Tony rueda los ojos y lo empuja en dirección a la caja donde hacía como cien vidas había estado trabajando, mientras coge la llamada.

—Happy... No, no soy un... Bien, Parker no lo es. —Peter se gira ligeramente al escucharlo reír y Tony le hace señas para que se apure, mientras empieza a patear el santa desinflado que en el suelo todo enredado quedó olvidado—. Deja de llorar, me llevaré el auto y a Parker, avísale a May.

Peter, intentando entender qué había pasado recién, se limita a lo conocido y activa las dos térmicas que habían saltado. Tony suelta una pequeña exclamación de sorpresa al ver la casa completamente decorada, ahora que la noche estaba tan cerca sobre sus cabezas.

—No era una pregunta —musita alzando la vista, para seguir el camino de luces que desembocaban en un inmenso dulce de luces que estaba justo frente a ellos—. No, no sé a qué hora lo soltaré y deja de hacer el papel de papá preocupado conmigo, sabe cuidar su trasero solo. No, te veo mañana. Adiós. No te escucho —bajando el equipo, lo guarda en el mismo bolsillo del que lo sacó—. Happy se hará cargo de todo, ¿quieres que los esperemos o podemos ir yendo ya?

—Los niños...

—Mañana podemos volver. En el taller cambiaremos el cable de esta cosa y lo traeremos. El techo quedará vacío sin el Santa. —añade al leer su estupor.

¿Estaba inconsciente ? De repente la idea es muy real, porque no tenía ningún sentido lo que había pasado en el suelo y menos sentido tenía lo que estaba diciendo en ese momento.

—¿Te golpeaste la cabeza? —pregunta despacio, mirándolo de lado.

Tony lo mira sin entender.

—¿Hay algún motivo para no cambiar el cableado de esa cosa? Diría que compremos una nueva, pero dudo que me dejes tirar esta.

—¿Desde cuándo te importa la decoración navideña? —Peter balbucea torpemente, incómodo con su propia incomodidad.

—Desde que dijiste que para ti era importante. —responde como si fuera la cosa más obvia del mundo—. ¿Debería hacer que el médico te vea? Pareces más perdido de lo usual...

—Deberías dejar de actuar como un bipolar, eso me ayudaría —le espeta molesto.

Tony estrecha la mirada en su dirección y Peter se sentiría algo intimidado, si no estuviera tan perdido.

—Lo que digo, tenemos mucho que aclarar antes de que sigamos... avanzando.

—¿Vamos a avanzar?

—Ahora vamos a ir a casa y allí veremos. ¿Vienes? Si nos quedamos no podremos irnos hasta quién sabe qué hora y tú mañana tienes que volver al trabajo. Escuché por ahí que tu jefe no autorizó unas vacaciones.

—No creo que Harley tenga problemas para... ¡Tony!

Su mentor se materializa en dos zancadas frente a él y su rostro iracundo se cierne tanto sobre el de él, que Peter no sabe si sentir miedo o excitarse.

—Soy tu jefe, no él. Pensé que eso estaba claro.

A riesgo de morir de combustión espontánea, Peter menea inseguro la cabeza. La efervescente necesidad de pelear con él, de jugar un poco lo colma y muerde pensativo su labio antes de responder. La mirada dura que le lanza no hace más que confirmar su sospecha de que Harley era un tema que fácil la hacía perder el control y la idea de que sea por él que el hombre más frío del mundo se desmorone es tan poderosa, que por un segundo guarda silencio y saborea el momento

—No es lo que él me dijo.

—Mi palabra es ley en lo referente a tu trasero. ¿Entiendes?

Peter mordisquea un poco más su labio inferior. Mira divertido a su mentor y sonríe traviesamente.

—Cuidado, señor, puedo encariñarme con la idea.

Tony se ríe y le coge la cintura, pegándolo contra su pecho.

—Cuidado tú, Peter. Un día querrás escapar y no te dejaré.

—No quiero escapar de ti.

Algo turbio atraviesa la cara de su mentor y Peter se imagina que el pensamiento es demasiado para tolerarlo, porque el aire juguetón entre ambos se enfría como la noche que se cierra sobre ellos y se aleja un par de pasos, estirando la mano para indicarle el camino.

—Vamos.

Peter lo sigue solo por no llevarle la contraria. No tiene caso pelear y, lo más importante, tiene que dejarle una nota a May antes de escapar de allí. Con una mueca piensa en lo que ella le hará cuando llegue a casa esa noche, pero el mohín preocupado se le borra en el mismo instante en que Tony se para tras él y le apoya las manos en las caderas y lo empuja en su dirección.

—Vámonos —reitera haciendo que se enderece contra su pecho, de la mesa donde se había recargado para escribir la breve nota—. Y deja de provocarme Parker, o verás por qué es que Happy tiene que llamarme antes de aparecer de la nada cuando estoy con alguien que me interesa.

Peter deja caer el bolígrafo de su mano y al girar la cabeza, la boca de Tony captura la suya. Su cuerpo trina contra el que desde atrás lo abraza, muriendo de ganas por qué lo tome allí mismo, contra esa jodida mesa.

—Va-vamos.

—Eso es, sé un buen chico, encanto. Vamos. 

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