Está cordialmente invitado a una perfectamente desastrosa cena navideña
Peter tiene las bolsas de la compra firmemente agarradas. Le suda un poco el cuello, pero no es tanto nervios por lo que viene, sino por lo que vendrá una vez que toda la cena termine. Tenía dos días jugando con el diablo y estaba más que convencido de que la jugada final se acercaba.
Y dice cena, porque como cabría esperar, su fiesta terminó por convertirse en una cena con muy pocos invitados. Obviamente, de una forma que se maldecía por no prever, todas las personas de su larga lista le habían confirmado asistencia al dueño práctico de la Sede de los Vengadores. A su celular habían llegado algunas confirmaciones, pero eran relativamente pocas y Peter dio por sentado que eso se debía más que nada a que la gente iba a ir, pero no se molestaba en confirmarlo.
Dos noches atrás, cuando su plan se desmoronó frente a sus ojos, Tony le advirtió cuáles iban a ser los planes definitivos para la Navidad. Peter, pese a su decepción por haber fracasado en su sorpresa, sintió una tremenda alegría de descubrir que esos eran los grandes planes que su mentor tenía para las fiestas. Una especie de virulenta satisfacción lo llenó y pese a que era infantil, deseó tener el número de Ross para informarle.
Claro que "mentor" ahora no se sentía muy correcto. No es que Peter fuera a ser tan idiota como para decir novio. No. Ni siquiera en su más optimista pensamiento llamaría lo que sea que ahora tenía con Tony como una relación de pareja. Apenas era la sombra de una. Parecía más correcto decir que estaban en una intrincada partida de ajedrez. Ambos se movían por el tablero, deslizando sus fichas con extremo cuidado, como si perder una pieza, así fuera un insignificante peón, significara sacrificar el juego.
Peter tenía en claro lo que Tony intentaba, le costó, culpa del maldito evento en la casa del orfanato, culpa del endemoniado deseo que lo volvía tonto cada que notaba cuán recíproco era y sobre todo culpa de Tony que se puso a cantar; pero al fin lo entendió: una guerra de desgaste. El muy optimista pensaba que Peter, luego de probar un poco, se cansaría, al final se aburriría y lo dejaría.
Costaba, ciertamente, creer que tuviera tan poca estima de sí mismo. Una parte de Peter se sentía mal por él. Esa idea no hablaba de la poca estima que le tenía Tony a su perseverancia o la fiabilidad que daba a sus sentimientos. Era pura y exclusivamente un pensamiento de infravaloración. Peter sabía, porque tenía años en ese lugar, que nunca se podría cansar de Tony. Cada día, cada vez, aprendía algo distinto, conocía una nueva faceta de él y no había forma de que no fuera así hasta el fin de los tiempos. No era estúpido, tenía en claro que eventualmente, los veinte años de diferencia que tenían, los llevaría a un punto donde Peter lo sobreviviría; pero estaba muy convencido de que incluso en ese momento, no dejaría de aprender.
El picaporte frente a él tiembla y Peter cuadra los hombros, empujando al fondo de su mente los pensamientos que menos necesitaba en la superficie. Su cuerpo se llena de expectativa. Su mente se parte en mil pedazos esperando el encuentro y cuando sucede, se siente tan irreal como la primera vez.
Tony lo mira, o bueno, mira las bolsas cargadas que tiene en las manos y suspira cansinamente. Rueda los ojos, inclinándose a un costado para dejarlo pasar. Peter entra, camina comedidamente y no intenta maniobra alguna de saludo. Su paso falsamente casual lo lleva hasta la cocina, donde deposita todas las bolsas en el gran y basto carrasco de la mesada.
Dos manos se cuelan por su cintura. La caricia de las yemas contra su abdomen le arrancan un suspiro. La caricia de los labios contra la parte trasera de su oído un estremecimiento. Tony lo gira abruptamente y con la mirada cargada de molestia, tira de él para besarlo firmemente en los labios.
—Eres un chico exasperante —le gruñe cuando Peter se rinde y le responde al beso, mordiendo tentativamente su labio inferior.
El cuerpo macizo frente a él tiembla cuando un gruñido gutural rebota entre sus pechos. Peter había decidido luego de la noche 0 no volver a propiciar los encuentros físicos entre los dos. Aquella noche, frente al piano, había sido un momento de frustración y hartazgo, pero ya en casa, saciado y con mil cosas dándole vueltas, se dio cuenta de que iba a tener que cambiar su táctica. Buena parte de su estrategia actual era demostrarle a Tony que en esa batalla, Peter no era un simple soldado raso y que era más que capaz de sentarse a la mesa junto a los mejores estrategas.
La idea era fácil, sencilla y tan llana que podría pasar como la más obvia y burda, pero era un mérito en sí mismo si se tenía en cuenta que se negaba a claudicar ante semejante hombre. Ya quería ver él quién se resistía a besar todas las veces que pudiera a Tony. Quién le corría el cuerpo cuando este lo buscaba. Porque a eso jugaba Peter: a que Tony admitiera y tuviera que sucumbir al hecho de que lo deseaba tanto como Peter lo deseaba a él. Era más que evidente que ni siquiera Peter, que sabía que lo amaba, podía jurar si iban o no a ser una buena pareja. No era algo que pudiera jurar o prometer. Pero Tony ni siquiera estaba pensando en eso. Ni siquiera pensaba en que la relación podría desgastarse, que podría aburrirse de su juventud o su inexperiencia. No pensaba en los incordios de salir del closet formalmente, ni en lo que acarrearía a su imagen personal el tener una relación con un chico veinte años más joven.
Lo único en lo que su mentor pensaba, como bien le demostró con su estúpido plan, era en lo que Peter quería y decía sentir. Todo era sobre Peter, como si sus deseos o sentimientos ni siquiera pudieran ponerse en discusión. Bueno, tamaña idiotez. Pero solo en casa, luego de que May volviera a decirle que tenía que andarse con cuidado antes de darle un beso y retirarse a su cuarto, Peter se dio cuenta qué era lo que tenía que hacer: abrir los ojos de Tony, hacerle ver que lo deseaba, que lo necesitaba y lo quería. Tenía que forzarlo a ver ese vínculo invisible que llevaban tantos años construyendo.
Una mano se cierra sobre su trasero y Peter abre los ojos reprendiendo su debilidad. Con manos firmes, lo empuja del pecho hacia atrás. La mirada fastidiada de Tony se clava en él.
—¿Sigues creyendo que jugar al gato y al ratón va a hacer que cambie de opinión?
No se molesta por el tono sobrador. Entendía que así se viera, pero la verdad es que Tony solo iba a entender su punto una vez que lo experimentara. Una vez que la necesidad de tener más, todo, a cada segundo, en cada minuto de cada día, lo colmara y ocupara cada uno de sus pensamientos, entendería que allí no había nada superficial o pasajero. Peter tenía ese sentimiento atravesando su pecho desde hacía tres años y cada día, cada maldito día, no hacía sino empeorar, crecer y transformarse.
—Ya lo veremos, señor —dice con una sobradez arduamente trabajada en el espejo de su baño.
May, ese mismo día, le dijo que se oía muy confiado.
—Pierdes valioso tiempo —musita, acariciando su cuerpo con una mirada lenta y caliente.
Joder.
—Tienes razón, las galletas necesitan al menos dos horas de enfriarse antes de poder glasearlas —confirma frunciendo el ceño—. ¡DUM-E!
—Lo encerré en... ¿Cómo saliste? —gruñe al ver como el robot aparece por la entrada lateral de la cocina.
—Deberías reevaluar esto de subestimarnos —musita meneando con pesar la cabeza, chocando los cinco contra la pinza abierta.
—Voy a desarmarlo —les espeta altivo—. Así no podrán fastidiarme.
Peter le da un apretón a Dum cuando este se retira hacia atrás asustado por la mirada cargada de resentimiento que Tony le lanza.
—No le hagas caso, solo está frustrado sexualmente.
Los tres giran cuando una voz cantarina atraviesa la misma puerta que Dum. Peter tose bruscamente, pero saluda con la mano a Harley, cuando este entra arrojando al rostro de Tony un gorro de lana.
—Ten, el recibidor está atestado de seres humanos, deberías ir a verlos. Ya sabes, ser un buen anfitrión.
—¿Qué haces tú aquí? —se queja Tony interponiéndose entre los dos—. Te dije claramente a las siete.
—Oh, ¿las siete? —pregunta sorprendido, volteando el rostro sobre el hombro—. ¡Era a las siete! —grita y Peter no llega a preguntarse a quién, ya que Rhodes, Vision, Happy y May entran con expresiones poco serias o apenadas por el error—. Qué pena —suspira llevándose teatralmente una mano al pecho—. Supongo que no podrás intentar seducir al chef y llevarlo a la cama.
Tony, lívido, lo mira escupiendo fuego por los ojos.
—Juro que tengo apertura mental, pero no tanta —suspira May, rodeando a los hombres, viniendo a su encuentro y el de Dum-E.
El robot estudia a May curioso cuando ella misma se queda viéndolo entre asombrada y curiosa. Peter se sacude el impacto y empuja amablemente a Dum en dirección a May.
—Él es Dum-E. Ella es May. Te mostré fotos —le recuerda.
La pinza de Dum se abre y cierra lentamente, antes de estirarse curiosa a la mano que May extendió en su dirección. Su atención se parte, pues Tony se pone en marcha y sale de la parte trasera de la barra donde estaban y se dirige a paso firme y mortal a su ahijado.
No presta mucha atención cuando lo coge del brazo y lo saca a rastras por la misma puerta que entró. En su lugar saluda a los demás en la cocina, sonriendo cuando todos le alzan un dedo cómplice. Los últimos dos días la sede estuvo sorprendentemente vacía. Peter sospechaba que algo tenía que ver todo aquel cuento que se traía con Tony y la críptica advertencia que le dio Happy en el auto, pero ahora viendo como todos lo miraban, podía darlo por seguro.
—Bien, aquí alguien prometió pavo y galletas —dice Rhodes olfateando—. Y no veo, ni huelo, nada de eso.
—El pavo está en el horno —señala Peter, constatando al pasar que estuviera en la temperatura que específicamente le dijo a Tony que lo pusiera.
Debía reconocer que le sorprendía y divertía a partes iguales que le hubiera hecho caso. Sí, Tony lo miró como si pudiera ahorcarlo luego de que cinco veces Peter le preguntara si le podía encomendar la cocción del pavo; pero eso no significaba que podría haber decidido no hacerlo solo para tocarle las narices. Dado que el día anterior Peter había hecho un esfuerzo considerable de ignorarlo en el taller, solo hablando con Dum-E, no hubiera sido de extrañar.
—Bien. ¿Y mis galletas? —pregunta cruzando los hombros con seriedad—. No pienso pasar una navidad sin galletas.
—No son tan tradicionales de la cena Navideña —dice May rodeándole la cintura con un brazo y la pinza de Dum con el otro.
—Happy, de verdad, cómo es que puedes ir en serio con una mujer que dice semejante barbaridad.
—Porque el hombre no le teme al éxito, Rhodes —responde Harley con el mismo tino que antes calló a Tony—. No todos son unos tibios como tú —sonríe diabólicamente.
Los labios del coronel se tensan y es la única muestra de que sus palabras le dieron en algún flanco descubierto.
Tony, que entraba detrás de su ahijado, mira al par con el ceño fruncido. Peter entiende más por esa mirada que por el comentario de lo que pasaba entre esos dos. El millonario tenía cara de querer hacer correr sangre y el brillo perverso con el que miró alternativamente a los dos hombres que se medían a punta de miradas frías, era familiar.
—Pensé que ibas a venir con esa chica con la que estabas el otro día —murmura Tony, rodeando con el brazo el cuello de su ahijado que se tensa de pies a cabeza—. ¿Debí aclarar en tu invitación que podías venir con un acompañante? —pregunta sorprendido—. Si la pobre no tiene planes, aún estás a tiempo de llamarla.
Harley murmura algo inentedible para Peter, que no tenía un gran manejo de italiano, pero May junto a él suelta una pequeña carcajada, que rápidamente tapa en una profunda tos.
Peter le da un par de palmaditas y mira sin saber bien qué decir o hacer. No debía meterse, pero era evidente que Harley no estaba lejos de su actual posición. Y quizá, peor. Era evidente que Rhodes tenía en claro lo que sentía el chico y era aún más evidente que, a diferencia de Tony, no pensaba sucumbir a los encantos (realmente destacables) del ahijado de su mentor.
—Bueno, eso me deja en claro por qué es que ellos son mejores amigos —suspira algo consternada May—. Eso me lleva a preguntarme cómo es que tú encajas aquí. Ustedes. —se corrige viendo a Vision y a Happy.
—Alguien tiene que aportar la cuota de normalidad e inteligencia —dice Happy acercándose a su tía.
—¿No es un poco retrógrado decir que eres normal porque sales con una mujer de tu edad?
—¿De qué hablas? —se queja Happy riendo sobradamente antes de darle un casto beso en la mano que retira de la pinza de Dum-E—. Yo aporto la inteligencia. Vision es el normal.
Todos estallaron en carcajadas. El propio Vision se rio más que nadie, quizá un poco más alto al entender un pelín tarde todos los matices de la broma.
—Creo que son muchos en la cocina —carraspea Peter cuando todos lentamente se van calmando—. Me vendría bien espacio para poder cocinar. Dum tú quédate, alguien tiene que darme una mano con la receta.
—Yo puedo ayudar —dice Harley—. Soy muy bueno dando una mano —añade maliciosamente, dirigiendo la mirada al cuerpo de Rhodes. Tan obvio es su escrutinio en una parte específica, que el mismo coronel se remueve.
—Dios, esta será una noche tan interesante —comenta May riendo—. Peter dijo que por aquí hay un piano inmenso. Me encantaría poder echarle una mirada.
Peter mira abochornado a Tony y Harley se ríe disimuladamente, antes de zafarse del brazo que se tensó sobre sus hombros.
—Tony puede decirte dónde está. Es su gran joya, no deja que nadie haga cosas raras cerca de él.
Con las mejillas emitiendo la misma radiación que el sol, agacha la mirada y se pone a revolver sus bolsas, empezando a vaciarlas.
—Vamos todos, creo que vi que iban a dar un especial sobre... er...
—Costura—dice Harley muy serio, acercándose a ellos.
—Costura. ¿Costura? —gruñe furioso Rhodes, cayendo muy tarde a lo que Harley le intentó dar de excusa.
Una carcajada se le escapa y tiene que disculparse cuando el coronel lo taladra con la mirada. May, casi en la puerta, custodiada por Vision y Happy tras ella, los mira a los tres con los ojos entrecerrados. Peter vuelve la vista y la clava en Dum.
—Vamos —apura a todos el coronel.
Tony se detiene unos segundos, dejándoles paso. Se nota a leguas que no quiere dejarlos solos, pero Rhodes le coge del brazo y lo empuja fuera de la cocina, mirándolo molesto.
—Dum-E vigila el horno, tengo ahí el pavo —añade antes de terminar de ser arrastrado fuera.
—Pobre idiota —suspira Harley, acercándose para chocar los cinco con Dum-E—. Piensa que le harás más caso a él que a mí.
La pinza mecánica se abre y se cierra alegremente, como si se riera de ese chiste. Peter mira impresionado a su amigo y sonríe a Harley.
—De verdad le gustas —comenta.
—Bueno, te dije que éramos amigos. En fin... ¿Sobre qué puedo poner mis manos? —pregunta inclinándose sugestivamente en su dirección.
—Hum, creo que ese metro ochenta y ocho está en la sala a punto de ver un especial de costura...
Harley se ríe pasando la lengua por el labio superior.
—Chico astuto —lo felicita arrebatándole de la mano el paquete de harina—. En fin. Ya caerá, ese entrenamiento militar es tan molesto —suspira rodando los ojos—. Pero, lo que más se nos resiste es lo que más deseamos, ¿no?
—Cruzo los dedos porque así sea.
—Oh, lo será. ¿Tienes una receta o solo... improvisamos?
—Tengo una receta.
Se ponen manos a la obra, riendo de tanto en tanto, cuando Dum-E, con muy poca discreción, se interponía entre ellos. Ninguno le lleva mucho el apunte. Lo dejan hacer lo que quiera, evitando que se entrometa en la receta luego de que una lluvia de harina de almendras voló por la mesada y los obligó a huir despavoridos.
—Creo que le hará más caso a él —comenta dolorido Peter, cogiéndose el pie cuando Dum-E, por quinta vez, lo pisa por intentar inmiscuirse entre ellos.
—¡Dum-E! —se queja Harley exasperado, estirándose para cogerle el brazo y sacarlo del camino del robot—. Ve a la sala. No haré nada con él, así que deja de lastimarlo —lo reprende.
El robot los mira alternativamente y Peter suspira pesadamente.
—Déjalo, solo... es leal.
—Es un idiota como su dueño —murmura rodando los ojos Harley, cogiendo la bandeja de galletas—. Ve, abre el horno de allí, ayuda un poco para variar.
Peter se pone a juntar todo lo que habían usado y se sorprende al sentir como Harley se deja caer sobre la mesada, sentándose casi sobre donde sus manos estaban pasando un trapo. Mirando en todas direcciones, nota que al final Dum le hizo caso, porque no se lo ve por ninguna parte.
Incómodo se ordena no ceder a las mil advertencias que la noche anterior Tony le lanzó. No dudaba que el ahijado de su mentor, ni bien pudiera, se lanzaría por su cuello. Tampoco dudaba de que podría manejarlo. Estaba seguro de que Harley no quería nada con él. Menos si ya era de saber común que Tony y él... bueno, quién sabe qué era eso.
La mirada azul se clava en él, fija, estudiando detenidamente sus movimientos.
—Bien... entonces... Tú y Tony, ¿eh?
Ligeramente receloso, pues hasta el momento solo habían estado hablando de cosas meramente laborales, Peter sonríe.
—Sí... ¿Supongo?
—Necesitas más seguridad si lo estás intentando —se ríe.
—Lo estoy —dice más firme, cuadrando los hombros.
Harley lo mira con la duda grabada en todo el rostro. Le sorprende que no se corte ni lo más mínimo, pero no baja su mirada y se la sostiene, así necesite esconderse.
—Quizá, pero ¿de verdad? —pregunta arrugando el gesto en un mohín que debe ser una perdición entre sus ligues, porque hace que su rostro se viera especialmente angelical—. Quizá deberías, no sé, fijarte en una versión mejorada de ese prototipo de hombre.
Peter, que esperaba ese tipo de bromas, solo le sonríe y menea la cabeza. Se aplaude en silencio al no sentir ni el más ligero tirón de interés. Era un chico hermoso, sería tonto no admitirlo y de ciegos no verlo. Aunque su personalidad haría que hasta un ciego note que tenía que ser hermoso. Pero nada pasa y eso de alguna forma, le hace sentirse más seguro de sí mismo.
—Soy más de las versiones originales —responde con aplomo, sin perder el tono suave y amistoso. Harley solo lo estaba poniendo a prueba, tal como Happy le explicó qué hacía Rhodes.
Era gracioso que ambos (Rhodes y Harley) fueran los encargados de poner a prueba su interés, cuán verdadero era y qué tanto era capaz de soportar.
—Son las que vienen con más fallas —canturrea mordiendo su labio inferior.
Peter se encoge de hombros, tirando en el fregadero todos los utensilios sucios.
—No me molestan las fallas. Soy buen programador.
—Ya, pero no sé, podrías darle un mejor uso a esas habilidades si no tienes que estar peleando con un programa viejo e irritante.
Esa vez se le escapa una carcajada.
—¿Qué mérito tendría como programador si me dan uno sin fallas?
—Oh, Peter... podría responder de tantas maneras a eso...
—Kenner, por qué no vas a llevar café a la sala —gruñe Tony, sobresaltándolos.
Entrando en la cocina, seguido de Dum-E a su espalda, se queda quieto viéndolos, con una mueca de odio que no esconde en lo absoluto.
El rubio lo mira y se da tiempo de rodar los ojos y modular un muy entendible "p-a-t-é-t-i-c-o" antes de girar y mirar al robot de manera resentida.
—No vengas a llorarnos cuando te convierta en una aspiradora —le dice alzando el mentón. Dum se achica un poco y Peter lo mira compasivo.
—Ya terminamos, así que podríamos ir a poner la mesa, si quieres. —le ofrece Peter, intentando evitar que Tony y su ahijado se enzarzaran en una pelea.
No estaba seguro qué tanto podrían buscarse el uno al otro antes de estallar. Había temido justo eso cuando Tony le advirtió que iría Harley a la cena. Por un segundo le sorprendió que lo invitara. No por la invitación en sí, dado que el mismo Peter lo hizo también, era que después de entender lo que había pasado en la empresa cuando se conocieron, supuso que Tony no iba a quererlos cerca.
—Deja que vaya a pavonearse a la sala, se muere por ir.
Harley sonríe como si eso no lo pinchara, pero Peter creía ver en el fondo de sus ojos un dolor familiar apagarse.
—Bueno, pero no terminamos las galletas, así que debes volver luego del café.
El ahijado de Tony lo mira unos segundos, quien sabe evaluando qué, pero lo que sea le debe parecer bueno, agradable o simplemente bien, porque baja de un salto la mesada y se inclina más cerca de él.
—Puede, cachorro, que tú y yo terminemos siendo grandes amigos.
—Kenner, como me hagas repetirte...
—Bah, cálmate Stark. No le haré nada a tu niño. A menos que él quiera.
Peter, entendiendo que lo más sabio que podía hacer era cerrar la boca, niega sin entrometerse.
—Harley —la forma fría en la que Tony separa las letras es escalofriante.
—Broma, broma. Cálmate, por Dios, solo es una broma. A menos que tú quieras —añade inclinándose otro poco en su dirección y Peter, con un ligero temor a lo que Tony podía hacer, retrocede—. Entonces no será broma —remata con un guiño.
Su mentor no los decepciona. Con rapidez y fuerza da los pasos que los separan y le coge del brazo con tal fuerza a Harley que hasta el chico lo mira sorprendido.
—Carajo, sí que estás demente —susurra alzando una ceja—. Contrólate, Stark. Recuerda cómo fue la última vez que perdiste la cabeza de esta forma.
Tony lo suelta y retrocede como si la piel de su ahijado lo hubiera quemado. El chico lo mira un poco más, antes de volverse a Peter. No hay rastro de diversión o burla, de hecho, Peter apostaría que muy poca gente alguna vez presenció ese lado del rubio.
—Si me necesitas, llama —ofrece girándose para ver al hombre que sigue luciendo como si le hubieran clavado un puñal en el pecho—. En cinco minutos vuelvo —Tanto Tony como Peter pueden reconocer la advertencia que hay en esa declaración, dado el tono y la forma en la que Harley los mira alternativamente—. Voy a ver si puedo conseguir que se enoje tanto que entre en calor y se saque el suéter.
Peter no repara en la sonrisa traviesa que le lanza, solo se queda viendo a Tony que allí plantado, parecía dolorosamente perdido en algún pensamiento que no era nada agradable.
No tiene idea de qué o, mejor dicho, a quién hacía referencia el comentario de Harley, pero estaba convencido que estaba íntimamente relacionado con los celos que Tony estaba demostrando tener. Peter no tenía problemas con algo medianamente entendible, pero hasta él con su inexperiencia podría decir que la cosa de Tony con Harley parecía mucho más seria que divertida.
—¿Estás bien? —le pregunta intentando tantear su humor.
—Sí —responde su mentor, rápido y cortante.
—Oh, me alegro, no quisiera que de repente te la agarraras conmigo solo porque el capullo de tu ahijado está intentando tocarte los huevos.
Decir que los dos dan un respingo ante la mordaz y cínica respuesta que suelta es decir algo muy leve. Tony despierta de su propio letargo y Peter, estupefacto, puede tocar los bordes fragmentados del dique de su paciencia. Entonces nota que estaba francamente harto de toda esa idiotez y estaba seguro de querer seguir, pero no creía que pudiera seguir haciéndolo con la boca mansamente cerrada.
—Creo que deberías llevarle el café —suspira contando mentalmente para no hacer, ni decir, nada más—, se fue sin él. Dum-E, la cafetera está llena, ayúdale ¿sí?
El robot, casi relegado a la entrada de la cocina donde decidió por su bien quedarse, agita dispuesto la pinza y empieza a moverse por la cocina. Tony no dice nada, no intenta explicarse o pedir perdón. Solo lo mira un poco antes de girarse e irse por donde Dum, sin llevar las puñeteras tazas ni los platos. Aferrándose al borde del fregadero, Peter junta aire y se endereza.
En la sala, por suerte, Harley los distrae lo suficiente como para que no noten la tensión. May está en el piano y Peter siente ganas de arrastrarla a Queens y quedarse allí con ella. Una parte de él, quizá la más astuta, le dice que debió quedarse en casa. Honrar la memoria de Ben con comida china y luego irse a dormir. En cambio, ahora estaba allí en aquella idiotez, sintiendo quién sabe qué en el pecho. ¿Dolor? ¿Cansancio? ¿Tristeza?
Como si fuera capaz de oler sus emociones, la mano de su tía encuentra la de él cuando deja la taza sobre el borde del piano; mismo lugar donde hacía dos noches Tony dejó el vaso de whisky que Peter tiró cuando lo arrojó sobre el piano para besarlo.
—¿Todo bien? —murmura quedo, mirando con elocuencia a la zona de la cocina.
—No salió bien la masa —musita igual de bajo, agachando con tristeza la cabeza.
—Oh, Peter —suspira ella con una sonrisa compasiva—. Dudo que alguien se dé cuenta. Diremos que así es la receta de la familia —ofrece guiñándole un ojo.
—Eres la mejor, tía May.
Su tía lo mira un poco recelosa, pero le da un fuerte y amoroso apretón en la mano.
Cuando vuelve a la cocina, mira sus estúpidas galletas y apaga el pavo. Decide que arreglará solo la mesa y se desliza fuera y lejos cuando escucha como May los pone a cantar villancicos.
Un par de manos le atrapan por detrás y como no son las de Tony, Peter se voltea rápido y le da un toque en la parte baja de la tráquea al ahijado de su mentor. El rubio lo mira estupefacto, dando dos pasos hacia atrás, alzando una mano a la altura de los ojos y la otra hasta su cuello, dos milímetros por debajo de un golpe letal.
—Eres uno de ellos —dice sin vacilar ni un poco.
—No me gusta que me toquen sin mi consentimiento —murmura serio, sin responder a su pregunta.
Volviendo a lo suyo, Peter continúa acomodando la mesa, dejando en cada plato una servilleta pulcramente doblada, alineando las copas de vino y agua con los cubiertos.
—Por eso te tiene aquí encerrado, eres uno de los... ¡No jodas eres el del culo respingón!
Jamás, y eso que le pusieron muchos apodos, jamás nadie nunca se atrevió a llamarlo así. Ni siquiera pudo esconder su molestia cuando se giró y habló.
—¡Soy Spider-Man, respeta! —por impulso se tapa la boca, abriendo los ojos asustado.
—Oh joder —gime Harley, igual de alterado que él, estirándose hasta apoyar la mano sobre la de Peter—. No me dijiste nada. Yo no sé nada. ¿Bien? Jamás dijiste eso —gruñe por lo bajo, sin retirar los ojos de la entrada de la sala—. Tranquilo, relájate y no dejes que ellos sepan que lo sé, o al carajo con la cena. —advierte—. Y mira, no puedes robarme eso, especialmente porque ya la jodí.
Peter, preso del pánico que aún pica en la superficie de su piel, baja lentamente la mano cuando Harley lo hace. El chico lo ve allí parado y debe notar que está completamente en la mierda, porque suspira y se pasa la mano por su cabello. Agita la melena larga y rubia cuando se rasca con fuerza el cuero cabelludo. Su mirada va de la puerta a él y a la mesa, como si buscara allí la forma de volver en el tiempo y corregir todo lo que se hizo mal en esa maldita velada.
Peter quería mejor volver el tiempo donde aún era un crío tonto que apenas había descubierto sus poderes. Deseaba volver a Queens, aproximadamente quince minutos antes del momento donde Tony fue a buscarlo. Se aseguraría de entrar en su casa y trancar la puerta para evitar que se conocieran. Estaba muy seguro de que su vida sería no solo terriblemente distinta, sino que mucho más tranquila.
—Bueno ya que no pasó nada, vamos a fingir que yo entré, te saludé y me senté en... aquí —señala corriendo ruidosamente una de las sillas e intercambiando los papelitos de los puestos hasta reorganizar los todos—. Hice un par de chistes sobre la porcelana de abuelita, tu defendiste el gusto de primero de siglo del idiota y yo me burlé un poco de ti...
—No tienes que hacer esto —dice Peter, traspasando la barrera del cansancio para llegar a las tierras del agotamiento—. Tampoco tienes que pedir disculpas...
—Hum, cachorro, no iba a hacer eso —se ríe.
—¿No? —pregunta confundido.
—No, claro que no. Él necesitaba escuchar esa mierda —le informa antes de ponerse a juguetear con el plato y la servilleta.
Peter ve impotente cómo la desdobla y niega alzando la vista.
—Estaba hablando de Steve. Ya sabes. Antes. En la cocina.
—¿Qué? —dice aún más perdido que antes—. Oh, no. No, no, no, no. Por Dios, no... ¿Tuvo algo con Steve? ¿En serio? ¿Al Capitán América tengo que superar? —gime arrastrando ambas manos en su rostro.
Rendido, se deja caer sobre la silla que había corrido para armar la mesa y golpea la cabeza contra el suave y terso mantel. Una mano aterriza en su hombro y le da un par de palmaditas.
—Lo sé. Tremendos pectorales —sentencia solemne—. ¿Imaginas eso encima de ti? Se me pone dura de solo pensarlo.
Ahora Peter tenía la triple imagen mental más innecesaria de la vida: Steve Rogers encima de Harley, suplantada por Steve Rogers encima de él, que es sepultada por la imagen de Steve Rogers encima de Tony.
—¿Por qué mejor no me rindo? —gime lloriqueando.
—Nah, no digo que tengas mucho para competir, pero lo de Steve jamás estuvo bien. Y oye, que yo sepa, él prefiere ser activo, eso te da puntos a favor.
Peter alza la vista del mantel y apoya patéticamente el mentón sobre la mesa. Harley lo estudia con la boca llena del pan que había acomodado en las paneras y le sonríe con comida brotando de entre sus dientes.
—No eres de ayuda —le dice, no muy seguro de si el chico tenía eso en claro o no.
—Bueno, bueno. —tose tragando—. Qué tal esto: La relación con Steve, a diferencia de la de Pepper, la jodió Steve. Así que ya sabemos que no es que quedara algo ahí que se asentó con su muerte.
—Dios, me había olvidado de Pepper —gime agudamente Peter y Harley gruñe apretándose la frente con un golpe seco.
—Cachorro, es difícil como el infierno ayudarte.
—Quiero ir a casa —gimotea golpeando reiteradas veces la frente contra la mesa—. Pensé que lo de Antiara era lo peor que podía pasarme y... oh, qué es lo que estoy intentando —murmura realmente al borde del llanto—. Todo esto es tan estúpido e inútil...
Harley no deja de darle palmaditas. No cree que sea una buena señal su silencio. De hecho, sospecha que no tiene nada para argumentar a que no lo es y por eso opta por mantenerse en silencio.
—Voy a inventarme un problema y me iré —anuncia enderezándose—. Seguro en alguna parte de todo Nueva York hay algo demasiado urgente que no puede esperar a que aparezca la policía o los bomberos. Es Navidad, la gente cuando está sola en Navidad hace muchas cosas extrañas...
—Vamos, vamos —dice Harley cogiéndole del brazo para que no pueda escapar—. No seas llorón. Aparte es lo mismo. Lo tienes en la palma de tu mano.
—Mira, creo que quieres animarme, pero la verdad es que no lo estás logrando. —murmura torciendo la boca—. De hecho, lo empeoras.
El maldito se ríe más ligeramente y asiente, antes de darle una sonrisa compasiva.
—Admito que es un poco entretenido, es que caes tan rápido... Si lo repites lo niego, pero creo que un poco lo entiendo. Atractivo, con buen culo, inteligente e inocente. Eres una cosita tan apetecible a la que corromper...
—Nada de ayuda —musita, apoyando ruidosamente los codos sobre la mesa.
—Ya, ya. Me porto bien —ofrece a su mirada exasperada—. Lo juro —añade al ver su reticencia—. Mira, cachorro...
—En verdad no aprecio el apodo.
—Entiendo que si digo culito resp-
—Harley... —lo corta bruscamente, harto de su continúa idiotez.
El rubio sonríe y relame sus labios acomodándose mejor en la silla. Al mirada de gato a punto de ronronear le hace revolverse incómodo, pero controla sus nervios y sostiene con firmeza su mirada. Dejarse intimidar no era opción.
—Bueno, tesoro, estoy casi seguro que si Tony logra mantener el lugar de activo en su relación, yo me comeré mis zapatos.
Peter intenta que la imagen mental no le reviente todos los vasos sanguíneos del cerebro, pero resulta tan inverosímil pensarse como activo en un momento de intimidad con Tony, que no logra terminar de encajar la idea. Agita la cabeza y la inclina, esperando a que Harley continuara diciendo lo que sea que pensaba usar para torturarlo psicológicamente.
—¿No? Bueno, tesoro, yo siempre estaré para ayudarte si un día necesitas descargar —ofrece con un guiño cómplice.
Peter solo alza la vista y niega. No tiene ningún sentido esperar nada de él. Qué curioso, era tan diferente a su costado laboral. Peter tenía verdaderas charlas con él a través de los tantos mails que se habían mandado.
—Bien, bien. Deja de distraerme, Parker, vamos a lo que vine.
—No creo que sea necesario...
—Necesitas un par de consejos.
—No los necesito...
—Tony es un poco... inestable.
—De verdad que preferiría...
—Peter.
Clavando en él sus ojos, Peter lo mira con seriedad. Dios, no quería ni pensar en la magnitud de la barbaridad que iba a soltarle si usaba su nombre de pila.
—Mira, quiero ayudarte, te lo prometo.
—Entenderás lo difícil que me resulta creerte.
—Lo sé, pero mira: Tony está a un paso de perder los estribos y hombre, lo respeto si eso es lo que quieres, pero no estoy seguro de que entiendas exactamente qué es lo que tendrás que manejar si pierde el norte.
Tragando con dificultad, se permite por primera vez dudar. Quizá, solo quizá, había subestimado al oponente.
—¿Tan malo sería...?
—Mira, depende que entendemos por malo.
—Algo malo es algo malo, Harley.
—No con Tony. Deberías saberlo.
Irritado, sabiendo que no debía pegarla con él dado que todos parecían tener esa manera estúpida y críptica de darle consejos, intenta controlarse.
—En este punto es más lo que me gustaría que me ayuden a que me digan lo que ya debería saber. Es claro que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo. Pero si a todos les parece que vale la pena que siga, apreciaría que dejaran de irse con vueltas.
—María, el pobre idiota sí que no tiene idea dónde se mete —sisea divertido por lo bajo—. En fin, sabes, siento que quizá exageré. Tu carita de bebé confunde un poco, creo que tienes lo que hace falta, solo... no lo dejes dominarte. No lo digo en el terreno de lo sexual, entiendo que tiene...
—El punto. Ve al punto, Harley —lo corta sin querer enterarse.
Sí, Peter también tuvo una vida sexual, pero como ambas seguro no se podían ni empezar a comparar, prefería no alimentar sus terrores nocturnos con más conocimiento del que especulaba.
—Mira, te tiene idealizado —dice con un suspiro cansino— Y antes de que cometas el terrible error de creer que eso es bueno...
—No creo que...
—No lo es —Peter aprieta los labios y decide que lo mejor y más astuto es dejarlo continuar. No tenía ningún tipo de sentido pedirle algo si no era capaz de cumplir su parte manteniendo la boca cerrada. Efectivamente no creía que Tony lo tuviera idealizado, pero arreglarían eso luego—. Una vez que te pone en un pedestal, te vuelves completamente inalcanzable. Te deshumaniza, ¿entiendes?.
—¿Eso pasó con Steve? —murmura sintiendo un hormigueo que no le gustaba nada en la base del cuello.
—Pasó. No ayudó en nada que Steve creyera esa mierda. Steve creía que era mejor, que era más digno. Eso empeoró el asunto. Y con Pepper pasó lo mismo —comenta bajando pensativo la vista—. Aunque con ella fue diferente, ella, como él, se enamoró de una idea. Al final ambos vieron la verdad y cuando se separaron, al menos pudieron seguir siendo amigos de quienes eran en verdad.
—Pero con Steve no —intuye Peter.
—No, imagino que sabes cómo terminaron, pero fue cómo llegaron a ese punto el problema. Steve no pensaba que tenía muchos de los defectos que tenía y Tony se negaba a verlos. Pero cuando estos eventualmente salieron a relucir... —Harley encoge los hombros y menea la cabeza con una mueca de desprecio—. No quieres eso. ¿Entiendes? Estaba tan aferrado a sostener el pedestal de Steve que perdió completamente el norte. Se volvió loco intentando forzar a Steve en la imagen que él quería y cuando no lo consiguió, cuando Steve se volvió un humano más, un idiota y egoísta humano más... Joder, se fue todo a la misma mierda. Sabes el desenlace. Una maldita guerra civil en el patio de casa.
Peter sabía bien cómo terminó y por ese odio, ese aborrecimiento le resultaba increíble entender que antes de Thanos hubieran podido... Desechando la imagen mental se detiene mirando el mantel, específicamente a los pequeños hombrecillos de nieve con sus gorros y sus narices de zanahorias.
—Entiendo, pero no creo que me haya puesto a mí en ningún pedestal.
—Oh, créeme tesoro, lo hizo. Y uno muy alto.
—Se la pasa retándome por hacer las cosas mal. No creo que tenga ni la más mínima duda de que soy "humano".
—No, pero cree que eres esta cosita célibe y pura...
Abochornado, piensa en la cantidad de veces que Tony tuvo que cortar los avances de Peter; en todas las veces que lo alejaba de su cuerpo, de su boca y sus manos. No, definitivamente ese hombre no podía creer eso de él.
—Mira, entiendo lo que quieres decir, pero no creo que ese sea el caso. De verdad. Él solo piensa que me cansaré de él una vez que la emoción por lo nuevo se acabe. Me lo dejó en claro.
—Ya, sí. ¿Y crees que llegó al lugar al que llegó por creerse poca cosa?
La boca de Peter se abre, pero automáticamente la cierra.
—Lo que digo. Debes dejarle en claro que eres un humano, amigo. No te hará caso mientras dejes que él siga pensando que eres mucho mejor que él.
Frustrado, Peter se pasa las manos por el rostro. Quiere coger la mesa y darla vuelta al aire. Maldita sea. Qué ridiculez. La idea era antinatural, pero tenía potencial. Tony jamás se ponía debajo de nadie en la balanza, era incapaz de entender que no era el mejor en todo, todo el tiempo, en cualquier lugar. Era desesperantemente orgulloso y engreído, y por más que nunca se hubiera detenido a pensarlo a fondo, cierto era que jamás tuvo sentido que pensara que Peter se iba a aburrir. Por norma Peter hubiera pensado que la parte difícil de aquel desastre sería que Tony no se aburriera de él, cosa que, ahora que lo planteaba, empezaba a considerar algo bastante posible.
Tony, si Harley tenía mínimamente algo de razón, una vez que lo viera cómo era, ¿qué vería?. No tenía grandes problemas de autoestima, ya no al menos, pero si solo lo reducía a lo más básico, no tenía mucho que ofrecer.
—Bien lo tendré en cuenta —masculla entre dientes, sintiendo que la pequeña y tonta historia navideña que se había armado en su cabeza empezaba a volverse un cuento de terror.
—Hey, mira, te lo digo porque de verdad creo... Después de lo de Steve no creí que fuera capaz de dejar que alguien llegará tan profundo en su corazón. Lo has logrado, y eso ya te confiere poder para hacer que abra los ojos.
Esa parte no se le hacía la más realista de todas. Empezaba a creer que lo único que había logrado demostrar en ese tiempo es que tenía un cuerpo decente para pasar el rato.
—Lo digo en serio, por eso se vuelve loco cuando me acerco a ti.
—Cree que no puedo manejarte —resopla—. Nada más.
—Bueno, pero podemos demostrarle que está totalmente equivocado.
Rodando los ojos, Peter suspira agotado.
—No, gracias.
—Te lo pierdes, soy un encanto en la cama.
—No me atrevería a dudarlo.
Harley le sonríe tan profundamente que puede ver sus dientes. El repaso que le da le deja en claro lo que está pensando, pero Peter se desentiende de eso sin esfuerzo alguno. Más bien piensa en su estúpida estrategia y qué estaba logrando con ella. A su parecer nada, porque a la fecha cuando estaban solos, Tony solo parecía pensar en sexo y cuando había más personas cerca, solo parecía ponerse ansioso y ligeramente violento.
La teoría del pedestal empieza a cuadrar, porque si Tony se iba a esforzar en sostenerlo en el lugar donde lo puso, el costo para terceros por evidenciar que Peter era más que un chico bueno hasta los huesos e inocente sería inmenso. Después de todo, cuando la guerra civil se desató, Tony metió a todos los aliados de Steve en prisión, perdió contacto con todos ellos y solo se quedó al lado de los que le fueron "leales" a la visión que él tenía de Steve y lo que debió o no hacer. Sí, sí, hubieron cuestiones legales y bla, bla, bla y Tony no era un maldito rencoroso sin más. Pero no perdonó a Steve hasta que fue dolorosamente tarde, lo odió hasta el último minuto, en el que la oportunidad de salvar a la humanidad lo hizo renunciar a su enojo.
¿Y si de verdad estaba apretando botones que no debía? Su plan podía irse fácilmente al demonio si Tony no era capaz de ver lo que él quería y en su lugar, interpretaba su reto como una amenaza. O peor, no quería que pensara que lo estaba desafiando y eso hiciera que todo aquello se volviera un reto que conquistar. Es decir, tenía en claro que la línea era delgada, pero a la fecha, jamás dudó sobre sus habilidades para mantenerlos en el lado correcto. Ahora, viendo el nuevo panorama, no se veía muy capaz y no estaba seguro de entender cómo es que podía siquiera pensar en hacerlo bien. La idea de que Tony terminara odiándolo por no ser quien necesitaba que fuera le aterraba y si eso llegaba a esa instancia, su promesa se perdería en el olvido, porque ya Tony no querrá que Peter se trague el orgullo y se mantenga a su lado como alumno mentor. Al final podría perderlo y eso jamás sería una opción.
—Me duele la cabeza —admite con un suspiro.
—Ya, es que el tipo es un dolor en el trasero —asiente, cerrando los ojos—. Pero, sabes, creo que te subestimo, Spider-Man. Ya no tengo tan claro que necesites que te diga esto.
Peter no estaba seguro de qué responder a eso. Por suerte, no tiene que hacerlo, Vision aparece por la puerta de la sala con una sonrisa y una bandeja de comida que Peter había olvidado dejar en la cocina para traer una vez que todo estuviera listo.
Poniéndose de pie en el acto, Peter fuerza una sonrisa y vuelve a fingir que todo está en orden, que todo es perfectamente normal. Harley lo estudia con curiosidad, mirando alternativamente a Tony y él, pese a que ambos apenas se comunican con algo más que monosílabos. La cena transcurre en relativa normalidad, con todos riendo y burlándose; con Tony recobrando lentamente el buen humor.
Cuando llega la hora del postre, Peter se retira a la cocina y se pone a buscar las galletas que no llegó a decorar, cuando ve su reflejo. Su rostro ceniciento está demasiado apagado. Apenas pudo comer algo, con la mente dando mil vueltas sobre un asunto que era imposible seguir esquivando.
—Luego —se promete, antes de ponerse manos a la obra.
Arma un glaseado mediocre y lo pasa a un par de mangas luego de darle color. No cree ni por un segundo que quedarán tan lindas como lo imaginó, pero intenta enfocarse con todo lo que era en la tarea y más o menos cree que lo tiene, porque cuando termina de unir las galletas y de glasearlas, la poderosa estructura de jengibre se ve decente.
La casa, muy arquitectónicamente planeada, es una casa con dos pisos y numerosas ventanas. El tejado lo llenó de glaseado blanco mientras que se esforzó por detallar cada una de las ventanas con un borde rojo y vibrante. Las juntas eran de un par de tonos más oscuros de lo que debería, pero estaba cerca de ser tan similar al de las mismas galletas que poco se notaba. Por su parte, los siete hombrecillos de jengibre que iban con ella tienen sus botones rojos de dulce, sus bocas rosas de regaliz y sus ojos brillantes y perlados. Ninguno tiene la mejor o más bonita finalización, pero al menos se veían divertidos en su desastre.
—Están bastante bien logrados —dice la voz de Tony cerca de él y Peter alza abruptamente la vista.
—Gracias —responde escuetamente, esquivando su mirada.
Dispone todo correctamente en la bandeja que había llevado en sus bolsas y vuelve a respirar cuando la gran casa está acomodada. Se rehúsa a notar el corazón latiendo desbocado en su pecho o al miedo haciendo que le tiemblen las manos. Puede oír las palabras que rondan la mente de Tony, puede saborearlas en la lengua y la angustia que le genera le retuerce las entrañas.
La charla con Harley regó dudas en él, pero sin dudas dejó las cosas claras para Tony, porque hasta la fecha jamás había mirado a Peter como si fuera un problema. Y antes le había dicho muchas veces que era un problema, un dolor de cabeza, un grano el... en fin, pero nunca, ni una sola vez, Peter vio esa cosa fría y metálica en el fondo de sus ojos.
—Peter...
—No ahora —lo corta sin vacilar—. No quiero hacerlo ahora. Ya se irán todos y podrás perder los nervios y dejarme todo lo que quieras. ¿Ahora? No. No puedo volver ahí y fingir que no has... que no dijiste lo que sea que quieras decir. ¿Es posible?
Su mentor lo mira y pese a que intenta separar los labios un par de veces, termina por apretarlos y asentir, antes de estirarse para sacar algo del horno que estaba empotrado en la pared. Peter ve la tarta y se queda ligeramente desconcertado.
—Hay tarta también —le informa con aquella falsa cordialidad que habían empezado a dominar sin ningún esfuerzo.
—¿La hiciste? —consulta mucho más sorprendido por eso que por cualquier cosa que Harley le podría haber dicho esa tarde.
—Claro que no —sonríe—. La compré. Es la favorita de Happy.
—Oh, bien. No lo sabía.
—Debe ser la única tradición que de hecho sí tenemos para estas fechas —algo en esa oración parece hacerle entender que volvía a ponerse íntimo, porque dicho eso se endereza y gira para salir sin decir nada más.
Agotado de sus idas y vueltas, Peter resuelve que si pidió que no haga nada idiota, él podía seguir el ejemplo. Con firmeza recoge la bandeja y Rhodes aplaude cuando lo ve entrar.
—Eres el mejor —murmura con la mirada de un niño, fija en la gran casa de jengibre.
Happy pone la misma cara cuando Tony deposita la tarta frente a él y Vision se entretiene viendo su correspondiente hombrecillo de jengibre, al que Peter aparte de las decoraciones normales, se esforzó por teñir de rojo y ponerle una gomita amarilla en la frente.
May opina que la receta quedó tal cual la de su abuela y Peter le sonríe cuando ella le guiña un ojo. Harley aprovecha para recordarle a Rhodes que él, de hecho, colaboró con la creación de las galletas, lo que hace que el hombre se quede dubitativo con la galleta a unos milímetros de la boca. Peter decide que tiene mierda de sobra en su vida y lo que sea que Harley haga o no, no es problema de él. No cree que su estrategia funcione a largo plazo, pero ¿qué sabía Peter?. En el transcurso de media hora parecía que todo se había arruinado y estaba seguro de que una vez que estuviera solo con Tony, este terminaría oficialmente todo entre ellos.
Con pesadumbre juntó la mesa y echó de la cocina a cualquiera que quisiera ayudar. May, que ya sabía nada tenían que ver las galletas con su lúgubre humor, intentó muchas veces hablar con él, averiguar qué estaba mal, pero Peter le pidió que por favor lo dejara estar y pese a odiar la idea, ella se resignó; porque Peter era demasiado terco como para otra cosa, y le dijo que estaba lista para ir a casa.
—Ve con Happy —dice apretando sus hombros en un abrazo fuerte.
El rostro de ella se hunde en su cuello y la montura de los lentes le hace cosquillas mientras remueve la cabeza para besarlo. Ligeramente reconfortado por su cariño, se separa de ella y la mira con una media sonrisa torcida y desvalida en los labios.
—No me gustará esto si siempre te verás así de triste, Peter. No es bueno si siempre eres miserable —murmura sería, acariciando con cuidado sus mejillas.
—Lo sé —afirma—. Para eso me quedo, para ponerle un punto final a todo esto.
May no le cree y sabe que está bien que así sea. Pero esa vez era distinto a todo. Era hora de finalizar aquella tonta historia navideña que armó en su mente cuando en un arranque de optimismo, pensó que los milagros de Navidad eran reales.
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