A nadie le gustan los finales, pero aquí está.

—¿Bien?

Tony ve de lado como Peter lo mira fijo. Con los nervios destrozados como los tenía no puede hacer chistes. Y sabe que debería empezar a echar guante a su humor si no quería que lo que él imaginó como una despedida un poco más fría que de costumbre se tornara en... Bueno, quién sabía, Peter estaba más allá de la seriedad. También sus palabras eran demasiado solemnes. No las creía en lo absoluto, pero un ligero regusto ácido subiendo por su garganta le da mala espina. Existía la posibilidad de que estuviera hablando en serio y eso bastaba para ponerlo en guardia.

—Estás enojado —comenta con la boca extrañamente seca—. Sé que no me comporté bien y eso...

—No —lo corta Peter, acomodándose en el taburete alto de la cocina, donde se dejó caer cuando Tony lo forzó a dejar que sea él quien lavara los últimos trastos de la mesa.

Sin poder esquivar los ojos cafés que lo persiguen buscando su atención, Tony lo mira largo y tendido. Se traga la réplica que viene a su mente. Odia que lo corten o interrumpan, pero no parece que su "pupilo" esté por la labor de soportar que se lo recuerde.

Todos se habían ido. Todos entendían que era para darles intimidad y de alguna manera, todos parecían también saber para qué la necesitaban. Y no, nadie lo miró como solían hacer cuando estaba Peter involucrado. Él mismo no era idiota. Sabía, y le constaba, que la cosa empezó mal y terminó de la manera más desastrosa posible. ¿Previsible? Mierda, sí, pero era algo que sabía tarde que temprano iba a pasar y a qué mala hora creyó que estaban listos.

Todo era culpa de Kenner y Tony se negaba a aceptar pegas a ese hecho. Harley sacaba lo peor de él cuando se trataba de Peter y Tony sabía bien por qué, así quisiera hacerse el idiota al respecto. Cosa que empezaba a pesar, porque de alguna forma, hasta él que era un eximio ciego cuando se lo proponía, ya no podía eludir.

Los chistes empezaron muchos años atrás, puntualmente cuando Tony escondió a la pequeña joya que salió del MIT de sus ojos. Harley desde ese día siempre intentó sonsacarle qué demonios tenía guardado en el taller de la Sede y por más que Tony fingía demencia cuando lo preguntaba, nunca dudó que llegaría el día que aquello le volviera en contra. Pero en él mientras tanto, no se hizo gran problema; eran chistes que, sin conocerse, no tenían real poder de desbordar su mierda por todas partes. Pero ahora se conocían, ahora Harley sabía bien de quién hablaban y la parte más retorcida de él entendía el peligro implícito.

Ahora, con Peter serio y sin humor alguno sentado a poco menos de dos metros de él, se daba cuenta de que fue sumamente idiota haberlo provocado luego de tener una última charla de advertencia en la sala. No debió burlarse del maldito con el ligue con el que andaba Rhodes y menos que menos debió hacerlo frente a todos. Pero el malnacido se había reído de él en su puñetera cara y le dijo con toda la soltura del mundo que si tanto deseaba que Peter se olvide rápido de él, un poco de su ayuda no le vendría mal.

"Quizá le doy algo mejor en lo que ocupar su tiempo" se rio dándole un golpecito juguetón en la mejilla cuando Tony en vano intentó recordarle las reglas que le había soltado la noche anterior antes de confirmar su asistencia. "Después de todo, eso es lo que quieres: Que el chico deje de jugar contigo y se vaya con alguien de su edad. A ti no te gusta tanto" añadió clavando con intención los ojos en él, regodeándose internamente al ver la lucha interior que libraba consigo mismo. "Haces esto solo para que el pobrecito se aburra, no porque de verdad te interese en ese aspecto en particular". Se fue luego de esa puñalada y lo dejó allí plantado, con las respuestas que debía dar atragantadas, incapaz de darle la razón.

Tony entendía en lo más básico que por mucho que lo molestara, no haría nada. Y ese no fue su miedo en un primer momento, el peor miedo de Tony era la influencia que podía obrar sobre Peter o las cosas que podría decirle. Luego, casi en el fondo de sus preocupaciones, estaba que Harley quisiera coquetear con el chico y lastimarlo. Pero ahora, ahora era en lo único que podía pensar, era lo único en lo que su mente parecía ser capaz de enfocarse.

La mierda había alcanzado a Harley, así el estúpido no entendiera lo que pasaba con él. Su ahijado estaba en ese peligroso punto de hastío y cansancio, donde una vida de playboy empezaba a demostrar lo que tenía para ofrecer: nada. Y si Peter había parchado ese hueco vacío en medio de su pecho, no había forma alguna de que no obrara su misma magia en Harley.

Tony y Harley eran iguales. Tanto, que muchas veces se preguntó qué tanto había aprendido de él a base del ejemplo y que tanto estaban destinados a encontrarse por fuerza de sus similitudes. Entonces, mientras caía por el barranco de la cordura, Tony se preguntó la segunda cosa más básica de todas: ¿Qué maldita mierda impediría que Peter desarrolle cualquier clase de sentimiento por Harley?

Y tras unos cuantos minutos, mientras se decía a sí mismo que no importaba, que no iba a pasar, Dum vino a buscarlo. No lo admitiría nunca en voz alta, pero Tony conocía cada matiz en los movimientos de su pinza, y supo inmediatamente que había peligro al acecho. Se movió por impulso, dejó que el terror de lo evidente lo hiciera abrir los ojos: ¿por qué no? ¿Qué tenía de malo si Peter se acercaba a Harley y solo... pasaba? Y no hubo respuesta. Mientras sus piernas se ponían solas en movimiento y se lanzaba de lleno a la cocina, no hubo racionalidad, solo un sentimiento virulento y amargo.

—Mira, Peter. Ya te dije que no debía enojarme —dice con aplomo, sabiendo que estuvo mal, que fue infantil e irresponsable.

La verdad fuera dicha: si Harley no lo hubiera puesto en su lugar, no tenía idea a dónde hubiera podido llegar. No se había dado cuenta, ni siquiera había notado cómo de profundo era su miedo, su posesividad, pero su ahijado tenía razón y Tony (idiota Tony) se permitió olvidar. Olvidó lo cerca que estuvo de perderlo todo, de caer en la jodida demencia.

—No Tony, necesito que me escuches.

—No lo haré cuando dices idioteces —sisea molesto, pues empezaba a ser difícil controlar esa cosa, qué desesperada, se remueve en su interior. Porque mientras más pasaban los segundos, más y más consciente se sentía de todo lo que aquella mierda había despertado en él y cuán peligroso era para sí mismo que se diera el lujo de sentir por Peter—. Pensé que estabas dispuesto a demostrarme tu punto. ¿Así de rápido lo dejarás? —le pregunta aferrándose al borde del fregadero, cogiendo a las apuradas el primer argumento que le vino a la mente. Sí, en cuanto lo verbalizó se dio cuenta de lo idiota que era, pero a lo dicho pecho—. Mañana amaneces pensando en otra cosa —dice inmediatamente, probando un mejor ángulo—. Ve a casa y descansa.

La mirada café se tensa en las esquinas. Un escalofrío le baja por la espalda, pero no deja que nada de esa extraña incomodidad se refleje en su rostro. Peter se levanta lentamente de la silla y Tony está seguro que no es precisamente para decirle que acepta su orden y desearle una buena noche.

—Tenías, tenían, razón —aclara con deliberada lentitud—. Todos ustedes. De-debí hacerles caso.

Era ese un buen momento para establecer que el hecho de que Peter Parker te dé la razón, es la forma más práctica de saber que no la tienes.

—Esto siempre fue estúpido.

Un poco le ofende esa afirmación, así fuera acertada. Rodando los ojos a su propia estupidez, queriendo gritarle a su cerebro que si no iba a ayudar, mejor se apague, se esfuerza por mostrarse impasible. Luego, canturrea para sí mismo, sabiendo que ya tendría que sentarse y analizar a jodido detalle aquella noche.

—Lo sé —responde esquivo, intentando suprimir la punzada molesta que le atiza golpes en la parte baja del abdomen—. Pero mañana cuando despiertes, volverás a pensar lo opuesto y yo no iniciaré una pelea que no tiene sentido. Vete-a-la-cama.

Está empujando fuerte. A Peter decirle de frente y sin rodeos que no o que estaba equivocado era invitarlo a obcecarse más, pero... pero se veía demasiado serio, demasiado seguro y Tony realmente no tenía ni la menor idea de qué hacer. Lo cual era el resultante de ir contra tus instintos. Los cuales, como si fuera poco, aúllan en protesta. ¿Era su ego? No lo sabía, pero cada parte de él, hasta sus mismos huesos, negaban sus palabras. Tony no era estúpido, así como no lo era estar irrevocablemente interesado en él.

Lo único que sabía era que la sola idea de que Peter pudiera o no volverse a ver a Harley y reemplazarlo había roto todos sus esquemas y por más que buscó durante el resto de la noche la forma, no tenía una buena idea de cómo volver a poner cada maldita pieza en su lugar. No podía hacerlo con Peter allí, necesitaba que se fuera y le deje acomodarse; pero no podía permitir que se fuera diciendo las cosas que estaba diciendo. Su plan era muy estricto sobre cómo debía o no progresar y Tony podía disfrutar de una buena improvisación si era necesario, pero odiaba destruir sus propios planes por culpa de la terquedad de otros.

—No voy a seguir jugando, Tony. No debí hacerlo nunca —afirma con lentitud y sencillez. Separa con cuidado cada una de las palabras, pero la clave es el tono en el que las dice; se siente como un latigazo a lo largo de su pecho. No había ni un poco de duda en ellas. Ni un solo ápice.

No quería reconocer que sonaba... seguro, pero tocaba. Tocaba, porque Peter lo miraba a los ojos mientras decía esas palabras y en ellos Tony leía tanto la tristeza como la resolución.

—Peter, estás dando demasiadas vueltas a todo esto —ofrece aferrando con mano floja sus propias ideas, que se derraman y descarrilan en demasiadas direcciones—. ¿Puedes por amor a la jodida virgen solo ir a casa a dormir?. Mañana hablaremos de esto. Harley solo estaba siendo un idiota porque estaba cel-

—No, Tony. No haré esto por siempre. Tenías razón. —lo corta y él está por golpearlo, porque ya se siente enfermo de pensar en sus propias y puñeteras palabras—. Y no te lo estoy diciendo de mala manera. Tenías razón, no sirvo para esto. ¿No quieres nada serio conmigo? Está bien, digo, podía pasar. No es que pensé que esto iba a ser para toda la vida —añade con una media sonrisa que le da náuseas—. Estaba abierto a la posibilidad de que no fuéramos compatibles.

—¿Qué jodida mierda es la que te dijo? —estalla contra todo buen criterio.

—Nada de lo que crees.

Bueno, dudaba mucho de eso, ya que por algo lo estaban botando. Eso no salió de la nada y menos que menos fue a cuento de su maldita respuesta cuando Harley lanzó la jodida bomba en su cara. Le había dicho, y hecho, cosas peores. Y ese pensamiento lo hace sentirse un poco más sucio e indigno, porque era tal la cantidad de verdad que había en esa afirmación, que era imposible no sentirse aún más culpable de todo aquel desastre.

Una parte de Tony se intenta sacudir la idea de que estaban botándolo y el dolor que eso abrió en su pecho. Se ve a sí mismo con cinismo, queriendo reírse en su maldita cara. Eso era lo que te sacabas por jugar un juego peligroso y estúpido: un caos mental del que no podías escapar y un conjunto de emociones que no podías controlar. ¿Por qué demonios pensó que iba a lograrlo? ¿Por qué con Peter, que desde que lo conoció, hizo estragos en su sistema?

—Lo siento, solo quiero ir a casa. Puedo volver mañana si eso ayuda a que me creas —ofrece regalándole una sonrisa compasiva—. No tengo ningún problema en hacerlo. Pero no pasará más, err, esto —añade con la nariz arrugada, señalando el espacio entre ellos—. Y está totalmente bien para mí —se apresura a aclarar—. Como te dije muchas veces, eres importante para mí. Debí hacerte caso. Sabías que si hacías esto, pondríamos todo en peligro y por algo que... que nunca iba a funcionar.

Por pura costumbre su cuerpo reacciona y asiente. Era natural que la gente termine rindiéndose a que su palabra es la palabra final en cualquier asunto y que, ir contra ella, solo era una forma más de hacer el idiota. Pero en el fondo, no quiere creerlo y sabe que no puede creerlo. En la sala le tomó un segundo luego de ver a Dum-E para saber que Harley y Peter lo harían funcionar si les daba aire y no se entrometía entre ellos.

No por sus edades parejas, lo harían funcionar porque si su ahijado se dejaba llevar y permitía que Peter anide en su corazón, Harley terminaría amando a Peter. Y Peter, si lo quería a él una pizca de lo que decía quererlo, iba a terminar cayendo por el maldito. Y Harley, como el mismo Tony haría si le tocará ocupar el lugar, cuidaría y protegería a Peter como este era incapaz. Y Peter haría lo suyo, repararía los huecos que Harley tenía en el alma, le daría las pruebas tangibles de que la gente buena existía, que la gente que amaba de verdad y con fidelidad inagotable no eran solo un espejismo.

La simbiosis sería perfecta y tan aceitada que le daba pánico pensar en que en vez de desear eso para su pobre ahijado; que Dios, aparte de ser una jodida zorra era un hombre que había pasado por demasiado y se merecía ese tipo de amor, lo quería para él. ¿Qué paciencia le quedaría para tratar con él si ya tenía a Harley?

Una parte de él seguía aferrada al plan, otra, viendo a Peter sonreírle de aquella manera tan sincera y honesta, le gritaba con la garganta descarnada que soltara a su pupilo y creyera que de verdad no iba a pasar nada por solo terminar todo aquel juego, que jamás debió empezar o subvencionar. Dios, ¿Cuándo le mintió? Nunca. Peter iba a cumplir, iba a quedarse allí así fuera la pareja de su ahijado. Y en tal caso, eso solo los uniría un poco más, sellaría un poco más que eran familia y se pertenecían.

Pero estaba esa cosa; esa cosa que no provenía en su mente, que no nació y creció allí. Esa cosa que se aferraba a sus tripas y se removía enloquecida en su abdomen, haciendo que las náuseas arrastraran bilis ácida y espesa por su garganta. Cosa que gruñía por lo bajo mostrándole dientes afilados y ponzoñosos, diciéndole que no lo soltara; que lo cogiera y lo encerrara para siempre a su lado.

Sobresaltado con su propia furia, Tony respira hondo y se endereza, intentando acallar esa parte oscura de su mente. Se aferra a la voz de su ahijado y la advertencia que le soltó. Necesitaba regresar al presente y parar de navegar en las aguas turbias de un futuro incierto.

—Peter, no quiero seguir repitiendo esto —dice con toda la buena intención de ser tajante y amable, dando por seguro que ser especialmente mordaz no ayudaría en nada—. Mañana hablaremos de esto. Está bien que te enojarás conmigo por pegarla contigo cuando tenía que haber cogido al maldito niño del cuello y darle una puñetera lección.

—Lo que está mal es que no quieras hacerme caso —lo corta abruptamente Peter, irguiéndose cuan alto y grande es. No cree que quiera o busque intimidar y no lo consigue en sí, pero consigue despertar más a esa bestia que alza la cabeza aceptando la pelea—. Necesito que entiendas, ¿bien? Se acabó. No quiero seguir jugando contigo. Para empezar, esto no es un mísero juego para mí. No voy a... Mira si no sientes nada por mí, no lo sentirás más —sentencia abruptamente, dejando caer las manos en dos puños firmes a los costados de sus caderas—. Tengo años estando literalmente a tu lado. Años. Pensé que el único problema que iba a enfrentar era que dejes de verme como un niño, pero ya entendí que el problema es que quizá, lo que sientes no es más que solo cariño y yo me obsesioné con que debías, en alguna tonta y remota parte de ti, amarme.

»Mi error. Lo asumo. Asumí que tenías sentimientos que no podías dejar fluir más allá solo por la visión atrasada que tenías de quien era, pero entiendo que eso no es así. Solo no me quieres de esa forma y está bien —suspira con la mandíbula apretada, claramente dolido con esa idea—. Y repito, está bien. Es una... digo, ojalá no fuera el caso, pero está bien.

»No estuvo bien que hiciera todo esto, no estuvo bien que nos pusiera en este lugar y no... y estuvo peor creer que podía jugar con nuestras emociones y salirme con la mía. No soy quién para jugar con tus emociones. Y no sabes como lamento haber hecho eso. Lamento tanto haber empujado tu paciencia y tu estado de ánimo hasta el punto en que hoy llegaste a maltratar a tu propio ahijado.

»Tenías razón cuando dijiste que iba a forzarte a hacer algo que pudiera herirnos. No fue a nosotros, claro, pero, bueno me entiendes. No voy a volver a ponerte en ese lugar y tampoco voy a forzarte a terminar rompiéndome el corazón. Voy a irme hoy, voy a irme ahora, volveré mañana y quizá en un año nos estemos riendo de esto. —Entonces el chico coge aire con fuerza y aparta los ojos unos segundos. Le tiembla el mentón, se nota en su voz y la tensión de sus hombros el esfuerzo que está tomándole hablar de aquella manera—. No es que antes hicieras cosas explícitas con nadie cerca mío, pero agradecería un poco de cuidado por unos meses.

Y con eso termina. El silencio se agolpa en cada molécula de aire. Siempre hablaba demasiado y muy rápido, siempre estaba volviéndolo loco con discursos demasiado largos que iban a muchos lados y viraban de un tema al otro, siguiendo un milagroso hilo que le daba algo parecido a la coherencia. Tony había aprendido a mantener la boca cerrada, a dejar que vomite lo que sea y luego, cuando se daba tiempo para oxigenar la sangre, empezar a abordar punto a punto con la calma de un adulto y no la aceleración de un crío.

El problema era que aquel adulto en particular, no tenía palabras. No podía decirle que sí, que era lo mejor. No podía agradecerle por entender de una maldita vez lo que llevaba semanas diciéndole a todo el que pudiera oírlo. No era capaz, porque entonces se dio cuenta de que Peter, si se iba esa noche, al día siguiente volvería como el chico que siempre fue y esas pocas semanas no serían más que un chiste incómodo, pero gracioso que eventualmente contarían.

Con el correr del tiempo aquella navidad sería una anécdota y ni siquiera una tan buena, porque no habían hecho nada remarcable que el paso del tiempo no pudiera borrar. Quizá no en él, porque no era como si a Tony le quedan miles de navidades, pero a Peter, sin dudas se le terminaría olvidando.

Y como nunca, Tony fue muy consciente de lo poco que esa idea lo seducía. ¿Era el plan? Totalmente; pero ahora que su idea teórica era una realidad, una realidad fría y dura, planta con madurez y sinceridad frente él, veía que era un plan idiota; un plan utópico que desde hacía mucho tiempo no era una opción.

La cabeza le da vueltas y la sensación de náuseas se acrecienta al caer en cuenta de que no quería que Peter olvidara nada de él. No quería que Peter se fuera con otra persona, no quería que nadie lo hiciera feliz, porque si esa persona existía (algo que dudaba) y no era él, sería un maldito error.

Porque, igual que lo quería para él en su empresa, en su taller, lo quería en su vida. Lo quería plenamente en su vida. Lo quería a todas horas y en cualquier momento. Lo quería como sabía que no podría si lo dejaba irse esa noche, en busca de una vida que eventualmente lo alejaría de él. Porque... porque Tony, ahora notaba, lo quería como lo quiso cuando lo conoció: protegido del mundo y a salvo tras su espalda.

El corazón se le acelera y un zumbido molesto empieza a pitar en sus oídos. Mierda, lo quería. Lo quería como fue queriéndolo todos esos años, cada vez más, en cada una de sus facetas: estudiante, universitario, empleado, amigo, vengador y... hombre.

Hombre.

Hombre.

La destornillada idea lo envuelve y le arranca el aire de los pulmones. Recuerda los besos, recuerda la forma en la que su cuerpo encajaba bajo el suyo. Recuerda sus ojos ardientes y su costado juguetón... Y lo desea. Lo desea como hombre así no lo mereciera, así fuera estúpido y ridículo. Maldición, así tuviera que desear algo mejor para Peter, también lo quería como hombre.

Y entonces lo ve tan claro, tan obvio que el mundo cambia de dirección: no quería que Peter desistiera de él, de ellos. No quería que a Peter se le pase aquella mierda, no quería que Peter abriera los ojos y entendiera que aquello que tenía años gestándose entre ellos no estaba bien.

Porque no era idiota, y una parte de él siempre supo que Peter era igual de codicioso que él con su relación. Si él se aferraba a Peter, el chico le correspondía de la misma y retorcida manera. Le llenó el pecho cuando se negó a irse con la propuesta de Harley, le "ofendió" que el motivo fuera Dum-E, pero le llenó de placer saber que elegía el taller antes que la empresa y un montón de críos de su edad. Y el mismo placer que lo llenó cuando le dijo sumisamente que iría al MIT, tal como Tony le recomendó o le dijo que, obviamente, sería un honor trabajar codo a codo con él, antes de siquiera aceptar escuchar qué propuesta le haría cualquier otra empresa.

Peter jamás dejó de tocar su puerta, de buscarlo, de hacer lo que fuera por cinco minutos más juntos, pero si Tony lo dejaba ir, si Tony decía que sí, eso lentamente moriría y no... no era capaz.

Jamás tuvo sentido, pero Peter era parte fundamental de él, de una forma desesperada y agónica. De una forma que le aterraba, pero se permitía sentir porque Peter no se iría, Peter se quedaba, era leal, era compañero y era fiel. Jamás se permitió pensar en el momento que todo eso iría a parar a otra persona, porque hasta ahora no pensó nunca que Peter era un hombre y uno que estaba listo para amar y ser amado.

Pero... pero ese pequeño chico había crecido, así Tony siguiera preguntándose cuándo, con el permiso de quién, y quedarse allí como idiota negándolo solo iba a servir para perderlo.

—Bueno, hum... eh, me voy —musita rascando su cuello, acomodando nerviosamente su ropa.

Atónito a la avalancha de pensamientos que empiezan a desfilar por su cabeza, piezas de este rompecabezas maestro cayendo una contra la otra, armando un nuevo y completamente demencial escenario, no puede moverse. Se queda allí, en silencio, asimilando que no quiere que nadie esté con Peter. No quiere que nadie le de la estabilidad que Dios sabe él jamás podría darle, el futuro que merecía, la vida que podría tener. No. Tony no quería que nadie que no fuera él lo cuidara. No solo porque nadie lo haría tan bien, era tan simple como no querer que nadie lo hiciera.

Quería seguir peleando con él, retándolo, desvelándose por él, padeciendo sus malas ideas y odiando con cada fibra de su ser la debilidad en su corazón.

Quería...

Peter sale de la cocina y no mira hacia atrás. Tony lo mira irse con un sentimiento agridulce en el cuerpo, porque esa cosa posesiva y mordaz que le sacude las entrañas, es demasiado familiar y no logra entender cómo demonios no lo había notado antes. Esa cosa que sin sentido alguno cada día crecía y crecía más, que se volvía más y más codiciosa era...

Oh, maldita mierda.

Sus pies se ponen solos en movimiento. Baja a todo correr las escaleras, saltando los últimos tramos. El corazón se le iba a salir del pecho a ese paso, o iba a romperse la cara contra el hielo, pero le da lo mismo. La silueta de Peter va directo por la grava cubierta de nieve en dirección a las grandes puertas de salida cuando logra interceptarlo. Sin dignidad alguna, se lanza contra su cuerpo. Peter sostiene el peso de los dos en medio de un giro poco elegante y asquerosamente dramático.

No lo deja hablar, está besándolo antes de que le diga nada. Peter se queda quieto, congelado entre sus brazos, pero enseguida despierta, muy rápido se da cuenta de lo que Tony está haciendo. No, contra lo que él desea, no abre la boca y le responde el beso, más bien se aparta de él, empujando suavemente su pecho.

La mirada café arde furiosa. La respiración rápida hace pequeñas nubes frente a su rostro. Tony debería temer a su ira, pero está más allá de lo que Peter sienta en ese momento. Él le advirtió de su egoísmo, de su maldita inestabilidad emocional y era hora de dejar de jugar a ser un héroe, era hora de hacerle entender a qué se refería cuando decía que lo necesita por sobre sus sentimientos.

—Entiendo cuando en el taller finges que no escuchas lo que digo —sisea limpiando con el dorso de la mano su boca—, pero esto no es un chiste ¿entiendes? He dicho basta. No estoy jugando, no es un truco para que vengas a buscarme. Estoy diciéndote que se acabó.

—Te amo —dice probando las palabras, sorprendido de poder decirlas sin perecer o quedarse mudo—. Te amo —reitera, escuchando como dentro de él la pequeña pieza que faltaba cae y hace un armónico sonido de encastre.

El engranaje oxidado empieza a girar en su interior. Tony estudia maravillado el asunto. Desde el ángulo que se quiera es... funcional. Lo amaba. Maldición, en verdad lo... lo amaba.

Peter deja caer su mandíbula, mirándolo estupefacto. No está mejor, o en realidad... ¿Sí? La ansiedad que se había estado filtrando desde sus nervios a su mente se ha callado. Al fin puede respirar en paz, libre. Ni siquiera era consciente que tenía semanas sin poder hacerlo. Las dudas, los miedos, las inseguridades... todo se había ido. Sentía la cabeza libre, limpia y clara. Dios, era completamente refrescante.

El frío le eriza la piel del cuerpo, la nieve cala por entre sus zapatos y le humedece el borde del pantalón, pero nada de eso le importa. Camina los pocos pasos que Peter los separó. Receloso e incrédulo Peter quiere retroceder, pero Tony acomoda las manos en sus mejillas y lo empuja contra él. Vuelve a besarlo, mordisquea su labio inferior y siente en el fondo del cuerpo lo correcto que es aquello. Ahora que entiende lo que está pasando, entiende que siempre estuvo allí, perdido u oculto, cubierto con el velo que le impedía entender esas emociones, puede disfrutar de aquello de una forma que hasta ahora no se había permitido disfrutar. Besa con más firmeza sus labios, succiona el inferior y gime entrecortadamente, sintiendo el placer y la dicha recorrerlo entero.

—Dios, sí te amo —vuelve a susurrar entre besos, sin poder creer que sea verdad, sin poder entender cómo es que decirlo transfería tanta paz a su sistema.

Gime al sentir las manos de Peter clavarse en su cintura como un par de garras.

—No juegues conmigo —súplica abriendo tentativamente la boca para responder su beso—. Te dije que no me iré, pero no juegues conmigo.

No se molesta en responder, porque no tiene sentido alguno. Le coge la cintura, lo aprieta más contra su cuerpo, lo besa entero: boca, mentón, cuello, oídos. Lo besa una y otra vez, aceptando en cada beso que tenía demasiado tiempo amándolo, sin entender qué era.

Tantos años cuidándolo, tantos años protegiéndolo del mundo, todo a lo que estuvo dispuesto a renunciar para traerlo de regreso. Y claro que dolió todo lo que perdió por ello, pero cada vez que Peter sonreía en el taller, sabía que valió la pena, eso era lo correcto, Peter vivo, riendo por sus chistes, mirándolo con una sonrisa en los ojos mientras hacía travesuras.

—Te amo, Peter —musita contra su oído, temblando él mismo entre sus brazos—. Perdona que me tomara tanto entenderlo.

Eso es lo que firma el trato, Peter empieza a besarlo con la misma intensidad. Se separan cuando necesitan aire, cuando el deseo los abruma. Besarlo ya había demostrado estar bien, ser algo a lo que podía volverse adicto si no se iba con cuidado, pero ahora, ahora que entendía plenamente sus sentimientos, ahora que no reprimía de manera inconsciente nada, era simplemente fabuloso.

Se abrazan, se aprietan uno contra el otro, y por más que su piel y su sangre bulle, el frío en los pies empieza a molestarlo.

—Vamos a dentro, terminaremos convertidos en dos hombres de nieve aquí.

Peter, con la boca hinchada y los ojos brillando, menea la cabeza. Empieza a despejar su mente, está seguro porque el rostro se le tuerce ligeramente en una mueca insegura.

—¿Qué significa esto? —pregunta lentamente—. ¿Me amas? ¿De verdad me amas como, ya sabes, pareja?

Y allí parado bajo la luz cálida del largo camino a la salida, se siente tan malditamente estúpido por haber sido incapaz de reconocer todo lo que había estado gestándose en su interior, los celos, los malestares, la tristeza cuando se tenía que ir a casa, el miedo en cada misión, la ternura con cada uno de sus actos, la exasperación con su incapacidad para cuidar más de su corazón y dejar de creer en la humanidad...

—Te amo de todas las formas —murmura enfocándose en sus ojos—. Todas ellas. No quiero que te vayas, no quiero que dejes de intentarlo.

—¿Se-seguro?

Podría cargarlo en su hombro y prometer tantas cosas mientras lo desnuda, mientras besa cada fracción de su piel y lo toma, pero no hace nada de eso. Se acerca, vuelve a besarlo y lo entierra en un abrazo fuerte y cargado de algo que Tony odiaba con toda su alma: vulnerabilidad.

—Seguro.

Peter aprieta el rostro contra su cuello, lo aferra entre sus brazos y Tony no sabe si se echa a llorar o solo tiembla, pero lo mece hasta que se queda plácidamente quieto.

—No me cansaré de ti —le informa Peter, como si fuera una amenaza.

—Descuida, no dejaré que pase —promete empujándolo para que alce el rostro—. Me aseguraré de mantenerlo interesante. No sabes dónde te has metido.

Su chico menea la cabeza con una chispa divertida en los ojos y Tony siente como se derrite al verlo sonreír de lado, con esa hermosa sonrisa que siempre fue más fuerte que él.

—Tú tampoco lo sabes —informa muy seguro de sí mismo, deslizando la mano desde su espalda a su trasero.

Su primer impulso es alejarse cuando aprieta duramente, pero pelea contra el recelo y sonríe perversamente a su presa.

—No veo la hora de averiguarlo —sisea empujando hacia delante las caderas, restregando vulgarmente sus cuerpos.

Peter aprieta los labios y se pone de puntillas para besarlo y rodarle el cuello. Tony lo empuja sobre él, lo alza y le muerde el cuello cuando Peter se estremece y le rodea las caderas.

El viaje es relativamente largo, pero Dios sabe que no va a demostrar ahora debilidad. Lo acomoda mejor, muerde su boca cuando la dura erección se restriega en su abdomen. Peter gime que lo baje, que lo deje caminar, pero carajo, a él le gustaba hacer las cosas a lo grande, de la manera más ridícula y empalagosa que se pueda.

Peter soñaba si pensaba que lo conocía. Tony era un asco para todo, pero resultaba ser bueno para eso de seducir y conquistar. No era algo que hiciera a menudo, pero cuando lo hacía, era excepcional y tan detallista que rozaba lo vergonzoso.

Empuja la puerta de su cuarto con el pie. No espera a prender la luz, le da lo mismo. Lo tumba en su cama, le arranca la ropa y Peter desgarra un par de sus prendas, consumido por las mismas ansias que a él lo tiene jadeando y gimiendo a cada mínimo contacto de sus pieles.

Está helado, pero rápidamente entra en calor. Peter desnudo entre sus sábanas es todo lo que alguna vez sus sueños alcanzaron a prometerle y más. Mucho más. Es erótica la forma en que lo mira, la forma en la que muerde sus labios, como acaricia su propio cuerpo mientras Tony se saca los zapatos, el pantalón y las medias húmedas.

Sin dudarlo, se zambulle entre sus piernas. Las besa, las lame, las muerde y vuelve a besar. Peter le tira del pelo, gruñe y separa todo lo que puede las piernas, mientras Tony consigue empujar la punta de su erección entre sus labios.

—Oh, joder... señor Stark —gime empujándole la cabeza para empujar más hondo su miembro.

Redobla el esfuerzo, lo lleva hasta el fondo y Peter se derrite sobre la cama, maldiciendo y susurrando incoherencias mientras se retira y vuelve a arremeter. Su propio miembro duele palpitando bajo sus interiores, pero desea tanto darse ese festín que poco le importa. Se recuesta mejor, y se permite frotarse a sí mismo un poco de liberación frotándose contra el colchón. Se asegura de que Peter sea incapaz de abrir los ojos o moverse.

No le toma tanto llevarlo al límite, así que se retira y le roba ese instante de placer infinito.

—Maldito —le gruñe roncamente y Tony le sonríe a los ojos chocolate que se clavan necesitados en él.

—¿No es hora de tutearme? —musita acariciando con los labios la cabeza húmeda de su miembro.

Peter gime y sé arquera buscando volver a su boca, pero Tony lo esquiva y reparte una hilera de besos a lo largo de su ingle, subiendo lentamente por su pubis.

—Me gusta más: señor Stark —le susurra mordiendo su labio inferior y Tony jura completamente rendido.

Esta vez cuando busca su boca no lo hace con cuidado o delicadeza. Sabe que debería, que tendría que tomarse su tiempo para lamer todo su cuerpo y arrancarle la retahíla de insultos y ruegos que tiene tantas noches soñando, pero no puede. Se empuja entre sus piernas y se aprieta durante contra él. No tiene que mirar para hallar en la mesa de luz el lubricante y destaparlo con solo dos dedos. El muy cabrón sisea con el rostro enterrado en su cuello cuando desliza un dedo por el contorno de su entrada. Menea las caderas invitándolo a dejar de dar vueltas, pero Tony no lo deja salirse con la suya.

Lame su cuello, lo muerde y deja un par de marcas notorias mientras lo estira empujando lentamente uno de sus dedos en su interior. Peter le araña la espalda cuando inserta un segundo y se empuja con un gemido ahogado cuando frota su próstata. El rostro se le rompe en mil pedazos cuando se viene sin que lo tenga que tocar más que un par de veces. Bebe de él, de su placer. Mientras lo escucha gimotear sabe que no le quedará resto. Retira los dedos de su interior, estira una vez más la mano y rasga el envoltorio del preservativo con los dientes antes de ponérselo bajo la atenta mirada de Peter.

—¿Sigo? —pregunta un segundo antes de alinear su palpitante miembro contra el cuerpo de Peter.

—¿Vas a ir en serio conmigo? —susurra separando las piernas.

Tony le sonríe y asiente, besando y lamiendo su mentón, Se empuja lentamente dentro, Peter lo coge con un poco de esfuerzo. Aprieta como un maldito puño del infierno. Tony gime pegando la cabeza en el pecho sudado, cogiendo aire para seguir deliberadamente lento. Le tiembla todo el cuerpo de placer. Se ahoga en su olor a transpiración y sexo. Peter gime alzando más las caderas, Tony gruñe que espere, que deje que se adapte a su tamaño antes de moverse, pero claro que no le hace caso.

El mundo gira cuando Peter los invierte de posición, un jadeo brusco y hambriento brota de entre sus labios cuando termina completamente empalado en el interior del maldito niño que no se tomará a aquello con calma. Así quiera, no puede frenarlo, Peter se mece sobre sus caderas, rompe el ritmo lento que Tony en un arrebato de caballerosidad había intentado tomar. Salta sobre sus caderas, gime aferrando a sus hombros, apretándolo tan dentro que casi todas sus barreras caen abrazadas por el fuego de su pasión.

Sus caderas se mueven solas, empuja hacia arriba, lo ve saltar sobre su cuerpo, muerto de placer, bañado en sudor y sus marcas. La imagen de su cabeza echada hacia atrás, desarmado de deseo es todo lo que necesita para olvidarse de su buen criterio. Coge con una mano el miembro de Peter que duro y erecto se agita frente a él. Lo embiste con fuerza, con determinación y acomoda el movimiento de su mano al mismo ritmo.

El ruido húmedo de sus cuerpos se graba en sus oídos, el calor y sabor de Peter en su boca y no es capaz de refrenarse así sepa que es la primera vez y qué demonios, debería tomarlo con más calma, con más cuidado; pero no es dueño de sí, desea tanto conquistarlo, poseerlo y volverlo suyo que toda esperanza de ir despacio desaparece una vez que el placer y la lujuria se hacen cargo de sus movimientos.

Peter abre la boca cuando se vuelve a venir, esta vez grita con la voz rota y áspera. Dice su nombre mientras se sigue meciendo hacia arriba y abajo, apretándolo tanto que Tony se viene sin poder alargar ni un segundo el momento.

Rendido, Tony no se molesta en reprenderlo. Mierda, ¿de qué se iba a quejar? Girándolos, se recuesta sobre el cuerpo de Peter, empujando otra vez el miembro hasta el fondo.

—Joder, sí que te amo —murmura besando su hombro, mordiéndolo juguetonamente.

Peter se ríe de forma estrangulada cuando desliza la nariz por la piel transpirada hasta llegar a la base de su cuello.

—Vas a tener que repetirlo un par de veces —suspira alzado la mano para enredarlo en la parte posterior de su cuello—. Creo que voy a necesitar un par de meses para hacerme a la idea.

La sonrisa que jala de sus labios es una de las más genuinas que soltó en años, pero se compromete remilgadamente a hacerlo. Con las ansias controladas, Tony se dispone a hacer aquello que tenía en mente desde... desde hacía semanas. Besa cada parte de su cuerpo, lo limpia a medida que pasa por su abdomen y sus piernas. Peter se estremece cuando pasa una toalla húmeda por su entrepierna, pero no se aleja cuando vuelve a besar sus fuertes muslos. Suspira y se deja mover como un muñeco por su cama, mientras termina de limpiarlo y alcanzarle un par de boxers limpios de su armario.

Piensa en bañarse, pero el suave y adormecedor letargo empieza a envolverlo, así que se deja caer sobre el colchón, arrastrando a Peter sobre su pecho. Se arranca el condón y lo lanza con maestría al pequeño cubo de basura, que estratégicamente le permitía hacer un hoyo en uno de un solo lanzamiento, así este fuera imperfecto. Peter le da un golpe en las costillas cuando baja la mirada se vanagloria silenciosamente de su puntería.

Tony le besa la punta de la nariz, empezando a entender que quizá aquella podía ser una idea terrible, pero aceptando que jamás hubiera podido tomar otra.

Cierra los ojos en paz con ese pensamiento, en paz con al fin dejar de correr lejos de él, forzándose a creer que jamás tendría sentido verlo como algo que no era. Acariciando la espalda de Peter se va entregando a las garras del sueño. Tras sus párpados se permite sentir las yemas de los dedos recorrer la cicatriz en su pecho.

—No despertaré mañana y no estarás, ¿verdad?

Maldiciéndose un poco, Tony lo aprieta más firmemente contra su pecho.

—No, encanto, aquí estaré.

—Ya. Es que... no puedo creerlo.

Abriendo un ojo, Tony lo mira. No hay nada que pueda decir para que sus miedos se aplaquen y está ligeramente cansado y agotado del día que había tenido como para perder valioso tiempo de sueño en algo que no cambiará sin importar lo que diga.

—Bien, ya sabes lo que dicen: Pide un deseo cuando veas la estrella o la mierda que sea ese dicho.

Peter arruga sin entenderle nada y no puede juzgarlo, dudaba un poco que hubiera un dicho similar.

—Tú me entiendes —musita, deslizando la mano hasta su cuello, enredando en su cabello. Arrastra las uñas por su cuero cabelludo y lo masajea rítmicamente—. Duerme, así más pronto que tarde verás que estaré aquí cuando despiertes —susurra estirándose un poco para poder besarlo.

Peter le sujeta de la mejilla y lo retiene cuando estaba por cortar el beso, viéndolo tan fijo a los ojos que un ligero temor lo recorre.

—Ya pedí un deseo —musita quedamente, entre arrepentido por haberlo dicho en voz alta y deseoso por compartirlo con él.

—¿Justo ahora? —pregunta contra lo mucho que sabe que hablarle lo alentará a seguir y seguir probablemente los lance a una charla incoherente sobre sueños y estúpidas fantasías al respecto.

Con una mirada avergonzada, menea negando la cabeza.

—No. En mi lista de... de deseos Navideños.

Tony se pregunta si es que debería entender eso, pero como siempre odió la navidad, no le queda muy en claro y aún recordando el maldito episodio del día específico sobre armar un árbol, decide no preguntar. Ya el año que viene iba a estudiar más al respecto y quería ver él si el pobre chico entre sus brazos alcanzaba a imaginarse lo que eran unas navidades auspiciadas por el mismo Tony Stark.

—Bien, sabes, las charlas post sexo espero que en el futuro sean menos... extrañas.

Peter se ríe y asiente apoyando finalmente la cabeza en su pecho. Sus brazos lo rodean y lo aprietan. Lo siente estremecerse cuando inspira el aroma de su piel y bueno, él no es como que no fuera a regodearse al respecto.

—¿Entonces vas a decirme qué pediste o debo adivinar? —pregunta y maldita sea sino genuinamente intrigado.

—Pensé que era evidente.

—Y yo pensé que sabías que no hago preguntas sobre lo evidente.

Peter vuelve a alzarse sobre el codo y lo mira con el ceño fruncido y la boca en un delicioso mohín. Y entonces Tony tiene otra pequeña epifanía y es que eso que jamás supo describir era jodido y carnal deseo. Se muere por enderezarse y cogerle la boca entre los dientes y morderla hasta dejar esos hermosos labios aún más hinchados y rojos.

—A ti. Tenerte a ti.

Tony se lo queda viendo, sin terminar de creerse aquella locura. Peter se ve tan vulnerable allí, abriendo una parte tan íntima y real para él. Y lo hace con vergüenza, pero sin una pizca de temor. Y lo vuelve a desarmar, porque qué iba a responder a eso. ¿Qué? Quiere gritarle que es el deseo más estúpido de todos los tiempos, porque era uno peligroso, pues Tony no era nada parecido a un obsequio, pero no puede, las palabras se le atascan en la garganta, porque no importa el mal trato al que Peter acababa de llegar con el universo, no podía dejarlo ir. Ya era muy tarde para eso.

Sin palabras se endereza para quedar a su altura, le coge el rostro y lo besa. Empuja con la lengua sus labios, toma una vez más control de su boca. Peter se deja caer en la cama cuando él lo empuja, le vuelve a hacer lugar entre sus piernas y se estremece cuando sus miembros rígidos chocan.

—Eso no fue un deseo, eso fue pedir un milagro —murmura estirando la mano para coger otro condón.

—Qué suerte que estamos en navidad —gime Peter volviendo a tomarlo dentro de su cuerpo, arqueando suavemente la espalda cuando Tony empieza a moverse lenta y profundamente sobre él.

—¿Crees que soy un milagro navideño? —pregunta mordisqueando su oído, empujando suavemente las caderas hacia adelante y hacia atrás.

Peter sisea, pero no lo apura. Esta vez se lo toman con calma, disfrutando de la increíble sensación de uno al otro. Se da el lujo de sentir su cuerpo tensarse, de escuchar y codificar la forma y el punto exacto donde Peter gime o se estremece. Sus gemidos se enredan calientes y cada vez más ahogados. Las manos aferradas en sus hombros se deslizan por su espalda hasta su trasero y Tony gime mordiendo sus labios cuando lo empuja más hondo dentro, más rápido y duro.

Tony se lo da tal como lo quiere, porque maldita sea, lo desea de la misma forma descarnada. Con la misma necesidad tirando de su pecho y su cuerpo. Empuja más las caderas, más rápido y firme. Le acaricia las piernas, las caderas y los brazos. Jadea sobre sus labios mientras el placer lo golpea una y otra vez, saborea las súplicas de Peter, pero por más que apura el ritmo ninguno tiene suficiente contacto. Rasguñan y muerden el cuerpo del otro. Peter le deja una marca en las clavículas, Tony embiste duramente contra él. Se le tensa el cuerpo y Peter se viene justo cuando él ya no puede más. Se vuelve a dejar caer sobre su cuerpo, jadeando pesadamente oficialmente adormilado y con la vista nublada.

—Ahora creo que eres un milagro navideño —gime Peter cuando Tony, valiéndose de su último arranque de fuerza se endereza y se quita el condón.

—No soy ningún milagro navideño, Peter —suspira besando sus labios hinchados.

—Lo eres Tony. Eres mi milagro navideño.

No se pondrá a pelar. Asiente y lo besa, estirándose por las toallitas húmedas. Vuelve a limpiar a Peter, a él mismo y como el pobre sisea dolorido al moverse, Tony lo deja acomodarse de lado y le rodea desde atrás, apretándolo contra su pecho.

Peter le besa la mano y queda rendido casi al acto, con la cabeza sobre su brazo. Con solo un par de rayos de luz entrando por la ventana luce tan inocente y puro durmiendo, que Tony no duda que si a uno de ellos le concedieron un milagro, ese fue a él.

Fin.

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