Epílogo


EPÍLOGO

Emiliana, sentada en la sala, con el entusiasmo de siempre —y es que últimamente estaba muy risueña— mecía el portabebés en donde se encontraba su pequeño hermano Mateo, quien estaba mirándola tranquilamente con una coqueta e inquieta mirada. Lo hacía todos los días mientras esperaba la llegada de su novio Jacob cuando él terminase sus deberes y después pasaban una tarde agradable justo antes de cumplir la noche.

Emiliana adoraba a su hermano, ¿cómo no hacerlo? Un pequeñuelo de tan solo cuatro meses de edad, risueño, idéntico a su padre. ¡Dios! Había salido idéntico a Harold. El día de su nacimiento había sido un caos, Victoria había perdido la práctica y fue el día más espeluznante y cansado de su vida. Ocho horas de espera, y al final, Mateo Contreras, nació completamente sano.

—Adivina quién soy. —Jacob había cubierto los ojos de Emiliana con una sola mano, como cada vez que la encontraba distraída.

—Sabes que soy mala para esto, cariño. —Jacob se rio e inclinó la cabeza de Emiliana hacia atrás, para así, tener acceso a sus labios y tocarlos con los suyos. Hacía más de seis meses que se había vuelto adicto a ellos.

Jacob se sentó a lado de ella en el sofá y se recargó en su hombro.

—¡Ey, buenas tardes, par de tórtolos! —Charlotte Ross entraba por la puerta principal, con una sonrisa que le marcaba las mejillas además de una respiración acelerada, parecía eufórica.

—¿Y a ti, qué bicho te picó? —Victoria bajaba las escaleras con un biberón en mano, que recién preparó, cuando Lottie cruzó la puerta—. Seguro fue Pablo quién te zafó un tornillo.

—¡Já! Ese tipo es un inmaduro, Victoria, hasta crees que yo voy a andar perdiendo mi tiempo —le mintió descaradamente.

Pablo le había confesado su amor por ella en los últimos meses, mas Lottie le había negado por tres razones, una, jamás se la iba a decir. Otra era Ariana. Por más que Pablo le ha insistido hasta el cansancio, ella ha puesto más excusas que nada, y más porque la desubicada de Ariana ahora rondaba al muchacho, pidiéndole que estuvieran juntos. Lottie pensaba que Pablo aún amaba Ariana, sin embargo, no hacía nada porque el tipo estaba tratando de engañarla a ella. Se sentía usada. Aunque, ¿a quién engañaba? Se aprovechaba un poco. Ella ya estaba enamorada. La otra de sus excusas también era que lo creía muy pequeño para ella. No porque Pablo tuviera ese toque divertido e inmaduro de un tipo con buen sentido del humor, eso era lo que a Lottie le encantaba más de él, sino porque Pablo era cuatro años menor que ella, él veintiséis y ella recién había llegado a los treinta, se sentía una anciana a su lado. Y negaba aquel dicho de «para el amor no hay edad», porque le avergonzaba ponerlo en práctica. Y para rematar, tenía un secreto tan grande que ni a Victoria quería decirle.

—No seas ridícula, estás que mueres por ese inmaduro como lo llamas, pero nada más te haces del rogar. —Terminó él de bajar las escaleras y se acercó a Emiliana y a su yerno—. Hola, Jabob.

—Buenas tardes, señora Victoria. —Ella le sonrió con amabilidad y tomó a su pequeño en brazos. Se sentó en otro de los sofás y lo puso en su regazo, para así poder alimentarlo.

Harold había terminado su revisión en los huertos y ahora se encontraba, una vez más, en las caballerizas, acompañado de Héctor y, especialmente hoy, con Pablo. Estaban riendo entre ellos, mientras Pablo les contaba la gran hazaña que había hecho hoy al robarle un anhelado beso a Lottie cuando recién llegaba. Pero les decía lo triste que estaba al tener siempre una negativa de su parte.

—Bueno, debo irme, es hora de cenar, nos vemos mañana. —Harold tomó camino hacia el cubículo de Kayla en plan de despedirse de ella como cada noche—. ¿Te puedo contar algo?

Le susurró al animal y este le respondió con un extraño asentimiento.

—No puedo creer todo lo que ha pasado. ¿Sabes? Creí que no las volvería a ver después de aquella noche. Me acobardé el mes entero y, cuando fui al internado, iba con el pensamiento de que no estarían. —Harold acariciaba el cuello de Kayla mientras hablaba. Sonaba raro, pero él creía que hablarle a Kayla y que esta se soltara a relinchar, era como estar hablando con su madre y que Heather le contestase. Si su madre estuviera viva, probablemente ya lo habría reprendido por estar comparándola con una yegua.

—Y yo, Kayla. —Entró Victoria al cubículo de la yegua y comenzó a hablarle directamente a ella, como si Harold no estuviese allí—. Esperé que fuese al día siguiente y no lo hizo, esperé a que fuese a la semana siguiente y tampoco lo hizo. Me la pasé abrazando un estúpido traje de militar durante ese tiempo y llorando como una niña por él. Pero, cuando estaba por rendirme y perder todas mis esperanzas, apareció rescatándome de un fuerte golpe. Me llevó al hospital tal como el día que nos conocimos, pero esta vez ya no para pelear conmigo, sino para recibir juntos la noticia de que tendríamos a Mateo. —Esta vez miró a Harold—. Y desde ese día, no nos hemos separado.

—Y ni pretendemos hacerlo nunca. Al menos yo nunca me iré de tu lado, cariño mío —finalizó, besándola, provocando el relinchar de Kayla, lo que los hizo separarse y soltarse a reír—. ¿Y nuestros hijos?

—Emiliana nos espera para cenar y Mateo está dormido en su cuna. —Harold le acarició el rostro mientras hablaba, a lo que ella cerró sus ojos para disfrutar—. Lottie no se quiso quedar al final, Pablo le dijo algo a hurtadillas en la cocina y pronto se despidió, asegurando que estaría mañana para la ceremonia.

—Ese par de tontos quedarán juntos, aunque ella lo niegue. —Victoria se soltó a reír y le dio la razón.

—Yo sospecho que se traen algo desde hace rato

—Dalo por seguro. —Él negó riendo—. Bueno, deberíamos ir a cenar y dormir, mañana será un gran día.

En la cena, todo fue ameno, disfrutaron de su compañía como cada vez, como cada día desde hacía un largo y maravilloso año. Y vaya que han pasado infinidad de momentos, todos y cada uno de ellos han sido los mejores de la vida.

—Papá, ¿puedo hablarte un momento? —le había pedido la chica cuando todos se disponían a irse a dormir—. Bueno, a ambos.

—Por supuesto que sí, hija —se adelantó a responder Victoria, prestándole la atención que esta quería. Emiliana asintió y suspiró.

—Sé que casi no hemos hablado de esto. —Emiliana se había estado posponiendo eso, pues no sabía cómo decirlo, pero creyó prudente que ahora, un día antes de la boda de sus padres, debía decirles lo que pensaba—. Pero quiero hablar sobre lo que pasó hace un año.

Harold también pensaba en ello, mas creía que ellas preferían olvidarse del pasado y seguir adelante, pero también creía que había que aclarar las cosas y que todo fuera mejor, una vez sacándose todo del pecho.

—Tal vez las cosas no pasaron como debieron. Tal vez si Ariana no hubiera intervenido, todo hubiese sido más fácil. —Emiliana suspiró con pesadez—. Y bueno, no voy a negar que, cuando leía aquellas cartas, tenía mis dudas, sentía que perdía las esperanzas y comenzaba a resignarme, pero el día que vi llegar a papá, no sé, me llené de ilusiones, me llené de planes que haríamos juntos y me olvidé de mis dudas, y aunque, en algunas cosas sabía que algo no cuadraba, la convivencia, el cariño, me llenaron completa, que creí y me quise hacer creer que a lo mejor yo estaba viendo mal las cosas.

Escucharla decir esas cosas, rompía el corazón de su madre, pero conocía a su hija, nada malo saldría de su boca, como arrepentirse o algo parecido, así que esperó.

—Y después del día de mi cumpleaños, supe que debía dejar de seguir creyendo y abandonar todas esas tontas ideas sobre estar juntos todo el tiempo. Me enojé mucho por días porque me habían mentido y me dolía. Pero verte llorar, mamá, cada noche, me dolía mucho más. Supe que todo, incluido su amor, era real. Aunque también sentía que era tarde. —Harold la tomó por los hombros y la abrazó completa, sentía ganas de soltarse a llorar, y eso que Emiliana aún no terminada—. Cuando te vi allí, parado frente a mí, sosteniendo a mamá por el desmayo, a pesar de intentar demostrar el orgullo, no pude, porque después de hablar contigo, me puse a pensar en tus palabras: ¿Qué importa el que no llevemos la misma sangre? El cariño que nos tenemos es más grande, eres mi padre, yo soy tu hija. Además, hiciste olvidar a mamá el pasado... Porque ¿ya no está, verdad, mamá?

Victoria le sonrió con amplitud, se unió al abrazo y logró besar la nuca de Emiliana.

—No se ha ido, cariño, solo ya no duele.

—Eso me alegra mucho. —Se separaron, la joven todavía tenía algo por decir—. Bueno, la razón por la que quiero que sepan que estoy bien con todo esto, es porque quería hacer también una propuesta, aunque primero lo vi como un regalo de cumpleaños o de bodas, creo que es más prudente pedir permiso antes. Papá... investigué unas cosas.

Harold la miró, confundido.

—¿Puedo tener tu apellido?

—¿Qué? —Harold sintió una emoción grande en el pecho—. Es mi mayor deseo, Emiliana.

La abrazó. Claro que ella sería su hija legal, ya lo era de corazón, lo quería también legalmente.

—Emiliana Contreras —dijo orgulloso y se rio de la emoción. El momento era tan conmovedor, tan hermoso, tan feliz. Porque eso eran, felices, se tenían el uno al otro y eso les llenaba de dicha. Porque eso es lo que importa; la unión, el amor, la familia.

¿Qué importa la sangre si no actúas como si tuviesen parentesco? La verdad eso no importa mucho, porque el amor no te corre por las venas, sino que se siente en el corazón; los latidos acelerados, ese clic impresionante que te llena de alegría y te falta el aire de la emoción. La piel vibrante, los sonrojos y el tembleque en las manos que te hace descubrir cuán nerviosa puede ponerte una simple muestra de amor de parejas. La emoción al escuchar las palabras «mamá y papá» de sus hijos.

—¿Qué te dijo la psicóloga hoy?

Harold acomodaba su almohada mientras Victoria se cepillaba el cabello.

—Que todo está en orden. —Victoria lo miró emocionada—. Y que ya podía darme de alta gracias a que tengo una maravillosa familia que me apoya y ayuda a que todo sea más fácil.

Había estado un largo año metida en ese consultorio y todo había cambiado tan de repente, ya no sentía miedo ni preocupación, ya podía sentirse seguro incluso para hablar con otras personas. En ese tiempo, comprendió que Harold no solo era su calma, sino uno de sus cuatro pilares que la mantenían en pie.

—¡Llegó el gran díaaaaa! —Canturreó Eva al llegarse las ocho de la mañana, acababa de llegar a casa de Harold y ya quería comenzar por los preparativos—. ¡No me digan que se quedaron dormidoooos!

Y realmente no se equivocaba, aunque Emiliana y Mateo ya estaban más que despiertos, vagando por la cocina, los que aún estaban en el décimo universo del sueño eran los importantes: los novios. La cosa era que se habían quedado despiertos hasta tarde, ambos hablando de tantas cosas, incluidos los nervios por la boda y lo mucho que ansiaban el día.

Eva tocó la puerta desesperada y un par de horas más tarde ya estaba maquillando a Victoria mientras Harold iba por Charlotte y los padres de Victoria a la ciudad. A las tres de la tarde sería la ceremonia en el jardín, Gloria y Danielle estaban arreglándolo todo junto a un par de ayudantes e incluso Héctor, Jacob y Emiliana, querían que todo estuviera genial.

—Victoria, gracias —le dijo Eva, justo después de haberla observado con detalle, viendo el resultado de su trabajo.

—¿Por qué, por dejarte experimentar con mi cara? —Eva no aguantó las carcajadas y le negó.

—Claro que no, tonta, te lo decía por mi hermano, gracias por hacerlo feliz. —Victoria agachó la cabeza y se sonrojó, ¿En serio estaba haciendo feliz a ese hombre?

—Y él me hace feliz a mí, Eva, así que supongo que estamos a mano. —Le dedicó una tierna sonrisa y la abrazó, su relación era igual desde que la conoció, Eva le había tomado tanto cariño a Victoria que agradecía infinitamente que fueran familia. Además, amaba con todo su corazón a sus sobrinos.

Impaciente estaba Harold a las tres en punto, en menos de un minuto vería a su futura esposa salir por la puerta principal y caminar por el no tan largo camino de flores que Emiliana se había encargado de colocar. Se sentía algo ansioso por verla, incluso sus manos temblaban. Eva, Lottie y Aarón lo miraban divertidos.

—Papá está nervioso, Mateo —le dijo Lottie, quien llevaba al pequeño en brazos, bien vestido con su pequeño esmoquin, no podía dejar de estar elegante él también—. Debe estarlo, mamá quedó preciosa y no esperará un minuto más para querer besarla, lo juro.

—Mira qué curioso, yo también estoy precioso hoy, deberías besarme. —Pablo se había puesto a su lado y ella no se había dado cuenta sino hasta sentir su susurro en el cuello, Pablo era un poco más bajo que ella cuando traía tacones. Lo miró de reojo. Sí, estaba tan guapo con su camisa roja a cuatros y sus ajustados vaqueros, incluso traía su inconfundible sombrero de paja.

—Déjalo ya, niño, no soy tu tipo. —Lottie puso los ojos en blanco, aguantándose las carcajadas y suspiró, arrepintiéndose de nuevo por hablarle así, mas ahorrándose sus disculpas por hacerse la interesante aún después de todo lo que había pasado entre ellos.

—Eres sexy, bonita, amable, tienes sentido del humor, besas bien, reaccionas como colegiala cuando me acerco... Sí, definitivamente, eres mi tipo. —Eva no controló el disimulo por más tiempo y se soltó a reír, ella también se daba cuenta de que morían el uno por el otro, mas Lottie se aferraba a negarse al amor.

Francisca abrió la puerta principal con una lentitud torturante, aumentándole drama al momento y poner a Harold más ansioso. Una vez que la puerta quedó por completo abierta, Victoria salió junto a su padre, quien le tomaba del antebrazo. Harold estaba inmóvil en su lugar, su futura esposa estaba radiante. Tragó saliva de inmediato.

—Estoy orgulloso de ti —le susurró Víctor a su hija a medio camino—. Has hecho bien a pesar de todo.

—Y todo gracias a ti y a mamá, lo poco que llegaron a inculcar lo he puesto en práctica todos estos años, y me siento dichosa de haberlo hecho. —Besó la mejilla de su padre cuando terminaron el camino. Harold la tomó de las manos y la besó sin más.

—Eso es después, hombre —se burló el juez que habían llevado, no pudo evitar reír—. No te desesperes, una vez acabemos con esto, podrás besarla por más tiempo, quizás hasta que se te hinchen los labios. Nomás déjame cumplir con mi trabajo.

Todos los invitados rieron a carcajadas, ese iba a ser un día interesante.

—Estoy cansada. —Suspiró Victoria, horas más tarde, mientras ella y Harold se sentaban en el sofá, la fiesta seguía afuera—. Los tacones me molestan, además, quiero ir a atender a Mateo.

—Charlotte lo trae, cariño mío, tranquila, ella lo cuidará toda la semana, ¿recuerdas? —Harold le tomó ambas manos y besó la unión—. Además, tú y yo debemos ir a un lugar especial antes de que el día termine. Quítate los tacones.

Sin esperar negación alguna o aceptación, él se los quitó con rapidez y la levantó del sofá, llevándosela por la puerta de la cocina. Fuera estaba Pablo recargado en el auto. Al verlos, le entregó a Harold las llaves y le sonrió pícaro.

—Patrón, patrona, que disfruten velada —les dijo, quitando un momento su sombrero, poco antes de verlos subir al auto y posteriormente alejarse.

Victoria no entendía nada. Más fue así cuando él le cubrió los ojos con una pañoleta. No lo supo hasta media hora más tarde, cuando llegaron a su destino y Harold la bajó con cuidado, para después descubrir sus ojos y mostrarle la vista del lago que, a la luz vaga del atardecer, brillaba tan hermoso.

—Hace un año que no hemos vuelto por acá —Harold le susurró al oído mientras la abrazaba de la cintura desde atrás—. ¿Sabes? Aquí me di cuenta de que besarte me gustaba y me dio un miedo terrible pensar que podía enamorarme locamente de ti... y al final resultó así, me vuelves loco.

Victoria se sonrojó al escucharlo. Ese día había sido terrible para ella, no por lo ocurrido, sino por los recuerdos. Quizás, pensó, si lo hubiese superado antes, ese mismo día se hubiera entregado a él sin más, porque había estado demasiado editada y curiosa.

—Te amo, Victoria. —La giró hacia él para besarla—. Gracias por hacerme parte de tu vida.

—También te amo, Harold, gracias por ayudarme a entender tantas cosas. —Lo besó ella esta vez y al separarse le sonrió—. ¿Sabes? Ahora que hemos vuelto por acá, ¿qué te parece si terminamos lo que habíamos empezado?

—Pero si ha pasado un año y... —Victoria lo interrumpió, llevando sus manos hacia atrás, deslizando la cremallera del vestido de novia. Harold tragó saliva, viéndola deshacerse de él.

Así es, harían el amor aquella tarde en el lago, y esta vez, ningún tormentoso recuerdo del pasado iba a impedirlo.


FIN

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