Capítulo 8.


CAPÍTULO 8

—Ay —se quejó Victoria cuando le cayó toda la ensalada encima. Ariana había fingido tropezarse para ese acto. Ahora Victoria olía a vinagre de manzana y se sentía más que humillada que como nunca se había sentido.

Se levantó de su silla y salió de la casa. No quería que nadie la viera llorar. Victoria era tan frágil como los cristales de una copa. Y esto la había puesto tan triste como el mentirle a su hija.

—Lo... lo siento, yo... —Ariana se hizo la desentendida y fingió preocuparse por Victoria mientras la veía correr fuera.

—¡Cierra la boca y vete de aquí, es evidente que lo hiciste a propósito! —gritó el ojimiel, le señaló la cocina y después miró a los demás—. Disculpen. Hija, ustedes comiencen, yo iré a ver si tu madre está bien, ¿de acuerdo?

—Sí, ve por favor, y no te preocupes. —Él asintió y salió tras Victoria. Emiliana regresó su mirada hacia Ariana y esta tenía una enorme sonrisa orgullosa por lo que había hecho—. No sabes cómo odio a las personas como tú.

Ariana se sorprendió, pero, en ese momento, nada le importaba, así que decidió responder:

—Tú cállate, mocosa. —Se dio la vuelta para entrar a la cocina, se sentía tan victoriosa.

—No te respondo como tú lo has hecho, puesto que mi madre me enseñó a no rebajarme con personas tan vulgares y majaderas como lo eres tú. —Ariana volvió su mirada hacia Emiliana, pero, cuando le iba a responder, la chica la interrumpió—. No tienes ninguna justificación para lo que has hecho y sabes que no fue un accidente. Además, no deberías de ponerte al tú por tú con la hija de tu jefe. Y que te quede claro que no estoy tomando el mando y mucho menos me siento la dueña de todo esto, pero creo que, por lo menos, tanto la esposa como la hija de tu jefe, merecen respeto, aunque tú no lo conozcas muy bien. Ahora, ¿me harías el favor de salir de aquí y dejarme disfrutar de la cena con mis nuevos amigos?

—Eres una...

—Ariana, ven acá de una buena vez si no quieres que te despidan.

Gracias al cielo Gloria la interrumpió, llevándosela con ella a la cocina.

—¡Victoria, Victoria, espera! —gritó Harold. Pero ella seguía corriendo.

Se alejó por lo menos unos metros fuera de la casa hasta que se cansó y solo se sentó bajo un árbol. No paraba de llorar. ¿Por qué tenía que ser tan sensible?

—Victoria, siento tanto lo que...

—Tú no tuviste la culpa, fue ella —dijo entre sollozos que no podía detener—. Ella quiso hacer el daño. Es evidente que ella siente algo por ti y está celosa, lo vi en sus ojos al verme cuando llegamos. Es por eso que hizo lo que hizo. Le molesta verme aquí, contigo.

—Oye, pero no debió haberlo hecho —aseguró—. Como mi mujer mereces respeto en esta casa.

—Yo no soy tu mujer, Harold, solo es una mentira para Emiliana, además, no debiste haber seguido con esto, no es tu obligación. Debí hablar claro con mi hija. Ahora dime, ¿cómo es que la tendré engañada por tanto tiempo? ¿Hasta que vuelva al internado creerá que tiene un padre? Por favor, dos meses es mucho tiempo para algo tan cruel y absurdo, como lo es esto. ¡Me siento ahogada!

—Escucha, yo te ayudé, porque quise ayudarte desde el principio, me ofrecí porque se me dio la gana ayudarte. —Se acercó más a ella hasta que se sentó a su lado—. Yo seguí con esto, porque quise seguir con esto. Victoria, nada más mira a Emiliana, lo feliz que está. Se ve tan linda así, ¿me crees tan cruel como para destrozar esa felicidad si yo mismo me ofrecí a sacarla?

—No —le confesó avergonzada—. Tú eres muy buena persona y creo que no serías capaz de algo así, pero...

—Nada de peros, Victoria. Emiliana está feliz y eso es lo que debería de importante. —Ella asintió a pesar de su batalla interna. Por mucho que su hija estaba siendo feliz, ella no podía soportar la culpa en la garganta

Él la tomó de las mejillas y limpió sus lágrimas

—Y mientras estés en esta casa, Victoria, todos te deben respetar. Ariana recibirá su castigo por lo que te ha hecho.

—No la vas a despedir, ¿o sí? —dudó avergonzada, preocupándose por la chica. No le llamaba mucho la atención que, por su causa, aunque no hubiese sido así, despidieran a la chica. Quizás ella necesita el dinero, pensó y, sabiendo bien cómo se sentía aquello, no quería que le pasara a nadie.

—Si tú quieres, así lo haré —le dijo, decidido.

—Oh, no, claro que no. Yo no soy quién para pedirte eso. Además, no quiero que nadie pierda su trabajo por mi culpa.

—Eres mi esposa y lo que pasó no fue tu culpa —le recordó el hombre con toda seguridad y un repentino orgullo que incluso lo sorprendió a él mismo.

Su esposa.

—No soy tu esposa, Harold.

Victoria no lo doblegó, aun así.

—Ante todos en esta casa y, principalmente, ante Emiliana, eres mi esposa. Y tienes todo tipo de derechos aquí. Puedes pedir favores o mandar a alguien. No importa ni una calabaza. Espero que lo recuerdes mientras estés aquí, ¿está bien?

Victoria suspiró, rendida. ¿Por qué tenía que confiar tanto en él si apenas lo conocía? Esa pregunta le rondaba cada vez que estaba en ese tipo de situaciones con Harold, y aquello la hacía sentirse estúpida.

—Está bien. —Victoria iba a levantarse, pero Harold la detuvo. Se levantó él primero y después la ayudó.

Cuando estaba completamente incorporada, se sobresaltó al ver cómo él iba acercándose, para después sentir sus labios nuevamente unidos y perfectamente encajados con los suyos. Emiliana no estaba cerca, se recordó a sí misma. Ningún empleado andaba cerca. ¿Ahora por qué la estaba besando? Tanto Harold como ella estaban confundidos por ello, pero en ese momento, nadie se atrevió a demostrarlo y ni se habló del tema.

Ya para la hora de dormir, Victoria tenía la cabeza llena de preguntas, ¿qué iba a hacer? Ella y Harold acompañaban a Emiliana a la habitación que Gloria le había preparado y sabía que, justo después de dejarla, se irían a dormir juntos. ¡Jamás en su vida había dormido con un hombre! ¿Qué se supone que debía hacer allí? ¿Cómo se supone que dormiría?

—Estuvo mal lo que hiciste, cariño —le dijo Victoria a su hija, refiriéndose a lo que pasó con Ariana cuando Harold había salido tras ella. Héctor le contó orgulloso la forma en la que se defendió tan educadamente ante la altanería de Ariana.

—Pero ella te ofendió. Yo no hice más que hacerle notar que fue muy grosero de su parte haberte bañado de ensalada. Por cierto, lo siento, pero deberías de ducharte. —Cubrió su nariz ante el olor que emanaba la ropa de su madre y se rio—. Bueno, la cosa es que no pienso retractarme de eso. Perdónenme los dos, pero no lo creo correcto, esa chica fue aún más grosera contigo, mamá.

Victoria, a pesar de pensar que estuvo mal, no pudo evitar sentirse orgullosa de su hija. De lo bondadosa y educada que era.

—Yo pienso que no debemos reprenderla por lo que hizo —mencionó él, de pronto—. Ariana fue grosera y simplemente nuestra hija sacó a relucir la buena educación que le has dado, cariño.

Harold le tocó la mejilla a Victoria. Llevaba toda la razón, pensó Victoria, Emilana no le había hecho ni dicho ninguna grosería y siquiera le había alzado la voz como para reprenderla.

—Bueno, tienes razón, pero igual, no lo hagas de nuevo.

—Está bien, mamá, pero que esa tipa no me provoque de nuevo. —Ante esas palabras, Harold rio y muy a su pesar Victoria lo secundó—. Buenas noches, mamá y papá. Descansen.

Besó a ambos en la mejilla y entró a su habitación, mencionando por última vez en el día que estaba muy emocionada por tener a su padre con ella.

Una vez que Emiliana cerró la puerta, Victoria no pudo evitar ponerse tensa, más cuando Harold se le acercó.

—Esa de allá es la habitación. —Él le señaló una que se encontraba al fondo del pasillo, tres puertas después que la de Emiliana—. Y no te preocupes —le susurró al oído, Dios, eso sí que la estremeció—, yo dormiré en el pequeño sofá que tengo allí.

Ese era un alivio, pero la idea no convencía a Victoria.

—Yo debería de dormir en el sofá, yo no soy...

—Sí dormirás en la cama. Por favor, Victoria, no quiero que duermas incómoda.

Qué acto tan más tierno de su parte, pensó ella. Pero aun así no dejaba de pensar en que él debería de ocupar su lugar en la cama y ella en el sofá, siendo ella la invitada. Se le habría hecho más fácil dormir en la habitación de Emiliana de no ser porque todos debían creer que en realidad eran esposos.

Cuando estuvieron dentro de la habitación, Harold le recomendó que se diera una ducha, lo cual ella hizo, obvio no dormiría con olor a vinagre. Al salir del baño, lo hizo con un camisón. Se sentía tan avergonzada de que Harold la viera así. No era muy descubierto, pero igual se sentía desnuda en ropa para dormir frente a un hombre.

Para su fortuna, él no se encontraba en la habitación así que se apresuró a meterse bajo las sábanas. Un rato después él entró, ya se había duchado en otra de las habitaciones. Victoria miró cómo corría el agua que aún tenía en el corto cabello por el torso desnudo de Harold. ¡Dios santísimo! Ese hombre estaba sin camisa. Qué pena le daba admitirlo, pero su cuerpo había reaccionado al ver ese panorama y se abofeteó mentalmente para poder apartar la vista, por lo que cambió de posición, girándose hacia la ventana. Harold no se había dado cuenta de eso, solo se dedicó a buscar una camisa y, cuando la encontró, se la colocó. Se recostó en el incómodo sofá alojado bajo la ventana y miró a Victoria.

—Buenas noches, Victoria. —Le sonrió y ella correspondió—. Descansa.

—Igual descansa, Harold, buenas noches.

Victoria no supo cuánto tiempo pasó, pero, de un momento a otro, se quedó dormida. Sin saber que él la observaba con detalle, ya que, gracias a sus pensamientos tan confusos, el insomnio se había apoderado de su ser y, desafortunadamente, el verla a ella dormida en su cama, lo llenaba de curiosidad y dudas, privándole aún más las ganas de dormir.

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