Capítulo 7.


CAPÍTULO 7

—¿Empacar? ¿Para qué? —preguntó Victoria al escuchar todo lo que su hija le decía con tanta emoción, una vez que llegaron a casa.

¿El rancho de Harold? ¿Ver a Kayla? ¿De qué rayos le estaba hablando?

—Sí, mamá. La yegua de papá está por dar a luz, tiene que ir y pues lo acompañaremos, ¿no es genial? —chilló y salió de la vista de ellos, dejándolos en la sala, diciendo que iba a ir por sus maletas y demás cosas.

—Oh, señ...

—Victoria —la interrumpió—. Sé que la situación se complicó un poco, pero ya deja de hablarme de usted, por Dios, se dará cuenta.

—Bueno. —Suspiró y tocó su frente. Lo miró—. Harold, esto es un problema mayor.

—Lo sé, ¿bien? Pero no te preocupes. Mira, mis empleados son muy discretos, no pasará nada, les diré que son mi mujer y mi hija. Me creerán, no les conviene preguntar nada. Todo irá bien, no habrá necesidad de desmentir esto por ahora, seguiremos con esto, ¿de acuerdo?

—Pero, Harold...

—¿Harold? —Emiliana llegó a ellos—. ¿Qué no tu nombre es Mauro?

—Ese es mi primer nombre, hija. —Supo qué hacer. Se aprovechó del hecho de no tener un segundo nombre—. Suenan horribles juntos. Por eso, la única que me dice Mauro, aunque ese nombre nunca me ha gustado, es tu madre. Así que no te vaya a parecer extraño que todos allá me digan "Señor Harold" ¿Eh?

Al ver a la chiquilla conformarse con la respuesta, respiró con alivio. Más lo fue para Victoria.

—Entonces no podemos llegar tarde, Kayla necesita a papá, mamá. Apresúrate. Debes empacar.

Victoria miró a Harold y este asintió con una sonrisa, secundando lo que Emiliana le había dicho. Prometiéndole con la mirada que todo saldría bien.

—Bueno, ya. —Suspiró, rendida y trató de sonreír—. Empacaré, ¿de acuerdo?

Miró de reojo a Harold quien le mostró todos sus dientes, ante eso ella pudo sonreír. Se giró y se fue a su habitación para preparar sus maletas. Se sintió avergonzada con la ropa que tenía y pensó que solo debía llevar lo único que no estuviera tan peor. Qué vergüenza que Harold Contreras la viera en harapos viejos, y, aunque ya le había declarado que no poseía nada elegante, no podía evitar sentirse mal. Cuando terminó de empacar, regresó a la sala. Harold y Emiliana reían de algo que él había dicho.

—Listo —dijo, tímida—. Ya está.

—Entonces, vamos —animó Harold—. Adelántate, Emiliana. Tengo que decirle algo a mamá.

—No mientas, quieres que me aleje para no verlos besarse. —Emiliana se burló de ellos mientras tomaba su maleta y se iba hacia afuera.

Victoria no podía dejar de sonrojarse, era algo nuevo para ella y no parecía querer irse de su ser. Todo lo que le estaba pasando era tan nuevo y extraño para ella.

—Todo irá bien, ¿de acuerdo? —Harold le volvió a decir mientras la miraba a los ojos—. Lo prometo. Confía en mí. ¿Sí?

Victoria se perdió en esos ojos color miel. Se sintió acalorada por todo el cuerpo. Esos ojos eran tan penetrantes que aseguraba que podrían ver más allá de ella. Podrían hacer que olvidara cómo respirar por un instante y hacerla sentir segura. Le volvió a creer.

—Lo haré, no debo, pero lo haré. —Suspiró con pesadez y le dedicó una última sonrisa, la cual el hombre correspondió al instante.

Antes de irse, Victoria fue por su auto al estacionamiento del internado para devolverlo a su casa, también quiso avisar en su empleo que se iría de vacaciones. Se tomó ese atrevimiento, ya que la señora Elina le debía algunas atrasadas y horas extra que la mujer no le había pagado hacía meses. El trabajo era algo pesado y la paga no muy buena, pero Victoria estaba allí porque no había encontrado otro que aceptara a alguien sin estudios como ella. En fin, Elina aceptó a regañadientes.

El camino hacia el rancho de Harold era largo, exactamente a dos horas de Miguel Alemán, es decir que estaba a tres horas y media de la ciudad de Hermosillo. Pero, para sorpresa de Victoria, el camino fue tan agradable que sintió que apenas habían pasado unos minutos desde que salieron de casa. A pesar de que estuvo tranquila de pensar en que todo en aquel lugar iría bien, no pudo evitar volverse a poner de nervios una vez que logró ver la enorme entrada que Harold le había señalado como la de su rancho. ¿Sería verdad que nadie preguntaría nada? ¿Sería verdad que todo iría bien?

—Y aquí es —anunció él cuando aparcó frente al portón, para poder avisar su llegada. Tomó su teléfono y llamó a uno de sus empleados—. Pablo, ya estoy aquí, ábreme.

En un par de segundos, el portón se abrió, dejando a la vista un sin fin de áreas donde se encontraban algunos animales. A lo lejos se podía ver una gran residencia. ¿Esa era la casa de Harold? Se preguntó Victoria. ¡Dios santísimo! Debía ser asquerosamente rico este hombre. Era de dos pisos y tenía un par de ventanales con largas cortinas grises.

Un hombre y su hijo detuvieron el automóvil, haciendo señas. Eran Héctor y Jacob.

—¿Qué pasó? —preguntó de inmediato Harold a Héctor.

—Kayla ya está bien, muchacho. Jacob pudo sacarle a la cría, ya que sola no podía hacerlo, todo ha salido bien, ahora Kayla descansa junto a su pequeño macho en las caballerizas.

—Me alegra escuchar eso, Héctor. —Miró hacia Jacob—. Buen trabajo, muchacho, serás bien recompensado por esto.

—¿Entonces Kayla está bien, papá? —preguntó Emiliana, curiosa. Eso provocó que tanto Héctor como Jacob buscaran con la mirada de dónde provenía la delgada voz de la chiquilla.

—¿Quién es esa? —Jacob no pudo evitarlo. Ese chico era muy curioso.

—Es mi hija Emiliana, y también viene mi mujer, Victoria, las he traído conmigo —dijo de lo más normal y tranquilo. A Victoria se le contrajo el estómago. Le sorprendía la capacidad de Harold para soltar tan fácil la mentira y parecer tan calmado.

Héctor frunció el ceño. Nunca le había conocido a ninguna mujer, recordó. Pero quizás en una aventurilla en la ciudad que se convirtió en algo más y no le dijo a nadie. Igual, él era su empleado, lo sabía. Que le confiara todo y le conociera desde chico, no cambiaba algo, igual era un simple empleado al que no le debía explicaciones, así que no preguntó nada.

—Bienvenidas —dijo Jacob, educado, quitándose un peculiar sombrerillo de paja mientras trataba de ver los rostros de las dos mujeres en el enorme auto—. Soy Jacob Asensio, para lo que se les ofrezca.

—Hola, Jacob. —Emiliana sacó la mano por la ventana de su padre—. Oye, papá, ¿puedo ver a Kayla?

—Por supuesto, hija. Pide permiso a mamá y puedes bajar aquí. Que Jacob te lleve. —Emiliana miró a su madre suplicante, esta asintió sonriéndole y le dijo que tuviera cuidado.

Emocionada, la chica del vestido de flores, salió del auto y esperó a que su padre y su madre se despidieran de ella para acompañar a Jacob, el chico que al verla quedó sorprendido. Qué chica tan linda, pensó Jacob y trató de controlarse, pues aún Harold le llamaba.

—Jacob, cuando terminen la llevas a la casa, ¿puedes? —Harold arrancó en dirección a la casa cuando el chico le dio la afirmativa a su petición.

Victoria estaba ahora más tensa. Entrar al hogar de un desconocido aún la tenía incómoda. Pero para su desgracia, eso, y aunque la chica no lo supiera exactamente, estaba haciendo feliz a su hija y eso era algo que no le podía quitar, la felicidad, ya que, si lo hacía, Emiliana la odiaría de por vida.

—¿Y quién les pone el nombre? —Preguntó Emiliana, lo que hizo que Jacob se riera—. Oye, no te rías. Es solo que algunos caballos tienen nombres muy raros y eso. Aquí, ¿quién se encarga de eso?

—Antes era el señor Sergio, ahora eso lo hace el señor Harold. Pero creo que lo harás tú en esta ocasión.

—¿Yo puedo?

—Supongo, eres la hija del dueño. —Le sonrió y ella le correspondió con una más amplia—. Bien, ¿cómo le pondrás a la cría de Kayla?

Ariana Romero limpiaba las ventanas cuando miró el auto de Harold y se emocionó a chillido alto. Cómo le encantaba ver a ese hombre e imaginarse que la tomaba en cuenta como algo más que su empleada, que la besara y la tomara de las manos. Esa pobre chica había estado enamorada de Harold desde que entró a trabajar allí tres años atrás. Ese hombre estaba tan centrado en todo ese lugar que siquiera le interesaba el tener pareja. No tenía tiempo para "aventuras", se decía a sí mismo cuando la idea lo inundaba. Pero ahora, su opinión sobre ello, estaba siendo revocada.

—¿Y esa quién es? —le preguntó Ariana a Gloria, la jefa de personal, mientras veía cómo Victoria bajaba del automóvil de Harold, una vez que él le abría la puerta como todo un caballero.

—Quizás sea la novia, ¿a nosotras qué nos importa, niña? Él es el jefe y nosotros las empleadas. Ahora sigue limpiando si no quieres convertirte en desempleada.

Ariana bufó y siguió limpiando las ventanas, mirando con rabia tal escena.

—¡Gloria! —gritó él una vez que había entrado a la casa. Gloria llegó hasta él lo más rápido que pudo.

—Dígame, patrón.

—Quiero que prepares una de las habitaciones.

—Por supuesto, patrón. Ahora mismo. —Se dio la media vuelta sin preguntar nada más y subió las escaleras.

—¿La señora se quedará unos días? —Quiso saber Ariana, muy interesada por la información.

A Victoria le preció muy entrometida, pero no se atrevió a decirlo en voz alta. Si ella era entrometida, ella no iba a ser grosera.

—Eso no es de tu incumbencia, Ariana —contestó Harold tratando de sonar educado—. Pero ya que siempre te metes en lo que no te importa, te lo diré. La habitación no es para ella, porque ella dormirá conmigo.

Tanto Victoria como Ariana lo miraron con los ojos desorbitados, sorprendidas. ¿Dormir con él? Eso está de más, pensó Victoria, eso no era necesario. No, no y no. Ella iba a dormir en alguna otra parte.

—¿Y para quién es la otra?

La voz le salió ahogada. Harold puso los ojos en blanco antes de responder.

—La habitación es para nuestra hija. —Victoria estaba totalmente sorprendida por la manera en la que Harold estaba tratando a aquella chica, pero de nuevo no dijo nada—. Ahora, por favor, vuelve a tus obligaciones que no te pago por estar metiendo las narices en donde no te llaman.

Y es que Harold ya estaba comenzando a cansarse de que Ariana se metiese en cosas que no le incumbían, sin embargo, no había hecho nada hasta ese momento, en el que sí le importaba que se metiera cuando no debía. Quizás se había olvidado de Ariana durante el camino mientras hablaba amenamente con Victoria y Emiliana, ahora solo debía evitar que fuera metiche a como diera lugar.

Ariana asintió aún sorprendida de lo que había escuchado. Se dio la vuelta, tomó sus utensilios y se fue hacia la cocina, en donde, nada más llegar, se echó a llorar. ¿Una hija? Se preguntó, enervada. Entonces... ¿Esa mujer era su...? ¡No podía estar pasando eso! Esa mujer no debía ser su esposa, sino ella. ¡Nadie más que ella!

—¿Entonces, le pusiste Hunter al potro? —quiso confirmar Victoria cuando Emiliana les contó la gran hazaña que había hecho al nombrar a la cría de Kayla.

—Es que me gusta ese nombre y es bonito, como él. —Miró a Harold quien le sonreía—. ¿No te molesta que le haya puesto nombre, o sí?

—Oh, no, claro que no, Hunter es un buen nombre. —Emiliana suspiró aliviada.

—La cena esta lista, señor Harold. —Cómo le dolió hablar en ese momento a Ariana—. Cuando gusten pueden pasar a la mesa.

—Gracias, Ariana, puedes retirarte —agradeció y luego miró a Victoria—. Vamos a cenar, muero de hambre, hace más de tres horas que comimos esas hamburguesas y tú no probaste ni un poco. Además, estás muy flacucha, necesitas comer carne, mujer.

Emiliana echó una enorme carcajada ante el comentario, que muy acertado era. Pues había toda la razón en lo que él decía. En cambio, Victoria fingió ofenderse antes de mirar hacia otro lado, avergonzada. La verdad era que siquiera se preocupaba por su alimentación, ya que se la pasaba pensando en todo lo que la atormentaba. Lottie ya la había reprendido en un par de ocasiones por eso. Victoria casi siempre lo hacía, ya era más que una costumbre y no le importaba en lo absoluto.

Pasaron a la mesa, en la que había dos puestos más aparte de los suyos. Cuando a Emiliana se le había ocurrido querer preguntar, Jacob y Héctor aparecieron por la puerta de la cocina.

—Invité a Jacob y a Héctor por el buen trabajo que hicieron con Kayla —informó, contento—. Bueno, es hora de cenar. Ariana, Gloria, sirvan, por favor.

Victoria esperaba con timidez a que Ariana le sirviera, al igual que esa chica lo esperaba con malicia, puesto que, mientras caminaba con la charola de ensalada, se le ocurrió hacerle alguna maldad a esa mujer que tanto la había llenado de rabia al llegar con Harold. No le importaba nada, solo quería desquitar su coraje. Y desgraciadamente, Victoria era su blanco perfecto. La mujer que le había arrebatado al hombre que amaba.

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