Capítulo 6.


CAPÍTULO 6

Se escucharon varios suspiros, incluso el que sonó por el micrófono, que provenía de Beatríz. Los papás de las otras chicas gruñeron e hicieron mala cara. Pero predominaba la conmoción en ese momento. Era un maravilloso momento.

—Papá. —Emiliana fingió toser mientras le hablaba—. Debes ir por tu premio.

Victoria y Harold aún se estaban besando. Pero al escuchar a Emiliana rompieron el beso, lenta y agitadamente. Se miraron a los ojos, ambos sorprendidos de lo que había pasado. Harold, para mantenerse al margen, la abrazó por última vez antes de besar su mejilla y subir por su premio. Victoria se quedó petrificada, sentía que su pecho explotaría, que su sangre se quemaría. ¡Dios mío! Sus labios habían tocado los de Harold y apenas si se podía quedar en pie para asimilarlo. Eso y que, de algún modo, lo había disfrutado.

—Mamá, estás roja. —Su hija tocó sus mejillas calientes mientras reía de la emoción.

¡Se había besado con un desconocido! ¿Cómo no iba a estar roja de la pena?

—Muchas gracias por el obsequio, hija. Es perfecto —dijo el hombre en el micrófono. Emiliana le había hecho un marco para fotografías que tenía como título: «Te amo, Papá», y había pegado estampillas de corazones y diamantina dorada.

Cuando caminaba de regreso con Victoria y Emiliana, Faría lo interceptó.

—¿De verdad es el papá de Emiliana? —preguntó la chica. Harold asintió con educación, sonriendo en el acto—. ¿En serio estuvo en el ejército? ¿De qué regimiento es? ¿Tiene algún cargo importante? ¿Desde cuándo está allí? ¿Cómo es...?

Lo empezó a atacar con decenas de preguntas que él no sabía ni cómo responder, así que el hombre agradeció al cielo cuando Emiliana se acercó.

—Ya, Faría. Ya lo conociste y sabes lo que querías. Que existe y que es mi padre. Ahora ve con el tuyo que de él soy yo quien debe disfrutar de su compañía. —Se sentía tan bien dejar a Faría callada y sorprendía.

Tomó a su padre del antebrazo y lo llevó con su madre.

—No puedo creer que estés aquí. —Emiliana lo abrazó nuevamente—. Mamá tenía razón, eres muy apuesto.

—¿En serio, mamá te dijo eso? —preguntó con una sonrisa burlona y miró de soslayo a Victoria. La pobre mujer tenía hasta la nariz roja de la pena. Se veía graciosa sonrojada ante los ojos de Harold. Ella era un misterio muy bello y gracioso entonces.

—Sí. —Sonrió la chica.

Victoria estaba de piedra. Harold estaba haciendo bien su papel, aceptó la morena y se mordió los labios, recordando que hasta en eso fingía muy bien.

—Caray, no puedo esperar un minuto más, quiero recuperar los quince años que no estuvimos juntos, papá. —Lo abrazó de nuevo y después se separó abruptamente para añadir—: ¿Sabes? Es mejor que empecemos ahora mismo —Harold no comprendió lo que Emiliana decía, y lo que dijo después lo dejó petrificado—. Iré por mis maletas y me despediré de Beatríz, los veo en un rato. ¡Qué emoción!

La chiquilla salió corriendo lejos de ellos hacia su habitación.

—¿Maletas? —Harold miró a Victoria. Esta parecía que se iba a desmayar, se tocaba la frente por la presión que se acumuló entre sus nuevos problemas inesperados. Comenzó a llorar silenciosamente e, instintivamente, Harold la abrazó. ¿Cómo pudo olvidar ese grandísimo detalle?

—Discúlpeme, Harold —susurró apenada—. Con tanta cosa que llevo en la cabeza, me olvidé de que hoy empiezan sus vacaciones, de verdad lo lamento. Oh, por Dios, no debió ayudarme, de verdad que no debió. Este es un grandísimo problema, ¿y ahora qué vamos...?

La sorpresa no podía ser más grande. ¿Pero qué diablos? Harold la besaba de nuevo. Esta vez él lo hizo por gusto, se lo admitió a sus adentros, porque quería comprobar si el sabor a cerezas que había percibido seguía ahí, y además quería que Victoria dejara de habla. No quería seguir escuchándola quejarse y realmente quería tocar sus labios de nuevo. Obviamente, no se lo iba a decir a ella.

—Vamos. —Se separaron al escuchar a Emiliana—. Ya me despedí de Olga y de Beatríz. ¿Nos vamos a casa?

—¿No te despediste de tus amigas? —preguntó Harold, aclarando su garganta, disimulando los nervios por la situación.

Emiliana suspiró.

—Papá, yo no tengo amigas.

—¿Y la chica que...?

—No —lo interrumpió—. Ella solo... Bueno, olvídalo, vamos que tengo unas ganas enormes de comer algo preparado por mamá y no por Doris la cocinera. ¡Iug!

Hizo un gesto de asco, haciendo sonreír al hombre.

—Entonces vamos a casa. Yo también muero por probar la comida de mamá. —Harold miró a Victoria, la cual se puso más roja que antes y no solo de nervios, sino también de la desesperación, ¿ahora qué iba a hacer? La situación estaba en picada a ser un desastre en segundos.

Harold había empacado todo y lo había dejado en su auto, pues cuando acabara el día se iría a casa. Pero el que llegara con sus maletas y las metiera a la pequeña casa de Victoria, provocó que esta quedara más que sorprendida con ello. En cambio, Emiliana estaba sorprendida del auto de su padre y le preguntaba si lo acababa de comprar. Seguro era por la paga, pensó la chiquilla, todo la estaba asombrando.

Victoria tuvo que inventarse que debía decirle a su esposo por dónde quedaba la casa, ya que él no la recordaba, casi se trababa explicando todo eso.

—¡Por fin! —exclamó Emiliana al sentarse perezosamente en el sofá viejo de la diminuta sala de su casa—. Oh, tanto extrañaba esto.

Victoria estaba más preocupada que nada. No sabía lo que pasaría después con toda su mentira. Tampoco sabía cómo hacer para que Harold desapareciera de sus vidas para siempre y que Emiliana se creyera todo y, por si fuera poco, que no la odiara por al final.

—Tengo una idea —mencionó Harold cuando llegó a lado de Emiliana, justo después de dejar su maleta en el suelo de la sala. Él intentaba continuar con su papel porque no había de otra no quería cometer ningún error—. ¿Qué tal si yo cocino?

—¿Cocinas? —preguntaron ambas al unísono. Emiliana frunció el ceño en dirección a su madre, la cual le informó que no sabía de las habilidades culinarias de su padre, ya que era ella quien le cocinaba siempre.

Harold se dispuso a buscar, tanto en la alacena de Victoria, como en el refrigerador. No encontró nada que conociera. En su rancho estaba acostumbrado a comer de las reses y los puercos. Los huevos de gallina recién puestos por las mismas. Pero en ese lugar solo había pocas frutas y verduras. ¿Dónde estaba la carne? ¿Es que esa mujer no comía proteínas? ¡Con razón estaba tan delgada!

—Emiliana, ¿vamos al súper? —le preguntó, sorprendiendo a Victoria y la chica aceptó encantada—. Creo que, con la emoción y las prisas, a mamá se le olvidó ir por lo necesario y no hay qué hacer de comer. Más que frutas y verduras y...

—Oh, claro —lo interrumpió Emiliana—. En el internado como todo de eso y la verdad es que preferiría comerme una enorme hamburguesa que un caldo de verduras. No te ofendas, mamá. Tu comida es deliciosa. Pero en serio que...

—Ya, ya, lo entiendo, Emiliana. —Suspiró la morena.

—Bueno, me iré a cambiar de ropa, esto es incómodo —dijo él y señaló su traje—. Prepárense ambas. Iremos por esa enorme hamburguesa y por más comida para el refrigerador, ya que no nos gustan las verduras, ¿eh?

Victoria se sentía cada vez más ahogada en el problema en el que se encontraba. ¿Cómo era que Harold seguía ayudándola? No le encontraba sentido porque bien podría irse y simplemente dejar el asunto botado, no era suyo al fin y al cabo.

Salieron de la casa y Victoria se quedó callada durante el camino, pensando en qué iba a hacer. ¿Seguir con la mentira o decir la verdad? ¿Qué estaba pensando Harold? Y lo que más rondaba su mente, ¿por qué la había besado la segunda vez? Porque sabía que el primer beso había sido a causa de Emiliana, según lo que le había dicho sobre besar a su padre y, posiblemente, Emiliana instó al hombre a eso, pero, ¿el segundo por qué había sido?

Harold tomó un carro de supermercado y comenzó a meter todo tipo de cosas. Principalmente proteínas, Victoria estaba muy flacucha y debía ser a falta de ellas. Emiliana lo seguía a todos lados, mientras le contaba sus vivencias en el internado, las buenas solamente, ya que ni su madre ni su padre debían saber que la molestaban, creía, más bien, que no debía decirles.

Victoria había optado por quedarse en el auto, esperando.

—¿Cómo es que conociste a mamá? —preguntó Emiliana de repente. Harold no sabía qué responderle, ¿y si Victoria ya le había contado esa historia? ¿Y si decía algo mal y metía la pata?

—¿Mamá no te habló de eso? —inquirió con cautela.

—No, de hecho, cuando le preguntaba, solo me decía que fue amor a primera vista y que jamás se separaron desde ese día.

Por la cabeza del hombre pasó el decirle exactamente cómo conoció a Victoria, obviamente evitando ciertas partes, pero Victoria tenía que estar presente, ya que no podían cambiar las versiones en caso de que la chica volviera a preguntar.

—¿Qué te parece si, cuando regresemos a casa, te lo contamos tu madre y yo? —Emiliana aceptó encantada, asegurando que le parecía más romántico que ellos dos le contaran absolutamente todo lo que habían sentido en aquel entonces.

Harold pagó con una de sus tarjetas de crédito todo lo que había elegido, incluso hasta un par de revistas que Emiliana le había pedido, afirmando que jamás había leído una y que le encantaría hacerlo.

Pobre chica, se dijo el hombre mientras caminaban de vuelta al auto, necesitaba y no conocía muchas cosas.

Cargando las bolsas por el estacionamiento, se prometió que, aun sin saber cómo iba a salir del problema, sería un excepcional padre, aunque no tuviera práctica con ello.

Entonces su teléfono sonó.

—¿Qué pasa, Héctor? —preguntó nada más descolgar, era su trabajador, el que se encargaba de los caballos, junto a su hijo Jacob.

—Harold. —Héctor se escuchaba preocupado—. Kayla está por dar a luz y está teniendo complicaciones, muchacho. No sabemos qué hacer, se niega a ceder.

Kayla era la yegua favorita de Harold y era él quien siempre se encargaba de ella. Así que Héctor tuvo que recurrir a Harold pues era muy importante para él y, si hacían algo mal, y la yegua se lastimaba o algo peor, creían que reventaría de coraje. La razón de su sobre protección era aún un misterio. Igual, todos respetaban tal cosa y no metían mano en el asunto.

—Pero debía hacerlo hasta la próxima semana, caray.

Harold divisó el auto y procuró seguir cargando bien las bolsas sin cortar la llamada, pero era imposible, por lo que recurrió a la chiquilla.

—Hija, ayúdame con algunas bolsas.

Emiliana tomó un par. Héctor se sorprendió y confundió del otro lado de la línea, pero no dijo nada.

—Bueno, Héctor, estoy en algo importante ahora, pero veré qué hacer. Por favor, tengan mucho cuidado con ella... ¿Sabes qué?, quizás Jacob pueda tranquilizarla un poco, ya que a él le tiene confianza. Dile que también trate de sacarle a la cría a ver si lo logra, pero insisto, no quiero que le pase nada a Kayla, ¿de acuerdo?

—Sí, muchacho.

Harold colgó y miró a la chica a unos metros del auto que lo miraba con una total confusión.

—¿Quién es Kayla, papá?

La tensión se apoderó del cuerpo del ojimiel. ¡Qué estúpido! Por un momento había olvidado que la situación era una mentira. ¡Ahora se estaba involucrando de más y se estaba haciendo todo un enredo!

—Kayla es mi yegua, hija —dijo, resignado ante la confusión de la chica y siguió hablando—. Está por tener a su cría y está teniendo problemas.

—¿Tienes una yegua? —A Emiliana se le iluminó el rostro, siempre quiso tener un caballo, no obstante, la cosa resultaba extraña, así que se lo hizo saber—. Espera, pero si estabas en el ejército todo este tiempo, ¿cómo es que...?

La seguía cagando, sabía Harold. ¿Qué le podía decir? O mejor, ¿por qué continuaba allí parado, fingiendo que era su padre?

—Mi padre me heredó su rancho hace poco más de cinco años, solo fui una vez para informarme sobre los empleados y todo eso. Esa vez no pude venir a verte. —Más mentiras acumuladas, se dijo mentalmente mientras hablaba. Su pecho se removió, ¿esa era culpa? Seguramente sí—. En ese tiempo solo me dieron permiso para ir un par de días, ya que mi padre había muerto, me limitaron muchas cosas. Ahí conocí a Kayla, ella era la yegua favorita de mi madre que murió unos años antes. Me cayó bien y yo a ella, así que me importa tanto como me importan tu madre y tú.

Emiliana se conmovió y se entristeció a la vez. Nunca ha conocido a los padres de su madre y ahora se enteraba de que su abuelo y abuela por parte de su padre habían muerto. Qué triste en verdad.

Llegaron al auto, Victoria seguía dentro, con la ventanilla abierta.

—¿Y por qué no vamos a ver el estado de Kayla? —Emiliana se preocupó por la yegua, aunque con cierto interés propio—. Digo, si quieres ir y que, bueno, tú sabes, te acompañemos mamá y yo, y así pueda ver a un caballo de cerca, sería un sueño.

¿Llevar a Victoria y a Emiliana a su hogar? ¡Eso ya era demasiado! ¿Ahora qué iba a hacer? Por su cabeza pasó que quizás unas verdaderas vacaciones no le vendrían mal a ese par. Se las merecían, ¿no? No parecían del tipo de personas que las tomaran. Y ¿Qué mejor que el aire libre fuera de la presión de la ciudad? Afortunadamente nadie era imprudente en su casa, quizás... Podría funcionar.

—Entonces, hay que ir a empacar.

Convenciéndose a sí mismo de que sería fácil, metió las compras al auto y se prometió que haría que todo saliera estupendo.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top