Capítulo 31.


CAPÍTULO 31

Los ojos de Victoria se entre abrieron al sentir el peso de la mirada de Harold. Él ya había despertado hacía horas y lo único que había hecho era observar todas y cada una de sus facciones. Incluso había recorrido con sus dedos delicadamente su rostro y, a señales de movimiento, se detenía. Victoria solo hacía muecas.

—Buenos días, cariño mío. —Le besó la frente y ella le sonrió.

Despertar los días así se había convertido en una costumbre perfecta para ella. Pero ese día todo era distinto, tenía miedo de nuevo. Algo no estaba bien.

—Tranquila. —Harold le sonrió—. Todo irá bien, ¿sí? Hoy solo hay que pensar en la fiesta de Emiliana, solo en eso, ¿de acuerdo?

Victoria suspiró y le dijo que sí. Aunque claro, esa incómoda sensación no se la podía quitar del pecho. Quizás era porque, una vez todo este asunto de la fiesta acabase, ella y él le dirían la verdad de que Harold no era su padre, pero que la amaba como si lo fuera; que empezaran de nuevo, olvidándose de aquellas falsas cartas, aquellas mentiras y vivieran momentos nuevos y mejores. Que fueran una familia de verdad, sin mentiras.

—¡Feliz cumpleaños! —El unísono que despertó a Emiliana sobresaltó a Victoria, todo la hacía entrar en alerta, ¿qué rayos estaba pasando?

Cuando ella y Harold habían bajado a la cocina, Francisca, Lottie y Eva ayudaban con el pastel que Gloria hacía. Le pusieron dieciséis velas y solo esperaban a que Victoria decidiera ir a despertarla. Su padre había notado su incomodidad y le había dicho que pronto todo estaría bien. Ella solo había asentido y le había susurrado que trataría de calmarse, pero no prometía nada.

—Oh, Dios, ¡por fin! Ya quería que llegara este día —chilló Emiliana mientras se tallaba los ojos, para espabilar el sueño.

—Pide un deseo, preciosa —le dijo su abuela. En seguida miró a Harold. Quería esa promesa, era lo único que había deseado toda su vida, solo eso: que su padre le apagara junto a ella las velas de su pastel. Fuera absurdo, pero ese era casi un sueño para ella.

—No tengo nada que desear —comentó, apenada, pues sus ojos comenzaban a cristalizarse, qué bueno que todo era de mera felicidad—. Todo lo que había pedido en los últimos diez años de mi vida había sido un momento como este, así que, solo quiero que papá me ayude a apagar las velas, ¿recuerdas?

Harold estuvo a punto de decirle que no, de no ser por Victoria, quien le dio un codazo y le señaló con la mirada las dieciséis velas. Él se sentó a lado de Emiliana en la cama y le limpió las lágrimas. Sintió un nudo en la garganta, las palabras que Emiliana había dicho ponían en duda decirle la verdad. Sabía que debían hacerlo y lo harían, pero ahora temía con mayor fuerza lo que fuera a pasar.

—Te quiero, papá —le dijo la chica y después contó hasta el tres, para, finalmente, ver las dieciséis velas apagadas y escuchar los aplausos de los demás miembros de su pequeña familia. Eva se le acercó y le dio su obsequio, que consistía en un juego de make-up. Francisca y Víctor le dieron un par de vestidos. Y la ocurrente de Lottie le dio un diario.

—Es para que escribas sobre tu amor secreto por Jacob. —Emiliana en seguida miró a sus padres, sonrojada. Lottie y Eva se soltaron a reír, hasta Francisca y Victoria lo hicieron. Los únicos con el humor amargo eran los dos hombres presentes, mas ninguno se atrevió a más de solo fruncir el entrecejo.

—Sabes que, hagas lo que hagas, no te amará, ¿verdad? —Y ahí estaba de nuevo, Pablo, tratando de hacerla entrar en razón. Tan insistente el pobre, esperanzado a que lo tomara en cuenta, pero ella seguiría siendo tan terca. El muchacho había pasado la noche anterior debatiéndose, para, finalmente, ir con ella y decirle de una vez por todas que dejara eso por las buenas, porque, por las malas, se llevaría algo no muy agradable.

—Tú no sabes nada —refunfuñó mientras se disponía a maquillarse—. Una vez que esa vieja salga de la casa, le demostraré que yo soy mejor que esa maldita y su mocosa bastarda.

Pablo bufó ya frustrado. ¿Jamás entraría en razón? ¿Jamás se daría cuenta de que, aunque no estuviese Victoria, él jamás la amaría? En definitiva, ya no seguiría permitiéndose actuar como un idiota por ella y que esta no lo viera como él quisiera.

—Ariana. ¿Sabes qué? —Por su tono, sobresaltó a la chica. Había sido muy fuerte, le dio algo de miedo. ¿Qué le estaba pasado a su amigo?—. Desde el maldito día en el que cruzaste la maldita puerta de la casa de Harold, el día que entraste a trabajar, de ahí en adelante, siempre te admiré en secreto. —Ariana abrió sus ojos ampliamente, no podía creer lo que oía—. ¡Me enamoré de ti, maldita sea! Pero tú... —La señaló con rabia—. Jamás me miraste, ¿por qué? ¡Porque preferiste imaginarte un mundo con él cuando él ni siquiera te toma en cuenta!, ¡y jamás lo hará! ¿Sabes por qué lo sé? —Pablo estaba poniéndose rojo de coraje, también tenía sus ojos llenos de lágrimas, era más que obvio el dolor que esto le causaba—. Porque él ama a esa mujer, porque no amará a nadie más que a ella y a su hija. ¡Yo escuché cuando él le dijo que era el amor de su vida! ¿Y aun así pretendes arruinarles la familia?

—Ellas no son su familia —le contraatacó—. Haré lo posible porque él me ame, Pablo.

¿Es que no lo había escuchado? Se gritaba mentalmente. ¡Qué mujer tan más idiota!

—Pues vete a hundir sola, al demonio, me largo. —Se dio la vuelta y caminó hacia la salida. Antes de llegar la miró de nuevo—. Pero no vengas llorando cuando mi predicción se cumpla, Ariana, porque juro que te vas a quedar esperando.

Una vez escupidas las palabras, salió hecho furia. Vaya que esto lo había puesto de muy mal humor. Y esta vez ya no habría sonrisitas de estúpida que lo hicieran cambiar de parecer. Porque así era siempre, Ariana, con sus pucheros y sonrisas coquetas, lo volvían tan loco que siempre terminaba cediendo a sus juegos sin llevarse él nada a cambio.

—Y esta gente, ¿quién es? —dudó Lottie desde la habitación de Emiliana, en donde se preparaban para la celebración, faltaba poco y algunos invitados estaban llegando, Lottie los oía hablar con Harold. Se aprovechaba de estar lista para echar un vistazo. Eva terminaba de maquillar a Emiliana quien ya traía su vestido blanco. Francisca y Víctor se habían cambiado hacía ya rato y acompañaban a Harold con los invitados.

—Son algunos trabajadores, Lottie, también la familia de Héctor y Jacob —le informó Eva sonriente—. Listo, mi niña, ahora es el turno de mamá.

Victoria negó, alegando que ella ya estaba lista tal y como estaba; ya se había puesto el vestido e, increíblemente, los tacones rojos que Eva le había dado. Se habían hecho amigos esa tarde gracias a que practicó junto a Lottie, quien reprimió las carcajadas y la felicitó por el logro.

—Anda, mujer, solo serán unos retoques, no necesitas mucho. —La obligó a acercarse y tomar asiento frente al espejo. Comenzó a maquillarla, Victoria se quejaba, aun así, Eva logró su cometido—. Perfecta.

Victoria se miró al espejo y no podía creer lo que veía. Nunca en toda su vida se había visto así, ni siquiera cuando ella misma se ponía un poco de maquillaje. ¡Jamás!

—Oigan ya es hora y... —Harold dejó a medias sus palabras cuando entró de repente, Victoria quedaba justo a la visita de la puerta cuando él la había abierto—. Te ves... Oh, Dios, ¿qué digo? —Eva y Lottie rieron, Emiliana observaba con ternura el cómo su madre se sonrojaba con las palabras de su padre que parecía tan maravillado con la vista. Luego también la miró a ella—. Ambas están hermosas.

—¿Y yo? —dudó Eva, quitando la magia del momento, llevándose una mala cara de parte de Harold.

—Sí, Eva, también te ves hermosa, de hecho, todas lo están. —Se rio—. Ahora, ¿podrían salir ya o necesitan otras tres horas? ¡Tu novio está afuera, Eva!

—Ya, ya. —Eva puso los ojos en blanco—. Él sabe que tiene que esperar horas para ver a este bombón.

Todos se soltaron a reír, ya que Eva había hecho una pose extraña, presumiendo sus atributos envueltos por ese vestido negro que llevaba. Juntos bajaron las escaleras. Había mucha gente abajo. Algunos, abrazaban tanto a Emiliana como a Victoria, le entregaban obsequios y, a pesar de sentirse extraña, Emiliana les sonrió y agradeció con educación a todos y cada uno de ellos.

—Hola —la saludó Jacob, ella se aprovechó de que Harold se había distraído con otros invitados y se acercó al chico quien estaba muy guapo esa noche; estaba vestido con una camisa a cuadros y unos vaqueros negros ajustados, además de hacía peinado su cabello hacia atrás—. ¿Tienes un minuto?

—Claro, ¿qué pasa? —Jacob no respondió a eso más que con el tomarle la mano a la chica y llevarla fuera de la casa. Emiliana no entendía nada, sin embargo, se dejó llevar por él hasta que se detuvieron en las caballerizas donde estaban Kayla y Hunter—. Ya en serio, ¿qué hacemos aquí?

Jacob parecía nervioso, y Emiliana entendía menos. Él no podía ni hablar, no obstante, tomó valor de donde no tenía y lo hizo.

—No tengo dinero. —Fue lo que soltó primero—. No te compré un regalo, pero... —Suspiró con pesadez. En serio que sus nervios lo exasperaban hasta a él mismo—. Espero que te guste lo que quiero darte.

—¿Y qué es lo qu...? —¿Pero qué demonios? Jacob la había callado con un beso. ¡Dios santísimo! ¡Él la estaba besando! ¡Su primer beso! Fue un beso tan inexperto, dado que, había sido el primero de ambos. Y apenas si se lograron tomar de las manos cuando Kayla relinchó y se separaron del susto—. ¿Qué... qué fue eso?

Jacob se sonrojó al instante.

—Feliz cumpleaños, Emiliana —le dijo apenado—. No te enojes. —Se separó de ella y cubrió su cara, protegiéndose de una posible bofetada—. No pude comprarte nada, así que, como me gustas, creí que regalarte mi primer beso era correcto. Aunque ahora que lo pienso, me siento un idiota, lo siento, no debía besarte sin tu consentimiento.

Emiliana cubrió su boca sorprendida. ¡A ella también le gustaba él! No podía creerlo. Jacob estaba apenado ahora, tanto que no se atrevía a mirarla a la cara. Emiliana se sintió mal por él.

—Jacob, la chica de la que me hablabas, ¿era yo? —Le habló para que él la mirada, mas no lo hizo por la pena—. Jacob, mírame.

Pero Jacob seguía sin verla, aun así, asintió. Ella, con la afirmación enrojeciéndole las mejillas, se atrevió a acercarse de nuevo a él, y, lo que más le sorprendió de sí misma, fue que lo tomó de ambas mejillas y le dio un casto beso en los labios.

—Tú también me gustas, Jacob. Ahora solo volvamos a la fiesta —le susurró, aclarando todo. Ambos estaban sonrosados, igual, eso no parecía ser un problema.

—Oh, disculpa, qué torpe soy —le dijo Lottie al caballero con el que había tropezado. Su mirada viajó a su rostro, caray, sí que era guapo el condenado.

—Discúlpeme usted a mí, señorita Charlotte —le respondió, sorprendiéndola—. Estaba distraído.

—¿Cómo sabe mi nombre? —indagó espantada.

—Oh, lo siento, mi nombre es Pablo, soy el encargado de las caballerizas y de la puerta del rancho, creo que no nos han presentado formalmente, mas yo sé su nombre gracias a la señora Victoria, sin querer lo escuché un día antes de su llegada.

—Demasiada información tiene sobre mí entonces —bromeó Lottie.

—Oh, lo siento, suelo ser muy metiche sin querer.

Ella se rio, encantada. El muchacho era guapísimo. Entonces decidió que no se quedaría toda la noche cuestionándose tonterías y haría lo posible por entablar buena conversación con el tipo.

—Es la mejor fiesta de todas, gracias. —Emiliana abrazó a su madre y a su padre—. ¿Saben? Es el mejor de todos mis días. Los amo tanto, nada cambiará eso, en verdad, son muy importantes para mí.

—Nosotros también te amamos, hija —respondió Harold mientras tomaba la mano de la chica y la unía a la de él y la de Victoria que estaban entrelazadas—. Como no tienes idea.

—¡Felicidades a la cumpleañera! —Esa voz había hecho callar a las demás, y todos la miraron. Era Ariana quien estaba en la puerta principal, de vestido rojo, muy elegante y hermosa. La imponencia y el cinismo le brotaban por todas partes.

Victoria comenzó a entrar en pánico, ¿qué rayos hacía esa mujer en esa casa y por qué? Vaya que no sabía eso, pero había algo que sí sabía, que su presencia no era nada buena.

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