Capítulo 26.
CAPÍTULO 26
Victoria terminaba de lavar los platos de la comida cuando su padre la llamó, pidiendo un minuto de su tiempo. Ella aceptó y salió junto con él al jardín. Parecían dos extraños, era muy incómodo estar a solas, pero Victoria sabía que eso tenía que cambiar. ¡Era su padre, por Dios!
A un par de metros, había un columpio hecho de tablas. Era la primera vez que lo notaba. En realidad, había tantas cosas que ella no había notado y la seguían sorprendiendo. Caminó un poco más rápido que su padre y se sentó en él.
—No te odio —fueron las primeras palabras que Víctor se atrevió a decir; le costaba demasiado poder destrozar él mismo su orgullo y tomar valor para deshacerse de su escudo protector. Ese escudo que se había puesto para que su mujer no lo viera derrumbarse y no supiera que también estaba dolido—. Lo que dije, fue por un arranque, estaba muy enojado, hija.
Victoria suspiró y comenzó a columpiarse lentamente, mirando hacia el suelo. Escucharlo decir eso era un alivio para ella, pero, ¿por qué sentía esas horribles ganas de llorar de nuevo? Víctor sentía la tensión en el aire y quería romperla a como diera lugar. Lo que lo llevó a caminar hacia atrás de su hija y ser él quien la impulsara.
Por la ventana, Emiliana observaba a su madre y abuelo, ella estaba confundida, parecía todo muy extraño, ¿por qué su madre se veía intimidada? Se preguntaba, ¿por qué parece no querer hablar con él?
—¿Qué fue lo que pasó entre mi madre y mi abuelo, abuela? —dudó la chiquilla, sorprendiendo a Francisca, quien estaba hablando animadamente con Gloria. Francisca se acercó a su nieta, no sin antes disculparse con Gloria y pedirle que hablaran más tarde. La tomó por los hombros.
—Es una larga historia, mi niña. Pero creo que tu madre debe contártela.
No muy conforme con esa respuesta, Emiliana asintió. ¿Por qué tanto misterio?, ¿por qué todos se comportaban raro? Igual, decidió que le estaba dando muchas vueltas al asunto y mejor se dispuso a ayudar a Lottie a desempacar.
—También invita a toda tu familia, sería grato tenerlos por acá. —Harold estaba hablando de nuevo con Héctor sobre el cumpleaños de Emiliana que estaba aproximándose. Le pidió que Jacob y él estuvieran allí y convivieran con ellos, también había invitado a un par de trabajadores del campo, algunos supervisores y cuadrilleros de los cuales había hecho amistad. Planeaba que estuviera mucha gente y que vieran a su preciosa hija cumpliendo sus dieciséis años.
—Creo que a mi madre le encantará verte, esa viejecilla aún pregunta por «el chamaquillo travieso de miel en los ojos» —Ambos soltaron una carcajada.
Y es que la madre de Héctor lo conocía desde muy pequeño, la anciana le había puesto aquel apodo por el color de sus ojos y porque Harold de pequeño era muy hiperactivo. Qué tiempos aquellos.
—Bien, no quería ahora, pero tengo que ponerme serio, Harold... Por lo que veo, te estás involucrado demasiado con ellas —comentó Héctor una vez que las risas habían cesado—. Eso significa que le dirán la verdad a la chica, ¿no es así?
—Héctor, yo realmente no planeo eso. —Tragó saliva—. Creo que es mejor que Emiliana siga creyendo todo, así evito su odio, me he encariñado tanto con ella que no sé qué sería de mí si ella me odia.
Héctor bufó. No era bueno mentir, mucho menos con algo así y por tanto tiempo. Sería peligroso, sería un desastre cuando todo saliera a la luz, porque él sabía que tarde o temprano se sabría la verdad y eso no iba a ser bonito.
—Ya casi se viene el tiempo en el que Eva viene a verte. —Harold volvió a tragar saliva. Se había olvidado de ella—. Tú la conoces más que yo y sabes lo imprudente que es, ¿qué pasara ese día? Le dirás: ¿"Hola, tengo una hija de dieciséis años, aun cuando no te he visto apenas en meses"? Debes pensar bien las cosas, Harold.
Harold suspiró, Héctor llevaba razón, pero él ya sabía cómo ingeniárselas. Sí, podría funcionar.
—Hablaré con ella, cuanto antes. La llamaré ahora.
—Lo que pasó me cegó, pero yo te quiero, hija mía, solo debemos hablar. —Víctor seguía impulsando a su hija, esta se dejaba llevar, pero aún no hablaba, no le respondía, solo estaba callada mirando hacia el suelo, por lo que su padre volvió a hablar—. Victoria, dime algo.
—Lo siento. —Esas palabras las sentía como una mentira, ¿la razón? Ni siquiera había qué hacer, le habían hecho daño, ella no tenía la culpa, ni siquiera pensaba en que su padre se disculpara por el abandono y las horribles palabras, no lo sentía correcto, porque él no sabía nada. Nunca pudo decirle nada.
—Juro que todo habría sido diferente si hubieras dicho la verdad. —Victoria detuvo el columpio y se levantó, dándole la cara.
—¿Dices que hubieras aceptado mi amor por él? —preguntó con brusquedad, como si su pregunta tuviera alguna razón con su pasado. Como si realmente Harold hubiese estado allí desde antes.
—No hablo de esa ridícula historia, hablo de la verdadera —Victoria se tensó ante su tono y sus palabras exactas, por lo que desvío la mirada, ¡Dios mío, Víctor se había dado cuenta!—. Porque deja que te diga que no me trago el cuento de los estúpidos libros. A ver, dime, ¿cuánto tiempo estuviste con él antes del ejército? Aunque claro, esa tontería tampoco me la trago.
Victoria sentía que no soportaría más, pero debía. En su cabeza estaba planteándose una respuesta coherente y que no la delatara, tenía que tranquilizarse o, dadas las circunstancias, le diría la verdad a su padre. ¿Cómo era que deducía todo? ¿Qué rayos pensaba su padre? ¿Cómo se había dado cuenta?
—Todo es verdad —contestó brusca, mirándolo de nuevo. Lastimosamente no había podido inventarse nada que la sacara del problema. Víctor la iba a descubrir y ya no podía evitarlo, pues había arruinado su única oportunidad.
La mirada de su padre evitaba continuar con la mentira y que Víctor se tragara cualquier cuento. Cuando ella era pequeña, una mentira jamás podía salir de su boca, porque, cuando estaba por decirla, Víctor ya se sabía la verdad con solo ver las expresiones de su hija y por esa razón ella siempre era honesta, a pesar de querer guardarse todo.
—Hija, a pesar del tiempo, te conozco mejor que nadie y sabes que en mis dudas hay algo de razón. —Ahora le hablaba tranquilo, ya que, si él quería hacer las paces con su hija, tenía que dejar atrás su furia, controlar sus niveles de orgullo y escucharla—. ¿Él no es el verdadero padre de Emiliana?
—No, no lo es biológicamente. —Victoria se había rendido. Ya no podía más. Esa verdad dolía, porque realmente quería poder responder un sí, aunque claro, el pasado fue tan ruin que nunca pudo ser así. Sus ojos ya comenzaban a cristalizarse—. Pero, por favor, no se lo digas a Emiliana, papá, ella no tiene idea. Y no sé qué pasaría si se enterara de eso. Yo no quería mentir, pero en aquel entonces se me hizo fácil.
—¿Para qué mentir? —Víctor se creía honesto, Víctor odiaba las mentiras. Pero Víctor amaba a su hija y verla así, suplicando por ello, lo hacía pensar en lo grave que podía ser y ayudar, pero también quería razones—. Está bien, no le diré a mi nieta, si me dices toda la verdad.
—A Harold lo conocí hace casi un mes, tuvimos un accidente y...
—Esa no, Victoria —la interrumpió de inmediato—. Sabes a cuál verdad me refiero.
Victoria negó con la cabeza y suspiró.
—No puedo. —Sus lágrimas ahora eran más densas y le repletaban el rostro—. No estoy lista para que la sepas, entiéndeme, por favor. Mira, Emiliana sabrá la verdad, pero no ahora, así que, te ruego que esperes y me entiendas, por favor, padre. Te la diré, se la diré a mamá, pero no ahora.
Su padre sintió ese incómodo nudo en la garganta al ver sus lágrimas, que no abandonaban su rostro y seguían acompañándose, así que no tuvo más remedio que el solo abrazarla. Un abrazo de comprensión y de amor. Ella era su hija y por el tiempo que estuvieron separados tenía que esperar a que la confianza volviera y que ella decidiera que el momento demandaba la verdad y lo que realmente había vivido todos estos años. La comprendía, sí, pero ahora estaba demasiado confundido.
—¿Estás bien? —preguntó Harold a Victoria ya en la habitación al caer la noche. Ella negó—. ¿Qué sucedió?
—Solo me siento mal, eso es todo. —No quería que él supiera que Víctor ya estaba al tanto de su mentira. Quería que por lo menos él creyera que seguía fingiendo ante sus padres y no hacer incómodas las cosas.
—Si quieres, yo puedo hacerte sentir mejor. —Besó su cuello y la pegó a su pecho, Victoria se acaloró de pronto.
—¿Me harás el amor? —le preguntó, con cautela.
—Pensaba en darte un masaje. —Harold la observó divertido mientras se levantaba y la acomodaba para masajear su espalda—. Aunque también puedo hacerte el amor.
—Oh. —Qué acelerada se había vuelto, pensó Victoria, tanto que quiso burlarse de ella misma, pero prefirió disfrutar del masaje que su falso marido le ofrecía. Sintió alivio cuando Harold ya no preguntó nada y se dedicó a sanar las tensiones de su mujer.
Por la mañana, ya todo estaba listo para el viaje; una visita a la playa, el calor lo ameritaba, también Harold lo quería tomar como algún tipo de celebración por la preciosa familia que comenzaba a tener, todo, porque ellas lo hacían feliz y quería recomenzarlas.
—¡Yey, nos vamos de playa! —Emiliana estaba muy emocionada.
—¡Yey, tu madre usará bikini! —secundó Charlotte. Victoria estaba a punto de subir al auto cuando la escuchó.
—¿Te enfermaste? —Su tono había hecho soltar una carcajada a su falso marido y a su madre. Parecían un par de adolescentes, quizás eran algo más infantiles que Emiliana y eso era gracioso—. Olvídalo, ni siquiera compré uno, además de que solo en tus sueños me pondría algo como...
—¿Este regalo que te compré? —Lottie la interrumpió, mostrándole aquel bikini rojo que Victoria le negó en la tienda y lo sacudió ante sus ojos. Victoria se lo arrebató enrojecida y la fulminó con la mirada.
Lottie solo río a carcajada limpia y subió al auto junto a Emiliana, quien reprimía sus ganas de reír solo para que su madre no se sintiera mal.
—Bien, hemos de irnos —mencionó Harold una vez que todo estaba listo para arrancar—. ¡Yey!
Y todos comenzaron a reír, Harold parecía un niño muy contento y eso era algo bueno, estaba liberándose de toda la tensión en el aire, estaba rompiendo la burbuja de incomodidad que había entre él y Víctor desde anoche y no comprendía el porqué era así.
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