Capítulo 24

CAPÍTULO 24

Harold no podía creer lo que había dicho. No sabía qué hacer, estaba realmente sorprendido, incluso molesto con él mismo. ¿Borrar una violación? ¡Por eso Victoria había llorado! Porque él la hizo recordar aquel abuso, eso no se borraba tan fácil, pensaba él. Ahora se sentía un idiota, un monstruo.

—¿Por qué no lo dijiste antes? —Su voz sonó fuerte a pesar de contener su furia. Se levantó abruptamente, mostrando su desnudez y comenzó a caminar de un lado al otro—. ¡Dios, Victoria! Acabo de hacerte recordar...

—No. Acabas de hacerme olvidar, de entender. —Victoria se levantó de la cama envuelta entre las sábanas y trató de acercarse. Él no paraba de caminar y evadirla—. Harold, acabas de hacerme saber que las caricias no siempre son malas. Acabas de hacerme sentir una mujer deseada, amada. —Victoria logró detenerlo, con ambas manos del rostro, no le importó que las sábanas cayeran al piso—. Harold, acabas de hacerme el amor, no has hecho nada malo. Al contrario, has sanado mis heridas.

Aun así, él se sentía un degenerado, pero ella seguiría insistiendo.

—¿Ves esto? —Victoria le mostró una cicatriz en su brazo, la cual no había notado. Al verla giró la cabeza, aún se sentía tan apenado, incluso triste, sentía ganas de llorar—. El hombre que abusó de mí lo hizo, me enterró las uñas para evitar que huyera.

—No me digas eso —le suplicó. Por supuesto que no quería escuchar la tan terrible historia.

—Harold, quiero decírtelo, nadie más que Lottie lo sabe. Y tú debes saberlo. —Victoria tomó la mano de él y sorprendentemente se dejó llevar por ella, lo ayudó a sentarse en la cama y lo obligó a verla—. Debes saber, porque no quiero que pienses que hubo un hombre al que amé antes que a ti. Porque desafortunadamente no es así. Tú eres el primer hombre que he amado, amo y sé que amaré, porque es así. Solo escúchame... Necesito que tú me escuches.

Él asintió, pero realmente no estaba muy convencido, pues para contarle había que recordar el momento exacto y eso no era bueno para la mujer que amaba. Porque quizás esos recuerdos la hacían sufrir y verla así no era una opción para él.

—Tenía trece años —comenzó a decirle. Harold estaba tratando de controlar sus ganas de llorar y golpearse él mismo por lo sucedido. Muy en el fondo sentía que la había presionado. Saber aquello lo sobrepasada, había afirmado que la mujer que amaba había pasado por alguna ruptura, mas nunca se imaginaba cosa como la que estaba escuchando—. Mis padres me inscribieron en una escuela de monjas desde los siete. Todo, porque en mi colegio había niños que eran algo ¿Majaderos? Y bueno, la cosa es que, iba y venía de casa al colegio y viceversa. Estaba a media hora de diferencia y siempre regresaba por ahí de las tres de la tarde. Pero ese día... —Tragó saliva—. La madre superiora me pidió ayuda con unos libros: debía acomodarlos en las estanterías y eso me llevó toda la tarde. Total, regresaba a casa al anochecer.

—Detente ahí, no quiero saber más, por favor —volvió a suplicarle él, porque estaba dándose cuenta de que faltaba poco para llegar a la parte mala, esa que solo iba a provocar más rabia contra él.

Victoria negó. Ella quería que él supiera todo, por supuesto que sí. Era el hombre que amaba y no podía ocultarle algo como eso toda la vida. Así como también en su mente vagaba la idea de hablar con su hija. ¡Ya basta de tanta mentira! Necesitaba vivir tranquila sin ninguna de ellas.

—Un hombre comenzó a seguirme. —Tragó saliva de nuevo. Harold se estaba tensando, estaba imaginando todo eso. Sí, debió haber sido horrible—. Y bueno, logró alcanzarme, cubrió mi boca para que no gritara y me llevó a un callejón.

—Sí, Victoria, para. Él abusó de ti allí, ya no sigas. No quiero detalles, no creo poder soportarlo. —Él la abrazó, sintiendo un nudo horroroso en el pecho.

—Lo sé, Harold, no creas que no sé que es horrible lo que pasé y que a raíz de ese abuso haya quedado embarazada —espetó bajo, estaba a punto de llorar, pero sabía que esas lágrimas ya no eran tan lúgubres como antes, podía soportarlo—. El padre de Emiliana...

—El padre de Emiliana soy yo —la interrumpió, separándose de ella. Tomó su rostro con ambas manos y la besó en los labios, para luego unir sus frentes—. Victoria, sé que es poco tiempo para tomarme ese derecho, pero te prometo que seré el mejor padre del mundo. Te amo a ti, la amo a ella. Victoria, tú y Emiliana son mi familia. No sabes cuánto desearía haber sido yo el primer hombre en tu vida, y que realmente Emiliana llevara mi sangre. Yo jamás te hubiera hecho daño, cariño mío.

—Sanaste mis heridas —le recordó ella, acariciándole el rostro—. Haces a mi hija feliz, me haces feliz a mí y eres bueno con nosotras, con eso, eres el hombre de mi vida, Harold, y eso es mucho mejor.

Victoria acercó sus labios a los de él y dejó un casto beso en ellos. Después le besó la mejilla, de ahí bajó a su cuello. Estaba atreviéndose a incitarlo de nuevo para que volviera a tocarla como antes, incluso se cerca de su oído.

—Vamos a ducharnos.

—¿Juntos? —Lo dudó exageradamente.

—Por supuesto que juntos. —Ella tenía una felicidad tan nueva y renovada que era irreconocible, sin embargo, sabía que era ella.

—¿No quieres? —inquirió, separándose. Aún sonreía.

Harold estuvo a punto de declinar la oferta, pero, ¿a quién iba a engañar? Él también quería incluso más que solo ducharse con ella, quería volver a demostrarle lo que estaba sintiendo, quería desaparecer de nuevo con ella y que ambos se sumieran en su propio paraíso ideal.

—¿Dormiste bien? —le preguntó su madre en el desayuno a Victoria. Ella asintió con una enorme sonrisa. Caray, ¿cómo no hacerlo? Su noche había sido tan maravillosa como agotadora, pero el poco tiempo que había dormido le había sido suficiente, pues el sueño se lo había hecho desaparecer el mismísimo Harold con otra tanda de caricias cuando había abierto los ojos. En el baño había conocido una sensación nueva; las piernas le temblaron de un modo que disfrutó hasta el último segundo. Harold le había hecho el amor un par de veces más y lo creía una locura. Una locura maravillosa.

—Papá, ¿puedo quedarme aquí con los abuelos mientras ustedes van por Lottie? —preguntó Emiliana.

—Claro, sirve que preparo tu sorpresa de mañana. —Como cada que mencionaba las palabras «sorpresa» o «regalo» Victoria miró a Harold, ¿ahora en qué iba a gastar su dinero?—. Así no la ves y seguirá siendo sorpresa.

—Pero mi cumpleaños es hasta la próxima semana —le recordó su hija, achicando los ojos.

—¿Es que acaso tiene que ser a fuerzas tu cumpleaños para que tu padre quiera consentirte? —Emiliana negó—. Entonces, no preguntes, solo espera a que volvamos mamá y yo, ¿de acuerdo?

—De acuerdo.

Victoria se despedía de sus padres con un gesto con la mano cuando estaba por subir al auto. Le había dejado dicho a su padre que hablarían nada más regresaran. El hombre mayor le dijo que estaba de acuerdo, incluso la había abrazado. Ese gesto no tuvo descripción y mucho menos Victoria preguntó el porqué, solo disfrutó de aquel abrazo que no había sentido desde hacía mucho tiempo.

—Estoy nerviosa —confesó Victoria. Y es que Lottie podía jurar mil y una cosas, pero que las cumpliera, era de dudarse, porque terminaba importándole nada—. ¿Me prestas tu teléfono? Para hablarle y ver si está lista.

—Claro que sí. Me recuerdas en la ciudad, ahorita que lleguemos, comprarte uno, y de paso a la niña, necesitamos estar comunicados, así cuando entre a la preparatoria pueda...

—No es necesario, no te recordaré eso, es gasto innecesario.

Qué terca era Victoria, pensaba él. No lo dejaba consentirlas, aunque claro, siempre se salía con la suya. Solo que deseaba que ella no le pusiera peros cada que él tenía algo planeado.

—Sí lo es. Y, por cierto, llegaremos al supermercado a comprar lo necesario para salir a Bahía de Kino mañana. —Victoria lo miró con sorpresa, pero antes de poder hablar, él la interrumpió—. Shhhh. Sí, disfrutaremos de un día de playa, Victoria, además, también te compraré un traje de baño para eso.

Ella se rio. ¿Ella en traje de baño? ¡Ni hablar!

—Claro que no, no tengo cuerpo para eso. —No paraba en carcajadas. ¿Cómo se le ocurría algo así a él? Estaba loco. Sus padres no lo aprobarían, aunque eso no preocupaba del todo, porque era una adulta y sabía lo que hacía, pero le parecía inapropiado vestir así en público, si apenas había estado desnuda ante el hombre que amaba y eso porque estaban en la comodidad de la habitación y sabía que solo quería que él la viera.

—Créeme, cariño, tienes cuerpo para cualquier traje de baño. Aunque pensándolo bien, te verás sensual y provocativa... No, ¿sabes qué? Olvida lo que dije, mejor no, no quiero que te vean como yo te miro.

Esta vez Victoria rio con más ganas. La cara que él había puesto se miraba demasiado preocupada, como si ya se estuviese imaginando el momento exacto en el que aquellos fulanos la miraban con deseo. No y no.

—Tranquilo, cariño mío, ellos pueden ver, pero solo tú puedes tocar. —Esas palabras la sonrojaron, ¿de dónde había salido el atrevimiento para decirlas? Igual, se avergonzó al dejar de hablar.

—Y eso me hace sentir afortunado, amor mío.

El silencio reinó justo después de esas palabras y una sonrisa dirigida a ella. Ese silencio no era para nada incómodo y Victoria lo utilizó para tranquilizarse y pensar en cómo actuaría Lottie. Esa mujer, al contrario de ella, era tan impredecible.

—Caray... ¿En el ejército? —Víctor estaba impresionado con lo que su nieta le contaba. Realmente Harold no parecía en absoluto un hombre que hubiese estado en el ejército, ni siquiera se miraba como un hombre de los que se enlista. Harold era un hombre de campo, un hombre preocupado por sus cosechas y por sus animales, pero ¿un militar? Eso debía ser una broma.

—Sí, abuelo, estuvo casi desde mi nacimiento —le explicó la chiquilla muy segura de ello—. Eso me ha dicho mamá, yo solo lo conocía por cartas. Hace un par de semanas volvió, hubieras visto qué emocionante fue. Mis compañeras de colegio se la pasaban burlándose de mí; diciendo que mi padre era imaginario. Pero quedaron boquiabiertas cuando lo vieron.

Víctor negó con la cabeza. La increíble historiade su nieta lo hacía creer que todo era como si estuviera contándole lapelícula que había visto en el cine un día anterior. No le parecía real, esoera muy extraño. Habría que preguntarle a Victoria para confirmar. Exponerlerealmente que no se había creído absolutamente nada de su historia de amor yfamilia, así ella, probablemente, le diría la única verdad. A él no lo engañaría así.

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