Capítulo 21.
CAPÍTULO 21
El ambiente se volvió tan silencioso que resultó ser incómodo. Emiliana se impacientó y repitió la pregunta. Era como un sueño saber la historia de amor de sus padres, así creía que aprendería un poco y sabría algo más sobre el verdadero amor. Sobre el cómo se daba uno cuenta de que en realidad era amor, porque era más que evidente que sus padres se amaban demasiado. Soportaron años separados mientras él estaba en el ejercicio, años en los que no habían sabido mucho el uno del otro más que únicamente por cartas. Y que, al volverse a ver, habían demostrado cuán grande había sido la espera. Aquel beso era de te extrañé y valió la pena esperar. Había sido hermoso.
—Bueno yo... —Victoria balbuceó nerviosa. En su mente solo estaba el día que conoció a Harold, mas no podía decir que por medio del accidente automovilístico, ¿qué chiquilla de casi catorce años andaría en auto? ¡Absurdo! Nada se le ocurría, caray. Ahora sí que estaba en un lío.
—Tuvimos un accidente —comenzó Harold. ¡Eso no! Le gritó mentalmente Victoria. ¡Todo a la basura, no! Harold iba a arruinarlo todo, o al menos ya la había puesto nerviosa—. Tropezamos una tarde. Justo regresaba a casa de la escuela, cuando una chiquilla venía corriendo, como alma que lleva el diablo, hacia mi dirección.
Victoria respiró y esperó que continuara. Gracias al cielo se le había ocurrido algo a él, porque ella solo pensaba en que todo se iría a la basura cuando se dieran cuenta de la verdad; cuando supieran que tenían un par de semanas de conocerse y no diecisiete años. Cuando supieran su vergonzosa verdad.
Lottie no era la única adelantada a los hechos, aunque claro, Victoria primero se planteaba el intento y el error en la cabeza antes de abrir la boca. Primero pensaba en las consecuencias, pero siempre tenía que ser peor de lo que debía, incluso sabía cómo terminaría.
—Tiró todos mis libros y cayeron a un charco de lodo —continuó Harold, mirándola, dándole calma con sus ojos y sonriendo divertido por la historia. Ella se puso algo más tranquila y prefirió escuchar a dónde iba con la historia, el desenlace que al hombre se le estaba ocurriendo, porque era evidente que estaba inventando todo a su paso.
—Parecería que me estás contando una película americana, Harold —se burló Víctor. Se estaba esforzando por mantener la cordura, por Francisca, especialmente por Emiliana. Tenía que estar tranquilo y hallar comprensión para su hija y no intentar matar al hombre del cual ella se había enamorado a tan temprana edad como para hacer algo tan bárbaro y terminar diecisiete años después aún juntos. Tenía que guardar compostura para lo que seguía.
—Víctor, deja que continúe y calla. —El hombre mayor la fulminó con la mirada. Emiliana cubrió su boca e intento no reírse de su abuelo, se le notaba molesto y no entendía el porqué, y tal vez era bueno no saberlo, pero era divertido—. Continúa, querido.
—Ella golpeó su frente y yo mi pecho. —Tocó su pecho e hizo una mueca, recordado el golpe. ¿Estaba contándoles la verdad a medias? Pensaba Victoria, ¡por supuesto! Pero solo estaba cambiando la situación. Le pareció divertido eso, así que decidió ser ella la que continuara.
—Fue un desastre —interrumpió a su falso esposo antes de que hablara. Harold no pudo resistir la sorpresa al escucharla proseguir, suerte que Víctor había visto a su hija cuando habló que no lo notó—. Él se molestó y me exigió pagar por sus libros.
—¡Los arruinaste! ¿Con qué querías que estudiara? —bramó divertido, aumentando detalles a la historia.
—Bueno, ya, la cosa es que no te los pagué, tú los compraste solito —siguió ella y volvió a ver a sus tres espectadores, para evitar sonrojarse por la sola mirada de Harold—. En fin, estuvimos un buen rato discutiendo, hasta que él me invitó un helado.
Víctor estaba esperando esa parte, la que seguía de allí, se estaba molestando, por supuesto que lo estaba haciendo. ¿En qué maldito momento había sucedido todo eso? Quizás en el intermedio de casa a la escuela de monjas y viceversa. Quizás hasta dejaba sus clases botadas por irse a revolcar con él. Aunque las monjas jamás le dieron ni una queja de ella, incluso la tenían en un pedestal como la mejor de las clases y la mejor portada. ¿Cómo había podido burlarlo de esa manera?
—Y bueno, señor Méndez, los ojos de su hija, son los más hermosos que he visto —Harold le aseguró, tomando la mano de Victoria quien estaba a su lado, se la besó y ella le sonrió—. Su sonrisa alegra mis días, me bastó tan solo una semana para darme cuenta de ello. Me enamoré de ella, ¿cómo no hacerlo? Es una gran mujer, es una excelente madre. Ella y Emiliana son lo más importante en mi vida.
Finalizó, mirando a su hija y quien sonreía de oreja a oreja, le había encantado la historia. ¿Así que eso era el amor? ¿El mirarse el uno al otro como si solo estuvieran ellos dos? ¿El apreciar cada virtud y no molestarle cada defecto imaginario? ¿El demostrar cada día lo que el otro sienta?
—¿Y qué hay de tus padres? —Preguntó el hombre mayor con un dejo de molestia—. ¿Ellos no importan? ¿No son una parte importante en tu vida, quizás la más grande?
Con lo último miró únicamente a Victoria quien captó sus palabras, ¿también hablaba de ella? ¿Era una indirecta? Harold miró a Víctor y colocó la misma expresión firme y solemne que él.
—Mis padres siempre serán una parte importante en mi vida, señor Méndez. Son los seres que me dieron la vida, sin ellos no sería nada —le espetó sin tono.
—¿Si son importantes en tu vida, por qué no están aquí? —Esa había sido la peor de las imprudencias de su parte, Francisca estaba avergonzándose de su actitud, que casi lo reprendió por ello, pero Harold habló antes.
—Mi madre murió cuando yo tenía diecinueve años, señor Méndez. A raíz de eso, mi padre entró en depresión y se dejó morir tres meses después. Esa es la razón por la que no están aquí. Y creo que, considerando la situación, se entiende por qué lo único que me importa, lo único que tengo y lo que más amo en la vida son a mi esposa y a mi hija. Si me disculpa. —Se levantó de su asiento y salió hacia la cocina. Estaba calmo, pero era evidente que se había molestado demasiado, pensaba Francisca. Y en realidad ese no era el sentimiento. Aún dolía, trece años después y aún dolía.
Víctor no tenía por qué saber eso. No tenía que enterarse así tan brusco, pero tenía que aceptar que él había tenido la culpa de eso, había cometido una falta de respeto y tenía que disculparse.
—¿Gloria, podrías preparar una habitación para los señores? —pidió Harold cuando le vio a la mujer la intención de preguntar qué estaba pasando.
Ella solo asintió y se alejó de allí para hacer su trabajo. Harold no pretendía ser grosero con Víctor, mucho menos que este le tuviera lástima. Pero qué más daba si a ese hombre se le notaba lo molesto que estaba por el saber que había sido él quien lo había alejado de su hija, quien la embarazó y provocó que este la odiara. Si tan solo Victoria hablara, si tan solo supiera la verdadera razón, lo que en realidad pasó. Pero de eso, solo Victoria. Nadie más que ella.
—Como siempre de imprudente y grosero —le susurró Francisca. Víctor tenía la cabeza agachada, claramente avergonzado de lo sucedido.
—Iré con él —mencionó Emiliana, pero su madre le dijo que no.
—Déjalo un momento, cariño, ya se le pasará.
En realidad, no quería que su hija se metiera donde no debía, pero sin saberlo tenía razón, porque ahora el arrepentido también era Harold, pensaba que quizás había sido muy mala la manera en la que les soltó esa información tan personal y dolorosa para él, que seguro había aparentado que no le importaba tanto, pero claro que sí lo hacía.
Emiliana solo asintió y dijo que iría a ducharse, ya se estaba acercando la noche y quería estar fresca para la cena. Además de que sentía que el ambiente no estaba muy cómodo y prefirió alejarse.
—¿Cómo has estado? —Francisca rompió la tensión en el aire y suspiró.
—Bien —respondió su hija con una actitud temerosa. Incluso eso la atemorizaba: el cruzar una sola palabra con alguno de ellos.
—Emiliana es hermosa y muy educada, has hecho bien todo este tiempo. —Francisca sin pensarlo ya estaba limpiándose lágrimas de nuevo e intentaba guardar compostura, ya que se notaba que Victoria estaba asustada.
—Gracias, mamá. Siempre lo intento.
Víctor solo miraba al suelo, ¿ahora cómo se disculpaba? No tenía cara, se sentía un idiota. Pero de alguna manera tenía que hacerlo; disculparse con Harold por la manera en la que se había portado, sin saber absolutamente nada. Él solo llevaba el coraje encima; la rabia de que ese hombre se había llevado a su hija. Pobre hombre, se estaba mortificando por nada y todo a la vez.
—Francisca, ahora vuelvo. —Había sentido la desesperación apoderarse de su ser, que solo se levantó de su asiento, dispuesto a hablar con el esposo de su hija. Era su deber, pensaba, lo había molestado y él había sido bueno con ellos, había tenido la amabilidad de invitarlos a su casa, a pasar tiempo con su nieta, a reencontrarse con su hija.
—Mañana vendrá una amiga. —Victoria no entendía cómo el hablar con su madre le daba tanta pena, no sabía qué tema de conversación sacar.
—Me alegro —respondió su madre—. Pero yo no quiero hablar de tu amiga, quiero hablar del pasado.
—Yo no, mamá —le dijo de inmediato—. Solo quiero olvidarlo y empezar de nuevo, por favor.
Francisca no comprendía la actitud tan a la defensiva de Victoria, pero pensaba que quizás había sido por cómo la trataron aquel día. Que aún estaba creyendo que la odiaban, aunque ella nunca la odió, recordó, solo que jamás se lo había aclarado. Víctor no la había dejado.
Pero Francisca notaba algo más en la mirada de su hija, algo que no descifraba, y tenía la mayor intención de hacerlo. Sabía que era temor, pero ¿a qué?
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