Capítulo 15.
CAPÍTULO 15
—Yo acompañaré a Jacob a dejar a Gil y Kayla, ustedes pueden decirle a Gloria que vaya sirviendo, ahora vuelvo —les dijo a las dos mujeres. Estas asintieron y entraron a la casa.
—Fue un día muy asombroso, mamá. —Emiliana estaba que no le cabía la felicidad. La semana estaba siendo la mejor de toda su vida. Ya ansiaba el momento de informarle a su padre, más bien, pedirle el favor que tanto anhelaba y estaba segura de que él comprendería y aceptaría su plan. Sí, él entenderá, se aseguró y también lo deseó.
—Para mí también lo fue, mi niña. —Y no mentía, en realidad se sintió tan bien. Harold había bajado toda su molestia, haciéndola reír. Aunque claro, seguía pensando que nada de eso era correcto, ni para ella ni para él, mucho menos para el momento en el que había que alejarse de él. Porque sí, aún tenía ese plan en la cabeza: el de decirle a su hija que su padre había de volver al ejército, el mismo en donde, pasado el tiempo, le haría saber que él había fallecido al regreso. No le agradaba la idea, ¡por supuesto que no! Pero no había otra alternativa.
—Tengo un problema. —Harold había recurrido, una vez más, a su fiel confidente. Y es que Héctor lo comprendía como a nadie, al menos en la actualidad. Su madre también lo hizo en su tiempo, pero, a falta de ella, el hombre había estado allí, junto a él y su padre en tiempos difíciles, siempre estaba allí cada vez, apoyándolo en sus buenas y malas decisiones.
—Tiene que ver con ellas, ¿verdad? Lo supe desde que llegaron, muchacho, no soy tonto. —Ese hombre lo conocía a la perfección. Eran ciertas sus dudas, pensaba Héctor cuando Harold asintió, abrumado—. Ellas no son tu mujer ni tu hija, ¿no es así?
Harold de nuevo asentía. Héctor palmeó un lado de la banca solitaria, lejana a las caballerizas, que estaba bajo un árbol, en donde siempre había ido a pensar y descansar de su tan ajetreado día. El hombre más joven, se sentó.
—A Victoria la conocí la semana pasada, tuvimos un accidente —comenzó a decir Harold—. Yo te juro que primero me había molestado con ella por ser tan distraída y por el golpe en el auto. Pero cambié de opinión al verla con detalle, al escuchar sus alegaciones sobre el asunto, al verla buscar soluciones fáciles y nada favorables para ella para salir de un problema. De principio me dio lástima, pero después me intrigué y pregunté. Cada vez quería preguntar más.
Harold comenzaba a frustrarse, le daba una desesperación tan grande el poder llegar a la conclusión, pero, si no le daba detalles a Héctor, quizás no lo entendería, por eso trató de controlarse antes de continuar.
—Ahí supe de Emiliana y lo que pasaba: me dijo que estaba preocupada porque su hija creía que tenía un padre fabuloso cuando no era así, le dijo que estaba en el ejército y que le mandaba cartas que Victoria escribía. —Suspiró. Héctor estaba sintiendo en él una batalla interna así que decidió confortarlo con una palmada en la espalda—. No me dijo por qué hacía eso, ni lo ha hecho hasta ahora, pero llamó mi atención y para saber más me involucré en una mentira.
—Te haces pasar por ese padre, ¿por eso te cortaste el cabello así? —adivinó el hombre mayor, y es que eran predecibles sus palabras para él. Casi toda su vida conociéndolo era de gran ayuda. Además, por lo que decía era más que evidente a dónde iba.
—Sí, al principio por poco me arrepiento, pero luego pensé que las ilusiones de esa niña serían destrozadas y el plan era solo ir a su escuela a un festival y hacerle creer que yo era su padre, después irme y fingir que había muerto de regreso. Pero todo se complicó. —Harold volvió a suspirar, lo siguiente era la principal razón por la que había recurrido al hombre mayor desde que llegó—. El problema es que, estos días que he convivido con ellas, han sido de los mejores de mi vida. —Miró al suelo de nuevo—. Me hacen recordar a cuando mamá estaba aquí y papá era ese hombre amoroso que fue. A antes de que ella muriera. Me hacen sentir en familia, como hace años no me sentía, Héctor.
Héctor no sabía qué hacer más que palmar su hombro, aunque claro, ya se había dado cuenta a dónde quería llegar Harold, pero quería que él mismo se lo dijera.
—Adoro a Emiliana, me gustaría que en realidad fuera mi hija. No sé qué hacer: decir la verdad, seguir hasta que regrese al internado o quedarme callado y que ella siga creyendo que yo soy su padre. —Miró de nuevo a Héctor—. Héctor, creo que debo ser sincero con la niña y decir lo que siento, tengo miedo porque creo que me odiará y con ello a su madre. Y, me siento ahogado, porque además de eso, ahora sé y estoy seguro de que estoy enamorado de Victoria.
—No es su hija —había dicho para sí misma al escucharlo y suspiró aliviada, eso la llenaba de felicidad y ahora sabía lo que haría para lograr lo que quería desde un principio. ¡Era lo que necesitaba!
Ariana había ido a ver a los caballos por última vez, su favorito era Kit, un equino negro brillante al igual que Lance. Había oído toda la conversación y, a pesar de molestarle la confección de Harold sobre que amaba a aquella mujer, pensó que por lo menos podría arruinarle su teatrito a la familia feliz e intentar lo que hacía años que debió: tener a Harold para ella sola, sin Victoria o Emiliana quien lo impidiera.
Harold había regresado a la casa un poco menos apesadumbrado. Héctor le había aconsejado ser sincero, pero que encontrara el momento y las palabras indicadas para ello, pues Emiliana tenía que saber la verdadera razón por la que habían mentido desde el principio, eso implicaba unir las piezas del rompecabezas Victoria Méndez primero, lo sabía Harold; saber él también la verdadera razón por la cual Victoria había llegado hasta tal punto.
—He regresado —anunció desde la entrada mientras iba en busca de ellas al comedor. Pero ninguna estaba allí.
—Acaban de ir a dormir —le informó Gloria, mientras le servía la cena, él asintió y se sentó en la mesa.
Media hora más tarde, iba escaleras arriba, se había demorado porque había pensado en cómo y cuándo hablaría con Emiliana, aunque claro, primero tenía que hacerle saber a Victoria lo que sentía, primero tenía que estar seguro si la mujer sentía lo mismo que él, y si no, el plan inicial seguiría en marcha, aunque a él no le gustara la idea.
—Hola, pequeña, creí que aún dormías. —Se encontró a la chiquilla, había salido al pasillo cuando escuchó sus pasos.
—Estaba esperando que llegaras para darte las buenas noches. —El hombre la abrazó, quería tomar el valor para enfrentarse a Victoria cuando llegara a la habitación en unos momentos y sintió que eso funcionaría. Y es que lo que había que decir no se le hacía fácil, porque se arriesgaba a que la mujer lo rechazara. Quizás, si lo hacía, había una razón enorme, pensaba, y ella no se la diría nunca—. Te quiero, papá.
Esas palabras ya las había escuchado salir de la boca de la chiquilla cuando la conoció. Esas palabras no las había tomado para él. Esas palabras ahora significaban tanto para su persona que quiso llorar.
—También te quiero, hija. —Besó su frente y ya no la vio más cuando ella se regresó a su habitación.
Ahora estaba decidido, ella debía saber la verdad y necesitaba hablar con Victoria ahora mismo. Exponerle su plan y, lo que era más importante, sus sentimientos; decirle lo que provoca en él, decirle la quería a su lado sin mentiras, la quería a su lado como lo que falsamente era: la quería como su esposa, y que Emiliana lo considerara su padre, pero no porque lo creyera desde pequeña, sino porque ella supiera la verdad y le tomara cariño. Quería decirle a Victoria que estaba loca y profundamente enamorado de ella.
Decidido a arriesgarse al rechazo, giró la perilla de la puerta de la habitación. Pero sus intenciones quedaron nulas al ver a la mujer dormida, en el camisón de siempre que le dejaba los hombros descubiertos; en el sofá de nuevo. Se veía hermosa, esa mujer lo era en verdad. Estaba tan tranquilamente que Harold decidió mejor olvidarse del asunto hasta el día siguiente. Lentamente, prefirió acercarse y tomarla en brazos. Victoria no pesaba casi nada. La mujer enredó sus manos en su cuello y también escondió su cabeza ahí. Inconscientemente, suspiró e inhaló el aroma del hombre. Ese que era un acostumbrado y fascinante para ella.
—Buenas noches —le dijo, adormilada—. Te quiero.
Harold se tensó, por poco la tiraba, no obstante, terminó por acomodarla bien. Ella despertó al instante.
—El sofá es cómodo —le mintió, intentando volver. Harold solo podía pensar en sus palabras—. Volveré allá.
—No. —La acomodó bien y la cubrió con la sábana. Luego, frente a ella, comenzó a quitar los botones de su camisa.
—¡En el baño, hombre!
Ella dio un salto, levantándose, y le cubrió de nuevo el pecho. Harold le sostuvo la mano ahí, frenándola.
—Tengo otra camisa abajo. —Le tocó la cara, lento—. No hay nada a que temerle, Victoria.
—Sí lo hay, nunca he visto un hombre desnudo —confesó y después se arrepintió—. Bueno, sí, pero no en mucho tiempo.
—¿Verme a mí, desnudo es malo? —Una creciente esperanza se formó en él y le sonrío.
—Estás burlándote de mí de nuevo.
—¿Me he burlado de ti alguna vez? —Harold dejó de sonreír, estaba confundido.
—Sí, cuando has dicho que no fingías amarme. No es necesario decir eso, Harold, la que debe caer la mentira es Emiliana, no yo. No voy a ceder a que tú te burles de mí porque...
Él la calló con un beso. Victoria intentó separarse, pero por supuesto que no lo hizo. Cedió. Tal vez era una gran mentira, pero besar a ese hombre era acogedor.
Le terminó de desabotonar la camisa y se la quitó. Harold volvía a crecerle la esperanza en el pecho. Intentó tocarla.
—No me toques —dijo ella, entre el beso. Aun así, no paró, siguió tocándolo y besándolo.
—Pero...
—No. —Dejó de besarlo. El arrepentimiento volvió cuando miró su camisa en el suelo—. Lo siento, yo... dormiré en el sofá.
Regresó por la sábana, dispuesta a irse. Harold le negó de nuevo.
—Voy a ducharme, y cuando regrese, espero que estés acostada o dormida ahí. Lo que acaba de pasar y lo que pasó la otra noche no serán un tema de conversación si así lo quieres, pero no voy a permitir que duermas en el sofá.
Se metió al baño, dejándola pensar. Él lo hizo mientras el agua recorría su cuerpo, pensaba en todo, para al final no concluir en nada. Volvió a la habitación y la miró dormir. Sintió que había ganado, aun así, sin darle más vueltas a todo el asunto, mejor se dedicó a dormir a su lado, como todas las noches, dándole la espalda, para no incomodarla, pero con la intención de abrazarla y demostrarle todo lo que le hacía sentir. Quererla por completo y que ella lo supiera de una buena vez.
***
—Hoy iré a la ciudad —fueron las palabras del falso esposo de Victoria en el desayuno.
Harold tenía pensado utilizar por fin la información que Armando le había dado días antes e ir al pueblo y encontrar a los padres de la mujer que tenía a un lado. Quería desenmarañar por fin todo el asunto; saber la verdad sobre el origen de Emiliana y la lejanía con Víctor y Francisca de Victoria. Quería unir por fin el rompecabezas y debía de traer a esa pareja ante la mujer que estaba amando para eso.
—¿Irás tú solo? —preguntó Emiliana antes que su madre, quien tenía esa intención, no era bueno quedarse solas, pensaba.
—Sí, debo ver a uno de mis compradores, parece que tuvo un problema con el producto y debo arreglarlo.
Emiliana se había quedado conforme con ello, no había problema, ya que el día anterior Harold le dijo que Danielle y ella planearían algunas cosas para su fiesta de dulces dieciséis que se celebraría en un par de semanas. Danielle se había querido involucrar al igual que Gloria, pues ambas le habían tomado cariño a la chiquilla. Era de esperarse, pensaba el hombre, esa niña es educada y agradable, tal como su madre, ¿cómo no iba a agradarle a nadie?
—Bueno, los dejo, iré con Danielle —dijo, antes de dejar a sus padres en el comedor.
Victoria no estaba nada conforme, no le agradaba estar sola, bueno, estaba con su hija, pero en una casa que no era de ella. Si de por sí, estar allí ya le era incómodo, peor si el dueño no estaba. Además, se sentía tensa por lo que había hecho la noche anterior. Asunto así, habló.
—¿Durarás mucho? —preguntó, preocupada.
—No lo sé, ¿por qué; me extrañarás? —indagó, esperanzado, aunque claro, sin hacerle saber a ella que lo estaba. Se escuchó tan necesitada esa pregunta que se apenó al instante.
A Victoria le estaba desesperando que Harold hiciera ese tipo de bromas con ella, que si fuera burlándose, que actuara con ella. Así que esta vez decidió guardarse la reprenda y se dijo a sí misma que, si él podía jugar, ¿por qué ella no? Él se las ingeniaba para sonrojarla cada que podía y se divertía con ello, tenían que estar al parejo, pues ella no planeaba dejarse esta vez ni las siguientes.
—Claro que sí —dijo, aunque ella creyó mentir al mencionarlo, algo le decía que era verdad, que por supuesto que lo extrañaría.
Harold miró la expresión de la delgada castaña, no la comprendía, pero decidió ignorarla y dejarse llevar, total, era lo que él sentía y quería, que ella estuviera en coincidencia con él. Aunque aún no lo supiera.
Se acercó más a ella y pudo sentir su tensión, claro, ella estaba bromeando, pensó él, igual, no le iba a decir que se había dado cuenta.
—Qué bueno que lo mencionas, cariño mío, porque yo también lo haré. —Le dedicó una cínica sonrisa antes de apoderarse de sus labios, haciéndole saber que él en realidad no lo había dicho en broma. Quizás ella pensaba que él se burlaba de las situaciones, pero él estaba seguro de que le demostraba lo que sentía en realidad.
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