Capítulo 13
CAPÍTULO 13
De la cocina salía un olor tan delicioso, que incluso fue el despertador de Emiliana. ¿Qué olía tan bien? No se iba a quedar con la duda, ¡claro que no! Salió de su habitación en pijama y bajó hacia la cocina. Lo que encontró, fue que Gloria preparaba un pan de nuez con chocolate. Emiliana había llegado en el momento justo en el que la mujer lo había sacado del horno.
—Se ve delicioso. —Aspiró el aroma, gustosa y sonriente, cosa que hizo poner a Gloria feliz—. ¿Me podría dar un trozo?
—Por supuesto, señorita Emiliana —le respondió cortésmente mientras cumplía sus palabras, tomando un cuchillo y hundiéndolo en el pan, para después dárselo a Emiliana en un pequeño plato.
***
—Buenos días —habló Victoria para que él despertara. Harold se giró hacia su lado involuntariamente.
—Cinco minutos más. —Eso provocó una carcajada de Victoria, ese hombre se escuchaba gracioso soñoliento—. Victoria no te rías. En serio, mejor regresa a la cama y volvamos a dormir.
A Victoria se le fue la risa cuando él le recorrió la cintura con su brazo. ¿Cuándo dejaría de sonrojarse? ¡Por Dios! Harold la hacía parecer una adolescente hormonal, ¿qué se ganaba con eso? ¿Por qué hacía esas bromas?
—Iré a ver si Emiliana ha despertado. —Se levantó de la cama, soltándose abruptamente y solo salió de la habitación.
—Dios —exclamó Harold para sí mismo, lo que le pasaba, ni él quería aceptarlo, porque lo tenía realmente atormentado.
En la cocina se escuchaba un gran escándalo. Victoria aceleró el bajar de las escaleras para llegar pronto. Parecía ser Gloria la que gritaba muy alterada.
—¿Qué está pasan...? ¡Emiliana! —Emiliana estaba tirada en el suelo, Gloria y Danielle estaban a su lado, tratando de encontrarle lógica a lo que estaba pasando—. ¿Qué pasó?
—¿No cree que si supiéramos no estarían todos alterados? —Le respondió Ariana, mirando la escena con asco—. Seguro su hija solo está armando un berrinche para llamar la atención, no sea exagerada.
A Victoria le llenaron tanto de rabia las palabras de la chica, que siquiera pensó en lo que dijo después.
—¡Me tienes harta, muchachita malcriada! ¡Deberías largarte de una buena vez de mi casa! —Ariana se burló en su cara, pero esta vez Victoria se aguantó el responderle y se concentró en su hija—. ¿Comió algo?
—Solo un trozo de pan de nuez con chocolate que preparé, señora Victoria —le informó Gloria, quien ya estaba incluso derramando lágrimas de la desesperación.
—¡¿Nueces?! —Victoria comenzó a alterarse. Puso sus manos en su cabeza y trató de tranquilizarse—. ¡Harold!
Su grito provocó que Harold saliera de la habitación a medio vestir, pues apenas se había puesto sus vaqueros y sus botas, le faltaba su camisa, aun así, corrió hacia Victoria quien, a pesar de intentarlo, no lograba calmarse.
—¿Qué sucede?
Victoria, a estas alturas, ya estaba hiperventilando, era un grave problema.
—Emiliana. —Trataba de respirar con normalidad—. Emiliana comió nueces y...
—¡Es alérgica a las nueces! —gritó él, adivinando todo por la situación en la que estaban. En seguida tomó a Emiliana entre sus brazos y la llevó hacia el auto, donde, nada más subirse Victoria, arrancó rumbo al hospital más cercano.
—Estúpida mocosa. —Ariana puso los ojos en blanco mientras miraba cómo el auto se alejaba.
—Oye, Ari, tienes que irte —mencionó Danielle, avergonzada—. La señora te ha despedido.
—¡Já! Esa mujer no tiene ese derecho, no voy a irme a ningún lado. —Se dio la media vuelta y volvió a la cocina.
***
Harold no tardó más de veinte minutos en llegar al hospital, a Emiliana ya se le estaban cerrando las paredes de la garganta por la inflamación que nada más ver al doctor le gritó con urgencia que la atendiera. Victoria ya había pasado dos veces por la misma situación, sola. Pero siempre había estado cerca de ella y, antes de que el asunto empeorara, la llevaba al hospital, solo que esta vez no estaban lo suficientemente cerca como para actuar rápido y eso la tenía más que nerviosa.
—¡Dios mío! —exclamó la castaña al ver a su falso esposo sin camisa, en medio de la sala de espera, con todas las enfermeras y una que otra mujer esperando ser atendida, viéndolo con sorpresa e incluso admiración. Y es que apenas si había notado el cuerpo de Harold, ¡Dios! Era casi perfecto. No era musculoso, pero se notaba que se mantenía en forma. Por un momento se le ocurrió preguntar si él hacía ejercicio.
Él ni siquiera se percataba de aquellas miradas, puesto que lo único que tenía en la cabeza era el cómo estaba Emiliana, en sí ya había al menos despertado.
—Harold, estás... semi desnudo —le informó en un susurro, acercándose a él.
—Y tú en camisón. Creo que eso no importa ni una calabaza si nuestra hija está teniendo una reacción alérgica en estos momentos y no tenemos tiempo de pensar ni en qué demonios llevamos puesto, Victoria —le espetó, restándole importancia a su vestimenta, con un ligero tono de furia que daba a entender que no le parecía que ella estuviera pensando en ello en situación parecida.
—Pero... te miran. —Victoria se removió incómoda, señalándole con la mirada a las fascinadas espectadoras.
Harold la miró divertido, el ceño fruncido de ella lo hacía olvidarse de cualquier cosa, aunque claro estaba, Emiliana era lo más importante ahora, no pudo evitar preguntar:
—¿Estás celosa?
—Harold, no juegues con eso —se apresuró a decir ella. Sus mejillas de nuevo estaban rojas y calientes, eso arqueó más la sonrisa de él, pero ella solo pudo enojarse por sus tontas bromas de nuevo—. Eres un... Ash, ¿sabes qué? Olvídalo.
—No te molestes, cariño mío, todas pueden ver, pero solo tú puedes tocar, aunque claro, es cuestión de que tú lo quieras. —Las bromas de Harold la ponían cada vez más roja. ¿Por qué hacía eso? ¿Qué ganaba bromeando de tal manera?
Victoria no sabía si obligarse a ignorarlo o reprenderlo por sus cosas, pero le daba pena incluso mirarlo a la cara.
—Ariana dijo que Emiliana solo estaba haciendo berrinche y me llamó exagerada. —Al final, quiso cambiar el tema y, afortunadamente, para el humor que Harold tenía últimamente hacia Ariana, la miró, su expresión divertida se había esfumado.
—Esta vez la despediré, no puedo seguir permitiendo ese comportamiento, se está pasando, Victoria.
—No —pidió, pero no dio resultado, Harold ya no dijo nada, ya no habría que defenderla en nada. Esa mujer saldría de su casa sí o sí.
***
Un par de horas más tarde, el doctor que atendió a Emiliana, se acercó. Les dijo que ya todo estaba bien y que podían volver a casa. Harold y Victoria suspiraron de alivio y, tras esperar el alta, salieron rumbo al rancho.
—¿Olvidas que eres alérgica a las nueces, Emiliana? —Él parecía enojado mientras conducía—. Debes de tener más cuidado, nos has dado un susto de muerte a tu madre y a mí.
—Harold —le llamó Victoria, instándolo a callar.
—¡Pudiste haber preguntado! —Emiliana solo se soltó a llorar, cosa que hizo reaccionar a él. ¡Dios santísimo! ¿Qué estaba haciendo? Frenó en seco y la abrazó, ¡qué idiota era!—. Lo siento, pequeña, lo que pasa es que no sé qué sería de mí si te pierdo.
A Victoria le enterneció la escena. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se unió al abrazo, dejándose llevar como si todo fuera real, incluso tomó la mano de Harold, quien tuvo el atrevimiento de llevarla a sus labios y besarla al separarse de su hija, para luego hacer que ella la dejara reposar en su mejilla.
Al llegar a casa, Gloria recibió con un gran abrazo a Emiliana. Claro que iba a hacerlo, el susto se lo había llevado ella desde un principio al ver cómo la cara de la chiquilla enrojecía por la alergia.
—Señor, ¿puedo hablarle? —Danielle se acercó a él. Por instinto miró a Victoria, esta estaba mirando cómo Gloria aún le decía a Emiliana lo preocupada que había estado toda la mañana.
—Dime. —A Danielle le daba pena decir lo que había que decir, puesto que ella jamás se había metido en lo que no debía, sin embargo, ya era de más la actitud de Ariana, pensaba, y decidió.
—La señora Victoria despidió a Ariana esta mañana, pero ella se niega a irse —le informó en voz baja—. Dijo que la señora no tenía ningún derecho de despedirla, también ha llevado toda la mañana burlándose de ella y llamándola histérica.
A Harold le hervía el cuerpo de rabia de repente. Ya no iba a seguir permitiendo tal cosa, Ariana ya había sobrepasado todo.
—Tráela acá. —La chica desapareció en segundos, dispuesta a hacer lo que su jefe mandaba. Salió por la puerta de servicio en dirección al dormitorio de los empleados. Cada quien tenía su propia habitación, la de ella quedaba justo a lado de la de Ariana.
—Ari, el señor Harold te llama. —Ariana ni se imaginaba en absoluto lo que pasaba, así que sonrió y salió de su dormitorio casi corriendo para ver el rostro del hombre del cual ella estaba embelesada. Pero lo que encontró fue ese mismo rostro, fruncido, el hombre estaba de brazos cruzados, su expresión era tan dura que la asustó.
—¿Qué necesita, señor? —preguntó bajo, mirando hacia el suelo.
—¿A qué horas planeas irte? —Victoria escuchó el tono que había usado y recordó lo que había dicho en el hospital. Con la intención de defender a Ariana, se acercó a él.
—¿A qué se refiere? —Ariana alzó la mirada, confundida por su pregunta.
—Harold, no creo que debas... —Victoria trató de intervenir, pero fue callada nada más y nada menos que por la mismísima Ariana.
—Creo que no tiene que meterse en asuntos que no tienen que ver con usted, señora Victoria. —La chica acababa de cavar su propia tumba. A pesar de su cortesía, era más que evidente que había cometido una falta. Y para su desgracia, era la última.
—Lárgate —dijo Harold, secamente, y tomó a Victoria por los hombros—. Todo lo que tenga que ver con los menos y más en esta casa, le compete a mi esposa, por si no te ha entrado en la cabeza. Así que, tomas tus cosas y vas a mi oficina por tu cheque de liquidación, estás despedida.
Los ojos de Ariana se llenaron de lágrimas al instante, de rabia y tristeza. La rabia era porque la causante de su despido era esa mujer, creía. Y la tristeza era porque ya no vería a ese hombre.
—Pero, Harold... amor —Tanto él como Victoria fruncieron el ceño al escuchar cómo se había referido a él—. Es injusto lo que me estás haciendo, yo solo...
—Te espero en mi oficina.
Fue lo último que el ojimiel dijo antes de irse escaleras arriba al lugar antes mencionado. Emiliana lo siguió preocupada, claramente no había oído nada, Gloria y Danielle se fueron a la cocina. Ariana aún seguía petrificada por lo que había pasado.
—Quiero que sepas... —Victoria estaba avergonzada, tenía la mirada puesta en la tristeza de la chica, en cada lágrima hipócrita que bajaba por sus mejillas—. Que yo traté de defenderte, porque ya sabía lo que él haría, pero tu lenguaje tan soez le gana a tu cara bonita y no me dejaste hablar. Lo lamento tanto.
—Claro que lo lamentas y lo lamentarás, Victoria, óyelo bien, bruja. —La miró furiosa y se fue corriendo hacia su habitación para hacer lo que debía. Ella no era así, al menos no lo demostraba nunca, pero la llegada de esas dos mujeres había sido la gota derramó el vaso. ¡Eso no podía estar pasando! Se decía la chica cuando miraba su cheque, sentada en el asiento del copiloto del auto de Harold, siendo llevada por Pablo a la ciudad.
Victoria observaba por la ventana cómo el auto se alejaba, se sentía culpable, Harold había despedido a la chica por su culpa, porque ella se había tomado una atribución que no le correspondía, pensaba.
—No debiste hacerlo, yo no quería eso. —Por fin se había atrevido a decirlo. Harold recién se recostaba en su lado de la cama cuando ella había hablado.
—No me importa ni una calabaza, ella no debió hablarte así —le contraatacó, escupiendo su aliento con olor a pasta dental, provocando con ello un calor en el cuerpo de Victoria. De nuevo esa sensación la recorría completa, pero decidió ignorarla.
—Ya párale con tus calabazas, condenado terco, cometí un error al actuar y despedirla; no quería eso en verdad. ¡Y mucho menos me corresponde hacer eso!
—No te sientas culpable, Victoria —le dijo, tranquilo—. Quiero que entiendas de una vez que tú puedes hacer y deshacer aquí como te plazca.
—Y yo quiero que entiendas que a mí no me compete nada de eso, no es mi casa ni tú mi esposo, Harold. Te agradezco lo que haces por mi hija, te agradezco que le muestres tu mundo, pero creo que no deberías cambiar nada de él, ni por mí ni por Emiliana. Solo con decir que eres su padre y fingir serlo me es suficiente —espetó desesperada, incorporándose. Harold imitó la acción y la tomó por los hombros, girándola para que lo mirara a los ojos.
—Pero suficiente es poco para lo que merece alguien como Emiliana y, en especial, alguien como tú, Victoria. —Y ahogó cualquier reproche de Victoria con un beso. La besó, y por primera vez, dándose cuenta de que en realidad quería besarla, abrazarla y no soltarla hasta el amanecer.
Le pasó las firmes manos por los hombros desnudos y fue bajando mientras intensificada el beso. Victoria hacia lo mismo, sin embargo, cuando uno de los tirantes de su camisón se deslizó hacia abajo, lo separó de sí y le dio una bofetada.
—Finge que me amas frente a mi hija, no en esta habitación —le soltó, aguantando las ganas de llorar—. No me beses en los labios a solas.
Él la miró atónito, sin poder decir una sola palabra, aun así, se armó de valor y, decidido, le inquirió:
—¿Y si te dijera que no estoy fingiendo cuando estamos a solas, Victoria?
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