Capítulo 11.
CAPÍTULO 11
Emiliana abrió sus ojos y recordó lo que había pasado anoche. Se sentía mal por lo que le había hecho a Ariana, pero a su vez recordó lo que le dijo Jacob. Ella no tenía por qué abofetearla desde un principio, es más, siquiera debió de responderle de mala manera, ya que había preguntado algo tan fácil.
Se levantó. Fue al cuarto de baño, hizo lo que debía y salió. Se cambió de ropa y salió con dirección a la habitación de sus padres para desearles el buen día y posteriormente que los tres se fueran a desayunar.
—Mamá, papá, ¿puedo pasar? —No obtuvo respuesta. Volvió a preguntar y nuevamente le respondió el silencio.
Giró lentamente la perilla de la puerta y, para su suerte, no tenía seguro. La abrió despacio. Cuando llegó a su vista la cama, miró a sus padres con ternura. Ambos completamente dormidos. Victoria en el pecho de Harold y él abrazándola con ambas manos. Ellos no se dieron cuenta el cuándo pasó, pero ambos estaban más cómodos que nunca con la posición. Las barreras habían sido olvidadas por completo.
La chiquilla se acercó. Pensó por un momento en no despertarlos, pero en realidad quería hablar con ambos sobre lo sucedido, para así recibir la reprenda que debía.
—Buen día, tórtolos —habló algo fuerte. Harold fue el primero en reaccionar, pero no se dio cuenta de la posición en la que se encontraba hasta que Victoria también despertó. Los ojos de ambos se cruzaron. Los de ella lucharon por no agrandarse de la sorpresa e intentar hacer una sonrisa. Mientras que los de él se deleitaban con la vista. Sus ojos color marrón estaban completamente dilatados y se miraban realmente bellos para él. Por Dios, pensó, de verdad que era bellísima.
—Buenos días, mis preciosas —les dijo antes de besar la frente de la mujer frente a él, que estaba viéndolo de una manera tan penetrante que creyó que veía dentro de él. Victoria cerró los ojos para disfrutar de la calidez de los labios de Harold en su frente. Fue un momento único e incomparable. Por un segundo se sintió tan real.
—Sigo aquí. —Emiliana aclaró su garganta para después reír. Ellos se incorporaron. Luego Emiliana se puso seria, ya que tenía que hablar sobre lo de anoche. Quizás Ariana y Jacob ya les dijeron, pensó. Pero ella debía disculparse y atenerse a las debidas consecuencias—. Oigan, yo... quería hablar con ustedes sobre lo que pasó ayer con Ariana. Yo no quería...
—No tienes por qué explicarnos nada... —la interrumpió Harold—. Confiamos en ti, no hay necesidad de que te mortifiques en explicaciones. Jacob nos dijo lo que pasó. Ariana estuvo mal, puesto que ella es solo una simple empleada, y tú, tú eres mi hija. ¿Y quién soy yo? El dueño de todo este lugar, mi niña. Además, fue grosera, y aunque no apruebo que la hayas golpeado, entiendo que reaccionaras así.
La chica, con una sonrisa un poco más relajada, se acercó y lo abrazó.
—Yo no quería golpearla. Es solo que ya estoy cansada de que me traten como una tonta y...
Se calló. Eso no podía decirlo, se recordó de inmediato.
—No eres tonta, mi niña. —Emiliana agradeció al cielo su suerte, porque no le habían puesto tanta atención a sus palabras—. Solo ya no le des importancia. Despediré a Ariana. No puedo seguir permitiendo ese comportamiento.
—No, papá —dijo la chica, decidida, lo cual sorprendió a Harold—. Quizás ella necesite el dinero que le pagas, y yo no soy tan cruel. No la despidas.
Victoria se sintió realizada ante las palabras de su hija. En definitiva, la había criado bien.
—Entonces, ¿qué hago? Tiene que ser reprendida. Lo que hizo merece que la despida. Pero como no quieres, ¿qué hago?
***
—¡¿Que voy a hacer qué?! —gritó Ariana, horrorizada ante el nuevo trabajo que le estaban asignando por una semana, como castigo por haber sido una altanera con la hija de su jefe y una grosera con Jacob.
—¿Estás sorda? —Harold puso los ojos en blanco antes de volver a hablar—. Te dije que limpiaras las caballerizas. Cada centímetro del lugar. Todo, absolutamente todo. Eso implica limpiar las porquerías de los caballos.
Más horrorizada no podía estar. Ahora mismo se arrepentía de la manera en la que había actuado con Emiliana, pero ya era muy tarde para eso. Y es que Emiliana le había impuesto eso como castigo por la manera tan irrespetuosa que le había recordado a Jacob cuál era su lugar en la casa. Y eso era algo que Ariana debía aprender, que eso no era nada fácil.
—Pero ese es trabajo de Héctor y Jacob, no mío —le recordó con la esperanza de que cambiara de opinión—. Yo debo de estar en la cocina con Gloria y Danielle.
—Eso debiste haber pensado antes de ponerte de grosera con mi hija y con Jacob cuando no había necesidad, ellos ni siquiera te dijeron nada malo. Y no te preocupes por Héctor y Jacob, mientras tú haces sus deberes, ellos tendrán una semana libre y placentera. ¿Sabes? Ellos recibieron de buena manera a mi esposa y mi hija, como se debe. Ahora ellos tendrán lo que merecen por eso.
—No es justo —chilló la chica.
—¿Y fue justa la manera en la que te dirigiste a mi hija y la golpeaste? —preguntó. Ariana no pudo contestar a eso. No era para nada justo lo que ella hizo y lo sabía—. Entonces, ve a las caballerizas. Héctor y Pablo te ayudarán solo por hoy.
—Por favor, señor Harold...
—Vete. —Se dio la media vuelta y subió las escaleras.
Antes de llegar a su destino, hizo un par de llamadas, tenía una idea que no le había salido de la cabeza desde anoche y debía llevarla a cabo, si no, explotaría de la intriga. Victoria dejaría de ser una laguna de misterios, pensaba, e iba a averiguar de ella lo que pudiera.
Victoria y Emiliana se habían puesto a preparar para salir, tal como él les había pedido. Las llevaría de nuevo a la ciudad, asegurando que tenía un par de negocios. Parte de eso era verdad, pero la real y principal intención era consentir un poco a ambas, llevándolas a un centro comercial por algo de ropa nueva y también algunas cosas necesarias para ellas, quizás luego llevarlas por un helado o a cualquier parte que se le ocurriera. Solo ansiaba pasar un rato ameno con ellas. Y también deseaba con todas sus fuerzas hacer que Victoria dejara de sentirse tan tensa. Llevarla al lago había sido un fiasco, ahora no tenía otra idea más que llevarlas de paseo.
—¿Están listas? —les preguntó, con una sonrisa. Ellas asintieron y siguieron al hombre a donde él les indicó.
Salieron de la casa, subieron al auto y él arrancó. Unos metros más, se detuvo en las caballerizas, desde allí, pudo observar cómo Ariana recién llegaba y Héctor la ponía al tanto de lo que haría con exactitud. La chica tenía una gran mueca de asco, ya que no precisamente olía a rosas ese lugar.
—¿Y Jacob? —preguntó Harold.
—Aquí, señor. —El chico salió de la nada y sin más qué decir subió al auto, a lado de Emiliana en los asientos traseros.
—Jacob irá con nosotros —informó Harold a las dos mujeres. Emiliana sonrió tanto que sus mejillas se expandieron más de lo normal. Victoria solo asintió y le dedicó una leve sonrisa a Jacob y después miró a Harold. Aún se sentía un poco incómoda por el incidente de la mañana. Aún sentía sus mejillas acaloradas por recordar que había amanecido en el pecho de Harold. Lo peor era que había olido su aroma, se lo había grabado completo y lo había convertido en su olor favorito. Él olía tan bien. Eso no le parecía correcto, no le parecía nada bien que se tomara esas atribuciones, esas de pensar en él y que le hubiera encantado amanecer con él. Sin embargo, eso no le estaba importando ahora. Amanecer entre sus brazos había borrado por una milésima sus preocupaciones. Y eso se sintió demasiado acogedor.
Durante el camino, ninguno dijo una sola palabra. Solo Emiliana y Jacob hablaban muy animados. Pero los que tenían deseos de hablar, largo y tendido, eran Harold y Victoria. ¿Cómo es que no puso barreras? Se preguntaba Harold. ¿Por qué había pasado aquello en el lago? Eso era algo que ambos llevaban en sus cabezas en ese instante, ella se lo preguntaba en referencia al acalorado impulso de besarlo hasta que se le fuera el alma si se podría, y él pensando en por qué ella había llorado como sí... le hubiera hecho daño.
***
—¡No quiero hacerlo! —Ariana se cruzó de brazos como toda una nena berrinchuda frente a Pablo y Héctor. Ellos solo seguían riendo de su actitud y, mientras ella no hiciera nada, ellos no moverían ni un dedo. Esas fueron las órdenes de Harold.
—Si no quieres que te despidan, hazlo, Ariana. Aunque también está la maravillosa opción de renunciar —le contestó Pablo. Y, en realidad, que la despidieran no era algo que a ella le agradara pensar, pero la presencia de esas dos mujeres la había puesto de mal humor tanto que se estaba saliendo de sus cabales.
—Maldita mocosa —refunfuñó—. Ni siquiera se parece a él, seguro esa mujer es una vil zorra y le mintió, diciéndole que era su hija. Y él cayó como un tonto. ¿Verdad que sí, Pablo?
—Eso es algo que a nosotros no nos incumbe, niña. —En su lugar, Héctor fue el que le respondió—. Somos empleados y no tenemos derecho de meternos, mucho menos juzgar ni criticar la vida familiar o el lecho marital de nuestro jefe. ¿Es qué no lo entiendes? Por eso estás aquí ahora mismo, por meterte en lo que no te importa y, por si fuera poco, tomarte atribuciones que no te corresponden. Ahora toma la maldita pala y haz tu trabajo.
Ariana no contestó a eso, ya que, en cierto modo, él tenía razón, no obstante, a regañadientes, hizo lo que le pidió, negándose a ella misma que ese hombre la quería hacer entrar en razón.
***
—No tienes por qué hacer esto, Harold. —Victoria no estaba de acuerdo, para nada, con el plan de él. Les había pedido que buscaran ropa para comprarles. Algo que a Emiliana le había agradado y ahora mismo lo estaba haciendo en el centro comercial al que Harold las había llevado. Junto con Jacob se fue por un par de jeans ajustados que le habían gustado desde que llegaron.
—Victoria. —Dios, le estaba encantando que él mencionara su nombre, sonaba tan bello con su voz. Y por un momento pensó en pedirle que dijese una palabrota, quizás una de esas dejaría de parecerle tan mala por el simple hecho de salir de los labios de él—. No me molesta, y además quiero hacerlo. Así que ve y elige un lindo vestido para el cumpleaños de Emiliana.
Victoria se sorprendió. Ya se le había olvidado que en un par de semanas su propia hija cumplía años. ¡Y él siquiera lo sabía!
— ¿Cómo sabes que...?
—Emiliana me lo dijo —la interrumpió, encogiéndose de hombros—. Hablamos y ella dijo muy entusiasmada que esperaba tanto ese día, ahora que estábamos juntos y eso. La hubieras visto, Victoria. Me da tanto gusto verla tan feliz.
La ilusión con la que dijo las últimas palabras hizo que a Victoria le diera un vuelco el corazón. Por su parte, él se estaba involucrando demasiado que ya hasta sentía que todo era real, que no era una simple mentira para hacer feliz a la chica. Él también se estaba sintiendo feliz, por tener de nuevo una familia, aunque fuera mentira. Y eso era algo que le estaba encantando demasiado. Llevaba poco tiempo, pero parecía que siempre había estado ahí. Victoria alargó un suspiro y caminó.
***
—Pruébate este. —Le señaló Jacob a Emiliana un vestido azul con cuencas tan enormes que era muy extraño. ¿Quién se lo pondría?
—Oh, claro que no, creo que no sabes de ropa de chicas. —Ambos rieron—. Me probaré ese de allí.
Le señaló un precioso vestido blanco, con una manga corta solamente, poco holgado y un cinturón negro pequeño que haría que su diminuta cintura tuviera forma. Lo tomó y entró al probador.
Por su parte, Victoria había dado vueltas y vueltas, no quería tomar ni un solo vestido de las estanterías. Harold iba tras ella, se estaba impacientando el pobre, así que tomó los primeros tres vestidos que vio y le pidió que se los probase, luego que le mostrara cómo se le veía cada uno y así elegiría el que usaría en la fiesta, en recién proceso de planeación, de su hija.
Victoria entró en el probador. Se deshizo de su ropa y se introdujo en el primer vestido. Uno color marfil que para nada era de fiesta, más bien pensó que sería mejor usarlo para ir de vuelta al lago. Oh, ese lago. ¿Habrá algo extraño en esas aguas? ¿Algo que provocó aquel acontecimiento? Tenía que ser esa la explicación.
Cuando salió, Emiliana, quien ya tenía en mano lo que llevaría, Jacob y Harold la miraron de pies a cabeza.
—Otro —dijo la chiquilla antes que preguntara el cómo se veía. Nadie dijo nada más y Victoria volvió al probador.
El segundo era uno púrpura y Victoria no era amante de tal color. Así que lo sacó de su lista de posibilidades y miró el último que cautivo su atención. Azul rey. Ese color era destellante, además el diseño del vestido era algo realmente exuberante y llamativo. A la altura de una fiesta. Principalmente era a la altura de una fiesta en la casa tan bella y elegante de Harold. Se lo puso como si este fuera un objeto frágil y descubrió que aún tenía curvas de las cuales sentirse orgullosa. Sintió la necesidad de soltarse el cabello y peinarse un poco para que se viera acorde con la elegancia del vestido. Su cabello era tan largo que ni siquiera recordaba la última vez que lo había cortado. Algo maltratado, pero no tenía ningún nudo, por suerte. Se sentía hermosa, se sentía sensual por primera vez en su vida.
—Mamá, ¿por qué duras tanto? Solo sal.
Emiliana se estaba impacientando al igual que Harold, principalmente él, que se moría por ver a Victoria con uno de los vestidos. El primero no le había causado nada, puesto que Emiliana ni siquiera le había dado la oportunidad de admirarlo con detalle.
Tras unos largos segundos, la castaña por fin decidió mostrar a sus tres espectadores su vestimenta.
—¿Cómo... me veo? —preguntó con timidez. Todos los presentes se quedaron callados, pues ninguno reconocía a esa mujer que había salido de allí. Se veía bella, deslumbrante, no iba maquillada, pero eso no le impedía verse bien con todo lo que traía. Su cuerpo encajaba perfecto en ese vestido. No era Victoria, era otra. Era la Victoria que siempre debería ser, pensaba Emiliana. Segura de sí y de lo hermosa que era—. De acuerdo, no es bueno. Mi cuerpo se ve raro y creo que no es apropiado para mí, me lo quitaré y...
—Te ves hermosa, Victoria —le dijo Harold con voz forzada, pues lo que tenía ante sus ojos lo privó de la respiración por un momento. Esa mujer realmente era más que hermosa, pensó, se merece más que un simple halago—. Eres muy bella, ¿lo sabías?
No, no lo sabía. O tal vez sí, pero no se lo creía ni ella.
Emiliana suspiró, enternecida. Por instinto miró a Jacob, quien pensaba lo mismo que ella: que en la escena sobraban un poco. Sin decir nada más que "olvidamos algo", se fueron dejándolos en su momento romántico.
—¿Lo quieres? —preguntó Harold, refiriéndose al vestido.
—Es bonito, pero muy caro, no podría pagártelo —dijo, avergonzada.
—Ya te he dicho que yo pago, mujer. —Se levantó de donde se había sentado minutos antes, se acercó a ella y la tomó por los hombros, que estaban medio desnudos por el diseño del vestido—. Te estoy dando gustos que te mereces por ser mi bella esposa.
Sintió la necesidad de acercarse para besarla, cosa que había deseado desde ayer, justo después del incidente. Quería volver a sentir los labios de Victoria, y a pesar de que sabía que ella posiblemente no aceptaría, trató de reprimir sus impulsos. Cosa que realmente no pudo y comenzó a acercarse con la intención de darle un casto beso en esos labios tan adictivamente deliciosos de ella, y para su desgracia, Victoria se corrió, lento.
—Ha... Harold, Emiliana no está cerca, no hay necesidad de que me beses —le susurró, acalorada.
—Pero si ella sí nos está viendo —aseguró, mirando por sobre los hombros de Victoria—. Está esperando a ver qué hacemos, parece entretenida.
—¿De verdad? —Intentó mirar, pero él puso una mano en su cuello para evitarlo.
—Sí, creo que espera que te bese.
Era mentira, por supuesto. Harold no podría decirle que en realidad lo decía porque quería besarla. Emiliana ni siquiera estaba en el mismo pasillo que ellos.
—Entonces bésame. —La petición tomó incluso al mismísimo Harold por sorpresa. Victoria pidiéndole que la besara era un audio que planeaba reproducir en su cabeza por mucho tiempo.
Se acercó lento a ella y finalmente unió sus labios. Hasta Victoria estaba en papel, pues le correspondía desinhibida. Harold sintió una opresión en su pecho por un momento. Con aquel beso, Victoria se había atrevido a recalcar la realidad, lo que en verdad pasaba. Ellos no eran absolutamente nada. No podían besarse, no podían acariciarse, no podían hacer más que fingir. La realidad era un balde de agua fría que le recorría el cuerpo, no obstante, tomó a Victoria de la cintura para intensificar el beso y luego separarse por falta de aliento.
—Cámbiate y vamos a pagar las cosas.
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