Kiss #7: Te he extrañado

Suspiró y dio otra vuelta en la cama.

Odiaba eso, esa cama era demasiado grande para uno solo y sentía la soledad más profunda estando ahí.

Y lo peor, no podía dormir.

Desistió de la idea de caer en los brazos de Morfeo y se levantó. Miró la hora, eran las dos de la madrugada.

Debería estar cansado, había hecho lo imposible por estarlo. ¡Se sometió incluso a la tortura que Reborn llamaba entrenamiento!

Sin embargo, el sueño se negaba a llegar. Decidió que sería mejor adelantar el papeleo, siempre funcionaba para dormirse.

Se dirigió a su despacho tras pasar por la cocina a por un vaso de agua, y se puso a firmar papeles. Sin embargo, el montón disminuía y su sueño no aparecía por ningún lado.

Miró la alianza en su mano izquierda y sonrió. Él era la razón de su insomnio. Era la primera vez que pasaba la noche fuera desde que se casaron, y quizá era la costumbre de abrazarse a él y que le acariciara el cabello hasta que se quedase dormido lo que le impedía dormir ahora que estaba ausente.

—¿Qué haces despierto a estas horas, Dame-Tsuna?

Miró la puerta para descubrir a su tutor con su gorro de dormir y su pijama de camaleones. Si no fuera el mismo Lucifer que ascendió del infierno para convertirse en un azabache de patillas rizadas que lo torturaría en forma de enseñanza, diría que era adorable.

—No puedo dormir.

Reborn rodó los ojos. Ya se suponía que algo así ocurriría desde que Hibari decidió tomar aquella misión.

—Tranquilo, no te va a ser infiel —bromeó—. O yo mismo lo mataré. Ya le tengo ganas.

Lo último no iba tan en broma.

—Reborn... —rió Tsuna—. No me preocupa eso. Confío en mi esposo —sonrió al ver la molestia del ex-arcobaleno, le encantaba recordárselo—. Lo que pasa es que... me había acostumbrado a dormir con él —se sonrojó.

Bueno, lo cierto era que había veces que no dormían, precisamente. Pero eso era otra historia.

—Pareces un niño.

—No eres el más indicado para decirme eso —sonrió.

Le encantaba recordarle su aspecto infantil. Compadecía al pobre Verde, Reborn no dejaba de acosarle para que le regresara a su forma adulta, y el azabache podía ser muy terco.

Lo había comprobado el día que se casó. No aceptaba ni siquiera su noviazgo, no hacía falta decir la cara que puso cuando le anunció su compromiso, y mejor ni hablar del mal humor que tenía durante toda la boda.

Nadie se atrevió a acercarse a él ese día. Irradiaba odio puro.

Ahora estaba... más tranquilo. Por lo menos no intentaba asesinar a Kyoya cuando este estaba distraído o junto al castaño.

—Cállate, Dame-Tsuna.

—Sí, papá —sonrió con diversión.

Esquivó un disparo. No admitía tampoco su sobreprotección paternal.

—Anda, deja de ser crío y vete a dormir —ordenó el azabache.

—Mira quién me lo dice —rió—. ¿Sabes que el café por las noches es malo?

—¿Y eso quién lo dice? ¿Tú?

Tsuna rodó los ojos mientras veía cómo se tomaba su apreciado expresso.

—Me preocupa mucho, ¿de acuerdo?

—Ya es mayorcito.

—Pero era una misión peligrosa. Y tú lo sabes, ¡se la diste tú!

—Solo era el más indicado.

—Mukuro está igual de capacitado y no lo enviaste a él.

—Detalles —tomó otro sorbo de su expresso.

—Nada, tú querías que se fuera, ¿no es cierto?

Reborn sonrió y bostezó.

—Buenas noches, Dame-Tsuna.

—¡No te...! —cerró la puerta—. Ese Reborn...

Suspiró y miró de nuevo su alianza. Solo esperaba que estuviera bien, ni siquiera había llamado y prometió que lo haría...

Negó con la cabeza. Kyoya era fuerte, y lo sabía. No podía dudar de él.

Aún así, el hecho de que no lo llamara le dejaba con un mal sabor de boca...

Decidió centrar sus pensamientos en el papeleo que tenía pendiente, y finalmente cayó dormido mientras firmaba una hoja.

Lo que no sabía, era que Reborn le había lanzado uno de los dardos tranquilizantes que los científicos habían creado para que se durmiera.

Sabía que, de ser por el castaño, se quedaría toda la noche despierto. Cuando cayó dormido, le puso una manta encima y se fue con una leve sonrisa en su rostro.

 »◦✿◦«

Alguien le llamaba.

Lo oía como un eco lejano, pero sabía que era dirigido a él. Era su nombre...

—Tsunayoshi, despierta.

Apretó los párpados y entreabrió uno de sus ojos castaños para descubrir una borrosa figura.

—No deberías dormirte aquí, puedes dañarte algún hueso.

Reconocía esa voz. Era... era él.

El sueño se desvaneció ante la expectativa, aunque supiera vagamente que debía llegar dos días después.

Alzó la mirada y vio que sí se trataba de quien esperaba ver.

—¡Kyoya!

Se lanzó a sus brazos, y el azabache le cogió por reflejo.

—He vuelto, herbívoro.

Tsuna le agarró de la camisa blanca que llevaba puesta y le besó con pasión y dulzura. El azabache le tomó por la cintura, acercándolo más a él.

Ambos se habían extrañado, y lo demostraban en ese beso.

Reborn bufó al verlos tan felices y cerró la puerta.

Tsunayoshi nunca sabría que él había llamado al compañero de Hibari para que este regresara (el azabache había perdido su teléfono en una pelea), enviando en su lugar a cierto ilusionista y de esa manera hacer que el castaño estuviera feliz.

No, nadie lo sabría. Nunca. Jamás.

Jamás.

 

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