Kiss #2: En la frente

—¡Kyoya~!

Un pequeño remolino de siete años se abrazó a un azabache de diez años.

—Tsunayoshi, ¿qué ocurre?

Pese a que el abrazo era cálido, su voz era alegre y su sonrisa estaba presente, Kyoya sabía que su pequeño amigo estaba triste.

—¡Nada! ¿Por qué crees que ocurre algo...?

—Te conozco, Tsunayoshi —sonrió—. A ver, ¿qué pasa en esa cabeza de herbívoro?

El castaño infló las mejillas en un adorable gesto de frustración.

—Kyoya... me ha dicho un compañero que nadie me querría.

—¿Quién ha sido ese estúpido herbívoro? —frunció el ceño, claramente enfadado.

—No... no te lo diré, no quiero que te metas en problemas, Kyo...

—¿Problemas? ¿Un herbívoro de siete años? No me hagas reír.

—Su papá es de esos que buscan pelea en juicios...

—¿Abogado?

—¡Eso! —asintió Tsuna—. Y no quiero que te metas en esos líos solo por mí...

—No me meto solo por ti —negó el azabache—. Me meto porque me da la gana y porque ese herbívoro necesita disciplina.

—Kyoya... por favor —le miró con sus grandes orbes marrón chocolate, y el aludido suspiró, revolviendo uno de sus mechones azabaches.

—No entiendo por qué defiendes tanto a esos que te hacen daño —se quejó, frotando el golpe que tenía su pequeño amigo en la mejilla.

—Me dan pena —confesó el niño—. Si se meten conmigo es porque soy débil. Pero si fuera fuerte, no tendrían con quién meterse y quién sabe lo que harían.

—¿Y por eso dejas que te maltraten?

—No sirve de nada pelear contra ellos. ¿Para qué? —se encogió de hombros—. Igual me seguirán acosando.

—Si te defiendes, lo dudo —dijo el azabache—. Pero no deberías permitir que te digan eso.

—Pero no es verdad... ¿no? —hizo un mohín con los labios—. Yo... yo te tengo a ti, ¿verdad, Kyoya?

El azabache sonrió como pocas veces lo solía hacer y le abrazó contra él.

—Claro que me tienes a mí, Tsuna... Nunca nos separaremos, ¿de acuerdo?

—¿Lo prometes? —preguntó—. ¿Con el meñique?

—Lo prometo, pero no haré algo tan herbívoro como enlazar los dedos.

—Entonces no lo prometes —frunció el ceño, separándose de él—. Meñique.

Extendió su blanca manita, su dedo más pequeño y fino estirado, esperando al del azabache.

—Herbívoro —suspiró.

Levantó su mano izquierda, entrelazando el meñique del castaño con el suyo en una perfecta unión, como si fueran dos piezas de un puzzle, hechas para encajar.

—¡Prometido! —saltó Tsuna de alegría—. Ahora sí que nunca nos separaremos. ¡Ven, Kyoya, vamos a jugar!

Su mano se enredó con la suya y el enérgico niño de cabellos rebeldes a la gravedad tiró de su amigo siempre tan poco social, que sonreía levemente ante la vitalidad y, ahora sí, alegría sincera del pequeño de orbes chocolate.

—Tranquilo, pequeño herbívoro, ya voy.

—¡No soy pequeño y no soy herbívoro! —tiró la cabeza hacia atrás para mirarle con mala cara.

Sin embargo, la fortuna o los dioses, crueles ambos, quisieron que un coche cuyo conductor era irresponsable pasara por la carretera que los dos infantes cruzaban para ir al parque que quedaba al otro lado.

No se dedicó a detenerse en el paso de cebra donde el pequeño Tsuna pasaba alegremente de la mano de Kyoya, y en ese momento en el que el castaño desvió su mirada hacia atrás, era inevitable que el coche le diera un golpe que podría llegar a ser mortal para un niño de apenas siete años casi recién cumplidos.

—¡Tsunayoshi, cuidado!

El grito de advertencia del azabache de diez años tarde llegó, y el conductor de dieciocho años no tuvo reparo alguno en pasar volando a cien kilómetros hora en una carretera urbana.

Pese a que su voz había llegado tardía, el niño de orbes azul metalizado logró que su cuerpo se moviera antes que el sonido de sus propias palabras y tiró del enlace de manos que los unía, haciendo que tropezara el pequeño Tsuna y ambos rodaran hacia atrás, lejos del peligro que suponía aquel irresponsable muchacho.

El pequeño Kyoya quedó encima de su amigo, con los brazos sosteniéndole para que no cayera sobre Tsuna.

—¿Estás bien?

—Gracias a ti —sonrió.

Al niño de oscuros cabellos le pareció una hermosa sonrisa.

—Vamos, tenemos que ir a un parque, ¿no?

—Te lo agradezco mucho, Kyoya —aceptó la mano que el mayor le ofrecía, y se puso de puntillas para otorgarle un leve beso en la mejilla.

El color carmín ascendió levemente al rostro del pequeño carnívoro, quien en un mal intento de disimulo tomó la mano de su adorable acompañante y lo apresuró al parque.

Cuando el atardecer cayó en el pequeño lugar que era la ciudad de Namimori, Tsuna recordó que su madre ese día hasta tarde trabajaba y su padre, como era usual, estaba de viaje.

Lo peor del asunto es que se había olvidado las llaves de su hogar dentro de este.

—No te preocupes —le dijo Kyoya—. Duermes en mi casa, llamamos a tu madre para decírselo, y asunto solucionado.

—Pero eso es...

—No es una molestia —rechistó.

Tsuna negó con la cabeza y sonrió.

Caminaron alegremente hacia la casa del azabache, cogidos ambos de la mano como buenos amigos que eran.

El niño de orbes azul grisáceo abrió la puerta con su llave, dado que sus padres tampoco se encontraban en casa, y llamó a la madre del castaño quien no tuvo ningún problema para dejar a su hijo en el hogar de Kyoya.

—Listo —anunció el azabache, entrando a su habitación donde el pequeño le esperaba jugando con su amarillento peluche de canario.

—¿Me ha dejado? —preguntó.

—Sí —afirmó mientras abría el armario—. Creo que tengo uno de tus pijamas, de la otra vez que lo olvidaste aquí.

—¡Es verdad! Me falta mi favorito —recordó Tsuna, y Kyoya sacó un pijama anaranjado con atunes en él—. ¡Ese! ¡Muchas gracias, Kyoya!

—No hay de qué —sonrió mientras sacaba el suyo, que era un pijama color violáceo con pajaritos en él.

—Tu pijama es muy bonito —dijo el castaño alegre—. ¿Puedo abrazarte?

—Eres un herbívoro extraño —suspiró, y dejó que el pequeño le abrazara.

Cuando Tsuna lo soltó, ambos bajaron a cenar unas galletas con leche delante de la televisión.

—Kyoya... esa peli da miedo —se quejó al ver que ponía una de esas películas de terror.

—No seas herbívoro.

Soy un herbívoro. Tú mismo lo dices.

—¿Y qué quieres ver? ¿My little pony?

—Am... bueno..., Rainbow Dash mola mucho... —se avergonzó.

—No irás en serio.

Tsuna lo miró con sus grandes orbes almendra en forma de súplica.

Y Kyoya suspiró y puso My little pony.

—Un capítulo y vemos lo mío.

Iban a echar una película muy buena, ¡no iba a perdérsela solo por un adorable niño castaño de siete años!

—Vaale —sonrió.

Y así, Kyoya tuvo que aguantar veinticuatro angustiosos minutos de la magia de la amistad y ponis que hablaban y brillaban (era un especial, para su mala suerte).

Quiso agradecer a quien estuviera ahí arriba cuando al fin acabó el bendito programa.

Ahora empezaba lo bueno.

Cambió de canal, donde aparecía de repente una siniestra muñeca asesina con ojos rojos y un cuchillo en la mano, sangrando.

—¡HIEEEE!

Oh, pero lo mejor de ver películas de miedo con Sawada Tsunayoshi era que el niño se aferraba a él como si no hubiera mañana.

Gritó y lloró unas cuantas veces en los primeros planos de la muñeca maldita, y para cuando acabó la película estaba encima de Kyoya, abrazado fuertemente, cual koala, a él mientras temblaba.

El azabache suspiró y apagó la televisión.

—Hey, herbívoro, ya ha terminado...

Le sacudió en hombro para que se soltara de él, pero poco caso hizo Tsuna.

—Herbívoro...

—Kyoya... —murmuró—. No me dejes...

—¿A qué viene eso? Herbívoro, oye —miró con dificultad el rostro del castaño y se fijó que estaba dormido.

—Kyoya...

Le estaba llamando en sueños, a saber qué pasaría por esa mentecita.

Suspiró y se levantó del sofá, levemente desequilibrado por el peso adicional que suponía el castaño.

Subió con cierta dificultad a su habitación mientras Tsuna no dejaba de murmurar su nombre.

En serio, ¿qué estaba soñando?

—Kyoya... yo te salvaré...

Eso fue lo que murmuró cuando lo puso en su cama (despegándole de él con bastante dificultad).

Estiró las manos, como si estuviera buscándole, y se acercó a él con el ceño fruncido pero curioso. ¿Qué diablos soñaba?

Lo siguiente no se lo esperó.

Tsuna atrapó su rostro y de un tirón le hizo arrodillarse al filo de la cama.

—¡Herbívoro! ¡¿Qué demonios...?!

No fue capaz de completar su oración, pues la sorpresa le dejó mudo.

El pequeño acercaba su rostro al suyo con fuerza, y debido a la impresión, Kyoya no tuvo tiempo a resistirse antes de que los labios del menor chocaran contra su piel.

Le estaba besando la frente.

Rió ante el mal cálculo del castaño, quien tras un momento le soltó, poniendo una sonrisa en su rostro.

Definitivamente, ese niño leía demasiado cuentos.

»◦✿◦«

Salut, lectores~.

Aquí está el siguiente. Más tiernecito 7u7. Yo sé que la gustó... Okizno.

Poz prometí que daría spoiler del siguiente...

ALERTA SPOILER

Ya sabes... me tienes aquí, completamente ido... y loco por ti...

—Hmm... —sonrió, ya sabía por dónde iba—. ¿Y qué se supone que debo hacer con un pequeño herbívoro pasado de copas?

Ale, ahí lo tenéis XD. Un fragmentito.

Next kiss: Ebrio

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Au revoir~. Nos leeremos pronto~

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