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Cuando me imaginaba la vida de Dafne la veía viviendo en una casa con un tejado rojo, con un gran jardín lleno de frondosos árboles. Imaginaba que tendría un coche pequeño, azul quizás, aparcado en la entrada.
Estaba muy equivocado.
El edificio que se hallaba frente a mí era antiguo y destartalado, pero tenía su encanto. Aunque sabía que Callie no me había mentido, el hecho de ver la moto aparcada en la entrada me confirmó que estaba en el sitio correcto.
El portero me abrió la puerta y me indicó que los Tate se alojaban en la segunda planta. Cualquiera que me viera, y conociera, pensaría que esta era una situación normal para mí. Que estaba tranquilo. Lo único que desentonaba era la gran mancha de café en mi camisa.
No fue hasta que estuve esperando a que llegara el ascensor cuando empecé a ponerme nervioso. Muy nervioso. Las manos me temblaban y notaba los latidos de mi corazón resonar contra mis tímpanos.
La música infernal del ascensor no ayudó. Además de ponerme aún más nervioso, me irritó.
Las puertas se abrieron. Recorrí el largo pasillo acompañado del ruido que hacían mis zapatos contra la mugrienta moqueta. Para mi sorpresa, olía bastante bien.
Llegué a mi destino. Una puerta de madera con una chapa dorada en la que ponía: El hogar es dónde el corazón esté. Eso sería algo que Dafne querría escrito en la puerta de su casa. Sí, estaba en el sitio adecuado.
Adelante dragón. Eres Luca Apollo. Tú puedes con todo.
Toqué el timbre. Sonó estridente. Se sintió como llamar a las puertas del infierno.
Después solo hubo silencio.
Unas pisadas sonaron al otro lado de la puerta. Alguien se asomó a la mirilla. La puerta se abrió lentamente.
-Luca Apollo -dijo.
-Mi doctor favorito -intenté sonreír a Simon -. ¿Qué tal?
Simon Tate tenía el típico look de andar por casa. Pantalón de deporte, camiseta de publicidad, pues descalzos y pelo despeinado. Expulsaba calor hogareño por cada poro de su cuerpo.
No parecía enfadado, molesto o distante. Estaba igual que en el hospital. Su sonrisa era sincera e incluso pareció alegrarse de verme allí. Y eso no hizo más que hacer la situación más extraña.
-Algo cansado -contestó mientras se pasaba la mano por el pelo -. ¿Qué te trae por mi humilde morada?
-Venía a buscar a Dafne. Necesito hablar con ella.
Algo en su gesto cambió. Fue leve y duró poco, pero lo suficiente para que me diera cuenta. Por un momento pareció nervioso.
-Oh, ha salido.
-¿Cómo que ha salido? Es tarde.
-Necesitaba despejarse. No sé cuándo volverá -contestó bajando el tono casi a un susurro.
-No me mientas. He visto su moto aparcada en la entrada -murmuré.
-Te digo la verdad. Dafne no está. Creo que lo mejor será que te vayas.
No le creía. Eso no sería propio de la Dafne que yo conocía. Ella era más de esconderse cuando todo la superaba.
Alcé la mirada por encima de su hombro. Solo conseguí ver un largo pasillo, con puertas que darían a habitaciones, supuse.
De perdidos al río.
-¡Dafne! ¡Sal! ¡Por favor! -exclamé sin moverme de mi sitio.
-¡Shh! ¿Qué haces? -Simon miró rápidamente al pasillo - Te he dicho que no está.
-¡Dafne! ¡Solo quiero hablar contigo! - intenté apartar a Simon, pero ni se movió -¡Necesito saber que estás bien!
-Tienes que irte, Luca -Simon me agarró de los hombros y me alejó de la puerta -. Ya. Vete.
Estaba a punto de hacerle un placaje y ponerme a gritar como un poseso cuando un ruido me distrajo. La primera puerta del pasillo se abrió, acompañada de un chirrido. Simon se giró rápidamente.
-¡No salgas!
-¿Mami?
Fue una vocecita dulce la que dijo esa palabra. Cuatro letras, dos sílabas. Mucho significado. Mucho que procesar.
¿Dafne tenía una hija?
Simon me soltó y entonces pude ver con más claridad. Una cabecita rubia asomaba por el marco de la puerta. Era pequeña y delgada. Parecía un hadita del bosque, con las dos trenzas rubias, la nariz respingona y los ojos azules.
Los ojos de Dafne. Su pelo. Su nariz. Su apariencia de ser mitológico.
No había duda.
-Mami no está, Helena -susurró Simon.
-¿Cuando va a volver? Me tiene que contar un cuento.
-Ahora te lo cuento yo, ¿vale? -su tono era tan dulce que hasta me hizo reaccionar -. Vuelve con tu hermano.
Espera, ¿qué?
-Vale, papi.
La niña me miró. Era tan... Bonita. Algo dentro de mí se rompió cuando movió su manita en mi dirección, antes de desaparecer.
-No te lo voy a repetir otra vez, Luca -oí que decía Tate -. Dafne no está aquí. Ahora, vete.
Dicho lo cual, cerró la puerta de un portazo.
Y yo me quedé ahí, de pie en mitad del pasillo, sin poder procesar todo aquello.
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