Simon y su medio limón
Dedicación especial para comfortingsounds
Sé lo mucho que te gustaba Simon y espero, de verdad, que te guste su final.
Para quienes no sepáis quién es, ya estáis tardando en pasaros por su perfil y agregar sus dos maravillosas obras a vuestras bibliotecas.
(Aunque nunca te perdonaré por borrar la tercera, que lo sepas)
La canción no tiene significado respecto a la historia, simplemente la escuchaba mientras escribía y me encanta. ¿Me recomendáis música, pls?
Dios, lo que me ha costado escribir este capítulo *se pega un tiro en la cabeza*
No me malinterpretéis, me ha encantado hacerlo. Echaba de menos Otp. Simplemente no quería que nadie juzgara a Simon ni a otros personajes, quería que fuese un buen capítulo.
Por si no recordáis cómo es Simon: yo le imagino pelirrojo, con los ojos claros y no guapo pero sí atractivo.
Sooooo para el cast he elegido a este bebito:

Si encontráis fallos, decídmelo, por favor. No me ha dado tiempo a editar (mentira, solo que estoy vaga).
Dicho eso, os dejo la historia del hombre perfecto y su medio limón:
Simon nunca había sido de los que salían de fiesta. Y mucho menos desde que estaba más cerca de los treinta que de los veinte.
La universidad, las largas noches en el hospital, un grupo de amigos que era más de beber en casa y, finalmente, ser padre. No es como si le hubiesen dejado muchas más opciones.
Pero hacía ya un tiempo que había mandado a la mierda todas sus viejas costumbres.
Exactamente cinco meses, veintiséis días y no sé cuántas horas.
Desde que Dafne Teller, su novia desde hacía tres años, le había dejado por su primer amor, Luca Apollo. Guapo, inteligente, podrido de pasta y más joven.
Resultaba imposible no tenerle envidia. Aunque era tirando a la sana. De hecho se llevaba bastante bien con él.
Pese a todo, Simon creía haberlo superado ya. Era complicado estar seguro, pero ya no le dolía el pecho cada vez que iba a recoger a los mellizos y la veía con él. Incluso se alegró cuando supo que se iban a mudar juntos.
Pero el hecho de que ya no sintiera lo mismo no significaba que no tuviera el corazón roto. Porque sí, lo tenía. Y estaba cansado.
Por eso recurría a la cura que todos conocían: las fiestas, el alcohol y noches acompañado de chicas cuyo nombre no recordaba a la mañana siguiente.
No es como si lo hiciese muy a menudo, no. Pero se permitía el lujo de hacerlo unas cuantas veces al mes. Siempre y cuando no le tocara cuidar a Héctor y a Helena.
Así que ahí estaba él, en una discoteca cara de Manhattan en la que ponían música cuya letra no entendía. Un gran cartel de luces de neón anunciaba que el garito se llamaba El Mexicano.
-¿Este es el sitio del que no paras de hablar? -preguntó a su amigo.
Carlos se giró hacia él con una ceja levantada, notando cierto tono despectivo en su voz.
-Sí -contestó -. Este es el sitio. Me recuerda a México.
-No entiendo a qué viene tanta emoción, la verdad.
Una camarera pasó a su lado y Simon no pudo evitar fijarse en ella, pero no exactamente por su aspecto. Llevaba una bandeja con rodajas de limón y varios saleros.
-Eso es porque no has probado los chupitos de tequila -exclamó a la vez que le daba unas palmaditas en la espalda, con más fuerza de la necesaria.
-Aún -contestó con una sonrisa -. Dame unas horas y seré todo un experto.
Pero su amigo había perdido el interés en él y ya no le escuchaba. Tenía toda su atención puesta en un grupo de chicas que estaban armando un escándalo. No es que se estuvieran peleando, simplemente bailaban alrededor de una mesa algo apartada de la multitud. Una chica, de rasgos asiáticos, había abierto una botella de champán y gritaba mientras que las demás la coreaban.
Un reservado, supuso Simon.
-¿Qué estarán celebrando? -preguntó en voz alta, sin darse cuenta.
-Mi llegada, está claro.
Carlos soltó una carcajada y Simon enarcó una ceja.
-¿Hoy eres más de tías que de tíos?
-Ya sabes que no le hago ascos a ninguno.
Y con un guiño, desapareció entre cuerpos sudorosos que bailaban una canción de Enrique Iglesias.
Simon decidió que era un buen momento para empezar su propia fiesta.
A la vez que se desabrochaba un par de botones de la camisa, se acercó a la barra. Decidió colocarse al final, algo apartado. Quería beber un rato solo antes de iniciar su búsqueda de compañía.
Un camarero mulato, de sonrisa Colgate y modales impecables, le sirvió una copa. No intercambió palabra con nadie mientras se la bebía.
Pero nadie dijo nada sobre las miradas.
Oh, el juego de las miradas. Eso se le daba muy bien.
Aunque esta vez Simon no había buscado a nadie. Más bien le habían encontrado.
Al otro lado de la barra, un grupo de chicas bebía chupitos. No era tan grande como el del reservado y no parecía que celebraran nada. Solo eran tres chicas guapas, pasándoselo bien.
Y parecía que una de ellas quería compartir su diversión con Simon, porque no le había quitado el ojo de encima desde que se había sentado.
Era la más llamativa, al menos bajo su punto de vista. Piel morena, una larga melena y unas piernas kilométricas. No poseía una belleza explosiva a lo Megan Fox, pero sí esa apariencia de niña buena con un brillo en la mirada que indicaba que era justo lo contrario.
Simon la vio susurrarle algo a una de sus amigas, antes de coger su bolso y un par de cosas y levantarse.
Sin apartar los ojos de él, recorrió el espacio que los separaba y se sentó en un taburete, a su lado. Simon sonrió para sus adentros, a sabiendas de que había encontrado a la cita de esa noche.
-Hola -susurró él, acabándose su copa de un trago.
-Hola -contestó ella, metiéndose un mechón rubio tras la oreja -. Me llamo Gwen.
Simon pensó, con tristeza, que posiblemente no lo recordaría a la mañana siguiente.
La chica sonrió, dejando a la vista unos paletos ligeramente separados, lo que Simon calificó como adorable.
-Yo soy Simon. Encantado.
-Esto... -titubeó un poco y sus ojos azules brillaron -. Te he visto mirarme y he pensado que, tal vez, tú... Lo siento, debes pensar que soy patética.
-No, no lo pienso -dijo tajante -. Pienso que una chica tan guapa como tú no debería sentirse intimidada, ni ponerse nerviosa. Más bien al revés, deberías ser tú quien intimidara.
-Vaya, tú si que sabes cómo ganarte a una chica, ¿eh? -posó sus manos en la barra y Simon sonrió -. ¿Chupito?
Sal, limón y tequila.
Estaba claro que iba a ser una noche divertida.
-¿Empiezas tú o yo?
-Diría que las damas primero -susurró en su oído -, pero te lo vas a pasar mejor si empiezo yo.
Así era siempre. Un poco de tonteo, miradas traviesas y besos por aquí y por allá. Y, sin darse cuenta, Simon estaba en las redes de alguna chica y viceversa.
Simon cogió el salero mientras Gwen se apartaba el pelo del cuello. Pero él no pretendía empezar tan rápido. Su nariz rozó el cuello de la chica y continuó su camino por su mandíbula, hasta llegar a su boca. Ella abrió ligeramente los labios y se acercó él, pero este se apartó. Quería jugar un poco más, como un león cazando a su presa.
Sorprendentemente, Gwen no le dio la oportunidad. Esto decepcionó un poco a Simon, aunque se olvidó en cuanto su lengua empezó a jugar con la de la chica. Lentamente, permitiendo que se saborearan mutuamente.
No besaba nada mal, pero no era lo suficientemente... Atrevida. No le mordía los labios, no enredaba sus manos en su pelo ni las metía bajo su camisa. Y esa fue la clara señal para él de que no debía pasarse con ella.
Se apartó de ella, solo para poder coger un poco de aire. Sus narices se rozaron. La respiración de ambos era agitada. A los pocos segundos, ella abrió los ojos.
-¿Voy a tener que suplicarte que te tomes el maldito chupito? -preguntó con voz entrecortada.
Sin poder evitar reír, pensó que tal vez Gwen no era tan inocente como aparentaba ser.
Con sumo cuidado, el chico deslizó su lengua por el suave cuello de ella. Un escalofrío recorrió su cuerpo, lo que le dejó bastante satisfecho.
Simon volcó el salero sobre su cuello y la tendió el limón, solo para que pudiera agarrarlo con la boca. Y, no sin antes coger el chupito, inició el dulce (o más bien salado) proceso de chupar toda la sal.
Gwen suspiraba con cada movimiento que él hacía, y Simon respondió a esto acercando aún más su taburete. Deslizó sus manos por su cadera, enredando los dedos con su vaquero, mientras pensaba en el chupetón que tendría la chica al día siguiente. Uno precioso, nivel galaxia, que evitaría que se olvidara de él por una temporada.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando alguien golpeó su hombro. Al principio pensó que habría sido sin querer, pero cuando se repitió supo que no había sido un error.
Gwen soltó un bufido cuando Simon se apartó de ella para ver quién demandaba su atención.
No supo bien por qué, pero se quedó sin respiración.
Una chica le miraba con el ceño fruncido. Parecía disgustada. Decepcionada.
Le resultaba familiar, pero no conseguía ubicarla.
-Siento interrumpir lo que quiera que estés haciendo -dijo con un tono de voz que afirmaba que no lo sentía en absoluto -, pero como sigas por ahí te vas a meter en un lío. De los gordos.
-¿Perdona? -preguntó él, sin poder creerse lo que estaba pasando.
Ella puso los ojos en blanco y esperó en silencio, cruzando los brazos sobre su pecho.
Simon no quería prestarle mucha atención, pero no pudo evitar fijarse en ella.
No debía de ser muy alta, aunque tampoco era baja. Su piel era del color del caramelo y Simon no supo distinguir de dónde sería. Llevaba el pelo recogido en dos largas trenzas que le llegaban hasta el...
Simon apartó rápidamente la mirada de su escote. No quería que se llevara una imagen equivocada de él.
Se fijó entonces en sus ojos y pronto se sintió frustrado. No sabía definir su color, pero simplemente resultaban...
-¿Has acabado de escanearme?
... Arrebatadores.
Simon asintió.
-Sigo esperando -se dirigió a un punto por encima del hombro del chico.
Gwen.
El taburete se movió y la rubia se alejó rápidamente, no sin antes murmurar una disculpa.
-¿Qué coño acaba de pasar?
La desconocida ocupó el taburete sin mirar a Simon. Le hizo un gesto al camarero para que le sirviera una copa.
-¿Qué sabías de ella? -preguntó, mirándole al fin.
Simon no supo qué contestar.
-Obvio, no mucho -el camarero la pasó un vaso y sonrió -. No estabais usando las lenguas para hablar.
-¿Hay alguna ley que lo prohíba?
-Claro que no -soltó una risa sarcástica -, pero si hay una que prohíba acostarse con menores de edad.
Eso, sin duda, pilló por sorpresa a Simon.
-Por tu expresión de susto, supongo que no lo sabías. No te culpo -susurró mientras se acercaba a él -, Gwen es una buena mentirosa. Pero sigue siendo una cría.
-¿Cómo sabes que es menor? -preguntó titubeante.
Solo de pensar en lo que podría haber pasado... Se le ponía la piel de gallina.
-Trabaja de becaria en nuestra empresa. Está en su último año de instituto y quiere que no se qué universidad la acepte. Necesita una carta de recomendación de mi padre y...-hizo un gesto con la mano, quitándole importancia al asunto -. El caso es que estamos celebrando que ganamos un caso y hemos conseguido que la cuelen aquí. A ella y unas amigas, vaya.
-Entiendo -murmuró.
Intentó aparentar tranquilidad, pero por dentro estaba maldiciéndose a él y a su poca inteligencia.
-No, creo que no lo haces -se acabó la copa y le asesinó con la mirada -. De lo contrario me estarías dando las gracias por salvarte el culo.
Simon se pasó una mano por el pelo. Seguía estando un poco abrumado y no entendía por qué ella parecía estar molesta.
-¿Nos conocemos?
La chica abrió tanto los ojos que Simon se asustó. Pero no tardó ni unos segundos en poner una cara de póker.
-Olvídalo.
-No he hecho nada malo -afirmó.
-Porque lo he evitado -exclamó ella -. Piénsalo. Cuando los padres vean el chupetón que le has hecho a su niñita, harán preguntas. Si hubiese dejado que os acostarais en los baños, tu coche, tu casa o en cualquier lado, podrías haber acabado en la cárcel.
-Cualquiera diría que estás celosa.
-Por favor, apenas te conozco. Lo poco que sé de ti es que eres otro tío cualquiera, en una noche al azar, en un sitio que no tiene nada de especial.
Puede que tuviera razón, pero Simon no quería que fuese verdad. No podía parar de escucharla, de mirarla, de sonreír.
Intentaba recordarla, pero no podía. A estas alturas tenía claro que la había visto antes, y que ella sabía quién era.
Pero lo que sabía es que no quería que se fuera. Necesitaba que se quedará ahí, sentada en el taburete junto a él. Hablando, regañándole, matándole de mil maneras diferentes con esos ojos indescriptibles.
-Eso lo dices porque no has probado los chupitos de tequila -contestó, recordando las palabras de Carlos.
-Para el carro, vaquero -se giró en su dirección, cruzando las piernas -. Si piensas que tienes alguna oportunidad conmigo, lo llevas claro.
-¿Te ha dicho alguien que deberías relajarte? -ella negó -. Pues te lo digo yo.
Ella le regaló una sonrisa socarrona y volvió a sentarse mirando al frente.
-Puede que pienses que soy el típico tío que se acostaría con una adolescente con gusto. Pero no soy así. Y tienes razón, en parte es gracias a ti.
-No me digas.
-De verdad -ella fijó sus ojos en él -. Y no pretendo hacer nada de eso contigo. Simplemente me gustaría demostrarte que tengo más que ofrecer que una lengua traviesa.
Esta vez la risa de la chica fue sincera.
-También me gustaría conocerte. O saber al menos el nombre de la chica que ha evitado que acabe en la cárcel -dijo con sorna.
Ella le escaneó de arriba a abajo. Simon sintió cómo el color se instalaba en sus mejillas, cómo se sonrojaba.
Pero la vergüenza desapareció cuando ella le tendió la mano sobre la barra del bar.
-Me llamo Némesis Chow -dijo sonriente -, y estoy dispuesta a dejar que me enseñes lo que tienes que ofrecer.
Simon no la estrechó la mano. En cambio, entrelazó sus dedos con los suyos y se los llevó a los labios, para besarlos dulcemente.
-Simon Tate -susurró -. Un placer.
En ese momento supo que no se olvidaría de su nombre.
Y resultó que nunca lo haría.
Porque Némesis Chow era el medio limón de Simon Tate y, antes o después, estaban destinados a ser.
Espero que os haya gustado tanto como a mí y que no os haya decepcionado.
¿Lo suponíais? Espero que no ;)
Aquí os dejo mi cast para Nem:
Os quiero ❤
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