La Mansión
—Oye, Risa.
El sonar de su voz podía parecer un poco molesto, según quién lo escuchara. En la mano diestra llevaba un hidratador con sabor a té de manzanilla, muy bien regado dentro de una elegante taza blanca hecha de cerámica artificial. En la izquierda, cargaba la triangular cabeza decapitada de un androide.
Su nombre era Hermes. Su cráneo robótico tenía la forma de un coyote negro, sin orejas, con dos ovalados visores azules que casi le daban la sensación de ser un personaje de caricatura. Sobre la cabeza, lucía un sombrero de fedora de tonalidad blanca, que hacía juego con el resto de su elegante traje del mismo color.
Bebía de su hidratador, agarrando la taza cual si fuera miembro de la realeza, con el meñique levantado. Su silueta descansaba, de pie, a mitad de un río de cadáveres robóticos. Todos ubicados frente a aquel gran mansión construída con clara madera artificial. El distrito delfín, hallado en el norte de la ciudad, se caracterizaba por sus edificaciones elegantes con estructuras asombrosas, todas ubicadas sobre grandes montañas de metal con matices distintivas.
Aquel era la mansión VV-Oti, hogar de la familia mafiosa de mismo nombre. Una enorme estructura de arce falsificado con un visible portón rojo en la entrada, y césped verde, preconstruído, rodeando sus exteriores. Las grandes fuentes de ostentosos aspectos eran decoradas por los restos de los matones que habían sido asesinados hacía tan solo unos pocos segundos atrás. Taponaban el flujo del agua, dejando ver largos charcos que se expandían a través de la pradera.
—Oye. Oye, Risa. Imagina que estás frente a una habitación con 3 interruptores.
—Otra vez no...
Se decía ella, a si misma, mientras con su pierna golpeaba el torso metálico del último robot con vida, partiéndolo en dos. Esa es la clase de cosa que Arisa podía hacer con el simple uso de su fuerza bruta. Después de todo, tenía un cuerpo construído específicamente para dicha función. Giró su rostro en dirección a su compañero. Era una androide de aspecto peculiar, con una cabeza encorvada y extendida hacia adelante, que casi daba la impresión de ser un tiburón metálico.
Sus visores rosas parpadearon un poco. La luz chillona de las palmeras de Osoris, que combinaban con sus ópticas, era suficiente para iluminar el escenario. Igual que Hermes, Arisa iba vestida con un elegante traje de corbata, aunque este era negro; y llevaba un sombrero en la cabeza, desde el que sobresalían sus largos cables salmón, que servían para imitar el cabello de una fémina. Sus dos hombreras gigantes expulsaron un poco de humo tras todo el esfuerzo.
—Cada uno de los cuales —siguió Hermes, emocionado, moviendo la mano en la que llevaba la cabeza decapitada, para darle énfasis a sus palabras —, controla una bombilla adentro de la habitación.
—Tira esa cosa y empieza a moverte. Vamos a entrar.
—Sin embargo —Hizo caso a lo que le decían, y tiró la cabeza hacia atrás sin preocuparse demasiado por ella, comenzando a moverse hacia la puerta —, tú no sabes cuál interruptor enciende cuál bombilla. Tu deber, Risa, es descubrirlo. ¡Pero ojito! Porque sólo puedes entrar a la habitación una sola, simple, única, ¡sencilla! Vez.
—¿Por? —Risa llevaba dos repetidores largos en la espalda. Uno de ozono, semiautomático y de largo alcance. Otro de calor, con la forma de una escopeta gorda. Mientras caminaba, se sacó el segundo.
—¿Qué?
—¿Por qué sólo puedo entrar una vez?
—Bueno... No lo sé.
—Eres inconsistente, Hermes. Justifica mejor tu historia.
—¡Vale, vale! ¡Espera! Ok, espera. Déjame justificarla, ¿vale, Risa? La justificaré increíblemente bien. ¡Increíblemente! Tan bien que no lo creerías. ¡Escucha! Te están apuntando con un arma. ¡Un arma muy poderosa! Potente, pontentísima. Y si entras más de 2 veces, te matan. Te disparan, a la caja.
—¿Por qué? ¿Y quiénes? ¿Qué propósito serviría que yo entre una sola vez?
—Porque... ¿Yo tengo secuestrada a su hija? Y la voy a romper.
—¿A la hija de quién, Hermes?
—¡De los tipos que te están apuntando, Risita!
—Perfecto. En ese caso puedes negociar que me suelten a cambio de que tú la sueltes a ella. Sabía que podía confiar en ti, Hermes.
—No, pero no me refería a eso. O sea, yo tengo a su hija porque quiero que ellos resuelvan el acertijo, y si no lo resuelven, ¡la destruyo! Así que ahora ellos son los que te tienen a ti, porque eres muy lista, para que tú lo resuelvas por ell--
Un estruendo fogoso salió disparado del cañon del repetidor de Arisa. La puerta frente a ambos explotó en mil pedazos, dándoles paso al interior de la mansión. La mayoría de matones habían muerto allí afuera, y tardarían un buen rato en resucitar. Por tanto, no había necesidad de preocuparse demasiado por la seguridad. Hermes, ligeramente desilusionado, le metió un pequeño sorbo a su hidratador con sabor a té de manzanilla.
Los repetidores de calor tenían esa capacidad. A larga distancia su funcionamiento no era excelente, pero a corta, tenían la mayor potencia de todas las armas disponibles en la metrópoli. Si eran lo suficientemente grandes incluso podían hacer explotar el cuerpo entero de un soularid ultra-resistente, como por ejemplo Arisa, de un solo disparo.
—Además, Hermes. Sabes muy bien lo poderosas que son las etherboxes. Ni siquiera el tiro crudo de un repetidor de calor puede romperlas. Sería estúpido de parte de los secuestradores intentar amenazarme con eso.
—Risa... Escúchame, no me estás prestando aten--
El sonido del disparo de un láser se hizo presente. Cuando Hermes lo notó, uno de los enormes brazos de Arisa se le había colocado justo frente al pecho, recibiendo el impacto por él. Al tener un cuerpo tan robusto, ella podía aguantar fácilmente varios ataques de láseres sin sufrir mucho daño real.
Ambos voltearon, al mismo tiempo, y observaron al atacante, al mismo tiempo. Hermes y Arisa se movían en sincronía perfecta. A diferencia de la mayoría de ciudadanos de Osoris, que a pesar de estar hechos de metal, casi no actuaban como tal; este par sí parecía una dupla de robots reales, en su estado más puro. Actuaban con precisión, rapidez, frialdad. Sin cuestionarse las cosas dos veces.
Sus siluetas: una larga, otra baja, una flaca, otra ancha, se mantuvieron quietas durante muy pocos segundos ante los pequeños rastros de humo que se había generado por la explosión de la puerta. Y, entonces, casi sin previo aviso, la del coyote desapareció. La taza del hidratador de té cayó al piso, rompiéndose en decenas de pequeños pedacitos.
La entrada a la mansión era una gran sala con cuadros elegantes y alfombras rojas. En la escalera doble que llevaba al segundo piso, era visible un matón que cargaba encima un repetidor láser en forma de pistola, el cual acababa de usar para intentar tomar a ambos androides por sorpresa. Abajo, en el centro de la entrada, habían dos enemigos más, llevando repetidores semiautomáticos.
Arisa fue rápida al sacarse un objeto del cinturón. Una empuñadura metálica, desde la cual apretó uno de varios botones. Un enorme escudo de intrafuego rosado, semitransparente, salió desprendido del aparato. Lo suficientemente ancho como para cubrirle todo el frente. Sin pensárselo dos veces, comenzó a correr en dirección al par de pobres diablos que esperaban cerca a la puerta.
Hermes, por su parte, no era visible en ningún lado. ¿Dónde demonios estaba? El primer atacante, el que yacía arriba de las escaleras, apuntaba en todas direcciones, pero no veía nada.
—¡Mátenla, carajo! —gritó, desesperado, a sus compañeros, los cuales habían comenzado a disparar.
Al escudo de intrafuego no se le hacía complicado en lo absoluto resistir los proyectiles. Arisa siguió su camino, como una bestia parda, corriendo en dirección al par de presas de titanio. Sus pasos estruendosos hacían temblar el suelo. Con la zurda sujetaba su protección, mientras que en la diestra cargaba la escopeta de calor.
El primer enemigo cayó cuando el escudo chocó contra él. Al ser de intrafuego, un material derivado del láser y mucho más letal, sus sistemas se comenzaron a ver derretidos ante el impacto repentino del aparato contra su cuerpo. El otro fue más listo, y logró saltar a un costado, evitando el contacto directo. Pero la tiburona no le dejaría ir así de fácil. Le miró de reojo, sin dar descanso, apuntándole con su arma.
La explosión que desprendió el tiroteo casi pareció un pequeño cúmulo de fuegos artificiales metálicos. Uno de los brazos del enemigo salió disparado hacia arriba, donde se hallaba el último robot. Mismo, que ya tenía a Arisa en mira adecuada, debido a su posición. Sin pensárselo dos veces, le apuntó con el arma, y toqueteó el gatillo.
—Jódete, zorra.
Cuando estaba por accionarlo, sintió algo caliente que se le metía en la nuca, por detrás. Sus visores anaranjados se abrieron de par en par. Intentó voltear la cabeza, pero le era imposible. Desde su espaldar, Hermes apagaba su dispositivo de invisibilidad, reapareciendo como una sombra temible, mientras se encargaba de clavarle muy fervientemente una cuchilla láser de color celeste que le salía de los nudillos, parecida a una gran garra.
—Oh, no —emuló, el coyote —. ¡No señorito! Palabrotas no. ¿Qué es esa falta de respeto tan increíblemente grave, muchachote? ¿Qué pensarían tus ensambladores si vieran que trajeron al mundo a un robot tan maleducado? ¡Vergüenza! ¡Oh, tanta vergüenza! ¡Me causas mucha vergüenza! Lloro por ti, mi buen amigo, ¡lloro y sollozo!
Clavó más fuerte. Era casi como si estuviera alargando su sufrimiento, permitiéndole sentir cómo su emulador de voz dejaba de funcionar y sus circuitos internos se quemaban a paso lento. De una estocada, deslizó su arma hasta la derecha y dejó caer al enemigo al suelo. El metal hacía eco mientras este último rebotaba por las escaleras.
—¡Risa, vida de mi vida! Escúchame bien —exclamó de inmediato, mientras se agarraba de los barandales de la escalera y se inclinaba hacia abajo, como un niño pequeño —. Creo que cometí un error fenomenal. Algo me dice que ya te había hablado antes del problema de los tres interruptores.
—Sí.
Arisa estaba terminando de apretar su escudo contra el cuerpo derretido del primer enemigo en caer, antes de finalmente apagarlo, una vez visto que ya se había transformado en pulpa gris. Se guardó el artefacto, y comenzó a subir.
—¡Que terrible vergüenza! Y ya lo habías resuelto, ¿no es así?
—No.
—¡¿Qué?! ¡Pues con razón no recordaba que te lo había contado, Risa! Pobrecilla, seguro es muy complejo para ti. ¡No temas! Yo te puedo dar la respuesta, soy muy bueno en ese tipo de cosas. ¿Sabías que mi IQ es el mismo que el de Alberto Enstein?
—¿Quién? No me suena.
—¿No? ¿No te suena? Risa... ¿No te suena?
—No.
Apenas poner pie en el segundo piso, Arisa notó las siluetas que corrían alrededor. Se movían a través del pasillo frente a ellos, que conectaba con distintas habitaciones. Más allá de eso, era visible otra sala conectora con escaleras que daban paso a más pisos para buscar.
—Alberto Enstein es un famoso simio, Risita. ¡De los pocos de ellos que valían la pena! Antes de su inevitable destrucción. De la de todos ellos, Risa. ¡Emocionante! Era un tipo de lo más emocionante. Yo, personalmente, habría sido su fanático. ¡El más grande fanático de la historia!
—Tú eres fanático de todo lo que existe, Hermes.
Respondió, mientras intercambiaba el repetidor de calor por el de ozono, y empezaba su camino. Hermes le siguió el paso. Lo hizo tan bien, que era incluso un poco terrorífico de observar. Los movimientos de ambos estaban perfectamente sincronizados. El coyote, con sus galopares danzantes, movidos y relajados. La tiburona, con sus pasos fríos, metódicos y secos. Y, sin embargo, ambos moviéndose exactamente al mismo tiempo, posando sus pies en exactamente los mismos lugares.
—¿Tú crees? Ha de ser porque soy increíblemente emocional. ¡Risa, yo no puedo evitarlo! ¡Mi corazón palpita lleno de alegría y de amor!
La mujer apuntó a la primer habitación, la que tenía más cerca, y comenzó a disparar a rajatabla hasta que la puerta se halló totalmente pulverizada. Las balas de ozono hacían eso. Eran aire comprimido, moviéndose a mayor velocidad de la que era siquiera posible explicar, y destruyendo a su objetivo desde adentro. A diferencia del láser o el intrafuego, que quemaban; el ozono implosionaba. Una muerte desde el interior. Fugaz y dolorosa.
—No tienes corazón, Hermes. Eres un robot.
La habitación estaba llena con androides armados, varios de los cuales ya habían muerto a causa de los proyectiles que atravesaron la madera. Los pocos que quedaron con vida apuntaron en dirección al dúo, sólo para verse inmediatamente asesinados ante otra ráfaga bruta que los hizo desintegrarse en varios pedacitos.
—¡Risa! —sonó incluso un poco ofendido —. ¡Pobre de mí! No digas esas cosas crueles, ¡el dolor es inmenso e imparcial!
—Eso ni siquiera tiene sentido.
—Tiene mucho sentido, Risa. Verás--
—Hermes, llevas llamándome "Risa" sin ningún tipo de lógica desde hace ya 7 giros. Como no empieces a llamarme por mi nombre real otra vez, voy a aplastarte la cabeza como a una uva pasa.
Hermes mantuvo el silencio durante unos segundos.
—Risita... ¡Es un apodo cariñoso! Leí en un blog que dar apodos cariñosos mejora la amistad. ¡A niveles impresionantes! Y Risa, somos mejores amigos, ¡desde hace ya 300 ciclos, además! Es momento de que llevemos nuestro cariño fraternal al siguiente nivel. ¡Nuestro amor incondicional no debe estar atado a los límites del nombre tan simplón que nos brindó la vida!
Tras dichas palabras, Arisa se colocó su propia mano sobre la cabeza, y poco tiempo después comenzó a ser notorio cómo esta última empezaba a emitir muy pequeños temblores, cual si estuviera ejerciéndose presión contra ella.
—¿Risa? ¿Qué haces?
—Me aplasto la cabeza como a una uva pasa.
—¡Risita! ¡Si te pica la cabeza, el suicidio no es la solución! De hecho, estás de suerte. Conozco de unos ungüentos buenísimos que pueden ayudarte con tu terrible afección. ¡Después te paso la receta! Además, Risa, estamos en medio de una misión importante, al jefecito no le gustaría que la abandonaras antes de tiempo. ¡Y hay un tipo con una bazuca justo detrás tuyo! ¿Qué pensará de nuestra profesionalidad si te ve cometiendo esta clase de--?
La fémina le dio una patada a Hermes, en dirección al sujeto del que este estaba hablando. El coyote salió disparado cual bala de cañon, sin siquiera preguntárselo. Detrás de ellos, en la sala conectora, un androide de cabeza ovalada recargaba su repetidor pesado. Aparato robusto y en forma de un gordo tubo, capaz de disparar un láser de potencia extrema, que fácilmente podría destrozarlo todo a su paso. Ni siquiera un escudo de intrafuego podía hacer mucho contra tal potencia destructiva.
Apuntó en dirección a Arisa, la cual elevaba sus dos brazos con una rapidez descomunal, como impulsándolos para hacer algo; Hermes volaba a través del aire. El enemigo no tardó en apretar el gatillo. Un rayo celeste, tan grande como un dragón, salió expulsado en dirección a donde la mujer estaba espectando. Los pocos segundos que duró el humo y el polvo fueron olvidados en el momento en que se vio el resultado de la explosión.
Una gran mancha negra yacía donde antes estaba la fémina, así como la pared detrás de ella y, en general, gran parte del pasillo. Todo había sido desintegrado. Las elegantes puertas y los pintorescos muros, los muebles y los cadáveres. La mansión tenía un pequeño agujero negro donde antes existía una parte de si.
Hermes cayó sobre el enemigo, no le dio tiempo a reaccionar. Sus movimientos eran rápidos, ágiles como los de ningún otro. A pesar de su gran altura, el robot casi parecía desaparecer con el aire cada vez que se movía. En ambas manos llevaba implantadas una serie de finas cuchillas láser a través de los nudillos, que se activaban con el pensamiento.
Cuando le cayó encima, fue su fin. Las activó de inmediato, y los largos sables salieron cual si fueran las garras de un depredador hambriento. Lo cortó en cientos de pedacitos, causando que su repetidor pesado hiciera impacto contra el suelo a la vez que sus tuercas y circuitos expuestos se resfregaban contra el aceite fresco.
Hermes tomó un par de segundos para descansar, paneando el área con la mirada. Desde donde estaba ubicado, era posible observar vestigios de los pisos superiores, todos conectados por medio de escaleras. Algunas siluetas se movían, pero ninguna atacaba. O estaban siendo estratégicos, o ya solamente quedaba vivo el personal más pacífico de la mansión. Civiles, gente del aseo, trabajadores en general. Era la posibilidad más grande, casi toda su defensa se había concentrado afuera, dejando muy pocos soldados en el interior.
El robot de metal ennegrecido hizo sonar sus pasos alegres en dirección a la gran mancha negra, donde antes estaba ubicada su compañera. Allí, en el piso, observó un enorme agujero envuelto en restos de madera artificial y quemazones azules. Abajo, en el primer piso, Arisa se levantaba. Había logrado romper el suelo a tiempo con sus dos gordos puñetazos, salvándose en el proceso.
—Oye, Risa. ¿Alguna vez te he contado el problema de los 3 interruptores?
—¿Quedan más con vida?
—¡Creo que sólo civiles! Tanto pánico, Risita... ¡Tanta destrucción! Han de estar muy asustados; petrificados, incluso. ¡Pobres criaturas inocentes!
—Mátalos a todos. Ya subo.
Hermes se inclinó el sombrero en señal de aceptación y metió la mano dentro de su abrigo. De allí, sacó un repetidor de ozono semiautomático con forma peculiar, parecido a una ametralladora thompson. Se dió media vuelta y comenzó a dar saltitos por la zona, requisándola con la mirada.
Mujeres del aseo, mayordomos y cocineros. Estaban ocultos en las distintas habitaciones de la casa, esperando a que el caos terminara. Sin embargo, aquel par de androides voraces ya se habían encargado de todos los enemigos que protegían el hogar. Ya no quedaba nadie que evitara lo que estaba por ocurrir.
Desde sus posiciones, ocultos, podían ver la la silueta de HH-Res, el coyote. Generaba una sensación escalofriante. Bailaba y saltaba, incluso tarareaba el ritmo de alguna que otra canción, mientras iba de puerta en puerta, pateando y tirando. El primer disparo sonó, y luego le siguió otro, y otro, y otro más. Uno a uno, todos los civiles iban cayendo, con sus cráneos metálicos llenos de agujeros y su aceite saltando en el aire, manchando las paredes.
El proceso se repitió, habitación tras habitación. Primero en los dormitorios, luego en las oficinas, y en todo lo demás. Terminado ese piso, continuó al siguiente, y luego al que venía después. Mientras subía las escaleras, daba saltos alegres, al mismo tiempo que destrozaba a tiros a cualquier androide que se le pusiera al frente. Era rápido, mordaz, ágil.
Algunos intentaban huir, otros pelear de vuelta, pero era imposible. Mientras él limpiaba los pisos, Arisa subía con cierta calma; sabía que esta parte del trabajo era sencilla. El masculino finalizó con una última visita, a uno de tantos baños, donde se hallaba acurrucada una de las señoritas que se encargaba de la limpieza del hogar.
—¡Por favor! —exclamó, frenética, rogándole con ambas manos —. Por favor, no me gusta ir a la colina, es terrorífico, me da mucho miedo. Déjeme ir, yo no--
Su cabeza estalló casi de inmediato, su cuerpo cayó de espaldas contra la bañera y su aceite manchó el espejo. El circular rostro de Hermes miró, falto de emoción, hacia abajo. Sus faros brillaban fríos ante la oscuridad del pequeño salón.
Salió de ahí, guardándose el arma una vez más, mientras Arisa aparecía en escena.
—¡Risita! —Elevó ambos brazos, como dispuesto a dar y recibir un abrazo.
—No habrás matado a nuestro objetivo mientras estabas de fiesta.
—¡Negativo! ¡No la vi entre la multitud! ¿Estará oculta? Risa, ¿crees que deba ir a hacerle un hidratador con sabor a té? Seguro está nerviosa. ¡Yo en su lugar lo estaría muchísimo!
—Baja a buscar los explosivos. Yo me encargo del resto.
—¡Oki doki!
Como una caricatura, Hermes empezó a correr cómicamente por toda el área, dando largas zancadas con sus pies, hasta bajar al primer piso. De allí, salió disparado en dirección a su aeromóvil. Arisa, por su parte, se quedó en silencio. Miró hacia arriba, a los lados, a las paredes. En algún lado, debía existir un pasadizo, si no es que varios. Algo que le permitiera a su objetivo, la mujer de la casa, esconderse.
Escapar, como tal, sería un proceso más complejo. El dúo se había encargado, muy poco tiempo atrás, de destrozar todos los aeromóviles que rodeaban la mansión, dejándola totalmente aislada en aquel montaña de metal sobre la que se encontraba. Ese era uno de tantos impedimentos de vivir en Osoris. La mayoría de edificaciones eran tan alargadas que movilizarse por la ciudad sin la capacidad de volar era una tarea casi imposible.
Siendo la cazadora nata que era, Arisa mantuvo el silencio y avivó la concentración. Sus visores eran afilados, el rosa de su brillo se mantenía quieto y pensativo. Adentró la mano en su abrigo y buscó un escáner portátil, un aparato capaz de ver a través de ciertas estructuras. Osoris se enorgullecía de ser una ciudad donde los materiales de construcción, a pesar de ser casi todos fabricados falsamente, variaban por montones.
Por eso, los rayos X o dispositivos que permitían ver a través de las paredes, podían funcionar en algunas, pero en otras no. Sin embargo, eso no era un impedimento para las habilidades deductivas de la mujer. El aparato en cuestión tenía la forma de unos binoculares retraíbles, capaces de cambiar su longitud dependiendo de los visores del robot. Para Arisa, se encogieron un poco, dejándola ver a través de ellos.
El avanzado escáner hallaba todo lo que podía encontrarse, desde olores hasta fluídos, rastros en el suelo, polvo en el aire. Veía a través de la madera artificial de la edificación, pero no a través de algunos objetos o cadáveres. Entre tanto buscar, la tiburona halló un pedazo de muro por el que no era posible observar, un piso más arriba de donde estaba.
«Bingo».
Pensó, para si misma, antes de guardarse el aparato y sacar su armamento. La presa debía estar al alcance. Y no muy lejos.
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Los distritos de Osoris variaban tanto como lo hacía su gente. Todos eran distintos y similares al mismo tiempo. Algunos destacaban mientras que otros se mantenían como regiones simples; con su respectiva historia, claro, pero simples al fin y al cabo. Rodeando el central, que estaba ubicado en el núcleo más puro de la metrópoli, se hallaban otros 4 distritos. Alfa, beta, delta y omega, respectivamente. Todos con especialidades distintas.
El distrito alfa, donde se daba a cabo una reunión de importancia, se caracterizaba por su arte culinaria. Su comida sintética de la más alta calidad y más exquisitos sabores, sus sis-drogas más limpias y sus hidratadores mejor saborizados. Los restaurantes variaban en tamaño y calidad, pero la mayoría sobrevivían en grandes edificios negros de ventanales celestes, iguales a los que pertenecía la mayoría de la ciudad.
Uno en concreto, sin embargo, era conocido por ser de las experiencias más premium de Osoris. Su estructura tenía una forma redonda y plana, con un gigantesco ventanal amarillo en forma de cinturón que la rodeaba al completo. Se decía que allí sólo iban a comer los androides más capaces de la metrópoli. Celebridades, magnates y líderes de organizaciones. Fueran éticas o no.
"El círculo de Adán". Así se le llamaba.
Osoris tenía una taza de criminalidad extraña. Nadie la conocía con seguridad, porque nadie comprendía del todo el concepto de crimen. Era común que soularids se robaran entre si, o se mataran entre si, ya fuera por diversión o todo lo contrario. Al final del día, tenían todo el derecho del mundo. En Osoris no había reglas. En Osoris podías hacer todo lo que quisieras hacer. Las compañías de limpieza pública, que pretendían cuidar los intereses de la mayoría del público, no eran organismos policiales, sino mercenarios.
Aquello lo tenían especialmente en cuenta los dos autómatas que ahora mismo se sentaban uno frente al otro, en un rincón aislado del famoso restaurante. El círculo de Adán tenía todo tipo de habitaciones exclusivas, que en muchas ocasiones se empleaban para reuniones como la que se estaba dando a cabo.
A la izquierda de la mesa ovalada, tallada en un elegante marmol falso creado artificialmente con impresoras de material de la más alta calidad, se sentaba VV-Oti, secundado "Vito". Un soularid de metal grisáceo y cabeza cuadrada, levemente inclinada hacia adelante, como la punta de un automóvil. Estaba encorvado y oxidado, sus visores naranjas miraban con atención a quien se hallaba frente a él.
Del otro lado, descansaba un autómata alto. Increíblemente alto. Tanto, que daba la sensación de estar hablando con un árbol. Su torso en forma de V era decorado por un abrigo negro, elegante, de traje de gala, que en el área del cogote resguardaba un corbatín carmesí. Su cuello largo, aunque no tan extenso como sus finas extremidades, conectaba con una cabeza ovalada de tétrica apariencia.
—La comida estuvo deliciosa, RR-X —emitió Vito, con una voz vieja y carrasposa —. Sin embargo, nos pasamos toda la oleada degustando. Aún no me has dicho exactamente por qué convocaste esta reunión.
El esquelético robot tenía dos pequeños visores rojos en su lúgubre rostro, cuyos píxeles mordaces brillaban con tal fuerza que casi parecían cuchillos, clavándose en el alma de cualquiera que tuviera la indecencia de atreverse a mirarlos fijamente. Se tomó su tiempo en responder. No era todos los días que el líder de Gorcorp, la mayor organización de limpieza pública de la ciudad, se reuniera con el cabeza de la mafia VV-Oti, una de las más veteranas en su ámbito.
Se observaban, el uno al otro. La ambientación de la sala en la que se hallaban era de lo más curiosa. Detrás de ambos sujetos se encontraba a cada lado una serie de guardaespaldas cuidando a sus respectivos jefes. El dantesco ventanal a su costado permitía ver el panorama de Osoris, a través de un filtro automático de última generación que mostraba una versión falsa de la ciudad. Una donde era de día.
El día falseado iluminaba el interior de la habitación, decorada con pequeñas palmas rosas parecidas a las de las afueras, que le daban aquel característico toque tropical del que la ciudad tanto se enorgullecía. Sin embargo, nada de eso era lo que más destacaba del círculo de Adán. Lo que lo hacía, eran sus impresionantes hologramas que tomaban distintas formas en el aire. Grandes ballenas de azul celeste que flotaban desde el techo hasta las paredes, anguilas rojas que les precedían, peces amarillos volando entre medio.
—Sí —respondió por fin, RR-X, con su característico tono sosegado —. Me temo que aún no he sido del todo sincero con usted, señor Vito. La verdad es que he estado haciendo tiempo.
—Vas a tener que explicarte, muchacho.
—La explicación es simple. Decidí volar su casa en pedacitos.
—¿Disculpa?
—Su casa principal, al menos —Bajó con suavidad su largo cuello, cuyos tambaleos lentos recordaban al baile de una serpiente, para ver mejor a su anciano acompañante —. El resto está a salvo... Por ahora.
El rostro frío de RR-X estaba conformado por una pantalla blindada de tono grisáceo, que acompañaba al resto de su negro metal. Sobre la mesa yacían dos grandes copas que en su interior cargaban líquidos semi-transparentes de un color anaranjado neón, vibrante, burbujeando con suavidad.
El alargado androide tomó su copa con la ayuda de sus finas garras, llevándosela al compartimiento de consumo de alimentos, ubicada en el área baja de su cara. Bebió un sorbo del hidratador, uno largo, antes de continuar hablando. Disfrutó de las vistas que el restaurante le ofrecía o, al menos, intentó hacerlo. La triste realidad es que no existían muchas cosas de las que RR-X disfrutara de verdad, por no decir que directamente no existía ninguna.
Una de las grandes ballenas hechas de puntitos celestes sobrevoló a ambos sujetos, lenta, dando volteretas, mientras VV-Oti apretaba el puño con notable desdén. Observó a quien ahora era su adversario y pronto sería su maestro, preparándose para llevar a cabo una poderosa demostración de enojo. Antes de que pudiera hablar, sin embargo, el fino sonar del vidrio de la copa golpeando la mesa hizo un eco leve.
—Antes de que pretenda perder mi tiempo espetando alguna suerte de berrinche —continuó, el líder de Gorcorp —, me veo obligado a reconocerle que actualmente estoy en posesión de su mujer, la señorita Ariana. Y no planeo soltarla pronto.
—Muchacho... No tienes la menor puta idea de lo que estás haciendo.
—Por eso no se preocupe. La tengo.
Inclinó la cabeza hacia adelante, ayudándose de su fino cuello, y se toqueteó la muñeca con una de sus largas protuberancias, para activar su holófono. No tardó en contactar con el binomio Ceiba, dos de sus mejores hombres en el campo. Arisa y Hermes. La tiburona y el coyote.
Colocó la llamada en modo público, implicando que todos en la habitación pudieran ver lo mismo que él. De su muñeca, brotaba un gran cubo holográfico que mostraba la imagen en 3D de ambos matones, ubicados en una de tantas habitaciones de la mansión VV-Oti. La holollamada creaba una pequeña simulación de la sala en la que se hallaban, en versión miniatura.
Arisa se paraba, tranquila, con ambas manos en la espalda, mirando a cámara. A su lado, tirada en el suelo, había una autómata femenina de vestido blanco y cabello cableado azul, que estaba amarrada por una glotocuerda. Aquellas cuerdas de color negruzco y aspecto gelatinoso que habían empleado unos pocos giros atrás para atrapar al androide AA-Ex. Hermes, por su parte, estaba distraído jugando un videojuego portátil.
—Aquí Arisa.
—¡Jefecito! ¡Esta mansión es súper duper genial! ¡Me encontré una consola portátil TITO retro crackeada con 179 juegos! ¿Está seguro que deberíamos volarla en pedacitos? ¿En cientos de miles de pedacitos? ¡Hay muchas cosas increíbles que quiero probar aquí!
Los visores de RR-X se mantuvieron quietos en su sitio durante un rato, antes de moverse muy lentamente en dirección al sorprendido autómata que se hallaba frente a él. Su brillo rojo era extrañamente inexpresivo, como estar viendo al seco abismo del infierno.
—¿Qué coño es esto? —dijo, Vito, envuelto en confusión e ira.
—Una negociación —respondió el depredador.
—Esto no se va a quedar así, RR-X. Lo sabes, ¿no? Te estás metiendo donde no puto debes.
—Por el contrario, señor Vito. Me estoy metiendo exactamente donde debo —Hizo una pausa, reacomodándose en el asiento, con la imagen del dúo de androides aún brotándole de la muñeca —. Dígame una cosa. Su mujer... ¿Por cuánto tiempo ha estado casada con usted?
—Me voy de aquí —exclamó el contrario, haciendo una seña con el cuerpo cual si estuviera por levantarse —. No será lo último que verás de--
—Arisa, remueve la caja de la señorita.
La habitación entró en un silencio infinito, denso, que habló mucho más de lo que cualquier palabra podría haberlo hecho. Los visores de Vito se agrandaron, mientras este quedaba sentado, tenso en su posición. Habían pocas, poquísimas cosas con las que realmente no se podía jugar en Osoris. Una de ellas, la más grande, eran las cajas.
—¿Qué coño acabas de--?
—Silencio. Te advertí que no estoy interesado en aguantar berrinches, Vito —entonaba con una seriedad absoluta, muteada por muy poco gracias a ese sutil desinterés que llevaban siempre sus palabras —. Si vas a actuar como un bebé-bot, voy a tener que tratarte como tal.
La figura robusta de Arisa se erguió, helada. Sus enormes hombreras temblaban con los movimientos de sus brazos. Del interior de su abrigo, salió el aparato que en anterioridad había utilizado como escudo. Al encenderlo, este tomó una forma distinta, como el de una cierra que brillaba en rosado puro. Bajo ella, los visores azulados de la hembra amarrada comenzaban a temblar.
—Espe-- espera —exclamó la autómata en el suelo, confundida, con una voz aterrorizada —. ¿Qué haces con eso? Oye... ¡Oye! ¿Qué estás--?
La gran mano de Arisa le agarró bruscamente del cuello. La damisela era una androide esbelta, pequeña, a comparación del mastodonte que la tiburona frente a ella representaba con su presencia. La elevó en el aire, sin el más mínimo esfuerzo, y de un sólo corte le rasgó el vestido. Allí, en su abdomen, se observaba su etherbox expuesta. Negra y brillante, con una muy leve mancha verduzca que recordaba el brillo interior de todas las cajas.
—¡Para! ¡No me toques! ¡Para! —Intentó zafarse, pero era imposible. Su delicado cuerpo no era nada en comparación a la bestia parda que le agarraba, y ya de por si estaba atrapada por una poderosa glotocuerda que le impedía el movimiento.
—Oye... —Del otro lado de la línea, Vito veía a su esposa en tan preocupante situación —. Esto es una puta broma, ¿no? Dile que pare. Hey.
RR-X mantuvo la vista pegada en su contrario. No dijo absolutamente nada. Sus ópticas, sin embargo, ya hablaban por él a una perfección redundante. Fue pronto cuando el androide más anciano empezó a temblar. No estaba a punto de hacer lo que él creía, ¿verdad? Era imposible. Nadie se atrevería. Nadie estaría tan loco.
—¡Por favor! —gritaba la mujer, horrorizada.
Los visores silenciosos de Arisa le miraron, con cierto gusto sadista brotando de sus píxeles. Sin decir nada, clavó el arma justo arriba del pecho de la hembra. Brusca. El grito fue desgarrador y el humo que le precedió era espeso. Frente a ellos, Hermes disfrutaba tranquilamente de su videojuego, sin tener el más mínimo interés en lo que estaba pasando.
—¡AYUDA! ¡AYÚDENME!
Desgarrador, como las cuerdas vocales de un ser humano rompiéndose por la fuerza de sus gritos. Del otro lado de la línea, el silencio era palpable. Vito no tenía boca, pero la habría abierto de par en par de ser así. Sus cuidadores temblaban sutilmente, y sería mentira decir que los propios guardaespaldas de RR-X no se veían incómodos ante la situación. El par de matones en la zona del delito, sin embargo, estaban tan calmados como podía ser posible.
El arma de Arisa empezó a moverse, con la precisión de un cirujano, del centro del pecho hasta la izquierda, y luego hasta abajo. La víctima se retorcía, golpeaba y gritaba, pero nada podía salvarla ahora. Alrededor de su etherbox, se dibujó un cuadrado de metal derretido y chispas humeantes, que prontamente hicieron posible separarla de su cuerpo. Mientras sucedía, su voz se cortaba, sus visores parpadeaban. Su cabeza hacía corto-circuito, dando tirones bruscos en varias direcciones.
Romper una caja no era un proceso fácil. De hecho, para la mayoría de soularids, era algo imposible. Estaban creadas con el material más raro de Osoris, uno que ninguna de las avanzadas armas de la ciudad podía penetrar, al menos no con facilidad. Se necesitaba de mucha potencia de ataque y de una cantidad ridícula de esfuerzo para lograr destruir sus caparazones. Por eso los chupa-almas eran tan raros, y por eso la mayoría de gente podía morir en toda clase de accidentes sin verse preocupados porque les ocurriera nada.
Sin embargo... Algo que era relativamente fácil de hacer, y que muy poca gente se atrevía a conseguir, era separar a la etherbox del cuerpo. Cuando esto ocurría, las cosas cambiaban para un mal temible. Uno que nadie quería tener que sufrir. La muerte era preferible, mucho más, y eso que a ningún soularid realmente le gustaba morir en lo absoluto. Pasar por la colina nunca era una experiencia agradable para nadie.
—Madre santa... —espetó Vito, atónito, presenciando lo que ocurría en la holopantalla frente a él.
Los visores de su esposa se mantuvieron prendidos. Su cuerpo, aunque con un feo agujero cuadriculado en el centro, se mantuvo funcional. Pero ella no estaba ahí. Ya no más. La autómata de faros rosas le retiró la cuerda de encima, con lentitud. Ella se levantó del suelo, poco después. Sus lentes se sentían planos, perpetuamente atrapados en un único estado. Miró a la derecha, luego a la izquierda, luego al frente. Entonces comenzó a caminar. Lo hacía sin rumbo o dirección, sin una idea exacta de a dónde iba. Se le veía nerviosa, a pesar de sus robóticos movimientos.
Parecía perdida en si misma. Confundida, aunque sin ser capaz de descifrar el por qué. No soltaba palabra, no decía nada. En la palma de su mano, Arisa cargaba la etherbox. Estaba caliente, rodeada de una serie de cables raquíticos que chorreaban aceite, y pedazos de metal pegados en su superficie; casi se sentía como llevar un corazón latente entre los dedos.
La mujer analizaba su escenario, sin entenderlo del todo. Se chocaba con las paredes y luego giraba, buscando otro sitio al que ir. Agarraba objetos, pero los dejaba caer de inmediato. Intentaba decir cosas, pero de ella sólo brotaban pitidos ruines en código binario, que al traducirse no significaban nada. Tomó una silla de la habitación, y se sentó en ella. Miró a la pared. Miró, miró, y siguió mirando. Pero no hacía nada. Por alguna razón, parecía estar asustada. Perpetuamente asustada.
No entendía lo que sucedía, pero sí sabía que ahora mismo se encontraba ahí. Sus memorias seguían allí, su cuerpo, su capacidad de hacer acciones básicas. Pero ella no. Ariana no existía. Era un cascarón de metal, un ente sin emoción ni personalidad, atrapado dentro de una mente incapaz de pensar. Era un juguete de tamaño humanoide que por alguna razón ansiaba cobrar vida.
—Vito —Todo el tiempo, el autómata de los faros rojos nunca le había sacado la mirada de encima a su contrario, casi cual si se hubiera estado regocijando en su reacción durante el temible proceso —. Como bien sabrás, si decido matarla ahora mismo, alejando lo suficiente su caja de su cuerpo... Cuando resucite, lo hará exactamente en el mismo estado en el que se encuentra ahora.
—No te puto atreve--
—Sí, Vito. Sí me atrevería. De hecho, estoy por hacerlo —Volteó la mirada, por fin, en dirección a la holopantalla —. Arisa, sal de la habitación y dile a Hermes que le meta un tiro en la cabe--
—¡Basta! ¡Para de una puta vez!
—¿Disculpa?
—Dije que pares de una puta vez. Ya entendí. ¿Vale? No le hagas nada más. Por favor.
Androides sin caja. Eso es algo que no se veía desde hacía ciclos. Tantos ciclos que nadie dentro de esa sala sería capaz de siquiera recordar cuándo fue la última vez. Ver a tu ser más querido, transformado en un caparazón lobotomizado, sin pensamientos, sin emociones. Dolía más que cualquier tortura física.
Si le devolvían a su mujer en ese estado, Vito no tendría ni idea de qué hacer con ella. A dónde llevarla. Cómo resolverlo. Para empezar, ni siquiera sabía si sería capaz de encontrarla después de resucitada. En el estado en el que se hallaba, acabaría perdiéndose inmediatamente después de regresar a la vida.
—Muy bien. En ese caso, estoy bastante seguro de que te hice una pregunta. Tu mujer, ¿cuánto llevan juntos?
—Unos 600 ciclos.
—¿Y tú tienes?
—2500.
—Uno de los soularids más antiguos de la ciudad. ¿No es curioso, Vito? ¿Que existan tan pocos como tú? Cuando se supone que deberíamos poder vivir por todo el tiempo que queramos hacerlo.
—Sí. Es muy curioso.
VV-Oti entonaba sus palabras con una combinación de rabia, impotencia y condescendencia. Sabía exactamente lo que RR-X le decía, en secreto, como una suerte de segunda extorsión, adicional al secuestro de su mujer. Si decidía simular algunas palabras de más, el vejestorio probablemente se metería en muchos problemas. Muy poca gente en la burbuja además de él sabía lo que RR-X parecía estar dando a entender con esas preguntas.
El autómata de visores rojos le hizo una seña a Arisa, antes de proceder a colgar la llamada. Luego, agarró su copa de hidratador burbujeante levemente alcoholizado, y tomó un largo sorbo de ella. Alrededor de ambos, los falsos animales marinos, hechos de brillantes hologramas punteados, seguían flotando con calma lentitud. RR-X volvió a colocar su bebida en su sitio.
—Vito, dentro de poco, le ordenaré a mis androides que dejen las instalaciones de tu hogar y se lleven con ellos a tu mujer. Después de eso, voy a hacerlo estallar.
—Hijo de puta, ¿de qué coño estás hablando? Te estoy diciendo que voy a colaborar contigo.
—Lo sé, Vito. Y aprecio tus ganas de ayudar. Pero te advertí desde el principio, que la decisión ya estaba tomada —La manera en la que hablaba, con aquel desconexión, con aquel total desinterés por los demás, ponía aún más nervioso al robot que le precedía —. No temas. Tienes más hogares, ¿no es así? No haré nada con esos.
—Desgraciado... ¿Qué clase de jodida decisión es esa?
—A la larga lo entenderás. Por ahora, recuerda que tengo en posesión la caja de tu mujer y eso, expresamente, es lo que vamos a utilizar para negociar.
Vito intentó relajarse en su silla, retomar el control de sus pensamientos. Falseó un suspiro, como para intentar calmarse. Luego mantuvo la mirada fija en quien ahora podía hacer esencialmente lo que se le diera la gana con él. RR-X chasqueó sus largos dedos, haciendo un sonido mecánico que llamó la atención de uno de sus hombres, detrás de él.
Este último se movió hacia ellos, y le entregó una fotografía digital. Aquellos aparatos tan útiles con forma de palitos metálicos, que guardaban imágenes de la más alta resolución en su interior. Apretó el respectivo botón para encender el aparato, y procedió a colocarlo en la mesa, deslizándolo en dirección al mafioso.
—Este símbolo. ¿Qué es?
En la foto, era visible una imagen que se le hacía familiar. Muy familiar. Se trataba de una captura de pantalla; más específicamente, una tomada de los archivos de vídeo del diario mental del soularid con secundado "Alex". Aunque, por supuesto, Vito no sabía nada de eso, sino de lo que más destacaba de ella. En dicha viñeta, se observaba por encima la fotografía que DD-Asol le había mostrado a AA-Ex hacía ya muchos giros atrás. Aquella con el símbolo de la cabeza de un ciervo rojo, de ojos amarillos y astas largas, en forma de ramas.
—Eso no lo sé. Parece un venado.
—Vito. ¿De verdad quieres hacer esto?
—Mira, te estoy diciendo la puta verdad, ¿vale? No sé exactamente quiénes son o qué significa el dibujo.
—Pero sabes que se trata de una organización.
—Sí. He trabajado con ellos un par de veces. Imagino que eso ya lo sabes, o no habrías venido a por mí. Pero nunca me han dicho su identidad.
—Sin embargo, sabes cómo contactarlos.
—Lo sé.
—En ese caso, Vito, tú y yo tenemos un trato. La vida de tu esposa, a cambio de organizar una reunión.
—Escúchame. Puedo intentarlo, pero dudo que sea posible. No quieren tener nada que ver con las organizaciones de limpieza pública.
—Nadie dijo que la reunión va a ser conmigo, Vito.
La familia VV-Oti. Una de las mafias veteranas de la ciudad. En la antigüedad, la cercana antigüedad, Gorcorp ya había tenido encontronazos con aquel extraño símbolo. El ciervo rojo. Nunca le tomaron especial importancia, pues las situaciones habían sido contadas, y se le había visto en el resultado de algún que otro acto de vandalismo, o batallas simples entre grupos criminales. Nunca fue nada lo suficientemente serio como para indagar a detalle.
Al menos, no hasta ahora, cuando descubrieron que El Caminante, el último chupa-almas en pie, estaba investigando a quien quiera que estuviera detrás de esos incidentes. Y ahora, de repente, investigar aquel misterioso animal enrojecido se había vuelto la prioridad. Los VV-Oti eran uno de los grupos que se habían visto envueltos en un par de dichos encuentros, y también eran el objetivo más sencillo a perseguir. Estaban obsoletos, confiados gracias a su estatus legendario, faltos de armamento y personal. Sacarles información no tomaría especial esfuerzo, y acababan de demostrarlo con esta reunión.
El robo-anciano miró a su contrincante. Su falta de felicidad era palpable. Aceptó los términos, y concretaron una fecha cercana en la que volverían a hablar para finalizar los detalles. RR-X no deseaba perder el tiempo. La situación en si misma ya le aburría lo suficiente como para tener que aguantarla de más. Se levantó de su silla, sin haberse terminado el hidratador, y se alejó de allí.
DD-Asol. El Caminante. Un viejo conocido, y ahora un enemigo jurado de la ciudad de Osoris. Algo en su cuerpo hormigueaba cuando pensaba en ello. En la forma en la que lo atraparía. Aunque no estaba seguro si se trataba de eso, o de las ansias que sentía por regresar a su oficina. Por envolverse en aquel acto malsano que últimamente le obsesionaba. Lo único que, por alguna razón, parecía captar su interés de verdad.
El ojo.
Todo su cuerpo le pedía regresar con el ojo.
La picazón no paraba.
Mientras se movilizaba a su aeromóvil, activó el holófono. Del otro lado de la línea, Arisa y Hermes conducían su camioneta voladora, en el asiento trasero yacía sentado el caparazón vacío de lo que antes solía ser la esposa de Vito. A medida que RR-X se acomodaba en su propia silla, les habló.
—Ya pueden hacerlo.
Ambos asintieron. Arisa, con el detonador en mano. Hermes, con su jueguito. El botón fue apretado.
Detrás de ellos, la gran mansión VV-Oti comenzaba a temblar. En los primeros 3 pisos, en las columnas y el resto de la estructura, habían sido introducidas una serie de explosivos especializados para derrumbar edificios del titanio más puro. La madera artificial, a pesar de verse como madera, no lo era en lo absoluto. Por tanto, no se trataba de algo inflamable, a diferencia del material real. Esto implicaba tener que usar artefactos de demolición potente para poder culminar bien el trabajo.
Aquella noche, todo el distrito delfín oyó un estruendo digno de la tormenta más intensa. La onda expansiva hizo que las palmeras rosas de la región se vieran agitadas, movidas por un viento ruin. A través de la falsa montaña, los restos de la mansión caían cual si fueran una avalancha. Una lluvia de muebles, metal y madera. Rebotaban los unos contra los otros, dirigiéndose entre si al vacío infinito del desconocido suelo. Y con tal destrucción, con tal repentina pérdida, la leyenda había sido manchada. Quizás irreparablemente.
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