La Colina, Acto I

El espacio estaba vacío. Vacío, vacío, vacío. Las estrellas distantes, todas de colores múltiples, lograban, con suerte, iluminar la negrura eterna de su noche sin fin. Allí, volando a velocidad inexplicable, ascendía una luna púrpura. Era enorme y desolada, desértica, o así parecía en primera instancia. A su alrededor, esos puntos brillantes que surcaban la galaxia explotaban en matices polimorfos.

Douglas despertó adentro de una carpa de campamento carmesí, ubicada a mitad del terreno arisco del satélite. Se arrastró hacia afuera. Algo en su cuerpo se sentía extraño, fuera de lugar. Cuando se miró las manos, cuando se miró los pies, lo notó: era alquitrán. Puro alquitrán. Una sombra eterna que intentaba tomar forma con dificultad, pero nunca lo lograba del todo.

Miró a la nada. El cielo estrellado era hermoso y terrorífico al mismo tiempo. Las estrellas, las miles de millones de estrellas, no eran blancas. Eran verdes, amarillas, rojas y azules. Naranjas, rosas, doradas y púrpuras. Pero ninguna blanca. Se veían como esferas enanas que parpadeaban sobre él.

Cuando observó al frente, se halló en un camino de tierra morada donde descansaban decenas de toldos igual que aquel del que acababa de salir. Empezó a caminar, lento. No había ningún sitio al que subir. ¿Por qué no había ningún sitio al que subir?

Cada vez que iba a la colina, aquel plano por el que todo soularid debía pasar una vez muerto, siempre encontraba una estructura que debía escalar. Era la regla. Al menos, lo que había ocurrido todas las veces anteriores a esta.

Siempre aparecía en un sitio distinto, pero siempre debía escalarlo. Por eso se le llamaba "La Colina". Al menos, eso es lo que decían las malas y las buenas lenguas en Osoris. Es como lo habían llamado sus ancestros, y los ancestros de sus ancestros. La colina. El paseo entre la vida y la muerte. Entraba aquí a la fuerza una vez más. Todo por culpa de aquel androide bocón que había decidido meterle un tiro en la cabeza. ¿Por qué lo había hecho?

—Agua...

Agua, se dijo a si mismo. No entendía por qué, pero quería agua. Era como un acto reflejo, algo que salía por si solo. Toda la situación se le hacía similar, pero no entendía por qué. Se movilizó por el camino de tiendas de campaña. Todas paradas unas frente a las otras, pero solitarias aún con esas. No eran muy grandes y tampoco muy pequeñas. Al no ver un camino explícito que seguir, simplemente se movió. Se movió sin descanso, hacia adelante.

—DD-Asol...

—No.

—Oh, DD-Asol. ¡Oh, DD-Asol! ¡Aquí otra vez tan pronto, DD-Asol!

Allí estaba. Era esa voz. Esa molesta voz. Se parecía a él, pero diferente. Una versión distorsionada y desagradable de su propio tono. Mucho más tosca, enfermiza. Carcajeaba, grotesca, como si tuviera una flema atrapada en su garganta a la vez que dejaba salir aquellas risas perturbantes. Se burlaba de él en su cara. Se reía. Lo trataba como a un estúpido. Un maldito estúpido. Un pobre, pobre estúpido.

—¡Estúpido, estúpido, estúpido! ¡Tan estúpido, eres tan estúpido!

—Déjame en paz.

—¿No habías dicho que no volveríamos a vernos, DD-Asol?

—Déjame en paz, hijo de puta.

—No sabes lo mucho que te adoro, DD-Asol. Por eso es bueno que estés aquí. Conmigo. Siempre conmigo. Siempre regresas. No importa lo que digas, siempre lo haces.

Había un sadismo degenerado en su voz. Un disfrute puro de la temible situación. Douglas intentó ignorarle, pero el eco de sus palabras le taladraba en el interior de la cabeza, como si se le metiera al cerebro, como si le hablara desde adentro. Desde lo más profundo, hasta lo más superficial. Y eso que ni siquiera tenía un cerebro. Era un robot, después de todo.

Se intentó agarrar la cabeza, rabioso y fastidiado, pero era imposible. Todo su cuerpo era brea negra. Simplemente se juntaba con él mismo, como metiendo agua a un balde ya repleto de ella.

—Respóndeme, DD-Asol. Respóndeme... ¡Respóndeme, DD-Asol!

—Tengo que salir de aquí.

—¿Lo sabes, DD-Asol? ¿Sabes a lo que le tienes miedo? —Hizo una pausa, dejando que un eco leve se dejara escuchar —. ¿Sabes lo que te aterroriza? Como a un corderito que tiembla y tiembla. Se le cae una pata, y luego otra, y luego otra, y luego otra.

—Estás loco.

—Te extrañé tanto... Ven conmigo. ¿Qué estás buscando? Ven. Ven, DD-Asol. Aléjate de allí, mejor ven conmigo.

Siguió moviéndose. Mirando, buscando. El escenario arisco estaba lleno de refugios de tela, cientos y cientos de ellos, todos del mismo color. En el cielo, una luz tenue brillaba, como acercándose cada vez más, con cada paso que daba. Detrás de él, charcos de alquitrán quedaban pegados al terreno, chorreaban de su cuerpo deforme y creaban un camino negro que le perseguía.

Muerte. Pensaba en la muerte. ¿Por qué pensaba en la muerte? No tenía tiempo para ello. Era una sensación enfermiza en su espaldar, un escalofrío gris. Sentía ojos que le miraban sobre la nuca y escuchaba susurros malditos explotando en sus neuronas. Al mirar al cielo una vez más, lo notó: un enorme cubo celeste que volaba en el espacio. Estaba ubicado a mitad de las estrellas, de esos puntos coloridos que lo recorrían todo.

Desde su posición, su alejada posición, la caja casi se veía como un objetivo imposible. Tan cerca, pero inalcanzable.

—¡Uh! ¡Ah! ¿Cómo subir? ¿Cómo subir, DD-Asol, cuando está tan lejos? Tan, tan, tan, tan lejos. ¿Puedes sentir los gusanos retorciéndose entre tus venas? —Dejó pasar unos segundos de silencio. Apenas se calló, el samurái sintió un burbujeo recorriéndole los brazos, que duró muy poco tiempo antes de desaparecer —. Emocionante.

Pero él no hizo caso. No quería hacer caso. Quería hacer todo menos eso. Como un niño pequeño al que sus padres le prohíben tocar la sartén caliente. DD-Asol se movió en dirección a la primera tienda, a la que tenía más cerca, y la abrió, adentrándose en ella. Sus interiores brillaban en un rojo suave, producto de la tela que hacía parte de su techo y paredes.

Adentro, había una cúpula de vidrio que estaba pegada al suelo. Tierra pura y escabrosa, morada. No podía observar bien lo que existía en su interior, pero parecían haber una serie de siluetas que se movían de un lado a otro. Sombras retorcidas de entes que aún no lograba comprender.

—¿Sabes a quién amas, DD-Asol?

Sintió un abrazo cálido en su espalda, que pronto se volvió frío. Como si los brazos que le rodearan perdieran toda la carne y se convirtieran en huesos raquíticos, duros. Que le atrapaban entre sus fauces. Que se sentían como caricias heladas y puntiagudas. Se sacudió a si mismo, pero no pasó nada. Su cuerpo de alquitrán tiró gotas negras por todo el interior del campamento.

—¿Sabes a quién odias?

—A ti.

—¡Heh! ¡Jejeje! ¿A mí? ¿A mí, DD-Asol? —Casi parecía emocionado, sus risillas pretendían sonar inocentes, pero su voz era áspera y gutural—. Oye, DD-Asol. ¿Te arrepientes?

No respondió. Se acercó a la cúpula que descansaba frente a él, para echarle un mejor vistazo. Debía haber algo que le permitiera subir. Algo que le permitiera regresar con la caja. Una vez estuviera con su etherbox, estaría a salvo. Su etherbox no le haría daño. Nunca le haría daño. No sería capaz.

—¿Cuántos cadáveres dejaste atrás, DD-Asol? ¿Cuántos más te faltan? ¿Te gusta estar aquí, DD-Asol? ¿Lo disfrutas? ¿Quisieras matar más? ¿Quisieras matar a quienes amas, DD-Asol? ¿Verlos sufrir? ¿Te gustaría que te vieran sufrir? ¿Te gustaría que te destruyeran? DD-Asol... Ser destruído. Lo adorarías tanto, que sería preocupante.

Cada vez que la voz hablaba, podía sentir un cosquilleo doloroso en sus tímpanos inexistentes. Un burbujeo en su grumosa espalda. De vez en cuando, sentía roces en el rostro, como si una serie de manos salieran del aire y comenzaran a tocarlo. Sin embargo, nadie estaba ahí.

Cuando finalmente logró observar la cúpula a totalidad, notó lo que allí se encontraba. Una protuberancia larga golpeó el cristal desde su interior, era peluda y negruzca, con la forma de un fideo endurecido. Tras ella siguió otra, y luego otra, y otra más. El animal se mostró poco a poco, su silueta desagradable era decorada por decenas de miles de pequeños pelos.

Una araña gigante, con ojos carmesí, cuyo abdomen redondo se retorcía contra si mismo, como si estuviera en dolor. Golpeaba el cristal, una vez tras otra, intentando salir. Se le veía desesperada, casi hambrienta. Sus esferas brillaban y las puntas grotescas de sus patas se resfregaban contra el vidrio, permitiendo observar a todo lujo de detalle su vellosa textura.

Aborrecido, DD-Asol se alejó, gateando hacia atrás, preparándose para apartarse del refugio, antes de que escuchara un sonido preocupante. El agrietar de un lente. Frente a él, la minúscula línea negruzca que empezaba a dibujarse en la transparente textura del aparato, daba a entender lo que más se temía en ese momento.

—El tiempo corre, DD-Asol. El tiempo se acaba. ¿Crees que te quede mucho? ¿Lo piensas? —Cuando la voz hablaba, en ocasiones, podía escuchar su saliva haciendo choque contra su inexistente lengua —. ¿Por qué no respondes, DD-Asol? Sólo quiero conversar, DD-Asol.

Se dio un giro brusco, salió huyendo del toldo lo más rápido que pudo. Para cuando lo notó, el sonar de varios cristales rompiéndose comenzó a venir de todos y cada uno de ellos. Lo rodeaban, de izquierda a derecha y de adelante hacia atrás, huir sería imposible. Y aún con esas, debía intentarlo.

Corrió lo más rápido que pudo. Mientras lo hacía, la voz sonaba como un susurro en el viento que lo golpeaba de frente. Sus suaves pies se pegaban al suelo y emitían cacofonías viscosas. Mientras corría, notaba un cambio bizarro en el ambiente. El viento iba más rápido y las estrellas a su alrededor temblaban, era como si la luna se estuviera moviendo al mismo tiempo que él lo hacía. Como si, entre más rápido corriera él, más rápido flotara ella.

—¿Qué crees que hará su esposa cuando se entere, DD-Asol?

—Cállate ya. ¡Cállate ya! ¡Cállate ya, hijo de puta!

—Su pobre y dulce esposa... Sólo puedo imaginarla. "¡Mi marido, mi pobre marido! ¡Mi pobre y degenerado marido, el muy cerdo fracasado, que era incapaz de cuidarse por si solo!" Oh, Alexito de mi vida. ¿Qué vamos a hacer con su trágico final? Oye, DD-Asol.

—Déja-- déjame. Déjame en puto paz. Por favor, ya basta. Ya no más.

El sonido de mil canicas golpeando acero se hizo presente desde su espalda. En el escenario, miles de arañas furiosas corrían a toda velocidad. Eran gigantescas, nauseabundas y voraces. A sus costados, estallaban más cápsulas, de las carpas carmesí emergían más artrópodos. Todos le seguían a él. Todos y cada uno.

—Oye... Oye, DD-Asol... Ver la ráfaga de balas, destrozando su cabeza. Rompiéndola en miles de pequeños pedacitos —Mientras huía, lo escuchaba, lo escuchaba muy bien, metido en su interior, haciendo vibrar sus tímpanos —. Observar sus últimos momentos. Verlo morir, en vergüenza. Dime una cosa, DD-Asol.

—No... No.

No, no, no, no. Ya no más. Por favor. Basta.

La tormenta de arañas se acumulaba. El autómata podía sentir sus pequeñas y puntiagudas patas acariciándole los tobillos. Todas seguían el rastro de alquitrán que dejaba detrás suyo con cada golpe.

Basta. Por favor...

—¿Lo disfrutaste, DD-Asol? ¿Sabiendo que lo hiciste otra vez? ¿Que mataste a alguien que te quería? ¿Cómo se sintió, DD-Asol? Apuesto a que fue exquisito. Apuesto a que nunca te habías sentido mejor en tu miserable, pequeña, penosa, triste, efímera, minúscula y patética vida. Apuesto a que querías hacerlo otra vez. Una y otra y otra y otra vez. Saborear el sentimiento. Saborear su muerte. Saborear el dolor de sus seres queridos. ¿Te gustó, DD-Asol? ¿Quieres hacerlo otra vez, DD-Asol? DD-Asol... ¿Quién será el siguiente, DD-Asol?

—¡BASTA!

Paró en seco. Cuando lo hizo, la luna lo hizo también.

Sin previo aviso, todas y cada una de las arañas salieron expulsadas hacia el aire. Y él les siguió el paso. Detrás suyo podía observar al satélite púrpura alejándose cada vez más, flotando en dirección a la nada, dejándolo solo. Total y completamente solo, a la deriva en la negrura del espacio exterior.

Quería sollozar, pero no tenía ojos.

La sensación de dejarlo todo detrás era reconfortante y aterradora al mismo tiempo. Los animales, oscurecidos, surcaron las estrellas durante muy poco tiempo antes de desaparecer. Y, entonces, lo sintió. En su espalda, en el costado de sus brazos, en las piernas. Había chocado contra algo suave.

Las estrellas. Todas esas coloridas estrellas, que se veían como puntos suspendidos, le recibieron en el cielo. Eran como un gran colchón formado por círculos flotantes. Se giró a si mismo, e intentó agarrar una. Notó que podía hacerlo. Que eran como escalones, minúsculos escalones de los que se podía agarrar.

Su cuerpo temblaba. Cerca, resplandeciendo en un azul claro, estaba ella. La caja. La etherbox. Se ubicaba en mitad del espacio, rodeada por esas diminutas esferas de colores que brillaban junto a ella. Su tamaño era dantesco. Una a una, Douglas comenzó a tomar las estrellas que había a su alrededor, a usarlas para escalar. Se movía entre ellas, en dirección al cubo, con una velocidad impresionante.

—¿DD-Asol?

Un escalofrío recorrió su espalda, pero él no paró de moverse.

—DD-Asol... Por favor, lo siento. No te vayas. Perdóname. No me dejes. Por favor, no me dejes. Perdón, DD-Asol, regresa conmigo. Por favor. ¡Por favor, por favor, por favor!

—Me das asco.

El rogar de la voz se convirtió en un murmullo muteado. El camino de Douglas siguió, firme. Tan firme, que no tardó en hallarse con su destino. Frente a él, el brillo de la caja le golpeaba los visores. Paseó una de sus manos sobre ella, sobre su pared, para acariciarla.

—❒❑❒❒s ❒❑❒❑❒❒❑❒ —emitió, él. La caja. El etherbox.

—Sí. Un poco.

La caja sonaba extraña. Cansada. De él, brotaba un calor tenue, relajado, que tranquilizaba al samurái. El temblor que tenía antes, poco a poco empezaba a desaparecer.

—❒❒ n❑ ❑❒❑❒❑❑ ❒❑❒ t❒❑❒❒ ❑❑❒. ❒❒ ❒❑e❑❒❑.

—Lo sé.

—❒❑ ❑❒❑, D❑❑❒❒❑❒.

—Yo igual.

El cubo se abrió. Las estrellas alrededor de él comenzaron a alejarse, lentas. En su centro, en el vacío, yacía un orbe azulado que le saludaba. Mientras Douglas flotaba en su dirección, veía cómo este se transformaba lentamente en otra versión de si mismo. En otro Douglas, celeste y lúcido. Abrió ambos brazos, para unirse con él. Era su amigo. Su único amigo.

Cuando lo abrazó, cerró los ojos. Se vio a si mismo volando a través de un millón de galaxias, cayendo en un pozo blanco que le devolvía hacia afuera, a un escenario distinto. Durante tiempo breve, se sintió en paz.

En su viaje, Douglas encontró memorias y pensamientos de sus tiempos mozos. De amigos y enemigos, del amor y lo que vino después. Vio una vida con fecha de expiración. Y luego vio más, mucho más. Se encontró en los zapatos de alguien inexistente. Observó recuerdos que no parecían suyos. Se halló a si mismo en un sitio extraño que no reconocía, pero que se le hacía preocupantemente familiar.

Luego, despertó.

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