El Vagabundo
• Diario. Giro 64, tercera oleada. Ciclo 5003.
Nunca pensé que la muerte se sentiría tan vacía. Tan carente de alma, de significado.
Supongo que en cierto modo es lo lógico. Lo inevitable, incluso. Jamás he sido un tipo que se caracterizara por mostrar, o siquiera tener, eso que los demás siempre llamaron "sentimientos". Jamás he sido un tipo capaz de pensar en otra cosa que no sea... Nada, realmente.
¿Es por eso que estoy aquí? Con mi caja rota, y ningún viaje restante. Aún tengo que alimentarla constantemente, preguntándome con cada toque si sigue valiendo la pena. Si alguna vez lo hizo.
Este vacío. ¿Vale la pena?
¿Es así como se siente él? El sujeto al que tengo que matar. El sujeto con el que alguna vez compartí hidratadores al por mayor, con quien hablé sobre el futuro, sobre los sueños y las esperanzas y toda esa mierda sin sentido con la que te mientes a ti mismo. Quizás es por eso por lo que soy el más indicado para acabar con él. O quizás no, quizás es todo lo contrario. Quizás somos la misma persona.
¿Qué harías tú en mi situación, Douglas? ¿Vendrías a matarme así como yo estoy yendo matarte a ti?
No es como si tuviera otra opción.
O como si la hubiera tenido.
¿Como si la hubiera? ¿En pasado?
No lo sé, no estoy muy seguro. Ahora mismo, no estoy muy seguro de nada. Mi torso duele y puedo ver la maquinaria rota de mi cuerpo chispeando cual si fuera una explosión de fuegos artificiales. A veces siento que me estoy volviendo loco sin siquiera haber preguntado por ello. El sentimiento aparece y se va, como un susurro desagradable que se retuerce en mi sistema de filtración de sonido.
Miro al androide que yace frente a mí y me pregunto seriamente qué carajo estoy haciendo. Ahora mismo hay una bomba en mi cabeza que estallará apenas incumpla mi cometido, y eso me hace cuestionarme si sería mejor idea morir por eso o por un tiro entre los visores. ¿Qué sería más digno? Para un don nadie. Para un fracasado.
—Alex...
Dice él, con una tonalidad entre confusa y envuelta en ira. Tiene bastante sentido. En su posición, yo tampoco estaría muy contento de verme.
—Hey, Douglas. Ha pasado tiempo.
Le respondo, o eso creo responder. Ahora mismo, todo se siente confuso. Quizás las palabras son iguales, quizás no. Quizás estoy aquí en este preciso momento, quizás estoy sentado en mi escritorio, escribiendo mis memorias en papel maché. A punto de derrumbarse.
Quizás llevo muerto toda la vida, engañándome a mí mismo, diciéndome que sigo sobreviviendo. Mi vista se nubla. Mis sensores se apagan. Siento un ardor en la nuca, como si mis circuitos estaran intentando expulsar algo desde lo más profundo de su ser. ¿Es esto lo que los humanos llaman acidez?
—Se puede saber... —Consigo notar el cañon de un repetidor semiautomático mirando en dirección a mi rostro, el brazo medio-funcional de Douglas tiembla mientras me apunta con él —. ¿Qué coño haces?
Esa es una buena pregunta. ¿Qué coño hago? Bajo la mirada y me observo las manos. La izquierda está rota, mis dedos están quebrados y envueltos en aceite. En la otra llevo un repetidor láser sencillo, modelo pistola, que se resbala de mis falanges tiradas contra el pavimento. La cabeza de mi contrario tiene un feo agujero en el costado derecho, tan grande que la mitad de su lente diestro está roto, con el visor totalmente apagado.
—Matarte, supongo.
Él no responde. Se prepara para accionar su arma, y yo cierro los ojos. Por alguna razón, no escucho ni un disparo.
• Diario. Giro 64, primera oleada. Ciclo 5003.
Henos aquí otra vez. La verdad es que no he sido especialmente consistente. Ya van dos ciclos de haber empezado este diario, y hasta ahora sólo van 64 entradas. Debería anotar mis pensamientos más seguido. Supongo que últimamente lo hago más a menudo. Eso es porque últimamente he tenido más cosas en las que pensar.
Yo pensando, ¿eh? Eso es algo nuevo.
Hace nada, un sujeto de lo más extraño me introdujo una bomba en el cerebro y me dijo que la hará estallar si no asesino a DD-Asol. "El Caminante". Su gente observa mis movimientos, sabe a dónde me dirijo, con quién hablo y con quién no. Quizás, estén viendo esto ahora mismo.
Lo dudo. No pueden leer mi mente, obvio, eso es imposible. Esto de ser capaz de grabar tus propios pensamientos en un diario virtual es de lo más útil. Aunque probablemente sea bastante gracioso una vez muera, y mi mujer encuentre todas las barbaridades que he dicho de ella con el pasar de los ciclos. Sheyla, si acabas encontrándote esto, juro que lo siento. No es mi culpa que seas tan jodidamente tocahuevos.
Te amo.
Cuando salí de allí, observé durante unos instantes el panorama maldito de esta ciudad. Sentí como si me mirara de regreso, como si supiera quién soy. Me conoce tanto como yo la conozco a ella. Llevo viviendo toda mi vida aquí, mis múltiples vidas. Todos lo hacemos. Es el destino, en cierto modo.
Y aún así, nunca me echó una mano. No antes, no ahora, cuando más necesito un poco de guianza. Sombrerito, sombrerito. ¿Dónde te ocultas? Lo primero que se me viene a la mente es el asilo. Allí es donde todos nos ocultamos siempre que estamos en problemas. Pero nunca supe dónde estaba su madriguera. Ni siquiera sé si vive allí, o en otro lugar.
Yo, personalmente, vivo en otro lugar. Esa es la razón por la que me atraparon tan fácilmente. Esa, y mi siempre incontrolable atracción al fracaso. Él y yo somos como dos novios enamorados. La verdad es que siempre he sido un perdedor. Incluso ahora, con una única vida restante. Si fuera más habilidoso, más rápido, más listo, más suertudo. Si fuera cualquiera de esas cosas, tal vez no estaría aquí. Tal vez estaría a salvo. Tan a salvo como lo está mi presa, al menos. Con un blanco en la espalda, pero libre.
Cuando miro a las palmeras gigantes de Osoris, a esas hojas rosas que chillan contra mis visores, me cuestiono todo lo que me ha traído a este momento. Todo lo que soy y lo que no soy. ¿Debería estar pensando tanto? Nunca he sido un tipo que haga eso.
Pensar. Ver a futuro o a pasado.
Incluso desde antes de que mi caja se rompiera, siempre ha sido así. Me quedo parado en una de tantas plataformas de aeromóviles en el edificio Gorcorp. Es tan alto que cuando miro hacia abajo no logro ver el suelo. No creo que nadie pueda. No aquí, al menos. No recuerdo una sola persona que me haya dicho que tocó el fondo del distrito central. Elevo el brazo, con las esperanzas de que alguno de esos simios vagos que hacen de taxistas en este vertedero decida trabajar.
La suerte me sonríe esta noche. Hace 3 giros me tiraron de cabeza a una trituradora humeante. Y hoy, los mismos dos maníacos me persiguieron durante una eternidad hasta atraparme en una glotocuerda. Por si fuera poco, ahora tengo que asesinar para sobrevivir. Asesinar de verdad, no lo que he estado haciendo hasta ahora.
Debe ser que la puta navidad llegó antes de tiempo y nadie se tomó la molestia de avisarme.
Mientras surcamos los cielos, el taxista me habla alguna fumada sobre lo mucho que ama a su gato, y cómo yo debería seguirlo en MetaLink para darle like a todas las fotos de su pinche gato. Me dice que es el mejor gato del mundo, que no existe otro gato igual en Osoris. Gato, gato, gato. Todo el viaje, no paro de oír la palabra "gato".
Yo le sonrío, incómodo, porque para algo tengo esta carita tan linda capaz de animar emociones. En otra instancia le habría dicho que agarraría al jodido animal de la cola y lo usaría como un disparador de meados contra su rostro, para hacerlo callar. Hoy, sin embargo, estoy demasiado cansado como para pensar en reventar cabezas.
Me reviso los bolsillos, asumo que pedirá comida para mascota como paga. Por suerte, los tipejos en Gorcorp fueron lo suficientemente amables como para devolverme mis pertenencias. Gracias, hijos de puta. Me dan la paliza de mi vida y luego me envían de vuelta a casa con una pistola, un paquete de maníes y un par de bolsitas con comida para animal artificial. La virgen María quedaría atónita ante tanta puta amabilidad.
—¡Llegamos! Distrito delta, ¡que vistas! No se comparan a las fotos que tengo de mi gato, eso sí.
—Ajá.
—¿Tú tienes gatos?
—No.
—Ah... Perros. Entiendo.
—No tengo perros.
—¿Pájaros?
—Mi destino queda un poco más al frente.
Lo voy a matar. Juro por Dios que lo voy a matar.
Para frente a mi casa, mientras lo hace empiezo a pensar en cómo carajo se supone que asesine a uno de los soularids más habilidosos de esta ciudad. La única razón por la que yo sobreviví por tanto tiempo es suerte, nada más y nada menos. Me rodeé de la gente adecuada por el suficiente tiempo antes de que todo se fuera inevitablemente al carajo. Las compañías de limpieza pública siempre vigilan, siempre miran, conocen todo.
—Paga, por favor.
—Tengo un par de bolsitas con--
—¿Bolsas? No, no. Bolsas no, mucho ruido. ¿Llevas un holófono, sí?
—... Sí.
—PelusitaCirquense1998.
—¿Qué?
—¡En MetaLink!
—Quieres que te pague siguiendo a tu... —Puto —. Gato, en MetaLink.
—El tiempo apremia.
No sé por qué quiero golpearlo. A veces me pregunto de dónde salen estos pensamientos repentinos. Agresivos. Su presencia me es molesta y su insistencia en cosas que no me interesan lo es aún más. Si no tuviera una araña espía infiltrada en mis sistemas de visión ahora mismo, probablemente tomaría a este sujeto de la cabeza y le aplastaría su gorda cara contra el volante en múltiples ocasiones.
En su lugar, activo mi holófono y sigo la cuenta del gato. Es un bio-aparato celeste con cachetes gordos. Bastante adorable. Su nariz es rosada y sus bigotes están construídos de tal forma que se ven firmes y afables. Sonrío al ver una foto tonta donde lleva un sombrero gracioso. El sujeto no tarda 2 minutos en pedirme que le de like a su publicación más reciente, así que eso hago. Luego me deja bajarme del coche.
Cuando entro a casa, me espera Sheyla. Ya no recuerdo cuándo fue que nos colamos en este viejo apartamento. El distrito delta está lleno de basureros como este, hogares viejos y abandonados donde gente como nosotros se mete a sobrevivir. Quizás, tal como dijo ese altote de aspecto extraño, sí que somos cucarachas.
No me molesta que vean mi "escondite", ya saben dónde vivo. Tampoco me molesta que vean a mi esposa. Ella no es una rota, no como yo, así que está perfectamente a salvo. Sus visores celestes casi parecen subir su iluminación apenas me ven entrar por la puerta. Corriendo, viene a darme un abrazo.
—¡Bebé! ¡Alex, bebesito! Mi amor, ¿estás bien? Estaba tan preocupada...
—Estoy... —Me sigue toqueteando la cara como una psicópata, dándome besos en la pantalla y en todo lo que pueda encontrar —. Estoy bi--
—¡Comida! ¿Te falta energía? ¿Quieres comer?
—Sheyla, esto--
—¿Quieres ver al niño?
—Sheyla...
Me va a volver loco. Siempre es lo mismo, es como una ametralladora, incapaz de darte un descanso. Pero no puedo permitirme decirle nada. Me ama, o algo así. Jamás le he gritado, jamás le he levantado la voz, no soy capaz de hacerlo.
La siento en la sala y le explico la situación. Ella no parece muy contenta al respecto, lo sé por su lenguaje corporal. No tiene animaciones faciales como yo, pero sí disfruta de una emoción bastante visible.
Cosas como estas siempre se me han hecho extrañas. Mentiría si dijera que recuerdo cuándo me ensamblaron por primera vez. Tengo 557 ciclos de edad, incontables muertes por accidentes y suicidios. Mi mujer me ha matado un par de veces, también, así como yo a ella. Con todo eso, siempre me he mantenido igual. Este rostro que tengo, ¿por qué lo tengo?
Yo no pedí nacer así.
Es irónico que yo, teniendo la baja gama de emociones que viene incluída en mi tarjeta, tenga un sistema de animaciones tan complejo en mi rostro. Mientras tanto, Sheyla, que es la mujer más emocional que he conocido, sólo puede utilizar su cuerpo y un par de faroles circulares para intentar demostrarlas.
Coloca su mano sobre la mía y siento una calidez rara. No dice nada. Por primera vez en mucho tiempo, no dice nada. Da incluso un poco de miedo, si me pongo a pensar en ello. No puedo recordar la última vez en la que Sheyla fue incapaz de decir algo. Me mira a los visores.
—Llevo la mitad de mi vida contigo. ¿Qué voy a hacer si mueres?
—Lo siento.
—Él... Él no tiene a nadie. Tú sí. ¿Crees que Douglas dejaría--?
—No lo llames por su secundado. Se siente mal.
—¿Mal?
—No importa.
Tengo que matarlo. Pensar en él como otra cosa que no sea DD-Asol, mi boleto de salida de una muerte segura, se siente mal. Ahora mismo, Douglas no existe.
—Y no... Él no va a dejar que lo mate, si es lo que ibas a preguntar.
En cierto modo, somos dos caras de la misma moneda. Y si hay algo en lo que nos parecemos, es que ambos somos increíblemente testarudos. La última vez que hablamos tenía una misión muy clara en mente, una que no va a detener por nada del mundo. Hay parte de mí que lo entiende. En otras circunstancias lo habría ayudado, por muy ridículo que suene. Pero esa también es la gran diferencia entre él y yo.
Douglas es un soñador. Alex es un realista.
Esa historia estúpida que le contaron, esa de que nuestras cajas se rompieron por culpa de alguien más, que no fue coincidencia. Puras conspiraciones. Es incapaz de aceptar que es un hijo de puta con muy mala suerte, igual que yo, igual que el resto del lote. Igual que todos los chupa-almas desgraciados que han venido antes de nosotros.
—Mira —digo, poniendo mi propia mano sobre la de Sheyla —. Va a salir bien, ¿de acuerdo? —Le estoy mintiendo —. ¿Dónde está el enano?
Es hora de ver a mi hijo. Con suerte, no será la última vez. Aún ni siquiera estoy seguro de cuál es el plan que debo cumplir, de a dónde debo ir, a quién interrogar. Clyde es el primer bastardo que se me viene a la cabeza. Si DD-Asol murió, va a resucitar sin ninguna de sus herramientas. Lo primero que un hombre hace cuando sus huevos están al aire, es vestirse.
Aunque ninguno de nosotros realmente tiene de esos, claro. Últimamente mi cabeza hace eso. Inventa palabras.
Conceptos... Mierda. No quiero decirlo. Pero es humano.
Conceptos humanos. Expresiones que generalmente no usaría, ideas que antes no estaban en mi cabeza. Es una sensación bizarra. Empezó poco tiempo después de que perdiera una de mis últimas vidas.
No interesa. No tengo tiempo para sentarme todo el día a imaginar cosas. Mi mujer me acaricia la pantalla frontal y se levanta del asiento, empieza a caminar en dirección a la habitación de P-Boy. Yo la sigo.
Entro al cuarto, y ahí está él. Siempre que lo veo, me hace reír. No puedo evitarlo, hay algo muy simpático sobre el pequeño bastardo. Con su cuerpo cuadrado, en forma de televisor, y esas manitas y piernas que se le pegan graciosamente a los extremos. Intenta pararse torpemente apenas me ve, caminando hacia mí.
—¡Papá!
Me agacho para tomarlo. El hecho de que sea tan ridículamente pequeño también es una de las cosas que causan más gracia de él, se ve adorable cuando corre por ahí con sus piernitas bobas. Mi esposa se cierra ambas manos contra el mentón, observándonos con alegría. Mientras tanto, yo lo agarro en brazos y siento su textura graciosa. No sé exactamente qué material usan para construirlos, pero no es metal. Tampoco glotones. Es suave, pero no gelatinoso.
Han pasado un par de giros desde que la última vez que estuve en casa, y puedo notarlo por la alegría con la que me recibe. En la pantalla que tiene por rostro, sus dos ojotes se agrandan cuando me ve. Creo que los programan con animaciones así para jugar emocionalmente contigo. Con ojos grandes de cachorro y esas bocas graciosas que tienen un diente caricaturesco al final.
—Tiempo sin verte, castroso.
—Papá. Pendejo.
Me pregunto si deberíamos empezar a enseñarle más palabras. Llevamos teniéndolo ya unos 20 ciclos, si mal no recuerdo. Y aún con esas hasta ahora sólo sabe decir como 5 o 6. A Sheyla no le agrada demasiado que un par de ellas sean injurias. Yo no pude evitar enseñárselas, oír al bebé-bot decir "pendejo" me causa mucha gracia.
Creo que sería bueno que se mantuviera así un rato más. Después de todo, tener un hijo salvó nuestro matrimonio. Lo mejor es que las cosas no cambien mucho durante un rato. Cuando las cosas cambian, todo se complica. Las peleas empiezan de nuevo, la infelicidad crece.
—Papá.
—Sí, sí.
Lo dejo en el suelo, a P-Boy no le agrada que lo estén apachurrando por demasiado tiempo. En eso se parece a mí. No sé si debí decirles a los productores que lo construyeran como lo hicieron, tiene un 60% mío y un 40% de Sheyla. Probablemente habría sido mejor al revés. En el momento no lo pensé, pero ahora que estoy como estoy, no me parece muy bueno que sea un niño tan problemático como lo soy yo.
—¡Juegos!
—No traigo juegos.
Me saca la lengua y hace un sonido gracioso.
—Pero traigo... ¿Maníes?
Un signo de interrogación se dibuja en su cara.
—Los maníes están bastante bien —exclama Sheyla, detrás de nosotros.
—¿Ves? Los maníes están bastante bien.
—Mamá —P-Boy menea la cabeza de un lado a otro, en señal de negación. Aunque, claro, su "cabeza" es todo su cuerpo.
—Él quiere juegos, Alex.
—¡Vale, vale! Cuando regrese traeré juegos nuevos, ¿está bien?
El bebé sonríe. A veces me siento raro en este tipo de situaciones. Los bebé-bots son robots, como nosotros, los soularids. Pero no son la misma clase de robot. Siempre me he preguntado de dónde salieron exactamente, pero nunca lo pensé demasiado. Sea como fuere, no son reales. Al menos no tan reales como nosotros.
No tienen cajas. Todo lo que hacen es simulado. Sus deseos están programados, como un videojuego, una de esas mascotas virtuales que necesitan que las alimentes y juegues con ellas. Parte de mí se siente en un engaño constante. Y a parte de mí, realmente no le importa. Siempre he querido ser padre. Es una sensación extraña que he tenido adentro desde siempre.
—Por ahora juguemos cualquier cosa. ¿Te vas a unir? —Le hago una seña con la cabeza a mi mujer.
—Creo que ya jugué lo suficiente por los últimos 2 giros. Ahora es tu turno.
Le prometí a Sheyla que mandaríamos a construir una bebé-bot femenina para que hiciera las actividades que a ella le gusta hacer. Eso fue hace unos 4 o 5 ciclos. Quizás va siendo hora de que lo haga. El problema es que no es una tarea muy sencilla, especialmente ahora que soy un roto. Poca gente va a querer hacer negocios conmigo.
Me muevo por la habitación y activo la caja de juegos. Siempre encontré curiosa la idea de este aparato. Un juego de realidad aumentada creado en exclusiva para bebé-bots. Por alguna razón, algunos robots lo compran para ellos mismos. Supongo que son actividades relativamente divertidas, pero están creadas para la familia, como público específico. O toda la familia que puede tenerse en este vertedero de ciudad, supongo.
El aparato hace lo suyo. Le enchufo uno de los varios cartuchos que conseguí con el pasar de los ciclos y procede a activarse. El favorito de P-Boy es la pelota loca. Los nanobots de la caja de juegos hacen lo que tienen que hacer y proceden a construir el evento en cuestión. Hace un sonidito antes de que las puertillas del frente se abran, dejando ver dos bolas de metal suave con hélices en sus áreas arriberas. Luego, nos da a cada uno nuestros controles.
Siempre tengo que recordarme a mí mismo cómo funciona este juego. Con el control haces volar tu pelota, y tienes que golpear a la del rival, hasta que esta caiga al piso. Una vez lo haga, comenzará a rebotar por todos lados. El dueño de la pelota que caiga tiene entonces un tiempo límite para atraparla, antes de pasar a la siguiente ronda.
La pelota loca, sin embargo, se mueve con tanta rapidez y fuerza que en el proceso de sus rebotes puede tirar también la tuya propia. Así que tu objetivo es lograr sobrevivir a ella, tanto como el del rival es atraparla. Si la tuya cae antes del tiempo límite, automáticamente pierdes la ronda. Si el oponente no agarra la bola antes de dicho tiempo, el perdedor es él.
El juego empieza y no tardo 10 segundos en golpear la pelota de P-Boy, haciendo que esta caiga y empiece a rebotar. Él corretea por la habitación, intentando atraparla. Ríe y la animación de su cara demuestra una sonrisa que va junto con el sonido. Se divierte. O todo lo que puede divertirse, siendo una simulación.
Mientras lo veo jugar y reír, no puedo evitar preguntarme si en algún momento yo he hecho lo mismo. A los soularids nos ensamblan tal y como estamos. No tenemos una infancia. No tenemos una vida. Los bebé-bots, los bio-aparatos de compañía, son sólo eso. Aparatos. Pero se sienten... Reales. Cuando veo a P-Boy sé que no es como yo, sé que no existe. Y aún con esas, me provoca una sensación falsa de tranquilidad.
Es una conexión desconectada. Amor artificial. Me encuentro solo y acompañado al mismo tiempo. Con Sheyla ocurre algo distinto pero similar. Y, en su caso, creo que ella piensa lo mismo de mí.
Algo dentro de mí se siente raro. Como una sensación de déjà vu que no debería estar existiendo en mi programación. ¿Cómo puede estar tan contento? Lo envidio y lo amo por igual. Es mi hijo. Es yo, pero diferente. Es una versión de mí que no tiene preocupaciones. Que no tiene dolor. Esa es la gran diferencia entre los soularids y los bebé-bots. Su inocencia dura eternamente. La nuestra nunca estuvo allí para empezar.
Pierde la ronda y me río en su cara, frunce el ceño y viene a mí para darme un golpe suave en la pierna. Yo respondo acariciándole la cabeza. Es un buen niño. Es lo único que me mantiene sano. Siguiendo un camino camino.
¿Me necesita tanto como yo a él? ¿Sheyla lo hace? Cuando muera, porque voy a morir, no sé qué es lo que pasará con ellos dos. Ese miedo, es un miedo distinto al que sentí aquella vez. En mi penúltima vida, antes de esta. En ese momento me aterrorizaba morir por mí y únicamente por mí. Ahora que estoy con ellos, es todo lo contrario.
El juego para. Le sonrío a mi muchacho y él me sonríe de vuelta. ¿Debería estar haciendo esto? Ir a matar a alguien que probablemente acabe conmigo. Aún quitándole una vida, sabrá que hay alguien detrás de él. Quitarle tres, es imposible. Buscará a su asesino y no parará hasta asegurarse de que está a salvo. Y cuando eso ocurra, esta casa perderá a uno de sus miembros.
Cazar al cazador... Es exactamente lo que yo estoy por hacer ahora mismo. Después de que lo mate, la situación será al revés. Osoris es una ciudad cruel.
Sigo jugando con mi hijo, pasamos tiempo juntos, tiempo de calidad. Tiempo que necesitaba. Un descanso. Después de tanto alboroto, necesitaba un descanso.
• Diario. Giro 1. Ciclo 5001.
Han pasado 22 giros desde que me volví un roto. Cada vez es más difícil. Las compañías de limpieza pública están siempre atentas, observando cada movimiento de la ciudad. He muerto alrededor de 3 veces y aún no cuento los viajes que me quedan. Siento que me vuelvo loco.
Sheyla me recomendó empezar un diario mental. El aparato lee tus pensamientos automáticamente y los escribe en un registro dentro de tu tarjeta de memoria, que posteriormente se suben a un servidor encriptado en la nube. Incluye audio externo y visión, haciéndolo una manera ideal de espiarte si alguien lo encuentra. Razón por la que no estaba muy emocionado por hacer esto en primer lugar.
Pero lo necesito. La locura es cada vez mayor. Siento que voy a explotar. Necesito hablar las cosas con alguien, pero no hay nadie con quien hacerlo. Amo a mi mujer, en serio. Sin embargo, no me gusta hablarle de estas cosas. Siento que es ridículo. Quejarse de tu triste vida, es ridículo. ¿Por qué lo haría? ¿Por qué frente a ella? Se supone que debo verme confiable ante ella. Se supone que debo ser fuerte.
Y sin embargo, cada vez me siento peor. Con más miedo. Con más ganas de terminarlo todo. ¿Cuál es el punto de seguir viviendo cuando vives así? Robando energía, asegurándote de no fallecer en el proceso. Las noticias nunca te hablan de esto. Ese puto gallo asqueroso, con sus dientes de mierda, nunca te habla de eso. Nadie te advierte que los chupa-almas son chupa-almas por necesidad.
No quiero apagarme. Me aterroriza apagarme. ¿Qué va a pasar si me apago? ¿A dónde voy a ir? ¿Es así como se han sentido todos los rotos que han venido antes de mí? No lo sé. Ahora mismo, estoy en un callejón viejo en el distrito omega, donde la cantidad de centinelas vigilando no es tan alta como en los demás. Este es el sitio más seguro para buscar alimento. Podría intentar en el asilo, o en algún distrito sureño, pero me matarían antes de conseguir algo. La gente de allí no se anda con juegos. Mi caja está por apagarse, y me pide ayuda.
La entiendo. No hablo mucho con ella, no desde que Sheyla está en mi vida, y mucho menos desde que mandamos a construir a P-Boy. Así que debe estar enojada. O eso creo. Cuando hablo con la etherbox, no parece enojada. Ella nunca parece enojada.
Veo al primer androide salir de la tienda.
Lo siento, compadre. Necesito esa energía más de lo que crees.
Su sombra camina por el callejón, no parece estar especialmente asustado, incluso con todos los noticieros, toda la gente advirtiendo que un nuevo lote de rotos está causando caos en la ciudad. De mi abrigo sale un pequeño repetidor láser modelo revólver. Lo recargo y empiezo a seguir al sujeto.
—Hey, compi —exclamo, apuntándole directo a la cabeza.
Voltea sin decir nada. No parece especialmente asustado, cosa que hace sentido. Él no tiene vidas limitadas, a diferencia de mí.
—Necesito que te pongas contra la pared, brother.
—Si me vas a robar dispárame y ya está, "brother". No me interesa tener que pasar por todo este lío.
—No te voy a robar.
—Oh, no. No eres lo que creo que eres, ¿o sí?
—Puedo dispararte en las putas piernas hasta que no te puedas levantar, o puedes portarte bien y dejarme hacer lo mío sin tener que sentir dolor innecesario. Es tu decisión, cerebrito.
—Dios mío, eres uno... ¡Eres uno! ¡Que puto asco!
Se da media vuelta y empieza a correr. Su actitud de pelmazo me colmó la paciencia más rápido de lo que debería. Con 4 tiros certeros cae al suelo, dejando salir un grito de dolor bastante ruidoso. Empiezo a acercarme a él, abriéndome el abrigo para mostrar mi caja rota. La luz verde sobresale de las grietas, y me fastidia un poco la visión.
—Oye, Jimmy —Una voz externa hace eco en el callejón, es un sujeto bastante confiado —. ¿Ves lo que yo estoy viendo?
—Veo lo que estás viendo, Tommy —Le responde otro con voz de tonto —. Lo veo alto y claro.
Mierda.
Volteo y es exactamente lo que pienso que es. Dos robots trajeados, con sombreros de tipo fedora, apuntándome con repetidores semiautomáticos de disparo rápido. Láser, por supuesto. Emulo un suspiro.
Limpiadores. Y no cualquier clase de limpiador, sino gente de Gorcorp. Obviamente, sólo podían llegarme miembros de la organización de limpieza más grande y peligrosa de todas. Mi suerte mierdosa no sería capaz de darme un descanso por una sola vez en la vida.
—No es lo que parece, es un simple robo —Intento mentir, aunque sé que no servirá de nada.
—Un simple robo, Jimmy. ¿Tú qué opinas? ¡Un simple y sencillo robo!
—Un robo de almas, Tommy. Eso es lo que opino.
—Denme un puto respiro, par de trozos de mierda.
Apunto mi arma en su dirección, preparándome para recibir una ráfaga de tiros que me envíe a la colina en cuestión de un segundo. En su lugar, veo algo que no creería ver ni en un millón de ciclos. Pasa tan rápido que no me da tiempo ni a pensarlo.
Un haz de luz verde, neón, se mueve a velocidades increíbles frente a mí. Le pasa por encima a ambos sujetos, cortándolos a la mitad. Es la hoja de una katana láser, o al menos eso parece en primera instancia. El que la lleva, el que acaba de cortar a ambos tipos de una sola tajada, es un robot alto, de visores púrpuras. Lleva puesto un sombrero de bambú y viste un manto samurái de color carmesí.
Detrás de él, otra silueta emerge. Ella es delgada, igual de elevada, y lleva puesto un elegante vestido negro que la adorna de pies a torso. El ropaje tiene un cuello largo, puntiagudo, en forma de dos puntas que miran a izquierda y derecha. Su cabeza ovalada y esbelta es decorada por cables negros en forma de cabellera, peinada con un estilo glamuroso, corto. Sus cuadrados visores blancos me observan, brillantes.
—¿Nombre? —Me pregunta; tiene una voz elegante, femenina pero no aguda.
—Creo que yo soy el que debería estar preguntando eso. ¿Se puede saber qué carajo acaba de pasar?
—Uh. Tenemos a uno bocón, Douglas.
—Tus favoritos —responde, con sarcasmo, el soularid masculino, de los faros morados.
No digo nada durante unos segundos. ¿Quiénes son exactamente estos androides? No visten como robots de Gorcorp, tampoco se ven como limpiadores. Por no mencionar, si fueran miembros de una organización de limpieza pública, las chances son que ya me habrían reventado.
—Sería bueno tener una respuesta a mi puta pregunta.
Apunto mi repetidor láser a la fémina, la que parece tener más presencia en el par. Apenas lo hago, sin embargo, logro notar cómo este último se parte en varios pedacitos y cae al suelo, derretido. Inmediatamente después, el calor de la espada del samurái se me clava directo frente a los ojos. Es sorprendente. Demasiado rápido para mí. Ágil. Como una bala.
—Está bien, Douglas —dice ella, levantando una mano como haciéndole un ademán para que no se mueva —. Está nervioso. Es lo normal, ¿no crees?
—Lo que creo es que esta katana se va a quedar en su lugar hasta que nuestro socio aquí presente se relaje un poco.
—¡Auch! No suena muy cómodo. ¿Tú qué opinas, socio aquí presente? ¿Te vas a relajar un poco?
Perder otra vida no está entre mis intereses actuales. Mucho menos teniendo en cuenta todas las veces que he estado muriendo últimamente. Le echo un gran vistazo al sujeto que me amenaza. Es como un leopardo robótico, rápido y letal. Su amiga le ha llamado "Douglas" en más de una ocasión. No me suena familiar. Le miro a ella, pocos segundos después, antes de dignarme a soltar palabra.
—Alex.
—AA-Ex —susurra la mujer, como para si misma.
—Prefiero Alex.
—Ya puedes dejarlo, Douglas.
El sujeto hace caso a las palabras, baja la katana de mi cuello, aunque no la apaga. Echándole un mejor vistazo, noto que el brillo y textura del aparato es ligeramente distinto al láser. Se ve más caótico. Bordes suaves. Posiblemente sea intrafuego, sorprendente teniendo en cuenta lo difícil que es de conseguir.
—¿Qué eres exactamente? —Le pregunto al samurái, mirándole de arriba a abajo —. ¿Su perro o algo así?
—Woof —responde, monótono, con una ironía palpable en su voz.
—Te ruego que intentes medir mejor tus palabras, Alex. Ese "perro" de allí es de la clase que muerde antes de ladrar.
No respondo, tampoco me interesa. El androide se aleja de mí, aún con el arma en mano. Igual que yo, no se le nota especialmente interesado en lo que está sucediendo. Miro de reojo, atrás mío, a quien antes era mi víctima. Se arrastra con lentitud, con sus dos piernas convertidas en polvo.
Carajo.
—Muy bien. Ya hicieron su show, ¿apuramos las cosas? Tengo un hogar al que volver.
—No te preocupes por nosotros. Ve, come —La mujer me señala con su cabeza al androide en el piso.
Mis ojos animan una expresión de sospecha, pero aún así termino de sacarme el cable de la etherbox. Camino en dirección al tipo en el pavimento, que sigue sollozando y murmurándose a si mismo, sin parecer estar enterado de nada de lo que sucede. Antes de que tenga tiempo a reaccionar, me preparo para robarle la energía.
Veo la luz cruzando por el cable. Veo cómo su cuerpo se bloquea en su sitio. Veo el brillo desapareciendo de sus ópticas. Para cuando termino, está totalmente apagado. Generalmente ahí es cuando habría salido corriendo antes de que alguien me viera. Pero en su lugar, detrás mío tengo a dos raritos que me miran fijamente.
—¿Gracias? Supongo —escupo, devolviéndoles la mirada, mientras comienzo a caminar lentamente hacia atrás —. Muy amable de su parte salvarme de Jacinto y Tomate, o como sea que se llamara ese par. ¡Dômo arigatô, Mr.Roboto! Voy a empezar a irme ahora, ¿bien?
—Si quieres seguir tambaleándote por la vida, yendo de víctima en víctima y siendo tiroteado por limpiadores hasta que tus vidas bajen a cero, adelante. ¡Hasta luego! —La fémina hace una seña sarcástica con la mano, como despidiéndose —. Ahora, si lo que quieres es sobrevivir... bueno. Quizás te interese tomar otras decisiones.
Paro en seco. Me le quedo mirando durante un tiempo, luego miro al grandote que la acompaña. Son dos autómatas de lo más peculiares, eso es seguro. No me han atacado, al menos no más de lo que sería normal, y la mujer parece saber de lo que está hablando. Emito un sonido con mi filtro de voz.
—Aún no me respondes tú a mí. ¿Qué se supone que está pasando aquí?
—Puedes llamarme Ivory. Mi compañero aquí es Douglas. Querido —Hace un gesto con la cabeza, hablándole al otro robot —, muéstrale a nuestro amigo lo que ambos sabemos que le va a interesar.
El androide se lleva la mano en dirección al poncho, levantándolo para dejarme ver su cuerpo completo. Los visores de mi pantalla se expanden por muy poco, animando una expresión de sorpresa leve. En su abdomen, en su caja, pueden verse una serie de grandes grietas alargadas que permiten denotar su brillo interior.
—Son rotos.
—Y así como nosotros dos, existen cinco androides más en nuestro grupo. Tú serías nuestro octavo ayudante.
—No me gustan mucho los cultos.
—Puedes llamarlo así. O puedes llamarlo un grupo de pobres diablos a los que la vida no ha tratado muy bien, ayudándose los unos a los otros para sobrevivir.
Diciéndolo así, no suena tan mal. Me les quedo mirando a ambos, luego pienso en el camino que intento seguir. En lo fácil que ha sido para los limpiadores atraparme y destruirme. En lo perdido que realmente estoy. En el miedo. El miedo a la muerte. El miedo a decir adiós. Un grupo de rotos que se están ayudando a sobrevivir entre si... ¿Realmente suena mal? Lo pienso por poco rato antes de cruzarme de brazos y proceder a hablar.
—Tal vez esté un poco interesado.
• Diario. Giro 64, segunda oleada. Ciclo 5003.
Me despedí de mi mujer por lo que espero que no sea la última vez. Me aseguré de comentarle, sin embargo, la contraseña y ubicación de este diario, sólo por si las moscas. Ella parece preocupada, y es lo normal. Pero ahora mismo no tengo tiempo para pensar en esas cosas. DD-Asol sigue por allí, planeando su falsa venganza y follándonos a todos por el culo en el proceso.
RR-X, el líder de Gorcorp. Un sujeto de lo más raro. Su sola presencia causa una incomodidad que no he sentido con nadie más en la vida. Es como si no estuviera ahí, no realmente. Me dijo que me contrató porque "las cucarachas nos entendemos entre nosotras". Quizás sea cierto, quizás no.
La verdadera razón es que no quiere meter su nariz en el asilo. El sitio más obvio en el que urgar cuando intentas encontrar a alguien que está en la lista de criminales más buscados de la ciudad. Tiene sentido que DD-Asol vaya allí, es donde solíamos conseguir armas en los viejos tiempos, es donde yo sigo consiguiéndolas cuando es necesario. Nadie en esta ciudad tiene mejores armas que Clyde.
No sé dónde vive, nunca lo supe. Quizás ni siquiera tenga un hogar. Y más allá de Ivory y el resto del grupo, no sé de nadie que lo conozca además de mí. Siempre fue un tipo reservado. Supongo que por eso nos solíamos llevar tan bien. Todos los demás están muertos, así que no es como si pudiera interrogar a nadie para preguntar su paradero. Eso solo nos deja al ciempiés.
Lo primero que hago, antes de visitar el asilo, es buscar un buen coche. Tony me debe un par de favores, así que no me es difícil contactar con él y pedirle que robe uno para mí. De camuflaje, con dispositivo de invisibilidad. O al menos, eso pienso en primera instancia, antes de recordar que esos son los que usan los tipos de Gorcorp. ¿Qué había dicho el flacote? Algo sobre Douglas dejándose matar para conocer las tácticas del enemigo.
Lo primero a lo que estará atento será a comportamientos sospechosos. Los vehículos invisibles no se ven, pero sí suenan. Un tipo de sonido muy particular, como un silbido en el viento, causado por el silenciador de sus servomotores y el movimiento en el aire. Los inhibidores de sonido no hacen que el aire deje de cantar. Cuando le marco por holollamada a Tony, le pido que me de un vehículo de camuflaje para nubes.
Sin invisibilidad, simplemente un buen color. Las nubes artificiales de Osoris son un sitio excelente en el que esconderse. Grises y abundantes, excelentes para el disimulo aéreo. Lo siguiente en lo que pienso es en armamento. Por suerte, al sitio al que voy también me deben un par de favores.
Conducir por el aire siempre es una actividad entretenida. Uno esperaría que se volvería monótona después de haberlo estado haciendo por 500 ciclos, pero no lo sé. Surcar por el cielo, meterte en las nubes, esa sensación de flotar que se guarda en tu sistema. Lo disfruto. Hay pocas cosas en la vida que disfruto últimamente.
Cuando llego a la tienda de Clyde, observo, desde arriba, durante un rato. No quiero encontrarme a DD-Asol por error una vez esté adentro. Lo sabrá si actúo sospechoso. La clave en un trabajo como este, es la observación. No tengo los mejores reflejos, las mejores habilidades cuerpo a cuerpo o la mejor velocidad. Muchos podrían argumentar que soy un sujeto muy normal excepto por el hecho de que disparar se me da bastante bien. Conozco a DD-Asol desde hace mucho tiempo. En una batalla, sin importar la clase de batalla que sea, me vencería sin especial esfuerzo.
Mi mejor táctica, teniendo eso en cuenta, es observar y esperar. Al menos, de buenas a primeras. Conocer sus patrones, esperar a sus momentos débiles. Atacar entonces, cuando menos se lo espere. De otra forma, moriré. Y no puedo morir. No ahora. No cuando hay tanto por hacer.
El tiempo pasa y la tienda de Clyde se mantiene calma. Desciendo mi coche para parquearlo cerca, luego entro. Lo primero que noto es a un par de retrasados jugando magnoball, o al menos intentando jugar. Tienen cabezas triangulares y visores amarillos. Me suenan bastante. Si no me equivoco, son los gemelos AA-Marab. Un par de criminales de poca monta, la clase de idiotas que contratas cuando quieres un trabajo que esté mal hecho adrede.
Los ignoro y me centro en el grandote. Sus visores azules se ven igual de ominosos que siempre, combinandos con esa boca rara que siempre está cambiando de cara. No se sorprende al verme, simplemente se mueve hacia el frente de la barra ayudándose de sus muchas patas, antes de poner cuatro de sus brazos sobre el material. Me le acerco.
—¿Qué tal te terminó de ir, Alex?
—No muy puto bien.
—¿Te volvieron a matar?
—Nah. Pero sí perdí mis armas.
—Primera vez que te logras escapar en un largo rato, cabezón. Bien por ti. ¿Cuántas te quedan?
—Dos vidas.
—Auch.
Se mueve alrededor del establecimiento, buscando una cabina portatil con la cual hacer el llamado. Ya conoce mi orden usual. Un rifle de ozono de largo alcance, un cuchillo láser y un par de repetidores de la misma índole, sólo para asegurarnos.
—La pistola no es necesaria, ya tengo una.
—Este es el último favor que te debo, barbitas. Estás consciente de ello, ¿no? A la próxima, pagas.
—Claro que lo voy a puto hacer, cabrón. ¿De qué me ves la cara? ¿De Douglas?
—No me hagas empezar con ese bastardo. Algún día de estos lo voy a matar de verdad.
Douglas siempre se está aprovechando del raquítico para sacarle armas gratis. Al menos es lo que ha pasado durante los últimos giros. Cuando el grupo seguía en pie, solía pagarle con materiales y otros artilugios de valor. Eso es porque por ese entonces podíamos conseguir bienes con mayor facilidad. Ahora las cosas son diferentes.
El repetidor de ozono se posa sobre la barra y yo lo agarro para echarle un vistazo. Mientras lo hago, pienso en las pocas opciones que realmente tengo para usarlo. Mi puntería es mejor que la del samurái, pero su sistema de reacción es más rápido. Tanto que, no importa lo bien que apunte, si él dispara primero, tiene muchas mayores chances de ganar, porque su ojo sigue siendo bueno independientemente de cuál sea el mejor.
Lo único que puedo hacer realmente es tener paciencia y esperar la oportunidad. A la larga cometerá un error. Se confiará en una batalla o se verá rodeado por más enemigos de los que pueda soportar. Entonces, será mi momento. ¿Pero debería? Podría ocurrir sin que siquiera me dé cuenta. Debo pensar en el futuro. Si es que tengo uno.
—Hablando de Douglas —Dejo caer, esperando que la respuesta sea positiva a mi favor —. ¿Ha pasado por aquí?
—Si lo hace, no lo dejaré entrar. Tenlo por seguro.
—Sigue perdido, ¿eh?
—Siempre hace lo mismo. No lo ves durante giros seguidos y luego regresa como si nada. A pedirte una reparación o una bomba, o cualquier otra mariconada.
—Y aún así siempre lo acabas ayudando.
—No es como si tuviera mucha opción, a la pesadilla de la abuela no le da la cabeza para entender que el tipo es un mierda.
—La abuela no sabe hacer reparaciones... Tú sí.
—Cállate los putos filtros.
Clyde es un buen tipo en el fondo. No puede ver a nadie en necesidad sin acabar ayudándolo. Siempre me ha agradado, desde el principio. Él y las otras 200 criaturas viviendo en su tarjeta de memoria, como sea que se llamen. Si DD-Asol no ha pasado por aquí, significa que en algún momento lo hará. Acaba de morir hace nada, así que necesita equipo, sí o sí.
—Gracias, Clyde. Te lo compensaré la próxima vez.
—Ya, ya.
Me responde, molesto, mientras me da la espalda y hace un ademán con dos de sus manos como para despedirse. Con ello comienza a caminar hasta su silla, a descansar un rato su docena de piernas. Me retiro del lugar y regreso a mi automóvil. Inmediatamente después, me elevo hasta las nubes, donde no pueda ser visto.
El tiempo pasa, poco a poco. Los aeromóviles se mueven, los soularids caminan. Vagabundos y oficinistas conviven en un ecosistema de lo más bizarro. El asilo es así, contradictorio. Es normal ver a gente matándose entre ellos por diversión y luego yendo a alguno de los cubículos-bar a tomarse un par de hidratadores juntos. Intentar cazar aquí es el peor error que un roto puede cometer, siempre habrá pelea y posibilidad de deceso.
Apunto hacia abajo con la mira del repetidor. Llevo haciéndolo por más tiempo del que puedo recordar. A la larga, veo una silueta familiar. Su capa ondea con el viento a medida que camina hacia la tienda. Es un bingo.
Le tengo en la mira, preparado para meterle un tiro. Pero si lo hago, en su siguiente vida sabrá que la tienda de Clyde ya no es un lugar seguro, y perderé la única pista de su paradero. Lo mismo ocurrirá si por algún casual logro seguirle hasta su casa, o hasta los lugares que más frecuenta.
Por ahora, sólo puedo observar. Observar sus movimientos, seguirlos, aprenderlos. Es exactamente lo que él haría. Lo que me enseñó a hacer. La paciencia es la clave.
Nunca he sido un tipo paciente. De hecho, la mayoría podría considerarme alguien un tanto explosivo. Pero en este caso, debo dejar de ser lo que soy si quiero seguir con vida. La caza ha dado inicio.
• Diario. Giro 55, primera oleada. Ciclo 5003.
Douglas me da una palmada en la espalda y se sienta a mi lado. Me pregunta si he oído hablar de un tal "Igor", nombre de pila II-Ro. Me pregunta si he visto un símbolo extraño, una cabeza de ciervo roja, con ojos amarillos y astas largas. Me pregunta si alguna vez me he puesto a pensar la razón de toda esta mierda. Del dolor, de la injusticia. De nuestra condición.
Estamos en la frontera, en un bebedero viejo ubicado a mitad de la nada. La barra es decorada por un neón azul, y no hay ningún cantinero existente dispuesto a atendernos. El mar púrpura nos mira de regreso. A lo lejos, en la ciudad, puedo ver tramos de las hojas artificiales de las palmeras rosas. Agarro mi hidratador y le echo un sorbo. Douglas siempre es así. Te bombardea con una serie de cosas inentendibles y espera que estés de acuerdo con él.
Ese símbolo del que habla, lo tiene en una fotografía digital. Me lo muestra como si se suponiera que yo sepa la razón de su ataque esquizofrénico.
—¿Es un ciervo?
—Rojo. No le olvides lo rojo.
—Como Rodolfo.
—Rodolfo tiene la nariz roja, papanatas. No el pelaje.
—Deberías ponerte un par de gafas y un corbatín la próxima vez que abras el microondas, ñoñazo.
—Perdón por ser un fiel amante de los hechos.
Douglas no me contacta a menudo. Generalmente, sólo lo hace cuando necesita ayuda con algo. En esta ocasión, sin embargo, no tengo ganas de hacer nada de ese estilo. Mucho menos teniendo en cuenta todo el lío que ha ocurrido en los últimos giros.
Con Ivory fuera de juego, si es que en serio está fuera de juego, eso sólo nos deja a nosotros dos. Los últimos "sucios" chupa-almas en Osoris. Al menos, antes de que a otro lote de pobres desgraciados les toque tener nuestro mismo destino. Fue un viaje de lo más interesante, pero eventualmente tenía que terminar, supongo.
Al menos, eso me gusta creer a mí mismo. La realidad es que morir, morir de verdad, no está en mi lista de cosas que me gustaría hacer. Sin embargo, el grupo se acabó. Ya no quedan recursos, ya no tenemos gente, y por supuesto, Douglas tiene otras cosas en la cabeza ahora mismo además de la simple y llana idea de sobrevivir. Si algo, a veces pareciera que está buscando todo lo contrario.
—Si lo veo te lo dejaré saber.
—Eres tan útil —Me responde él, con un sarcasmo palpable.
—Tú tan jodidamente amable. En serio, a veces siento que me la vas a chupar con toda esa puta camaradería que siempre estás demostrando.
Deja emitir una risa suave, yo respondo sonriendo de lado. A pesar de que es un chiste, la realidad es que aún sostengo pequeños rastros de enojo hacia su metal. Pero Douglas sigue siendo mi amigo, supongo. O, al menos, lo más parecido que tengo a uno. Lo único que me queda de uno.
A veces tengo esta sensación molesta en el pecho, como si nadie que conozco fuera real. Como si no estuviera conectado, no de verdad. Me gustaría cambiarlo, pero no tengo la más mínima idea de cómo. En ocasiones me pregunto si todo el mundo se siente igual. Si no soy el único que pasa por esto, por esa desconexión. Sí, tengo una esposa, y la amo, pero hay tantas cosas que no puedo contarle. Tantas.
—¿Has sabido de Ivory? —Dejo caer, mientras tomo un sorbo de mi hidratador. Douglas fue el último que la vio antes de que todo se fuera a la mierda.
—No.
—No creerás que está...
—Sólo le quedaba una vida la última vez que la vimos. Hace 2 giros, Gorcorp anunció que estaba por realizar otra ejecución pública, exactamente en la tercera oleada de hoy. Saca tus conclusiones.
—No me lo puedo puto creer.
Ivory. La gran Ivory, la jefaza. Muerta. Muerta de verdad.
El concepto no me entra en la cabeza, no soy capaz de comprenderlo. Es en momentos así donde recuerdo que sólo me quedan 3 vidas, y comienzo a asustarme seriamente. Sin ellos no soy nada. Sin ninguno de ellos. Uno a uno fuimos cayendo como piezas en un tablero de ajedrez, movidas por la mano de la parca.
¿Qué se supone que haga ahora? Aún tengo que alimentarme, aún tengo que robar energía, aún tengo que sobrevivir. El grupo me entregó muchas herramientas de supervivencia, pero seamos sinceros, soy un estúpido hijo de puta. A veces veo a Douglas y me pregunto seriamente cómo lo hace. Como logra mantenerse tan... Calmado. Como si nada le importara.
Sigue yendo a misiones suicidas, batallando contra androides, muriendo en el proceso. Ni siquiera sé cuántas vidas le quedan. Dudo que él lo sepa, no mantiene la cuenta. En secreto, lo admiro. Pero nunca sería capaz de decírselo a la cara. Así como no puedo decirle a mi mujer que la amo, o siquiera a mi hijo.
—Los últimos dos en pie, ¿huh? —exclama, mientras mira al horizonte, a la nada.
—Si es que quieres contarte a ti mismo como parte de "los últimos dos".
—¿A qué viene eso?
—Sabes muy bien a que viene eso, putazo. No te vengas a hacer el imbécil ahora.
Fue repentino. Sin una explicación real, sin avisar. Un día entra a la base, nos dice que se irá, y procede a hacerlo. En nuestro peor momento, cuando sólo quedamos cuatro, él incluído. ¿Tenía miedo de que no fuera a funcionar? Nunca quise preguntarle por qué lo hizo, simplemente lo dejé irse. Es lo que siempre hago. Prefiero no tocar ese tipo de cosas, hablarlas es incómodo.
—Es más complicado de lo que piensas. No me fuí por gusto.
—¿Entonces?
—Descubrí algo.
—Un puto dibujo de un ciervo. Menudo jodido descubrimiento.
—Creo que existe la posibilidad de que nos hayan jodido, Alex. De que no seamos lo que somos por pura coincidencia.
—Otra vez con eso. La otra puta vez fue lo mismo.
—No te estoy jodiendo, ¿vale? Es serio. Tan serio que no me vendría mal tu ayuda.
Me le quedo mirando. Douglas lleva desde hace demasiados giros con el cuento de que tiene "sospechas" de una conspiración en contra nuestra. Incluso a Ivory comenzaba a volverla loca. Quería meterse en misiones extrañas, investigar robots, buscar respuestas a preguntas que no existían en primer lugar. Nunca le hicimos caso, porque actuaba como un puto loco.
Quizás por eso se largó. Quizás debimos actuar más como un grupo, hacer caso a sus locuras. Ahora es demasiado tarde para eso. Sólo somos dos pelmazos contra una ciudad entera de metálicos inmortales. Él podrá ser todo lo habilidoso que quiera ser, pero a la larga sigue siendo uno solo. Un soldado contra un ejército. Una tarea imposible.
—Puedes irte un poco a la mierda, compi. Tú no nos ayudaste a nosotros cuando te lo pedimos, no vas a esperar que ahora yo sea un santo.
—Bien, bien. Ya entendí. No tienes que resfregármelo en la puta cara.
Regreso a mi puesto, viendo al frente. La barra abandonada de este sitio se mantiene quieta. Trajimos nuestros propios hidratadores, claro. A la frontera ya no viene nadie, así que cualquier negocio local que pudiera haber existido aquí lleva desolado desde hace cientos de ciclos. A veces me pregunto las razones de que nadie venga a este lugar.
Es extrañamente hermoso. A pesar de su falta de palmeras, a pesar de que sea arena y mar, hay algo sobre este sitio que se siente bien. Las olas púrpuras golpean las dunas y casi parecieran estarnos saludando. Douglas no habla, sólo bebe. En muchos aspectos, me recuerda a mí mismo. Quizás por eso nos llevamos tan bien, independientemente de lo que ocurra.
En momentos así recuerdo a mi hijo. Recuerdo lo mucho que lo amo, a pesar de que no sea real. Recuerdo lo realmente raro que es eso. Es un secreto abierto, algo que sabemos todos. Es raro encontrar androides en Osoris que no tengan algún acompañante, ya sea animal o retoño. Si mal no recuerdo, Douglas tenía un perro. Yo tengo un hijo. O una simulación de un hijo.
Un televisor andante que hace sonidos y emula jugar juegos, que abraza a su mamá, pero no demasiado, y que quiere que le cuente historias. Una mentira. Una que me mantiene contento, o todo lo contento que alguien como yo podría estar en mi situación. Es un sentimiento tan reconfortante, y tan doloroso al mismo tiempo. Amar a alguien que no existe.
—¿Alguna vez has querido ser padre, Douglas?
—¿Padre?
—Padre.
—No lo sé. Quizás. Es una pregunta putamente rara, Alex.
Se toma un descanso de breves segundos para pensar en lo que acaba de decir, antes de beber de su hidratador y reiterar su respuesta.
—Alguna vez lo intenté. No salió muy bien.
—¿Tuviste un bebé-bot?
—Casi.
—Ah. ¿Salió roto?
—No... Simplemente me arrepentí al último momento. Cancelé el pedido. Parte de mí desea no haberlo hecho.
He oído esa historia antes. Yo casi hago lo mismo en su momento. Estaba teniendo momentos malos con Sheyla, ella necesitaba algo que le diera propósito a la relación. Una razón para no abandonarme. Ninguno de los dos tenía acompañante en ese momento. Ni mascota ni hijo. Se me ocurrió que la mejor solución sería P-Boy.
Pero un bebé-bot es mucha responsabilidad. Especialmente en los primeros ciclos, donde están programados específicamente para ser un dolor de huevos. Hubo una época donde quise cancelar el pedido, pero algo dentro de mí me lo impidió. Algo dentro de mí odiaba la idea de hacerlo. La detestaba con el alma.
—Es una sensación rara, ¿no? En el pecho —digo, volteándolo a mirar.
—Es como naturaleza. Algo inscrito en la tarjeta de memoria, un instinto. Querer ser padre.... A pesar de que seamos lo que somos.
Robots. Se refiere a que somos robots. Mi asunción siempre fue que la situación se da porque tenemos cajas. Ninguno de esos científicos elegantes sabe explicar las etherboxes con totalidad, porque ninguno aún entiende realmente lo que son. Pero yo creo tener la respuesta. Son nuestra alma.
Nadie lo dice en voz alta, claro, pero yo sé que la mayoría piensa lo mismo. Sin embargo, la idea de tener un "alma", algo "humano"... Es desagradable. Demasiado desagradable. Y aún con esas, es lo que hace más sentido. Los humanos tienen una necesidad natural de reproducción, lo mismo ocurre con nosotros, porque igual que ellos, tenemos alma.
Es una teoría, por supuesto. Supongo que hay androides mucho más listos que yo trabajando en el tema, así que, ¿qué voy a saber, verdad?
El sonido de la frontera es relajante. Durante varios segundos, Douglas y yo compartimos un momento de silencio. Me hace pensar en todo lo que ha ocurrido hasta ahora. Todo lo que hemos perdido y lo poco que hemos ganado. Dentro de poco, es probable que estemos muertos.
¿Es por eso que estoy grabando este registro? Empecé a hacerlo precisamente porque me encontré con este tipejo. No es algo común. Es bueno tenerlo incrustado en mi memoria. Quizás para echarle un vistazo mientras estoy al borde de la muerte. La última muerte.
—Mi oferta sigue en pie —emite él, serio —. Necesito investigar a esta gente, y la ayuda extra no me vendría nada mal.
—Mi "vete a la mierda" sigue en pie, también.
—Eres el mayor puto comediante de la historia, Alex.
—Alguien más te va a acabar ayudando, siempre te las arreglas.
—Lo dudo bastante. Eres el único tipo que conozco que no quiere romperme el cráneo a puñetazos.
—Eso es debatible —digo con cierta ironía, a la que él responde ladeando la cabeza con complicidad. Se queda en silencio un rato, así como yo —. Los peligros de ser un lobo solitario, supongo. Estoy seguro de que tienes más amigos en algún sitio, simplemente no los tomas en cuenta.
—No... No creo tener ningún amigo, a secas. Tú eres lo más cercano que tengo a uno.
Lo más cercano a un amigo, ¿eh?
Amo a mi mujer, pero no conecto con ella. Es lo más cercano que tengo a una media naranja. Amo a mi hijo, pero no es real. Es lo más cercano que tengo al cariño. Douglas, Ivory, Doberman, Pibel y todos los demás... Incluso Clyde. Me agradan, y agradaban, por igual. Autómatas a quienes tengo respeto y lealtad. Aprecio. ¿Pero tengo amigos? ¿Douglas los tiene?
—Creo que entiendo el sentimiento.
Lo entiendo a la perfección. Él no responde nada. Ambos nos quedamos viendo al eterno mar púrpura durante un largo rato.
• Diario. Giro 64, tercera oleada. Ciclo 5003.
La última vez que morí, la última, antes de esta, me vi a mí mismo nadando en un mar verde. Las olas parecían dunas pegajosas que no paraban de golpearme, llenas de ira, de una frustración que no lograba comprender. Podía oír los murmuros de una voz hablándome, pero no la entendía.
Habían serpientes. Grandes serpientes brillantes, negras, que nadaban de un lugar a otro. Saltaban sobre el agua y hacían estallidos al caer. Me superaban en número y tamaño. Me veían con frenetisismo. No había cielo, no había nada, no había nubes ni personas ni seres queridos, no había ruido. Sólo éramos yo y el mar, y junto a nosotros, esos gusanos grotescos que nos espiaban desde adentro.
Un animal gigante brotaba frente a mí, era escamoso y oscuro. Una serpiente, igual que las anteriores, pero verdosa y grande. Mucho más grande. Intenté oír lo que decía, pero no me hablaba. Sólo me observaba de vuelta, con esos ojos rojos, que brillaban, que brillaban tanto que sentía que me iban a incinerar. Que iba a morir. Y yo no quería. No quería hacerlo por nada del mundo. Estaba aterrorizado. Estaba tan aterrorizado que rogaba por mi madre, a pesar de que nunca tuve una.
Sus escamas eran grandes y puntiagudas. Yo intentaba tomar una con mi mano, pero me di cuenta de que no tenía ninguna. En su lugar, mi cuerpo era una masa amorfa de color negro, un alquitrán grumoso que trataba de agarrar forma pero no lograba hacerlo. Quería escalar, pero era imposible. Mis dedos se derretían ante cada escama que conseguía acariciar.
El mar empezaba a burbujear, y justo después, a explotar. Como si truenos crudos lo golpearan con rabia. La serpiente me miraba, me miraba sin decir nada, sin pensar nada. Sólo veía, me veía a mí, veía lo que temía, lo que pensaba, todo lo que ocurría y lo que no. La serpiente podía verlo todo y no podía ver nada al mismo tiempo. La serpiente era yo, pero una versión distinta de mí, una enferma.
Las explosiones, eso era lo único que sonaba. Los chaporreos de ese mar verde, de ese océano neón, volaban los unos contra las otros, detonaban sin puror. Y yo comenzaba a hundirme. No podía respirar. Por alguna razón, aquello me tranquilizaba. Las serpientes seguían entrando y saliendo del agua, bailando las unas con las otras.
Abajo, en mitad de la nada, flotando, estaba ella. Mi etherbox. Un cubo morado, gigante, que me esperaba en el fondo del mar. Cuando me dejé caer a ella, abrió sus fauces con fuerza, preparándose para comerme. Por primera vez, mi caja no era mi amiga. Era un animal y yo su presa. Intenté nadar, con brazos fútiles que no tomaban forma. Cuando me consumió, vi memorias que no tenía, gente que no existía, lugares que no había visitado. Vi mi muerte, y estuve contento.
Durante muy poco tiempo, estuve contento.
¿Me va a pasar lo mismo? ¿Justo ahora?
Miro a Douglas, él me mira a mí. Su repetidor semiautomático comienza a hacer un ruido de recarga. Intento apretar mi pistola en mi propia mano, pero me pregunto si vale la pena. Intentar luchar una batalla perdida. ¿Vale la pena?
En serio soy estúpido. Disparé cuando no debía haber disparado, y ahora estoy aquí. Volé muy cerca del sol. Apenas vi que esos moteros le estaban dando problemas al samurái, supe que era mi oportunidad. Un tiro limpio, y eso es todo. Muere sin saber quién lo mató, asume que es otro enemigo de la banda, yo le quito una vida y ahora sólo faltan dos. Sencillo, ¿verdad?
En su lugar, cuando estaba por concretar el tiro, algo no me dejó hacerlo. Hubo un espasmo, uno minúsculo, al apretar el gatillo. No atiné a la cabeza, y eso fue mi funeral. ¿Lo hice a propósito? No lo sé. Existe una posibilidad alta, una que ni siquiera fue mi decisión. Cuando supe que ya no tenía un tiro certero, decidí mover el coche un poco, y allí acabó todo.
Supongo que no aprendí lo suficiente de él. Douglas siempre ha sido más paciente que yo.
Ahora, henos aquí. Ambos recostados cada uno contra la puerta de un coche destrozado, haciendo un concurso de miradas. Cuando el jefazo de Gorcorp me dijo que quería que hiciera lo que estoy haciendo, expresó que yo parecía la clase de sujeto que prefería morir luchando en vez de rindiéndose.
En el momento, por primera vez en mucho tiempo, no pensé en mí, sino en Sheyla. Pensé en P-Boy. Pensé en lo que pasaría si yo me muriera sin que ellos fueran capaces de, por lo menos, decirme adiós. Y por primera vez en mucho tiempo, no me sentí mal conmigo mismo.
Siempre he sido un fracasado. Cascarrabias, grosero y explosivo. La suerte nunca me sonrió y yo siempre le mostré el dedo medio en respuesta. Esos pequeños momentos donde no soy un egoísta impulsivo, intento atesorarlos de la mejor manera que pueda. Sé que no son comunes.
Veo a Douglas y me veo a mí mismo. A pesar de que somos distintos, somos similares. ¿Estará pensando en lo mismo que yo? ¿Es por eso que no aprieta el gatillo? Dejo de mirarlo y observo al frente. No digo nada, no durante un rato.
—Oye, Douglas. ¿Alguna vez te sientes solo? —La duda surge, automática, como un acto reflejo.
—Todo el tiempo —Mueve su dedo, lento, al gatillo —. Esa es una pregunta rara de hacer... Para alguien que está a punto de morir.
Río suavemente. Supongo que realmente lo es.
A este punto, es demasiado tarde para negociar, demasiado tarde para hablar o seguir riendo. Soy un traidor. Las razones no importan. Alguien decente no intentaría darle caza a su amigo. O, al menos, a lo más cercano que tiene a uno. Douglas me observa, y lo sabe. Sabe lo que tiene que hacer.
—Si te es posible, avísale a Sheyla lo que pasó aquí. Estás por quitarme mi última vida. Eso sí, ellos saben dónde vivo. Así que no te recomiendo buscarla en mi casa.
—¿Ellos?
—Ya sabes a quiénes me refiero.
Asiente torpemente. A él tampoco le queda mucho. Todos sus sistemas están rotos y le volé la mitad de la cara con un láser. Tonteo con el mango de mi arma, arrastrándolo con mis dedos. Le miro de reojo. Disculparse no vale la pena. A este punto, nada más lo hace. Matar o morir, es lo único que queda, ambos lo sabemos.
—¿Crees que haya algo después de la muerte? —pregunto, con un filtro de voz fallante, mientras termino de agarrar la pistola —. De la real, me refiero.
—Supongo que estás a punto de averiguarlo.
—Sí... Supongo.
Lo siento, Sheyla. Lo siento, P-Boy. Lo siento, Douglas. Lo siento, Alex. Aprieto mi arma y la apunto a la cabeza de mi enemigo, lo más rápido que puedo. Por alguna razón, mis sistemas de visión captan cuadro a cuadro mis últimos momentos. La forma en la que el impacto de mi láser penetra la cabeza del samurái. La forma en la que su ráfaga viene en mi dirección, al mismo tiempo. La forma en la que caigo contra el pavimento. Puedo ver el cielo nublado de Osoris, observar por muy poco una pizca de la arena gris que comienza a caer de él.
Todo se siente tan efímero y tan eterno al mismo tiempo. Todo se siente tan... Incorrecto. ¿Por qué hice esto? ¿Por qué fuí tan testarudo? Pude haber ido a decirle adiós a mi familia, y luego dejar que Gorcorp me matara. En su lugar, intenté cumplir una tarea imposible, a sabiendas de que no lo conseguiría. A sabiendas de que quedaría marcado en la memoria de mi compañero de la peor forma posible.
Pude haberlo ayudado. Pude haber dejado el orgullo, y haberlo ayudado. No me habrían atrapado si hubiera sido así. Pude no haberle intentado disparar, justo ahora, pero aún así lo hice. ¿Por qué lo hice? ¿Quería hacerlo?
Sheyla. Eres el amor de mi vida. Quiero que cuides de nuestro hijo. Quiero que, si se da la oportunidad, encuentres a alguien más. Quiero que seas feliz. Que seas lo que yo no pude ser.
Estoy tan arrepentido.
Nunca pensé que la muerte se sentiría tan vacía. Tan carente de alma, de significado. Nunca pensé que...
• Registro recuperado del cadáver del soularid AA-Ex, secundado "Alex". Posteriormente entregado a los altos cargos de la compañía de limpieza Gorcorp, para su apropiada revisión.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top