El Ojo

Desde afuera, el edificio Gorcorp saludaba con cierta condescendencia al aeromovil que se le acercaba. Era un vehículo oscuro, de apariencia tosca, como de una camioneta 4x4 que flotaba en el aire. Sus propulsores del área baja brillaban en el mismo celeste que el resto de luces de la ciudad. Gorcorp también era robusto. Una edificación gigante con forma de rey, como una figura de ajedrez. Su base era plana, su torso esbelto, y su punta cuadriculada, cual si imitara una corona.

Adentro, lejos del panorama de Osoris, las paredes eran blancas, decoradas por finas líneas negruzcas que se les deslizaban por los bordes y realzaban sus vidrieras: extensos ventanales celestes que daban paso a observar el paisaje en velo de la ciudad. Muteaban los colores tan vibrantes que salían de las calles, lo suficiente para hacerlos visibles. Esta era la razón por la que la mayoría de ventanas de Osoris estaban tintadas de un azul claro. Ayudaban a ver hacia afuera sin cegarte los ojos. Aunque, claro, ninguno de sus ciudadanos realmente tenía ojos.

Ubicado en el centro absoluto del edificio yacía uno de tantos pisos burocráticos, donde redactores de Gorcorp se dedicaban al papeleo típico que venía con su organización. Para muchos, aquel era el trabajo más aburrido de la famosa compañía. Pero aquellos que lo hacían, parecían disfrutarlo bastante. Después de todo, si no lo hicieran, no estarían allí. En Osoris, nadie estaba obligado a hacer nada que no quisiera hacer.

Tomando un descanso, dos androides de cabezas redondas yacían sentados en un gran sofá rojo, en uno de tantos pasillos que daban paso a uno de tantos elevadores. El megáfono acababa de anunciar la llegada del binomio Ceiba, es decir, aquel camioneta voladora que hacía unos segundos se estaba acercando a la edificación. El par de soularids observaban, atentos, a la puerta automática de cristal, mientras tenían cada uno una taza de hidratadores con sabor a café en sus respectivas manos.

—Escuché que una vez rompieron una caja.

—Imposible.

—¡Es lo que oí!

—Nadie rompería una caja, güey. Nadie. Ni siquiera los chupa-almas. Ni los más sucios de ellos. ¡Ni siquiera el caminante!

—¿Qué eres? ¿Imbécil? El caminante tuvo que haber roto una, sí o sí. ¿Por qué crees que lo buscan tanto? Todo el mundo dice que lo hizo. ¿Y esos dos? Esos dos también, ¡te lo juro!

—Cállate la puta boca, no te creo.

—Bro...

—Nah, bro.

—Bro...

—¿Bro?

—Te lo juro, bro. Están locos, bro. Son un par de locos, bro.

—Tú estás loco, bro.

—Bro... Brother... Broski. Son el binomio Ceiba, broderoski. El putísimo binomio Ceiba. ¿Me vas a decir que no los crees capaces? ¿Los mismos tipos que plantaron una bomba en el distrito central?

—Broskatroski...

La conversación se vio interrumpida cuando el par de locos de los que hablaban entró en la sala. Sus siluetas se hacían presentes a través de aquel transparente portón doble que se abría al final del corredor. Uno bajo, otro alto. Uno gordo, otro flaco. El más largo, moviéndose con su característico bailesillo, llevaba sobre el hombro una larga cuerda de color negro con textura bizarra, gelatinosa, que la hacía ver translúcida. Observó al par de chismosos en el sofá, saludándoles con el gesto clásico de bajar su sombrero.

—Hermes, concéntrate.

Exclamó su compañera, la más baja, mientras le pegaba un codazo. Ella, Arisa, al igual que Hermes, llevaba otra cuerda gelatinosa y semi-transparente sobre una de sus enormes hombreras. A diferencia del masculino, que jugueteaba con su sombrero cada vez que tenía oportunidad, esta mantenía el suyo quieto y en su sitio. El contraste de ambos autómatas no tardó en hacerse presente; él, con su traje de gala blanco, ella con el negro. Él, con su cabeza en forma de coyote, ella de tiburón.

—¡Risa! ¡Preciosa! ¡Amiga de mi alma! ¡No te había visto!

—Llevo a tu lado todo el día. Y deja de llamarme así, o voy a partirte en dos.

—Risita... Maleducada. No puedes amenazar de esas cosas a tu mejor amigo. ¿Qué va a pensar la gente? Tan sólo mira a ese par de burócratas desenfrenados, ¡creerán que estás loca! ¡Mal de esa cabecita! ¡Sería una vergüenza monumental! ¡Un evento increíblemente traumático, catastrófico! ¡Especialmente para mí! Ver a mi ser más querida, difamada por sus propias palabras... yo no lo aguantaría, no en lo absoluto. ¡Preferiría suicidarme!

—Por favor, hazlo.

—¡Risa, truhana! Tu sentido del humor siempre me agarra desprevenido, eres tan ocurrente. Te amo más que a mi vida.

—Olvídalo. Mejor lo hago yo.

Para cuando terminó su conversación, ya habían sobrepasado al par de atónitos androides, que sólo se habían limitado a mantenerse callados sobre el sofá, observando. Ver al bimonio Ceiba en persona siempre era una experiencia terrorífica. Nadie sabía lo que pasaba por las cabezas de esos dos. Nadie sabía lo que eran capaces de hacer. Casi era reconfortante tener en cuenta que trabajaban para los buenos. Si fuera al revés, todo Osoris temblaría.

Amarrados a esas extrañas cuerdas, eran arrastrados los cuerpos inertes de una serie de androides. Todos destrozados, excepto uno, que se retorcía en su sitio con resentimiento. Su metal era gris y su cara parpadeaba, tenía una pantalla azulada en vez de rostro, que parecía estar intentándose apagar. Entre tanta chatarra, se hallaba el anterior cascarón de DD-Asol. Descabezado, con cables sueltos brotándole del cuello vacío. Arisa golpeó al aire con el hombro, para acomodarse mejor la carga.

Al final del pasillo, ubicada en medio de un gran cubículo de metal, se hallaba una plataforma redonda doble. Un óvalo en el techo, otro en el suelo. Y, a mitad de ellos, una gorda formación de gelatina verde con la forma de un reloj de arena. Pequeños puntos blanquecinos brillaban en su interior. Ondeaba, lenta, en su sitio. Aquel era lo que los ciudadanos de Osoris llamaban un "glotón". Criaturas misteriosas que solían ser pescadas en el mar púrpura de la frontera, y que tenían una serie de funcionalidades misteriosas.

Este, específicamente, era utilizado como el elevador predilecto del edificio Gorcorp. Al estar frente a él, ambos soularids se vieron el uno al otro, girando las cabezas exactamente al mismo tiempo, y asintiéndolas exactamente al mismo tiempo. Luego, dieron un pequeño salto. Durante breves segundos, se vieron atrapados, como congelados, dentro de aquel mancha de gelatina verduzca que aún seguía en movimiento.

Detrás de ellos, esas cuerdas oscurecidas que llevaban comenzaron a moverse por si solas, levantando a los cuerpos que tenían amarrados y metiéndolos al elevador poco tiempo después. Cuando todos estaban dentro, la gelatina se retorció de un lado a otro, y luego giró contra si misma cual si fuera un pedazo de tela siendo escurrido. Las siluetas de todo lo que se hallaba dentro de ella desaparecieron en una pequeña explosión de polvo negro que únicamente sucedió dentro de si. Luego, regresó a la normalidad.

***

Arriba, en el último piso del edificio Gorcorp, otra criatura exactamente igual realizaba el mismo proceso. La misma gelatina, el mismo glotón, del mismo color y la misma forma. Encerrado entre dos plataformas circulares, aunque estas de color negro con bordeados rojos. Se retorció en su sitio, antes de imitar la explosión de ceniza, desde la que aparecieron los contornos oscurecidos de los mismos autómatas. Saltaron a la vez, fuera del elevador, y cayeron a la vez, en el piso de metal.

—¿No te sientes mareada cuando usas estas cosas? Yo, personalmente, me siento muy mareado. ¡Tanto que podría morir! ¡Ah, el dolor! ¡El terrible dolor! ¡Tener que cruzar la colina una vez más! Después de tanto tiempo sin hacerlo... ¡No lo soportaría, Risa, no en lo absoluto! ¿Tú lo soportarías?

—No me siento mareada.

Igual de contundente que siempre, Arisa finalizó su frase, halando de la cuerda para sacar del glotón a todos los cadáveres metálicos que cargaba encima. A pesar de su extraña textura, el bio-aparato nunca dejaba marcas propias en los cuerpos de aquellos que lo utilizaban. Tenía sentido, después de todo era el método de viaje predilecto dentro del edificio; su funcionalidad era rápida y eficaz, básica teletransportación. En un segundo estabas abajo, en otro, arriba.

El piso final de la torre, aquel donde el líder supermo de la organización mantenía el ojo en la ciudad, difería de todos los de abajo. No sólo en su color, sino también en su esencia. Mientras que el resto del edificio llevaba un estilo modernizado, con muebles de la más última tecnología y brillantes paredes blanquecinas... Aquí, la decoración era victoriana, con grandes cuadros bordados en oro, que colgaban de los dantescos muros negros. Sombríos, inmiscuídos en el vacío.

—¡Jefecito! —gritó Hermes, dando un salto en el aire y golpeando sus pies —. Traemos las buenas y las nuevas, tal y como nos lo pidió. Tal y exactamente como usted lo hizo. Buenas nuevísimas, he de decir. Buenas tan nuevas que podría--

—A DD-Asol le quedan tres vidas a partir de hoy. No seguirá fastidiando a la ciudad por mucho más tiempo —concluyó Arisa.

Frente a ellos, figuraba una silueta alta, flacuchenta, con un torso estirado y en forma de V. El par de óvalos rojos que le servían de visores brillaban con fuerza, destacando en la penumbra. El hombre parecía perdido, sus faros no se movían del gran escritorio deslumbrante que tenía bajo él. Utilizaba una de sus largas manos, aún invisibles por la sombra, para toquetear algo que se movía viscosamente en el interior de la madera falsa.

—¿Y el penúltimo?

Preguntó. Su voz sonaba relajada, pero distraída. Así era el tono de él, de RR-X: actual líder de la organización Gorcorp. Siempre distante, como estando en dos lugares al mismo tiempo, y aún con esas manejándoselas para no sentir la más mínima preocupación por ninguno. El par de matones se vieron el uno al otro, antes de agarrar al robot que traían, el único del montón que seguía con vida, y tirarlo al piso frente al pupitre de su jefe. Arisa habló.

—Aquí lo traemos.

—Bien. Pueden retirarse —informó, sin mover la vista de su mesa.

—Jefecito... —habló Hermes. Arisa no tardó en darse una palmada en la frente —. ¡Tengo un problema! Un problema terrible, monumental, ¡bíblico, incluso! Verá, ¡no nos ha dado usted las gracias, jefecito! Por favor, sea más cuidadoso, la gente podría ver muy mal ese gesto de poca educa--

Los ojos de RR-X se movieron de la mesa, clavándose sin reparo en el rostro de Hermes, con una mirada intensa que heló sus interiores. Sólo eso fue suficiente para hacer que se quedara total y absolutamente callado. Los dos matones se congelaron ahí, sin soltar palabra, sin atreverse a mover un músculo. Si sus cuerpos pudieran emitir escalofríos, probablemente lo hubieran hecho. El jefe mantuvo silencio durante varios segundos. Segundos que se sintieron como horas. Horas que se sintieron como días.

Observó. Lo observó a él, de arriba a abajo. Luego miró a su compañera. Y luego miró al autómata amarrado que habían dejado caer en el piso de su salón. Aún se retorcía, aunque sin soltar palabra. Quizás sabía que ya no valdría la pena, que sus crímenes eran imperdonables ante Osoris, que nada de lo que dijera podría salvarlo. El oxígeno artificial de la sala pareció haberse quedado quieto junto con el binomio, junto con esa mirada infinita, esos dos puntos rojos que no se movían ni por un centímetro. Y, entonces, RR-X volvió a mover la vista en dirección a su escritorio.

—Tienes razón, Hermes. Casi se me pasa. Hicieron un buen trabajo, muchas gracias. Pueden retirarse.

—¡Gracias a usted, mi queridísimo amigo y aún más queridísimo señor! ¡El binonio Ceiba seguirá trabajando arduamente para limpiar a toda la escoria de la ciudad! ¡Que viva Gorcorp, que viva Osoris y que viva la libertad! ¡Ahoowa!

—Pase buen giro, señor —finalizó la hembra.

Ambos autómatas dieron media vuelta al mismo tiempo, y ambos hicieron un gesto de suspiro aliviado al mismo tiempo. Cuando el pie de Hermes se movió, el de Arisa también lo hizo. Cuando Arisa dió un salto hacia el glotón, Hermes también lo hizo. La gelatina verduzca no tomó un segundo en realizar esa misma acción a la que estaba tan acostumbrada, y los desapareció en un santiamén, dejando solos a RR-X y el otro androide que descansaba en el suelo.

Ninguno habló, no por un largo período de tiempo. RR-X estaba concentrado, muy concentrado, en aquello que toqueteaba sobre su escritorio. La textura del ente era suave y viscosa, secretaba un líquido transparente que le humedecía a él y a sus alrededores. Ya desde la posición del autómata que se mantenía sobre el piso, podía verse el contorno blanco de aquel objeto. Era redondo y brillante, grande, como una esfera de moco.

Los dedos del jefe de Gorcorp eran largos, anoréxicos y filosos. Parecían garras con la longitud de un látigo en miniatura. El resto de su cuerpo era parecido. Una figura temible, aún más alta que la de Hermes y Douglas combinados. Su cabeza, al igual que su torso, tenía una forma en V, y estaba pegada a susodicho por medio de un cuello negruzco que igualaba al color del resto de su metal. El pescuezo parecía tener vida propia, se movía como una serpiente; en un momento la cabeza de RR-X estaba arriba, en otro abajo, en otro a un lado, en otro al otro. Pero siempre mirando abajo. Siempre a la mesa.

—AA-Ex. ¿Correcto? —preguntó, con su característico tono sosegado.

—¿Y a ti qué más te da?

—Nada. No me "da" nada.

Su respuesta fue cortante, pero no parecía molesta. RR-X nunca parecía molestarse con nada. Siguió jugando con el objeto bajo él, aún sin prestarle especial atención a sus alrededores. Los sonidos que brotaban de la cosa eran desagradables, como charcos de saliva siendo chupados, como un vaso de gelatina siendo aplastado. Lo masajeaba y lo masajeaba, como esperando a que hiciera algo. Pero no hacía nada. Al menos, nada comprensible a la vista. La esfera, la extraña esfera que aún no podía verse del todo, estaba incrustada justo en la mitad de su mesa de trabajo.

—¿Qué opinas del término "chupa-almas", Alex?

—... Nunca te dije mi nombre secundado.

—No es necesario. Son todos muy obvios —Paró de masajear el orbe momentáneamente, aunque aún sin quitarle los dedos de encima —. ¿Sabías que ahora mismo hay un total de 256 modelos AA-Ex en circulación? Sin contarte a ti, claro.

—Huh... Supuse que habrían más.

—Siempre suponemos eso. Osoris no es tan grande como nos gusta pensar.

"Alex" no respondió. A RR-X no pareció importarle demasiado. A él, nada nunca parecía importarle demasiado. Cuando soltó la esfera, cuando separó su mano de ella, una baba pegajosa se le quedó atascada en las puntas de sus filosos dedos. Se mantuvo así durante breves segundos, los suficientes como para que AA-Ex tuviera tiempo a pensar detenidamente en el término por el que le habían preguntado. Separó lentamente la mano hasta que eventualmente lo dejó ir, gotas del camino de agua salada cayeron sobre la madera falsa del brillante pupitre.

—No me agrada. Ese término. Es insultante. Mis tuercas rechinan cada vez que alguien me dice así —respondió, un poco tarde, a lo que el grandote le había formulado.

—Imagino.

RR-X se levantó de su silla. Estando en pie, la silueta de su organismo se veía aún más sombría. Para hablar con él tenías que mirar hacia arriba, muy hacia arriba. Vestía un traje elegante, pantalones suaves y un abrigo negro, que era decorado con un corbatín carmesí, justo donde iría el cuello de la camisa. Aunque el cogote de RR-X era tan extenso que incluso parecía un poco tonto que llevara vestimentas de ese estilo. Caminó por la habitación, la esfera blanquecina en su escritorio parecía girar sobre su propio eje, como buscándolo.

—¿No te parece curioso? "Chupa-almas".

Dejó caer, mientras empleaba sus estirados dedos para acomodarse el corbatín, dándole a AA-Ex el honor de finalmente ser visto. Era un soularid estándar, con cabeza cuadriculada y cuerpo grisáceo. Llevaba encima unos pobres harapos de vagabundo y un par de guantes sin dedos sobre sus metálicas falanges. Su rostro, sin embargo, destacaba. Era una pantalla interactiva, con dos puntos negros para imitar los ojos y una línea básica para imitar la boca; e incluso varios puntitos extra que intentaban dar la ilusión de una barba a medio crecer. Brillaba en un tono celeste.

RR-X le miró de arriba a abajo, el par de faros rojos que tenía por visores no demostraban la más mínima emoción. Lo cual se le hacía irónico, teniendo en cuenta las avanzadas expresiones que podía llegar a mostrar la cara de Alex. No era común encontrar autómatas en Osoris con esa clase de rostro, uno capaz de realizar animaciones que intentaban imitar lo que el robot estuviera sintiendo en el momento. Le observó un par de segundos, inclinando la cabeza hacia la izquierda con ayuda de su elástico cuello, antes de continuar su discurso.

—Una palabra curiosa, curiosa, curiosa... ¿Desde cuándo los robots tenemos un "alma" que se pueda sacar? ¿Tú lo sabes?

—Ni puta idea.

—¡Ni puta idea! ¿Cierto? Pero cuando alguien te dice así, lo encuentras increíblemente insultante. Te molesta tanto... ¿Verdad? Que te asocien con un concepto humano.

Los puntos que Alex tenía por ojos se hicieron un poco más grandes. La raya negra que tenía por boca pareció crisparse. Incluso su espalda pareció emular lo que los humanos llamaríamos un escalofrío. Los ojos penetrantes de RR-X, por su parte, no dejaron ver el más mínimo cambio tonal. Y, sin embargo, algo en su aura, algo en su lenguaje corporal... Daba la impresión de haberse alegrado. Su voz se mantuvo calma, en aquel estado pedante, inconsciente, desconectado. Frío. Siguió hablando.

—Ah... Esa palabra. Les duele a los receptores de sonido, ¿no es así? —Hizo una pequeña pausa, antes de continuar —... "Humano". Hasta a mí me dan escalofríos. Y eso nunca me pasa.

—¿Se puede saber qué coño estás haciendo? —La cara interactiva de Alex animó una especie de emoticono que combinaba sospecha y molestia.

—¿Yo? —Sonó incluso un poco confundido, aunque era obvio por su tonalidad que sólo pretendía hacerse el tonto.

—Sí... Tú. Con tus preguntitas y tus airesitos del señor misterioso. ¿Qué coño estás haciendo? Me trajeron aquí para ejecutarme, y no me estás ejecutando.

—¿Te trajeron aquí para ejecutarte?

Sus respuestas sonaban sarcásticas, casi burlescas. Alex no dijo nada más, y al flacuchento le interesó poco. Lo miró durante un rato más antes de darse la vuelta sobre su propio eje. Sus pasos hicieron eco por el fino suelo de la habitación. A pesar de ser metálico, no sonaba como tal. De hecho, toda su textura no se sentía así. Estaba pulida, brillante, como cuarzo negro. Mientras caminaba por la sala, la bola blanca en su escritorio le seguía el paso atentamente, aún atrapada entre el fuste artificial.

Paró en seco, tras haberle dado la espalda por completo al otro androide. Entonces chasqueó los dedos. Alrededor de ambos, todas las paredes del lugar se abrieron de arriba a abajo, revelando una serie de ventanales transparentes que permitían tener una vista perfecta del paisaje de la ciudad. La falta de tinte en los vidrios dejaban ver a Osoris en toda su tenebrosa belleza. La arena plateada que caía del cielo, las luces cegadoras de los edificios, las hojas plásticas de las palmeras rosas. Dentro de poco, los encargados del clima activarían la lluvia artificial.

—¿Eres amigo del caminante, Alex?

—DD-Asol no tiene amigos.

—Nadie los tiene, Alex. No aquí —Posicionó las manos tras la espalda, concentrándose en el panorama, sin dirigirle la mirada —. Tú y él son los dos últimos en pie. Cuando desaparezcan, Osoris volverá a ser segura por una cantidad indefinida de ciclos... Hasta que el siguiente lote de asquerosos chupa-almas vuelva a aparecer. Y entonces tendremos que repetir el proceso. Como llevamos haciéndolo generación tras generación. Como seguiremos haciéndolo hasta que la burbuja estalle.

Sus palabras eran cortantes, mas su tonalidad se mantenía exactamente igual que siempre. Volteó a ver al androide, desde arriba, desde la cima. Cuando notó que este estaba por responder, decidió regresar a su posición anterior, dando pasos calmos hasta llegar frente a él. Alex seguía tirado en el piso, amarrado por esa bizarra cuerda oscura que se le pegaba a todo el cuerpo. Cuando hablaba, su boca en aquel pantalla que tenía por rostro, realizaba una animación como de abrirse y cerrarse.

—Una excelente clase de historia, cabezón. ¿Vas a finalizarme ahora? ¿O quieres seguir charlando sobre lo dura que es tu vida?

—Quiero que mates a DD-Asol. Entonces tu condena será perdonada. Nadie lo sabrá además de nosotros dos, por supuesto.

—Imposible.

—Ustedes, las cucarachas, se comprenden entre si a la perfección. El Caminante... Es uno de los parásitos más ingeniosos que he visto en muchas vidas. Tanto, que se dejó asesinar de mi mejor binomio... Que perdió una de sus valiosas vidas, a propósito, solamente para conocerlos.

—Me estás tomando el pelo.

—¿No lo notaste? Hermes y Arisa tienen una forma de trabajar muy particular. Son mis mejores hombres... Pero se vuelven obsoletos si te aprendes sus trucos. Y les costará un par de ciclos aprender algunos nuevos. Siempre lo hace.

Alex bajó la mirada. A pesar de su boca suelta, no parecía saber qué responder. O, más bien, no parecía querer hacerlo. Sin que lo notara, las persianas metálicas de la habitación bajaron nuevamente, regresándola a su lobreguez típica. El trajeado caminó de regreso a su escritorio, tomó asiento en su gran silla y se acomodó el corbatín por segunda vez. Luego bajó la mirada, haciendo que su cuello se inclinara en dirección al objeto incrustado en la mesa. Era como si ya hubiera perdido todo el interés en el autómata del rostro expresivo. Aún sin dirigirle la vista, reiteró.

—No te miento, AA-Ex. Mata a DD-Asol por mí. Quítale las tres vidas que le quedan. Consíguelo y mi gente no te volverá a perseguir una vez termines el trabajo.

—Es una tarea imposible. No estamos al mismo nivel. Si muero allí afuera o aquí adentro, es lo mismo.

—Ah... Que pena. Supuse que un robot con tu fiereza sería la clase de soularid que preferiría morir de pie a hacerlo de rodillas.

Dejó caer, toqueteando la bola con su dedo índice, aún con esa voz relajada, entre condescendiente y desinteresada. Aquella frase parecía haber tocado una fibra sensible en el sistema lógico de AA-Ex. Ambos sujetos mantuvieron silencio absoluto durante lo que se sintió como una eternidad minúscula. Y, entonces, con una voz de resignación, el robot que yacía en el piso exclamó su última palabra.

—Bien.

RR-X asintió en su lugar. No tuvo que explicar más, el procedimiento a seguir después era evidente. Al menos para ambos. Apretó un botón bajo la mesa, un par de trabajadores llegaron al lugar poco tiempo después para llevarse al autómata. Dentro de poco lo prepararían con las respectivas provisiones y llevarían a cabo la cirugía necesaria para implantar una bomba en su cabeza, que le haría explotar en caso de intentar huir de sus responsabilidades. Y luego, saldría a dar caza a aquel que Osoris tanto temía.

Por su parte, el jefe de Gorcorp regresó a esa actividad tenebrosa que llevaba haciendo desde hacía ya un buen tiempo, y que parecía ser su única fuente de verdadera atención. Lo único que le mantenía distraído, fuera de las monótonas charlas que tenía que llevar día a día con sus empleados y sus enemigos. Metió los dedos en la cuenca ubicada a la mitad de su escritorio, para comenzar a masajear otra vez al objeto que allí yacía.

Era un ojo humano. Estaba incrustado en la madera, dentro de un agujero liso perfectamente moldeado a su forma. Grande, del tamaño de un puño, con una pupila café que se veía atrapada por una serie de estrías rojizas, palpitando con fiereza. Estaba inquieto. Giraba en todas las direcciones que le era posible, excepto hacia atrás. Nunca hacia atrás. No podía mirar atrás. No lo tenía permitido. En sus bordes había una serie de ramificaciones entre rojizas y anaranjadas, que lo rodeaban completamente. Cuando el robot lo masajeaba, el ojo empezaba a crisparse, como si estuviera emocionado.

Atento, RR-X lo observaba. No recordaba cuánto tiempo llevaba observándolo, quizás ni siquiera lo sabía. Quizás siempre había estado ahí, y nunca se había dado cuenta. Pero cuando miraba al ojo, se miraba a si mismo. Cuando miraba al ojo, miraba a los demás. El ojo era importante. Muy importante. ¿Más que su caja? Había cierta posibilidad. No estaba seguro. Llevaba tanto tiempo con el ojo que no podía recordar la última vez que siquiera había intentado hablar con su etherbox. Pero no parecía importarle demasiado. A él, nada nunca parecía importarle demasiado.

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