★ Para siempre ★

El azabache sólo se dedicó a observar como su amigo revolvía de forma constante, todos aquellos ingredientes en la rara sartén que tenía. Lo hacía como si de ello dependiera todo el equilibrio del universo; era él contra el mundo cuando preparaba aquel famoso plato y quizás por eso, su cabeza no se había salvado de la calvicie.

Miró dentro de su vaso y tomó lo poco de sake que había quedado. Finalmente su amigo le sirvió el oden en el hondo plato con un cucharón que bien alcanzaría para dos personas. Éste le dedicó una gran sonrisa y el pelinegro no tardó ni un sólo segundo en empezar a comer.

—¿Sabes qué es lo mejor de todo? —le preguntó Chibita mientras observaba a su mejor amigo, el segundo de los hermanos Matsuno. Éste le prestó atención con un gesto— Pues que a pesar de que todos ustedes tengan pareja y obligaciones, sigan viniendo a mi humilde puesto de oden como los viejos tiempos.

El pelinegro casi se obstruye la garganta con la risa que lo había provocado.

—¿Humilde? —Preguntó con sorna— Si tú sólo paras diciendo: «¡Yo hago el mejor oden del universo, maldita sea!»

Chibita sólo se rió por lo bajo debido a aquella broma suya. Se serenó y miró hacia las estrellas en el cielo oscuro y con una sonrisa nostálgica se acordó de cuando las observaban todos juntos. Luego bajó la vista a su amigo, quien le pedía otra ración de oden.

—Bueno no cualquier persona nace con el don de hacer el mejor oden del universo, ya sabes, es algo con que se nace y no se hace —le dijo con aires de orgullo mientras que con el cucharón llenaba de nuevo aquel plato hondo— Pero Karamatsu ¿Sabes algo más?

—La verdad es que no te entiendo, mi buen amigo mío ¿Acaso hay algo más que debería saber?

—Sólo quería decir que aun me parece increíble que seas el único de la familia que se ha casado. Algunos de tus hermanos están de viaje, otros emprenden un negocio juntos; después está el que estudia junto a la chica rubia cual se ha mudado muy lejos, y otros simplemente son convivientes mientras siguen con sus respectivas vidas. Tú eres el único quien ha decidido comprometerse de verdad, Karamatsu.

El mencionado vio nuevamente a lo profundo de su tazón blanco, ahora vacío y encontrándose con el estómago lleno, le dedicó una de sus sonrisas más sinceras.

—Llevamos ya seis años juntos como el resto de mi hermanos con sus respectivas parejas —le dijo el pelinegro mientras le tendía su vaso, esperando a que le sirviera más sake y así lo hizo
—Seis años en los que me he dado cuenta de que Saoirse es todo lo que quiero en ésta vida, que yo de verdad siento éso que realmente desconocía y que lo llaman amor, cuando ella me mira dentro de mis ojos negros y me dedica la sonrisa más resplandeciente cual bastaría para iluminar a toda una estrella. El matrimonio es sólo una manera de volverlo oficial, pero también es una prueba de lo cuán seguro estoy de mi elección.

Su compañero hizo un gesto en señal de asentimiento y con un ademán le dijo al otro que se levantara y alejarse del puesto de oden. El pelinegro así lo hizo y se pusieron a ver las estrellas juntos.

No hablaron nada en ese momento donde lo único que podía escucharse era el canto monótono de los grillos, en realidad no lo necesitaban. Les bastaba sólo admirar el paisaje de su alrededor para sentirse satisfechos, siempre había sido así, desde que eran niños. Pero ahora ya crecidos se habían puesto a pensar en el giro que había dado sus respectivas vidas; aunque en general al segundo de los sextillizos, porque Chibita prefirió estar igual como siempre, con su querido puesto de oden se sentía a gusto y sólo eso le bastaba ser feliz.

En cambio Karamatsu sí pensó en aquel giro, desde su niñez, adolescencia, juventud y ahora adultez. Todo lo bueno que había llegado a su vida cuando menos se lo había esperado y por supuesto, nunca había pensando en encontrarse con alguien como Saoirse, llenando todo su mundo y saturándolo de color. Su vida estaba cambiando, él estaba cambiando y se sintió feliz por haber mejorado como persona. Quizá los viejos hábitos vuelvan a regresar, pero ahora se encontraba mucho más consciente y más hábil que años atrás. No podía descuidarse ni desviarse en ningún solo momento, y mucho menos cuando un pequeño niño estaba en camino.

—¿Sabes algo mi buen amigo? —le preguntó el dueño del puesto de oden, rompiendo con el silencio de aquel momento— A veces sigo buscando flores que necesitan ayuda para regarlas y finalmente se conviertan en bellas muchachas. Cuando la recuerdo me siento muy solo Karamatsu, realmente lo estoy.

El pelinegro le dio unas palmaditas cariñosas en su espalda, junto a una de sus más brillantes sonrisas.

—No pierdas la esperanza mi buen amigo Chibita, quizá deberías darte un descanso con tu oden y ver más allá, como lo hiciste aquella vez. Haz estado viviendo mucho tiempo así que no conoces otras cosas, creo que deberías explorar más allá de lo que hay en tu alrededor.

—Eso es seguro —le respondió el otro con un suspiro, mirando al suelo— Me encanta éste arte milenario que llevo con el oden, de veras que sí, pero también soy consciente de que me está consumiendo como persona. O sea ¡Vamos! Siempre digo que quiero hacer el mejor del universo, pero a la vez sé que estoy muy lejos de eso.

El pelinegro lo observó con una mirada y un gesto de desaprobación ¡Oh Jesus Christ! ¿Cuándo su mejor amigo podría entenderlo? Aun después de años, parece que seguía sin comprenderlo.

—¿Cuántas veces voy a repetirte que haces el mejor oden de todo Tokyo? Y no es porque sólo yo lo diga, ni mis hermanos, ni ninguna de nuestras parejas. Eres un gran cocinero, y te lo digo como tu confidente y amigo de tantos años.

—Lo sé Karamatsu, creéme que lo sé. Voy a darme un descanso y empezaré a viajar por el mundo, quizás en alguno de los lugares a dónde yo vaya, encuentre a la persona que esté buscando.

—Existe, sólo que aun no la conoces.

Ambos chicos, ya adultos, fueron a jugar al billar en uno de los lugares en el que consideraban su favorito. El pelinegro podía tomarse la noche libre ya que su esposa había ido a una reunión sólo para mujeres. Sí, ella ya se encontraba en el total dominio de sí misma y toda aquella timidez al conocer a alguien se había desvanecido. Saoirse era ahora una mujer nueva, extrovertida, fuerte y más decidida que nunca antes. Ahora que iba a ser madre, tenía que adoptar todas aquellas cualidades para que su futuro hijo las refleje en sus acciones. Todo era gracias a su héroe, a la persona a quien había admirado toda su vida.

Karamatsu y Chibita eligieron una mesa y jugaron al billar. Durante toda la noche se compartieron bromas, un dialecto enredado de ingles cual el pelinegro ya había perdido ésa costumbre hacia ya mucho tiempo. Hablaron también sobre otras tantas cosas, su futuro, lo que podría pasar más adelante según el camino que habían tomado. Charlaron sobre el fútbol, el béisbol, sobre los nuevos libros que sus autores favoritos habían sacado. Eran ellos completamente, como si de tener treinta años hubieran retrocedido el tiempo para pasar a ser los mismos jóvenes de veinticuatro. Dos amigos, dos confidentes desde la niñez hasta el presente y del futuro en adelante. Eran ellos y nada más podía importar.

—¿Y cómo se irá a llamarse el inquilino? —le preguntó el de baja estatura, mientras que con el taco hacia impulsar una nueva bola hasta meterla en el hoyo. Sonrió con aires de orgullo, su amigo rodó los ojos, pues estaba perdiendo.

—Eso, la verdad, es una apuesta entre los dos —le dijo el pelinegro con su típico semblante que lo caracterizaba cuando era más joven— Mi apuesta fue a que si era niña, «Mylene»; y la de ella a que si era niño, «Soru». Veremos quién tendrá que invitar a quién a una cena romántica en cuanto sepamos los resultados.

—Sois muy raros —le dijo su amigo con sarcasmo— Pero creo que mi voto va para Soru.

—¡Oye! —bromeó él y rieron nuevamente.

***

Me gustaría decir que éste es el final de la historia, pero hay muchísimas cosas para contarles.

El mayor de todos los sextillizos, Osomatsu Matsuno, con los ahorros de su trabajo compró junto a su novia una casa muy bonita en las afueras de un campo, en dónde los edificios de la civilización no podían llegar. A Petra le hizo muy bien respirar el aire allí, ya que de por sí era una mujer que debido a su estado, dejar de lado la fragilidad le era casi imposible. Sin embargo, están dispuestos en regresar a Tokyo en cuanto se encuentre lo suficientemente fuerte como toda persona promedio y así poder traer una criatura al mundo.

Choromatsu Matsuno se graduó de la Universidad de Keio junto a su novia, la hermosa rubia de los más brillantes ojos azules que haya podido ver jamás. Se consideraban como almas gemelas, cursis, que habían nacido para permanecer junto al otro. Decidieron mudarse a Londres en donde Monet tenía familia y que juntos, ahora, ejercen sus respectivas profesiones.

Ichimatsu y Gala van de gira por el mundo, ya que la de las coletas castañas se hizo famosa al destacarse como violinista y su novio inició la carrera de convertirse en músico profesional para poder tocar la tan ansiada guitarra eléctrica. Son un dúo muy dinámico.

Jyushimatsu Matsuno vive muy feliz junto a Anahís, se alquilaron una pequeña casa para vivir y lo acogedor de ése lugar es lo que los tiene más enamorados que nunca. No pueden dejar el helado haciéndolo a un lado y casi frecuentemente tienen encuentros carnales que despierta aquella llama de la pasión que vive en ellos. Seguramente podrían estar esperando a un niño en camino sin saberlo y en un futuro tal vez casarse.

Todomatsu, el menor de todos los hermanos, logró convertirse en el dueño de Lullaby Moon y junto a su muy amada Elizabeth, emprenden juntos el negocio que ya está empezando a abrir algunas sedes en Tokyo. Anhelan mucho poder unirse en matrimonio como Karamatsu y Saoirse, aparte también traer muchos niños al mundo y agrandar la familia lo más que se pueda. Aunque al azabache le sonroja mucho ésa idea, creyó que ya era momento de tener aquel tipo de roce con su querida ambarina. Algún día llegaría el momento, algún día.

A veces, en muy pocas ocasiones, todo si puede durar siempre y ésto no es un invento cruel de los escritores para alentar las esperanzas de los solitarios corazones. Cualquier cosa puede suceder. Siendo la vida un caso muy contingente

***

—Te he ganado —se enorgulleció Chibita en cuánto vio a su mejor amigo arder en rabia, pues no soportó la frustración de haber perdido... Otra vez.

—Algún día de éstos vas a morder el polvo en cuanto menos te lo esperas, mi buen amigo —le dijo el pelinegro muy seguro de sí mismo— Voy a entrenar muy duro para poder ganarte, ya lo verás, Karamatsu Matsuno ganará una ronda de billar.

Ambos rieron sonoramente, al terminar su partido se fueron de aquel lugar favorito que tenían; y al verse en la oscura calle, decidieron irse cada cual por su respectivo camino.

—Cuídate.

—Tú igual.

—Espero de corazón que de verdad sea Mylene y no Soru.

El pelinegro le dedicó la más tierna de sus miradas.

—Gracias mi buen amigo, siempre puedo contar contigo.

Chibita se quedó solo en su puesto de oden, y pensando seriamente en viajar por el mundo para llegar a conocer al amor de su vida, cerró el lugar en dónde vendía y se fue a hacer sus maletas.


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