★ Libros ★

Ella sólo quería que le enseñaran la tarea de historia, no se centró en nada más hasta que sus ojos sibilinos le demostraron la calidez más dulce en su inocente mirada. Monet tenía prejuicios y una ida a la biblioteca lo resolvería, hasta llegar al punto, de cambiarlo todo.

***

La pobre muchacha se encontraba exhausta de leer y releer; una y otra vez, el mismo fragmento de texto que tenía frente a sus ojos. No importaba cuántas veces lo hiciera, las palabras no terminaban de encajar y establecer conexión dentro de su cabeza. Soltó un cálido vahído por decepción, puesto a que creyó que su «primitivo» cerebro nunca podría lograrlo, que aquella pregunta resaltada en negrita se quedaría en blanco y tuviera que pasar a la siguiente.

Miró a los lados, en busca de una alma caritativa que podría ayudarle en esos momentos que tanto necesitaba de un profesor. Pero todos, sin excepción, estaban absortos en la lectura de sus libros como si no supieran hacer otra cosa. En ese estado hipnótico inmerso en las palabras ¿Quién se molestaría en ayudarla? La chica empezó a sentirse afligida, con las tantas ganas de echarse y rendirse sobre el libro de historia.

Pensó en Aya, como la persona más cercana a su mejor amiga aunque sólo la quisiera a su lado por ser la «cerebrito» del salón. La rubia en realidad comprendía muchas cosas, pero nada que ver algo sobre un papel escrito. Si le decías «Haz tal pirueta», la ojiazul lo hacía sin problema alguno, no por nada se encontraba entre el equipo de las animadoras, pero hacían falta muchas cosas más para graduarse aparte de sus destrezas como gimnasta.

Pensó en Óscar, el chico tierno que a veces la veía desde las gradas cuando ella animaba. También era muy inteligente, pero no se encontraba en su misma clase y eso de todas formas, no le servía.

Un sonido de campanilla llamó su atención de pronto ante el silencio sepulcral de la biblioteca, se reincorporó de golpe y observó por el rabillo del ojo que un nuevo lector había llegado y nadie le había prestado la más mínima atención; salvo ella, aunque sólo fuera para distraerse de la difícil misión que le habían encomendado.

Pero luego llegó a mirarlo con mucho más interés, observando sus movimientos cohibidos ante el estante lleno de libros numerosos. Sólo unos cuantos pasos los separaban y llevaba el pelo negro, una polera verde limón con un pino estampado en el centro; jeans y zapatillas simples. Así era aquel chico.

Sin embargo, al contrario de los demás presentes, éste se veía mucho más desinteresado mientras hojeaba las páginas de un libro tras otro diferente, como si precisamente hubiera venido a hacer cualquier otra cosa que a estudiar o conocer algo. Entonces los ojos azules de la ambarina le brillaron como estrellas y su larga cabellera se movía en ondas tras levantarse de una forma cuidadosa de su asiento para no hacer ruido alguno. Sintió una corazonada en el pecho, sus pies se volvieron más ligeros y decidió tener absoluta seguridad y fe en sí misma. Total, un afirmativo o un negativo es lo que recibiría al fin y al cabo, no tenía nada de las de perder.

Entonces, libro en mano, se acercó a él como fiera quien caza sigilosamente a su presa entre la oscuridad de los matorrales. Este acto de inoportuna sorpresa sobresaltó al pelinegro, haciendo caer su libro que tenía en la mano al enterarse de que se trataba de una hermosa damisela con los ojos tan marinos como el mismo océano, le pareció tan irreal que no pudo hacer otra cosa que enrojecerse y quedarse sin habla.

—¿Te parece? —preguntó de pronto en un susurro la de los cabellos rubios, tras terminar su petición ante el extraño joven que acababa de conocer— ¿Vamos a un lugar donde se pueda hablar tranquilamente?

El de la polera verde no pudo hacer más que asentir con las mejillas ardiendo al rojo vivo, intentando mantener su vista solamente en el rostro de la hermosa joven desconocida, ya que después de todo, era un chico después de humano. Para ayudarla, recogió el libro caído devolviéndolo al lugar de donde lo había sacado y echó a andar con mucho sigilo tras ella, dentro de la biblioteca.

La dulce tufarada que emanaba de los cabellos de la joven le parecía una sensación agradable, nunca antes había estado tan cerca de una chica y siempre se ponía nervioso con una. Dentro de unos segundos le estaría enseñando la tarea de historia que ella no entendía ¿Pero cómo haría para que todo fluyera como la seda y que no parezca una aburrida charla de estudio? Apenas pudo hablarle unas cuantas palabras, pero al parecer, eso a ella no le importaba. Se encontraba exhausta, pero feliz por ver la luz en él gracias a sus habilidades para esa clase de cosas. Su cara, sus ojos azules, su sonrisa; todo resplandecía en ella.

La ojiazul le mostró el libro ante sus narices, por lo que él pudo leer el título de aquel y averiguar aproximadamente su contenido. Sin embargo, se encontraba más nervioso que nunca con la mirada de la rubia puesta en él como si fuese un experimento de laboratorio ¿Cómo hablaría ahora si antes no podía? Entonces se animó a hojear el libro hasta encontrarse con el texto marcado en resaltador. Lo leyó con mucho interés y luego alzó la mirada.

-¿De qué trata? -preguntó la de los ojos zafiros- ¿Lo haz entendido?

-Al parecer... -comenzó el azabache pero con una voz muy queda que tuvo que callarse y avergonzarse. No podía con sus nervios, siempre lo traicionaban. La rubia tuvo que carraspear su garganta para que lo oyese.

-Discúlpame -habló ella interrumpiéndole con su dulce y enérgica voz- ¿Podrías hablar un poco más fuerte? Realmente estoy interesada en oíros.

Todo parecía sacado de un cuento de hadas para el muchacho de la polera verde, sólo había ido a la biblioteca para distraerse de la irritante compañía de sus hermanos. Pero ahí se encontraba ella, hermosa como una flor de loto, inmóvil esperando a que él le explicara lo que no entendía. ¿Se habría golpeado muy fuerte en la cabeza?

A su alrededor, grupos y parejas de personas se reunían en diferentes mesas. Reían, charlaban, discutían o debatían sobre el tema que se hacía tratar en los libros. Todo parecía mágico porque siempre iba solo y ahora estaba en compañía de la bella muchacha que aun no conocía su nombre. ¿Cómo era posible? Pero decidió no preguntar nada, porque precisamente no se encontraba sentado ahí para conocer gente, si no para enseñar.

-Bueno... -Comenzó él esta vez con más seguridad mientras se sumergía en los ojos azules de la ambarina como si el fondo del mar lo llamase. Le mostró una de sus sonrisas joviales como si la hubiese conocido de toda la vida, aunque eso era prácticamente imposible; entonces quiso conocer todo de ella, quiso saber todo sobre la chica ambarina.

«El texto trata básicamente sobre los avances tecnológicos y culturales que tuvo China al término de la revolución, después de que Ten Siao-Ping haya asumido el poder. Ya sabes que ese país es una gran potencia mundial a través de su comercio y producción industrial. Es a lo que se resume este texto.

Entonces la rubia se llevó una palma a la frente, pensando en lo fácil que había sido deducirlo y cuanto le había costado. Luego lo miró, asombrada, como si hubiese descubierto una nueva maravilla.

¿Aya la hubiera largado por una pequeñez como ésa? Parece que al pelinegro no le molestaba en explicarle lo obvio y se avergonzó.

-¡Muchas gracias! -exclamó de pronto con una gran sonrisa- Realmente soy una cavernícola con estas cosas, como si mi cerebro sufriera un colapso mental cuando tengo un libro en la mano. Me haz salvado y estoy agradecida. -El pelinegro rió un poco por esa referencia.

Entonces su semblante se dulcificó tanto que parecía que estaba hecho de azúcar. Los miedos y las inseguridades se apartaron a un lado dejando entrar a su fuerte carácter, seguro de sí. El aroma en el ambiente se sentía templado y relajante, como si estuviese dentro de un sauna. Porque ante sus ojos, ella sólo era para él, ni más ni menos, una tierna chica.

Dobló sus brazos sobre la mesa y los hombros perdieron la rigidez de la tensión, el calor en sus mejillas se sentía bien y descubrió lo que le imploraba el corazón junto a raudos latidos al ritmo del tambor. Él podría arriesgarse a dar rienda suelta a su propia personalidad, es decir, ser él mismo sin temor alguno.

Entonces, al levantar su mirada y fijarla en los zafiros de su acompañante, descubrió todo lo que había estado buscando en una chica.

-No te deberías desanimar por eso -comenzó con su verdadera voz que lo caracterizaba como tal- Existen siete inteligencias y todos siempre venimos al mundo por una razón, con un don, aquella chispa que nos hace destacar en algo y posteriormente brillar. Sólo eso basta, apuesto a que puedes ser muy buena en cualquier otra cosa.

«Pertenezco al grupo de las animadoras, soy una gran gimnasta. ¿Pero eso lo es todo? Siempre me han dicho que las matemáticas son lo único que importa.

Pero yo podría...

Una lluvia de estrellas fugaces pasó con celeridad por los ojos marinos de la ambarina, se ruborizó y le encantó sentir esa sensación. Él era diferente y sus ojos como el carbón, le gustaban, sentía curiosidad por ellos.

-Yo podría ser trapecista profesional... -se dijo para sí misma, impresionada y maravillada.

-¿Qué dijiste? -le preguntó el pelinegro con interés, sintiéndose mal por no haberla escuchado.

Entonces la ojiazul se puso a pocos centímetros de su rostro, ensanchó la sonrisa brillante, abrió muy grande los ojos como dos zafiros y exclamó:

«-¡Yo soy Monet! ¡Encantada de conocerte chico inteligente! ¿Cuál es tu nombre?

El de la polera verde no se esperaba para nada aquella reacción tan enérgica que la joven tenía de presentarse. ¿Hacía eso con todas las personas que le enseñaban? Sí, quizás era eso.

-Matsuno... -empezó a decir con el rostro sonrojado y la timidez de vuelta- Choromatsu Matsuno.



Después de las preguntas resueltas, decidieron ir a comer para pasar el tiempo. El restaurante era espacioso y grande y les recordó al lugar de la biblioteca en el que sí se podía conversar. Los camareros eran amables y la iluminación, tenue y agradable; poseía una bella vista al mar, donde se observaba con claridad la mangata que dejaba la luz blanquecina de la luna llena.

-Gracias por ayudarme con todas aquellas preguntas -habló Monet en cuanto hubieron elegido una mesa y hecho los pedidos, el azabache sólo se sintió feliz por estar junto a ella ya que no podía hacer nada más. Cualquiera hubiera dicho que ya eran los más grandes amigos, o al menos algo más que unos simples conocidos, pero aun él no podía entablar una debida conversación porque los nervios lo empezaban a traicionar otra vez. Ella era hermosa y no podía con eso.

«Me sorprendió ver como iban subiendo de nivel.

Choromatsu rió, otra referencia divertida.

-¿Lo sé no? Mientras las leía me sentí como dentro de un videojuego -indagó divertido el de los cabellos brunos, pero al instante bajó su mirada avergonzado, por un comentario tan propio de él ante una chica como ella.

Monet se dio cuenta de ello, una sonrisa dulce se extendió por las comisuras de sus labios ya que le parecía muy tierno aquel semblante sonrojado. Tuvo ganas de apretarle los cachetes como si estuviese hecho de goma, pero en vez de eso rió enérgicamente por su comentario. Él levantó la mirada, perplejo.

-Es verdad, cada cosa que se me ocurre. Me gusta tu sentido del humor, Choromatsu. -Entonces rió nueva y sonoramente, haciendo que el azabache se sintiera atraído por ella. Incluso cuando mencionó su nombre, creyó que sólo podía ser pronunciado por los labios de Monet, ya que lo hacía sonar muy angelical, tan hermoso.

«Ahora que me contaste que sólo tienes trabajos de medio tiempo ¿Por qué no estudias en la universidad en donde estoy? Podrías ganar fácilmente una beca y estudiaríamos juntos.

El pelinegro paró en seco la bebida fría que le trajo el mozo. Tosió un poco por la repentina revelación que había tenido ¿Monet y él estudiando juntos? ¿Acaso ya había muerto y el cielo era una réplica de lo que es la vida real? ¿Estaba viendo a un ángel frente suyo?

Entonces todo cobró color para los ojos de Choromatsu. Le gustó hacer viajar su mente hacia un futuro donde podría tener una vida académica junto a ella, junto a su refrescante y dulce aroma, su sonrisa radiante, su risa como a coro de ángeles. Quizás tal vez podría tomar su mano y una posible relación con ella. Siempre con un arcoiris variado y cambiante, experimentando su primer beso junto a los labios de Monet.

Dejaría de ser virgen, sus hermanos ya no tendrían pretextos para molestarlo, la amaría sin límites.

¿Pero realmente eso podría ser posible?

-Eso me gustaría más que nada... -Luego se atragantó con sus propias palabras, pensando en que solamente estaba viviendo un buen sueño- Quiero decir... ¿Crees que podría?

-Pero claro que sí -le confirmó la ojiazul como si estuviese diciendo lo obvio mientras se acomodaba el cabello- Lo que me haz demostrado hoy es lo suficiente para que puedas entrar, y yo te ayudaré, porque me haz caído fenomenal y... -Entonces empezó a jugar con sus propios dedos, nerviosa y un poco avergonzada. Estuvo moviendo el interior del líquido que contenía su vaso, como si tuviera intención de tomarlo mientras miraba haciadentro, pero no fue así-Necesitaré que me enseñes de vez en cuando...

El joven pelinegro supo en ese momento que la apoyaría en todo lo que quisiera y que realmente estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. No tenía por qué ponerse nerviosa si obviamente la respuesta era un rotundo sí. Supuso que había soñado demasiado pronto y que la bella muchacha sería su rayo de sol, su piedra angular en el día a día.

Sus hermanos la verían como una estela radiante de infinitas y ardientes emociones, vio en sus ojos marinos lo que no pudo ver en los de Petra, Saoirse o Gala. Quizá sólo era su perspectiva, ellas también les eran completas princesas para sus hermanos y ahora él lo sentía.

-Definitivamente ¿Acaso no era obvio? -respondió él a los segundos después, mostrándole una de sus más sinceras y puras sonrisas, dejando una no tan perfecta hilera de dientes blancos- Nada me gustaría más en todo el mundo, Monet.

La noche se les iba a grandes intervalos mientras el astro brillante seguía elevándose en lo alto del manto estrellado. Las personas del lugar comenzaban a irse, ya sea solos o tomándose de las manos, se les veía felices. Mientras el restaurante continuaba vaciándose y los camareros cambiaban de turno, más parecía que se adentraban a una conversación mucho más animada y llena de bromas junto a sonoras risas.

Pronto estuvieron solos a la luz de una bella lámpara ornamental que colgaba del techo.

La verdad es que hablaron de bastantes cosas que nombrarlas sería hacer una lista muy larga. Sólo puedo decir que a el de la polera verde se le fue por completo la timidez y los nervios no le volvieron a fallar a lo largo de la «romántica» cita que estaban teniendo. Tenía tanta fluidez que incluso se le olvidó que estaba tratando con una chica, pronto comenzó a tratar a Monet como si le estuviera hablando a su amigo Chibita.

Le tocó hablar de sus molestos hermanos sin la necesidad de presumir nada, era completamente él como nunca lo había sido con nadie ¿A dónde se había ido su ego que le decía que hablara sobre sus grandes metas? Por más que lo había buscado no lo encontró, puesto que aquellos ojos azules era todo lo que necesitaba.

Monet le habló sobre su fortuna de poseer cinco hermanos idénticos a él y lo mucho que le gustaría conocerlos algún día, ya que siempre había sido hija única. Su labor dentro del equipo de animadoras y lo mucho que le gustaba hacer acrobacias frente a todo el mundo. De la innecesaria popularidad que había ganado, sobre la competencia que tendría cuando conociera a Aya, de lo mucho que le gustaban sus ojos negros.

-Tus ojos son los más bonitos.

-Lo dices porque son azules y yo quiero descubrir el misterio atrayente que esconde los tuyos. Tan oscuros como la noche, además mira la luna ahí al frente, está más hermosa que nunca.

-Mis ojos sólo se asemejan al carbón que usan para alimentar a los trenes de carga. Los tuyos son dos puertas al mar, dos zafiros, como un lapislázuli. Un completo espectáculo -el pelinegro incluso se sorprendió con sus palabras, parecía un poema y él no era poeta. Creo que esas eran las tonterías que llegabas a hacer cuando te encontrabas enamorado. Y la chispa ardió a varios grados cuando vio que la ambarina le dedicaba la más hermosa de las sonrisas.

-El carbón se vuelve diamante.

Monet le comentó sobre la belleza del mundo, de la maldad también le contó puesto a que no se podía ignorar la existencia del yin-yang. Y lo mucho que le parecía tener más yang que yin, el pelinegro le tomó la mano dejada sobre la mesa. Le dedicó otra de sus sonrisas tiernas, puesto que nada de eso era cierto.

-No lo creo -le dijo con una voz mucho más severa, para que no se creyera en nada tal tontería.

-Lo dices porque no me conoces Choromatsu, tú eres un chico muy lindo, yo lastimé a mucha gente.

El semblante de la ambarina pareció apagarse, y aunque ella aun no se apartaba de su mano, él no iba a permitir que dejara de mostrar su angelical rostro cuando sonreía.

-No importa -le dijo con una gran sonrisa.

Monet frunció el ceño, echando humo por los narices puesto a que él le recordaba a la ternura de Óscar y eso le desagradaba. Meterse con chicos así y romperles el corazón era un pasaje directo al averno aunque no lo haya querido.

No iba a hacer daño a más gente, hoy no.

-¿No importa? ¿A qué te refieres con no importa? -se sobresaltó la ojiazul apartándose de su mano- ¿Dices que me das la confianza para usarte como a un trapo y luego tirarte? ¿Qué sabes tú de mí? Yo rechacé muchas invitaciones, mandé a pasear a todos aquellos que me propusieron ser su novia. Además, sólo quería que vayas a mi universidad para que me ayudes en las materias que no entiendo. ¿Lo ves? Yo... Yo... Yo no debería estar aquí.

Entonces, justo en el preciso momento en cual Monet estaba dispuesta a irse, el azabache la detuvo del brazo ¿Pero qué derecho tenía él de hacer una cosa así? Incluso eso mismo se lo preguntaba.

-Suéltame.

-No.

-Yo hago daño.

-A mí me haces bien.

-Te estás engañando.

-Yo debería ser quien diga eso, Monet.

Para Choromatsu todo eso le parecía una mentira que se la había estado creyendo ella misma ¿No había mencionado ya que su conversación sólo se bastaba en la sinceridad de sus palabras? Monet seguía creyendo aquellos cuentos del pasado, no quería hacer sufrir de nuevo a otro chico y sobre todo, no a él. No perdería de vista sus apachurrables mejillas sonrojadas y su cálida sonrisa tierna. Cuando el pelinegro le hizo ver que justo en aquellos momentos que platicaron juntos la ambarina le demostró ser ella misma, sin cinismo ni falacias, no supo que hacer.

-Ya veo -respondió Monet al comprenderlo, más feliz que nunca, más claro que el agua. Era cierto, ahora tenía una nueva oportunidad para poder enterrar el pasado y caminar hacia los nuevos rumbos ¿Hace cuanto no sentía aquel calor en sus mejillas? ¿Cuanto tiempo había pasado desde que tuvo esa sensación de quedarse con él hasta que anunciara el nuevo día? ¿Y por qué él y no Satoru, el chico casanova o incluso Óscar? -Perdóname Choro-kun, qué tonta he sido. Entonces ¿Podría verte mañana para comenzar con los trámites y tu postulación a la beca?

-Siempre -afirmó a él con la esperanza de que el significado de aquella palabra fuese cierto. Caminar junto a ella, tomados de la mano, a la luz de la luna- Siempre estaré ahí para ti, Monet.

Y así se fueron con un tierno beso de despedida.


Llegó a su casa a las altas horas de la madrugada, cerró la puerta suavemente para no despertar a ninguno de sus hermanos y se puso el pijama para finalmente, poder dormir.

-¿Dónde haz estado Pajerovski?-preguntó inocentemente el menor rosa, pues tenía el sueño ligero y cualquier mínimo ruido lo despertaba.

-Vuelve a dormir que ya es tarde.

-Si no me lo dices, gritaré hasta despertar a todos ¿No querrías contarle de tu salida «nocturna» a los demás, verdad?

El de la polera verde suspiró, con el menor no se podía. Es como si el demonio se apoderara de los hermanos menores o algo por el estilo, se les metía en el cuerpo.

-No tienes remedio.

-Lo sé y ahora ¿Hablarás o no?

-Conocí a alguien que me ayudara a entrar a la universidad de Keio -habló el interrogado mientras suspiraba de alegría.

-¿De nuevo andas con tu ego elevado? -preguntó el menor mientras bostezaba como un gato que acaban de despertar y tallándose los dos ojos- ¿Nunca aprendes verdad?

-No lo sé Todomatsu, pero de lo que sí sé es que ahora me encuentro enamorado...

... De la mejor persona que hayas podido conocer.


***


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