★ Helado ★
Ella era conocida como la chica más fría, la más intimidante con su fulminante mirada y sin ningún rastro de que alguna sonrisa haya pasado por su rostro.
Pero incluso hasta el más frío de los corazones, se derretiría ante sus encantos.
***
—¿A quién elegirás como pareja para el baile de invierno ~zansu? —le preguntó el profesor de artes escénicas, Iyami; a Theodore, el chico más popular del instituto.
—No lo sé profesor, tengo muchas candidatas —respondió el pelirrojo a borde, ya que a fin de cuentas escogería a cualquiera como a una película de alquiler, no le importaba quien fuera.
—Bueno, te creería que eres todo un galán con las mujeres si invitas a ésa de ahí ~zansu —Entonces señaló a lo lejos a una chica pelirosa, sentada en una banca solitaria mientras saboreaba su helado. Dicho ésto, Iyami se fue sin antes de darle unas palmaditas en el hombro, con una sonrisa de satisfacción.
Theodore se lo quedó mirando pensativo, mientras el de los enormes dientes desaparecía tras una de las puertas del edificio ¿Invitar a la chica rara y dañar su imagen? Además, muy por encima de eso, la detestaba. Puesto a que ella siempre le gritaba a toda voz «descerebrado», desde donde quiera que se encontraba, siendo esa la única vez en la que la veías alzar la voz durante el resto del día.
No le había dado su consentimiento, ni brindado su confianza y mucho menos a una chica extraña como ella. Rara porque pertenecía a los de esa clase, la baja, la tercera letra del abecedario. Él no podría jamás permitir que una mocosa como la pelirosa las haga pasar canutas y considerando que él era por las que todas morían.
Giró su cabeza para verla, pero su cuerpo no se encontraba en el lugar donde debería, justamente en el mismo momento que el pelirrojo estaba dispuesto a hacerle un favor desaparecía, y sobre todo el de los grandes. Una sonrisa siniestra cruzó como un rayo por su rostro, con la apariencia de quien está dispuesto a ir en contra de las leyes.
Sí, ya había encontrado a su pareja para el baile. Ella definitivamente tendría el honor de serlo, sin lugar a dudas.
***
—¿A quién crees que invite Theodore al baile?
—No lo sé, por eso subí la basta de mi falda unos tres centímetros, seguro que así se fijará en mí.
Anahís las escuchaba haciendo rodar sus ojos, mientras cerraba con fuerza la puerta de su casillero para que la oyesen. Ante ella no eran más que unas pijas ridículas, pensando en que quizá no tenían materia gris en el cerebro si no, el líquido del esmalte de uñas repartido. Así era su visión con los demás chicos, el mismo esquema, las mismas costumbres de personas que llevaban la tal ideosincrasia, que ni siquiera merecían tener un nombre tan culto. Pero se había creído tanto que nadie valía la pena en aquel lugar, que no se atrevió a ver más allá de sus horizontes.
A su costado se encontraba un chico pelinegro, revisando su taquilla con shorts, polera amarilla con un trébol estampado en él y una enorme sonrisa. Anahís siguió con su expresión gélida mientras lo observaba por el rabillo del ojo, luego alzó las cejas al ver que sólo sacaba un libro.
—¡Psicología! ¡Es un libro de Paul Sartre! —exclamó de pronto a toda voz dejándola perpleja— ¡Hustle, Hustle! ¡Muscle, Muscle!
La ojicarmín no supo qué decir o qué hacer mientras lo miraba de hito en hito.
—¿Te gusta la... Psicología? —se animó a preguntar aun sin salir de su asombro, ya que la energía desbordante de aquel chico era tremenda— He leído un poco sobre la ontología y existencialismo de Pau-
—¡Me encanta el béisbol! —exclamó otra vez dando saltos sobre sus propios pies— Soy Jyushimatsu ¿Quieres que nos conozcamos? ¿Cuál es tu nombre? ¿Te gusta el béisbol?
La pelirosa no se animó a responder, miró al radiante pelinegro de manera cortante, pues en ese momento no deseaba involucrarse con nadie. Ella no pertenecería a ese mundo y sobre todo, no le diría su nombre.
El de la polera amarilla vio confuso como su figura de cabellos rosados se alejaba sin darle explicación alguna, él no conocía a nadie en aquel lugar tan extraño como ese y mucho menos sabía que alguien los había estado observando. Jyushimatsu se entristeció un poco, quizá a ella no le gustara el beisbol como un deporte digno de todo aquel que tuviera músculos, pero no encontraba razón alguna para que ella lo odiase.
***
—Oye chica extraña ¿Por qué siempre comes helado? —le preguntaron sardónicamente algunas chicas después de que hubo ignorado al de la polera amarilla. Anahís de nuevo rodó los ojos y tuvo muchas ganas de tirarle su postre sobre la ropa que tanto amaban, pero sería una lástima.
—¿Y ustedes por qué siempre comen pintalabios?
La pelirosa aun no podía comprender por qué su madre no le permitía recibir educación en casa o clases particulares en cualquier otra parte que no sea el instituto.
Todos se creían la gran cosa; alardeaban de sus grandes casas, sus viajes, de todo en realidad cuando en el fondo no tenían nada dentro del pecho. Por eso Anahís Wolfe se volvió tan fría como el hielo de la Antártida, siendo su método de defensa, su nueva visión de las cosas en el pequeño mundo donde iba todos los días. Siendo catastrófico, habiendo diferencias sin igualdades de clases sociales, decadencia en los coeficientes intelectuales, maltrato físico y no le sorprendería encontrar también el sexual. Siendo todo una versión miniatura del mundo actual y ella no encajaba ahí, no encontraba su lugar en nada. Por eso decidió ser fría y dura como la piedra, para ir sola contra el mundo y que éste no la cambie a ella.
Aunque muy en el fondo, a ella le gustaría ser dulce también, como el helado que disfrutaba.
—¿A ti se te puede llamar «persona»? Creo que ni los extraterrestres son tan extraños como tú —le respondieron enojadas y se fueron hablando mal de la pelirosa a sus espaldas.
Y seguramente ustedes se preguntarán: «¿Le dolían esos comentarios?». Bueno, en un momento sí le afectaban mucho, porque no comprendía la razón de que las personas se burlasen sobre el cuidado que merecía la Tierra y era nuestro deber cuidarla. Pues nadie nace con una personalidad gélida, como lo diría Rosseau, es la sociedad quien corrompe al hombre. La frialdad iría aprendiendo por la experiencia de sus propios medios y la ojicarmín había logrado tener una piel de piedra.
—Saludos, rarita —se acercó sigilosamente hacia su rostro Theodore y le dedicó una sonrisa llena de sorna— ¿Tienes otros apodos ahora aparte de «descerebrado»?
—No perderé mi tiempo contigo descerebrado —le respondió fría y cortante. Se levantó dispuesta a irse, pensando en dirigirse a la biblioteca y leer un poco de Hermingway.
—Espera, no he terminado contigo —la detuvo poniéndose frente a ella— He visto que tu conversación más larga con alguien fue con el imbécil de la polera amarilla. ¿Es que los raritos se atraen?
—¿Y tú reprobaste física? ¡Oh no, espera! Haz reprobado casi todas las materias, ahora déjame pasar.
—Ahora no puedo «rarita», pues tengo una magnífica noticia que darte, serás mi pareja oficial en la fiesta del baile de invierno. Lleva vestido azul, porque llevaré corbata del mismo color-
—Habla por ti —respondió tan fríamente como cuando el hielo se rompe, que al pelirrojo lo hizo parar en seco. La pelirosa siguió con su camino, empujándolo por el hombro.
***
Jyushimatsu aun no podía entender el por qué de que aquella linda chica odiara tanto el béisbol, si es que lo hiciera. ¿Pero entonces qué otra razón había para que lo ignorase de tal manera? Él no iba a dar su brazo a torcer, porque aquel deporte era pasión que se llevaba en el alma, completamente suya porque así lo sentía. Todo su mundo se resumía a un bate junto a una pelota y sólo eso necesitaba para ir a su lugar feliz, pero la chica pelirosa no era parte de él.
Ella no le dijo su nombre, pero el pelinegro lo descubriría de todas formas. Buscaría en todas partes; en cada rincón del instituto, del barrio, de la ciudad, del mundo entero, él lo sabría. Se acercaría a la ojicarmín y se lo preguntaría porque no se la podía sacar de la cabeza, la haría entrar en razones para que no llegase a odiar el béisbol.
El quinto de los sextillizos quería escaparse de aquel lugar desconocido e ir a jugar, saltarse la clase de «Historia del arte» y ser uno con el bate y la pelota. Moría por gritar «¡Hustle, hustle! ¡Muscle, muscle!» cada vez que podía, en cualquier lugar donde estuviese lo haría. Pero querían matar con su pasión cuando lo apuntaban de «idiota» y «desubicado». Mientras él no entendía el por qué si todo lo que importaba es que fuera feliz. Pero ahora no lo estaba.
Entró a Historia del arte, aunque no supiera qué hacer con todos aquellos conocimientos impregnados sobre lo que había ocurrido hace ya tantos siglos. Miró aquel pizarrón con un semblante triste, como si quisiera encontrar una repuesta a sus lamentos en la biografía del gran Van Gogh. Y como una brisa, venía a su mente la imagen de la chica de los cabellos rosas, pensando en cómo le diría sobre las maravillas que poseía el béisbol como deporte.
—Y no se olviden niños, hay una clara diferencia en lo que uno debe y lo que quiere. Siendo uno más gratificante que el otro, tengan eso en cuenta.
«Yo quiero ver de nuevo a la chica de los cabellos rosas» pensó Jyushimatsu ya con una sonrisa.
La encontró en la sala de la biblioteca, había infinidades de libros y no le sorprendió que ella fuese de las que leían, más que eso, le resultó encantador. Se acercó a la pelirosa con el sigilo de un gato y se sentó en una de las sillas de la misma mesa, vio un libro que se titulaba «Cien años de soledad» y sintió curiosidad.
—¡¿De quién es ese libro?! —gritó eufórico el pelinegro causando de que todos lo callasen. La ojicarmín se sorprendió, pues no lo había sentido.
—Gabriel García Marquez, alguien a quien tú nunca comprenderías —le respondió como las hojas secas y siguió con su lectura.
—¿Entonces me enseñarías a comprenderlo? —le preguntó el de la polera amarilla muy interesado— ¿Qué lees tú?
Anahís cerró su libro de golpe, completamente harta y con el ceño fruncido.
—No te voy a decir mi nombre chico, entiéndelo de una buena vez. —Entonces se levantó con el libro de Herman Hesse en mano, con las intenciones de ir hacia otra mesa.
—No importa, yo lo averiguaré —le respondió el azabache a la mar de sonriente— Yo descubriré tu nombre y lograré que no odies el béisbol.
—¿Qué? —se sobresaltó de nuevo la ojicarmín, mirándolo de nuevo de hito en hito.
Pero Jyushimatsu no la había escuchado porque ya había salido a toda velocidad de la biblioteca.
***
Llegó a su casa completamente exhausto, con el rabo entre las piernas. Le había preguntado a todo el mundo el nombre de la chica pelirosa, los profesores se encontraban ocupados «¿Quién, la extraña?» «¿La rara?» «No la conozco», era eso lo que le respondían.
Una gran ola de tristeza había abrumado su corazón, nadie la conocía, ninguno sabía nada de ella ¿Cómo era eso posible? No lo consiguió, no pudo hacerlo y se sintió más abatido por ello.
Vio a su hermano Ichimatsu echado plácidamente sobre el sofá, tenía una sonrisa tan dulce en las comisuras de sus labios, como si la hubiesen dibujado. Acariciaba a la pequeña Rina sobre su pecho, quien buscaba mimos en sus manos y las ropas moradas de su hermano. ¿Hace cuánto no lo veía así? ¿Un mes, tal vez dos? Quizá más todavía.
—¿Por qué sonríes Ichimatsu-nisan? —le preguntó el menor con su voz cansada, pero expresando una sonrisa.
—Por fin hay personas que aprecian la música clásica de Gala. Tenías que ver su cara resplandeciente de felicidad, estaba hermosa, parecía que brillaba.
No entendía aun por qué se sentía tan oprimido dentro del pecho, pero al menos podía alegrase por su hermano, quien su vida cambió completamente en cuanto conoció a la castaña violinista. Algo más que los gatos, ese algo especial en su vida.
Jyushimatsu se sintió muy feliz por él.
Se acercó al sofá y le dedicó una gran sonrisa, cogió a la gata del pecho del chico y comenzó a acariciarla en sus brazos como siempre lo hacía. Pero ésta vez lo hizo tan desganadamente que la felina se sintió confusa, por ende, con una de sus patas le tocó la mejilla.
—Estoy bien, Rina.
—¿Qué dijiste Jyushimatsu? —le preguntó el pelinegro despeinado quien se tallaba el ojo izquierdo, pues se encontraba a punto de quedarse dormido.
—Nada, nada —respondió el menor riendo un poco pero con voz fatigada. Rina no se lo creyó, saltó hacia el pecho de su amo y comenzó a maullar con miradas alternadas al aludido— Metiche —susurró.
—¿Qué? —le preguntó Ichimatsu quien ya conocía las intenciones y la astucia de su gata— ¿Te sientes bien Jyushimatsu? Te noto extraño ¿Por qué no sales a jugar al béisbol? Si quieres yo puedo ser el bate...
Vaya... El béisbol, por un momento le daba nostalgia y dolor pensar en eso. Un mundo tan fantástico, en donde no existía la chica de los ojos escarlatas se derrumbaba ¿Y por qué tanto afán por saber de ella? Quizá fue su cabello como un helado sabor a fresa lo que lo dejó atónito, o los mismos ojos tan rojos como la sangre le atrajeron como un encantamiento. Sin comprender a razones, sus pensamientos siempre se enfocaban en ella y su odio extraño por el béisbol. Aunque a sus hermanos tampoco le gustasen, era a ella quien quería hacer entender de las maravillas que podía traer tal deporte.
Porque hay una clara diferencia entre lo que debes y lo que deseas. Y él daba por hecho que la haría comprender, porque así lo quería.
Quiso tirarse sobre su hermano en el sofá, pero le pareció que eso no era la mejor opción.
—Hace tiempo que no te veía tan feliz y sobre todo por alguien más, Ichimatsu-nisan —le dijo él esforzando una gran sonrisa, pero el despeinado lo miró tan fríamente que tuvo que detenerse en seco.
—Conozco a Rina y lo sabes, estás escondiéndome algo y me dirás qué es, te guste o no.
El menor resopló, aun cansado. Empezó a jugar con sus dedos, no quería mirarle a los ojos a su hermano.
—Hay una chica que no me quiere decir su nombre y creo que odia el béisbol.
***
Jyushimatsu decidió seguir los consejos del mayor y fue con un semblante más sereno al instituto del nuevo día. Dejar que las cosas fluyan con calma y no forzarlas, era eso lo que le había dicho y él le haría caso. La chica pelirosa seguía presente en su vida, pero si ella quería mantenerse en misterio, que así sea. No la buscaría hoy, ni a ella ni a su nombre.
Como las clases aun no comenzaban, entró a uno de los salones por mera curiosidad y descubrió que un chico pelirrojo se estaba besando con una jovencita, que quizás andaría por los diecisiete, y la escena se estaba volviendo más caliente sin nadie alrededor. Se alejó con lentitud de aquel lugar, intentando borrar todo cuanto sus ojos habían visto, ruborizado.
Ese lugar no era para él, definitivamente no podría subsistir en un lugar tan extraño, con personas sin personalidades diferentes, todos eran superficiales y poseían un extraño afán de matar al béisbol como si ya lo hubieran hecho con el voley o balonmano. Su mamá le dijo que sería difícil, y vaya que lo era.
Encontró un papel rosa pegado a su taquilla cuando pasó al lado de ella, tenía una letra bastante llamativa y con un bolígrafo de tinta roja ponía:
«Mi nombre es Anahís y no, no odio el béisbol. Ayer estaba leyendo a Herman Hesse por si te lo preguntabas, hasta luego».
¿Cómo se pestañeaba? El pelinegro no sabía cómo hacerlo. Estaba confuso, muy feliz también, pero con la cabeza sobre las nubes y tampoco supo el por qué. De pronto sintió que una mano lo zarandeaba por el hombro, el de la polera amarilla giró su cabeza lentamente, con la ganas de pellizcarse para saber si todo aquello era real.
—Voy a hacer contigo el trabajo de literatura; compra pizza, mucho helado y botanas, porque ahí estaré.
El pequeño azabache no comprendía nada de lo que estaba sucediendo.
Anahís rodó los ojos.
—Caminaremos juntos hasta tu casa y haremos el trabajo de literatura. Más te vale que vayas por los helados y que sean de fresa, por favor.
—¿Por qué me estás facilitando las cosas? —le preguntó de pronto el pelinegro muy curioso, tanto tiempo buscando su nombre y ella se lo estaba dando, esa mismísima persona le dijo que no odiaba el béisbol y todo, absolutamente todo perdió sentido. Se tiñó su mundo de colores maravillosos y como por arte de magia se empezó a perder en sus ojos carmines, cálidos como una tarde otoño.
—Porque faltan soñadores como tú en un lugar como éste —le respondió la pelirosa con la misma normalidad de que si le hubiera dicho el color de sus ropas. Jyushimatsu parpadeó, atónito.
—¿Y no odias el béisbol?
—En absoluto ¿De dónde haz sacado eso?
Finalmente no fueron juntos como lo habían previsto, a la pelirosa se le había ocurrido una idea y decidió pedirle sólo la dirección por escrito. El pelinegro se sintió un poco decepcionado, pero de todas maneras lo hizo.
La esperó como el zorro domesticado lo estaría haciendo por el Principito. Todo en su casa andaba normal como la seda, los pocos de sus hermanos que se encontraban actuaban con tal tranquilidad como si hubiese sido cualquier otro día, no se preocupó por eso, quizá a Anahís le parecerían simpáticos como había sucedido con las demás chicas.
—Te deseo suerte little brother —le dijo el segundo de los sextillizos mientras se acomodaba su chaqueta de cuero y salía por la puerta. Iría a visitar a sus dos Karamatsus girls favoritas, Saoirse y la abuela de ésta.
—¡Gracias! —le respondió muy feliz el menor mientras lo veía alejarse en su moto. Ahora Todomatsu y Petra quedaban en la casa.
Alguien tocó la puerta y él la abrió de golpe.
—Hola —le saludó la pelirosa mientras cargaba a un peluche de Pompompurin.
—No tenías que...
—Tu polera es amarilla y él es amarillo, ahora entremos.
Jyushimatsu la guió hasta el fondo de la sala y la hizo sentarse en el sillón más cómodo de la casa. Él cargaba muy feliz a su personaje de Sanrio, ya que era un detalle bastante bonito por parte de la chica pelirosa. Decidió ir a ponerlo sobre su cómoda, mientras ella esperaba.
Una conversación se estaba dando en la cocina.
—Por favor, tú eres muy amiga suya y necesito que me digas qué es lo que le está pasando.
—Lo siento Totty, pero es un secreto.
Anahís terminó de sacar todos sus materiales sobre la mesa, justo en el preciso momento cuando su compañero pelinegro estaba bajando de las escaleras. Vio una foto familiar que le llamó muchísimo su atención.
—¿Te gusta? Esos somos mis hermanos y yo —le dijo el pequeño muy feliz— ¡Somos sextillizos! ¿A qué es raro verdad?
—Completamente, nunca había visto un caso así.
—No es sólo un caso ¡Si no una numerosa y hermosa familia! Ahora siéntate, porque nada me hace más feliz que hacer un trabajo que desconocía contigo.
Desde aquel día, su lazo de amistad fue creciendo, como una semilla germinada hasta convertirse en una bella flor de verano, etapa donde en el camino descubrirían que lo que buscaban se había encontrado en el otro todo éste tiempo. Las visitas de Anahís se hicieron cada vez más frecuentes y consigo se llevó la simpatía de Ichimatsu que sentía por ambos. Practicaron béisbol juntos, compartieron su amor por aquel deporte, juntos. ¿Que más podía pedir el de la polera amarilla? Lo había logrado todo, no existía nada más para llenarlo de la más grande dicha y eso lo hacía feliz. Le gustaba estar al lado de Anahís y solamente era eso lo que le importaba.
—¡Sorpresa! —gritó Jyushimatsu en cuanto la ojicarmín abrió la puerta de su casa— ¡Mira quien te saluda!
—¡Por las barbas de Odín! ¡Pero si es «My Melody»! —exclamó Anahis mientras se llevaba una mano a la boca. Nunca había visto aquel peluche en físico y le emocionó tanto en tenerlo.
—¡Tu cabello es rosa y por eso es que me recordó a ti! —exclamó el azabache mientras se lanzaba a ella para abrazarla— ¡Tal y como lo hiciste conmigo!
«Cabellos rosas como el sabor a fresa, color de las puertas del paraíso sin límites. Así era el cabello de Anahís».
***
—Anahís.
La nombrada volteó su cabeza ante la irritante voz que la llamaba. Iba a reunirse con Jyushimatsu en el puesto de Chibita, pero tuvo la suerte de encontrarse de nuevo con esa persona. Se acomodó la polera amarilla con un trébol verde, aquella misma con la que lo había conocido.
—Milagro de los dioses que me llamas por mi nombre, cabeza de tomate ¿Qué quieres ahora?
—Se te nota feliz cuando estás con el rarito ¿A que si?
—Es mejor que tú de todos modos —le dijo la pelirosa con aires de superioridad. Simplemente hablar con Theodore era como estar con cualquier otra persona de aquel instituto, lo ignoraría de todos modos— ¿Terminaste? No tengo tiempo para perder.
Theodore la miró con una mezcla de malicia y sorna, no podía negarlo, Anahis era bella y seguramente su sonrisa también lo era. Sonrisa que pronto se le borraría del rostro en cuanto se entere de lo que no esperaba. Anahis era la mujer más hermosa que haya podido ver jamás en el instituto, y aunque fuese rara, sería suya.
—Serás mi pareja del baile el invierno. Lleva vestido azul. —La pelirosa rodó muy lentamente los ojos y se giró para finalmente poder irse de su presencia irritante. Pero paró en seco en cuanto menos se lo había esperado.
—O destruiré al chico que tanto quieres.
—¿Lo destruirás?
—Completamente. No volverá a ser el mismo por más que lo intentes.
***
Jyushimatsu se encontraba como siempre jugando al béisbol con su sonrisa más enorme que nunca antes. Esperaba a su amiga pelirosa, y tenía planeado llevarla a una romántica cena; quizás no a la luz de las velas y con un violinista al lado tocando «Canon in D», pero sin lugar a dudas, sería una experiencia fascinante para ambos.
—¿Por qué te gusta tanto el helado? —le preguntó curiosamente el pelinegro en cuánto estuvieron al frente de la famosa heladería de la ciudad «Gion Tsujiri». La ojicarmín lo miró con una sonrisa.
—Porque es un postre frío y a la vez dulce —le dijo Anahis en cuanto se hubo pedido el suyo con sabor a fresa, su favorito, como el color de sus cabellos— Que es en eso mismo en lo que me haz convertido Jyushimatsu Matsuno, solo tú, pequeño y travieso amante del béisbol.
Entonces ella se acercó para besarlo, porque era eso lo que siempre había querido. El azabache se inclinó también para recibir aquel roce con sus labios sabor a fresa, pero luego Anahis recordó lo que había hecho con el pelirrojo y cayó directamente hacia su pecho, perdiendo su sonrisa.
—¿Anahís?
—Si suponemos que yo hiciese algo muy estúpido ¿Me perdonarías?
—¿Tú haciendo cosas tontas? —preguntó el de la polera amarilla muy escéptico— ¿Qué cosas dices? ¡Eres la persona más inteligente que he conocido en mi vida Anahís Wolfe!
La pelirosa se enrojeció completamente, a causa de ello se escondió nuevamente entre las ropas amarillas del chico, oliendo un aroma suave y dulce, como al de su padre. El pelinegro también se sonrojó por aquel contacto.
—Las personas también se equivocan, Jyushimatsu.
—Es justamente por eso que te perdonaría, pequeña «My Melody».
***
Una luz tenue iluminaba su habitación casi sin vida, todo parecía perdido y el peluche del personaje de Sanrio parecía dedicarle una mirada triste sobre la cómoda, casi con lágrimas, buscando un consuelo que no obtendría. Aquel personaje era un reflejo de ella misma, lo miró, también melancólica mientras escuchaba una canción de Ed Sheeran que sonaba en la radio. Dejó que sonara, porque la letra era como ella.
Faltaban ya solamente treinta minutos para que el pelirrojo fuera por ella en su lujosa lemosina y la llevara al baile de infierno. Miró con desgano su vestido azul puesto en la cama y le interesó muy poco en que aun no estuviera vestida.
Prendió su celular y vio el número del pelinegro, entonces lo recordó todo con «Photograph», penetrándole hasta las entrañas.
«—¡¿Quieres ser mi pareja de el baile de invierno?! —le gritó su amigo pelinegro muy eufórico, al ver que aquel acontecimiento ya se acercaba y él ni enterado de que tenía que llevar a alguien.
—Me gustaría, pero no puedo.
—¡¿Qué?! ¿Por qué no? —le preguntó muy intrigado y confuso el pequeño de la polera amarilla, realmente estaba seguro de que su mejor amiga aceptaría, él siempre lo había idealizado y pensando en que podría materializarse, se animó a invitarla. —Tú y yo somos los mejores amigos ¿Cierto? ¿Acaso ya haz conseguido a otra persona?
—Sí —respondió ella sin mirarlo a los ojos, completamente nostálgica— Es Theodore, aquel chico con el que lo viste besando a alguien, iré con él.
Jyushimatsu la miró consternado, no la comprendía, no comprendía nada en lo absoluto. Estaba confundido y muy perdido. Frunció el ceño en cuanto se imaginó a la pelirosa entrando al salón junto a aquel chico que no le agradaba para nada, sintió varias punzadas en el corazón, como agujas penetrándole dentro del pecho.
—Eso es una broma de muy mal gusto Anahís.
—Tú dijiste que me perdonarías si hiciese algo estúpido ¿Verdad? Que las personas se equivocan y por eso-
—Tú no te equivocaste, esto te lo buscaste ¿Y para qué sentido? ¡Sabes muy bien la clase de persona que es Theodore!
—Jyushimatsu, sabes que eres muy importante para mí y por eso quiero protegerte, aunque no lo comprendas.
—¿Sabes que un día mi profesora de Historia del arte dijo que hay una clara diferencia entre que debes y lo que quieres? Así que realmente no te comprendo, Anahís.
Theodore no dejó de mandarle mensajes de texto, pues a pesar de que había cometido una barbaridad con ella, se sentía muy emocionado. Lo que había comenzado con una venganza, había terminado por gustarle; porque se dio cuenta de que, tardíamente, la chica de los cabellos rosas era toda una belleza.
Anahís no se puso el vestido azul que la esperaba en la cama, en vez de eso tomó a su peluche de Sanrio con Ed Sheeran todavía sonando en la radio, y lo abrazó con fuerza, como si quisiese consolarle y a la vez hacerlo consigo misma. Recordó su cara iluminada por la felicidad cuando le dio aquel regalo y lo muy feliz que le había hecho. Todos aquellos momentos hermosos que habían pasado juntos, cuando juntos intentaron comprender los escritos de García Marquez, jugar al béisbol, compartir risas y estar unidos en todo. Él había querido a una chica que ante el mundo no era más que una «rarita», la quiso tal y como era sin importar como pensaban todos los demás respecto a ella. Le demostró su lado dulce como su postre favorito, le enseñó a amar, le enseñó el lado positivo de la vida.
Ella, Anahís Wolfe; más conocida como la chica más fría con su fulminante mirada, se derritió ante sus encantos. No podía ignorar nada de eso, no podía ignorar lo que había sentido.
Entonces resistiéndose ante las ganas de llorar y celular en mano, decidió marcar el número de Theodore y aclararle todo de una buena vez, que ella no era su marioneta y no tenía por qué meterse con Jyushimatsu para lastimarla. Sin embargo, a pesar de los miles de mensajes de texto, el pelirrojo no respondió. ¿Se habría hartado ya acaso? De todas maneras ¿Qué le importaba? Estaba dispuesta a toda costa protegerlo, sin necesidad de involucrarse con alguien tan idiota como él.
Se tiró sobre la cama, pensando en aquel beso que le hubiera encantado darle a Jyushimatsu.
—¡Servicio de entrega de flores! ¡Haga el favor de abrir la puerta! —Se oyó desde afuera con una voz tan irreconocible para ella. Bajó lentamente las escaleras y miró confusa hacia la puerta. Ella no había pedido flores ¿Y si eran ladrones? Agarró una sartén por si acaso.
Entonces abrió la puerta.
—¡Sorpresa! —le sorprendió el pelinegro vestido con un terno que lo hacía ver muy apuesto, más de lo normal, llevaba un gran ramillete de flores con distintas especies en la mano. La pelirosa lo miró boquiabierta, sin acordarse de cómo se cerraba la mandíbula. —Oye ¿Qué haces con una sartén?
Anahís pasó a mirar incrédula hacia el utensilio de cocina que tenía en la mano, demasiado sorprendida como para tragárselo todo de un solo bocado. Parecía que le dijera: «¿Y él que hace aquí?».
—Imposible —murmuró. Jyushimatsu la abrazó como un acto reflejo, la acurrucó contra su pecho y le besó el pelo. La ojicarmín volvió a mirarlo, sin podérselo creer.
—Tranquila, ya todo pasó.
—¿Qué? —preguntó la pelirosa separándose de sus brazos— Te hice daño, eché por la borda todo lo que habíamos construido entre los dos, no es justo que vengas muy bien arreglado a abrazarme. No lo es de ninguna manera.
—Theodore sufrió un accidente automovilístico cuando venía a recogerte, yo planeaba ir al baile solo y me lo encontré. Me dijo toda la verdad y para serte sincero, se mostraba muy arrepentido. —El pelinegro de nuevo se acercó a ella y la tomó por la cintura. Anahís explotaba de felicidad por dentro— Ahora me doy cuenta de todo lo que haz estado dispuesta a hacer por mí y ahora vengo a decirte que te quiero Anahís, y no como amiga.
—Yo también te quiero.
—¿Quieres ir conmigo al baile de invierno?
—Mejor vámonos a otra parte, lejos de todos ellos.
***
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