★ Café ★
Ellas eran dos mejores amigas de la infancia, pero por cosas del destino se enamoraron del mismo chico. Compitieron, se echaron a la disputa por su amor y surgieron los pleitos, terminando lo que habían construido.
***
Sus ojos eran tan azules como el océano que rodeaba al país nipon. Esos mismos que miraban un cartel de una tienda de café muy poco conocida para la ciudad, pero a pesar de ello, no impidió en que se convirtiera el lugar favorito de nuestra protagonista. Ni la buena reputación de Starbucks y Frauenhuber la habían logrado cautivar como al que pronto mencionaremos a continuación.
Y no es sólo porque sus gustos iban inclinados hacia la bebida predilecta de los que trabajaban por varias horas; no, claramente había una razón por detrás del telón que ella fuese con tanta frecuencia como si se tratara de la pastelería que habían inaugurado sus abuelos en Alemania, en su residencia allá cuando viajaba para todas las vacaciones de verano. Era algo más que los granos de sabor amargo, que la decoración tan perfecta, que el buen servicio que brindaban... Estaba a años luz de sólo ser por eso. Se trataba de un sentimiento puro.
De modo que ella se arregló el cabello, entró como todos los días y escogió una mesa, diferente al la del día anterior. Pasaron algunos segundos mientras esperaba que su chico favorito apareciera tras el mostrador, para luego profundizarse en una conversación sin importar que el tiempo pasara tan rápido como en un abrir y cerrar los ojos. Sin embargo; sintió algo en la atmósfera que la hizo cambiar de parecer, y aunque su felicidad siempre se encontraba destinada a cumplirse todos los días, parece que aquel no iba a ser tan bueno del todo.
De pronto, y como quién no quiere la cosa, la joven de las coletas pardas hizo su «esperada» aparición dentro de la tienda y con sus típicos aires matutinos de superioridad, saludó con besos en el aire a todo el mundo. En el momento que la vio, cambió su expresión con una mirada pícara junto a la malévola sonrisa que la caracterizaba como si se estuviese burlando de sus mechones verdes . Se acercó a ella, sentándose en su mesa.
—Como siempre viniendo todos los días. Adivino a que no sólo es por el café ¿cierto? —Le preguntó con sorna la de los ojos marrones, apoyando una mano sobre su mejilla— Me da tanta lástima que aún sigas aferrándote a una estúpida fantasía que te impide pasar la página, querida. Debes aceptarlo ya como toda mujer con dignidad, o no tendré otra opción que pensar que quieres hacerte posesión de mi hombre. ¿Y sabes que puedo contárselo a todo el mundo, verdad? Entiéndelo de una vez, él me eligió a mí, no a ti.
La ojiazul no tenía intenciones de contestarle del mismo modo y ser como ella, la ignoraría como todas las veces, aunque fuesen los segundos más largos de su vida.
—¿No vas a contestarme? ¿Entiendes ahora de que lo que digo es verdad?
—Tus palabras no me afectan Totoko, yo seguiré viniendo aquí si me viene en gana. No tengo la intención de quitarte a tu novio, solo quiero disfrutar de éste café.
—Sí querida, eso se nota a kilómetros de distancia y la verdad es que no te juzgo; él es un gran chico, que mal que sea mío y no tuyo.
Hay cosas que no duran para siempre, los lazos terminan cortándose y la tela se rasga como cuando un gato la araña con sus afiladas garras. Todo llega a su final y ellas, ya no eran amigas. Pasaron de ser confidentes a unas simples conocidas, de quererse a no sentir absolutamente nada la una por otra. Realmente se había terminado, como si aquellos hilos que unen a las personas por la «eternidad», sí acababan por romperse.
Ya llevaban seis meses de que Totoko por fin logró conquistar el corazón del más pequeño de los hermanos. Todos los demás se lo habían tomado con tanta naturalidad como decir que a Jyushimatsu le encantaba el béisbol y estar junto a su chica favorita... o que a Ichimatsu le guste los gatos. Todos menos ella, pero nadie sabía eso.
Ninguna podía dejar de fruncir las cejas.
Llevaron varios segundos observándose, como si estuviesen compitiendo en un concurso de miradas. Y si aquellas mismas miradas dispararan con la potencia de ametralladoras... habría mucha sangre derramada que limpiar.
—Recién salgo a trabajar y lo primero que veo es a dos lindas señoritas sentadas en la misma mesa. —Eran un cuarto para las ocho y Todomatsu (más conocido por todas como «Totty») hacía su aparición con aquella voz tan poco varonil, pero que tenía un gran impacto sobre el corazón de su mejor amiga. Ambas voltearon a verlo con la velocidad de un rayo, antes de que se «asesinaran».
Elizabeth se enamoró, una vez más, cuando vio al menor acercarse con aquella encantadora sonrisa que poseía. Su corazón se paralizó para luego estallar como todas las veces y la sangre más caliente de sus arterias ascendió hasta las mejillas. Totoko se dio cuenta de ésto y descubrió que no podía marcharse contenta si su archienemiga no se se llevaba un mal sabor en la boca.
—Siempre es lindo verte todos los días, a pesar de que el Starbucks esté aquí cerca. Ichimatsu y Gala prefieren ir allí, malditos. —Se quejó el menor con su delantal de trabajo puesto y su típica voz casi femenina, ya se había despedido de su novia y ahora ella era la primera persona a quien quería atender.
—Siempre pones una cara tierna cuando te enojas —le comentó la rubia con las ganas de apretar una de sus mejillas— Ya se me ha hecho costumbre venir aquí.
—Es cierto —comentó Todomatsu pensativo mientras se sentaba en el mismo lugar en donde había dejado la de los cabellos pardos, la ojiazul frunció el ceño— Llevamos mucho tiempo siendo mejores amigos, es imprescindible tenerte aquí conmigo ya que siempre me ayudas a elegir un regalo para Totoko cuando se presenta la ocasión, aunque no se lleven bien.
La ojiazul desvió su mirada de los ojos del chico y pasó a ver el menú de forma desinteresada, hablar de ella le molestaba, le dolía hasta el alma. No sólo porque se había salido con la suya de estar junto al chico que tanto quiso, más bien era porque a simple vista no se notaba un amor puro. Para Totoko no era más que un trofeo, después de tantos años de un largo conflicto.
—Sé que a ti te incomoda hablar de ella, por eso no la sacaré a colación ahora para no ponerte tensa. Pero me sabe mal, mis dos chicas favoritas se comportan como enemigas y yo no sé qué más hacer. —Le dijo el menor con una mirada triste, procurando encontrarse con los ojos azules de su mejor amiga.— Algún día tendrás que contarme todo lo que pasó realmente, y te lo pido como tu amigo, Liz.
¿Pero cómo iba a decirle? ¿Cómo decirle que todo lo ocurrido había sido por causa suya? A Elizabeth no le importaba haber terminado su relación con la chica-pez por su amor al menor de los sextillizos. La felicidad del pelinegro era mucho mayor que eso, por eso le dolía hasta lo profundo verlos juntos, sobre todo porque no era amor de verdad, aquella cadena de dar y recibir no se percibía allí. Pero Todomatsu era feliz y ella lo ayudaría en todo lo que pudiese, aunque en el fondo se muriera por besar sus labios.
Lo tenía como su mejor amigo, quizá ésa era la zona más mala en la que puedes estar cuando te enamoras de alguien, pero lo tenía.
—Si quieres saber la verdad, deberías hablar con tu novia. Yo no lo quiero recordar y si me haces el favor, háblame de otra cosa.
El menor rodó sus ojos rápidamente porque no conseguía sacarle la respuesta a ninguna de las dos, ambas le decían lo mismo ¿Quién podría decirle entonces lo que pasó entre ellas? ¿Fue algo tan malo para que siempre se lo estén ocultando? Él realmente se sentía mal por no poder compartir los tres en la misma mesa, que sus dos chicas favoritas se llevaran como el agua y el aceite, que ni siquiera podían verse por tanto tiempo sin discutir.
—Voy por tu pedido. Lo de siempre ¿Verdad?
—Qué bien que me conoces —le respondió la ojiazul lanzándole un guiño, lo cual fue mutuo.
Elizabeth siempre se arreglaba más de lo usual cuando iba a aquel café, no era para nada lujoso y por eso lograba destacar entre todos los demás comensales. Al amante del rosa le gustaba mucho que ella siempre tuviera buenos gustos, aunque la rubia solamente lo hiciese para que, por un momento, él la vea algo más que una chica de mechones verdes.
En ese momento entró la de los ojos marrones otra vez, saltando por la puerta principal como si fuese un conejo. Vio a Todomatsu atendiendo a su antigua rival y que estaban conversando de una manera muy jovial, como los amigos que eran. Le dio rabia verlos de esa manera, porque ella ya tenía la batalla ganada desde que el menor le había dicho que sí y se acercó a besarlo.
—Me salté un rato del trabajo para poder verte de nuevo, amore mio. —La ambarina la fulminó con la mirada porque aquello se oyó muy fingido, ella no lo amaba de verdad. Pero como dice el refrán, el amor ciega a todos.
El pelinegro se separó de ella con dulzura, les lanzó un gran guiño a ambas y se fue tras la cocina por el pedido de su amiga.
Totoko miró a la rubia con desdén, ésta última también con unos ojos tan gélidos como el mar de la Antártida y una expresión muy seria.
—¿Sabes? —le preguntó la de los cabellos pardos, sentándose al frente de ella— Totty me propuso tener relaciones sexuales ya que siempre nos estamos tocando. Entonces me puse a pensar ¿Es eso lo que hacen las parejas cuando están felices, verdad?
A Elizabeth casi se le humedecen los ojos hasta notársele las venas escarlatas, ya no lo soportaba. Todo tenía un límite y su corazón ya no podía abordar tanta desdicha por el pelinegro, porque quizá él iba a sufrir después de cuando todo éste «juego» terminara. ¿Y cómo decirle sin confesársele?
—Estás muy mal de la cabeza —le dijo intentando anular aquel nudo de su garganta— ¿Y todo ésto para qué? ¿Qué quieres conseguir cuando termine este juego sin sentido? Me gustaría que él se diera cuenta ya...
—No tiene que darse cuenta absolutamente de nada, el destino lo quiso así, que estuviéramos juntos. Y si tú no puedes superarlo ¿Quién sanará aquellas heridas de tu corazón? Preocúpate por ti y deja de meterte entre nosotros, deja de venir a éste café. Él y yo tendremos relaciones, te guste o no.
Aquellos grifos en los ojos de Elizabeth estaban a punto de abrirse, ella podría aguantarlo todo de Totoko, pero algo así no lo podría tolerar en ningún sentido. ¿Dejar que usara el cuerpo del chico que amaba como un juguete? ¿Y cómo impedirlo? ¿Y por qué no hay respuestas? La ambarina sentía impotencia, no podía proteger nada por su debilidad. La sonrisa de Todomatsu era hermosa aunque fuera por causa de la chica-pez, y si terminaba por romperse, la ojiazul se sentiría culpable y realmente no podría con eso.
Cogió sus cosas y se largó de aquel lugar como quien ahuyenta a un perro de un sitio de donde no era deseado. Agarró su skateboard y partió a la carrera de allí, ella no lloraba fácilmente, pero ésta vez se encontraba hecha un mar de lágrimas y necesitaba buscar un hombro en donde depositarlas. ¿Qué otra cosa podía hacer si ya se encontraba rota por dentro?
Totoko contempló la escena con sorna, seguramente ya no tendría que verla por mucho tiempo y eso realmente la aliviaba. No sentía remordimiento alguno por la chica que alguna vez fue su mejor amiga, a la de los ojos marrones le gustaba ganar en todo, nadie le quitaría ese pensamiento de la cabeza.
—Totoko. —La llamó casi de forma seca su novio, quien apareció detrás del mostrador. Él había actuado de espía para buscar una posible respuesta a su eterna pregunta, y menuda sorpresa se había llevado. La chica volteó a verlo, temblorosa.
—¿Sí amore mio?
—¿Por qué le dijiste a Liz que tendríamos relaciones sexuales?
***
Éra una época de invierno, el cielo de la capital empezó a llenarse de nubarrones grises sin sofocarlo por completo; aunque no había indicaciones de lluvia, los ciudadanos tomaron sus precauciones y andaron abrigados como era lo común en aquellos días.
Quizá era por el aire frío que la rodeaba como una manta, por lo que la visión de las calles en donde debía patinar se hizo media borrosa. Las lineas blancas coloreadas en la pista le indicaban el camino; pero ella no sintió temor por perder el equilibrio o la orientación, porque sólo tenía una cosa en la cabeza mientras se limpiaba los chorritos cristalinos que caían de sus ojos con una de las mangas de su chaqueta.
Finalmente cuando llegó al frente de la puerta de la casa blanca, intentó serenarse lo más pronto posible. Necesitaba hacer ejercicios de respiración y secar su llanto, no podía derrumbarse abiertamente frente a ella, sentía que era menester contarle todo con cada minúsculo detalle. Tocó el timbre una vez, ya que no quería molestarla de todas formas debido a el estado en el que se encontraba.
Si de herreros de corazones conocía, sólo era ella.
Una voz como a soprano se oyó desde adentro y fue respondida con el eco de su nombre. Una serie de pasos de tacón se oyeron desde adentro y la ambarina sintió como corrían el cerrojo por detrás para finalmente poder abrir la puerta. Se limpió la cara con rapidez, pero aun así, alguien que padeciera de miopía le podría asegurar que ella no se encontraba nada bien.
—Hola Petra.
—¡Oh dios mío Liz! ¿Qué ha sucedido? —Le preguntó sorprendida y entonces se lo contó todo, casi de manera inentendible, debido a que las lágrimas no la dejaban.
Se volvieron cercanas gracias a que Todomatsu le había presentado a la novia de su hermano mayor. No mucho antes de que la menuda pelinegra sufriera aquel terrible accidente, pero era infalible lo feliz que la hizo el de la polera roja, sin abandonarla ni un sólo momento en que ella se encontraba en el hospital.
Elizabeth no quería interrumpir la felicidad de ambos, la razón por la cual su ausencia era muy notoria en aquella habitación blanca con olor a químicos, casi sepulcral. Pero en ningún momento dejó de comunicarse con su novio para enterarse de su condición, siendo el segundo de los Matsuno con el que hablaba. La rubia de los mechones verdes no era casi muy cercana a ésa familia.
Pero ahora que le habían dado de alta a su amiga, podía estar con ella todo el tiempo que quisiera y ese día mucho más puesto a que Osomatsu no se encontraba.
—¡No lo soporto más Petra! ¡Él... Él no se merece nada de eso! ¡Quiero verlo feliz junto a alguien que verdaderamente lo ame y no con una arpía que sólo lo usa! —La rubia seguía llorando en los brazos de la azabache, ella le acariciaba los cabellos mientras pensaba que estar en silencio era la mejor opción hasta que su amiga se calmase. Lo había soportado todo desde que se enteró que el chico que amaba salía con alguien más, su eterna rival desde la secundaria, la maldita cruel y despiadada. Pero la gota logró colmar al vaso y Elizabeth necesitaba sacarlo todo.
Finalmente cuando se serenó, Petra le dio de beber un poco de agua que poseía unos efectos tranquilizantes naturales para que le bajara aquella repentina ansiedad que la estaba atormentando. Se quedaron en silencio por varios minutos, mientras la ojiazul veía hacia el techo de la casa, echada sobre el regazo de la pelinegra. En ese momento su mente logró estar vacía, en blanco como una hoja de papel; no la llenó de cosas innecesarias si no que la mantuvo así, no pensó en nada en realidad.
Hasta que la Carvange habló.
—Siempre logras sorprenderme Liz, ahorita mismo te encuentras llorando por alguien más en vez de ti misma. Muy pocas personas logran hacer eso.
—Yo sólo quiero que Totty sea feliz —comentó la rubia mientras enrollaba un mechón verde sobre su dedo índice. Estaba relajada, pero triste. Algo que le pareció muy extraño en realidad.
No, de hecho sí tenía sentido.
«Pero ahora no lo será porque la maldita de Totoko se encuentra a su lado. Como una rosa con espinas, de lejos parece hermosa pero al final aquellas mismísimas espinas terminan pinchándote, como una cruel traición.
—¿Y qué piensas hacer?
—No lo sé Petra, no lo sé. Pero en estos momentos desearía que alguien me noqueara hasta perder el conocimiento en vez de pensar que verdaderamente lo están haciendo.
—Liz, el amor verdadero es el que siempre triunfa y ése no lo es. Es como la mentira, termina descubriéndose porque tiene patas cortas.
—Pero él está ciego y en ese caso no hay nada que yo pueda hacer.
—Querida, las cosas no suceden de la noche a la mañana.
***
Elizabeth decidió dejar de ir por un tiempo a «Lullaby Moon» hasta que las cosas mejoraran por su propia cuenta. Le valió un comino que la de los ojos cafés pensara que se había acobardado y había huido como un gato asustado. Ella no iría hasta que no se sintiese mejor, hasta que las cosas lograran calmarse y ya llevaba así por dos semanas. Dos semanas en en que, al de la polera rosa, se le hicieron como siglos eternos; extrañaba verla entrar a la tienda como todos los días, dejando una estela perfumada entre los comensales e hiciese el mismo pedido de siempre. Se preocupó por ella y su novia no era de muchísima ayuda. ¿Se habría molestado por aquella mentira? De todas maneras, Lullaby Moon no era lo mismo sin ella, no era igual sin su mejor amiga.
Un día que no se encontraba ocupado en la cafetería como de costumbre y no había recibido la visita de Totoko aún, decidió probar su suerte abriendo el Whatsapp de su smartphone --al cual o entraba muy seguido-- y qué inmensa felicidad sintió al verla allí, conectada.
«¡Hola Liz! 😄 ¿Te apetece dar un paseo por el parque nuevo que acaban de inaugurar? Espero que respondas y que pueda saber de ti ¡Nos vemos!»
La ambarina casi sintió que le explotaba el pecho cuando encontró aquel mensaje en el chat que tenían ambos de aquella aplicación tan famosa, puesto a que ellos nunca hablaban por escrito y preferían hacerlo escuchando las voces del otro.
Liz quería aceptarlo, realmente le iba a escribir que iría pensando en cómo se habría sentido él por no tenerla por comensal como todos los días. Pero luego recordó en la seriedad con la que Totoko había recitado aquellas palabras y se acobardó nuevamente, no podría verlos a los ojos pensando en que ya había tenido su primera experiencia sexual con su enemiga y decidió apagar su celular, sin responderle.
—¿Por cuanto tiempo más seguirás en el anonimato? —le preguntó la pelinegra muy molesta en cuanto la rubia la jaló con rapidez en cuanto pasaron por Lullaby Moon. —Todomatsu sólo se preocupa por ti y tú sólo lo ignoras.
—Mi cabeza está toda hecha un lío en estos momentos, mi querida Petra. No sé que me pasa. Pero prométeme que guardarás el secreto.
—¿Secreto? ¿Qué secreto? —preguntó la menuda pelinegra sin entender.
—Sobre todo lo referido a mí, querida.
***
Todomatsu terminó su jornada laboral y decidió irse directo hacia su casa, no pasó por la casa de la ojicafé como era lo usual. La había perdonado por aquella mentira y ya se encontraban bien, pero por el momento sólo quería dirigirse a casa.
Cuando entró, vio a la violinista llevándose consigo a su hermano a quien sabe dónde. Parecían felices, seguramente irían a algún bar para demostrarles a todos lo bien que podían divertirse con la música clásica.
—¿Todo bien, Totty? —preguntó ella en cuanto estuvieron a punto de salir.
—No es nada. —Mintió— Sólo estoy cansado por el trabajo.
—Muy bien, cuídate entonces —se despidió Gala y ambos «tórtolos» se largaron de allí.
En la mesa vio a Choromatsu siendo tan tierno y romántico con la rubia, Monet; mientras intentaban resolver problemas de matemáticas, su hermano parecía ser sacado de aquellas obras literarias en dónde brillaba por estar hecho de azúcar. Recordó fugazmente a Totoko, pero por alguna razón, el corazón no se le terminaba llenando cuando pensaba en ella.
Lo ignoró y fue directo a la habitación del mayor de todos los hermanos. No tocó porque se sentía en completa confianza para poder entrar como si nada en su recámara, y lo encontró alistándose como si fuera ir a una cita dentro dentro del pleno París. Éste último se giró para verlo, sonriente.
—Una cita con Petra ¿Eh? —preguntó el menor para aparentar ser casual.
—¿Qué comes que adivinas? —preguntó Osomatsu con un sarcasmo amigable, se le veía tan feliz mientras escogía el mejor perfume para la ocasión. —Y bueno, ¿qué necesitas?
—Tu ayuda —comentó Todomatsu con rapidez. Entonces se sentó en el piso, si es que había la necesidad de escucharlo con atención, no tenía otra que hacerlo.— Dime, tú que paras siempre con ella ¿Te ha contado algo sobre Liz?
—¿Liz? —preguntó el mayor confuso— Pues sé lo obvio, que es una chica, que es su amiga y comparten tiempo juntas. ¿Qué más debería saber? Ella sólo hace contacto contigo Totty, tú deberías saber de ella más que nadie.
—Ella no quiere hablar conmigo.
—En ese caso, sólo te quedaría hablar con Petra mi amigo.
***
El menor contactó a la pelinegra justo en el mismo día en el que Jyushimatsu traería una chica a la casa. Necesitaba respuestas, quería saber de Liz lo más pronto posible y qué demonios había hecho él para hacerla molestar tanto.
Finalmente, Petra llegó y con un beso en la mejilla la hizo pasar hasta la cocina y le sirvió un emparedado de queso con jamón y una cuenca de botanas. Charlaron sobre muchas cosas y rieron también sobre otras tantas, parecía que el tiempo se les pasaba volando con cada emparedado que pasaba hasta su estómago y la botella de Coca-Cola se iba vaciando. Cuando la tal Anahís ya hubo llegado, el de la polera rosa decidió ir al grano.
—Petra, por favor, debes ayudarme.
—¿Es sobre Liz, verdad? —preguntó la pelinegra mientras bajaba la cabeza.
—Por favor, tú eres muy amiga suya y necesito que me digas qué es lo que le está pasando y por qué está tan aislada de su mejor amigo. La verdad es que no lo comprendo en absoluto.
—Lo siento Totty, pero es un secreto —le respondió la de los ojos lilas sintiéndose un poco culpable— Lo que necesitas es ir a hablar con ella, anda, ve tras Liz.
***
Finalmente el menor se decidió a hacer lo que nunca se había propuesto, ir a la casa de Elizabeth, lo cual era muy extraño tomando en cuenta que eran los mejores amigos. La ambarina casi no iba a visitar a la familia Matsuno porque ya tenía suficiente con encontrarlo en Lullaby Moon. ¿Pero entonces por qué él nunca se había animado a visitarla? Totoko se opuso ante ésto, ya sintiéndose airosa por no verla en la tienda de café, se sintió furiosa al saber que su novio iba ir a verla. Pero nada le impidió al menor para saber cómo se encontraba su mejor amiga.
—¿Todomatsu? —preguntó ella mientras alzaba una ceja.
—¡Oh, mujer! —exclamó el pelinegro con algunas lágrimas en los ojos, se sentía tan feliz por verla parada ahí de nuevo, recordando los momentos en los que ella asistía al café sin falta alguna, dándole vida.
Elizabeth no supo cómo reaccionar al ver al amor de su vida parado en su propia puerta, lo había preocupado y él la había buscado porque de cierto modo, se interesaba en ella. Eran los mejores amigos ¿cómo no hacerlo? Entonces la ambarina maldijo el momento en el que decidió ser tan tonta y haberse dejado llevar por aquellos sentimientos que la abrumaban. ¿En que se parecía ésto a proteger su sonrisa?
Eran amigos, por eso no tenía nada de extraño que el menor se preocupase por ella debido a la semejante estupidez que había cometido. Quería llorar otra vez , sólo podía cerciorarse de lo completamente idiota que podía llegar a ser y con una mano se tapó los ojos, simulando que algo se había metido dentro de ellos.
A ella le hubiera gustado mucho ir a la inauguración del parque junto a él.
—¡Oh! ¡Oh, espera! —exclamó el pelinegro muy risueño, la ambarina no pudo entender cómo es que seguía sonriendo después de lo que ella le había hecho— Un sentimiento de culpa se te metió a los ojos ¿no es así?
La ojiazul lo miró de hito en hito.
—No te preocupes ya Liz, sea lo que sea que haya pasado, nunca olvides de que siempre permaneceré aquí contigo. Lo que Totoko había dicho sobre tener relaciones no era cierto, además ustedes dos se llevan tan mal ¿Por qué le creerías?
Todomatsu siguió hablando de cosas que; para ella, dejaron de tener sentido. No poseían lógica porque ya no lo escuchaba. Sus mirada se centraba en sus ojos negros como el carbón, el movimiento de la boca que él abría y cerraba para hablar, los hoyuelos marcados en su rostro a causa de su jovial sonrisa, sus labios rosáceos... Llegó hasta el punto de mantener su mente en blanco durante aquel intervalo de tiempo, de no importarle ya nada de lo que sucediera a su alrededor y... lo besó.
Y lo significó todo. Fue como si hubiera cruzado los límites de un nuevo mundo para ella.
Por un corto momento; el pelinegro le correspondió el beso porque estaba marcado y lleno de sentimiento, de pasión, lo que no lograba sentir en los labios de la chica-pez. Pero su cerebro se impuso ante su corazón y pensó que aquello no estaba para nada bien, se apartó completamente avergonzado, sin poderla mirar a los ojos azules tan brillantes que ella poseía.
Elizabeth tuvo la misma reacción, se tapó la boca por el susto de lo que sus impulsos la habían llevado a hacer semejante barbaridad. ¿Pero qué demonios había pasado? Besó a su mejor amigo aun teniendo él a alguien más, eso fuy se sintió aun mucho más miserable por ello.
—¿Liz? —preguntó el menor con su particular voz femenina, sin poder comprender nada de lo que ocurría a su alrededor. Su rostro se encontraba embadurnado por un rojo muy intenso al pensar lo mucho que le había gustado aquel beso.— Acaso tú...
La interpelada decidió pisar firme entonces, ya no aguantaba más todo lo que le sucedía por la culpa de la maldita ojicafé. Por eso necesitaba decirle, sentía menester decírselo todo lo más pronto posible.
—La verdad es que estoy muy enamorada de ti Todomatsu, y sentí que no podía mirarte a los ojos al enterarme de que Totoko y tú iban a tener relaciones. La razón por las que nos peleamos era para ganarnos tu amor y ella fue quien ganó. Llegué a odiarla con mi alma porque sabía, más que nadie, que ella sólo te trataba como un trofeo. Yo... Yo... Lo lamento tanto, Totty.
—Liz...
—Será mejor que no hablemos por un tiempo, nos vemos luego.
Ella era muy mala fingiendo sonrisas; se veían tan falsas como si estuviesen hechas de papel, la verdad es que no podía ocultarlo, no estando rota. El pequeño pelinegro quiso ayudarla, a como dé lugar y de cualquier modo que fuera, no quería verla así porque a él también se le contagiaba aquella tristeza. Siempre creyó que la sonrisa de Elizabeth era la más hermosa que cualquiera desde que la había conocido y perdería su sentido si no era sincera.
Pero no podía hacer más que quedarse ahí parado viendo la cornisa de su casa, ya que la de los mechones verdes le había cerrado la puerta en sus narices y desde entonces se sintió el chico más desafortunado de todo Tokyo.
***
—¡Corazón de mi vida! —chilló la castaña en cuánto vio a su novio entrar por la puerta. Éste se veía agotado y ligeramente melancólico, pero a ella no le importó. No le interesaba nada desde que dio por ganada aquella batalla con la ambarina, se sentía satisfecha con su trofeo suspirando y recibiendo un beso desganado en su mejilla. Nadie le iba a quitar aquella sensación porque sólo era ella y su mundo, nada más.
—He venido a devolverte aquel disco de ésa banda... ¿One Rock Ok se llamaba?
—Claro, claro. Déjalo ahí en la mesa.
—¿No vas a preguntarme siquiera cómo estoy?
—¡Oh sí, sí claro! ¿Cómo te encuentras corazón?
—Mejor olvídalo, iré a dar un paseo.
El pelinegro se colocó su capucha procurando de que le tapara ambos lados de la cara y echó a andar por las ya muy transitadas calles de Tokyo. Iba cabizbajo, como si lo que encontrara en el pavimento era más importante que el paisaje de su alrededor. No se dio cuenta por dónde iba hasta que pasó al lado de «Lullaby Moon», ahora cerrado por ser un día domingo; miró por un instantes aquel logo del café en dónde atendía y entonces, una oleada de recuerdos cruzó por su mente como millones de papelitos volando. Sintió muchísima nostalgia, no entendía nada de lo que pasaba.
Se pelearon por ganarse su amor, la bella joven de los cabellos pardos fue quien venció, su mejor amiga sufrió por su elección y aun así no había ni un día que no faltase al café hasta que aquel suceso ocurrió. Ya no se encontraba seguro de lo que sentía por Totoko ahora, tampoco si ella siempre había sentido ese «algo» por él. Elizabeth sí sentía, ella sí lo amaba de verdad.
Estar con la rubia de los mechones verdes era una sensación de otro mundo, una experiencia que abría sus alas y alcanzaba aquel cielo azul como aquel que se mostraba ante sus ojos plena primavera. Sin duda tenía una sonrisa bonita, algo que iba muy bien con la palidez de su rostro, encajando a la perfección. Podía ser él mismo en todo momento en el que ella estuviese a su lado, jugando como un par de niños. Se reía de sus bromas, chistes y lo divertido que era verla cuando sus dos ojos se juntaban para mirar su nariz mientras sostenía un lápiz sobre ésta. Al pensar en ella descubrió que le encantaba que ambos caminaran juntos por aquella rosaleda con rosas blancas y rojas, ponerse a hablar de lo hermosas que eran y lo caprichosas que resultaban.
Cuando volteó su mirada, vio a lo lejos a el quinto de sus hermanos junto a la chica de los cabellos rosados que los había visitado aquel día pasado. Se veían tan bien riendo tontamente que creyó que al final terminarían juntos, quiso sentirse así, realmente lo quería desde lo más hondo de su alma y se dio cuenta de que no encontraba la razón por la cual siguiera saliendo con Totoko.
La respuesta era más clara y precisa que el agua, él nunca había sentido nada por ella.
Por Elizabeth sí, habían jugado tanto tiempo como niños que no pensó en lo pudiera llegar a convertirse en algún futuro.
«Voy a arreglar ésto Liz, repararé todo lo que hubo entre nosotros y así todo volverá a ser como antes. Excepto por una cosa, hoy te declararé mi amor y llevaremos lo que sentimos como un cántico que llegue hasta las nubes. Te prometo que lo haré porque eres tú todo lo que ahora quiero, cariño».
—¿Estás buscando a Liz? —le preguntó la menuda pelinegra en cuánto lo vio plantado al frente de su puerta.
—¿Sabes dónde está? —suplicó el menor invadiendo el espacio personal de la chica— He tocado varias veces hasta cansarme, pero nadie me contesta.
—Vaya... —dijo ella mientras retrocedía unos pasos para estar lejos de él, luego se llevó un dedo índice al mentón mientras miraba hacia el cielo, pensativa— Creo que tengo una idea de dónde puede estar, pero no estoy segura.
***
La ojiazul pidió permiso a una rosa blanca para sacarla de sus aposentos, mientras bebía una taza de café que había traído desde su casa. La miró con una sonrisa nostálgica y cuando sintió las ganas de llorar, se hizo la fuerte y suspiró mirando hacia las nubes quienes hoy no estaban haciendo ninguna figura. Sólo se veían como espesas formas alargadas de algodón, aburridas y blancas. Finalmente cortó con sus uñas el tallo que sostenía a la rosa que quería y la retuvo sobre su pecho, aunque obligó a su mente a no pensar, le resultó imposible al verse invadida por todos aquellos recuerdos que había pasado junto al pelinegro. Quiso llorar de nuevo, por todo lo que creyó haber perdido.
«Me gustaría verte por última vez y contarte todo lo que me sucedió ayer, aunque no tiene sentido si ya no estás conmigo. He sido una tonta de nacimiento y en todo lo que veo siempre estás tú. Sería feliz si pudiera ver tu hermosa sonrisa una vez más, pero la verdad es que ya estoy empezando a dudar de todo».
—¿Arrancando las rosas, corazón? Eso es algo que nunca te creí hacer, Liz.
—¡¿Todomatsu?! —preguntó la rubia sin podérselo creer, reincorporándose desde donde se encontraba agachada. Se quedó perpleja al darse cuenta de que él estaba parado ahí, viéndola como si fuese un espejismo. Su corazón latió con una rapidez increíble, el color rojo embadurnaba e forma intensa sus mejillas. Quiso saltar a sus brazos, quiso besarlo otra vez.
El pelinegro se acercó a ella, sonrojado porque él también sentía lo mismo dentro de sí. Le dio un poco de pena mirarla a los ojos y toparse ya con su encantadora belleza: vista como mujer, su propia Liz era preciosa. Jugando con sus dedos estuvo avanzó un pie tras otro, muy nervioso, y los latidos alocados de su corazón lo ponían en un estado de ansiedad que lo disgustaba ¿Y si lo rechazaba? ¿Qué haría cuando eso sucediera?
—El mismo en carne y hueso —le dijo ya mirándola a sus ojos azules— Te he extrañado cielo, ha sido un infierno para mí no poder verte. Me he dado cuenta en éstos tiempos de soledad, que el servicio de café no es lo mismo sin ti y que yo te necesito, es menester para mí estar a tu lado aunque nos devorara un torbellino. Y la verdad es... Es que te quiero Liz y no como mi mejor amiga, siempre he estado enamorado de ti y he aceptado a alguien más sin siquiera darme cuenta de que eres tú la que llena de colores intensos todos los paisajes que se muestran mi mente. Hemos estado jugando a ronda de niños, no hemos sido sinceros con nosotros mismos, nos dejamos llevar sin darnos cuenta de que tú y yo nos necesitamos, que deseamos estar siempre juntos. Es por eso que ante todo ésto quiero pedirte lo que ya te estás imaginando mi querida Liz, pues claro que es eso, pero ahora me siento feliz al decírtelo con mi propia voz. ¿Tendrías el honor de ser mi novia? Te prometo que siempre lograré hacerte feliz, mi amor siempre será tuyo y eternamente a tu servicio estaré. Di ya que sí corazón, porque desde el día en que me besaste no he parado de pensar en esos labios tuyos.
La ojiazul se quedó sin habla por el resto del magnífico discurso que el amor de su vida le había dado, no parecía ser real, daba la ilusión de que seguía soñando. Simplemente todo en él le pareció perfecto, aquel color rosa le sentaba tan bien y la ternura de su semblante era la cereza del gran pastel.
Elizabeth le dijo que sí, entonces pudo tomar feliz la mano del pelinegro y echar a andar juntos por la rosaleda.
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