86
Simón
¿Cómo podría explicarles que soy el hombre más feliz que pueda existir en este mundo? Quisiera describirlo pero no encuentro las palabras precisas para hacerlo.
Abro los ojos lentamente y ahí se encontraba el amor de mi vida. Siempre era un hecho que yo me levantara primero porque aquí la señorita es muy dormilona. Y saben, me encanta ser yo el primero que despierte porque así podré contemplar su belleza, admirar el ángel que Dios puso en mi camino. Poder acariciar su hermosa carita...es tan bella.
Me acomodo en mi lugar sin despertarla para así empezar a contemplarla. Ayer hicimos el amor, nos hicimos uno como las miles de veces anteriores. Cada vez se vuelve mucho más especial que la anterior y eso me encanta.
Veo que se mueve un poco, ¿Será que ya irá a despertarse? Pues no será así porque mi bonita aún sigue durmiendo, sonrío al ver que algunos mechones rubios empezaron a cubrir su rostro y eso era un impedimento para seguir contemplándola. Así que no esperé y acerqué mis dedos para quitar los mechones pero cuando uno de ellos chocó con su piel sentí un miedo tremendo.
— Estás quemando — susurré con angustia y preocupación.
Inmediatamente me senté en la cama. ¡Maldición esto no puede estar pasando! ¡Está ardiendo en fiebre!
La tomo de las manos y mi corazón pareció dejar de latir. ¡Joder! ¡Sus manos están igual!
— Amor...bonita — trato de despertarla suavemente y me comencé a desesperar al ver que no respondía — ¡Ámbar! ¡Mi amor despierta! ¡Por favor...bonita!
¡No!...¡No! Esto no puede estar pasando...¡No!
— Ámbar...por favor despierta, mi amor — sentía como mis ojos se comenzaban a humedecer.
Mi corazón latía con fuerza y a la vez con una velocidad tremenda. Tenía ganas de llorar, sentí que mi corazón se comenzaba a romper pero de pronto veo como sus ojitos se comienzan abrir pero con pesadez y lentitud.
— ¡Bonita! — la abracé con fuerza. El alivio se apoderó de mí — amor.
— ¿Bonito...por qué...lloras? — la escucho hablar con la voz muy apagada.
— Tenemos que llevarte al hospital...¡Ahora! — iba a levantarme pero su débil mano en uno de mis brazos hace que me detenga.
— No...estoy bien.
— No, no lo estás.
— Solo...es fiebre, fiebre.
— Ámbar, estás quemando...eso no es normal, tengo que llevarte al hospital.
— Esto...ya me ha pasado antes — ¡Imposible!
— ¿Qué?
— Cuándo...era niña, me solía dar mucha fiebre...ha pasado mucho tiempo desde que ya no me pasa...creo que es algo normal en mí — eso no es normal.
— No es normal Ámbar.
— El hospital...no funciona conmigo, sé porque te lo digo.
— ¿Y cómo piensas que te bajará la fiebre, eh? — me desespero — ¡No seas terca, te llevaré al hospital!
— No lo haré — veo como sus ojitos se empiezan a llenar de lágrimas — los hospitales me aterran...¡No iré! Ya te dije...que no funciona conmigo.
— ¡No pienso perderte! — grité.
— No lo harás — junta sus manos con las mías — bonito...por favor hazme caso — sus cálidos dedos empiezan a secar mis lágrimas — por gusto...me llevarás a un hospital...no podrán bajarme la fiebre...¿Sabes?, creo que estoy así porque ayer cuando fui...a la casa de Delfi no llevé chamarra (campera, abrigo) — sonríe.
— Bonita pero yo te dije...
— Sí, me dijiste...que llevara pero...sabes como soy — sonrío y decido acercar mi frente con la suya.
— Terca...eso lo que eres — susurro junto a una sonrisa — Ámbar tiene que bajarte esa fiebre, por favor deja que te lleve al hospital — suplico.
— Solo...solo ponme un trapo mojado en la frente.
— Eso no funcionará.
— Conmigo sí — sonríe con pereza — mi madre lo hacía cada vez que me daba fiebre y sí que funcionaba...por favor hazlo.
La miro por unos instantes. Solo espero que aquél trapo mojado sea efectivo.
— Ahora vengo — beso sus manos y salgo corriendo en dirección a la cocina.
Tomo cualquier trapo y lo sumerjo en agua bien fría para luego escurrirlo. Vuelvo a la habitación y con suavidad y delicadeza coloco el trapo en su frente.
— Ámbar...¿Qué pasa si no funciona? — me sonríe.
— Funcionará...estaré bien
amor — tomo el trapo y decido pasarlo suavemente por su rostro — Simón...no hagas eso.
— Será más rápido para que se te baje la fiebre — continuo con lo mío.
— Solo — para mi acción con una de sus manos — solo...déjalo en mi frente.
Sonrío y vuelvo el trapo a su frente. ¡Maldición! ¡La fiebre seguía!
En ese instante comienza a sonar mi móvil que se encontraba en la mesita de noche.
— ¿Bonito...no piensas contestar?
— Tú eres más importante, siempre lo serás — me regala una dulce sonrisa para luego acariciar mi rostro con sus calientes manos.
— ¿Qué tal si es algo importante? — iba a decirle que ella es más importante pero coloca su dedo en mi boca — claro...no más importante que yo...pero igual, responde.
De seguro será de la oficina. Se supone que tendría que estar ahí en estos momentos pero no lo haré.
Tomo mi móvil.
— Posterga la reunión para otro día, hoy no podré — y luego corté.
— ¿Simón...cómo que postergaste la reunión?
— No me moveré de aquí hasta que se te baje esa fiebre.
— Yo estaré bien...por favor no canceles la reunión por mi culpa...¿Qué pensarán de tí los accionistas?
— Me vale...— me contengo de decir una palabrota (mala palabra, lisura) — lo que piensen de mí, yo no me moveré de aquí hasta que tú, mi amor, estés bien. ¿Entendiste? — la oigo reír un poco débil — ¿De qué te ríes? No le veo lo gracioso.
— ¿Por qué te enojas?
— Yo no me enojo.
— Sí — toca mi rostro — cuándo lo haces se te forman arrugas.
— ¿Qué quieres decir con eso? — me rrecuesto a su lado y la miro fijamente — ¿Me estás llamando viejo?
— Yo...yo no dije eso.
— Pero lo diste entender. Oye bonita te recuerdo que tengo veintitrés años — recién cumplidos.
— Y parecerás de cuarenta y tres, si no dejas de enojarte ya que se te forman arrugas en la frente — eso no es cierto o ¿Si?
Con que quiere molestarme pues me toca el contra ataque.
— ¿Y qué me dices de tí? — arqueo una ceja — cuando algo no te gusta tu pequeña naricita se arruga — toco la punta de su nariz — frunces los labios y ni que decir de las muecas que haces.
— ¡Simón! — reprocha — basta...¿Que no ves que estoy enferma? Eres un malote...ya no te quiero ver — me da la espalda.
Si supiera que así de enojada se ve hermosa.
— Amor — susurro.
— Estoy molesta...solo...solo quiero dormir.
— Oye no duermas — me acerco a ella para así tocar su frente.
La fiebre ha bajado. Poco pero aunque sea está bajando.
— Tú no...no me mandas — quita mi mano de su frente pero yo la vuelvo a poner, ella la vuelve a sacar y yo la vuelvo a poner y vuelve a pasar lo mismo — estoy molesta Simón...no sé si te has dado cuenta, así que...no te pienso dirigir la palabra.
— ¿Y qué es lo que estás haciendo? — no escucho respuesta y sonrío. Luego de unos segundos decido colocar mi cabeza en su espalda, siento como ella se mueve y mi cabeza termina estando en su vientre.
— ¿Quieres moverte? Me estás...incomodando.
— Dijiste que no me hablarías.
— Quiero que te...bajes de la cama ahora mismo.
— Te recuerdo que también es mi cama.
— ¿Entonces porque no te vas a tu espacio? — iba a hablar pero siento como sus manos me empujan de su cuerpo — escucha...— trata de sentarse — ese es tu lado — arruga la sábana para formar una línea. Ahí vamos de nuevo — y este es el mío, así que ni se te pase por la cabeza ocupar lo más mínimo mi territorio.
Siempre hacia eso cuando nos peleábamos por algo tonto. Partía la cama en dos, una mitad era mi lado y la otra mitad era de ella. Eso sí, por más que peleábamos, nunca he dormido en el sofá y espero no hacerlo.
— Ámbar.
— No me hables — me da la espalda y se rrecuesta en su lado de la cama, se aprovecha solo porque está enferma.
Pero aún así, agradezco que la fiebre esté bajando.
Nuevamente mi móvil comienza a sonar y así quita el silencio que se estaba formando entre nosotros. Lo tomo y veo en la pantalla, de quién se trataba.
— Bonita — no respondía — amor — seguimos en lo mismo — Ámbar — la tomo de la cintura y logro captar su atención.
— ¡Te dije que no me hables! — responde mirándome fijamente. Decido acercarme a su rostro y veo como la chica ruda y mala que trataba de hacerse se desvanecía poco a poco — ¿Qué...qué haces?
— Mi suegro me está llamando.
— ¿Qué?
— Sí, de seguro será porque cancelé la reunión — supongo — tengo que decirle que estás con fiebre.
— No hagas eso.
— Amor tengo que hacerlo, él tiene que saber que estás mal.
— Ya se me ha bajado la fiebre un poco.
— Sí pero no por completo.
— Estoy bien — ¡Terca!
— Es tu padre, tiene que saberlo bonita.
— No quiero que le des más angustia, ya tiene suficiente con lo que paso con el...— calla y veo como sus ojitos se comienzan a llenar de lágrimas, así que no esperé más y decidí aferrarla a mi cuerpo. Lo que pasa es que el abuelo falleció hace dos años atrás y eso definitivamente marcó a mi bonita, al igual que su padre, como también a mí ya que se convirtió como un abuelo también.
Mi móvil comienza a sonar nuevamente.
— No contestes — la oigo decir, mientras secaba sus lágrimas.
— Amor, tengo que hacerlo...debe estar preocupado.
— Esta bien pero no le digas que estoy con fiebre.
— No puedo mentirle bonita — no dice nada y decido responder la llamada.
Le conté el porqué cancelé la reunión. Le conté todo.
— ¿Qué te dijo? — pregunta.
— Está en camino — suspira — ¿Sigues molesta? — pregunto dulcemente.
Me mira.
— No ves que te estoy hablando tonto — sonrío y me acerco a ella para capturar sus labios.
— La fiebre está bajando — ha bajado regular.
— Te dije que el trapo funcionaría — la neta no creía que un simple trapo pueda bajar tremenda fiebre.
— ¡Me alegro! — le vuelvo a dar un beso — ¿Sabes? — me levanto de la cama — te preparé algo para que comas, debes tener mucha hambre.
— En realidad...amor no tengo hambre.
— No me molestes Ámbar — reprocho — de seguro estás así porque últimamente no comes.
— ¡Oye! Si como — poco. Dejas el plato como está, ni siquiera pruebas un bocado.
— No me discutas. Iré a prepararte una rica sopa de pollo.
— Simón... — salgo de la habitación.
Minutos después
— Ándale come — es la quinta vez que se lo digo — bonita se te va a enfriar.
— No tengo apetito — ahí va de nuevo con lo mismo.
— ¿Ni siquiera por mí?
— Que chantajista que eres. Eso no se vale — se comienza a quejar — eres cruel.
— ¿Quieres que te haga el avioncito? — advierto.
— ¡Esta bien! Lo haré — sonrío. Toma un bocado de la sopa y lo comienza a llevar a su boca pero apenas se acercó hizo una mueca de asco y aleja la cuchara — esto huele horrible — ¿Excusas? — amor creo que te han estafado con un pollo malogrado — imposible.
Yo hago muy bien mis compras. Soy un excelente comprador.
Tomo la cuchara y la sumerjo en la sopa para luego llevarla a mi boca. ¡No es porque yo lo haya cocinado pero está sopa está deliciosa!
— No seas pinocha, mi sopa está de rechupete.
— Huele mal...no te ofendas amor pero es la verdad.
— Si usted señorita piensa que diciendo mentiras se va a librar de comer la deliciosa sopa que le ha preparado su guapo novio, pues déjeme decirle que está muy equivocada.
— Simón...amor, por favor no me obligues.
— Solo una cucharada — tomo la cuchara para acercarla a su boca en forma de avióncito. Todo iba bien, la cuchara se acercaba, más y más...hasta que sonó el timbre de la puerta.
— ¡Papá! — sonríe — amor, anda a abrir la puerta. Es malo hacer esperar al suegro.
— Ni piensas que te salvarás
eh — advierto para luego ir abrir la puerta.
Mi suegro entra pero no vino solo, Matteo lo acompañaba.
— ¿Dónde está mi niña? — pregunta con rapidez.
Los tres nos dirigimos hacia mi habitación. Tanto mi suegro como Matteo se acercan donde mi bonita para ver como estaba. Estaban realmente preocupados.
— Papá, tranquilo. Ya estoy mejor — dice mi bonita, mientras la abrazaban.
— Nos diste un susto tremendo, pequeña — dice Matteo.
— ¿Eh, suegrito puede tratar de convencer a esta señorita de que coma la sopa? — digo — estoy que insisto pero no me hace caso, es peor que una niña — la molesto y ella me mira mal.
— ¿Cómo que no quieres comer, Ámbar?
— ¡Papá! — hago unas señas a Matteo para salir de la habitación. Necesitaba hablar con él. Bueno en estos últimos meses estamos llevando una buena amistad. No me quejo.
— ¿Qué pasó guitarrista? ¿Quieres decirme algo? — ya le he dicho que no me llame así.
— Matteo.
— Ya okey disculpa. ¿Qué pasa Simón?
— Tengo miedo que vuelva a pasarle esto a Ámbar — me sincere — ni te imaginas cuando toque su cuerpo...me desesperé al sentirla...quemando, la desperté y ella no respondía — cierro los ojos con fuerza tratando de contener las ganas de llorar — por un momento pensé que...
— Hey, tranquilo — siento sus manos en mis hombros, decido abrir los ojos y veo que sus ojos se encontraban llorosos — Ámbar ya está bien, eso es lo que importa — suspira y quita sus manos de mis hombros — pensé que la fiebre ya no volvería — me mira fijamente — cuándo era niña, ella solía tener fiebre constantemente y eso era porque casi siempre que llovía nos gustaba jugar bajo la lluvia. Nosotros no sabíamos que ese era el motivo porque éramos muy niños pero conforme ibamos creciendo lo llegamos a entender. Entonces decidimos ya no jugar más debajo de la lluvia, lo hicimos por ella porque no queríamos que se enferme pero ella de terca...no quería — sonríe — ya sabes como es — completamente.
— ¿Matteo y cómo es eso que con un simple trapo mojado en su frente ayuda a bajarle la fiebre?
— Eso lo hacía su mamá. A Ámbar no le gusta mucho los hospitales que digamos.
— Eso lo sé pero nunca quise preguntarle el porqué.
— ¿Y ella no te lo ha dicho? — niego — bueno, entonces es un tema que ella misma debe decirte. Es algo realmente delicado Simón, es por eso que debe ser ella misma quién te lo cuente.
— Entiendo.
....
Luego de unas horas. Mi suegro, Matteo, Delfi, Pedro, Jazmín y Nicolás decidieron irse.
Los cuatro últimos llegaron un poco después de mi suegro y Matteo. Agradezco a mi suegrito porque hizo que comiera la sopa completa, mi bonita.
Ahora nos encontrábamos los dos. Los únicos dueños de la casa.
La maldita fiebre ya se había ido y yo estaba completamente aliviado por eso.
— Bien, ahora sí a dormir que hoy ha sido un día muy pesado — le digo para luego darle un beso en la cabeza.
— Sí...espera — se separa de mi agarre — ¡Los planos! — se sienta de golpe en la cama — ¡Amor! ¡Los planos! ¡Aún no están listos y los tengo que entregar mañana!
— Yo te ayudaré — me siento a su lado.
— Bonito...eres muy malo para las matemáticas.
— Oye, sé sumar y restar, ¿Con eso será suficiente no? — también sé multiplicar y dividir, así que no entiendan mal.
— Haber dime — se
acomoda — ¿Cuánto es: 3576+ 6532-78?. Quiero la respuesta, ahorita.
— ¡No manches! Ni que fuera calculadora.
— El tiempo está corriendo amorcito — se burla. ¡Maldición! Mínimo necesito una hoja y un lápiz para hacer esto — ¡Tic! ¡Tac! ¡Tic! ¡Tac! — ¡Joder! ¡Es imposible con los dedos!
¡Que me faltan más dedos!
¡Ah sí! Los dedos de los pies.
🖤
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top