Sueños trágicos
Si esto no es drama, entonces díganme ¿Qué es? ¿Alguien podría decirme que estaba haciendo en un lugar como éste? Era por supuesto extraño. Y el vestido. No recordaba haberme puesto un vestido; con volantes y encajes que ceñían mi cintura y caían en cascadas por mi cadera. Era uno extraño y hermoso, como que me gustaba lo singular. Mis hombros estaban al descubierto y tenía el cabello suelto que ondeaba por mi espalda y estaba recogido a la mitad por una peineta. Mis hombros hacían verme flacucha ya que hacían resaltar mis clavículas. Pero mi delgadez no era lo importante, estaba descalza y las hojas estaban húmedas y frías bajo las plantas de mis pies.
Todo había comenzado al salir de la casa de Joane, era su cumpleaños número dieciocho y lo celebró a lo grande, pero el bullicio que había adentro era insoportable que había decidido salir a tomar aire fresco.
Pero me había perdido en su jardín y estaba dentro del bosque.
Comencé a correr en busca de alguien. Entre el camino sinuoso y los fantasmagóricos árboles, la niebla comenzaba a reinar, acabando finalmente en una zona brumosa donde los árboles terminaron siendo solo siluetas. Y me acompañaba una terrible sensación que recorría toda mi columna, algo iba a pasar. Corrí derecho, no me seguía algo, o quizá no lo sabía. Pero nada de esto podría ser bueno. En efecto, de la nada cayeron pétalos de rosas rojas, me paré en seco para ver. No caían del oscuro cielo sino que aparecían como por arte de magia. Al inclinarme, los pétalos se convirtieron en cientos y cientos de golondrinas sin corazón, se las habían quitado. Me levanté con el corazón latiéndome a mil por hora al ver a las pobres aves muertas y sin corazón. Si eso les había pasado a ellas ¿Qué me esperaba a mí? Seguía todo brumoso y comenzaba a sentir frío, caminé esperando a que algo o alguien aparecieran. ¡Qué mierda de vestido!, me comenzó a estorbar, tenía que alzarlo para no pisarlo al caminar ¿Qué hacía yo en ese lugar?
Tenía que salir, pero ¿Dónde estaba la salida? Unos segundos pasaron para que oyera una voz que jamás podría olvidar.
—Linda...Linda..., mi Melinda —era la voz de papá llamándome, tan melodiosa y dulce como recordaba—Vete Melinda, entra y cierra la puerta...
Había pedido que me dejaran de llamar por ese diminutivo porque me recordaba a él, ahora era Mila. Y ahora él estaba cantandome, recordaba esa canción que llevaba mi nombre.
— ¿Papá?..., ¿Papá? ¿Dónde estás? —Pregunté viendo hacia derecha a izquierda, de un lado y detrás, solo era niebla y nada y yo seguía buscando por doquier.
Había llamado con un susurro y el viento lo convirtió en un murmullo, me costaba creer que podría verlo.
Caminé hacia adelante, al frente había un árbol gigantesco, más allá de los árboles pequeños, era el sauce más grande que había visto jamás, tenía el aire de un gran señor, su aspecto lo hacía verse así, parecía que estaba esperando con los brazos abiertos para abrazar a alguien, era enorme y viejo..., de pronto todo se sumió en la oscuridad, quedándome en las tinieblas, bastó un instante para que en lo alto apareciera la luna, redonda y brillante; luna llena. La niebla comenzó a disiparse, y se iba a un solo lugar, en el gran árbol, como si fueran aspiradas por él, si hubiera puesto más atención a la clase de física habría sabido porqué se iban hacia allá.
A este paso me iba a arrepentir de una infinidad de cosas. Mi corazón permanecía latiendo al mismo ritmo, como si me avisara que algo malo iba a pasar. No temía por lo que podía pasar, pero justo entonces a la izquierda, entre los árboles, salió Greg (quizá notó mi ausencia en la fiesta) y a la derecha se encontraba observándome nuevamente aquel desconocido.
Pero al frente estaban Josh y mi padre, juntos.
« ¿Qué demonios está pasando?» ¿Qué hacían ellos o más bien, qué hacia mi padre junto a Josh? Solo me veían a mí como si fuera una especie de intrusa. Nadie me decía nada. Me dirigí a donde papá y Josh, mis pies descalzos sentían frío. Al llegar a ellos le brindé mi mejor sonrisa, volteé para ver a Greg e incluso al desconocido, pero habían desaparecido. Cuando me volví a ellos, papá estaba con la mirada perdida, vacua, no había dulzura ni malicia en sus ojos. Solo un vacío existencial. Josh tenía los mismos ojos que papá, con el contorno rodeado de sombras, sumamente pálido; era como si estuviese maquillado para uno de esos concursos de zombis y enfermos coléricos que hacían todos los años.
Puse mis manos en su hombro para cerciorarme de que me notaba. No hubo respuesta, ni un rastro de su bella sonrisa. Nada.
— ¿Josh?
No me respondió, veía a la nada.
— ¿Josh?...Josh, Joshua..., —dije sacudiéndolo, él no me miraba, no me decía nada, y quizás ni siquiera me sentía, miré a papá.
Él ya no estaba.
—Por favor, habla ¡Di algo! —Le grité y aun así, nada.
Estaba perdido, no veía nada, sus ojos estaban fijos en un solo sitio y no me decía nada. Tuve más miedo de lo que sentí al ver esos sabuesos. Josh no podía...
Estuve esperando por unos minutos, varios, hasta que él dijo en un susurro.
—Nos observa.
No entendí lo que quiso decir con esa palabra, según yo no había nadie; papá, Greg y el desconocido habían desaparecido. Lo único que había era el gran sauce detrás de Josh..., me equivocaba, entre las ramas del viejo árbol algo se había movido, era algo oscuro, me levanté siendo observadora, escuchando cada débil sonido.
Una criatura de gran tamaño alzó sus alas de murciélago que daban la impresión de haberse quemado, era un ser horroroso, tenía el cráneo de un humano pero sus orejas eran largas y puntiagudas, su cuerpo era muy delgado, sus piernas eran más largas que el resto de su desfigurada anatomía, sus ojos centelleaban de un rojo fuego que al verlos me dolió el cuerpo, sus manos, con dedos más largos que los dedos humanos, tenían las uñas largas y negras, sus dientes afilados compuestos unos por otros, tenía cuernos como de los antílopes, todo eso era horrible y para hacerse notar chilló.
Agarré de la mano a Josh y comencé a correr arrastrándonos a los dos para salvarnos, tuve miedo por Josh quien apenas podía correr.
— ¡Corre Josh..., corre! —Le pedí a gritos.
Pero él era tan solo un niño y yo con este vestido que era un estorbo no podía correr con libertad y Josh ya no podía seguir, lo abracé, pero al hacerlo vi que el monstruo había desaparecido. Nos detuvimos cerca de un árbol con aspecto viejo y cansado, con la respiración agitada. Las ramas gruesas del viejo árbol se parecían a miles de esqueléticas manos rogándonos salvación. Josh había vuelto a la normalidad, se apoyó sobre aquel árbol que, cuando lo vi la primera vez no estaba hueco y ahora ya tenía un enorme orificio.
—No te muevas —le pedí a Josh mientras me puse a observar si esa horrible cosa se acercaba, cuando..., el árbol donde se apoyaba Josh se convirtió en otro horrible monstruo con colmillos, era un hombre gigante y peludo, con cabeza deforme, asemejando a la de un lobo con largos brazos y piernas con enormes garras. Tardé en darme cuenta de que no era el árbol sino que había salido de él.
— ¿Melinda? —Estaba justo detrás de él y en cuanto grité éste monstruo mordió a mi hermano por el cuello, todo pasó tan deprisa, tiraba de él mientras, y él se aferraba a mis manos, gritaba mi nombre con sangre en sus labios y en todo su cuerpo.
— ¡Mila, no me sueltes!
La sangre, su sangre salía a borbotones y aun así se aferraba a mí, bastó con comerse su cabeza y llevarse consigo su cuerpo para que gritara como nunca había gritado en mi vida.
— ¡NOOOO...!
Desperté exaltada en mi oscura habitación, todo esto había sido un sueño. Uno de los más horribles. Mi corazón latía dolorosamente contra mi pecho y alguien se aproximó a mi cama, su silueta era oscura, era un hombre alto y me dijo:
—Shh. Solo fue un sueño —en un susurro mientras que yo me ahogaba con mis lágrimas.
Lo había sentido tan real, entonces con mis ojos empañados pude ver que se trataba del desconocido, me miraba con aquellos ojos azules como el color del océano, con una mano me acariciaba el cabello para que me calmase y con la otra limpiaba mis mejillas empapadas de lágrimas con las yemas de sus pulgares suaves.
—Vuelve a dormir. Todo estará bien. Vuelve a dormir —me pidió.
—No puedo ¿Qué demonios haces aquí?... —Repliqué con la voz quebrada—. Mi hermano... Josh, él... tú.
Mi hermano había sido degollado.
—Él está bien, te lo prometo.
— ¿Co-cómo estás seguro de ello? —Pregunté sin dejar de llorar, queriendo salirme de la cama para ir a la habitación de mi hermano. Pero él me lo impedía, quería golpearlo.
—Porque yo los protejo, confía en mí ¿está bien? Ahora duerme...
—No puedo, ¡Déjame ir!
—Lo harás, yo cuidaré de ti. Siempre he estado aquí. Duerme —susurró viéndome fijamente, y fue como si sus palabras fueran somníferos, me dormí.
Me quedé completamente dormida y desperté por el frío que se filtraba por la ventana. Miré al reloj y este me avisaba que era las cinco con diez. Me sentí extraña. ¿Acaso de la pesadilla pasé a un sueño en el que un chico hermoso me consolaba? ¿Había sido real todo aquello? Aris no estaba conmigo para decirme si había sido real o no.
Maldita sea.
Salí inmediatamente de la cama para ir a la habitación de Josh, que estaba frente a la mía. Abrí la puerta despacio para no despertarlo, estaba dormido. Me acerqué y lo vi tan frágil mientras me sentaba a un lado. Su habitación era más pequeña que la mía pero más colorida; posters de animes por las paredes, un escritorio donde se encontraba esparcidos lápices de colores, hojas de dibujos. Y el mismo escritorio estaba pintada de una infinita variedad de colores. Y debajo había una caja llena de juguetes que con los años acumulaba y su pequeño juego de química que yo le había regalado hace unos meses con mi primer sueldo.
En su mesita de noche descansaba el libro de Harry Potter y en la cabecera tenía calcomanías de caricaturas y las cortinas celestes y al ver al bosque, noté que él tenía mejor vista que yo, el sendero y el árbol del frente con sus hojas verdes abundantes en verano y ámbar en otoño. Se veía igual al que se había tragado a Josh en mis sueños, solo que sin el hueco.
Pensar en eso me hacía sentir abrumada, con miedo. Sentía que todo esto había comenzado desde aquella noche.
—Te protegeré con mi vida si es necesario, hermanito —susurré y le di un beso en la frente.
—Mila —balbució risueño, su voz era dulce como la de nuestro padre— ¿Pasa algo?
—Buenos días —le saludé, mi voz sonaba no tan melodiosa ni tan dulce, parecía que simplemente estaba molesta, siempre era firme en todos los aspectos, aunque en veces se me quebraba la voz por alguna cosa, como lo hice con el desconocido si es que realmente había estado conmigo, me levanté y respondí—. No. No pasa nada, vuelve a dormir.
— ¿Quieres dormir conmigo? Yo también voy a dormir contigo cuando tengo pesadillas —sugirió y, había acertado en cuanto a mi pesadilla, él siempre acudía a mí en vez de mamá cuando tenía pesadillas, aunque su cama era algo pequeña para los dos, me dejó un espacio para que yo me metiera con él, pensaba quedarme con él por un rato nada más, apenas cerré mis ojos y me quedé en coma, y tuve que levantarme cuando desde mi habitación sonaba el despertador media hora después, debía estar en el colegio.
Al terminar de ducharme, apenas llegaba a mi habitación y me disponía a ponerme ropa limpia cuando mi teléfono sonó el timbre de Greg.
—Hey.
—Hola, ¿Estás lista? Paso a por ti, mi padre me dio de nuevo el auto, dijo que no lo usará porque estará ocupado.
—Vale, ya casi estoy.
—Vaya, vaya ¿no me digas que el haberte perdido usaras blusas escotadas y faldas cortitas? —Bromeó.
—No te digo, oye también soy una chica por si no te has dado cuenta ¿tengo que ponerme esas cosas para que te des cuenta? —fingí estar ofendida y molesta.
—No, claro que no. Y tus piernas tienen buen aspecto. Pero...
—No hay peros que valga Greg, no digas nada, te espero. ¿Vale?
—Joder mujer, déjame terminar.
—No jodas, te espero en cinco minutos —sonreí al oírlo a él al otro lado riéndose, creo que habíamos olvidado lo que había pasado con el tío Cedric.
—Ok, chica —y colgué.
Me puse lo primero que encontré en el closet que aunque no lo parezca, estaban ordenados por los días en los que me lo ponía, era un círculo interminable.
Mi indumentaria consistía en jeans oscuros, playeras de bandas de rock y camisas de franela a cuadros, me gustaba las que tenían rayas o puntitos y los suéteres negros con amplias capuchas. Después de ponerme una camisa azul con negro encima de una playera de manga larga, me puse mis desgastadas botas. Me apliqué delineador alrededor de los ojos dejándolos ahumados y un poco de labial sabor a chocolate.
Cerré mi habitación justo para encontrarme con Josh saliendo de la suya con su peluche al que llamaba Robby.
— ¿Irás al colegio? —Preguntó viéndome con esos adorables ojos verdes oscuros con un brillo especial que tenía al despertarse y yo me incliné hacia él.
—Es el primer día de clases.
—Lo sé, pero la abuela dijo que las heridas que tienes son muy grandes y que tardarían en curarse.
Había olvidado que tenía una herida, aunque ya había pasado las dos semanas, le había dicho a mamá que todo estaba bien por más que ella insistía en revisarla, había dicho que los puntos la retiró el amigo médico de Aaron gracias a Greg. Obviamente esas evasiones a mamá le resultaba demasiado extraño y mi hermano seguía pensando en ello.
—Ya pasaron dos semanas, Josh, no tienes por qué preocuparte, te amo. —Le di un beso en la frente.
—Yo también, mucho más —respondió abrazándome.
—Yo más —aseguré y él repitió lo mismo, permanecimos abrazados hasta que el muy desgraciado de Greg hizo sonar el claxon del auto. Bajamos por los escalones.
La abuela me detuvo.
—Buenos días, abuela.
— ¿No piensas desayunar? —Intuyó saliendo de la cocina con Aris a su lado, él se relamía el hocico, vino directo hacia mí para saludarme, sus pequeñas patas se posaban sobre mis rodillas, así que le acaricié la cabeza.
Nina ya estaba preparando el desayuno, siempre lo hacía yo, pero cuando ella llegaba a casa la vida parecía mucho más fácil, toda la casa tenía un toque hogareño, las cortinas siempre descorridas para que todo el espacio estuviera iluminado, los sofás y el televisor que tenía al frente, las plantas que había en cada esquina estaban más verdes y nutridas por los rayos solares que se filtraban por la ventana, la mesita que había en medio de los sofás tenía un florero con narcisos y amapolas que la abuela quizás había cortado del jardín, la repisa de la chimenea estaba menos empolvada y las cosas que estaban encima también, todo era mejor cuando ella estaba en casa.
—Es tarde, me tengo que ir —respondí tocando el picaporte de la puerta.
—Espera, al menos llévate un bocadillo —dijo y traía dos bolsas con almuerzos—. Una es para ti y la otra para Gregory.
Las bolsas tenían pequeños dibujitos como si fuera ir al kínder.
—Gracias.
Casi olvidaba que eso, siempre lo hacia ella y no mamá, por un instante sentí que se me formaba un gran nudo en la garganta. La abracé con fuerza, me despedí de ella y salí de casa. Greg estaba esperándome pacientemente, subí al auto y le entregué la bolsa que le pertenecía.
—Hola, idiota. —Chocamos los puños, quería que todo siguiera normal entre nosotros.
Greg era de esas personas que amaba; sus ojos cafés que me miraban juguetones y me daba confianza para no sentirme así, él era guapo en una forma que provocaba que las chicas le miraran sin disimulo. Su cabello castaño suelto le llegaba a los hombros. Alto y estaba poniéndose en forma aun, pero era delgado, su piel bronceada, esa sonrisa era lo que más me encantaba de él, de la facilidad en que lo hacía y luego de verlo me fijé al frente antes de que se diera cuenta de que lo veía.
—Nina es buena onda, sigue creyendo que vamos al jardín de niños. —Observó mientras giraba la llave del contacto y el auto se ponía en marcha.
No sabía por qué la abuela siempre hacía sentir extraña; vulnerable cada vez que ella llegaba a Aberdeen y procuraba estar al tanto de mí o lo que me pasaba, era como si tratase de protegerme y era lo mismo que hacía papá antes de su muerte. A veces me ponía triste y enojada por ello.
—Lo sé —admití con un suspiro.
— ¿Qué pasa? —Inquirió, mirándome.
—No, no pasa nada. Adoro a la abuela.
—Y ella a ti, también a mí me quiere, creo que más de lo que te quiere a ti ¿Ves?, mi bolsa tiene calcomanía de corazoncitos. —Señaló para hacerme reír alzando la bolsa que le había entregado.
—No, solo se compadece de ti —dije a broma.
—Oye, me las pagarás —me amenazó siguiendo el juego.
— ¿En monedas o billetes grandes? Ya no me queda presupuesto. Me gasté todos mis ahorros en mi incompleta colección de libros de Stephen King.
Se río con fuerza.
—Todavía no las tienes todas, y puedes pagarme con una canción, ya sabes, la clase de música es lo único que compartimos así que...
—Oh, no. No aceptaré ese tipo de pago, sabes que me encanta hacerlo, pero no frente a esas muñecas.
Odiaba a esas tres muñecas, bueno, una de ellas era menos muñeca que esas dos. Las que me decían "¿Por qué te vistes como un chico?", "chica rara", quizá Jane me odiaba porque yo había salido con Dave antes que ella. Y Dave era un maldito pulpo. Y ellas, eran las típicas chicas plásticas de los institutos. Les llamaba muñecas, plásticas, huecas y todo lo que le podías llamar a unas chicas que un día veías con un auto y luego con otro, con un novio y con otro. Sus padres eran los responsables de que se creyeran las reinas sin corona de Aberdeen High School. La abeja reina era Jane Castle, hija de la gran familia empresaria Castle, la consentida. Rubia, piel bronceada y ojazos azules, su cuerpo atlético atraía a todo chico. La segunda, era como el intento de clon; Amy Sanders, la más estúpida de las tres, morena y experta en saber todo lo que a Jane le interesara. Era segunda en mando de las porristas, por supuesto, Jane era la líder. La tercera, Polly Russell, la única con inteligencia razonable, no pasaba mucho tiempo sin ellas, y quizá era la única en el planeta además de sus padres que le veía algo bueno a esas dos.
A Polly la tenía de compañera de trabajo en la clase de Historia con Sebastien Owen a quien nadie ponía atención, era con ella o con el par insoportable. Elegí a Polly, por supuesto. Cuando estuve en su casa no me molestó en lo absoluto, era increíble, pero ella prefería al par de chachalacas que trabajar en silencio.
Amaba el silencio en cuanto a los trabajos ¿Por qué nadie lo entendía?
Terminé aceptando la propuesta de cantar, de todos modos yo también estaba en el taller de música y tarde o temprano tendría que pasar a cantar y preferí estar con Greg que sola ante la multitud, y ya no habría que ensayar ya que siempre lo hacíamos en las tardes libres, a la orilla del río.
Al llegar al colegio, al frente estaba la inscripción: ABERDEEN HIGH SCHOOL. En el patio habían árboles donde varios alumnos estaban esparcidos, los cristales brillaban por la luz del día, con las persianas blancas y unas cuantas abiertas, dimos la vuelta para ir a los estacionamientos de alumnos y profesorados.
No supe por qué empecé a tener una extraña sensación. Nunca parecía importarme lo que sentía pero comenzaba a hacerlo ¿Por qué? Esa escuela ya la conocía, casi a la perfección, sus alrededores, algunos alumnos, la mascota, la biblioteca, la cafetería y algunas instalaciones más, no tenía por qué sentirme de esa manera; nerviosa y con miedo como si fuera la primera vez que ponía un pie en él o algo peor. No podía estarlo.
Al bajar del auto estaba como perdida, me sentía cansada, si se podía llamarle así. Mi corazón palpitaba con violencia «¿Qué me está ocurriendo?», luego comencé a marearme y a ponerme cada vez más débil, me apoyé con la portezuela del auto. Pronto la vista se me tornó borrosa y mis articulaciones fallaban, no podía sostener mi propio peso, Greg se encontraba frente a mí, diciéndome algo que mis oídos no captaban, y entonces fue cuando todo se oscureció, las nubes ocultaron al sol saliente; los árboles que habían en el jardín, y por entre las raíces salieron los sabuesos que me habían buscado, eran tres o cuatro e iban dejando muertos a sus pasos con solo ver a los estudiantes, sus ojos resplandecían del color rojo que bien lo recuerdo, venían dirección hacia nosotros y detrás de Greg.
—Mel, Mel —decía la voz del mismo—. Despierta, llegamos.
Desperté.
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