Algo extraño

Había terminado otra semana más, en la clase de Historia Polly no hablaba como acostumbraba, era callada y se molestaba por cualquier comentario, incluso casi golpeaba a un chico de la clase por darle una sugerencia, y sí, cuando la veía por primera vez sus ojos se mostraban rojos por un instante. Creí estar soñando y llegué a la conclusión que por mis extraños sueños estaba viendo cosas que no eran, no me atrevía a decirle a alguien, ni siquiera a Greg o a Cedric.

La chica nueva; Claire, no había llegado a ninguna de las clases que nos tocaba juntas. No volví a ver al chico de cabello singular que llegué a pensar que se trataba del desconocido. Y todo parecía de lo más normal.

El sábado me la pasé casi todo el día encerrada en mi habitación mientras que Josh jugaba en el jardín con la abuela y Aris. Me dispuse a hacer lo que mejor sabía hacer; dibujar y pintar mientras me fumaba un cigarrillo, no estaba tan inspirada como para pintar el mejor cuadro o cualquier otro tipo de arte por las pesadillas frecuentes de perder a Josh en manos de un monstruo. Nunca lograba salvarlo. Siempre llegaba tarde o simplemente todo salía mal cada vez que me dormía, y más de una vez pensé en llamar al tío Cedric, no lo hice.

Y cuando tuve la imaginación e inspiración suficiente me puse a pintar la cosa extraña que sentía cada noche en mi habitación, coreando la canción Pace Is The Trick de Interpol. La abuela llegó con una bandeja llena coctel de frutas, flan y panecillos.

—Te traje algunos refrigerios.

—Gracias —dije viéndola poner la bandeja en una mesita cerca de donde yo estaba pintando.

— ¿Qué se supone que es esto? —Preguntó observando mi imagen con un cigarrillo en la boca y el cuadro, tenía la acuarela en la mano izquierda y en la derecha el pincel. A ella no le molestaba que fumara, o al menos, evitaba no llevarme la contraria.

El cuadro casi terminado se trataba un fondo de rocas oscuras, con un personaje de silueta oscura de penetrantes ojos azules y manos de fuego que se dirigían al frente.

—Amh, no lo sé, es, quizá un sentimiento de ser observada y protegida al mismo tiempo... —me quedé sin saber qué decir acerca de eso, sobre aquella mirada.

—Es interesante, el contraste, el matiz, el color, las sombras..., aunque no entiendo la mano de fuego —agregó ella que era una buena dibujante y gran parte de lo que yo sabía era gracias a ella.

—Yo tampoco, solo... Se me ocurrió —mentí y no salió me tan creíble porque ella ya suponía una cosa, me miraba de hito en hito, pero se limitó a sonreírme.

—Bueno, te dejaré para que sigas inspirada, pero deja esos cigarrillos —dijo finalmente tocándome el hombro.

—Lo haré —respondí mientras ella iba cerca de la puerta, entonces pensé en contarle lo de mis pesadillas, apagué el cigarrillo en el cenicero —. ¿Abuela? —ella se detuvo.

— ¿Sí? —Preguntó viéndome con una mirada cariñosa y entonces decidí decir:

—Te quiero —no sé porque, pero tuve cierto temor al verla, ella regresó y me abrazó.

—Yo más querida —me sentí extraña, en mi vida había guardado tantas cosas para mí misma que sentía que necesitaba llorar o decirle a alguien de todo lo que sucedía, debía ser la misma Melinda de siempre, la ruda y rebelde. Pero algo estaba cambiando y eso no podía ser posible.

En la sala mamá estaba remendando una sábana de Josh, que había roto en una de sus pesadillas, no hablaba con ella sino era para decirle algo importante, no sabía porque yo había cambiado tanto, antes era ella con la que podía confiar cosas y me hubiera gustado decirle todo para no sentirme así; recordé los tiempos pasados en que horneábamos galletas o me confeccionaba mis vestidos, todo lo que una hija hace con su madre, la veía y ella me sonrió, me preguntó si me pasaba algo, entonces solo me senté a su lado y dejando que ella me abrazara como lo hacía antes. No le dije nada, cuando me disponía a dormir pensé en él y me dije: «cómo quisiera volver a verlo de nuevo y saber que no fue solo un sueño».

La mañana del domingo me dispuse a levantarme tarde, entonces a la primera hora Josh entró diciendo:

— ¡Mila!... ¡Mila!, despierta —me decía estando encima de mi cama y mientras Aris, que durmió conmigo estaba dando sus primeros ladridos de la mañana seguido de muchos en todo el santo día.

Abrí mis ojos y lo vi a él, sus ojos verdes, apenas si había despertado, sus dientes blancos, dos grandes dientes y separados en el medio, a veces yo le decía Timmy Turner, y a él le gustaba, decía que podría pedirles deseos a sus padrinos mágicos o pediría una varita como la de Harry Potter, nuestra madre había confeccionado su pijama, eran de un conjunto blanco con verde manzana, los dibujos eran de ovejitas en un prado.

—Buenos días.

Él se volvió a meter a la cama conmigo jugando con Aris que estaba dando saltos. Cuando se alzó el sol mamá despertó, no quisimos ir a despertarla porque sabíamos que había tenido una guardia muy pesada. Habíamos ido a echarle un vistazo y la encontramos profundamente dormida. Su habitación era amplia, con una enorme cama y un cuadro muy moderno arriba de la cabecera. La ventana estaba cerrada, con las cortinas evitando la entrada de la luz solar y entonces recordé verla así como se encontraba, pero más demacrada, desarreglada; con la muerte de mi padre.

Muy pocas cosas de él permanecían dentro de la habitación, ella se había desecho de algunas, un ejemplo era la mecedora que ahora estaba en la mía. Pero sus libros, su guitarra seguían ahí. Su tocador volvía a estar con productos de belleza y el cofre que ella tanto apreciaba. No se nos permitía tocarla, sabía que no contenía oro o algún otro tesoro, pero también que contenía algo material que mi padre le había dado. Una vez quise empeñarla para comprar comida, el rostro de mi madre fue una completa obra de terror, desde ese entonces sabía que no debía, por ninguna razón tocarla.

Luego de su rehabilitación, mi abuela había hecho que ella volviera a la iglesia, mi papá acudía a la iglesia católica, no quise volver y no es que estuviera en contra de las religiones. Ir sin papá me resultaba extraño. El padre Robert Travel, era un buen hombre y lo conocía desde que tengo memoria, justo en ese momento algo me había vuelto a la mente «quizás el padre Robert me aconseje en cuanto a mis pesadillas» me dije, así que decidí acompañar a mi madre.

Al llegar a la iglesia el atrio todo estaba reluciente, los pocos arbustos le daban vida, la entrada estaba abierta. La iglesia era de estilo neogótico; con una punta larga que parecía alcanzar el cielo y hermosas columnas de tres arcos y las ventanas circulares y vitrales a cada lado, más arriba había figuras eclesiásticas con una ventana circular en medio con escrituras en otro idioma.

Cuando la misa hubo terminado y yo recibido la oblea, el padre Robert me dijo que le había dado gusto verme, luego le pedí un minuto de su tiempo (aunque en realidad fueron más) en las que conté sobre todas mis pesadillas. La conclusión a la que había llegado era un posible trauma psicológico luego de perderme en el bosque, las imágenes en mi cabeza, el miedo constante. Pero en su rostro decía que sabía más de la cuenta. Él era un hombre ya viejo y sabio como todos los viejos; tenía como unos ochenta años de edad y aun así parecía fuerte, con escasa cabellera y lo poco que tenía era blanco. Sus labios eran muy delgados que parecía no tener. De enormes ojos azules detrás de ese anteojo redondo descansando sobre su nariz ganchuda.

Siempre que caminaba entrelazaba sus manos, con su hábito negro, largo hasta el suelo y cada vez que salía usaba un sombrero del mismo color.

—Sueños fueron, aléjalos de tu mente. No pienses que éstas incurrirán en tu realidad. Yo digo que vengas a verme más a menudo y formar parte del coro, necesitas despejarte de las cosas que has vivido —decía sin tomar en cuenta mi rostro en cuanto mencionó la parte del coro.

Fue un milagro que la iglesia no se incendiara en cuanto entré.

—Lo sentí tan real —repuse con un tono gélido mientras caminábamos por el atrio

—Oh, eso es lo que pasa. Todo se siente real, James era fuerte y sé que tú también lo eres Linda, tienes que ser fuerte para lo que viene —alegó, entonces llegaron mamá y la abuela.

Dejamos de hablar. ¿Él también sabía algo?

—No te mortifiques, Melinda. Sólo Dios sabe cuándo nos toca y Josh aun es una cría, descuida. Él estará bien. —Me aconsejó al despedirme de él y yo sin poder preguntar nada.

Eso me hizo pensar que tal vez solo estaba exagerando, pero Josh era lo único que me importaba en esta podrida vida.

Cuando llegamos a casa; la abuela y mamá prepararían la cena. Avisé de mi salida a tomar aire fresco en el río, tomé mi mochila e introduje algunas golosinas que había comprado en el supermercado. Puse mis botas y salí de la puerta de cristal de la cocina que daba una vereda para ir a ese lugar pensado. Mientras caminaba comenzaba a sentir el frescor y la paz de la brisa del viento que hacia ondear mi cabello. Al llegar comencé a sentir frío, las copas de los árboles se mecían de un lado a otro y las agujas de los pinos silbaban.

Al estar ahí fui acercándome a una roca que había a la orilla del río, al lado del gran árbol caído, dejé la mochila en el suelo, me incliné y tomé algunos guijarros para lanzarlos al río, comencé a jugar con el agua, me quité las botas y estuve por un rato sentada encima sobre aquella roca grande enterrada por las arenillas y piedras. Luego tomé algunas golosinas y me dirigí hacia el agua, al sumergir mis pies sintieron escalofríos mientras me dirigía a la roca más adentrada al agua, un poco más grande que la otra. Al caminar dentro del agua dejé de sentir escalofríos y se convirtió en una frescura igualable a un masaje. Cuando llegué en la roca, me senté sobre ella y me puse a observar todo a mí alrededor.

Todo lo olvidado comenzaba a recordarse, era algo deprimente cuando lo hacía, así que después de fumarme otro cigarrillo, comencé a cantar una canción para papá, me gustaba más a mí porque esas letras me hacía sentir algo inexplicable; Wish You Were Here de Pink Floyd y justo cuando terminaba el coro alguien interrumpió.

—Linda canción —era una voz masculina y melodiosa, me volteé para ver quién era y se trataba de un chico—. Lo siento, lo siento, es una bella melodía. No quise interrumpir.

Era alto y delgado, de piel tostada y sonrosada, ojos castaños claros, mirada soñadora y encantadora, de facciones finas, sus labios estaban más carnosos que los míos y le sentaba de maravilla, su cabello era de un castaño oscuro que le ondulaba al frente, lo tenía largo —por encima del hombro— y alborotado, sino me equivocaba no tenía ni rastros de imperfecciones, era igual de perfecto que las personas que había conocido; la chica llamada Claire y el desconocido del bosque, que igualmente vestía todo de negro, llevaba botas igual de igual color y mitón de cuero; podría decirse que era igual que el otro, pero en él no había mucho de especial como lo veía en el desconocido.

—Gracias —dije entrecerrando los ojos, podría tratarse de un psicópata.

— ¿Puedo? —Me preguntó señalando la roca, quería sentarse a mi lado, debía estar atenta.

—Claro —respondí restándole importancia, él se metió al agua y en un minuto ya se encontraba sentado a mi lado, estaba claro que había dejado que un desconocido se me acercara.

—Demon Blackthorn —se presentó con una blanca sonrisa—. Y no soy un psicópata —se adelantó a decir.

« ¿Cómo lo sabe?» me pregunté, nadie sabía que lo que más temía era toparme con algunos psicópatas.

—Melinda Sommer —comenté gélida, sin ganas de hablar tanto como los personas quisieran, no tenía nada interesante qué decir, así que estuvimos en silencio, solo observábamos lo que nuestros ojos veían y ofrecí unas gomitas sin hablar y él tomó algunas sin decir nada, supuse que también tenía algo en qué pensar en ese momento para ir a ese lugar tan bello y silencioso a la vez.

Ya casi era la puesta de sol, lo más hermoso del que podía presenciar.

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