Oscura Profecía Capitulo Dos

Tomé asiento rápidamente, saliendo de mi repentina sorpresa al descubrir que el profesor Slimp no estaba en el aula, sino que había sido reemplazado por un joven sumamente atractivo. Adam se sentó a mi lado, sacando sus cosas de la mochila con el ceño levemente fruncido. Esto llamó mi atención, ya que rara vez lo veía mirar a alguien de esa manera, lo que me hizo pensar que para mi amigo, el nuevo profesor no parecía ser una buena persona.

—¿Qué habrá pasado con el señor Slimp?—le susurré a Adam en un tono apenas audible.

—No sé, pero este señor tiene pinta de todo, menos de ser un profesor—respondió en voz baja, con una mueca de desconfianza.

Mordí mi labio para contener una risa mientras sacaba mis cosas de la mochila y abría mi carpeta para la clase. Los murmullos y suspiros enamorados de mis compañeras llenaban el aula, demostrando su fascinación por el nuevo profesor. Sentí un ligero rubor en mis mejillas sintiendo vergüenza ajena, ante la evidente admiración de las chicas hacia él. Era solo una cara bonita, después de todo, nada más.

El profesor se encontraba de espaldas a nosotros, escribiendo su nombre en el pizarrón antes de girarse para observarnos a todos con una expresión pensativa. Acomodó su camisa, remangándola hasta los codos, revelando unos brazos marcados por las venas y una piel adornada con llamativos tatuajes. Se apoyó en el escritorio con una actitud relajada y segura.

—Bien clase, soy su nuevo profesor, me llamo Orión Dagger.—anunció.

Su voz profunda hizo acelerar mi corazón. Sentí una extraña sensación revoloteó en mi estómago, acompañada de una punzada en el pecho que me hizo tomar aire de manera sutil.

Mis ojos buscaron los del nuevo profesor, y me encontré con su intensa mirada verde clavada en mí con atención. Me sentí arder, mientras el calor subía a mis mejillas. Bruscamente aparté la mirada, sin comprender por qué reaccionaba de esa manera ante una simple presentación. A mi lado, Adam levantó la mano, pero noté cómo me observaba de reojo, atento a cada movimiento que yo hacía.

—Disculpe, profesor Dagger, queríamos saber todos ¿Qué pasó con el señor Slimp? Hasta hace dos días tuvimos clase con él y nos resulta curioso este repentino cambio.

—Antes de hablar, deben pedir permiso.—Repuso el señor Dagger.

Su voz sonaba fría, incluso se escuchaba molesta por haber sido interrumpido.

Levanté la vista para observar a mi amigo, quien ya no mostraba el ceño fruncido pero tenía una mirada gélida, poco común en él. Aparté mi mirada y la dirigí de nuevo al profesor, tratando de ignorar la punzada en mi pecho. El profesor lo miraba fijamente con una pequeña mueca que parecía una sonrisa, mostrando una actitud altanera a pesar de ser un docente.

Luego, se acercó a nuestra mesa, situada al frente de la clase, y se detuvo delante de Adam. En su mirada se reflejaba un claro desprecio hacia mi compañero, lo que me hizo fruncir el ceño, preguntándome qué tipo de profesor era ese. El señor Dagger me miró de reojo y suavizó su expresión, volviendo a su semblante calmado de antes.

—Su profesor sufrió un accidente camino a su casa hace dos días, no podrá enseñar en lo que queda del año hasta que se recupere del todo, por lo que yo estaré al mando de ustedes. Espero puedan aceptarme como su nuevo profesor—comentó el señor Dagger, con una voz firme pero amable.

Los murmullos se extendieron por el aula, todos sorprendidos por la noticia del accidente del señor Slimp. Algunos expresaron alivio por no tener que soportarlo durante el resto del año. Las chicas, en particular, rápidamente comenzaron a darle el visto bueno al profesor, quien les regaló una sonrisa encantadora. Si ya estaban enamoradas, ahora estaban completamente cautivadas. Todas se sonrojaron, aceptando sin ninguna objeción al señor Dagger.

Los chicos, por otro lado, parecían sentirse amenazados por su presencia. El profesor emanaba una imagen de chico malo, misterioso y atractivo, con sus ojos verdes intensos, su piel blanca adornada con tatuajes y su cabello negro. A pesar de su porte elegante, su mirada altanera inspiraba cierta desconfianza en mí. Observé a mis compañeras entregarse a su encanto con una suave risa poco audible. Me parecía absurdo que estuvieran dispuestas a rendirse ante él tan fácilmente.

Personalmente, no me dejaba impresionar por su apariencia. Aunque pudiera ser considerado hermoso, su actitud altanera y arrogante despertaba en mí un fuerte rechazo. Dejé de prestarle atención y me concentré en hacer garabatos en mi cuaderno, ansiosa por comenzar la clase sobre la cultura egipcia, tema mucho más interesante para mí que cualquier intento de seducción por parte del profesor.

—Estuve observando lo que su antiguo profesor les estaba enseñando, pero no me parece adecuado que continúen con eso a estas alturas del año. Así que haremos un cambio. Hoy les hablaré sobre las creencias cristianas.

A mi lado, Adam se removió incómodo, como si el tema le molestara. Sabía que su familia era muy devota a Dios y él también, pero parecía querer salir de la clase con solo escuchar la mención de las creencias cristianas. Aparté la mirada de mi cuaderno y levanté la mano para tomar la palabra en la clase.

—Señor, ¿me permitiría expresar mi opinión?

—Adelante, pero primero preséntese para que pueda dirigirme adecuadamente a usted.—respondió.

—Soy Adarha Fix, profesor. Bueno, no me parece lo más adecuado cambiar el contenido que estamos viendo a estas alturas del año. Deberíamos seguir con el plan de estudios establecido; para eso está la planificación, ¿no?

El profesor me miró con sorpresa ante mi intromisión. Su expresión cambió a una de malicia cuando respondió.

—Interesante, señorita Fix. ¿Cree saber más que yo?

—No, pero si usted trabaja para esta institución, debería seguir el plan de estudio en lugar de improvisar. Si no está dispuesto a seguir las reglas, quizás no debería haber aplicado como profesor.—le contesté con firmeza.

—Qué curioso—comentó con voz maliciosa, sin apartar su mirada de mí.—No sabía que las jovencitas inmaduras podían ser tan inteligentes.

Me sentí avergonzada por su comentario y un calor me invadió las mejillas. Ningún profesor me había tratado así antes. Pero no iba a permitir que me menospreciara de esa manera.

—Mire qué curioso, yo tampoco sabía que los profesores podían ser tan arrogantes e irrespetuosos—respondí, manteniendo la compostura a pesar de la rabia que sentía.

Todos en la clase miraban con la boca abierta nuestro pequeño altercado sin poder creer que le hablara al nuevo profesor de esa manera. Siempre fui una alumna responsable y educada; nunca le había faltado el respeto a nadie, pero había algo en el señor Dagger que me instaba a llevarle la contraria.

Sin apartar la mirada del profesor, empecé a guardar mis pertenencias. Si las cosas serían así, no me iba a quedar; podría dar la materia libre. Él me observaba sin decir nada, se cruzó de brazos esperando a ver qué es lo que hacía. A mi lado, Adam apretaba mi rodilla en señal de que me quedara quieta.

—Ada.—Comentó por lo bajo sin obtener respuesta alguna.

Quería salir de la clase. Si bien deseaba llevarle la contraria al nuevo profesor, había algo en su mirada que me decía que no jugara con fuego porque me iba a quemar. Así que lo mejor era irme antes de seguir con esta absurda discusión. Me levanté de mi asiento para luego caminar acercándome a la puerta.

—Señorita Fix, nadie le dijo que podía retirarse, así que vuelva a sacar sus cosas.—Se acercó hasta donde estaba y tomó mi brazo, deteniendo mi andar—Está castigada, así que venga a verme después del receso.

Me solté de un tirón de su agarre. Sentir su mano agarrando mi brazo me hizo estremecer. El lugar donde él había tocado quemaba; mi piel se erizaba en señal de que había peligro. Algo en el nuevo profesor no me cerraba, así que quería alejarme. Él miraba su mano como si tuviera algo en ella y levantó la vista, mirándome con los ojos abiertos.

—Eres tú—murmuró tan por lo bajo que solo pude entenderlo yo.

—¿Qué? Mire, no le entiendo, así que déjeme retirar de la clase; daré libre la materia.—Puse mi mochila al hombro y, pasando a su lado, salí del aula.

Podía escuchar el griterío que se había formado en el salón por la actitud reciente que había presentado. Caminé rápido, quería salir a tomar aire libre, lo necesitaba.

Estaba por doblar a la izquierda, donde se encontraba la salida, cuando sentí que bruscamente me jalaban para darme vuelta. Frente a mí estaba el señor Dagger, sus ojos se veían desorbitados como si estuviera perdido, su respiración era agitada por haber corrido para alcanzarme, su agarre era fuerte sobre mi brazo, lo que me hacía doler. Lo miré con el ceño fruncido tratando de soltarme de su agarre, sin ningún éxito. Bufé en señal de molestia para luego tomar aire, preparada para gritar. Si quería jugar, iba a hacerlo. Estaba por abrir la boca cuando sentí cómo estampó su mano en mis labios, impidiéndome gritar.

—Ni se le ocurra, Señorita Fix.—Su voz sonaba grave. Se acercó más a mí, invadiendo mi espacio personal; podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Su mirada me quemaba. Pasó la lengua por sus labios. Tragué grueso; eso se vio condenadamente sexy—Si promete no gritar, la suelto.

Lo miré con los ojos abiertos de par en par y moví levemente mi cabeza en señal de asentimiento. Sacó lentamente su mano de mi boca y soltó mi brazo, tomando un paso de distancia de mí. Levantó levemente su brazo para pasar su mano por su cuello, frotándolo. Su mirada se mostraba incómoda. Me alejé varios pasos por las dudas que tuviera que correr. No entendía para nada su actitud. No era la actitud de una persona normal. Miré hacia todos lados, pero seguía sin haber nadie, así que debía valerme por mí misma.

—Dígame qué carajos pasa. Está loco, ¿cómo me va a agarrar así? Sabe que puedo denunciarle, ¿no?

—Lo lamento, señorita Fix. Solamente quería detenerla. Volvamos a clase. Si usted quiere que sigamos la planificación, lo haremos—su voz volvía a sonar suave—Por favor.

—Usted no es normal. Hace rato parecía querer imponer su autoridad y ahora se muestra sumiso. Debe ser una broma de mal gusto—Lo miré fríamente, largando todo mi veneno en cada palabra que decía—Acaba de tratarme con una confianza que no debería darse un profesor, y usted espera que lo siga amablemente como si no hubiera pasado nada. No se pase.

—Adarha—la sola mención de mi nombre salida de sus labios sacudió mi corazón—Volvamos a clase. Lamento si de alguna manera me he pasado. Empezamos con el pie izquierdo; empecemos de nuevo.

El señor Dagger me miraba expectante, hasta se podía decir que ansioso. Sin duda, debía ser bipolar. No podía tener este cambio de humor y de personalidad tan de golpe. Relajé un poco mi postura y me agarré el puente de la nariz, apretándolo.

—No sé por qué siente tanto interés en que vuelva a su clase, cuando tiene un salón repleto de alumnos esperando por usted.

—Me han dicho que eres el mejor promedio de la escuela. No quieres manchar tu nivel académico por un altercado, ¿no?

—Académicamente no lo quiero manchar, pero algo en mí me dice que no debería confiar en usted. Algo en mí me dice que usted es peligroso, que me va a joder. ¿Sabe?

—Suelo generar eso en muchas mujeres, Adarha, pero todas tarde o temprano caen muertas por mí.—Lo miré incrédula—Aclaro que no le estoy coqueteando, pero usted preguntó.

—No pregunté, le comenté nomás. Agradecería que me dijera por mi apellido. No somos amigos ni siquiera conocidos para que me llame por mi nombre.

—Bueno, Fix, no somos amigos, pero podríamos serlo si quisieras.

Solté una risa lo bastante fuerte, incrédula de que este hombre se tomara tantas atribuciones. Sin duda era un caradura. Sin pensarlo, me acerqué a él lo más que pude, tomé el cuello de su camisa, haciendo que se inclinara hasta mi altura, para luego posar mis labios sobre su oreja. Podía sentir su respiración golpeando mi cuello. No sabía qué estaba haciendo, pero quería joderlo, así que con la voz más suave que pude le susurré.

—No, gracias. No sería amiga de un imbécil como vos.—Le dejé un suave beso en su mejilla para luego soltar mi agarre y alejarlo de mí.

Saliendo del instituto, no pude evitar echar una última mirada hacia atrás. La expresión sorprendida y molesta del profesor me hizo sentir un atisbo de satisfacción por lo que acababa de hacer. Aceleré el paso, tomando el camino que me llevaba a casa, sintiendo mi rostro arder y mi corazón latir con fuerza. No sabía de dónde había sacado la osadía para desafiarlo de esa manera, pero simplemente sentí un impulso repentino y lo hice.

Mientras caminaba, observaba el paisaje despejado, el sol bañando mi piel transmitiéndole calor. Pensaba en mi madre, que estaría en casa esperándome. Sabía que querría una explicación, pero no podía contarle lo que acababa de hacer. No podía admitir que me había atrevido a desafiar a un maestro, incluso si era un imbécil y un ególatra. Él era una autoridad, y aunque mi madre me amaba mucho, seguramente me obligaría a disculparme con él.

No entendía qué tenía ese hombre que sacaba partes de mí que ni siquiera conocía. Nunca fui impulsiva, vengativa ni orgullosa, pero con él sentía la necesidad de comportarme como una muchacha rebelde cuando jamás lo había sido.

Saqué mi celular del bolsillo de mi vestido. Eran las diez de la mañana recién. Vi un millón de mensajes de Adam preguntando dónde estaba; seguramente estaba preocupado. Bloqueé el celular sin responderle. No estaba de ánimos para dar explicaciones por mi comportamiento, ni a él ni a nadie, así que decidí ir al parque que estaba al otro lado de mi casa.

Di media vuelta y caminé hasta el lugar, al que llegué después de diez minutos. Me senté en una hamaca y me balanceé, mirando fijamente hacia adelante. El parque estaba desierto a esa hora de la mañana, lo que me permitía pensar con tranquilidad.

—La he jodido sin duda-comenté en voz alta, para luego mirar al cielo—Por pelear con ese imbécil me voy a perder el resto de mis clases.

Seguí balanceándome en la hamaca durante un buen rato, dejando que el suave movimiento me calmara. Sin embargo, eventualmente, el aburrimiento se apoderó de mí. ¿Debería volver a casa y decirle a mi madre que me sentía mal y me retiré? Sabía que ella confiaba mucho en mí y que no pondría en duda lo que decía. Me levanté de la hamaca con cierta pesadez en las piernas, sintiéndolas entumecidas por haber estado tanto tiempo en aquella posición.

Decidí emprender el camino de regreso a casa, caminando lentamente, retrasando lo más que pude el momento de llegar. Al entrar, traté de hacer el menor ruido posible. Me asomé en la cocina, donde solía encontrar a mi madre, pero no estaba allí; probablemente había salido a hacer las compras.

Subí a mi habitación y, al entrar, tiré mi mochila sobre una silla antes de recostarme boca abajo en mi cama. Cerré los ojos con la esperanza de poder conciliar el sueño. Lo necesitaba desesperadamente, sobre todo porque no había logrado dormir nada la noche anterior debido a una pesadilla perturbadora.

Traté de relajar mi respiración, sumergiéndome profundamente en el mundo de los sueños.

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Abrí los ojos de golpe, solo para encontrarme sumida en una profunda oscuridad que me envolvía por completo. Mis manos palpaban el suelo frío, tratando de orientarme en medio de la negrura total. Con la respiración agitada, me levanté, sintiendo el pánico crecer en mi pecho. ¿Dónde estaba? El desconcierto y el miedo se entrelazaban en mi mente, mientras mi corazón latía con fuerza, pareciendo querer salir disparado de mi pecho.

Con pasos vacilantes, me aventuré hacia adelante, extendiendo los brazos para evitar chocar con algo desconocido. Cada rincón de este lugar desconocido era una incógnita, y yo ansiaba desesperadamente encontrar una salida. Finalmente, mis manos encontraron una puerta, y con un escalofrío recorriendo mi cuerpo, la abrí lentamente.

Una oleada de frío me golpeó al salir de la habitación, contrastando con el ambiente oscuro y opresivo en el que me encontraba. Me hallaba en un pasillo, cuya alfombra negra parecía absorber toda la luz, mientras las paredes rojas y el techo negro se cerraban sobre mí como si fueran a engullirme. Candelabros dorados colgaban del techo, iluminando débilmente la estancia y proyectando sombras inquietantes en las paredes. Cuadros enmarcados adornaban cada centímetro de las paredes.

Con cautela, exploré el pasillo, mis ojos observaban cada rincón en busca de alguna señal de vida o de una salida. Dos puertas más se alzaban ante mí.

—¿Dónde me encuentro? No recuerdo nada—musité con voz débil.

Observé los cuadros con cuidado, dejando que mis manos se deslizaran sobre las superficies rugosas mientras mis ojos seguían los trazos de las pinturas. En cada una de ellas, la imagen de un niño sonriente jugando con un perro demoníaco capturaba mi atención, enviando un escalofrío por mi espalda.

Dirigí mi mirada hacia la habitación, notando un espejo en una esquina. Me acerqué con cautela y me asomé, observando mi reflejo con una mezcla de confusión y temor. Mi cabello estaba despeinado, mis ropas limitadas a un simple vestido blanco, y mis pies descalzos. La imagen que me devolvía el espejo parecía extraña y distante, como si perteneciera a alguien más.

Traté de recordar qué había sucedido, pero mi mente era un torbellino de confusión. Solo tenía fragmentos borrosos, el juramento de fidelidad, después todo era confuso. Cada intento por recordar me dejaba con un dolor punzante en la cabeza, como si algo intentara bloquear mis recuerdos.

Me acerqué a las puertas, intentando abrirlas una por una, pero todas estaban firmemente cerradas, como si me impidieran escapar de este lugar siniestro. Estaba atrapada entre este pasillo y aquella habitación fría. Opté por sentarme en el pasillo, buscando un respiro en medio de la incertidumbre que me rodeaba.

Sumida en mis pensamientos, no me di cuenta de que una de las puertas se abrió hasta que unos zapatos negros aparecieron frente a mí, interrumpiendo mis pensamientos y llenándome de temor ante lo desconocido que estaba por venir.

—Despertaste—dijo una voz gruesa; su tono era de cautela—Deberías estar en tu habitación.

Alcé la vista, sorprendida al ver a un joven de una belleza impactante frente a mí. Sus ojos verdes parecían destellar con una intensidad magnética, su piel pálida adornada con tatuajes que serpenteaban por su cuerpo, y su cabello negro como el ébano caía en mechones sobre su rostro. Era la personificación de la perfección, y mi corazón dio un brinco en mi pecho al contemplarlo.

Me levanté del suelo, sintiéndome pequeña e insignificante frente a su imponente presencia. Dos cabezas más alto que yo, su figura esculpida con perfección y su aura de misterio lo hacían aún más atractivo. Tragué con dificultad, tratando de ahogar las ideas absurdas que comenzaban a brotar en mi mente. ¿Cómo podía estar pensando en la atracción en una situación como esta? Era una prisionera, una víctima de un secuestro, y él, mi captor.

Sacudí la cabeza con determinación, obligándome a apartar esos pensamientos de mi mente. No podía permitirme sentir nada más que miedo y desconfianza hacia él. Aunque su apariencia pudiera ser seductora, era importante recordar que estaba en peligro y que no podía dejarme llevar por emociones prohibidas.

—¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? Dime algo, por favor.

—Soy Orión.


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Mis amores, aquí otro capítulo ¡espero les guste!

Cualquier comentario ya sea negativo o positivo será muy bien tomado estamos aquí para mejorar.

Desde ya muchas gracias por darle la oportunidad a mi historia ♥️✨

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