Oscura Profecía Capitulo Dieciséis

Caía en esa oscuridad densa, profunda, una negrura que no solo me rodeaba, sino que parecía deslizarse sobre mi piel como serpientes frías y sigilosas. No podía verlas, pero las sentía, enroscándose a mi alrededor, envolviéndome con un peso sofocante. Tal vez estaba enloqueciendo, pero no se sentía así. No era solo una sensación; era algo real, algo vivo. Podía jurar que aquella oscuridad no solo me tragaba, sino que abrazaba mi alma, absorbiéndome en su vacío infinito.

Mi cuerpo se sentía cada vez más pesado. La caída parecía eterna, como si el fondo de aquel abismo nunca llegara. Mi corazón golpeaba con fuerza contra mi pecho, frenético, como si intentara escapar de mi interior. La respiración se me entrecortaba, cada inhalación era una lucha contra el aire espeso que me oprimía los pulmones. El miedo se aferraba a mis entrañas, hundiendo sus garras en mi ser, pero no podía ceder. No debía demostrarlo. Si quería respuestas, si quería entender dónde estaba y por qué, tenía que tragarme este pavor y enfrentar lo que fuera que me esperaba al final de esta caída.

El frío se intensificaba con cada segundo, mordiendo mi piel con una crudeza inhumana. Era un frío que no solo se sentía en la superficie, sino que parecía filtrarse hasta mis huesos, hasta lo más profundo de mi ser. No era solo una temperatura baja, era algo más, algo antinatural, como si el vacío mismo estuviera drenando mi calor, robándome un pedazo de mi esencia con cada instante que pasaba.

La mano que me sostenía seguía firme, su tacto era áspero y helado, una presencia que no me soltaba ni por un segundo. Quería preguntar, quería exigir respuestas, pero algo en el aire me decía que no era el momento.

Solo podía seguir cayendo. Seguir descendiendo en aquel abismo sin fin, esperando descubrir qué quería de mí aquella presencia que me llevaba consigo.

Cerré los ojos, resignada, esperando que esta caída llegara a su fin o que, en el peor de los casos, me llevara a la muerte. Ya no luchaba, ya no intentaba comprender. Solo dejaba que el vacío me consumiera.

Y entonces, mi cuerpo se detuvo de golpe.

El impacto fue brutal, una ola de dolor estalló en cada fibra de mi ser, arrancándome un grito desgarrador. Un ardor insoportable surcó mis venas, y sentí cómo las lágrimas brotaban de mis ojos, calientes, desesperadas por salir. Algo dentro de mí se quebró, o quizá todo lo hizo. Podía sentirlo: el latido errático de mi corazón, la sangre acumulándose en mi interior, inundando mis órganos como un río desbordado. La muerte me envolvía con su manto oscuro, y por primera vez en mucho tiempo, sentí alivio.

Esta era mi liberación.

Esa criatura de sombras había terminado conmigo, y no pude hacer nada para evitarlo. Cada hueso en mi cuerpo dolía, cada terminación nerviosa ardía con una agonía indescriptible. Mi respiración se volvió lenta, pesada, mientras mi corazón se preparaba para dar su último latido.

Sonreí.

Sonreí a la negrura que me rodeaba, a la fría certeza de que, al fin, todo acabaría. Ya no habría tormento, no más incertidumbre, no más miedo. La paz se acercaba, envolviéndome con su suave promesa de descanso eterno.

Pero entonces, una voz irrumpió en mi mente.

—¿Esperabas esto con ansias, pequeña reina? ¿Tu fin?

El sonido invadio en mi cabeza, un eco imposible de ignorar. Era profunda, burlona, llena de un poder que me hacía estremecer. Traté de ubicar su origen, pero la oscuridad seguía siendo impenetrable.

—Lamento decirte que no estás muriendo—continuó la voz, con un tono casi divertido—. Abre los ojos, mira con claridad y notarás lo que está a tu alrededor.

No... ¿No estaba muriendo?

La confusión me sacudió, obligándome a aferrarme a la tenue chispa de conciencia que aún me quedaba. Con esfuerzo, con temor, abrí los ojos. Y lo que vi...

No era el fin. Era algo mucho peor.

Mis párpados se alzaron con dificultad, como si pesaran toneladas. Un leve mareo me envolvía, y por un instante, dudé si realmente había abierto los ojos o si aún seguía atrapada en la negrura de mi mente. Pero entonces, la escena a mi alrededor se reveló ante mí.

Estaba de pie. Entera.

Solté un suspiro entrecortado, sintiendo cómo la tensión se aflojaba un poco en mi pecho. Sin embargo, el alivio duró poco.

Frente a mí, las almas en pena surcaban el aire, deslizándose como espectros atrapados en un tormento eterno. Sus figuras eran translúcidas, deformadas por el sufrimiento, y sus lamentos desgarradores se clavaban en mi alma como cuchillas invisibles. El ambiente era denso, pesado, impregnado de un tono negro rojizo que le daba al lugar una apariencia aún más siniestra. A cada rincón que miraba, llamas ardían con un poder hipnótico, sus destellos danzando como si intentaran alcanzarme, llamándome con una atracción irresistible y aterradora.

Pero lo más desconcertante era la forma en que aquellas almas me observaban. Sus ojos, o lo que quedaba de ellos, me seguían con una mezcla de temor y respeto. No entendía por qué. No entendía nada.

¿Dónde estaba?

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando sentí nuevamente aquella mano fría aferrándose a la mía. La criatura, esa misma presencia que me había arrastrado a este lugar, me sostenía con una firmeza inquebrantable. No me dio tiempo de reaccionar antes de comenzar a guiarme con pasos apresurados hacia una estructura que se alzaba imponente en la distancia.

Un castillo.

Si es que podía llamarse así. Su aspecto era tétrico, casi como si el tiempo lo hubiera olvidado. Las paredes de piedra estaban cubiertas de grietas y musgo oscuro, y sus altas torres parecían inclinarse bajo el peso de los siglos. No había luces en sus ventanas, solo sombras profundas que parecían observarnos a medida que nos acercábamos. Era un lugar abandonado, o al menos, daba la impresión de serlo. Pero algo en mi interior me decía que no estaba vacío.

La incertidumbre me carcomía por dentro, así que reuní el poco coraje que tenía y me obligué a hablar.

—¿Dónde estamos?—Mi voz sonó más fuerte de lo que esperaba, cargada de nerviosismo y temor—. ¿Por qué me trajiste aquí?

La criatura no respondió de inmediato. En su lugar, dejó escapar una risa baja, gutural, como si se divirtiera con mi desconcierto. Y sin darme oportunidad de resistirme, me arrastró con más fuerza hacia las puertas del castillo.

Algo me decía que, una vez dentro, ya no habría marcha atrás.

Las puertas del enorme castillo se abrieron de par en par, liberando un aire gélido que me recorrió la piel. El brillo de la decoración me cegó momentáneamente, una mezcla de lujo y opulencia desbordante. Los colores predominantes, negro y rojo, se entrelazaban de una manera inquietante, casi como si el propio ambiente respirara oscuridad.

Sin decir palabra alguna, me guió hacia el centro de la sala. Mis pasos resonaban sobre el suelo de piedra, y mientras avanzábamos, la atmósfera se volvía más pesada. Llegamos a un pasillo largo, su techo alto y sus paredes adornadas con tapices que contaban historias olvidadas. Al final del camino, descansaba un altar, antiguo y majestuoso, sobre el cual reposaba una esfera de cristal negro, de un tamaño imponente. Reflejaba la luz de manera extraña, creando sombras inquietantes sobre el suelo.

A su lado, otro altar, más pequeño, sostenía un libro de aspecto antiguo, con cubiertas blancas y doradas que resplandecían débilmente. La combinación de los dos objetos, la esfera oscura y el libro resplandeciente, emanaban una energía poderosa, casi palpable, que me hizo sentir como si estuviera al borde de un descubrimiento que podría cambiarlo todo.

La criatura permaneció en silencio, observándome con su mirada oculta, esperando algo que no entendía completamente. Mi cuerpo se movió casi por instinto, acercándome al altar. Podía sentir cómo cada paso me arrastraba hacia lo desconocido, como si el mismo castillo me estuviera reclamando.

¿Qué secretos guardaba ahí? Las preguntas llenaban mi mente, pero la única respuesta era el sonido del eco de mis pasos en el pasillo vacío, acompañado por la extraña presencia que me guiaba, siempre en sombras, siempre distante, como un espectro que conoce el futuro sin decir una sola palabra.

—¿Qué es esto?—logré decir, mi voz quebrada por la confusión. El nudo en mi garganta se hacía más grande con cada segundo. No entendía nada. ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué se esperaba de mí?

Me giré de golpe, buscando respuestas en esa criatura que me había llevado hasta este lugar. Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando la vi, justo detrás de mí, como si hubiera aparecido de la nada. No sentí su presencia acercándose. Mi corazón latía acelerado, y el aire se volvía cada vez más denso. Respiré profundamente, intentando calmarme, pero la inquietud persistía.

—Estás aquí para conocer un poco más de tu historia—respondió, su tono sereno, pero extraño, como si hablara desde un lugar lejano, una voz que parecía conocer más de lo que decía—. Tranquila, no soy tu enemiga.

Sus palabras, aunque calmadas, no me tranquilizaron en absoluto. Algo en su presencia me parecía ajeno, distante.

Vi cómo sus manos, huesudas y de dedos largos, se deslizaron hacia la capa que llevaba puesta. Con un movimiento lento pero seguro, la apartó de sus hombros, dejándola caer hacia atrás. Y entonces, finalmente, pude verla.

El aire a mi alrededor se volvió frío y pesado, y mi respiración se detuvo al instante. Frente a mí no estaba la criatura que había imaginado, sino una mujer. Una mujer de una belleza indescriptible, pero a la vez aterradora. Su rostro era delicado, casi etéreo, con unos labios carnosos de un rojo fuego intenso. La belleza de su rostro, no se combinaba con la frialdad de su mirada. Esos ojos rojos, como los de un gato, me observaban con una intensidad tal que sentí como si pudieran atravesarme, leerme hasta lo más profundo de mi ser.

Su piel era pálida, tan pálida que parecía muerta, como si la vida misma hubiera abandonado su cuerpo, y aún así, allí estaba, firme, viva. Quizás, pensó mi mente, lo estaba o tal vez no.

Su cabello, largo y de un rojo tan intenso que superaba incluso al fuego, caía en ondas perfectas sobre sus hombros, más brillante que cualquier fuego que hubiera visto. El contraste con su piel mortecina era surreal. A medida que su capa caía, su figura quedó completamente visible. El manto negro, que antes parecía tan imponente, desapareció, revelando un vestido verde oscuro que se ceñía perfectamente a su esbelta figura. El contraste de colores, la frialdad de su porte, la belleza mortal de su presencia… Todo ello me hacía sentir como una marioneta, pequeña e insignificante en su presencia.

Era hermosa, sí, pero en esa belleza había algo calculador, algo que se escondía en sus ojos. Era una belleza que no podía confiarse, que no podía ser un consuelo. Me miraba como si estuviera observando algo que ya había planeado desde hacía mucho tiempo. Calculaba cada reacción, cada respiro, como si todo estuviera bajo su control.

Mi cuerpo temblaba, pero mis ojos no podían apartarse de ella. No entendía qué hacía aquí, ni por qué ella parecía saber tanto sobre mí. Pero una cosa era segura: su presencia era un enigma.

El sonido sepulcral que se deslizaba entre las sombras me envolvía por completo, era como si la misma muerte estuviera respirando en mi oído. La ansiedad me corroía desde dentro; sentía que mi pecho se oprimía, como si el aire ya no fuera suficiente. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ahora, sin más rodeos.

Entonces, su voz resonó en la oscuridad, grave, llena de una certeza que me heló los huesos. 

—Primero que nada, déjame presentarme, pequeña reina. Soy Lakhesis, una de las Moiras, tejedora del destino, la causante de tu primer muerte.

Esas palabras me dejaron sin aliento. Mi mano fue instintiva, rápida, se deslizó hacia la daga que llevaba en la cintura, el frío metal entre mis dedos me dio un mínimo consuelo. No iba a permitir que me engañara, no lo haría. Con la daga aún firmemente en mi mano, la apunté hacia ella. 

—Suelta eso—dijo, con voz calma—. No te haré nada. Aparte, no puedo morir. Necesitas más que eso para matar a una Moira.

La figura en la oscuridad no se inmutó, sus ojos brillaban con una calma sobrehumana, como si ni siquiera el filo de mi daga pudiera perturbarla. 

—Las Moiras no morimos—replicó, su tono era el de alguien acostumbrado a hablar con total autoridad—. Somos las responsables del destino de todos. Somos tres hermanas, y yo soy la segunda hija, la que decide cuánto puede llegar a vivir alguien. Fui yo quien decidió tu muerte. Mi primera hermana fue la que tejió tu destino, y ese destino estuvo sellado desde el principio, en las estrellas.

Sus palabras me dejaron completamente paralizada.

—Tu destino, pequeña, siempre fue el de ser un arma. La que traerá caos y terror al mundo demoníaco. Por eso me asignaron tu vida… y tu muerte. Eres una diosa perdida, y muchos te buscan.

Mis dedos temblaron alrededor de la daga. Un sudor frío recorrió mi frente, y aunque intentaba mantener la compostura, no pude evitar que una duda profunda me invadiera. 

—Eso no puede ser cierto…—murmuré para mí misma, más como un intento de negación que una pregunta real. Mi mente comenzaba a tambalear, mi visión se nublaba. Di un paso atrás, tratando de procesar lo que me estaba diciendo.

Brujas, reinas, destinos, muertes… diosas. ¿Era posible que todo esto fuera real? ¿Era posible que mi vida estuviera tan entrelazada con algo mucho más grande que yo misma? Me costaba respirar, el peso de sus palabras caía sobre mí como una pesada losa. La daga que sostenía en mis manos ya no era suficiente para protegerme de la tormenta que comenzaba a desatarse.

Estaba a punto de perderme, de caer en un abismo profundo de incertidumbre. Este caos, esta sensación de descontrol, ¿era todo producto de mi mente o había algo más allá, algo real, que me estaba arrastrando hacia él? ¿Y si todo esto fuera cierto? ¿Y si mi vida había estado predestinada desde siempre? No sabía qué pensar, ni qué hacer. Pero algo en mi interior me decía que mi viaje acababa de empezar, y que mis preguntas, aunque aterradoras, aún no tenían respuesta.

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Queridos lectores

Hoy les traigo un nuevo capítulo y no puedo evitar emocionarme al compartirlo con ustedes. La historia sigue avanzando, el drama se intensifica, y algunas respuestas comienzan a revelarse. Espero de todo corazón que disfruten cada palabra y se sumerjan en este mundo tanto como yo lo hice al escribirlo. 

Quiero aprovechar este momento para agradecerles por estar aquí, por su tiempo, por su apoyo y por cada comentario que dejan. Sus opiniones, críticas y sugerencias son sumamente valiosas para mí y me ayudan a crecer como escritora. Saber que hay personas al otro lado de la pantalla que se emocionan, sufren y se alegran con esta historia es un regalo inmenso. 

Gracias por cada lectura, cada mensaje, cada palabra de aliento. Su compañía en este viaje literario significa más de lo que puedo expresar. Espero seguir compartiendo muchas más aventuras con ustedes. 

Con todo mi cariño, 
Cam 

Abrazos y besos. ❤️ 

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