Oscura Profecía Capítulo Cinco

Me quedé inmóvil, un escalofrío recorrió mi espalda al ver la mirada que Adam me lanzaba. Era una mirada que nunca antes me había dirigido; siempre había sido de amor y ternura. Esta era oscura, gélida, cargada de enfado. Su ceño fruncido, su nariz agitada por las respiraciones frenéticas, y una mueca de enfado en sus labios apretados.

Todo esto era nuevo para mí. Ni siquiera a su peor enemigo lo había mirado así. Me sentí en blanco, sin saber qué decir o cómo proceder. Abrí la boca para responder, pero no salió ningún sonido. Estaba muda, sorprendida y asustada. Este no era el Adam que yo conocía; delante de mí se encontraba alguien completamente diferente, alguien que no quería conocer.

—Te lo voy a repetir, porque parece que no escuchaste—gruñó mientras se acercaba, reduciendo la distancia entre nosotros—¿Con quién estuviste, Adarha?

Mis ojos ardían por las lágrimas que estaba conteniendo. Sabía que estábamos peleados, pero no merecía que me tratara así. Tomé aire, preparada para hablar y poner fin a esta tontería.

—Adam, mejor hablemos cuando estés calmado—musité con voz débil, luchando contra el llanto que tenía atrapado en la garganta.

—No, hablaremos ahora, te guste o no.

Sus palabras resonaron en mi mente, cargadas de un tono autoritario que nunca antes le había escuchado. Sentí un nudo en el estómago.

Sin darme tiempo a responder, Adam tomó mi mano con fuerza, apretándola tanto que me hizo doler. Me quejé mientras él me arrastraba lejos de la puerta de mi casa, donde nadie podía escucharnos o vernos. Mi corazón martillaba contra mi pecho, mis sentidos estaban en alerta. La extraña personalidad de Adam me generaba temor. No podía ponerse así simplemente porque llevaba puesta la chaqueta de otro hombre; era una locura total. Intenté liberar mi brazo de su agarre, pero él me sostenía con firmeza, sin ceder ante mis intentos.

Suspiré resignada, siguiéndolo sin oponer resistencia. Lo conocía, sabía que nunca me haría daño. Sacudí mi cabeza, tratando de despejar las ideas absurdas que se habían instalado en ella. Respiré profundamente, intentando calmar mi acelerado corazón. No sería la primera vez que hablaríamos a solas. No tenía motivo para temer.

—Adam, paremos aquí, no hay nadie, podemos hablar tranquilos—comenté, pero no obtuve respuesta alguna— Adam.

Él detuvo su andar de golpe, haciéndome chocar con su ancha espalda. Llevé mi mano a mi frente, frotando el lugar donde me había golpeado. Emitió un leve gruñido, finalmente liberando mi mano. Moví mis dedos para aliviar el dolor. Se dio la vuelta para mirarme, y nuestras miradas se encontraron. Lo observé con una mueca de confusión en mi rostro. Tenía muchas preguntas y ninguna respuesta. Respiró profundamente, pasándose la mano por el cabello con frustración. En este punto, ya no podía entender nada. Su extraña actitud me dejaba perpleja.

La calle estaba desierta, todos estaban resguardados del frío que helaba hasta el alma. El viento soplaba con fuerza, despeinando mi cabello. Miré a Adam, esperando una explicación que no llegaba.

—Adam, ¿puedes explicarme qué pasa?—pregunté, alterada por la situación.

Me miró frunciendo el ceño y luego hizo una mueca. Abrió la boca para luego cerrarla sin decir nada. Sacudió la cabeza, evidentemente sin saber qué decir.

—Adam, sea lo que sea que quieras decir, no me voy a enojar, lo prometo.

Lo miré con confianza mientras tomaba su mano entre las mías. Necesitaba calmar lo que lo carcomía. Quería mostrarle que podía confiar en mí, que seguía siendo su mejor amiga. Suspiró sonoramente mientras entrelazaba su mano con la mía. Su piel se sentía caliente en comparación con la mía, que estaba fría como el hielo.

—Lo lamento, Ada, recién me comporté como un imbécil.

—Francamente sí, pero yo me comporté como imbécil ayer, así que estás perdonado—respondí sin apartar la vista de nuestras manos unidas.

—Ahora, ¿me vas a decir con quién estuviste?

Preguntó con voz calmada mientras su pulgar daba caricias en el dorso de mi mano. Cerré los ojos, meditando si debía decirle la verdad o mentirle.

—Me encontré con un conocido de mi mamá. Como vio que no traía abrigo, me dio el suyo.

Sabía que estaba mintiendo descaradamente, pero lo conocía. Tenía la certeza de que si le decía la verdad, esto terminaría en una gran pelea, sobre todo si se enteraba con quién estuve. Dagger era un profesor nuevo. Adam no lo conocía, pero solo le bastó con verlo una vez para que lo detestara. Podía comprenderlo sinceramente. El nuevo profesor era un imbécil.

Sonreí levemente, recordando todo lo que había pasado hoy. Sí, era imbécil y ególatra, pero también era divertido y sexy. Me mordí el interior de la mejilla, evitando reírme. Adam me observaba atento. Sacudí mi cabeza, desterrando esos pensamientos absurdos de mi mente.

—Está bien, te creeré.

Su tono demostraba desconfianza. Sabía que no le estaba diciendo la verdad. Me sentía culpable, pero era lo mejor que podía hacer.

—Disculpa por lo de ayer. Estaba enojada y no sabía lo que estaba diciendo—comenté, mirándolo apenada.

—Ya está. Quedó en el pasado. ¿Volvemos a casa?

Asentí y emprendimos camino hacia nuestros respectivos hogares, nuestras manos aún entrelazadas. Me sentía incómoda; parecíamos una pareja, pero no quería lastimar aún más sus sentimientos. Si soltaba su mano, él estaría dolido. Tardamos unos segundos en llegar a nuestras casas. Nos despedimos con un abrazo y cada uno se metió a su hogar.

Al entrar, el ambiente cálido me invadió, reconfortando mi helado cuerpo. Había estado fuera durante mucho tiempo y esta noche estaba particularmente fría. Mi madre asomó la cabeza por el umbral de la cocina, dándome una tierna sonrisa.

—Llegaste, tu padre estaba preocupado. Ya es demasiado tarde.

—¿Qué hora es? ¿Dónde está mi padre?

—Son las once, amor, falta una hora para la medianoche. Me costó mucho convencer a tu padre de que no llamara a la policía—mi madre se mordía el labio conteniendo la risa—Tu padre se fue a dormir. Hoy trabajó mucho en la casa y estaba agotado. Tranquila, cuando suba, le digo que llegaste.

Solté una pequeña risa imaginando la escena que mi padre seguramente había montado. Saludé a mi mamá con un beso en la mejilla y luego subí las escaleras. No me sentía con hambre; tenía el estómago revuelto. Entré a mi habitación y encendí la luz. El cuarto estaba frío, ya que la ventana estaba abierta. Mi madre debió abrirla para ventilar.

Me acerqué para cerrarla y luego prendí la calefacción. Me puse mi pijama, por fin pudiendo estar cómoda. Hoy había sido un día realmente largo, así que estaba cansada. Me dejé caer en la cama rendida, sin dejar de pensar en la extraña actitud que mostró Adam. Mis ojos pesaban, bostecé y me acomodé en la cama, dejándome ir al mundo de los sueños sin molestarme en taparme.

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Observaba mi imagen en el espejo, incapaz de reconocer a la muchacha que me devolvía la mirada. Me veía fatal: mi cabello enmarañado caía por mi espalda, seco y opaco. Mis ojos carecían de brillo, mi piel estaba aún más pálida de lo habitual. Me sentía como un alma en pena, atrapada en un cuerpo que ya no reconocía. Suspiré, apartando la vista de mi reflejo. Angustiaba ver que no quedaba nada de aquella joven risueña y encantadora que solía ser.

Caminé de vuelta hacia mi cama, dejándome caer en el borde. Estaba aburrida, asfixiada por estar encerrada en este cuarto. ¿Cuánto tiempo más tendría que soportar esta prisión? Hacía mucho que no veía la luz del sol ni sentía la suave brisa en mi piel. Me sentía como una prisionera en este castillo maldito. Maldije la hora en que decidí venir aquí, sin saber que estaba firmando mi propia sentencia.

—Despertaste—musitó una voz grave a mis espaldas.

Me giré bruscamente para mirarlo. No sabía cómo alguien tan grande como él podía moverse con tanta sutileza. No lo había escuchado entrar. Sus ojos me examinaban fijamente, sentí mi rostro arder aunque no debería. Sin embargo, algo en él hacía que mi corazón comenzara a latir desbocado.

—Orión—saludé cortante, antes de volver a girarme para mirar la pared.

El sonido de sus pasos me estremeció. Sabía que se acercaba, sabía que tomaría mi brazo con fuerza y me obligaría a mirarlo. No había delicadeza en sus acciones. Yo era solo una simple prisionera y él, mi carcelero.

—¿Quieres salir al jardín?

Su pregunta me tomó por sorpresa. Llevaba tanto tiempo aquí y nunca antes me había ofrecido salir. Solo me ofrecía comida, agua y, a veces, su compañía. Entonces, ¿por qué ahora me ofrecía algo más aparte de su miserable acompañamiento? Me puse de pie con un millón de preguntas atormentando mi mente. Pero sobre todo, sentía miedo. No podía confiar en él. Nada bueno saldría de esto. Me coloqué frente a él, mirándolo a los ojos y tratando de ocultar mi nerviosismo y el ataque de ansiedad que estaba experimentando.

—¿Para qué?—pregunté, con escepticismo.

—Para tomar aire libre. Si no, ¿para qué sería?—repuso con su tono irónico habitual.

—Sabes que no pienso seguirte, ¿no? No confío en ti.

—Sabia decisión, bruja. Yo tampoco me fío de ti. Pero tienes pinta de que necesitas tomar aire.

—Me llamo Alessia, no bruja.

—Como sea, es lo mismo—comentó, restándole importancia.

Abrí la boca incrédula. Este hombre me caía mal, era un patán. Le encantaba molestarme, y no lo soportaba. Pero, al mismo tiempo, me sentía agradecida. Era lo único que me permitía no caer en la locura.

—No iré—sentencié.

—Bien, entonces te tendré que cargar.

Me levantó sin ningún esfuerzo para echarme sobre su hombro. Mi corazón iba a mil por hora. No estaba acostumbrada a esta cercanía. Su piel rozando la mía hacía que mis vellos se pusieran de punta. Grité con frustración, golpeando su espalda en un intento de que me bajara.

—¡Idiota, bájame! Te dije que no quería ir.

—Y yo te dije que no me interesa lo que quieras. Harás lo que diga.

Me rendí a mitad de camino. Sabía que sería en vano luchar. Era más grande que yo, más poderoso. Un hechicero por excelencia. No ganaría nada, simplemente adelantaría mi muerte.

Mientras Orión me llevaba sobre su hombro, pude apreciar el pasillo largo y sombrío por el que avanzábamos. Los ventanales se alzaban a ambos lados, permitiendo que la pálida luz de la luna se filtrara, pintando el suelo con un reflejo plateado. En el exterior, las criaturas infernales volaban en círculos, surcando el cielo nocturno en un baile macabro y misterioso. La noche estaba hermosa, pero su belleza se veía eclipsada por el aura de misterio y peligro que envolvía este lugar.

No tenía ni idea de dónde estábamos. Habíamos doblado tantas veces en los pasillos laberínticos que había perdido completamente el sentido de la orientación. Cada giro parecía llevarnos más profundamente en las entrañas de este oscuro castillo.

—¿Se puede saber qué haces? —comentó una mujer con una voz aguda y vacía, sin una pizca de afecto hacia Orión.

Sentí el cuerpo de Orión tensarse bajo el mío, su respiración se aceleró, al igual que los latidos de su corazón. Su temor se transmitía a través de él, haciéndome sentir su miedo como si fuera el mío.

Orión frenó su andar y me bajó sin delicadeza, para luego ponerse delante de mí de manera protectora.

—Madre, ahora mismo me dirijo al jardín—dijo con voz cortante.

La tensión en el ambiente era palpable, como cuchillas cortando el aire. La mirada de Orión reflejaba desprecio mientras se enfrentaba a su madre. Estiré mi cuello para ver qué estaba pasando.

Me encontré con unos ojos rojos, fríos y calculadores, que me hicieron estremecer. Su mirada irradiaba odio, desagrado y furia. Su cabello rizado caía en cascada sobre sus hombros, y su piel era tan blanca como la nieve. Vestía un elegante vestido azul que realzaba su esbelta figura. Aquella mujer era hermosamente letal, extremadamente peligrosa.

—Entiendo, así que ¿decidiste dar una vuelta con el sacrificio?—comentó de manera maliciosa.

—¡Madre!—exclamó Orión con enojo.

¿Sacrificio? La palabra resonó en mi mente como un trueno. ¿A quién se refería? Éramos solo tres en ese largo pasillo. Mi corazón se detuvo por un segundo al comprender lo que esa señora insinuaba. Mis ojos se abrieron de par en par, mi cuerpo temblaba y mis latidos empezaron a martillar desbocados contra mi pecho. Me faltaba el aire.

Orión miraba a su madre con una mezcla de rabia y desesperación. Él lo sabía, conocía cuál era mi destino y me lo había ocultado. No éramos amigos, pero podría haberme dicho lo que el futuro me deparaba. Lo miré sintiéndome herida y traicionada. Aunque en realidad, ¿me debía algo? Con la voz entrecortada y la mirada nublada por las lágrimas, le pregunté.

—¿Yo soy el sacrificio?

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¡Qué emocionante tener un nuevo capítulo!

Me sentía inspirada, así que decidí subir uno más esta semana.

¿Qué les pareció?

¿Será que Alessia será sacrificada?

La actitud de Adam es súper tóxica. ¿Creen que sea amor o obsesión?

Espero que les guste.
Cualquier opinión es aceptada.

¡Un abrazo enorme y muchas gracias por elegir mi historia! Se los agradezco de corazón.

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