31/08/2018

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Osᴄᴜʀᴀ ᴍᴀʀɪᴏɴᴇᴛᴀ

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Los crallones de colores ruedan por la mesa de madera hasta chocar con el suelo. El amanecer del sol se cierne en el orizonte reflejándose sobre el mar para arrastrar sus rayos a través de la ventana hasta tu cara. Un libro de tapa blanda y color hierba reposa a unos centímetros de ti, lo que te recuerda que estabas leyendo antes de caer como un peso muerto del sillón.

Puedes escuchar gritos y quieres incorporarte para ver que sucede. Pero algo falla. Tu cuerpo se vuelve más pesado y aunque logras herguirte te cuesta dar un paso. Arrastras los pies hasta la ventana y te asomas. Ahí abajo todo es un caos, la gente se come una a la otra, no puedes entender nada.

De pronto vuelves a darte cuenta de que algo anda mal. Tu cuerpo reacciona terriblemente ante el sonido y quiere alcanzarlo. No puede ser algo bueno.

Un nuevo estruendo llama tu atención, este ha sucedido cerca de la sala donde te encuestras, muy cerca. Te dejas llevar por la curiosidad y ese extraño ansia que te asola hasta el pasillo.

Allí al fondo la ves, una pequeña niña de no más de seis años abrazada a su oso de peluche. Tu hija. Ese renacuajo que siempre logra sacarte una sonrisa incluso en el peor de los momentos. Ese pedacito de cielo por el que has seguido luchando en la vida sin rendirte ante las adversidades.

Pero ella no parece reconocerte de la misma manera. Su mirada expresa terror en su más pura esencia. Se abraza a su peluche con tanta fuerza que si hubiera sido de porcelana u otro material ya hubiese estallado.

Alzas una mano y te acercas con cautela queriendo transmitirle calma, pero parece que solo causas el efecto contrario. Ella se encoge más de ser posible y echa a correr a una de las habitaciones que más cerca le pilla. Cierra la puerta con pestillo.

Te acercas lo más rápido que puedes, pero a tu paso eso no es ni de lejos una pequeña carrera. Quieres forcejear el pomo, pero tus manos apenas responden a tus mandatos sintiedose tan pesadas como los pies. Aporreas la puerta y gritas su nombre con desesperación, o eso pretendes, pero de tus labios solo salen gruñidos.

La casa entera se llena del terrible sonido de los gruñidos que tu boca profieren y el llanto de la niña al otro lado de la puerta.

La adrenalina se dispara por tu cuerpo al escucharla y azotas la puerta con fuerza suficiente para derribarla.

La niña tiembla y solloza acurrucada en una esquina mientras se cubre y abraza con sus propias manos. Te acercas de nuevo para ayudarla... O una vez más eso es lo que pretendes.

Todo se vuelve confuso, de un momento para otro tus dientes se encuentran clavados sobre la blanda carne de su brazo y los agónicos gritos de la pequeña llenan la estancia. Sin embargo no puedes parar, el ansia te puede, tu cuerpo no te responde ya para nada. Este ya no eres tú.

Alzas la vista un instante y te topas con el espejo de cuerpo completo que adorna la puerta del armario. Te ves a ti mismo y te das cuenta de que efectivamente no eres tú. Ya no.

Te has convertido en uno de esos monstruos que recorren las calles y provocan la agonía de la gente ahí afuera.

~Te has convertido en una oscura marioneta.~
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