1
Los gritos que se dieron esa noche mis padres siguen intactos en mis recuerdos, los golpes y los trastes que volaron por los aires aún retumban dentro de mi mente. Cada sobresalto, cada sollozo y cada oración que elevé al cielo ese día me persiguen.
Estaba aterrado, y solo.
Siempre estuve solo.
Deseé que todo se detuviera, era un crío de tres años que no entendía lo que sucedía. Pensé inclusive que esa constante situación disfuncional era una normalidad, ahora comprendo que sólo buscaba consolarme justificando aquellas aberraciones.
Me repetía que era mi familia y que debía aceptarlo. Que era normal, y que tal vez en todos los hogares sucedía.
Mamá maldijo muy fuerte antes de que un golpe resonara, callándola. Todo lo que ocurría afuera en la sala se escuchaba hasta el pequeño cuarto donde me encontraba escondido, debajo de la cama.
Un portazo me hizo brincar, mi cabeza se golpeó por la reacción. Todo se sumió en una calma aterradora, no hubo más ruido y ese avasallante silencio me llenó de un terror atroz, porque a mí corta edad ya conocía que los silencios anteceden al desastre. Salí de allí en puntillas, encontrando a la mujer que me trajo a la vida llena de sangre y arrodillada en el suelo con la nariz rota. Papá siempre la golpeaba.
No era la mejor madre del mundo pero era mi madre. Y me asustó verla así.
Corrí a su encuentro lleno de lágrimas, estaba embarazada y yo temía por la vida de mi hermanito o hermanita. No supe que hacer para ayudarla más que llorar.
La vida nunca es justa, y por supuesto yo no fui la excepción ya que siendo apenas un niño tuve que pasar por un infierno que con lentitud y firmeza moldeó mi carácter. Pero eso no fue lo peor, sino lo que vino después: a mamá se le adelantó el parto.
Y lo presencié.
Su familia la desterró por involucrarse con un drogadicto, así que no hubo nadie a quien acudir por ayuda, su esposo acababa de largarse quién sabe a dónde. Y allí, en medio de la sala dio a luz a Angeline.
Verla gritar, sudar y lloriquear del dolor es una de las cosas que más recuerdo cuando pienso en mi infancia. Me quedé de pie, sin poder hacer nada más que observarla a pocos metros de ella. No me pregunten cómo fue que no se complicó, o se infectó o murió. Supongo que cuando vives en la mierda, rodeada de mierda, te haces inmune ¿No?
Porque te haces mierda.
Justo como ocurrió conmigo.
Cuando el llanto del pequeño bebé se escuchó por fin yo estaba hiperventilando, sollozaba en silencio, había mucha sangre en el suelo y mamá temblaba.
Todo era caótico y no sabía qué hacer o cómo actuar para ayudar.
Lo único que se me ocurrió fue correr fuera de casa a las once de la noche para pedirle ayuda a la vecina que era agradable conmigo cuando me veía salir en las tardes a escondidas para llorar y pedirle al cielo que me matara porque yo no quería seguir viviendo esa vida.
Aurelia.
Vivía en frente, era una viuda dulce que me daba panecillos a escondidas de mis padres para que ellos no me regañaran.
Hola, pequeño Jack ¿Has comido algo hoy?
Siempre negaba porque casi nunca comía. Yo era un niño muy delgado con los huesitos que sobresalían, era obvia mi mala alimentación.
Espera aqui, te traeré algo, cielo.
Esa mujer fue una bendición para mí, lo único bueno de mi niñez.
Ella socorrió a mi madre después de ese horrible parto casero del que fui testigo.
Recuerdo que Angeline no tenía ropa porque papá era un maldito drogodependiente que gastaba todo el dinero en porquerías. Y mi madre no tenía ahorros porque ni siquiera trabajaba.
Yo tampoco tenía mucha ropa más que un pijama, dos camisetas desteñidas, un pantalón de jean, un short, dos pares de zapatos y el mugroso uniforme del colegio que me quedaba pequeño.
Aurelia regresó a su casa y más tarde volvió con unas ropitas que habían pertenecido a su hija menor cuando era bebé.
Finalmente la mujer se fue y mi madre que yacía rendida en la cama de su habitación rendida no escuchó al nuevo bebé que no paraba de llorar.
No me sentía feliz con la llegada de la niña y no porque fuera egoísta o tuviese celos, sino porque un inocente bebé acababa de llegar al mundo para sufrir. Fue en un intento por salvarla del infierno que yo vivía cuando se me ocurrió asfixiarla, así le evitaría todo ese desastre que se avecinaba en su vida.
Nadie merecía vivir lo que yo, y quería evitárselo.
Mamá dormía, papá no estaba y era el momento perfecto. Así que tomé un cojín del viejo sofá asqueroso y volví a la habitación, la niña se movía y chillaba muy fuerte ¿Cómo era que mamá no podía escucharla?
Voltee para chequearla de cerca y le miré la boca entreabierta y babeante, tenía los ojos semiabiertos.
Estaba drogada, no supe en qué momento lo hizo. Pero no era raro en ella, pues también era una drogadicta.
No esperé más y le cubrí el rostro a la bebé con él, mis ojos se llenaron de lágrimas. Lo apreté con fuerza pidiéndole a Dios que me perdonara por lo que haría, pero terminé quitándolo, asustado. La bebé me miró, había dejado de llorar pero sus mejillas seguían rojas y las lágrimas empapaban su rostro.
Me miró curiosa, y sonrío mostrando sus encías rosadas.
No pude hacerlo, no pude liberarla ese día, ni ningún otro.
Fue allí cuando entendí que verdaderamente mi vida era una desgracia, pero tenía que luchar por salvarla a ella.
—Prometo que siempre te voy a cuidar, hermana. —juré.
Yo era un mocoso, pero listo y con buena memoria. Sabía qué cosas debía hacer y que no, era muy maduro por todo lo que había tenido que vivir.
Me llevé a la bebé conmigo a la que era mi habitación y después de preparar un poco de leche caliente la alimenté, fue difícil hacerlo porque no habían biberones ni ningún implemento para bebés en esa casa. Pero una pequeña cucharilla plástica funcionó a medias y después de una hora se durmió entre mis brazos.
No sé a qué hora llegó papá, lo que sí recuerdo es que yo dormía con Angie muy cerca de mí, cuidándola, pues no dejaría que el monstruo la maltrara como hacía conmigo y con mamá.
La puerta se abrió de golpe y me sacaron a rastras de allí por el cabello, era mi padre. Olía a alcohol y tenía los ojos inyectados en sangre.
También estaba drogado.
Un niño normal de tres años estaría confundido, pensando en ver comiquitas y luego jugar. Pero yo a esa edad podía diferenciar cuando el monstruo estaba intoxicado o cuando no, era su olor el que lo delataba, y sus ojos grises dilatados.
Nací con el don de la observación y el análisis.
—¿Dónde está mi hija? Tu mamá dice que se sacó al bebé hoy.
—La estaba cuidando porque ella...
No terminé de hablar, la fuerte cachetada que me plantó hizo que mi cara se volteara de lado, callándome de inmediato.
—¿Juegas a ser papá? ¿Ah? —me abofeteó aún más duro.
Sentí el sabor metálico en mi boca y comprendí que me había roto el labio con el golpe.
—No eres un puto papá, Jackson. Porque no te cogiste a tu madre, yo lo hice ¡Yo soy el padre!
—Pero tú no estabas. —hablé temeroso.
Y vaya que no debí hacerlo.
El monstruo me agarró por el pelo y me llevó a la cocina conmigo chillando.
No, ese castigo no.
Por favor.
Encendió la estufa y tomó un cuchillo metálico antes de empezar a calentarlo.
—¡No llores, carajo! —Me zampó una buena nalgada que me hizo gritar fuerte—. Los hombres no lloran.
Seguí con el llanto pero en silencio.
—Papi, no, por favor. —supliqué.
—Cállate, hijo de puta. Ahora sube las manos. —obedecí. El cuchillo empezaba a enrojecerse— Aprende que yo soy el que manda, no puedes responderme.
Asentí muerto de pánico, sollozando.
—¿Quién manda? —gritó.
—Tú mandas.
Y me quemó los nudillos de las manos uno por uno. Grité mucho como cada vez que lo hacía, mamá no despertó, nadie vino a mi ayuda. Nadie me salvó.
Mis castigos se hicieron peores con el transcurrir del tiempo, y me los ganaba si no hacía lo que él quería. Una vez me amarró desnudo a un poste del patio y me dio correazos hasta que ya no encontré mi voz para gritar por piedad, terminé lleno de sangre.
Y con las cuerdas vocales irritadas e inflamadas.
Recuerdo aún sus palabras, mamá estaba bajo el marco de la puerta. Había observado todo y no había hecho nada.
—Te estoy haciendo un favor, Jackie. —dijo el maldito enfermo.— Esta es la mejor manera de hacerte fuerte para la vida. El mundo es difícil.
Jadeaba, adolorido. Nunca quise morir más como ese día, me repetí mentalmente que en algún momento de la vida yo me vengaría y eso era lo que de alguna manera me mantenía de pie.
Porque tenía que sobrevivir a todos sus maltratos para yo hacerle lo mismo, o peor.
—Y no llores, te lo he dicho antes, Jack. Llorar es para débiles. —me dió otros tantos correazos.— Y yo te estoy haciendo fuerte ¿Quieres llorar? ¿Ah? ¿Así me vas a pagar después de lo que hago por ti?
Terminé con la piel cortada en diferentes sectores. Y esas heridas se convirtieron en otro método de castigo.
Porque el monstruo me bañaba con vinagre aprovechándose de que la piel seguía abierta para que sufriera el ardor.
Era un maldito psicópata.
Por otro lado, mi madre nunca hizo nada más que drogarse y descuidar a Angeline. Aún así la quería ¿Saben?, era mi madre y estaba obligado a hacerlo.
—No llores, los hombres no lloran. Llorar es para débiles. —esas eran las palabras contantes del monstruo. Y las escuché por tanto tiempo que me aferré a ellas con todas mis fuerzas.
Mi padre me dió la enfermedad y la cura. Porque llegó un punto en el que sus castigos no hacían nada en mí, ya no soltaba ni una lágrima repitiendo en mi mente que jamás lloraría porque era fuerte.
Era invencible.
Los hombres no lloran, no soy un débil.
De alguna manera dejé de pensar en esas palabras en concreto y pasaron de ser un mantra a ser mi pensamiento inconsciente.
Me envenené.
Mi cumpleaños número cuatro llegó y mamá hizo una torta para mí, pocas veces ella tenía actitudes y gestos de madres normales, por eso valoré el detalle, fue una tarde agradable dentro de todo. Papá llegó pasada la medianoche igual que siempre: ebrio y drogado.
Por suerte no me molestó a mí, pero pude escuchar los gritos de mi madre y sus súplicas para que la dejara tranquila. Todo estaba tan callado que pude escuchar lloriqueos, gemidos, gruñidos, y golpes.
Él la violó.
Lo supe porque papá me obligaba a ver pornografía con él para que fuese un hombre heterosexual según él. No fue sino hasta que fui un adolescente cuando comprendí que él tenía un fetiche con los abusos sexuales.
Por eso todos sus videos pornográficos eran de violaciones. Por eso relacioné un sonido con otro.
No sé cómo fue que jamás llegó a abusar de mí de manera sexual.
Esa noche se me hizo eterna y aunque intenté no escuchar los chillidos y lloriqueos de mamá, o los jadeos y gemidos de mi padre, no tuve otra opción más que hacerlo, por lo tanto pude imaginar cada cosa que pasaba en la habitación contigua.
No lloré, ni me inmuté. No sentía nada.
Ya no tenía miedo.
Lo único bueno que hizo el bastardo de mi padre por mí fue entrenarme para reprimir los sentimientos.
Me enseñó a no sentir.
Hasta que ella llegó.
•••
Bueeeenaasssss... Bienvenidos a los recuerdos más profundos de nuestro chico favorito.
De alguna manera van a entender porqué Jack actuaba como lo hacía, porqué se sentía tan incómodo cerca de Camille en el primer libro y todo lo que ustedes odiaron de él a lo largo de la trilogía.
Mi Jack no es más que un ser herido que transformó sus traumas en armas.
Los quiero, nos leemos pronto.
Espero que les haya gustado este primer cap.
Besos.
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