CAPÍTULO 52
POV LIA ROMANOVA
—Quiero que me perdones, Ana —susurré, mi voz quebrándose ligeramente bajo el peso de mis propias palabras.
Ella me observó, sus ojos reflejando una mezcla de sorpresa y confusión ante el cambio tan abrupto de tema.
—¿Perdonarte? —preguntó, ladeando la cabeza como si no pudiera comprender a dónde iba con esto.
—Sí —respondí, bajando la mirada hacia mis manos, que jugaban nerviosamente con el borde de mi blusa—. No fui una buena amiga... ni siquiera una buena prima para ti. Minimicé el dolor que pasaste con tu pérdida. Simplemente... no me detuve a pensar en lo que estarías sintiendo en ese momento.
Tomé aire, intentando mantener la compostura mientras mis emociones se arremolinaban dentro de mí.
—Y ahora que lo he vivido —continué, mi voz temblando—, necesito que me perdones por ser tan egoísta.
Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas, y negó lentamente con la cabeza mientras su expresión se suavizaba.
—No tienes que pedirme perdón, Lia. Si hubiera estado realmente mal, lo habrías notado. Pero... fue más fácil de lo que parece. Entenderlo, aceptarlo y dejar que no me afectara.
Hizo una pausa, tragando con fuerza antes de agregar:
—Soy más fuerte de lo que parezco.
Un nudo se formó en mi garganta. Habíamos pasado tanto tiempo distanciadas emocionalmente que casi había olvidado lo fuerte y resiliente que era Ana. Extrañaba a mi prima, tanto que dolía. Por eso estábamos aquí, en el ático que ambas habíamos comprado para nuestras noches de chicas en Rusia. Era nuestro pequeño refugio, un lugar para conectar, alejadas del ruido del mundo exterior.
—Lo sé —admití, levantando la mirada para encontrarme con la suya—. Pero, aun así, estuvo mal de mi parte. Puse mis problemas por encima de los tuyos, incluso cuando estabas pasando por algo mucho más grave.
Me miró fijamente por un instante, como si estuviera evaluando mis palabras, antes de levantarse del sofá y sentarse a mi lado. Sus brazos me rodearon en un abrazo cálido y reconfortante.
—Te perdono, ¿está bien? —dijo con un tono dulce y tranquilizador—. Pero por favor, no sigas hablando o terminaré llorando, y odio tener los ojos hinchados... ¡Me veo horrible!
Solté una risa suave, aunque mi pecho todavía se sentía pesado por la culpa.
—Por favor, Ana —bufé mientras rodaba los ojos—. Tu belleza es irreal. No hay manera de que te veas fea, incluso con los ojos hinchados.
Se separó de mí, su mirada intensa mientras me observaba fijamente. Una sonrisa tímida curvó sus labios antes de asentir lentamente.
—Sí, es verdad. —Se sonrojó levemente mientras se ponía de pie—. Pero eso no quita que no me gusta llorar.
La risa ahora sí brotó libremente de mí.
—¿Qué tal si cocinamos algo? —preguntó de repente, girándose hacia la cocina del ático.
—Por supuesto —respondí, levantándome tras ella—. Pero esta vez, tú haces la parte difícil.
Rió y negó con la cabeza.
El suave aroma del eneldo y las papas hirviendo comenzó a llenar el ático, un recordatorio del hogar y de las tradiciones que nunca habíamos perdido, incluso en los peores momentos. Ana revolvía la sopa shchi con una destreza que siempre admiré, mientras yo terminaba de cortar el pan negro, asegurándome de que cada rebanada fuera perfecta.
—Nunca entendí cómo logras que quede tan bien —comenté, admirando el equilibrio perfecto de sabores en la sopa que removía con paciencia.
Sonrió mientras me lanzaba una mirada traviesa.
—Supervivencia pura —confesó con un guiño. Luego, su expresión se volvió más seria mientras giraba el cucharón en el caldo—. Pero basta de pequeñeces, Lia. Quiero que me cuentes algo.
Levanté la vista del cuchillo con el que empezaría a partir las verduras, arqueando una ceja.
—¿Qué cosa?
—Todo lo que pasó con los yakuza.
Mis manos se detuvieron en seco. No esperaba ese tema, y menos ahora, en este momento de tranquilidad entre nosotras.
—Sé que no quieres hablar de eso —continuó, con un tono calmado pero decidido—. Pero ahora que estás aquí y somos solo nosotras... quiero entenderlo. Todo. Lo que viviste con Kaito y Kai, y lo que significa que ahora seas la líder de algo tan... peligroso y lleno de tradiciones.
Respiré hondo y dejé el cuchillo a un lado, apoyando las manos en el borde de la mesa.
—No fue fácil —respondí finalmente—. Kaito me odiaba. Cada día en su casa era una ofensa para él y todo lo que representaba su mundo. Kai... Kai me dio una falsa protección.
Ana asintió, manteniendo el silencio para dejarme continuar. Su comprensión era palpable, como siempre lo había sido.
—Desde el primer día supe que estaba en peligro. Cada movimiento tenía que ser calculado. Hubo golpes, torturas... intentaron romperme, mental y físicamente. Pero no lo lograron.
Inmediatamente dejó de remover el caldo.
—¿Y Kai? —preguntó, con un nudo evidente en la garganta—. ¿Él no te protegió? Por eso hablas de una falsa protección, ¿verdad?
—Temía a su padre más que a cualquier cosa. Nunca se interpuso, ni siquiera cuando me golpearon frente a él. Nunca hizo nada. Solo al final... pero para entonces era demasiado tarde para salvar su vida.
—Recuerdo cuando me dijiste por primera vez que querías pertenecer a los Spetsnaz —recordó y asentí—. Dijiste que no importaba lo que te costara, que lo lograrías.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras.
—Y así fue —admití, tocando instintivamente el tatuaje de una paloma en mi cuello—. Mi cuerpo, mi mente... y mi bebé. Lo gané con sangre.
Ana dejó el cucharón y cruzó la cocina para abrazarme.
—Estoy tan orgullosa de ti —susurró, sus palabras llenas de sinceridad—. Eres increíble.
—Gracias.
Se alejó con una sonrisa y volvió a atender la sopa. Yo retomé mi tarea, cortando las verduras con un poco más de fuerza de la necesaria, como si el movimiento pudiera distraerme de los recuerdos.
—¿Qué pasará ahora con la yakuza? —preguntó de pronto, su tono curioso mientras probaba la sopa.
—Es mía —respondí con calma—. Crecerá bajo mi mando. Tendré que dividir mi tiempo entre los Spetsnaz, mi novio, la yakuza, mi familia y las misiones.
Alzó una ceja, dejando el cucharón en el borde de la olla.
—Eso significa que tendrás que vivir temporadas en Japón, ¿no?
Asentí lentamente, dejando el cuchillo a un lado.
—Sí, pero procuraré que solo sean semanas. No podría estar alejada de Artem por mucho tiempo.
El simple pensamiento de estar lejos de él me causó un nudo en el estómago. Respiré hondo para disipar la ansiedad.
—Me he acostumbrado tanto a estar a su lado... despertar y verlo. Estos días juntos han sido... perfectos. Será difícil cuando me vaya esta semana.
Sonrió ampliamente, sus ojos brillando con una mezcla de alegría y orgullo.
—Estoy muy feliz por ustedes dos —expresó con sinceridad—. Por cierto, ¿dónde iras? ¿Ya tienes un lugar de encuentro?
—Me enviarán las coordenadas un día antes. Siempre es así con ellos.
Asintió, pero algo en su expresión cambió. Dejó la sopa a fuego bajo y se giró hacia mí, cruzándose de brazos.
—¿Sabes qué está pasando con Adrik?
Fruncí el ceño, intrigada por el giro en la conversación.
—¿Por qué lo preguntas?
Se inclinó ligeramente hacia mí, como si estuviera compartiendo un gran secreto.
—Creo que le gusta alguien —susurró, como si Adrik tuviera algún tipo de súper oído y pudiera escucharnos desde donde sea que estuviera.
La carcajada que salió de mi boca fue instantánea y más fuerte de lo que esperaba. Traté de calmarme mientras Ana me miraba con el ceño fruncido, pero no pude evitarlo.
—¿Adrik? ¿Gustarle alguien? —repetí entre risas—. No lo creo. El sentimiento más cercano a eso sería su odio por Alina. ¿Lo has visto con ella?
Asintió.
—Hace una semana fue a Grecia.
—¿A Grecia? ¿Qué hacía allí?
—Exactamente. No tenía nada que hacer en Grecia —dijo, enfatizando cada palabra con un gesto—. Pero fue, según él, para "saludar". Lo raro es que se fue con Aleksander, y luego me enteré de que hubo problemas en una gala. Adrik y Aleksander estaban allí, y adivina quién también estaba.
La miré, empezando a sospechar hacia dónde iba esto.
—¿Quién?
—Alina —respondió, con un tono conspirador—. Y no estaba sola, sino acompañada por un millonario de la ciudad.
Mis ojos se abrieron de par en par, incrédula ante lo que escuchaba.
—¿Alina? ¡Pero si solo tiene dieciséis años! ¿Qué carajos hacía en Grecia?
Se encogió de hombros, tratando de no sonreír al ver mi expresión de sorpresa.
—Eso mismo dijo Adrik cuando la encontró. La llevó a mi casa y la encerró en una de las habitaciones hasta que terminó de golpear al chico con el que estaba, después se fueron.
Parpadeé varias veces, intentando procesar lo que me estaba contando.
—¿Qué? ¿Golpearlo? ¿Adrik?
—Sí, y fue intenso el intercambió que tuvieron estos tortolos. El odio que se tienen es... bueno, es algo que nunca había visto. Es como si ambos estuvieran siempre buscando maneras de hacer la vida del otro miserable.
—Eso no suena a odio normal —murmuré, frotándome las sienes—. Suena a algo mucho más complicado.
Ana asintió, apoyándose en la encimera de la cocina.
—Por eso digo que creo que le gusta Alina. Claro, no lo admitiría ni aunque lo estuvieran torturando, pero... hay algo en la forma en que la mira. Es diferente.
Me quedé en silencio, recordando las veces que había visto a Adrik y Alina juntos. Siempre había tensión, y sabía que había algo...pero nunca lo tome enserio y lo usaba para joderlo cada vez que él me jodia, pero ahora, viendo las cosas desde esta perspectiva, me pregunté si realmente podría ser algo más que simple odio.
—Si eso es cierto —dije después de un momento—. Es probable que lo maneje de la peor manera posible. No es alguien que sepa cómo lidiar con sus sentimientos.
—¿Y quién lo sabe? —Ana bromeó, alzando una ceja—. Aunque creo que Adrik se lleva el premio a la falta de habilidad emocional.
La risa volvió a llenar la cocina, pero no podía quitarme de la cabeza la imagen de mi hermano arrastrando a Alina de regreso a casa de Ana, su rabia evidente. ¿Era realmente odio... o algo más profundo y peligroso?
Cambié de tema antes de que la conversación se volviera demasiado seria.
—Hablando de otras cosas. —Me incliné hacia ella con una sonrisa traviesa—. ¿Y tú? ¿Hay algún amor por ahí que me estés ocultando?
Ana se llevó una mano al pecho en un gesto exagerado de indignación.
—¡Yo? ¿Ocultarte algo a ti? Lia, por favor, qué falta de confianza.
—No me des vueltas. Suelta todo.
Suspiró dramáticamente, pero la sonrisa juguetona en sus labios delataba que disfrutaba del interrogatorio.
—Bueno... hay alguien que me gusta un poco, pero no es nada serio.
—¿Un poco? —repetí, alzando una ceja.
—Está bien, tal vez más que un poco —admitió, su rostro sonrojándose ligeramente—. Pero no quiero precipitarme. Además, tú sabes cómo es nuestra familia. Si alguien se entera, lo espantarán antes de que pueda siquiera acercarse.
Reí, pero entendía perfectamente lo que decía. Nuestra familia no era conocida por facilitar las relaciones románticas.
—¿Quién es? ¿Lo conozco?
—No lo conoces —susurró rápidamente, y su expresión dejó claro que no diría nada más al respecto—. Pero cuando llegue el momento, te lo presentaré.
—Más te vale —alegué, señalándola con el cuchillo antes de volver a las verduras—. Porque si no, te juro que lo averiguaré yo misma.
Y enserio que lo haría, porque yo misma lo interrogaría.
[...]
Mientras mi amor terminaba de abotonarse la camisa, lo observé desde la cama gracias a que la puerta estaba abierta. Su espalda estaba llena de heridas abiertas, ya atendidas, además de raspones y moretones que se extendían por sus brazos y costados.
—¿Dónde estuvieron y por qué llegaste así? —pregunté, levantándome y acercándome al armario donde se estaba vistiendo.
Al acercarme, mi mirada recorrió cada marca en su piel. Extendí la mano para tocar suavemente una de las heridas en su espalda.
—¿Qué aterrizó en tu espalda? —susurré, dejando que mis dedos apenas rozaran la zona magullada.
Él se volteó para mirarme, una sonrisa perezosa y algo traviesa en sus labios.
—Estábamos haciendo carreras en las motos —explicó con una calma que no coincidía con las condiciones de su cuerpo—. Me desconcentré y caí.
Imposible, él era muy bueno como para caerse.
Antes de que pudiera responder, sus manos sujetaron mi rostro, inclinándose para besarme con esa mezcla de ternura y pasión que siempre lograba desarmarme.
—Estás hermosa —murmuró contra mis labios, como si quisiera desviar la conversación.
Lo miré fijamente, capturando sus labios entre mis dientes y apretándolos con fuerza. Mi acción lo tomó por sorpresa, arrancándole un gruñido bajo y profundo que hizo que mi estómago se contrajera.
—Mentiroso —susurré, soltándolo mientras me daba la vuelta, lista para salir de la habitación.
No llegué muy lejos. Su mano atrapó mi muñeca, deteniéndome.
—Estaba en una prueba... demostrando por qué te merezco.
Sus palabras me detuvieron en seco, haciendo que inevitablemente sonriera. Me giré lentamente, con una mezcla de incredulidad y afecto.
—Si estás vivo significa que la aprobaste —susurré, acercándome de nuevo. Entrelacé mis manos detrás de su cuello, tirando ligeramente de él hacia mí. Mi sonrisa permanecía, pero en mi mente no podía dejar de preguntarme por los detalles que había detrás de aquella "prueba".— Pensé que no te probarían.
Él dejó escapar una risa corta y baja, encogiéndose de hombros como si aquello no fuera un asunto de vida o muerte.
—Yo también lo pensé, y mira... aquí estoy. Vivo, pero hecho un desastre.
Su tono desenfadado me hizo rodar los ojos, pero antes de que pudiera replicar, continuó:
—Nos están esperando para cenar. Es mejor que bajemos ahora mismo, antes de que me excite más de lo que estoy ahora mismo.
Movió sus caderas hacia mí, y el roce de su cuerpo hizo que mis mejillas se calentaran. Su erección era innegable, y la picardía en sus ojos me hizo contener una risa nerviosa. Inhalé profundamente, tratando de recuperar el control de la situación.
—Te amo —murmuré, plantando un beso en sus labios para apaciguarlo, aunque en realidad lo estaba tentando más. Me aparté antes de que pudiera atraparme de nuevo, caminando hacia la puerta—. Más tarde me tendrás que contar todo con detalle.
—¿Eso incluye cada golpe y cada pensamiento que tuve mientras intentaban matarme?
Me detuve en el umbral, mirándolo por encima del hombro.
—Eso incluye todo.
La intensidad en sus ojos me dejó sin aliento por un momento antes de que él se acercara y tomara mi mano para salir juntos de la habitación.
El comedor estaba lleno de vida, una energía vibrante que solo los Romanov podían generar. La mesa larga y elegante estaba decorada con finos manteles de lino y bandejas rebosantes de comida. Sopas humeantes, carnes asadas a la perfección y una variedad de guarniciones que impregnaban el aire con su aroma. Las conversaciones se entrelazaban con risas, creando un ambiente que oscilaba entre lo caótico y lo entrañable.
Artem y yo entramos tomados de la mano, lo que atrajo las miradas de todos hacia nosotros. Sentí cómo el ruido disminuía por un instante, y aunque normalmente no me importaba, en esta ocasión noté la intensidad con la que observaban cada uno de nuestros movimientos.
Era nuestra primera aparición juntos.
—¡Mira quién decidió unirse finalmente! —habló Akin, con esa sonrisa burlona que siempre lo caracterizaba. Estaba recostado en su silla, con un aire tan despreocupado que resultaba casi teatral.
Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír.
—No empieces —respondí mientras me acercaba a la mesa. Artem, siempre atento, soltó mi mano y tiró de mi silla, ayudándome a sentarme con una elegancia natural que parecía grabada en su ADN.
Adrik, que nunca perdía la oportunidad de añadir leña al fuego, se inclinó ligeramente hacia él con una ceja alzada.
—¿Y tú qué? —dijo, señalándolo con su tenedor—. Pareces recién salido de una pelea con un oso.
Las carcajadas resonaron por toda la mesa, pero yo giré mi atención hacia él con una sonrisa astuta.
—¿Y tú? ¿Qué hiciste en Grecia? —pregunté con toda la intención de incomodarlo.
Claro, si es que podía hacerlo.
Su rostro cambió apenas, lo suficiente para que yo notara que estaba buscando una respuesta convincente, pero mantuvo su fachada de despreocupación.
—Negocios. Lo de siempre.
Ana, que estaba sentada a su lado, no pudo evitar darle un codazo.
—¿Negocios, eh? ¿Te refieres a "rescatar" a Alina de un millonario mientras destrozabas una fiesta?
La risa de Akin rompió el aire, profunda y contagiosa. Aleksander, al otro lado de la mesa, se unió mientras se servía más vino.
—Fue entretenido, por decir lo menos —agregó con una sonrisa—. Aunque no creo que el chico que mi primo golpeó lo recuerde de la misma forma.
—¿Es en serio? —intervino Artem, apoyando los codos en la mesa mientras su sonrisa se ensanchaba.
Yo me crucé de brazos, disfrutando el momento.
—Es interesante cómo la palabra "negocios" se usa para todo tipo de actividades —habló con un tono deliberadamente ligero, mirándome. Adrik me sostuvo la mirada con calma, pero luego giró hacia Ana—. ¿Verdad, Ana? —dejó caer las palabras con una sutileza que era casi imperceptible para cualquiera que no conociera a los Romanov.
La sonrisa de ella murió al instante, y su rostro palideció. Algo en su reacción me dio una pista de que había una historia que aún no conocía. Adrik esbozó una sonrisa satisfecha y asintió lentamente, como si hubieran llegado a un entendimiento silencioso.
Antes de que pudiera preguntar más, la voz grave y autoritaria de mi padre interrumpió.
—¿Por qué no carajos se callan las putas bocas y comen?
El silencio fue inmediato. La risa y las conversaciones se esfumaron como humo, reemplazadas por la tensión típica que seguía a cualquier orden de papá. Miré de reojo a Vittoria, quien se estremeció ligeramente, algo que no pasó desapercibido para él.
—No va para ti —gruñó, suavizando su tono al mirarla—. Me dirigí a la pequeña manada de lobos.
Ella asintió lentamente, sus movimientos aún tímidos. Aunque era evidente que se estaba acostumbrando a la dinámica caótica de nuestra familia, todavía había momentos en los que parecía sentirse fuera de lugar.
Decidí cambiar el tema.
—¿Cómo te sientes? ¿Cómo es la vida de casada? ¿Qué tal te parece?
La conversación que hasta hace unos segundos había estado en pausa se detuvo por completo. No se me pasó desapercibido cómo Akin la observaba con intensidad desde el otro lado de la mesa.
Tomó su vaso con agua y bebió lentamente antes de responder. Su mirada se encontró con la mía, y por primera vez, no supe leerla.
—No llevo una vida de casada, así que no podría responder a tu pregunta, lo siento, Lia —explicó con una media sonrisa, antes de continuar comiendo como si nada.
Inmediatamente, giré la cabeza hacia su esposo, quien rodó los ojos con fastidio.
Papá frunció el ceño y clavó su mirada en él.
—¿Qué mierda, Aleksey? —gruñó con su tono severo—. ¿Cómo es el trato de Aleksey contigo? Te trata bien, ¿verdad?
Alzó la mirada y asintió lentamente.
—Sí.
Una respuesta de mierda para mi padre.
El ambiente se cargó de una electricidad densa e incómoda. La mirada de mi padre se oscureció y, sin decir nada más, fijó los ojos en su hijo con una expresión que decía claramente que estaba en serios problemas.
Papá podía ser todas las cosas malas que se podían imaginar en un hombre: cruel, despiadado, implacable. Pero con su familia, con su esposa, era un hombre distinto. Había crecido viendo el amor inquebrantable que le tenía a mamá, cómo la protegía y la trataba como si fuera la única mujer en la tierra. En más de una ocasión, les había hablado sobre lo que esperaba de ellos cuando llegara el momento de tener una esposa. No eran unos malditos bárbaros.
—Hablaremos después de cenar —ordenó con un tono que no admitía réplica.
Alek se recargó en su silla con un suspiro contenido, pero no discutió. Sabía que no tenía escapatoria.
—Bueno, ¿saben qué quiero hacer? —intervino tío Xander con entusiasmo, rompiendo la tensión—. Ir a la finca. Sería una buena salida, hace mucho que no vamos juntos.
—Ay, sí —coincidió mamá con una sonrisa—. Sería bueno, al menos un día.
—Si vamos, hay que asegurarnos de que el calentador y las chimeneas estén funcionando correctamente —interrumpió Akin, con una seriedad inesperada—. Vittoria es asmática e ir allá supondría su muerte.
Todos fruncimos el ceño y la miramos.
No sabíamos.
—¿Qué tipo de asma tienes, cariño? —preguntó mamá, adoptando inmediatamente su tono de doctora.
—Eosinofílica y persistente —respondió con voz baja, mientras se removía en su asiento visiblemente incómoda por ser el centro de atención.
—¿Y por qué la casa no ha sido acondicionada para eso? —Su ceño se frunció—. Es un cambio totalmente diferente de Italia a Rusia. El frío, la humedad... eso debió haberse tomado en cuenta desde el inicio.
Su mirada se deslizó rápidamente hacia Aleksey, quien ni siquiera intentó ocultar su fastidio. Esperó una respuesta, pero él solo apretó la mandíbula y desvió la mirada hacia su plato. No podía decir que no lo había sabido, porque eso significaría que no se preocupaba lo suficiente por ella, y no podía decir que sí y que simplemente no había hecho nada al respecto, porque eso lo haría ver peor.
—Porque no lo sabía —respondió con voz neutra.
Papá soltó una carcajada seca, sin rastro de humor.
—¿No lo sabías? ¿No sabes nada sobre la mujer con la que estás casado? —Su tono era peligroso.
Él apretó la mandíbula y cruzó los brazos sobre su pecho, pero no dijo nada, y Vittoria, notando el rumbo que estaba tomando la conversación, intentó suavizar la situación.
—No es su culpa —aclaró rápidamente—. No es algo que mencione mucho, y desde que llegué aquí no he tenido ninguna crisis. Todo está bien.
Pero su intento de calmar a Darko no funcionó. Él miró a Aleksey con una expresión de absoluto desagrado.
—Si mi esposa tuviera una condición como esa, yo lo sabría. Y me aseguraría de que estuviera protegida —espetó con dureza.
—¿Y cómo se supone que iba a saberlo si ella nunca lo mencionó? No soy adivino, papá.
—No es sobre ser adivino, es sobre prestar atención —intervino mamá con severidad—. Y si no preguntaste, es porque nunca te importó lo suficiente.
Silencio.
Vi cómo la mano de Vittoria se cerró en un puño sobre su regazo. Su incomodidad era palpable, pero esta vez no intentó defenderlo.
—No hay excusas, Aleksey —Su madre intervino—. Si ella va a vivir aquí, su salud es tu responsabilidad.
—Lo sé —respondió finalmente, con voz tensa—. Haré los arreglos en esta casa y en la finca.
Vittoria bajó la mirada, como si prefería que la tierra la tragara en ese instante.
—Hablando de eso... —intervino Artem de repente, con tono tranquilo pero calculador—. Ya que vamos a la finca, ¿por qué no aprovechamos para hacer algunos entrenamientos? Hace tiempo que no probamos la puntería de algunos de nosotros.
Mis ojos se encontraron con los suyos y supe que no hablaba de un simple ejercicio de tiro.
—¿A qué te refieres exactamente? —preguntó Adrik, con una media sonrisa mientras tomaba su copa de vino.
—Siempre es bueno probar a los nuevos —respondió sin inmutarse.
No hacía falta decir nombres.
—¿Tú qué dices, princesa? —preguntó Akin, observándola con una intensidad que me hizo apretar los labios.
La nombrada parpadeó un par de veces antes de darse cuenta de que la estaban desafiando.
—Si me están preguntando si sé disparar, la respuesta es sí —contestó con calma—. Pero si me están preguntando si quiero jugar a los soldados con ustedes, prefiero pasar.
Algunos soltaron risas bajas.
—No es un juego —intervino papá, mirándola con seriedad—. En esta familia, saber defenderse no es opcional.
Ella apretó los labios y asintió lentamente.
—Lo entiendo.
—Entonces está decidido —concluyó mí novio—. En la finca veremos qué tan buena eres con un arma.
Ella no respondió nada más, pero su expresión lo decía todo. No estaba entusiasmada con la idea, pero tampoco iba a echarse atrás.
La cena continuó con conversaciones dispersas, aunque la tensión no desapareció del todo. Yo miraba de vez en cuando a los nuevos esposos, preguntándome qué demonios estaba pasando entre ellos. Algo no cuadraba, y lo iba a descubrir.
Cuando terminamos de comer, mamá se levantó y nos miró a todos.
—Mañana temprano hablaremos sobre los preparativos para la finca —dijo con firmeza—. Y Aleksey, quiero que Vittoria tenga todo lo que necesite para su condición antes de que partamos. ¿Está claro?
Él asintió, sin atreverse a discutir.
Cuando papá se levantó, todos lo seguimos. La cena había terminado, pero la verdadera conversación, aquella que se daría a puertas cerradas, apenas iba a comenzar. El ambiente se tensó aún más.
Nadie sabía que era asmática, y el hecho de que Akin lo mencionara con tanta certeza me hizo cuestionar cuánto sabía realmente sobre ella.
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