CAPÍTULO 46
POV LIA ROMANOVA
—Artem... —susurré, cuando sentí que su respiración se volvía más pausada y constante. No había dicho nada en varios minutos, y el silencio que llenaba la habitación era profundo, casi sagrado—. Artem.
Sus brazos me envolvían con esa mezcla perfecta de firmeza y ternura, creando un refugio que parecía hecho solo para mí. No podía moverme, ni siquiera lo hubiera querido. Las heridas en mi cuerpo me recordaban su presencia con un dolor sordo, pero aquí, en sus brazos, todo aquello se volvía pequeño e insignificante.
—Artem —volví a llamarlo, mi voz un murmullo que se perdió entre nosotros. Esta vez, la respuesta fue un leve sonido, apenas un suspiro que me hizo sonreír sin querer.
La risa, suave y temblorosa, brotó de mis labios al darme cuenta de la verdad: se había quedado dormido. Tenerlo así, tan vulnerable, me hizo sentir algo que iba más allá del amor, algo profundo y enraizado en mi alma. La sensación en mi estómago era como un enjambre de mariposas, agitadas y vivas, acompañadas por la calidez que se extendía desde mi corazón.
En nuestro mundo, el sueño era un lujo que nunca nos concedíamos del todo. Dormíamos ligeros, siempre al acecho, con los sentidos alerta incluso en los lugares que llamábamos hogar. Pero aquí estaba él, rendido al cansancio, confiando en este momento lo suficiente como para dejarse caer en las profundidades del sueño en solo unos minutos. Era una prueba silenciosa de lo agotado que estaba y de la seguridad que sentía al tenerme entre sus brazos.
La puerta se abrió suavemente, y al levantar la vista, vi a mi madre entrar con paso silencioso. Sus ojos se llenaron de lágrimas al vernos, y una sonrisa llena de amor y compasión se extendió por su rostro.
—En unos minutos subirán tu comida. Me he asegurado de que todo esté perfecto —dijo en un susurro, como si temiera romper la magia de la escena. Se acercó con cuidado, llevando las manos a su boca, conteniendo la emoción que se reflejaba en sus ojos—. Esto es una imagen que necesito conservar.
Sacó su teléfono y, sin hacer ruido, capturó el momento. No pude evitar que una lágrima deslizara por mi mejilla, no de dolor, sino de algo más dulce y profundo.
—Está muy cansado —murmuré, sin apartar la vista de su rostro relajado.
—Lo está —confirmó—. Ha estado ocupándose de tantas cosas, enfrentándose a problemas nuevos, resolviendo situaciones imposibles. Pero lo está haciendo bien. Es todo lo que esperábamos.
Asentí lentamente, sintiendo un calor suave esparcirse por mi pecho.
—Siempre lo supimos —susurré, una sonrisa leve asomando a mis labios mientras las mariposas en mi estómago volvían a agitarse con una intensidad que no sentía desde hacía tiempo.
Mamá me observó, sus ojos brillando.
—Bueno, creo que les daré unos minutos más... antes de que comas, ¿está bien? —habló en un suave murmullo, como si no quisiera romper la frágil burbuja que se había formado en la habitación.
Volví a asentir y, pese al pronóstico de dolor que anticipaba, me giré lentamente para acurrucarme a su lado. Cada movimiento enviaba punzadas de dolor a través de mi cuerpo, pero las ignoré. Puse mi mano en su cintura y acerqué mi rostro a su cuello, dejando que su aroma, esa mezcla familiar, me envolviera.
Un murmullo casi imperceptible escapó de sus labios.
—Ven aquí, mi amor. —Su voz, aún atrapada en el sueño, me hizo sentir un nudo en la garganta. Sus brazos me rodearon instintivamente, atrayéndome más cerca y acomodándose para hacerme sentir segura—. Eso... así.
Su respiración seguía serena y profunda, mientras el peso de sus palabras se asentaba en mi pecho como una promesa inconsciente. Mis heridas empezaron a doler, recordándome su presencia, pero ningún dolor del mundo haría que me alejara. Había aprendido a convivir con el dolor, pero este momento, este refugio entre sus brazos, era algo que jamás dejaría ir.
Cerré los ojos, cayendo rápidamente en un sueño profundo. No supe cuánto tiempo pasó hasta que sentí algo suave picoteando mi rostro. La claridad del momento se fue asentando y me di cuenta de que eran besos, delicados y constantes.
—Ya estás despierta. —La voz ronca de Artem vibró en el aire, su calidez envolviéndome—. Abre esos ojos para mí.
Obedecí, parpadeando hasta que me encontré con sus ojos ámbar, salpicados de pequeñas motas verdes. Eran intensos. Eran perfectos.
—Quisiera despertar así todos los días —susurré, mientras mis dedos delineaban las líneas finas alrededor de sus ojos—. Te estás haciendo viejo.
Soltó una carcajada, encogiéndose de hombros con una expresión despreocupada.
—Gajes del oficio, querida. Espero que no te importe. —Hice un puchero divertido mientras negaba con la cabeza—. Menos mal, ya estaba por llamar a Ana para que me recomendara alguna mierda con esos especialistas de la cara.
Solté una risa que resonó en la habitación, arrepintiéndome al instante cuando un leve dolor se extendió por mi abdomen. A pesar de eso, valía la pena.
—¿Dónde está Ana? —pregunté, intentando mantener mi voz firme.
—Quería venir, pero no se lo permitieron. Está manejando el trabajo en Grecia —respondió, su tono pasando de divertido a serio. Asentí lentamente; tenía que hablar con ella en algún momento—. En cuanto estés bien, si tú quieres, nos iremos.
—No hay ninguna amenaza. Que tía Lena y su familia se vayan a Grecia, y los demás a sus respectivos lugares... Tú también debes irte, la bratva te necesita.
Sabía cuánto le costaba a Artem ausentarse. Su ceño se frunció de inmediato, con una mezcla de obstinación y ternura.
—Aleksey y Akin ya se fueron. Querían quedarse hasta que despertaras, pero no se los permití. Hoy se irán los demás, pero nuestros padres probablemente se quedarán un poco más.
—Me parece bien, pero... ¿y tú? Artem, sé que tienes mucho trabajo y no quiero que lo descuides por mi culpa —intenté insistir, pero él puso un dedo suave sobre mis labios, silenciándome.
—¿Y yo qué, Lia? —repitió, su voz firme y sus ojos llenos de determinación—. Me quedaré aquí contigo. No tengo tanto trabajo y lo que tengo puedo manejarlo desde aquí. Sergei se encargará del resto.
—Artem...
—Lia —interrumpió, alzando una ceja—. Créeme, nada se va a caer si me quedo unos días más contigo.
Sabía que no era del todo cierto, pero su resolución me tocó el alma. Acepté con un asentimiento, dejando que la calidez de sus palabras se asentara en mi corazón.
—Quiero ver a Chan. Necesito hablar con ella —dije al fin, rompiendo el momento con una necesidad urgente.
Asintió lentamente, mientras sacaba su teléfono del bolsillo. El ligero resplandor de la pantalla iluminó sus rasgos, haciendo que sus cejas se arquearan en una expresión concentrada mientras tecleaba algo con destreza. Observé cada uno de sus movimientos y apreté mis labios, un intento casi fallido por no soltar una risa ante la seriedad con la que manejaba la situación. Una chispa de humor cruzó mis ojos, y él lo notó. Levantó la mirada sin apartar sus dedos del dispositivo.
—¿Qué?
—¿No piensas levantarte para ir hasta la puerta, donde supongo que hay un guardia, y decirle que necesito a Chan? —respondí, dejando que un toque de ironía se deslizara en mis palabras. Un destello de sonrisa apareció en sus labios mientras negaba lentamente, como si ya supiera lo que iba a decir a continuación—. Y supongo que tendré que recibir a Chan entre tus brazos —añadí, mi tono más bajo.
Asintió sin dudarlo, guardando su teléfono con un movimiento decidido. Sus brazos fuertes me rodearon, trayéndome más cerca mientras inclinaba la cabeza para plantar un beso suave en mi cabello.
—¿No crees que es algo poco profesional?
—Y una mierda, no me importa. No diré absolutamente nada. Ni siquiera notarán que estoy aquí.
Acaricié su mano, buscando consuelo en el calor familiar de su piel, y le pedí que me ayudara a incorporarme un poco. No podía recibirla acostada, no cuando este momento era tan crucial. Artem se movió con cuidado, ajustando su postura para que pudiera descansar entre sus brazos, casi sentada, sin que el dolor punzante de mis heridas se intensificara. Sus movimientos eran precisos, como si temiera romperme con un simple roce.
La puerta se abrió despacio, y Chan entró con paso firme. Una sonrisa afloró en mis labios al verla. Había esperado este encuentro con ansias. Cuando se acercó lo suficiente, incliné la cabeza en un gesto de bienvenida.
—Gracias, sin ti esto no hubiera sido posible —dije, dejando que la sinceridad de mis palabras se reflejara en mi voz.
Chan sonrió, un rubor asomando en sus mejillas, claramente conmovida.
—Y lo prometido es deuda —continué—. Mañana mismo tendrás la suma de dinero que te prometí. En cuanto a los cargos en la Yakuza, quiero que te encargues del área de empleos. Supervisarás a todos mis empleados: serás quien dé trabajo, despida y decida ascensos. Serás la responsable de asegurarme lealtad y eficiencia.
Sus ojos se abrieron, y un brillo de emoción cruzó su mirada mientras trataba de contener las lágrimas que se agolpaban en sus párpados.
—Tus hijos —proseguí— ocuparán los cargos de los jefes de las familias caídas. Y aquellos guardias que me asistieron serán promovidos a jefes de seguridad. ¿Te parece una recompensa justa?
La voz de Chan tembló al responder:
—Más de lo que jamás pude soñar.
—Perfecto. Se lo han ganado. —Mi tono se volvió más firme—. Además de tus nuevas funciones, serás mis ojos y mi voz en mi ausencia. Tus hijos y tú seréis la familia principal. —Extendí mi mano, y ella la tomó, un gesto que sellaba nuestro pacto—. Ahora ve y haz que se cumpla mi voluntad. También quiero que convoques a todos para una reunión. Necesito hablarles.
Asintió con energía, inclinándose respetuosamente antes de retirarse. Cuando la puerta se cerró tras ella, giré el rostro y miré de reojo a Artem. La sombra de una sonrisa ladeada se formó en mis labios al ver su expresión seria.
—¿Qué te pareció?
Sus ojos se enfocaron en mí.
—Le diste mucho poder, así que supongo que confías en ella más de lo que aparentas —comentó, con voz grave y contenida—. Y eso me lleva a otra cosa... quiero saber todo lo que te hicieron, Lia. Déjame saberlo.
Negué lentamente, sintiendo el peso de mis propias palabras antes de dejarlas salir.
—Amor, este es mi trabajo. Los golpes, las balas, las torturas... son parte de lo que acepté al entrar a esta unidad. No puedes vengarme, ni tú ni el resto de nuestra familia. —Mi mano se posó en su mejilla, mi pulgar acariciando su piel con ternura—. Lo único de lo que me arrepiento es de haber perdido a nuestro bebé, de no haber sabido que existía para protegerlo. Todos ustedes tienen que entender que no soy una damisela en apuros. Yo me encargaré de esto.
Tragó con dificultad, una tensión visible apretándole la mandíbula. Asintió lentamente, pero sus ojos no reflejaban la calma.
—Es nuestra naturaleza, y no puedo prometer que me quede de brazos cruzados. No me importa tomar venganza por cada herida que te inflijan mientras estás en una misión. Nadie toca a mi mujer y sale ileso. —Sus manos agarraron mis mejillas, firmes, pero con cuidado, y me besó con una mezcla de furia y devoción—. Participaré en la tortura contra Kaito.
Una sonrisa sutil se dibujó en mis labios, conociendo la resolución en su voz.
—Está bien, pero creo que nuestros métodos de tortura son muy diferentes.
[...]
Llevaba dos días en cama, y aunque mi cuerpo aún dolía con cada movimiento, sentía la necesidad urgente de levantarme, caminar y comenzar con ejercicios leves. Mamá, papá y, por supuesto, Artem desaprobaron mi decisión, pero sabía que necesitaba recuperarme rápido. Me habían dado un mes de descanso antes de viajar para recibir mi entrenamiento en la nueva unidad, y cada minuto contaba.
Caminar por la casa, ahora sumida en un silencio casi etéreo, se sentía surrealista. Solo unos días atrás, estas mismas paredes habían sido testigos de mis peores pesadillas.
Kaito estaba recuperándose. Había perdido un ojo y una pierna, castigos severos que mi familia le había infligido. Sabía que no me lo entregarían intacto; tendría que ser creativa para hacerle pagar, pero no ahora. Aún no. Necesitaba que se fortaleciera lo suficiente para soportar lo que planeaba hacerle. También quería que fuera testigo de los cambios que habría en nuestra dinastía.
Avanzaba por el pasillo, mis pasos resonando suavemente, cuando la voz grave de Artem captó mi atención desde la sala. Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta y me quedé observando.
—¿Qué mierda estás diciendo, Akin? —La tensión en su voz era palpable—. ¿Es en serio? —Hubo un silencio pesado—. Jodida mierda... ¿Arreglarlo? Un problema como ése no se arregla; solo queda aceptarlo y manejarlo de una manera prudente... No, no hablaré con él, Darko tiene que hacerlo. Es el único al que escuchará. Mientras tanto, sé que lo que te pediré es mucho, pero cuídala hasta que...— Se detuvo en seco al verme. Sus ojos se encontraron con los míos, y su ceño fruncido se relajó levemente—. Hasta que Lia vaya y hable con ella, tal vez eso la ayude a despertar.
Colgó el teléfono y, en un instante, cerró la distancia entre nosotros. Sus manos fuertes rodearon mi cintura y depositó un beso suave en mis labios.
—¿Qué está pasando? —pregunté, dejando que la curiosidad y la preocupación asomaran en mi voz—. ¿Por qué tendría que viajar a Rusia?
—Vittoria —dijo con un tono más calmado—. Creo que te agradó, ¿verdad? —asentí mientras trataba de descifrar la seriedad en sus ojos—. Por eso irás. Lo necesita, y no creo que Akin sea la mejor influencia para manejar esto. Con él terminaría siendo una asesina serial y matando a su esposo.
No pude evitar reírme por lo acertado del comentario y asentí.
—Lo haré, pero... ¿qué está ocurriendo realmente?
Suspiró, y vi una sombra de frustración cruzar su rostro.
—Lo sabrás cuando llegues. Me temo que esto no puedo arreglarlo yo.
Nos rodeamos mutuamente con los brazos, buscando consuelo en esa cercanía. El aroma familiar llenó mis pulmones, calmando las dudas que se agolpaban en mi mente.
—Aleksey es grande y sabrá encontrar la manera de solucionar esto —susurré, más para convencerme a mí misma que a él.
Artem alzó mi rostro con ternura. Sus dedos recorrieron mi mandíbula lentamente, como si quisiera memorizar cada línea y detalle. Sus ojos buscaron los míos con una devoción que me desarmaba, dejándome sin aliento.
—Te amo, ¿lo sabías? —Su voz, grave y cargada de emoción, rompió el silencio como una promesa—. Te lo diré todos los días, en cada momento que compartamos. Por todos los 'te amo' que nunca dije cuando debí.
El peso de sus palabras cayó sobre mi pecho, llenándome de un calor reconfortante y una dulce fragilidad. Mis labios se curvaron en una sonrisa temblorosa mientras lo rodeaba con los brazos, buscando refugio en su cercanía.
—Me parece una buena solución —respondí con una sonrisa. La realidad que nos envolvía era cruda, pero en ese momento todo se sentía casi irreal, como si estuviéramos en una burbuja donde solo existía nuestro amor—. Pero creo que necesito una dosis de besos para asegurarme de que esto no es un sueño.
Bajó el rostro hasta que nuestras frentes se tocaron, y sentí su respiración, tibia y acompasada, fundirse con la mía. Sus labios encontraron los míos en un beso profundo y lento.
Iba a disfrutar cada momento a su lado como si fuera el ultimo de nuestras vidas.
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