CAPÍTULO 41


Una ligera sonrisa apareció en mis labios mientras sentía el peso de la katana en mis manos, familiar y reconfortante. Ya empezaba a extrañar esa sensación, y ahora, con la ventaja de unos pocos segundos, no dudé en hacer el primer movimiento. Con precisión y fuerza, deslicé la espada por los cuellos de los dos guardias que me vigilaban. El filo de la katana cortó limpio, y ellos cayeron al suelo, apenas emitiendo un sonido.

Mis aliados llegaron en un instante, rodeándome, entrenados y listos para actuar según mis órdenes. Los gritos de las mujeres resonaban en el salón, y los hombres, aunque en alerta, parecían atrapados entre la furia y el desconcierto. Ninguno tenía un arma; Kaito había ordenado que todos se desarmaran al entrar en la mansión, otro protocolo insensato de su paranoia. Eso ahora jugaba a mi favor.

Sin perder tiempo, llevé el filo de la espada hasta el cuello de Kai, su piel rozando apenas la hoja, y miré a sus guardias, desafiándolos con una voz firme.

—Bajen sus armas o muere —hablé en perfecto japonés.

Miré a Kai y pude leerlo en su mirada: una mezcla de sorpresa y terror al escucharme, algo que, probablemente, compartía su padre en ese momento. Cuando los guardias vacilaron, incrementé la presión del filo y un hilo de sangre brotó del cuello. Esa acción fue suficiente; con renuencia, desenfundaron sus espadas y las soltaron al suelo, donde mis hombres las recogieron rápidamente.

—Ahora, al frente, junto a todos —ordené, señalando el lugar con un leve movimiento de la espada.

Obedecieron, aunque sus ojos lanzaban miradas de puro odio. Sabía que esperarían cualquier oportunidad para atacarme, y yo también estaba lista para eso. Sin embargo, aún quedaban más guardias, y la tensión en el aire era tan densa como el silencio que llenaba el lugar. Justo cuando pensaba en dar mi siguiente orden, un rostro familiar apareció entre la multitud, y no pude evitar una sonrisa.

Delta avanzaba hacia mí, con dos ametralladoras en las manos. La serenidad y el control en sus ojos eran casi poéticos.

—Alpha —saludó, inclinando ligeramente la cabeza mientras se acercaba—. Bravo en posición. El perímetro es nuestro. A sus órdenes.

Una emoción oscura y emocionante se encendió en mí. Esto era tan excitante.

—Después me darás detalles. Por ahora, mantén a raya a todos los guardias. Desármalos, no quiero ninguna sorpresa.

Asintió, y los hombres que traía con él comenzaron a cumplir mis órdenes con precisión. Ahora, con el control absoluto de la situación, me dirigí a los invitados, quienes me observaban con expresiones de asombro, terror y desconcierto.

—Lamento tener que hacerlos partícipes de este momento, pero, aunque no lo crean, siéntanse honrados. —Nuevamente hablé en japonés—. Están aquí para presenciar una boda... una boda al estilo Romanov.

La incredulidad en sus rostros era palpable. Disfruté cada segundo de ese silencio sepulcral que se apoderaba del lugar.

—Acercad a Kaito. Lo quiero junto a Kai —ordené.

En cuanto mi mandato fue cumplido, bajé la mirada hacia ellos, especialmente hacia Kai. Una risa amarga y baja escapó de mis labios.

—No saben cuánto tiempo he esperado para este momento —exclamé con una sonrisa de satisfacción—. Un año... Un maldito año para que todo cayera en su lugar. Porque nada de esto fue coincidencia, Kai. Que te gustara en la academia... ahí comenzó todo. Ese fue el inicio de mi casi perfecto plan.

Kaito comenzó a murmurar algo, seguramente insultos hacia mí, pero era evidente que no tenía idea de lo que realmente ocurría, ni de los motivos detrás de cada paso que había tomado. Su odio era palpable, y sus ojos ardían con una furia contenida, aunque sus palabras morían en sus labios.

—Sé que estás confundido, "padre" —dije, en tono de burla—. Pero empezaré mi verdadero discurso... mientras corto parte por parte de tu querida esposa. —Di unos pasos hacia él y, con un movimiento brusco, agarré su cabello, tirándolo hacia atrás para que me mirara directo a los ojos—. Porque lo único que obtendrás de ella será su puta cabeza.

Lo solté con un gesto de desprecio y señalé a la mujer.

—Quiero que la coloquen sobre la mesa, acostada. Kaito y Kai, uno en cada extremo. No quiero darles la espalda a mis invitados, después de todo, ¿verdad?

Mis hombres se movieron con eficiencia, mientras yo retrocedía unos pasos, contemplando la escena, esperando que todo estuviera listo.

Cuando todo estuvo en su lugar, di un paso adelante, sosteniendo la katana con firmeza, y tomé su brazo.

—Empecemos por el principio —sonreí hacia todos y sin dudar, con un solo movimiento preciso, corté su muñeca.

Flashback

Dos años antes.

En el silencio de la habitación, giraba una navaja entre mis dedos, un intento por mejorar una habilidad que aún no dominaba. La hoja se deslizó en un mal cálculo, y una fina línea de sangre brotó en mi palma. Era un error que aún cometía, pero en los días siguientes lo perfeccionaría. Desde el otro lado de la sala, Echo levantó la vista de su propio brazo, cubierto de vendas tras nuestra última prueba.

—¿Sabes cuándo será la próxima prueba? —preguntó, concentrado en limpiar una de sus heridas.

—Será sorpresa, como siempre —respondí, encogiéndome de hombros—. Nadie sabe el día ni el momento, así que mantente alerta.

Bravo, que se recostaba en una esquina con una sonrisa de suficiencia, soltó un ronroneo de satisfacción.

—Yo necesito un descanso, y al menos dos mujeres a mi lado para recargar energía. —Su sonrisa se ensanchó—. Nuestro último permiso fue hace ocho meses, ya debería tocar uno pronto.

Nos llamábamos por nombres en clave dentro de la academia, donde todos éramos iguales, un grupo de treinta que compartía entrenamiento, camaradería y golpes. Solo algunos sabían de mi verdadera identidad, y a nadie le importaba quién era mi padre; la jerarquía aquí era clara, y nadie estaba por encima del resto.

La puerta se abrió de golpe, y, en cuanto vimos al Subteniente entrar, todos nos pusimos de pie, alineados, tensos. El sonido de nuestras botas resonó al unísono en el suelo, nuestras manos firmemente pegadas al costado, cada uno erguido y con la mirada fija al frente, como si nuestras vidas dependieran de ello.

—Alpha, Bravo, Echo, Charlie y Delta —anunció con voz grave, sus ojos oscuros recorriendo nuestros rostros con un escrutinio que iba más allá de una simple llamada. Cada uno asintió apenas, confirmando que estábamos listos—. El general los requiere.

Mis manos se aferraron aún más a los costados al escuchar esas palabras, y sentí cómo mi estómago se contraía. Era un llamado inusual; una cosa era que nos llamara el Teniente, el Capitán o incluso el Mayor. Pero el General... cuando él requería nuestra presencia, era porque algo extraordinariamente importante había sucedido, y probablemente no eran buenas noticias.

Con una mirada fija, el Subteniente nos dirigió una última advertencia en su semblante antes de girarse y abrir la marcha hacia el pasillo. Nos dispusimos a seguirlo en formación, pasos firmes

Caminamos por el pasillo en completo silencio, nuestros pasos resonando en sincronía perfecta. Nadie se atrevió a romper la quietud, y aunque manteníamos la mirada fija al frente, todos sentíamos el peso de lo desconocido, de la expectativa que colgaba en el aire como una amenaza latente. Este tipo de llamadas no eran comunes, y una sensación de alerta se deslizaba por cada uno de nosotros, aumentando el ritmo de nuestros corazones, aunque no lo demostráramos en nuestras expresiones.

Llegamos a las puertas dobles que llevaban a la oficina del General, custodiadas por dos soldados con el rostro inescrutable. Sin pronunciar una palabra, abrieron las puertas, y al entrar, una figura imponente nos recibió detrás de un escritorio que parecía más un puesto de mando que un simple mueble de oficina. El General se encontraba de pie, con las manos entrelazadas detrás de la espalda.

Nos alineamos en un solo movimiento, saludando al unísono, nuestros cuerpos rígidos y nuestras expresiones neutras, aunque el ambiente pesara como una losa de acero.

—A sus órdenes, General —anunciamos al unísono.

Él asintió apenas, recorriéndonos con la mirada. Uno por uno, sin prisa, con una intensidad calculada. Parecía sopesar el peso de nuestras decisiones y habilidades en ese instante, buscando cualquier señal de duda que pudiera traicionarnos. Nos manteníamos firmes, las espaldas rectas y los rostros inmutables; una simple mirada revelaba lo que él esperaba: disciplina, lealtad y precisión.

—Alpha, Bravo, Echo, Charlie, Delta... están aquí por una razón muy particular —empezó, su voz profunda y cortante, sin espacio para vacilaciones—. A partir de este momento estarán bajo una operación confidencial. No se harán preguntas, y si se decide que alguno de ustedes no cumple con las expectativas, será reemplazado sin vacilación.

Una ráfaga de tensión recorrió la sala. Apreté la mandíbula. Sabíamos lo que implicaba una operación confidencial: la línea entre el éxito y el fracaso se volvía tan fina como el filo de una navaja, y cualquier error o titubeo sería definitivo.

—Les he elegido personalmente —continuó, sus ojos pasando de un rostro a otro—. La misión requiere precisión, lealtad y, sobre todo, un enfoque absoluto. Ustedes cinco han demostrado todo eso hasta ahora, y cuento con cada uno para ejecutar sin cuestionamientos.

Hizo una pausa y, en ese instante, sus ojos se detuvieron en mí. Un escalofrío recorrió mi columna, pero mantuve la postura, sin desviar la mirada. Sabía que lo último que aceptaría era debilidad, y estaba dispuesta a demostrar que era digna de esta oportunidad.

—Tú serás la líder. —Me señaló, su tono grave y determinante—. Necesito que cada misión se cumpla sin errores. A cambio, les aseguro un puesto en los Spetsnaz si demuestran ser dignos. Sé de la solicitud que presentaron hace un mes, así que estarán siendo evaluados desde este momento.

La mención de los Spetsnaz encendió una chispa de determinación en mí. Había escuchado las historias, conocía la brutalidad y el compromiso absoluto de sus operaciones, y cada día me había acercado más a ese ideal de pertenecer a su unidad. Mantuve la compostura, pero la euforia palpitaba bajo mi piel. Era la oportunidad que había esperado.

—No se arrepentirá, General —respondí con firmeza, manteniendo mi voz controlada—. ¿Cuál es nuestra primera misión?

El General sonrió apenas, un gesto tan controlado como amenazante, y continuó:

—Trabajamos para todas las ramas, y ahora se nos ha asignado un encargo. —Su mirada penetrante intentó leerme, evaluar cada reacción—. Su primera misión será eliminar al líder de un grupo insurgente en el oriente que está interfiriendo con una de nuestras compañías.

Caminó hacia su escritorio, tomó una carpeta y me la extendió con una mano firme.

—Ahí está toda la información, junto con sus nuevos pasaportes e identidades para esta operación. Tienen una semana para el reconocimiento, otra para la planificación y tres días adicionales para ejecutar. Al regreso, recibirán instrucciones para su próxima misión.

Asentí.

—Considérelo hecho.

El General asintió levemente, satisfecho, y se alejó después de dirigir una última mirada a cada uno de nosotros. No hacía falta más instrucción; sabíamos lo que esto significaba. Con un movimiento de su mano nos dio la señal para retirarnos.

Al salir de la sala, el pasillo estaba en silencio, pero la tensión entre nosotros era tangible. Nos dirigimos a una habitación contigua donde podríamos revisar la información. Mientras abría la carpeta y distribuía las identidades y pasaportes falsos, cada uno de nosotros se metía en el papel que asumiría para esta operación.

—Esto no es cualquier misión —murmuró Echo, mirando su pasaporte falso—. Nos están preparando para algo grande, algo de lo que probablemente ni siquiera tengamos todos los detalles.

—Exacto —respondí, revisando el esquema del líder que debíamos eliminar—. Tenemos una semana para estudiar cada movimiento de esta operación. Ningún error es aceptable.

Bravo soltó un leve suspiro, y luego una sonrisa ladeada apareció en su rostro.

—Sabíamos que esto sería así cuando firmamos para estar aquí, ¿no?

Todos asintieron, la camaradería y determinación entre nosotros era clara y se sentía casi palpable.

Jamás imaginé la influencia y el cambio que aquella primera misión nos traería. Fue ejecutada con éxito, y al regresar a la academia, continuamos con nuestras rutinas de entrenamiento, ejercicios, y asignaciones. Sin embargo, dos meses después, nos llegó una nueva misión, más complicada que la anterior. Así fue la tónica de cada una de nuestras operaciones: cada misión representaba un nuevo reto, con un grado de dificultad mayor, llevándonos al límite y enseñándonos tanto a confiar en nuestras habilidades como en el equipo. Nos complementábamos con precisión, cubriendo las debilidades de cada uno y reforzando nuestras fortalezas, algo que resultó fundamental para salir siempre con éxito, aunque con cicatrices como testimonio.

Estar en los Spetsnaz se sentía cada vez más cercano. Cada misión superada nos acercaba a ese destino, hasta que, la misión que llegó a principios de nuestro último año fue diferente desde el inicio, y su sola mención puso en alerta a todo el equipo. Habíamos realizado operaciones complejas, cada una más desafiante que la anterior, pero esta vez el objetivo era la Yakuza: un mundo cerrado, lleno de códigos y lealtades tan inquebrantables como sus tradiciones. Un error no solo nos pondría en riesgo a nosotros, sino también a aquellos a quienes habíamos jurado proteger.

Cada uno de nosotros había sido moldeado por las misiones previas, acumulando cicatrices que nos recordaban los riesgos, pero también el compromiso que habíamos hecho. Charlie, con su precisión letal, se había convertido en nuestro francotirador; Bravo, con su capacidad para adaptarse en cualquier entorno, era nuestro hombre de infiltración y especialista en demoliciones; Echo tenía el don de la estrategia, y Delta, el experto en tecnología y comunicación, había perfeccionado el arte de entrar y salir sin dejar rastro. Yo, como Alpha, me había convertido en el pilar que los mantenía unidos, asegurándome de que cada misión fuera ejecutada al pie de la letra y solucionar de manera eficaz cualquier posible error cometido.

La carpeta de esta nueva misión era más gruesa de lo habitual, y al abrirla, una serie de fotografías y esquemas detallados de la jerarquía y líderes de la Yakuza ocupaban la primera página. Las instrucciones eran claras y concisas: neutralizar al jefe de alto nivel que representaba una amenaza para los intereses estratégicos de nuestro país en la región.

Bravo rompió el silencio que se había formado al revisar la carpeta.

—"Imposible" no es una palabra que me guste escuchar —murmuró, mirando el diagrama con una mezcla de determinación y suspicacia—. Pero si lo hacemos, seremos Spetsnaz. Eso no tiene precio.

—Tiene un precio —respondí, sosteniendo su mirada—. Un precio que debemos estar dispuestos a pagar, pase lo que pase.

El ambiente en la sala de planificación era tan denso como el acero. Cada uno de nosotros asintió en silencio, con la expresión tensa, conscientes de que lo que venía sería un desafío sin precedentes. Habíamos entrenado para esto, sabíamos lo que implicaba entrar en territorio enemigo, pero aquella misión era diferente.

Así comenzamos a planear, delineando los pasos en la pizarra y trazando cada fase como un mapa de guerra. Dividimos la misión en tres operaciones específicas: cada una debía ejecutarse con precisión milimétrica para garantizar el éxito final.

—Para acercarnos a Kaito, tenemos que entrar... directamente en su casa —comentó Echo, frunciendo el ceño mientras observaba los perfiles de seguridad de Kaito en Japón—. Pero su personal es exclusivo. No eligen guardaespaldas que no sean japoneses, y todos forman parte de su círculo íntimo. Entrenan a sus empleados desde jóvenes, los vuelven leales hasta la muerte. No podremos infiltrarnos como guardaespaldas, y menos tú, Alpha, como una sirvienta. Todos los vacantes son hijos de los empleados de confianza.

—Tiene que haber una forma de entrar —susurré.

Charlie, quien tenía el mapa de seguridad, negó con la cabeza, chasqueando la lengua con frustración.

—Alpha, llevamos una semana analizando cada posibilidad. No hay una entrada posible. Su sistema es cerrado. Nadie entra ni sale sin pasar por un filtro impenetrable.

Permanecí un momento en silencio, revisando las fotos, los archivos y cada página del expediente que teníamos sobre Kaito y su organización. Había algo aquí, alguna brecha que todavía no lograba ver. Si el acceso era imposible desde dentro, tendríamos que idear algo desde fuera.

—Entonces tenemos que llamar su atención de alguna forma —dije finalmente, mientras los demás me observaban. —¿Cómo se atrae la atención de alguien como Kaito?

—¿Eliminando a alguien importante para él? —aventuró Delta.

Fruncí el ceño, sopesando la sugerencia.

—No, algo mejor. —Una sonrisa se asomó en mis labios al tener una idea—. Nos interpondremos en su negocio. Aquí mismo. —Señalé Panamá en el mapa desplegado frente a nosotros—. Kaito tiene una ruta de contrabando valorada en cientos de millones de dólares. Si destruimos su cargamento, lo desestabilizaremos. Así, llamaremos su atención.

—Claro, llamaremos su atención y, de paso, pondremos un cartel en nuestras frentes que diga 'mátanos' —replicó Bravo, sarcástico—. Irá con todo por nosotros, sí, pero aún no estamos dentro de su casa.

Echo, que revisaba el expediente de Kaito, levantó la vista con una expresión pensativa.

—Tiene un hijo —murmuró, mirando en mi dirección—. Eres la única mujer en el equipo. Si logras acercarte y seducirlo, podrías despertar su interés hasta el punto de que intervenga para protegerte. Con suerte, hasta pedirá que te cases con él. Así podrías entrar directamente a su círculo.

—Es una buena idea —asentí, notando el plan formarse en mi mente—. Una vez dentro, analizaré la seguridad de Kaito, sus miembros clave y cada punto vulnerable que podamos usar a nuestro favor. Pero tan pronto eliminemos su cargamento, ustedes tendrán que desaparecer del radar.

Delta asintió, claramente satisfecho, y añadió:

—Podremos coordinar mediante una web. —Sacó una laptop y comenzó a teclear, mostrándonos un sistema que había desarrollado específicamente para misiones de alta confidencialidad—. Desde ahí, obtendremos información en tiempo real y monitorearemos cada movimiento clave. Nadie podrá interceptar nuestras comunicaciones, y cada dato se autodestruirá después de 24 horas.

Charlie, quien había estado observando en silencio, frunció el ceño.

—Habrá que prepararse para las torturas, porque si caemos en sus manos, probablemente intentarán quebrarnos. Deberíamos rompernos un par de huesos, golpes en el rostro, costillas para evaluar nuestro aguante. Necesitamos resistir hasta el último minuto, incluso si son varios los que nos golpean.

Sentí el estómago tensarse ante la idea, pero asentí sin dudar.

—Empezaremos mañana mismo con esas sesiones de resistencia. Nadie debe ceder, aunque eso implique ponernos al borde. Todos aquí saben lo que está en juego.

—Y también necesitamos aprender japonés —agregó Bravo, pensativo, mirando el diccionario en su mano—. No tiene sentido estar infiltrados si no podemos siquiera entender lo que hablan.

Rodé los ojos con una mezcla de exasperación y resignación.

—Justo cuando piensas que saber cinco idiomas es suficiente, resulta que tienes que aprender uno más —murmuré—. Detesto la idea, pero sí, tienes razón. Recuerden que nadie debe sospechar que estamos estudiando japonés, ¿queda claro?

El equipo asintió, algunos sonriendo ante el reto. Éramos soldados acostumbrados a cruzar líneas y desafiar probabilidades, y ahora, con esta misión, cada habilidad que poseíamos sería puesta a prueba.

[...]

(Meses antes de la boda)

Había pocas cosas en la vida que lograban provocar miedo en mi interior, y el fracaso en una misión ocupaba un lugar destacado entre ellas, sobre todo cuando dicha misión estaba intrínsecamente ligada a mi historial completo. Aquella encomienda representaba, sin lugar a dudas, el desafío más crucial que jamás había enfrentado.

Esta era mi última misión en la academia militar, el umbral que me separaba de la oportunidad de unirme a la élite de las fuerzas especiales rusas, Spetnaz. Después de esto, mi destino estaba a punto de cambiar, de sumergirme en un mundo de desafíos y pruebas intensas. Mis padres, quienes siempre habían observado con admiración cada paso de mi carrera militar, estaban a punto de presenciar el culmen de mis esfuerzos.

El anhelo de formar parte de las Spetnaz se había arraigado en mi corazón como un sueño persistente. Imaginaba uno o dos años intensos, forjándome en la disciplina y habilidades que solo esa unidad podía ofrecer. Pero sabía que esta oportunidad no se me concedería por mero deseo; tenía que ganármela.

Esta misión era la clave, el último paso antes de poder abrir las puertas de las fuerzas especiales.

Era una noche densa y húmeda en el sur de panamá. Mi equipo, cinco sombras en la oscuridad, avanzaba silenciosamente por la selva espesa. Cada uno de nosotros tenía un papel crucial en esta operación destinada a desmantelar los cargamentos que iban a ser enviados desde Panamá a China. Mi corazón latía con determinación, consciente de que el éxito de esta misión no solo aseguraría nuestra propia seguridad, sino que también enviaría un mensaje claro a aquellos que se atrevían a desafiar a mis superiores.

—Alfa, reporta posición —murmuró Echo por el comunicador.

—En posición y listos para proceder —respondí, sintiendo la humedad pegajosa en mi traje táctico. Odiaba la humedad.

Nos movimos con la sincronización precisa de un reloj suizo. Cada uno tenía su función asignada. Bravo, especialista en demoliciones, se preparaba para neutralizar el cargamento. Charlie, nuestro francotirador, vigilaba desde las alturas, asegurándose de que ningún enemigo se acercara sin ser visto. Delta, el especialista en electrónica, estaba listo para desactivar cualquier sistema de seguridad que encontráramos. Echo, el médico del equipo, esperaba en las sombras, preparado para actuar si la situación lo requería. Y yo, la líder estratégica del equipo, estaba a cargo de tomar decisiones cruciales, asignar roles específicos a los miembros del equipo y asegurarme de que cada uno cumpliera con sus funciones de manera precisa y eficiente, a su vez participaba en el campo de batalla por mi habilidad en el combate cuerpo a cuerpo y con las armas.

—Equipo, posición alfa confirmada. Todo en orden —susurré en el comunicador. Mis ojos recorrían el perímetro, vigilando cada rincón mientras Charlie, observaba desde las sombras, oculto y expectante—. Bravo, asegura la retaguardia. Delta y Echo, posición de avance. Reporten cada cinco minutos —establecí.

Las respuestas en código militar resonaban en mis oídos a medida que cada miembro confirmaba su posición.

Nos acercamos al almacén con la gracia de depredadores acechando a su presa.

—Tango en posición, visualizando posibles amenazas —informó Charlie, su voz apenas un susurro en el comunicador.

—Delta, desactiva las cámaras. Echo, mantén tus ojos abiertos —ordené, sintiendo la tensión aumentar a medida que nos adentrábamos en territorio enemigo.

El sonido apagado de las cámaras desconectándose fue una melodía silenciosa que marcó el comienzo de nuestra incursión.

—Bravo, asegúrate de tener las cargas listas para la extracción —instruí mientras avanzábamos.

Fue en ese momento que la confrontación se hizo inevitable. Un guardia, alertado por el ruido apagado de nuestras acciones, emergió de las sombras. Sus ojos encontraron los míos y supe que el combate era inminente.

—Tango, amenaza visual —anunció Charlie, su mirada a través del visor de su rifle.

—Lo veo.

Me desplacé velozmente hacia él y justo cuando estaba a punto de disparar, arrojó un cuchillo que impactó directamente en mi mano. Apreté los dientes y extraje la hoja, tomando rápidamente un lazo de mi cintura y enrollándolo ágilmente.

—Pretendía salir ilesa, me hiciste quebrantar mi propia promesa —una sonrisa de orgullo se dibujó en su rostro y yo asentí. Se la quitaría en cuestión de minutos.

El guardia corrió hacia mí y lanzó un puñetazo que esquivé, aprovechando la extensión de su brazo para golpear su costilla con mi codo, fracturándola. Un gemido ahogado escapó de él, y sin perder ni un segundo, agarré su brazo y ejecuté una llave. Observé de reojo cómo su mano se dirigía hacia mi rostro y la esquivé ágilmente, inclinándome hacia atrás. Simultáneamente, saqué el cuchillo que tenía ajustado en mi pierna y se lo hundí en un movimiento fluido por su tráquea.

—Guardia neutralizado —seguimos avanzando.

La puerta del almacén se abrió ante nosotros, revelando los cargamentos que amenazaban con alimentar el poder de nuestros enemigos.

—Bravo, procede con la demolición —ordené—. Delta, encárgate de la seguridad física. Tango, vigila nuestro flanco.

Mi equipo se movía coordinadamente, cada miembro cumpliendo.

El sonido lejano de pasos desconcertó mi concentración.

—Echo, posible amenaza. Mantengan la posición.

—Patrulla de seguridad entrando —susurró Charlie—. Diez.

—Bravo, conmigo. Delta y Echo, aseguren la tercera salida —comandé. Si podía evitar la confrontación lo haría.

Antes de retirarnos, la instalación del dispositivo de rastreo marcó la última fase de la operación.

—Charlie, confirmación del dispositivo. Extraemos en T menos cinco —anuncié. Las respuestas eran rápidas, la sincronización perfecta.

Con las cargas explosivas listas y nosotros lo suficientemente alejados, di la señal.

—Bravo, activa las cargas —ordené en voz baja.

Un estallido ensordecedor retumbó en el aire mientras una llamarada de fuego envolvía el cargamento y la patrulla de seguridad cercana, convirtiendo todo en escombros. La destrucción era total, el golpe había sido certero.

—Operación exitosa, señores. Regreso a la base.

Nos dirigimos a un área privada del aeropuerto. Sabíamos que este era el último momento que estaríamos juntos en meses, o tal vez más, todo dependía de cuánto tiempo me llevaría completar la segunda fase. En silencio, nos observábamos, conscientes de que esta despedida podía ser definitiva para algunos.

—Justo ahora estamos siendo grabados por las cámaras. Kaito verá cada uno de nuestros destinos, pero recuerden: una vez que lleguen, deben tomar otro vuelo en incógnito y desaparecer hacia su destino final —advertí, asegurándome de que entendieran la importancia de cubrir nuestras huellas.

Hubo un momento de silencio pesado, roto solo por el ruido lejano de los motores de los aviones.

—No sabemos si todos viviremos —confesó Charlie, su voz más seria de lo habitual—. Así que quiero aprovechar para decirles que ha sido un honor pertenecer a este equipo.

Bravo, siempre el pragmático, asintió lentamente antes de hablar.

—Solo diré que, si alguno cae en esta misión, eso tiene que ser una motivación para que el resto la complete. No puede haber margen de error.

Pasé la mirada por cada uno de ellos, grabando sus rostros en mi mente, notando el fuego de la determinación que brillaba en sus ojos. Respiré profundo, sintiendo la presión de lo que estaba por venir.

—Mataremos a Kaito —declaré, con una voz que no dejaba lugar a dudas—. Incluso si significa morir en el intento.

Asintieron, y en ese instante sellamos el compromiso final. Nos despedimos con un último gesto de respeto. Así, con un último vistazo, nos dispersamos.

Acababa de iniciar la segunda operación, y el peso de la misión recaía ahora en mis manos.

Fin del flashback


VOTEN Y COMENTEN. 

LOS AMO.

¿OTRO CAP? 

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