CAPÍTULO 39


POV LIA ROMANOVA

Cuando Kai llegó alrededor de las nueve de la noche a mi habitación y me contó lo que había sucedido con su madrastra, supe que era cuestión de tiempo antes de que Kaito apareciera. Como aún no podía hacer nada contra él, necesitaba ganar tiempo, así que le pedí que durmiera conmigo. Quizás su padre lo pensaría dos veces antes de irrumpir en mi cuarto.

Pero cuando sentí algo frío en mi cuello, supe que ni siquiera llegó a considerarlo.

Abrí los ojos lentamente y vi a uno de los guardias de Kaito. Llevó un dedo a sus labios en señal de silencio y me indicó la puerta. Bajo la cama, apreté el brazo de Kai con toda la fuerza que pude, intentando despertarlo.

Asentí hacia el guardia y me levanté con cautela.

Kai estaba profundamente dormido, y el apretón de mi mano en su brazo no lo despertó de inmediato. Maldije internamente por haber confiado en que su presencia podría protegerme. Su padre no era un hombre que respetara límites, ni siquiera los más sagrados.

El guardia mantuvo el dedo sobre sus labios. Sabía que no podía hacer nada para evitar lo que vendría. Me levanté lentamente, deslizando las mantas sin hacer ruido, sintiendo el frío de la habitación clavarse en mi piel como una advertencia. Mi cuerpo estaba alerta, con cada nervio encendido.

Caminé hacia la puerta, con pasos suaves, casi inaudibles, mientras el guardia me seguía de cerca. A medida que avanzaba, mi mente trabajaba frenéticamente, buscando una manera de ganar tiempo, de evitar lo inevitable.

El pasillo estaba vacío, frío y silencioso, excepto por el eco de nuestras pisadas. El guardia me condujo hasta una sala oscura, mal iluminada por una sola lámpara tenue que proyectaba sombras inquietantes en las paredes. Al entrar, lo vi: Kaito estaba sentado en una silla, su rostro serio, las líneas de la edad marcadas en su piel, pero su mirada...

Estaba en problemas, eso lo sabía, y aun así no pude evitar reírme.

Me crucé de brazos, con una sonrisa burlona dibujada en mis labios.

—Necesito dormir, Kaito —expliqué, manteniendo la voz ligera, casi juguetona—. Quiero lucir esa "aura hermosa y gentil" que todas las mujeres tienen el día de su boda, ¿sabes?

Él se levantó de la silla lentamente. La luz tenue de la lámpara proyectaba sombras siniestras en su rostro, haciendo que sus ojos brillaran con una furia contenida.

—Has sentenciado tu maldita tumba, perra —gruñó con la voz cargada de veneno—. Te torturaré, y desearás cada segundo no haber puesto un pie en esta casa.

Escupió al suelo cerca de mis pies, su desprecio más claro que nunca. La amenaza en su mirada era tan intensa que sentí el peso de cada palabra.

—Tus restos se los daré de comer a mis animales —continuó, mientras sus labios se torcían en una sonrisa cruel—. Lo único que tu maldita familia recibirá de ti será tu cabeza.

Cuando hizo una señal al guardia que me había traído, mi cuerpo reaccionó antes de que pudiera pensar. Fui más rápida, agarrando el brazo del hombre con una fuerza que lo tomó por sorpresa. Con un giro preciso, lo hice arrodillarse frente a mí, y con un movimiento práctico, le rompí el cuello. El sonido seco resonó en la sala, y el cuerpo del guardia cayó al suelo como un saco vacío.

Me acerqué a él.

—No volverás a tocarme —susurré entre dientes—. Te respeto, Kaito. Ahora tú respétame a mí. Soy tu familia ahora, y sería mejor que empieces a actuar como tal, como mi padre.

Me miró con desdén, sus ojos oscuros reflejaban una ira contenida que podía explotar en cualquier momento. Dio un paso hacia mí, acortando la distancia entre nosotros.

—Nunca serás mi familia... —espetó, su aliento cálido chocando contra mi rostro.

Inspiré hondo, obligándome a mantener la calma, aunque el peligro estaba a solo un paso de distancia. Tenía que jugar mis cartas con cuidado.

—Kai me contó lo que pasó —dije, mi tono más suave pero aún firme—. No sabía que ella estaba embarazada. No tuve nada que ver con lo que le hicieron. —Hice una pausa, buscando sus ojos—. ¿Fue lo mismo que me diste a mí, no?

Su rostro se endureció aún más, pero una risa seca y amarga escapó de su garganta. Se acercó, sus labios retorciéndose en una sonrisa cruel mientras su mirada se oscurecía.

—¿De verdad crees que yo mataría a mi propio hijo? —Su tono era sarcástico, pero también había algo más profundo, algo roto en sus palabras.

Retrocedí un paso, manteniendo la distancia mientras continuaba la conversación.

—Creo que cometiste un error... y no me vas a golpear por ser tan inepto, ¿verdad? —le respondí, con una sonrisa ladeada mientras alzaba una ceja—. Además, tu hijo me espera en mi cama. ¿Puedo irme ya?

De repente, se movió con rapidez, agarrando mi rostro con una mano, sus dedos clavándose en mi piel. La fuerza de su agarre hizo que me doliera, pero me negué a mostrar debilidad.

—¿De verdad crees que te dejaré salir viva de aquí? —se rió, y en ese momento vi cómo varios hombres emergían de las sombras—. Te arrepentirás de haber matado a mi hijo. Te haré desear la muerte.

Observé rápidamente a los hombres, calculando distancias y movimientos. Sabía que estaba rodeada, pero no me permitiría caer sin luchar. Estaba preparada para lo peor, cuando de repente, la figura de Kai apareció en la puerta.

—¿Qué diablos está pasando aquí?

Me vio, y en un instante, corrió hacia mí, interponiéndose entre su padre y yo, posicionándome detrás de él como un escudo protector.

—¿Por qué la tienes aquí, padre? —exigió saber, su cuerpo tenso, listo para atacar.

¡¿Acaso no es obvio?! —Kaito rugió, totalmente fuera de control—. ¡Tú perra mató a mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Sufrirá la peor de las muertes!

Sabía que tenía que mantener la fachada. Fingir que no entendía el japonés me estaba resultando cada vez más difícil, pero era esencial para seguir con el plan.

—¡Lia no fue! —respondió con la voz temblorosa de frustración—. ¡¿Acaso la viste bajar a la cocina?! ¡No ha pisado nunca ese lugar!

Kaito no lo aceptaba, su odio nublaba cualquier razón. Era evidente que estaba decidido a culparme.

Entonces alguien lo hizo por ella —gruñó, sin ceder ni un centímetro.

—¿No has considerado que pudo ser un error de tus cocineras?

Aproveché la pausa en la discusión para susurrar, actuando como si estuviera asustada.

—Kai, ¿qué está pasando? ¿Qué están diciendo? —dije, con un falso temblor en la voz. Pero todo lo que obtuve fue un apretón firme en mi brazo, su forma de decirme que mantuviera la calma.

Es imposible —escupió su padre—. Ella lo hizo... Apártate, o serás mi enemigo también.

No podía ver el rostro de Kaito, pero su tono me lo decía todo: estaba dispuesto a matar a su propio hijo si era necesario.

Lia es mi futura esposa —sentenció con firmeza—. No la tocarás. No volverás a ponerle una mano encima.

Era tu hermano. Tu deber es vengar su muerte.

Lo haré, padre. Pero con la persona correcta. No mataré a una inocente.

Kai giró su cabeza hacia mí, y comenzamos a caminar hacia la salida, pero las palabras de Kaito nos detuvieron.

¿Qué crees que hará ella cuando se entere de que tuviste que ver con su aborto?

El mundo se detuvo por un segundo. Tomó todo mi autocontrol para no reaccionar. Mi corazón latía con fuerza, pero no podía permitirme perder la calma. Simplemente, apreté la mano de Kai y lo arrastré fuera de la sala.

Si le dices algo, si le cuentas...Ya no tendrás un hijo.

Aunque el dolor y la furia me consumían por dentro, mantuve el paso firme. Cada paso que daba, sentía la tensión en mi cuerpo, una mezcla de rabia y desesperación contenida. Pero no podía permitirme el lujo de perder el control, no ahora.

—No me está gustando no entender lo que dicen cuando hablan en su idioma —murmuré, mi tono algo cortante—. Tendré que empezar a practicar japonés, ¿no crees?

Kai se detuvo, girando su cabeza hacia mí. Sus ojos, llenos de algo indescifrable, se clavaron en los míos. Antes de que pudiera reaccionar, sus manos tomaron mi rostro con una firmeza sorprendente. Entonces, sin previo aviso, me besó. Sus labios chocaron contra los míos con una intensidad que me tomó desprevenida, moviéndose con urgencia, como si ese beso fuera la única forma de expresar todo lo que no podía poner en palabras. Mi mente quedó en blanco por un momento. Todo lo que sentía era la presión de su cuerpo contra el mío, su calor, el sabor amargo de la tensión en el aire. Y sin embargo, dentro de mí, solo quería matarlo. Quería que su vida terminara entre mis manos, sentir su sangre fría deslizándose por mis dedos. Pero sabía que no podía. No ahora.

La frustración se acumulaba dentro de mí, un veneno que me estaba carcomiendo. Así que, en lugar de rechazarlo, hice lo que siempre hacía: me adapté. Correspondí a su beso, dejé que mis labios se movieran contra los suyos con la misma intensidad. Sin embargo, en mi mente, no era Kai a quien besaba.

Era Artem.

Imaginé el rostro de Artem, su mirada intensa, su tacto sobre mi piel. Me dejé llevar por esa fantasía, pretendiendo que esos labios pertenecían al hombre que verdaderamente quería. Pero cuando mis ojos se abrieron brevemente y vi a Kai frente a mí, la amargura regresó con fuerza.

—No tienes por qué aprenderlo, no importa —susurró.

—Está bien —respondí, con la intención de alejarme, pero me detuvo con un firme agarre en mi brazo. Lo miré, confundida—. ¿Qué pasa?

—Quiero hacerte mía, Lia —murmuró entre mis labios, su voz ronca con un deseo palpable. Sentí su aliento en mi piel cuando mordió mi labio inferior con esa mezcla de posesividad y necesidad—. Quiero cogerte, sentirte... deseo borrar cualquier rastro de otro hombre en tu vida.

Las palabras me golpearon como una bofetada. Lo empujé lejos de inmediato, la repulsión burbujeando en mi pecho como lava.

—¿Acabo de perder a mi bebé, tú acabas de perder a tu hermano, y lo único que puedes pensar es en follar? —inquirí. Lo miré, mi enojo tangible en cada palabra que pronunciaba—. ¡¿Qué mierda de insensible eres?!

Mi corazón latía desbocado, y sentí un nudo formarse en mi garganta.

Lo miré por un segundo más, sus ojos desorientados y desconcertados. Sin darle tiempo a responder, me di la vuelta rápidamente y me dirigí a mi habitación, dejándolo solo en el pasillo.

[...]

Para la mañana siguiente, la ansiedad me consumía. Estaba a solo un día de que todo se definiera, de que el plan llegara a su fin, y no podía controlarme. Había pasado demasiado tiempo, demasiados sacrificios, demasiadas muertes, y horas interminables de entrenamiento para llegar hasta este punto. Y aun así, el miedo a cometer un error me atenazaba el pecho.

Cuando Chan llegó con el desayuno, no pude contenerme. Apenas entró, la abordé sin rodeos.

—Necesito un favor —dije sin preámbulos.

Ella tragó con dificultad, pero asintió, esperando instrucciones.

—¿Recuerdas la página web? —continué, sin perder tiempo.

—Sí, escribí lo que me dijiste la última vez —respondió con cautela.

—Ahora necesito que coloques las coordenadas de esta casa en el muro. —Mi voz fue baja, pero firme—. También agrega que será una reunión familiar y que los espero a todos.

Chan frunció el ceño, su rostro lleno de incertidumbre.

—¿Qué quieres decir con ello? —preguntó, la duda y el temor reflejándose en sus ojos.

—No hagas preguntas, solo escucha. —Agarré su hombro suavemente—. Los guardias que estarán vigilando el terreno suelen llevar siempre una bebida consigo. Quiero que coloquen veneno en esas bebidas. Todos tienen que morir, Chan. Son leales a Kaito, y más adelante serán un problema que no puedo permitirme.

Un destello de dolor cruzó por su mirada mientras me escuchaba.

—Algunos de ellos son... amigos.

—Lamento tu pérdida —murmuré, genuinamente, intentando encontrar algo de empatía en medio del caos—. Pero van a morir. No puedo dejar cabos sueltos. Los cabos sueltos siempre terminan siendo una pesadilla, y no puedo permitirme errores en este punto. Espero que entiendas la razón.

Su ceño se frunció aún más, y negó lentamente con la cabeza.

—Todos ellos tienen una familia, hijos... ¿Vas a dejar a esos niños sin un padre? —cuestionó con un tono lleno de reproche, como si buscara una chispa de humanidad en mí.

Suspiré, bajé la mirada por un momento y luego volví a clavar mis ojos en los suyos. Ella se apartó un poco.

—En serio, lamentaré la pérdida de esos niños —admití, aunque mis palabras sonaban vacías incluso para mí—. Pero te prometo que tendrán un pago por su padre, suficiente para vivir bien. No quedarán desamparados.

Sonreí, aunque sabía que no servía de mucho. Me alejé unos pasos, pero sus palabras me detuvieron.

—¿No sientes al menos un poco de pesar por las vidas que vas a arrebatar?

Me giré lentamente hacia ella, con una sonrisa enigmática, y alcé la mano llevándola a mi oído como si escuchara algo en el aire.

—¿Escuchas eso?

—No... ¿qué cosa? —preguntó, su confusión evidente.

—Son las campanas de mi boda... —susurré con una sonrisa torcida—. Mi perfecta boda.

Y con esas palabras, me alejé, dejando atrás no solo a Chan, sino también el último vestigio de cualquier duda que pudiera haber sentido.

[...]

—¿Tengo que preocuparme por tu padre? —pregunté en medio del almuerzo, manteniendo la voz tan casual como pude.

Solo estábamos Kai y yo, sentados en esa larga mesa, compartiendo una comida en silencio, pero sabía que Kaito podría aparecer en cualquier momento, y matarme.

Él levantó la vista de su plato y me observó por un momento antes de responder.

—Están dándole el último adiós a su hijo... —Su tono fue bajo, casi ausente—. Volverán en la noche.

Tomé un sorbo de agua, intentando procesar la información, pero mi mente no dejaba de calcular riesgos y posibilidades. Me incliné hacia él, dejando que mi mano descansara sobre la suya.

—Lamento mucho que hayan perdido a su bebé... —dije en voz baja, buscando sus ojos—. Lamento lo de tu hermano. Nadie debería pasar por ese tipo de dolor.

Asintió lentamente, como si estuviera procesando mis palabras.

—Gracias.

El silencio volvió a llenar el espacio entre nosotros.

—¿Nuestra boda se pospondrá? —pregunté después de un rato, con la voz lo más tranquila que pude—. Sería una lástima, ¿no crees? Supe que ya está todo preparado... los líderes de las familias vendrán... ¿Qué vamos a hacer?

Kai soltó un suspiro y apartó su plato.

—Nos casaremos mañana, pase lo que pase. Nadie impedirá nuestra boda... ni siquiera mi padre. ¿Está bien?

Lo miré por un momento, analizando la determinación en su rostro, antes de sonreír suavemente.

—Está bien.

Continué comiendo en silencio, pero de vez en cuando lo observaba de reojo. Parecía... feliz. Malditamente feliz. Pero sabía que la felicidad era efímera, una ilusión fugaz que nos hacía creer por un breve momento que todo estaba bien. Y pronto, muy pronto, esa burbuja estallaría.

Al terminar de comer subí a mi habitación, tenía que medirme el vestido de novia que utilizaría, sería uno no tradicional de la cultura japonesa, pero si referente a ella.

—Será la novia más hermosa de todas —susurró la confeccionista con una sonrisa, mientras ajustaba el vestido con delicadeza—. En cuanto supe de la boda, supe que este debía ser el vestido.

—Acertó —admití, observándome en el espejo—. Ahora quítamelo, necesito descansar para mi gran día.

A pesar de todo lo que estaba pasando, una pequeña chispa de emoción se encendía en mi interior. Era un sentimiento que no experimentaba desde hacía mucho tiempo, exactamente desde que me llamaron privadamente porque mis superiores conocían mi anhelo. De eso ya hacía un año.

—El equipo que la arreglará llegará temprano por la mañana. —Me recordó—. Duerma temprano, y más tarde pasarán para darle los baños con flores que harán que su piel luzca radiante.

—Perfecto —respondí, pero mi mente estaba en otro lugar.

Esperé a que se fuera y me recosté en el sofá que daba directo al gran ventanal. Estos días me sentía siempre al límite, enfocada únicamente en el día de mañana y en lo que ocurriría. Tanto así, que no había tenido tiempo para pensar en Artem.

Me daba cuenta de que la distancia había dejado de ser una anomalía para convertirse en nuestra norma. Nos habíamos acostumbrado tanto a la ausencia del otro, que cuando por fin compartíamos el mismo espacio, el silencio entre nosotros era más ensordecedor que cualquier palabra.

Era triste, sí, pero era nuestra verdad. Ahora, cada uno de nosotros estaba escribiendo un capítulo distinto en un libro compartido, un libro en el que nuestras historias seguían caminos paralelos, sin saber cuándo, o si alguna vez, nuestras páginas se encontrarían para escribir juntas una sola historia.

—Tal vez nunca —susurré, sintiendo un golpe seco en mi abdomen.

Amaba a Artem, o al menos eso creía. En realidad, nunca supe lo que era estar verdaderamente enamorada, porque el amor había eludido mis brazos hasta ahora. Él había sido una constante en mi vida desde que tengo memoria. Desde niña, lo veía como el mejor: el más inteligente, el más ingenioso. Lo idolatraba, y quizás en aquel entonces confundí esa admiración profunda con enamoramiento. Quizás siempre fue eso lo que sentí por él, que cambió su forma y se transformó en algo más cuando regresé de la academia.

No sabía qué vendría después, había asesinado a su hermana, y aunque no me arrepentía de ello, siempre habría una sombra de dolor en su corazón que me atormentaría. Sin embargo, mi deseo de tenerlo en mi vida como mi pareja sentimental ardía con fuerza, aunque en este momento esa meta se sentía lejana. A pesar de la distancia que nos separaba, sabía que no era un deseo imposible de alcanzar.


SE VIENEEEE

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