CAPÍTULO 36


POV LIA ROMANOVA


Había tomado suficientes analgésicos como para no sentir el más mínimo rastro de dolor, por lo que cuando llegué al comedor, Kaito se sorprendió al verme caminar con tanta naturalidad. Su expresión se mantuvo neutral, pero sus ojos dejaron entrever una ligera sorpresa.

—Oyabun —lo saludé con una leve inclinación.

Me observó detenidamente antes de responder con su habitual tono frío y autoritario.

—Te ves mejor.

—Me siento mejor —reconocí con una sonrisa suave, aunque falsa, tomando asiento junto a mi prometido. Miré a su esposa, sentada a su otro lado, con su rostro sereno, pero los ojos cansados—. ¿Y tú, cómo te sientes? —cuestioné con aparente preocupación—. El otro día mencionaste que no te encontrabas bien.

Antes de que ella pudiera responder, Kaito intervino con voz seca.

—Ella se encuentra mejor ahora —dijo, como si quisiera cerrar el tema de inmediato.

Asentí en silencio, dándome cuenta de que no había espacio para más preguntas. El ambiente en la sala estaba cargado de una tensión sutil, pero palpable. Nos sirvieron la comida, y el silencio volvió a reinar, roto únicamente por el sonido metálico de los cubiertos contra los platos. Todo parecía transcurrir con esa calma forzada que era común en esa casa.

Cuando terminamos de comer, Kaito se levantó lentamente de su asiento.

—Vamos a mi sala privada. Necesito hablar con ustedes —dijo, dándonos una orden más que una invitación.

Nos levantamos en silencio y lo seguimos. Al llegar, nos acomodamos en los sofás de cuero oscuro, rodeados por las paredes cubiertas de arte tradicional japonés, que siempre me resultaba opresivo, como si esas figuras antiguas juzgaran cada uno de mis movimientos.

Él tomó asiento en su sillón preferido y nos observó con una mirada fría antes de hablar.

—Quiero informarles que los preparativos para la boda ya comenzaron hace dos días. —Su tono fue tajante, sin espacio para discusión. Fruncí el ceño ante sus palabras, sintiendo un nudo formarse en mi estómago—. La boda será al finalizar la semana.

—¿Qué? —solté sin poder evitarlo, mi voz escapó más rápido de lo que mi mente pudo procesar.

—Sí, se casarán el sábado por la tarde. Será una ceremonia íntima. Espero que entiendas por qué no podrá asistir ningún miembro de tu... antigua familia.

Abrí la boca para protestar, pero en ese momento, trajeron té y galletas. Tomé una taza, mis manos temblaban levemente.

"Dicen que el té ayuda con el estrés", pensé mientras sorbía un poco, esperando que esa calma me invadiera.

—Es mi boda, yo debería poder planearla —dije finalmente, con un hilo de voz que apenas ocultaba mi molestia.

Él esbozó una sonrisa gélida, mientras se inclinaba ligeramente hacia mí.

—Mi esposa está encargándose de todo. Ella conoce nuestras costumbres mejor que tú... —Su mirada se oscureció—. Tú solo lo arruinarías.

Bajé la vista, luchando por mantener la compostura. Volteé a mirar a Kai en busca de apoyo, pero solo apretó suavemente mi pierna.

—Aun así, padre —intervino, rompiendo el tenso silencio—. Quiero que Lia esté involucrada en las decisiones... es nuestra boda, y quiero que mi futura esposa se sienta cómoda.

El nombrado lo observó en silencio, evaluando cada palabra. Su mirada parecía pesar sobre Kai, pero después de unos segundos eternos, asintió con un gesto mínimo.

—Está bien —gruñó entre dientes, con una nota de exasperación en su voz—. Coman rápido, tengo que irme a descansar.

Asentimos, pero apenas procesé sus palabras.

Mientras me llevaba la taza de té a los labios y bebía, el mundo a mi alrededor pareció desvanecerse en un murmullo lejano. Los pensamientos, que antes estaban dispersos, comenzaron a alinearse, y cada detalle insignificante que había pasado por alto en los últimos días cobró un nuevo sentido, revelando finalmente una verdad aterradora.

Mi salud estaba perfecta antes de llegar aquí, lo sabía. Había estado bajo mucho estrés, pero físicamente, no había nada fuera de lo común. Sin embargo, algo había cambiado, y rápidamente. El malestar que me había perseguido las últimas semanas era más que una simple coincidencia. Recordé lo que Kai me había advertido acerca de la comida, y cómo cada plato que consumía en mi habitación siempre era revisado minuciosamente por Chan, la cocinera de confianza. La primera semana me sentí bien. Todo parecía normal. Pero entonces comencé a comer en el comedor con ellos. Fue en ese momento cuando mi salud empezó a deteriorarse. Cada vez que la comida no provenía de Chan, algo iba mal. El malestar empezó lentamente, casi imperceptible al principio: mareos, náuseas, una fatiga inexplicable que no se correspondía con el agotamiento emocional. Pero la pregunta que más me atormentaba era: ¿por qué solo yo? Todos en la mesa comíamos lo mismo, en las mismas porciones.

Mi corazón latía con fuerza mientras mis ojos recorrían la habitación, tratando de encontrar una respuesta. Y entonces la vi. A ella. La esposa de Kaito, sentada con esa tranquilidad que siempre me había resultado inquietante. Su delicada mano se movía con gracia, pero me di cuenta de algo crucial: estaba comiendo las galletas, pero no había tocado el té.

Los recuerdos golpearon mi mente con la fuerza de una tormenta.

—¿Por qué no has probado la sopa?
—Estoy enferma. Si como, vomitaré —respondió, su tono seco, sin darle mayor importancia.

Ese patrón se repetía constantemente. Siempre había algo que ella no comía, siempre encontraba una excusa. Mi corazón comenzó a acelerarse mientras las piezas del rompecabezas se ensamblaban a una velocidad vertiginosa.

Ella estaba embarazada.

Evitaba ciertos alimentos, y no solo por capricho. Lo hacía para proteger al bebé que llevaba dentro. Pero entonces, un pensamiento más oscuro me atravesó: ¿por qué, incluso estando embarazada, no era un riesgo para ella comer algunas cosas que claramente evitaba? A menos que... hubiera algo en la comida que fuera peligroso. Algo que pudiera afectar a un bebé. A su bebé. Algo que estuvieran controlando cuidadosamente.

Mi cuerpo comenzó a temblar cuando una idea aterradora y paralizante me golpeó como una ola helada.

Oh, Dios.

El té se deslizó de mis manos y cayó al suelo, el sonido del impacto casi inaudible en comparación con el caos que estallaba en mi mente. Mis pensamientos se arremolinaron, rápidos y desordenados, pero uno se destacó entre todos.

Yo... yo también estoy...

Mi respiración se aceleró, y mis manos se apretaron contra el mueble en un intento desesperado por mantenerme firme. No podía ser verdad. No podía. Pero todos los signos estaban ahí. Los mareos, las náuseas, el agotamiento inexplicable que había comenzado en las últimas semanas. Lo había ignorado, atribuyéndolo al estrés y a la tensión constante de este infierno en el que estaba, pero ahora todo tenía sentido. La comida que habían estado dándome no estaba afectando a los demás porque no era para ellos. Era para mí y para el bebé que, hasta ahora, ni siquiera sabía que estaba creciendo dentro de mí.

Sentí el peso de esa revelación aplastándome el pecho, robándome el aliento. Mi mente viajaba a mil por hora, intentando procesar lo imposible. Estaba embarazada del hijo de Artem... en medio de una guerra que yo había empezado a propósito, en una casa donde la traición acechaba en cada esquina, donde cada bocado de comida podía ser un veneno. Y ahora no era solo yo a quien ponía en riesgo.

Era mi bebé.

Mis ojos se encontraron con los de la esposa de Kaito, y por un segundo, sentí que ella lo sabía. Esa calma que siempre la rodeaba ahora me parecía más siniestra. Ella había sido consciente todo este tiempo. ¿Acaso sabía que yo también estaba embarazada? ¿Estaba haciendo algo para protegerse a sí misma, mientras yo me hundía en la ignorancia?

El miedo se convirtió en un nudo en mi garganta, apretando hasta que me costaba respirar. Mi visión se nubló por un momento. Necesitaba aire. Necesitaba pensar.

Me levanté con torpeza.

—¿Lia? —Kai se puso de pie inmediatamente, su voz grave y preocupada—. ¿Qué ocurre?

No podía hablar. No podía explicarlo. Solo podía mirar su rostro, esos ojos oscuros que me observaban con una mezcla de confusión y alarma. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que se me rompería el pecho.

—Necesito... necesito salir —murmuré, pero mi voz sonaba lejana, como si fuera otra persona hablando.

Kai me alcanzó en un segundo, su mano firme en mi brazo, impidiéndome tambalearme.

—Lia, ¿qué sucede? —insistió, su voz más urgente.

—Estoy bien. —Mentí, forzando una sonrisa débil, y apartando su mano con suavidad—. Solo necesito descansar un poco. Ha sido un día largo.

Me observó por un largo momento, sus ojos evaluando cada pequeño detalle de mi expresión, como siempre lo hacía. Finalmente, asintió, aunque la preocupación no abandonó su rostro.

—Te acompañaré —dijo, pero negué rápidamente con la cabeza.

—No. Necesito estar sola un momento. De verdad. —Mi voz salió más suave, casi suplicante, luchando por no quebrarse bajo su mirada.

Kai dudó, sus ojos buscando respuestas que no le daba, pero finalmente cedió. Aunque se apartó y volvió a su asiento, sabía que no me perdería de vista. Sabía que no me dejaría sola del todo, pero ese era el único momento que tendría. Tenía que actuar rápido.

Caminé hacia la salida, cada paso pesado como si el mismo suelo quisiera atraparme. El terror me envolvía, oscuro y sofocante, pero dentro de mí algo comenzó a arder con una fuerza nueva. Una voluntad feroz, imparable, se alzaba. No solo tenía que sobrevivir por mí. Nosotros teníamos que sobrevivir. La vida que crecía dentro de mí no merecía ser extinguida por los caprichos crueles de un hombre como Kaito.

Subí las escaleras con rapidez, ignorando el dolor punzante de mis costillas y la molestia de mi herida. Nada de eso importaba ahora. Mi único pensamiento era llegar al baño antes de que el veneno en el té comenzara a hacer efecto. Mis piernas temblaban, pero seguían moviéndose. Solo unos pasos más, Lia, me repetí.

Cuando finalmente alcancé mi habitación, me lancé al baño, desesperada, y traté de inducir el vómito. Tenía que expulsarlo todo, pero mis manos temblaban tanto que apenas lograba coordinar mis movimientos. Antes de que pudiera meter los dedos en mi boca, una mano firme me apartó bruscamente y me volteó con violencia. Todo sucedió en un instante.

—¿Crees que es así de fácil? —la voz de Kaito se deslizó como una serpiente justo antes de que su mano se estrellara contra mi mejilla.

El golpe me lanzó contra el suelo, y sentí el impacto de mi cabeza contra el filo de la taza del baño. El dolor fue inmediato, agudo y cegador. Gemí mientras la sangre caliente comenzaba a deslizarse por mi rostro. Todo a mi alrededor giraba, el mundo se deformaba en una espiral caótica. La habitación comenzó a girar a mi alrededor, las paredes parecían cerrarse, pero no podía permitirme el lujo de perder el conocimiento. Tenía que resistir.

Volví a intentar llevar mis dedos a mi garganta, desesperada por sacar el veneno que sabía que corría por mi cuerpo. Pero fallé. Mis manos temblaban demasiado.

—¡¿De verdad crees que no me daría cuenta?! —gritó con furia. Su voz retumbaba en las paredes del baño, y cada palabra era como una bofetada—. ¡No vas a tener a ese bastardo! ¡No seré abuelo de un bastardo!

Intenté levantarme, pero todo a mi alrededor seguía girando. Mi cuerpo no respondía como quería, y el dolor punzante en mi cabeza hacía que cada movimiento fuera más difícil. Me tambaleé, intentando mantenerme consciente mientras él me lanzaba un nuevo golpe, esta vez agarrando un puñado de mi cabello con una fuerza que me arrancó un grito. Me obligó a levantar la cabeza, tirando de mí con una violencia aterradora.

—Déjame... —susurré, mi voz débil, casi inaudible—. Déjame, o habrá consecuencias.

Mis palabras eran una amenaza vacía, pero él se detuvo por un segundo, sus ojos oscuros examinándome como si considerara la posibilidad. Luego, una sonrisa cruel se dibujó en sus labios, como si mi desafío le resultara patético.

—No, no habrá ninguna consecuencia —escupió—. Porque ya estoy eliminando al bastardo que se interpone entre mi hijo y tú.

Tiró de mi cabello con más fuerza, haciendo que mi cuello se tensara dolorosamente. El dolor en mi cuero cabelludo era insoportable, pero lo que más me desgarraba era el terror que sus palabras sembraban en mi corazón. Sentí las lágrimas brotar de mis ojos, pero me negaba a mostrarle el miedo que me carcomía por dentro.

—¿En serio eres tan estúpida? —Se burló, su rostro apenas a unos centímetros del mío, sus ojos inyectados de odio—. Una mujer tiene su ciclo menstrual... y tú no lo has tenido desde que llegaste. Me fijo en cada maldito detalle de todos los que viven en esta casa.

Su aliento caliente chocaba contra mi piel, y sus palabras me hacían sentir pequeña, indefensa. No había escapatoria. Kaito había planeado todo desde el principio. Cada comida, cada mirada, cada silencio en esa mesa había sido parte de su control absoluto. Me había estado observando, esperando el momento perfecto para golpear.

—Voy a asegurarme de que no quede rastro de ese bastardo —susurró con veneno en la voz mientras jalaba mi cabello con más fuerza, obligándome a mirarlo.

Mi corazón latía con una mezcla de pánico y odio. Sabía que no tenía límites, que haría lo que fuera necesario para mantener su poder y su control sobre Kai. Pero algo dentro de mí se resistía a rendirse. No podía dejar que me destruyera. No podía dejar que destruyera a mi bebé.

Con el último vestigio de fuerza que me quedaba, me revolví, luchando por liberarme de su agarre. Mi cuerpo se movía casi por instinto, impulsado por la desesperación. Kaito se tambaleó por un momento, sorprendido por mi resistencia, y aproveché ese segundo para arremeter con toda mi fuerza. Le clavé las uñas en la mano que me sostenía, sintiendo su piel rasgarse bajo mis dedos. Su gruñido de dolor me dio un pequeño destello de satisfacción.

—¡Maldita perra! —exclamó, soltándome de golpe.

Caí al suelo con un estruendo sordo, jadeando, mi cuerpo completamente agotado, pero mi mente seguía luchando con una voluntad desesperada. No podía rendirme ahora. Me arrastré hacia la puerta del baño, con las manos temblorosas y el sudor frío resbalando por mi frente. Cada segundo contaba, cada movimiento lento podría ser el último si no lograba escapar. Sabía que no tenía mucho tiempo antes de que volviera a atacarme.

Pero entonces, un dolor intenso, como un latigazo ardiente, se extendió desde mi columna hasta mi vientre. Fue como si el mundo se detuviera en ese instante. El dolor era insoportable. Sentí corrientazos agudos en mi bajo vientre, un dolor tan profundo que me robó el aire de los pulmones. Grité, un grito desgarrador que resonó en las paredes del baño. Algo estaba terriblemente mal. Instintivamente, me llevé las manos al abdomen, tratando de proteger lo que llevaba dentro, como si mis brazos pudieran detener lo inevitable. El terror se mezclaba con la agonía. Traté de levantarme, usando el umbral de la puerta como apoyo, mis piernas temblaban bajo el peso del dolor y del miedo. Tenía que salir de allí, encontrar una manera de escapar antes de que fuera demasiado tarde.

Pero no había dado ni un paso cuando sentí las manos de Kaito otra vez sobre mí, y me arrojó de nuevo al suelo con una fuerza inhumana. El impacto de mi cuerpo contra el suelo fue brutal, arrancándome un gemido ahogado. El frío del piso se sintió como una traición, envolviéndome mientras el dolor me atravesaba con una intensidad que nunca había experimentado. El maldito dolor en mi vientre se hacía cada vez más insoportable, una mezcla de miedo y desesperación se apoderaba de mí.

Me agarré el abdomen con fuerza, tratando de proteger lo poco que podía mientras jadeaba por aire. Cada respiración era una batalla, y mi mente luchaba por mantenerse consciente. Sentía que algo dentro de mí se estaba rompiendo. No. No podía dejar que esto sucediera.

—¡Basta, Kaito! —grité con el poco aire que me quedaba, mis palabras saliendo entrecortadas por el dolor.

—¡Vas a tener a tu bastardo aquí mismo! —escupió, su voz venenosa resonando en mis oídos—. Y después, delante de tus malditos ojos, verás cómo lo aplasto bajo mis pies... verás lo insignificante que es.

Luché por respirar, por moverme, por resistir, pero mi cuerpo estaba empezando a ceder. El dolor en mi vientre no disminuía, sino que se intensificaba, como si mi propio cuerpo estuviera traicionándome. Mi visión se nublaba, pero en mi mente, solo había una idea clara: sobrevivir. No importaba cómo, no importaba a qué costo.

Con un esfuerzo sobrehumano, me impulsé hacia adelante, lanzando mi cuerpo contra el suyo. Mis manos encontraron su rostro, arañándolo con todas mis fuerzas. El rugido de Kaito fue un eco en la habitación. Aproveché su desconcierto para intentar levantarme de nuevo, el dolor en mi vientre era insoportable, pero la necesidad de proteger a mi bebé era más fuerte. Cada paso que daba era una tortura, pero no podía permitirme caer. No ahora.

Él recuperó la compostura rápidamente. Me alcanzó antes de que pudiera llegar a la puerta y me agarró del brazo, su mano apretando con tanta fuerza que sentí como si mis huesos fueran a romperse. Me lanzó de nuevo al suelo, esta vez golpeando mi cabeza contra el marco de la puerta.

La oscuridad amenazaba con consumirlo todo, pero luché por mantenerme despierta. Tenía que aguantar. Por mí. Por él. Por nosotros.

—No dejaré que toques a mi bebé... —murmuré entre dientes, mis labios temblando, mientras la sangre resbalaba por ellos. El dolor era insoportable, tan agudo que todo a mi alrededor comenzaba a volverse borroso, como si el mundo estuviera derritiéndose ante mis ojos.

Otro dolor desgarrador me atravesó, como si algo en mi interior estuviera estirándose hasta su límite. Me incorporé bruscamente, apoyándome contra la pared, jadeando por aire. Sentía unas ganas incontrolables de pujar, una presión que me aplastaba desde adentro. Sabía exactamente lo que estaba ocurriendo. Un grito se escapó de mi garganta, desgarrado y lleno de terror, mientras las lágrimas corrían sin control por mi rostro.

Los pasos de alguien acercándose me hicieron estremecer, y cuando la puerta se abrió de golpe, Kai apareció. Su rostro estaba desfigurado por el horror y la incredulidad al ver la escena frente a él.

—¡¿Qué carajos?! —gruñó, su voz llena de furia. Sin dudarlo, apartó a su padre de mí, empujándolo con fuerza—. ¡¿Qué le hiciste a Lia?! ¡Lárgate!

—¡No me iré de aquí hasta que expulse al bastardo que lleva dentro!

Kai me miró, sus ojos llenos de confusión y desconcierto. Su mirada viajaba rápidamente entre su padre y yo, como si intentara comprender lo que acababa de escuchar.

—Papá, vete de aquí. —Se volvió hacia él con la mandíbula apretada—. ¡No dejaré que le pongas una mano encima a mi prometida! ¡No más!

Kaito se rió, una risa fría y despiadada que me heló la sangre. Sus palabras en japonés fueron una bofetada a la realidad.

Eres un buen actor, hijo mío —susurró, con un retorcido tono de satisfacción—. Cualquiera pensaría que no sabías de su embarazo. —Lanzó una mirada burlona—. Sigue fingiendo.

La traición me golpeó como una ola devastadora. Quise vomitar de inmediato. Todo mi cuerpo temblaba, y un pitido incontrolable resonaba en mis oídos. Hijos de puta.

—¡Salgan de aquí! —grité con el poco aire que me quedaba, mi voz quebrada, pero llena de desesperación—. ¡Váyanse!

—Lia, voy a llamar al doctor... te ayudará, te lo prometo. —Su voz temblaba mientras intentaba acercarse más a mí, pero la desconfianza en mis ojos lo detenía—. Nada te pasará.

A mí me pasaría algo, pero después de que sucediera...a cada uno de ellos también.

—¡Déjame sola! —escupí las palabras con una furia descontrolada—. Vete. ¡Largo!

Se quedó inmóvil por un segundo, sorprendido, tal vez herido por la intensidad de mi reacción. Pero no dije más, solo lo fulminé con la mirada hasta que, lentamente, dio un paso atrás. Su silencio era más devastador que cualquier palabra que pudiera haber pronunciado. Finalmente, se giró y salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de él con un clic suave que retumbó en mis oídos. El momento en que me quedé sola, mis fuerzas se desmoronaron como un castillo de naipes. El llanto, que había mantenido prisionero, finalmente se liberó. Las lágrimas brotaron de mis ojos, quemando mi piel como si cada una fuera una herida abierta, mientras sollozaba incontrolablemente.

Me abracé a mí misma, temblando, como si pudiera aferrarme a algo, a cualquier cosa, para no sentir que todo se me escapaba de las manos. Cerré los ojos con fuerza y negué, una y otra vez, como si pudiera borrar la realidad que me estaba aplastando. Pero no podía huir, no podía escapar.

Artem.

Su rostro invadió mis pensamientos. Él lo había dicho, me lo había prometido, quería casarse conmigo. Quería tener hijos conmigo, solamente conmigo. Su voz resonaba en mi cabeza, suave, como si estuviera a mi lado, susurrándome promesas que ahora parecían tan lejanas, casi imposibles de cumplir.

Pero aquí estaba yo, al borde de perderlo todo, al borde de perder lo más preciado que tenía... mi bebé. Nuestro bebé. Y por si fuera poco, estaba a punto de casarme con otro hombre, un hombre que no amaba, que no me protegería como él lo haría.

—¿Cuánto más? —susurré al aire vacío—. ¿Cuánto más tengo que sacrificar?

Lo que sea necesario por cumplirlo —pensé. 



VOTEN Y COMENTEN

LOS AMO

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top