CAPÍTULO 35
POV LIA ROMANOVA
Cuando abrí los ojos, el dolor me atravesó como una descarga eléctrica. Un gemido involuntario escapó de mis labios, mientras mi cuerpo entero protestaba con cada pequeño movimiento. Cada respiración era una tortura, como si las costillas me perforaran por dentro, y el simple hecho de intentar girar la cabeza me hizo querer gritar. Mi instinto de supervivencia se activó al instante, y mi mente nublada buscó señales de peligro. Estaba malditamente débil, y en este estado, era un blanco fácil. No podía permitirme bajar la guardia.
Mi mirada recorrió el cuarto con rapidez, buscando cualquier indicio de una amenaza, pero el lugar parecía tranquilo, casi en paz. No había señales inmediatas de que algo estuviera mal, pero eso no significaba nada.
Lentamente, bajé la mirada hacia mi cuerpo. Vendas blancas envolvían mi caja torácica, apretadas, pero no lo suficiente como para evitar el dolor que sentía al respirar. Alcé mis manos temblorosas hacia mi rostro, y el contacto fue un recordatorio de lo que había sufrido. Partes de mi cara estaban hinchadas, tan sensibles al tacto que apenas podía soportarlo. Sentí el borde de mis labios partidos.
El recuerdo de los golpes de Kaito regresó con una claridad dolorosa. Cada puño que aterrizó sobre mí trajo consigo una sensación de impotencia que me consumía, pero también alimentaba mi rabia. No debía haber sido así, me había preparado para momentos como este, había entrenado mi cuerpo y mi mente para soportar el dolor, para no ceder. Pero algo en mí se había roto esta vez. Tal vez fue la cabeza de Stepan, la imagen que aún se clavaba en mi mente como un cuchillo. Tal vez fue el hecho de que, esta vez, había perdido más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Respiré profundamente, a pesar del dolor, forzándome a mantener la calma. Sabía lo que tenía que hacer. Me moví lentamente, obligando a mi cuerpo a soportar el dolor mientras intentaba ponerme de pie. Cada músculo protestaba, pero lo ignoré.
La puerta se abrió de repente y Kai entró como una tormenta, sus ojos oscuros llenos de preocupación.
—¡¿Qué haces levantada?! —exclamó, apresurándose a mi lado. Sus manos, fuertes pero cuidadosas, me ayudaron a acostarme de nuevo en la cama—. ¡Tienes que descansar, maldita sea! —gruñó, casi desesperado—. ¿Cómo te sientes?
—Bien —respondí con una calma que no sentía en lo absoluto.
¿Cuánto tiempo tardará en pedirlo?
Sus ojos se oscurecieron aún más, sus labios se apretaron en una línea dura. Parecía más preocupado que nunca, como si mi bienestar en este momento fuera más importante que todo lo demás.
—Estuviste tres días inconsciente, Lia. No es normal para alguien como tú, estás más débil.
Fruncí el ceño, procesando lo que acababa de decir. Tres días. Mi mente estaba nublada, y aunque podía sentir mi debilidad física, aún no comprendía completamente la causa. Era extraño, algo en mi cuerpo no estaba funcionando como debería.
Alcé mi mano, temblorosa, y la llevé lentamente hacia su rostro, rozando su mejilla con suavidad. Su piel estaba cálida bajo mis dedos, pero en mis ojos no había ternura.
—Te mataré, Kai —susurré, con una sonrisa fría y torcida. Mis labios apenas se movieron, pero mis palabras fueron claras—. No hoy, pero lo haré.
Sus ojos se abrieron ligeramente, y vi cómo su postura cambió de inmediato. Retrocedió un paso, como si mis palabras lo hubieran golpeado físicamente. Su expresión pasó de la sorpresa a la resignación, y luego a una calma inquietante.
—Me presionaste —dijo, su voz ahora más suave, casi como un susurro cargado de culpa—. Fue la única salida que encontré. Él tenía que morir para que nuestro plan funcionara. En este momento, mi padre solo cuenta con tres guardias leales a él. Está débil, es el momento.
Lo observé en silencio, mis ojos fijos en los suyos, intentando ver más allá de sus palabras, de su fachada de arrepentimiento.
—Eres un inepto, y un total fracaso.
—Lia...
—Soy culpable por pensar que podías hacer una sola cosa bien —suspiré, cerrando los ojos por un momento para calmarme. La imagen de Stepan, de su cabeza separada de su cuerpo, seguía clavada en mi mente como un cuchillo—. Nadie más tenía que morir. Y tú lo prometiste... —Mi voz tembló por primera vez—. Prometiste cuidarlo.
—Lo lamento. Lo lamento tanto, Lia. Quería protegerte, quería hacer lo correcto, pero... no puedo mientras él siga al mando. Mi padre es capaz de cualquier cosa y...
—Y le tienes miedo. —Lo interrumpí con frialdad—. Y aún así quieres matarlo. —Me acomodé en la cama, ignorando el dolor punzante en mi pecho—. Dime, Kai... ¿me has mentido? —Mis ojos lo perforaron, desafiándolo—. Es tu oportunidad para decir la verdad.
Vaciló por un momento, su mirada bajando hacia el suelo, incapaz de sostener la mía.
—No... no lo he hecho —murmuró—. Nunca te he mentido, Lia, y tampoco lo he considerado. Lo de Stepan... no fue una mentira. Solo... tuve que ocultarlo. Tenía que hacerlo.
Lo miré sin pestañear, dejando que mi silencio lo torturara.
Él también lo hacía, me observaba en silencio, una mezcla de confusión y desconfianza evidente en sus ojos. Podía sentir cómo su mente trabajaba a toda velocidad, intentando descifrar mi verdadera intención. Pero estaba demasiado cansada para jugar más juegos mentales con él.
—Tengo sed y hambre... mucha. Tráeme pasta, ya me cansé de tu comida.
Sin decir una palabra, sacó su teléfono y rápidamente envió un mensaje. El sonido de sus dedos tecleando resonó en la habitación.
—En veinte minutos te traerán todo —asentí levemente—. Lia... —empezó a hablar de nuevo, su tono más suave, casi conciliador.
—Me preguntaba cuánto tiempo te tardarías en pedirlo —lo interrumpí, agotada tanto física como emocionalmente.
—¿Pedir qué? —sus cejas se fruncieron, claramente confundido.
Solté otro suspiro, sintiendo el peso de todo lo que había sucedido hasta ese momento caer sobre mis hombros.
—Vamos, Kai. —Lo miré con los ojos entrecerrados—. Por una vez, sé sincero. Necesitas que yo me reporte esta vez, que hable con mi familia para que sigan creyendo que todo está bien, que Stepan sigue con vida. Así tu padre tendrá el tiempo suficiente para planear nuestra boda y casarnos antes de que ellos descubran la verdad y destruyan todo.
—Lia...
—No. —Lo interrumpí de nuevo, mi tono firme—. Es la verdad, Kai. Ahora... trae el maldito teléfono de Stepan. Lo haré.
Sus ojos se agrandaron ligeramente, sorprendido por mi respuesta.
—¿Por qué? —preguntó, realmente desconcertado.
Lo miré directamente a los ojos, sin vacilar, y respondí:
—No quiero que más personas mueran... —Hice una pausa—. Ahora, tráeme mi comida.
Me recosté en la cama y cerré los ojos, ignorando el dolor que seguía palpitando en cada rincón de mi cuerpo. Había perdido mucho, pero aún tenía una carta por jugar.
—¿Qué me asegura que no vas a intentar algo?
Solté una risa amarga, a pesar del dolor que recorría mis costillas con cada respiración.
—No puedo... porque sabes que haré algo, Kai —respondí en voz baja—. ¿Qué? —sonreí, aunque mis labios dolían—. Lo sabrás después... Ahora, tráeme mi maldita comida.
Salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Pasaron unos minutos y la puerta volvió a abrirse, esta vez era la cocinera Chan que me había estado atendiendo desde mi llegada. Una mujer de mediana edad, con manos curtidas por los años de trabajo, pero con una mirada que escondía más de lo que dejaba ver. Había sido difícil ganarme su confianza al principio, pero con el tiempo, y después de muchos días en esta casa, había logrado que se abriera un poco conmigo. Me contó que su madre había servido a la familia Kaito toda su vida, y ahora ella seguía sus pasos, atrapada en la misma rutina, aunque alguna vez había soñado con algo más. Ahí supe que tenía una oportunidad, una forma de inclinar la balanza a mi favor.
Le di el número de una de mis cuentas bancarias. Todo el dinero que había allí sería suyo si me ayudaba. Pero no solo eso. Necesitaba que convenciera a otros, personas que, como ella, estaban atrapadas en esta vida de servidumbre. A cambio, recibirían más dinero del que jamás podrían imaginar. Más de lo que podrían ganar trabajando hasta el último día de sus vidas. Así fue como poco a poco reuní un pequeño grupo.
Ya contaba con siete personas. Dos cocineras. Cinco guardias.
No era un ejército, pero era un comienzo. Y en este mundo, cualquier ventaja, por pequeña que fuera, podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
—Tiene que tener más cuidado. —Me regañó, sentándose a mi lado mientras comenzaba a darme de comer con un tenedor—. Aquí no es como en su país. Las cosas funcionan diferentes.
Su tono era suave, pero severo. Sus manos temblaban ligeramente cuando me daba un bocado de pasta, y su mirada se desviaba de la mía, como si temiera que la delatara su compasión.
—Lo sé —murmuré, tragando con dificultad.
Mis labios estaban resecos, la sed era intensa, pero algo más no estaba bien. Sentía un peso extraño en mi cuerpo, más allá de los golpes. Una debilidad que no había sentido antes.
—Necesito un doctor —susurré con voz ronca, intentando no parecer desesperada—. Algo me está pasando, y no sé qué es.
Ella se detuvo por un momento, como si estuviera sopesando sus palabras.
—Eso es imposible. El doctor te vio el primer día, pero no volverá —respondió sin rodeos—. Te sacó exámenes...sangre.
Fruncí el ceño.
—¿Qué tipo de exámenes de sangre? —pregunté, alerta de inmediato. Pero Chan simplemente negó con la cabeza, apretando los labios.
—No puedo saberlo —repitió en voz baja—. Pero sea lo que sea, Oyabun lo solicitó personalmente. No puedes desafiarlo en esto.
¿Por qué querría Kaito un análisis de sangre? ¿Qué demonios estaba buscando?
Fruncí el ceño y empujé la cuchara que llevaba a mi boca. Algo no cuadraba. Si Kaito o su hijo habían solicitado exámenes de sangre, había una razón más profunda, una que desconocía. Mis pensamientos se agitaron mientras intentaba unir las piezas del rompecabezas.
—Tienes que comer, estás muy débil —insistió, acercándome el tenedor de nuevo.
Pero mi mente ya estaba corriendo en otra dirección. Algo no encajaba.
—Averigua la razón.
Ella sacudió la cabeza, su expresión mostrando la misma lealtad temerosa que había visto en tantos otros.
—Sabes que no puedo hacer eso. Está fuera de mi alcance. Mi único deber es servirte, asegurarme de que estés bien alimentada y no necesites nada más.
Asentí, aunque mis pensamientos estaban en otra parte. No podía permitirme debilitarme aún más, pero esta debilidad no era solo física. Algo me estaba cavando desde dentro, y necesitaba respuestas.
—¿Quién se encarga de la esposa de Kaito? —pregunté, cambiando de tema, tratando de obtener cualquier información que pudiera serme útil—. Ellas podrían escuchar algo.
Chan me miró, sorprendida por mi pregunta.
—No podemos negociar con ellas —explicó en un susurro—. Son completamente leales a la familia, y ahora es un honor servirle mientras espera al hijo de Oyabun.
Mi mente se congeló.
—¿Qué? —susurré, sin poder ocultar mi sorpresa—. ¿Está embarazada?
—Sí. No se te permite hablar de ello, ni delante de nadie. Así que no puedes decir nada —me advirtió con la misma suavidad de siempre.
La información golpeó mi mente como una corriente fría. La esposa de Kaito estaba embarazada, y lo habían mantenido en secreto.
Me quedé en silencio unos segundos, procesando todo mientras la cocinera continuaba alimentándome, su mirada severa pero cálida, como una madre preocupada por su hijo. Era una aliada invaluable, una de las pocas personas de las que podía confiar en este infierno disfrazado de hogar.
—No te preocupes —le aseguré—. No diré nada. Pero necesito más información.
—Voy a ver qué puedo hacer. —Prometió finalmente, antes de levantarse para retirarse—. Cuida de ti misma, ¿de acuerdo? No te agotes. Pronto te traerán lo que pediste.
La vi salir, y el silencio volvió a inundar la habitación. Tenía que encontrar la manera de resolver este enredo antes de que fuera demasiado tarde. El reloj estaba en mi contra.
[...]
—Entiendo que Stepan esté en entrenamiento, aprendiendo sobre la seguridad que implementan en la Yakuza, pero no era necesario que me llamaras, él podría hacerlo cuando estuviera en descanso —dijo Artem al otro lado de la línea.
Mi corazón latía rápido, sabiendo que cada palabra que decía debía ser medida. Cualquier error podría desencadenar consecuencias irreparables.
—Le dije que quería hacerlo porque quiero saber cómo están todos —susurré, tratando de mantener mi voz lo más suave posible, aunque por dentro sentía la presión como una soga alrededor de mi cuello.
—Nadie ha muerto —respondió secamente, con su tono afilado como una daga—. Pero tal vez alguien lo haga pronto, no lo sé... ¿tú quién piensas que sería?
Tardé un segundo en procesar lo que estaba diciendo. Estaba hablando en clave. Maldita sea, quería saber si algo andaba mal. No era fácil persuadirlo. Nunca lo había sido.
—Si nadie ha muerto hasta ahora, seguirá así —indiqué, controlando mi respiración mientras lanzaba una rápida mirada a Kai, que estaba a mi lado, escuchando atentamente cada palabra de nuestra conversación.
Al otro lado de la línea, Artem dejó escapar una maldición entre dientes, seguida de un sonido, como si estuviera luchando por contener arcadas.
—Artem... ¿todo está bien?
Hubo un silencio incómodo que se extendió más de lo que debería. Cada segundo sin respuesta incrementaba mi ansiedad.
—Todo está bien —respondió finalmente, pero su tono tenía un filo que me puso aún más en alerta. Luego, de la nada, su voz cambió de golpe, más sombría—. Ahora, Kai, escóndete hijo de puta porque te voy a matar.
Mi sangre se congeló al escucharlo. ¿Qué demonios estaba diciendo?
—¿Qué mierda estás diciendo? Kai no está aquí —mentí, aunque sabía que él siempre podía ver más allá de mis palabras.
—Tienes el celular en altavoz, Lia —replicó con una calma escalofriante—. Tu voz suena diferente cuando eso pasa.
Mi respiración se aceleró. No era solo el miedo a ser descubierta, sino por su peligrosa intuición, que siempre sabía cuando algo no encajaba.
—Si no hablo con Stepan en menos de doce horas, sabré que algo pasa —añadió, su amenaza implícita colgando en el aire como una guillotina.
—¡Artem, basta! —grité, la desesperación marcando mi tono—. ¡¿Acaso no confías en mí?! ¡Confía en mí por primera vez, todo está bien! Me debes esto.
Colgué el teléfono bruscamente, alterada. Mi respiración se volvió errática, el dolor en mis costillas se intensificaba con cada movimiento. No necesitaba esto. No ahora. No cuando todo estaba al borde del abismo.
Kai se quedó en silencio a mi lado por unos segundos, analizando la situación antes de preguntar con una mezcla de incredulidad y molestia:
—¿Cómo pudo enterarse?
—Te lo dije —alegué mientras intentaba incorporarme lentamente, el dolor atravesándome como un hierro al rojo vivo. Cada músculo en mi cuerpo gritaba, pero necesitaba mantenerme firme—. Es tu culpa. Ahora vete.
Frunció el ceño, sus labios apretándose en una línea tensa.
—Vendré por ti en unas horas para cenar. Papá quiere que estemos todos juntos.
—No te preocupes por eso ahora —gruñí, sin fuerzas para discutir más.
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