CAPÍTULO 29


POV LIA ROMANOVA

Una semana. Una semana encerrada en esta enorme habitación, y sentía cómo la desesperación comenzaba a arraigar en mi mente. El silencio, la soledad y la falta de respuestas hacían que mi paciencia se agotara más rápido de lo que hubiera querido admitir. Kai no había vuelto a aparecer, y su ausencia me carcomía por dentro, dejándome con mil preguntas sin respuesta.

La única interacción humana que tenía eran las cuatro visitas diarias de la empleada asignada para mí. Una mujer que solo hablaba japonés, lo cual, en teoría, debería haber sido una barrera. Pero yo no podía arriesgarme a que descubriera que entendía cada palabra. Era mi ventaja y tenía que mantenerla oculta por ahora.

En el segundo día, me había traído un par de libros para aprender el idioma, quizás como una manera de entretenerme o como una prueba de paciencia. Irónicamente, esos libros fueron mi salvación, distrayendo mi mente entre frases y kanjis mientras mantenía mi cuerpo ocupado con entrenamientos básicos para no perder agilidad. Sabía que necesitaría estar en mi mejor forma si quería salir de esta situación.

Tuve demasiado tiempo para pensar. Y, en algún punto, tuve que reconocer que Kaito tenía razón en algo. Ceder no me hacía débil, sino no saber cuándo ceder. Así que había ajustado mis planes. Ceder lo suficiente, lo justo para ganarme un respiro, para conseguir la libertad de moverme por la mansión y evaluar sus puntos débiles.

El primer paso era conocer bien el terreno y a las personas. Sabía que no todos en la yakuza estarían completamente leales a Kaito. Mi objetivo ahora era identificar a aquellos que pudieran estar descontentos con su liderazgo, que llevaban años en el mismo rango sin ser reconocidos...que guardaban resentimiento y deseaban un cambio. Tal vez, incluso, encontraría a aquellos que esperaban la muerte del jefe para que su hijo tomara el poder. Esto no iba a ser fácil. Pero tampoco era imposible. Todo comenzaba con los rangos bajos. Personas que sentían que sus esfuerzos habían sido ignorados durante demasiado tiempo. Ellos serían la clave, mi puerta de salida.

Cuando la puerta se abrió temprano por la mañana y Kai apareció, me levanté de un salto de la cama. Crucé la habitación en un abrir y cerrar de ojos, y lo agarré bruscamente de la camisa, arrugando la tela entre mis dedos.

—¿Qué demonios te pasa? —gruñí, clavando mis ojos en los suyos—. Vuelves a dejarme encerrada otra vez y te juro que te arrepentirás.

Me observó en silencio, con esa calma gélida que me ponía los nervios de punta. Su mirada era intensa, fija en mí, como si estuviera evaluando cada movimiento. Después de unos tensos segundos, asintió lentamente, como si estuviera aceptando mis palabras.

—Lo hice por tu bien, Lia —susurró, tomando mis manos suavemente—. Desobedeciste mis órdenes, y tuve que mantenerte a salvo hasta que mi padre se calmara. ¿Lo entiendes?

Apreté los labios. Sabía que no había otra opción, pero odiaba sentirme como una prisionera. Solté su camisa con un suspiro exasperado.

—¿Y ahora qué?

—Hace dos días te enviaron un guardaespaldas. —Su expresión se endureció al mencionar esto, y mi ceño se frunció de inmediato. Esto era un problema. Un gran problema—. Tu hermano lo mandó. Si no lo aceptábamos, habría consecuencias... Mi padre lo odia, obviamente.

—No me importa lo que piense tu padre. —Me encogí de hombros—. ¿Quién enviaron?

—Stepan —dijo con cierta cautela.

Cerré los ojos un momento, maldiciendo internamente. La situación se volvía cada vez más complicada.

—¿Hay algún problema con eso? —comenzó a preguntar, pero no le di tiempo a terminar.

En un movimiento rápido, lo empujé con fuerza, tirándolo al suelo.

—¡¿Qué mierda te pasa?! —gritó, mirándome sorprendido desde el suelo.

Me agaché hasta quedar a su altura, y con los dientes apretados, le hablé en un tono bajo y amenazante.

—Solo lo diré una vez, Kai, así que será mejor que lo entiendas bien. —Escupí las palabras, sintiendo la rabia hervir dentro de mí—. Si Stepan resulta herido, si le tocan un solo cabello, te juro que mataré a tu padre... y luego a ti.

Me observó con una mezcla de sorpresa y desconcierto.

—¿Todo esto por un... guardaespaldas? —preguntó con una risa incrédula, como si no pudiera comprender mi reacción.

Apreté el agarre en su camisa, acercándome más.

—Ese hombre es como un tío para mí, y mi madre lo estima. Así que sí, Kai, todo esto es por un maldito guardaespaldas.

—Entiendo, lo protegeré...lo prometo.

Lo solté de inmediato, retrocediendo un paso mientras me alisaba el vestido con una calma calculada. El contraste entre mi amenaza y mi aparente serenidad era casi irónico. Cuando levanté la mirada, le sonreí con dulzura.

—Supongo que viniste por mí para bajar a desayunar —hablé en un tono ligero—. Así que vamos, prometido, tengo hambre.

Kai seguía en el suelo, mirándome sin saber si debía reír o enfadarse. Sus ojos buscaban alguna señal de juego en mi expresión, pero yo me mantenía tranquila. Finalmente, se puso de pie, sacudiéndose el polvo de la camisa con una sonrisa torcida.

—Eres jodidamente impredecible, Lia —murmuró, viendome con una mezcla de admiración y cautela.

—Lo sé —reconocí, girándome para caminar hacia la puerta—. Por eso ten cuidado de mentirme. Odio las mentiras.

Solo asintió y salimos.

—Supongo que ahora soy libre de moverme por la mansión —comenté mientras íbamos por el pasillo.

—Sí, pero siempre bajo vigilancia. Y no intentes nada peligroso. Mi padre puede ser muchas cosas, pero no es estúpido. Sabe que estás buscando un punto débil.

Reí entre dientes, sin desviar la mirada.

—Todos tienen un punto débil, Kai. Incluso tu padre.

Cuando llegamos al comedor, el ambiente allí era completamente diferente. Los grandes ventanales dejaban entrar la luz del sol, bañando la habitación con un brillo casi surrealista.

Stepan estaba de pie en un rincón, su mirada seria, observando cada detalle de la habitación, y cuando me vio, su rostro se tensó, pero también vi alivio en su mirada. Le guiñe un ojo.

En la cabecera de la mesa se encontraba sentado Kaito. A su lado, su esposa, una mujer de aspecto cálido. Lucía un kimono impecable y tradicional, con un porte que indicaba claramente su rango. Fue apenas un segundo, un miserable segundo lo que necesite para ver en los ojos de Kaito, antes que lo ocultara, que ella le importaba.

Me obligué a no sonreír ante este nuevo hallazgo. Ella era lo que mi madre representaba para mi padre. Su luz, su pedazo de cielo.

Te tengo —pensé, mientras me inclinaba un poco hacia delante.

—Al parecer la perra ya entendió en su confinamiento como son las cosas aquí —habló en japonés hacia su hijo.

Sentí cómo mi sangre hervía bajo la piel.

—Papá, no es una perra. Es mi prometida, por favor respétala.

El desprecio en los ojos de Kaito se intensificó. Se inclinó ligeramente hacia adelante, y por un momento pensé que se levantaría de la mesa. Pero en lugar de eso, dejó escapar un gruñido bajo y frío.

¿Con cuántos hombres ha estado antes que tú? —preguntó casi que en un gruñido—. Es una perra.

Su hijo respiró profundamente, cerró los ojos por un segundo y luego volvió a abrirlos, mirándolo fijamente.

¿Podrías saludarla? —preguntó, casi suplicó.

La sala quedó en silencio, como si todos los presentes esperaran el siguiente movimiento. Mi corazón latía con fuerza, y me obligué a no mostrar ningún tipo de reacción, aunque por dentro quería romper algo, cualquier cosa, para liberar la frustración acumulada. Kaito soltó una risa seca y amarga. Era el sonido de alguien que disfrutaba de su poder, de la miseria que infligía a los demás. Luego, sin decir una palabra más, se levantó de la mesa y se acercó lentamente a mí. El aire a mi alrededor pareció enfriarse cuando su sombra se cernió sobre mí.

Me quedé quieta.

—Bienvenida a mi hogar.

—Gracias Oyabun —susurré mientras me inclinaba, solo un poco.

Él notó el desafío oculto en mis palabras, y por un breve instante, vi cómo su mandíbula se tensaba.

—Recuerden sus lugares —murmuró antes de volver a su asiento y señalar los puestos vacíos.

Stepan, que había estado observando todo desde la distancia, cruzó su mirada con la mía. Había preocupación en sus ojos, pero también una promesa silenciosa de apoyo.

Después del desayuno, Kai y yo nos levantamos de la mesa bajo la atenta mirada de su padre, quien no dejó de observarnos hasta que salimos del comedor. Sabía que nos estaba vigilando, aunque no dijera nada, cada uno de sus gestos transmitía desconfianza y una amenaza latente.

Nos dirigimos hacia los amplios pasillos de la mansión. La arquitectura era una mezcla impresionante de tradición japonesa con influencias occidentales, lo cual hablaba de la poderosa posición de la familia en ambos mundos. Durante el recorrido, que nos tomó casi dos horas, aproveché cada oportunidad para absorber toda la información posible. Hice preguntas sutiles, formuladas con cuidado, para no levantar sospechas. Kai, confiado o quizás simplemente distraído, me respondió con una sinceridad que no esperaba. Era una ventaja que debía aprovechar.

Ahora sabía que el ala este de la mansión, donde Kaito pasaba la mayor parte del tiempo, era la más resguardada. Muy pocas personas tenían acceso a esa área, salvo por el ejército de guardaespaldas que vigilaban cada entrada y salida. Esto lo convertía en un lugar casi inaccesible, pero no impenetrable. La seguridad excesiva también tenía puntos débiles, y estaba decidida a encontrarlos.

—¿Por qué tantas medidas de seguridad en esa ala? —pregunté casualmente, mientras acariciaba una de las columnas de madera finamente tallada.

Kai se detuvo, mirándome con una mezcla de curiosidad y algo de cautela.

—Mi padre es muy meticuloso con su seguridad —respondió, evitando darme más detalles de los que yo deseaba escuchar—. Ha hecho muchos enemigos a lo largo de los años.

Eso ya lo sabía. Lo que me interesaba ahora era conocer quiénes eran los más cercanos a él, las personas en las que confiaba lo suficiente como para dejarlas vivir bajo su mismo techo.

—¿Y tu madre? —pregunté, cambiando sutilmente el tema. Sabía que mencionarla podía debilitar sus defensas.

Él sonrió, pero no de felicidad, más bien de nostalgia. Sus ojos se oscurecieron un poco antes de responder.

—Ella solía pasar mucho tiempo en los jardines —confesó, señalando una parte del ala oeste donde se extendían árboles y un pequeño estanque—. Antes de que las cosas cambiaran.

"Antes de que muriera", pensé. Lo sabía sin que él lo dijera.

—¿Te llevas bien con tu madrastra?

Se detuvo abruptamente en medio del pasillo, su expresión se endureció, sus ojos se volvieron fríos, como si la simple mención de esa mujer hubiera encendido algo oscuro dentro de él.

—No puedo llevarme bien con la culpable de la muerte de mi madre.

Fruncí el ceño, sorprendida por la intensidad de sus palabras. No esperaba esa respuesta, al menos no de esa manera.

—¿Qué pasó? —indagué, acercándome un poco más y, en un gesto casi instintivo, tomé su mano, entrelazando mis dedos con los suyos. No porque me importara realmente lo que había sucedido, sino porque sabía que él necesitaba sentir que alguien estaba de su lado.

Miró nuestras manos por un segundo antes de soltar un suspiro.

—¿Por qué debería hablar de un tema tan privado cuando tú no haces lo mismo conmigo?

Su mirada se clavó en la mía, retándome a responder.

—¿Qué quieres saber de mi familia?

—La muerte de tu tío Mijail. Se dice que tu padre se volvió loco y acabó solo con toda la Camorra, incluyendo a la mujer del jefe, quien estaba embarazada. Desde entonces, los Romanov odian a los italianos. ¿Por qué ahora uno de ustedes se casó con la hija del Don? —preguntó, sin rodeos.

Sentí como si me hubieran golpeado en el estómago. No por lo de la Camorra, eso ya lo sabía. Mi padre había sido implacable, pero lo de la mujer embarazada... eso era nuevo. Nunca había escuchado esa parte. ¿Cómo podía no haberlo sabido? Me desconcertó momentáneamente, pero me obligué a enfocarme en lo que realmente importaba.

Él no sabía que habíamos obtenido sus ubicaciones gracias a los italianos, pero claramente lo sospechaba. Mi mente ya estaba calculando las posibilidades, los riesgos.

Un movimiento al final del pasillo llamó mi atención por un breve instante.

—Los Romanov nos caracterizamos por ser ambiciosos.

Frunció el ceño, claramente insatisfecho con mi respuesta.

—Eso no responde a mi pregunta.

Me acerqué peligrosamente a él, y apreté su mano un poco más fuerte, queriendo ejercer el control en esta situación.

—Claro que sí —murmuré, mis labios casi rozando los suyos—. Queremos controlar todo a nuestro alrededor.

Él me miró fijamente, sus ojos oscureciéndose mientras su atención descendía a mis labios. Pude sentir su respiración acelerarse, su cuerpo tensarse ante mi cercanía. Estaba jugando con fuego, pero necesitaba mantenerlo en esta posición vulnerable.

—¿Quieres controlarme? —preguntó, su voz baja, ronca, pero llena de deseo contenido.

—Para eso, tendrías que tener algo que me importara, ¿no lo crees? —respondí con una sonrisa ladina, dejando que mi mano subiera lentamente por su brazo hasta llegar a su cuello. Lo atraje hacia mí, acortando aún más la distancia entre nosotros. Mi cuerpo rozó el suyo, apenas perceptible, pero suficiente para que pudiera sentir su pulso dispararse bajo mi toque.

—¿Qué podrías tener que me importara? —murmuré contra su oído, dejando que mis palabras lo envenenaran poco a poco.

Kai tragó saliva, su respiración estaba entrecortada, y pude sentir cómo su pulso se disparaba bajo mis dedos. Estaba perdiendo el control.

Lo tenía exactamente donde quería.

Mis ojos se deslizaron detrás de él, hacia el final del pasillo. La figura que había estado ahí hace un momento, observándonos en la penumbra, ya no estaba. Quienquiera que fuera, había desaparecido tan silenciosamente como había llegado. Eso solo confirmaba lo que ya sabía: estábamos siendo vigilados.

Me separé con suavidad.

—Será mejor que nos pillen en momentos íntimos si queremos que esto parezca real —murmuré con una media sonrisa, ajustando mi vestido mientras me alejaba de él—. No queremos levantar sospechas, ¿verdad, prometido?

Su mandíbula se tensó mientras intentaba recuperar su compostura, pero yo sabía que lo había desestabilizado. Y eso era justo lo que necesitaba.

—¿Cuánto crees que podrás aguantar sin tener sexo?

Alcé una ceja, sorprendida por su cambio brusco de tema.

—¿Qué tratas de decirme?

—No me provoques si no te harás cargo —respondió con una sonrisa ladeada, su mirada recorriendo cada detalle de mi rostro.

Fue inevitable no reírme, pero mi risa fue corta y seca.

—Tenemos que fingir —dije, recordándole el propósito de todo esto, como si fuera necesario.

Dio un paso hacia adelante.

—No, no tenemos que —replicó, su tono más oscuro—. Lo que opinen los demás no importa.

—No dejaré que por un mínimo detalle tu plan se destruya.

Esta vez fue él quien tomó la iniciativa. Se acercó lo suficiente como para acorralarme contra la pared, su cuerpo casi rozando el mío. La tensión en el aire se volvió palpable, pesada. Su proximidad me hizo tomar una respiración profunda, pero no retrocedí.

—Yo que tú tendría cuidado. Aléjate —ordené.

Se inclinó hacia mí, lo suficiente como para que su aliento cálido rozara mi piel, haciendo que el aire entre nosotros se electrificara. Mi corazón comenzó a latir más rápido, pero mantuve la compostura.

Siempre me has gustado. ¿Cómo podré controlarme? —susurró en japonés, mientras me observaba con intensidad, buscando cualquier pequeño gesto que pudiera darle entender que lo entendía.

La sorpresa me golpeó de lleno, pero me obligué a mantener el control. Sentí que mis músculos se tensaban, el ceño fruncido fue lo único que dejé escapar. Lo conocía lo suficiente para saber que estaba midiendo cada una de mis reacciones.

—No me hables en japonés —espeté, empujándolo con fuerza para apartarlo de mi espacio personal—. Odio no entender las cosas.

Su cuerpo apenas se tambaleó ante mi empuje, pero me dejó espacio. Me alejé, tomando una distancia que me permitiera respirar con mayor libertad.

—¿Qué has dicho? —exigí con firmeza, cruzando los brazos sobre mi pecho.

Kai sonrió, esa maldita sonrisa llena de arrogancia y seguridad.

—Hay cosas que es mejor no saber.

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