CAPÍTULO 21


POV LIA ROMANOVA


Empecé a buscar a mis padres por toda la casa, cada habitación que recorría aumentaba mi ansiedad. Era extraño no haberlos visto desde ayer por la mañana y más raro aún que no hubieran bajado a desayunar. Ni Pasha ni Lyonya, sus guardias principales, estaban presentes. Esto me daba qué pensar.

Con un nudo en el estómago, fui hasta el dormitorio de Akin. Entré sin tocar, encontrándolo con un cuchillo en la mano, practicando movimientos precisos y letales. Sus ojos se levantaron hacia mí, fríos y calculadores.

—¿Qué fueron esos gritos? —preguntó con voz helada. Estaba conteniéndose—. ¿Qué ha pasado?

Intenté mantener la compostura, pero mi voz salió temblorosa.

—Eso no importa.

—Lloraste, así que jodidamente importa, hermana. —Se levantó, su mirada era intensa—. ¿Qué te hizo Artem?

Respiré hondo, intentando calmarme.

—Akin, ¿dónde están nuestros padres? No sé nada de ellos desde ayer —sus ojos se suavizaron ligeramente al ver mi preocupación.

—Artem dijo que salieron por unos días. Mamá tiene un congreso y papá fue a acompañarla.

Instintivamente, mi cuerpo se relajó al saber que estaban bien, pero algo aún no cuadraba.

—Pero no se despidieron, y siempre lo hacen.

Se encogió de hombros, volviendo a su actitud habitual.

—Exacto, siempre se despiden. —Comenzó a mover el cuchillo entre sus dedos mientras hablaba. Su mirada estaba fija en mí—. Abordaron el jet privado y, en efecto, existe ese congreso. Sin embargo, me estoy encargando de ello junto con Adrik. Tú tranquila.

—Está bien —dije, dando media vuelta para irme, pero me detuvo con un ligero tirón de mi brazo.

—¿A dónde irás? —preguntó, su voz cargada de una curiosidad intensa.

—Iré a quitar una piedra que ha estado incomodándome —respondí entre dientes—. ¿Por qué? ¿Quieres acompañarme?

Una sonrisa oscura y calculadora se dibujó en su rostro mientras me soltaba.

—No, claro que no. —Bajó la mirada al cuchillo que sostenía—. Pero puedes usar esto. Filoso, certero, hará un gran desastre y será una puta obra maestra.

Negué levemente.

—No quiero hacer un desastre ni mancharme con algo tan sucio... un trabajo limpio estará bien.

Akin me observó fijamente por varios segundos, evaluando mis palabras. Finalmente, asintió lentamente, su mirada brillaba con una mezcla de admiración.

—Ve, hermana. Quita la piedra y asegúrate de hacerlo en el primer intento.

Me empujó suavemente, y la puerta se cerró tras de mí con un leve clic.

Me dirigí hacia mi automóvil, con la determinación ardiendo en mi pecho. No habría segundas oportunidades. Era el momento de demostrar que, como hija de Darko Romanov, nadie podía hacerme sufrir sin pagar un alto precio.

No pensé en nada durante el camino. Mi mente estaba en blanco, insensible a la tristeza y la traición. No sentía nada. Estaba cansada y había aguantado mucho, pero había llegado a mi límite.

Estacioné el coche cinco calles antes, consciente de que Artem tendría seguridad. Lo comprobé dos calles antes de llegar al edificio, observando a los guardias y las medidas de seguridad. Tendría que ingeniármelas para no ser reconocida.

En cuanto entré al edificio, me encontré con dos personas: el guardia de seguridad y un guardaespaldas que había contratado mi exnovio para la protección de su perra. El guardia, quien ayer le había dado una buena cantidad de dinero me observó con una sonrisa y asintió.

—Buenos días, pase —dijo con una amabilidad calculada.

—¿Quién es ella? —alcancé a escuchar que le preguntaba el guardaespaldas a él.

—Es la novia del joven del piso tres. No es ningún problema —respondió con seguridad, sin siquiera mirarme nuevamente.

Mientras caminaba hacia el ascensor, mi mente seguía en blanco. El silencio en mi interior era ensordecedor, una calma antes de la tormenta.

El ascensor se abrió y entré, presionando el botón del piso de esa mujer. Las puertas se cerraron y sentí que el mundo se detenía por un instante. Mi corazón latía con fuerza, pero mi rostro no mostraba ninguna emoción. El ascensor llegó a su destino y las puertas se abrieron con un suave ding.

Caminé por el pasillo, mis pasos resonando en el silencio, cada uno de ellos parecía un martilleo en mi cabeza. Me detuve frente a la puerta de y levanté la mano para llamar, pero me detuve.

No había necesidad de anunciarme.

Con una frialdad calculada, saqué mi arma.

En un movimiento ágil, saqué el silenciador de mi cartera y lo coloqué con destreza. Apunté a la cerradura y disparé, el sonido apenas fue un susurro en el pasillo vacío. La cerradura cedió y empujé la puerta, entrando al apartamento.

El ambiente dentro era sofocante. La perra, estaba sentada en el sofá, con vendas alrededor de su rostro y cuerpo. Al verme, su expresión cambió a una mezcla de sorpresa y miedo.

—¿Qué...Qué estás haciendo aquí? —dijo con un tono de voz tembloroso.

Cerré la puerta detrás de mí y avancé lentamente, mi mirada estaba fija en la suya.

—Estoy aquí para terminar esto de una vez por todas.

Mis emociones estaban contenidas, pero sentía una furia latente, lista para desbordarse en cualquier momento.

Ella trató de levantarse, pero sus movimientos fueron torpes y dolorosos. Sabía que estaba asustada, pero también sabía que era capaz de cualquier cosa.

—No tienes derecho a estar aquí —intentó sonar firme, pero su voz traicionó el miedo que la consumía.

Me acerqué, manteniendo mi arma en alto. Podía ver el sudor formándose en su frente, su respiración acelerándose. Cada paso que daba hacia ella la hacía encogerse más, su confianza inicial desmoronándose.

—¿Por qué mentiste? —pregunté, mi voz goteando desprecio—. ¿Por qué dijiste que yo te golpeé?

Su mirada se endureció momentáneamente, pero el miedo aún brillaba en sus ojos.

—Porque sabía que así te alejaría de Artem. Morirías en su corazón.

Me reí amargamente, sacudiendo la cabeza.

—¿Alejarme? Jamás podrás hacerlo.

—Oh, claro que sí. —Señaló sus heridas y sonrió con malicia—. Ya empecé, y ahora estás aquí nuevamente. No tuve que hacer nada para que vinieras a mí y terminaras matándote tú misma en el corazón de Artem.

Intentó retroceder, pero el sofá la atrapó. La apunté con el arma, mis manos firmes a pesar del torbellino de emociones dentro de mí.

—Voy a darte una oportunidad para decir la verdad. Una última oportunidad.

—¿Y si no lo hago? —preguntó, desafiándome con la mirada.

—Entonces, te aseguro que no saldrás viva de aquí —sonreí con frialdad—. ¿Quién eres?

—Me llamo Verónica. ¿Qué soy para Artem? ¿Desde hace cuánto estoy en su vida? —preguntó riéndose, su risa llena de veneno—. Te lo contestaré. Desde hace cuatro años. Y sí, Lia. Soy su... ¿novia? Eso querías escuchar. Eres patética.

Mi mano tembló, como todo mi cuerpo mientras la escuchaba. Era imposible. Ella no podía ser nada para él, no podía ser su... novia. Jodidamente no. Me rehusaba a creer que todas esas palabras y promesas fueron mentiras. Él no sería capaz, no. Artem no lo haría.

—Tú no eres nada para Artem. —Se acercó lentamente y su cuerpo chocó con el cañón de la pistola—. Siempre seré más importante para él. Él siempre vendrá a mí, estaré por encima de ti, y es momento de que lo superes y te hagas a un lado. Solo eres su hermana... una hermana de...

El impacto de sus palabras fue como un puñetazo en el estómago, dejándome sin aire. Mi mente se inundó de recuerdos y promesas, de momentos en los que creí en un futuro diferente, un futuro junto a él. Pero ahora, todo parecía desmoronarse, dejando al descubierto una cruda y dolorosa realidad.

—Cállate —dije, mi voz apenas un susurro, pero cargada de una furia que ni siquiera yo sabía que tenía. Sentí mi corazón latir con una violencia insólita, mis manos temblaban ligeramente, pero mantuve el arma firme—. No tienes idea de lo que soy capaz.

Verónica rió de nuevo, una risa amarga y desafiante que reverberó en la habitación.

—Hazlo entonces, Lia. Mátame. Pero recuerda, él siempre sabrá que lo hiciste y jamás, jamás te lo perdonará. Soy intocable, ni siquiera tú puedes tocarme.

Ladeé mi rostro, frunciendo el ceño con incredulidad y odio. Podía sentir el calor subiendo por mi cuello, el fuego de mi ira ardiendo en mis venas.

—¿No puedo tocarte? —apunté a su pierna y disparé, obligándola a caer de rodillas ante mí—. ¿Qué decías, Verónica?

Cuando alzó su mirada, vi la furia en sus ojos, pero también algo más: miedo. Comenzó a gritar, su voz llena de desprecio y desafío, sus manos estaban apretadas en puños temblorosos.

—¿Estás dolida porque eras la hermanita que tenía toda su atención, y resulta que llegó una mujer a su vida y ahora todo gira en torno a mí? —escupió las palabras con veneno.

—Sigue mintiendo, tal vez llegues a creértelo —respondí.

—¿Con quién crees que pasó las últimas navidades? —Mi corazón se detuvo, un frío helado recorrió mi espina dorsal—. Conmigo. ¿Su cumpleaños? Conmigo... todas las festividades desde que estoy en su vida las ha pasado conmigo y no contigo. ¿Por qué crees?

—Cállate —susurré, la desesperación comenzando a apoderarse de mí.

—¡¿Por qué crees?! —gritó, su voz resonando en la habitación como un eco de mi propia desesperación.

Sus ojos, llenos de una locura feroz y lágrimas, se clavaron en los míos.

Apunté el arma nuevamente, esta vez directamente a su frente. Mis manos temblaban más ahora, pero no bajé el arma.

—¡Cállate la puta boca o te... mataré! —mi voz se quebró al final.

No entendía por qué aún no lo hacía. No era una persona que dudaba; cuando debía hacerlo, lo hacía. Pero había una posibilidad de que todo lo que decía fuera verdad y, si la mataba, posiblemente moriría en el corazón de Artem. No me creía capaz de sobrevivir a algo así. Mis lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas, mezclándose con el sudor frío. La desesperación se apoderaba de mí, nublando mi juicio.

—¡Me ama! ¡Me ama y siempre será así! ¡Nunca me iré de su vida! —Su voz era un rugido, una puta declaración de guerra—. Él será mi esposo y tendrás que vivir con ello.

Me perdí.

La puerta se abrió de repente y pude escuchar un "¡No!" en un grito aterrador, pero ya era demasiado tarde. Mi dedo había apretado el gatillo y la bala había salido disparada.

El tiempo pareció detenerse en un instante eterno. Todo se movía en cámara lenta. Verónica cayó hacia atrás, su cuerpo colapsando sobre el suelo.

La satisfacción que sentí al verla con un tiro en la frente fue fugaz en cuanto lo vi.

La desesperación y el horror en los ojos de Artem al entrar en la habitación eran inconfundibles. Corrió hacia ella, arrodillándose junto a su cuerpo, sus manos temblorosas tratando de encontrar algún signo de vida.

Me quedé de pie, temblando, incapaz de moverme, mientras las lágrimas nublaban mi visión. Sentía el peso de cada segundo que pasaba, como si el aire mismo estuviera cargado de una densa opresión.

Cuando levantó la cabeza y sus ojos se encontraron con los míos, un escalofrío recorrió mi cuerpo. El miedo me inundó porque, en ese momento, por primera vez, no supe de lo que sería capaz de hacer. La intensidad de su mirada, llena de dolor y traición, me paralizó.

—¿Qué has hecho? —susurró tan bajo, que la única razón por la que lo escuché fue por el silencio sepulcral que nos envolvía.

Su voz temblaba, cargada de una mezcla de incredulidad y dolor. Cada palabra era como una daga que se clavaba en mi corazón, dejándome sin aliento. Sentí cómo el peso de mis acciones me aplastaba, hundiéndome más en la desesperación.

—Artem, yo... —intenté decir algo, cualquier cosa, pero las palabras se atragantaron en mi garganta. Miré a Verónica, su cuerpo inerte en el suelo, y luego de nuevo a él.

Su mirada me atravesaba, llena de una furia contenida que nunca había visto en él.

El silencio se alargó, convirtiéndose en una pesada carga que nos envolvió a ambos. El dolor en sus ojos era palpable, una herida abierta que no dejaba de sangrar.

—No... no pude controlarme —finalmente logré decir—. Y no me arrepiento, jamás me arrepentiré de haberla matado.

Se levantó lentamente, su mirada nunca apartándose de la mía. Cada paso que daba hacia mí se sentía como una sentencia. 


OMG

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